A modo introductorio.
El proyecto de integración europeo, del que siempre nos
hablan, surge en las postrimerías de la II Guerra Mundial, fruto de una
suerte de reflexión colectiva de las distintas burguesías que
conformaban la dirigencia de los distintos estados europeos. Fruto de la
destrucción de Europa por las pugnas bélicas entre las distintas
oligarquías, fascismos voraces mediante. El capital, siempre tendente a
la acumulación en la fase imperialista, fue explorando vías de
convergencia en una Europa que quedaba, hasta nuestros días, subordinada
a los intereses de su primo de Zumosol, es decir, el gran capital estadounidense.
Ya
en 1951, se funda en París el tratado que pone en marcha la Comunidad
Europea del Carbón y el Acero (CECA), participando en la iniciativa
Francia, Alemania, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. Dichos
estados buscaban recuperar sus fuerzas productivas y su capacidad de
distribución, pero, obviamente, no podemos hablar de una iniciativa
totalmente autónoma, en términos de los capitales europeos, teniendo al
Plan Marshall sobrevolando por encima. Plan que aseguraba la primacía de
los intereses yanquis en toda la reconstrucción de Europa. De hecho,
este primer tratado fue clave para guardar bajo la alfombra el papel responsable de los capitales que estuvieron al servicio de los distintos fascismos europeos.
Durante
años, se dieron distintos pasos, afirmativos y en falso, para promover
una mayor expansión del proyecto del gran capital de los estados de
Europa Occcidental, hasta culminar en la creación de la Comunidad
Económica Europea (CEE) en 1985 con los tratados de Roma. Así, los seis
estados fundadores mostraban su músculo financiero y reivindicaban un
nuevo órgano supranacional que comenzó ya de forma más clara a
reivindicar su papel de absorción de las distintas burguesías
nacionales, aunque fue un proceso muy progresivo.
Dicho
esto, la evolución de influencia de la idea de esa convergencia del
gran capital europeo fue al alza hasta los años 80 del pasado siglo,
cuando hay un punto de inflexión a comienzos de la década de los 90, con
los tratados de Maastrich, casualmente coincidiendo con el fin de la historia y
la desaparición socialismo real en Europa. A raíz de Maastrich, los
grandes capitales de Europa comienzan a proponer un modelo de
convergencia que integra, obviamente, los intereses de los capitales más
desarrollados, pero en esta ocasión con un gran entramado fetichista en
términos participativos y políticos.
Así,
y progresivamente hasta hoy, la entidad supranacional que es la Unión
Europea integra a 27 estados y tiene alrededor de 10 estados más
buscando la integración en la entidad supranacional. Muchos de los
estados aspirantes, de hecho, son países que fueron desestabilizados
durante años por los estados participantes en la década de los 90,
precisamente por el hecho de haber sido parte del bloque socialista
europeo, influyendo luego en una suerte de burguesías nacionales dóciles
al servicio de los estados más desarrollados en términos de formación
histórica capitalista.
En síntesis,
por poner el broche a esta introducción, el proceso de integración
europeo, no deja de ser un proceso de integración de la oligarquía de
los estados más poderosos de Europa, que ha ido evolucionando en
términos de supraestructura y que ha explotado el fetiche de la
representatividad, con momentos de auge como el referéndum para aprobar
la Constitución Europea de 2004, con resultados regulares. Todo ello,
insistimos, gestionado bajo la larga sombra del gran capital
estadounidense y sus exigencias en términos geopolíticos. Por resumir,
hablamos de un gran entramado burocrático a favor de los intereses de
los grandes capitales europeos, donde la clase trabajadora hace un papel
de performance, asumiendo su papel de aristocracria en la
división internacional del trabajo, división que explica también las
enormes desigualdades que hay entre unos estados miembros y otros.
La crisis del 2008 como indicador.
Dando
un salto en el tiempo, todos recordamos la gestión que el entramado
burocrático de la UE hizo de la crisis estructural que comenzó en 2008 y
que no ha sido cerrada hasta nuestros días. El crack financiero
iniciado en ese año, que dejó al descubierto la naturaleza anárquica y
autodestructiva del modo de producción capitalista, puso al desnudo la
naturaleza de clase del proyecto que forma la Unión Europea y la
completa falta de cohesión interna en la estructura europea cuando la
falta de liquidez aparece en el escenario.
Inmediatamente
después de que la crisis capitalista se desatara, recordemos, una
crisis periódica más del capitalismo, pero de dimensiones solo
comparables con el Crack del 29, la oligarquía europea comenzó a
elaborar diferentes vías y planes para los países miembros, con el único
objetivo de que las élites no pagaran los platos rotos y que el coste
del desastre recayera, como no, sobre los hombros de la clase obrera y
los sectores populares. Nada de recetas distintas a las prescritas por
la ola neoliberal, nada de poner límites a la especulación o tratar de
arreglar los enormes desequilibrios productivos que se dan dentro de los
estados participados dentro de la UE.
Lo
que vimos, por contra, es cómo esa «Europa que nos hemos dado» recetaba
enormes recortes sociales, los sectores oligárquicos más poderosos
chantajeaban a los menos desarrollados con la máquina de imprimir dinero
y se dictaba a los estados miembros incluso cambiar el orden
constitucional soberano de cada país, como fue el caso español, entre
otros, para cumplir con las exigencias relativas a la deuda o para
rescatar con dinero público al sector bancario y financiero.
Toda
la gestión que la «autoridades europeas» dictaron en aquellos años no
dejó de ser una gran ofensiva de la clase capitalista frente a los
intereses y necesidades de la clase trabajadora, obviamente esto ya
estaba en la agenda, el hundimiento bursátil de 2008 no dejó de ser la
excusa perfecta. Así pues, grandes cantidades de dinero, expoliadas a
los trabajadores vía impuestos, fueron a parar a los bolsillos de los
amos de cada cortijo nacional y a su vez las distintas burguesías de
Europa ajustaron cuentas entre sí, reajustando el mapa de su propia
correlación de fuerzas.
Es decir, la
Unión Europea tomó el único camino que podía seguir siendo un entramado
burocrático que engaña a las masas con el fetiche de la democracia y la
representatividad, esto es, comprometerse con los intereses del capital,
sobre todo con los capitales imperialistas de primer orden (Alemania,
Francia, Reino Unido, Países Bajos, etc.) De esta forma, todo el
discurso de la integración europea en términos de ventajas de
ciudadanía, desarrollo equilibrado en términos sociales y económicos de
los estados miembros, moneda común, etc. quedó al desnudo. Se demostró
como en contextos límite el capital y sus representantes políticos no
ocultan su cara más autoritaria y la naturaleza de las instituciones que
se crean a su servicio.
Obviamente,
de eso se ha escrito mucho, otra cosa que quedó clara en el ciclo que se
inicia con la crisis de 2008 son los fuertes desequilibrios entre
estados que se dan dentro de la UE. Los países «del norte» no dudaron en
tomar medidas totalmente descarnadas en términos sociales frente a los
países «del sur», siendo el caso más evidente todo lo que acaeció en
aquellos años con Grecia. Esto no sorprende a nadie si estudia los
estándares con los que se creó la divisa común, el euro,
estándares que solo podían ser equiparables a la libra inglesa, el
franco francés y sobre todo el marco alemán. Pero, si bien esto se dio
así y también trataron muchos sectores críticos de generar falsos
debates sobre las causas de esta desigualdad interna, dicha desigualdad
no deja de ser, como ya se ha aludido aquí, al peso específico que tiene
cada formación social capitalista dentro de la división internacional
del trabajo.
Por tanto, la Unión
Europea quedó marcada para siempre como una entidad supranacional al
servicio de las grandes oligarquías de Europa, una entidad, cuya
dirección nadie vota y que pasa por encima del orden legal de los
diferentes estados miembros cuando el capital o las circunstancias
geopolíticas del momento lo exigen. Incluso, la propia oligarquía
europea ha tenido que ir asumiendo, incluso en su manifestación más
«política», es decir, la UE, la primacía de los intereses de la
oligarquía estadounidense en la propia Europa. Pero es que además ha
tenido, tiene y tendrá encima el problema de tener a la OTAN, es decir,
al gran complejo militar industrial yanqui, como paraguas militar.
Nuevos escenarios exigen mudar la piel
En marzo de este año, en este mismo espacio, publicábamos una nota titulada «Problemas en el jardín imperialista», en
ella se hacía una síntesis de los distintos escenarios que se están
abriendo en el mundo, con el auge de una serie de alianzas estratégicas
más basadas en la llamada multipolaridad, lo que está generando un
escenario de distintas pugnas entre oligarquías dentro del propio centro
imperialista, todo ello acompañado con la evidente crisis del valor
como contexto del capitalismo de nuestros días. Recomendamos a los
lectores acercarse a esa nota para entender mejor lo que aquí se quiere
exponer.
Así pues, después de la
crisis de 2008, toda la superestructura capitalista ha ido perdiendo
legitimidad y en este sentido una de las instituciones más relevantes
con ese rol a nivel global es la Unión Europea. Evidentemente, la UE no
se pudo consolidar en su ámbito geopolítico y hacer participar de ella a
instituciones locales, regionales, estatales o mismamente culturales o
económicas con el discurso agresivo que estamos viendo en nuestro
presente.
Más bien, exprimió hasta que
no pudo más todos esos términos grandilocuentes, aunque siempre
demagogos y vacíos que se suelen emplear en política: democracia,
libertad, igualdad, cohesión, crecimiento, inclusión, desarrollo, etc.
Hasta aquí nada nuevo, todo ello, claro, con la creación de un Banco
Central Europeo que asignaba millonarias partidas presupuestarias para
comprar voluntades y supuestamente comprometer inversiones donde se
supone que hacían falta, otro día podríamos hablar de cómo luego esos
fondos europeos se emplean.
Pero la
realidad material y el análisis científico siempre se imponen, como ya
hemos esbozado aquí. En el actual momento, estamos viendo un proceso que
se está consolidando, pero que lleva fraguándose desde hace años, un
proceso que hace de la UE un gran totem para medios de
comunicación y gobiernos de los estados en huída hacia adelante,
concretamente en plena huída a la vía autoritaria. Las revoluciones de colores, antes
ejecutadas por Estados Unidos y patrocinadas por los países de la UE,
son hoy de competencia plena de la burocracia capitalista europeista en
diversos ámbitos geográficos.
En
este sentido, la situación generada en Ucrania por el centro
imperialista, con mayor responsabilidad de EEUU pero aplaudida desde el
primer momento desde las altas instancias europeas, con el tradicional
rol subalterno dentro de la cadena imperialista mundial, marcó un antes y
un después. Si bien la guerra proxy de Ucrania entre la OTAN y
Rusia fue una iniciativa del estado profundo norteamericano, y si bien
toda iniciativa surgida de ese ámbito históricamente contaba con la
participación y aplauso de las élites políticas europeas, el escenario
que se abrió en el asunto de Ucrania marcó un nuevo punto de inflexión.
La Unión Europea se implicó de una forma categoricamente superior en
este conflicto respecto de otros escenarios similares anteriores,
escenarios donde trataba de pescar pero solía ponerse de perfil.
Si
bien la mayor parte de la esceneografía que vino a raíz del llamado
«Euromaidán» fue cosa del imperialismo estadounidense, la UE asumió
desde un primer momento un rol principal también en esta pugna. De ahí
que, cuando comenzó la invasión militar del ejército de la Federación
Rusa, medios de comunicación escépticos con el relato del centro
imperialista fueran totalmente censurados por las autoridades europeas,
que en torno a diversos eventos celebrados en Europa se expulsara a las
representaciones rusas, se impusiera la versión del relato nacionalista
ucraniano a calzador, etc, dejan evidencia esta dinámica.
Y
centrándonos en lo meramente militar, si bien la guerra de la OTAN en
Ucrania contra Rusia ha sido financiada y dirigida principalmente hasta
ahora con la batuta yanqui y el apoyo subsidiario del capitalismo
europeo, la situación actual se está reajustando, haciendo que los
yanquis pasen a un papel secundario y la burocracia europeista a un
papel central. La llegada de Trump a la Casa Blanca ha dejado en
evidencia el papel subsidiario de la Europa del Capital, Trump ha
expresado en alto su hartazgo a la hora de financiar por la parte yanqui
el escenario bélico en Ucrania, expresando la nula rentabilidad a corto
y medio plazo que la maniobra le suponía a EEUU. Pero ahí están y han
estado los estados de la UE para continuar la dinámica, echando gasolina
al fuego, demostrando dos cosas, la primera, que el papel subsidiario
de la oligarquía europea a la yanqui es evidente y, la segunda, que en
la actual crisis del valor, en la «Europa Oficial» no hay ya más vías de
reproducción ampliada del capital que no pasen por la vía de la guerra,
con su correspondiente rearme y un nuevo reparto imperialista del
mundo.
Este escenario ha dejado ver
cómo, si bien dentro del centro imperialista se dan una serie de
contradicciones de carácter secundario, superficiales, el modo de
producción capitalista y sus apuestas geopolíticas siguen estancadas.
Los mass-media y algunos sectores del orden vigente nos hablan de
la necesidad del rearme en términos de autonomía europea frente a EEUU,
pero lo cierto es que la UE ha asumido una carga que para EEUU ya no
era rentable. Recordemos, Europa sigue copada de bases militares
estadounidendes y el mayor dirigente de la OTAN sigue siendo puesto en
su puesto por el Presidente de EEUU. Por tanto, pese a la presencia en
el debate público de una suerte de impugnaciones a la totalidad de los
consensos post-1949, en la realidad, si la analizamos con detalle, todo
sigue prácticamente igual.
Por tanto,
podemos decir que la Unión Europea ha asumido un papel mucho más
protagónico en la arena internacional con la llegada de Trump, pero eso
no invalida su papel subsidiario frente al gran capital estadounidense.
Esto, y la incapacidad del capital europeo para ser realmente rentable,
han generado un escenario que, volviendo al foco de este artículo,
marcan un giro autoritario en la táctica y la estrategia de la
burocracia afincada en Bruselas. Vamos a continuación a enumerar
diversas cuestiones que nos permiten hablar de fascistización de la UE,
comenzando por definir de forma sucinta un poco que implica en sí la
fascistización.
La fascistización de la «niña bonita».
Fundamentalmente,
cuando hablamos de fascistización, conviene recordar que no es término
equiparable al propio fascismo, aunque si guarda relación. Por ser
simples, hablamos de un proceso de fascistización cuando una
organización polt́icia o por ejemplo una estructura burocrática
supranacional, como nos ocupa aquí, coge algunos elementos propios del
fascismo para cambiar el escenario político, aunque siempre ha estado
más bien vinculado a movimientos reaccionarios, que han pretendido
mantener el orden vigente frente a cambios de calado o directamente
grandes transformaciones sociales. El proceso de fascistización no tiene
que devenir de forma obligada en un régimen propiamente fascista, ni
asume todos los postulados fascistas, aunque si que se da una evidente
relación entre un proceso u otro.
Así
pues, muchos movimientos de derecha reaccionaria, pero que no eran
fascistas, adoptaron esta suerte de estrategias frente al ímpetu
revolucionario de las masas en el periodo de entreguerras en el pasado
siglo. Recurrieron a elementos como el totalitarismo, el militarismo de
sus organizaciones, la censura del oponente, la exaltación de la
violencia, el supremacismo, etc. Esto devino el procesos fascistas en
algunos casos, otros regímenes de democracia burguesa mantuvieron su
orden, pero apoyandose en este proceso para mantener el status quo.
Hoy,
la burocracia de la Unión Europea, o dicho de otra forma, los voceros
de las oligarquías imperialistas de Europa, parecen estar recorriendo de
nuevo este camino, tomando una deriva autoritaria más que evidente en
términos tácticos y estratégicos.
Las
nuevas dinámicas, más cercanas a un mundo donde la multipolaridad y el
desarrollo de «las periferias» ganen peso, el creciente rechazo de buena
parte de la población europea con la UE y sus imposiciones sobre la
soberanía nacional o la pérdida de peso militar de la OTAN explican
buena parte de esta deriva. La Unión Europea, desde hace ya tiempo ha
perdido el relato y no se puede mostrar tal cómo se ha vendido a sus
súbditos, dicho de otra forma, los europeos y el mundo entero, cada día
se están quitando la venda de los ojos y están comenzando a tener un
juicio más aproximado sobre la verdadera naturaleza de la institución. Y
esto explica muchos fenómenos que estamos viendo. Además la ola
reaccionaria que estamos viviendo dentro del centro imperialista ayuda a
naturalizar esta dinámica entre el público, un público cada día más
acostumbrado a la barbarie desenmascarada.
Pongamos algunas cuestiones sobre la mesa para ejemplificar la deriva autoritaria de la UE.
Desde
que comenzó la llamada por la Federación Rusa «Operación Militar
Especial», las autoridades europeas no han dejado de perseguir todo lo
que pudiera sonar diferente al relato otanista, llegando a saltarse a la
torera su propia legislación (y las de los estados miembros) en
diversas materias. Todo relato que cuestionara la ortodoxia «occidental»
ha sido puesto en busca y captura, algunas veces con sanciones y
represión, otras simplemente calificando algunas manifestaciones
públicas como «barbaridades».
En este
sentido, volviendo al tema de Ucrania, es significativo, aunque no se ha
resuelto del todo la naturaleza de la acción, que un intento de
asesinato contra el primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico, no
tuviera la sonadía que hubiera alcanzado dicho acontecimiento si se
tratara de un presidente no díscolo con la ortodoxia otanista que
pregona la UE. Recordemos también, que hace nada vivimos en Georgia una revolución de colores de
libro, que finalmente no prosperó, pero que tenía en sus
reivindicaciones todos los ingredientes que pregonan los burócratas de
Bruselas. Dicho claramente, un intento de golpe de Estado orquestado por
la UE y la OTAN. Esto es, en Georgia, como el imperialismo lleva
décadas haciendo por medio mundo, se trató de instrumentalizar a la
población y violar sus leyes soberanas internas para dar un giro
«europeista».
También tenemos ahí, más
recientemente, claro, lo que ha sucedido en Rumania, donde se anularon
unas elecciones por supuesta injerencia rusa, con cero pruebas de tal
cosa, mientras que se ha demostrado ya la injerencia del propio Macron
en ese proceso. Pero el relato es el que es, y el que se lo salte puede
ser tildado en este momento de cualquier cosa: antieuropeista,
putinista, prorruso, fascista, totalitario y un largo etcera de
adjetivos vacíos.
A colación, en
febrero se publicó como la Unión Europea ha creado una comisión
denominada «Escudo Europeo de la Democracia», presidida por la
macronista Nathalie Loiseau, vinculada también a las fundaciones de
Soros, vamos, todo muy neutra y alejado de intereses económicos de las
élites. Los eurodiputados que van a trabajar en este nuevo órgano, se
han propuesto revisar la legislación europea para evitar «injerencias
extranjeras en los procesos electorales de los estados miembros»,
aludiendo de nuevo al, todo parece, falso relato que ha expuesto
Bruselas sobre lo ocurrido en Rumania. Traduciendo, ya que todos somos
ya adultos, la comisión referida se dedicará basicamente a controlar los
procesos electorales, pasando por encima de la soberanía nacional de
los estados y del derecho al voto de la ciudadanía para garantizar que
salga lo que a la burocracia europeista le convenga. Esto es
autoritarismo de libro y no deja de ser un modelo de democracia burguesa
fascistizado.
De hecho, va a resultar
más que interesante seguir el trabajo de esta comisión especial a la
hora de señalar los límites del fetiche democrático cuando estos chocan
contra los intereses del capital y la agenda imperialista. Esperemos,
especialmente, si tan preocupada está la comisión liderada por la señora
Loiseau por la democracia, que no se ponga a investigar la política
exterior de la propia UE y sus estados adscritos, pues casos como las
relaciones con Israel o lo que está pasando en la nueva Siria
islamofascista darían para muchas investigaciones… En fin, síntesis de
que vivimos momentos especiales, en los que las oligarquías no
necesitan ya taparse con caretas y poco a poco dejan en evidencia la
realidad, esto es, la pura naturaleza autoritaria que tiene la dictadura
del capital en su fase imperialista.
La
voladura del gaseoducto Nord Stream, que tanto periodistas como
políticos no tardaron ni medio segundo en achacar a Rusia, es también un
síntoma de proceso de fascistización. El hecho de repetir como loros un
discurso del todo inverosimil, pero a su vez señalar de forma grosera a
quien desafiara la narrativa oficial, no deja de ser una técnica de
desinformación masiva muy típica de la comunicación fascista o
seudofacista. Más si cabe, teniendo en cuenta todo lo que eso significó
en términos económicos y sociales, con una Unión Europea que pasa a
comprar el gas a los norteamericanos, aunque eso haga que su precio sea
disparatado. Es decir, autoritarismo también es imponer unas condiciones
de vida miserables y depauperantes para la gran mayoría trabajadora si
eso sirve a los intereses geopolíticos de las élites.
Y
cómo no, hablar de cuestiones más simbólicas, pero no por ello menos
evidentes a la hora de definir un proceso social de fascistización, por
ejemplo el denominado «Día de Europa», 9 de mayo, que casualmente
coincide con el soviético, ahora ruso, «Día de la Victoria». La fecha
se escogió, evidentemente desde que comenzó dicha celebración en 1985,
con evidente intencionalidad. Pero en los últimos años el discurso ha
ido mutando de forma orwelliana, llegando incluso a tapar e
incluso negar la aportación soviética a la victoria frente al
nazi-fascismo en la II Guerra Mundial. Un día que vendieron como la
panacea de la reconciliación de los pueblos europeos y la paz, es cada
año más instrumentalizado por la Comisión Europea para ser un evento
lleno de propaganda rusófoba y también anticomunista. ¿Anticomunista hoy
en día?, si, señores. En 2019, el Parlamento Europeo emitió resolución
que equiparaba nazismo con comunismo y todos los años el «Día de Europa»
es un altavoz de tamaña basura. Al fin y al cabo, parece que «el
fantasma sigue recorriendo Europa».
Todo
esto que hemos visto, que son algunos ejemplos significativos
evidencian muchos síntomas de un proceso de fascistización de la Unión
Europea. El llamado «Alto Mando Europeo», casualmente expresión muy en
boga últimamente, que coincide en cómo se denomina a la dirección de la
OTAN, dirige una orquesta, los partidos capitalistas, a izquierda y
derecha, adaptan un poco la música a cada público, pero lo fundamental y
unitario no es cuestionado en ningún caso. Ciertamente, en este proceso
es particularmente vergonzante el papel de los grandes medios de
comunicación, que hace unos días llegaron en España a reproducir la
narrativa del Gobierno de España, que acusaba a la mano rusa del
descontento público generado entre la población por la crisis y gestión
de la DANA en València.
Si a toda esta
deriva le sumamos un cuestión central y objetiva como la propia
estructura interna del entramado de la Unión Europea, el escenario que
nos viene parece bastante peliagudo. Y es que aunque la UE haya
explotado hasta límites vergonzantes conceptos como libertad,
representación, democracia, tolerancia y una buena retahila de buenas
palabras, no deja de ser por su propio organigrama una institución
profundamente autoritaria y nada permeable.
El
Parlamento Europeo es un gran espacio, donde van los representantes que
se escogen por circunscripción única en cada estado miembro, pero que
además de ser una suerte de «cementerio de elefantes», tiene muy pocas
competencias reales, pues lo que sale del Europarlamento no es de
obligado cumplimiento y pasa siempre el filtro de la Comisión Europea.
Este último órgano, la CE, sí que hace y deshace a su antojo.
Casualmente,
la Comisión Europea que encabeza la señora Von der Leyen no es votada
por absolutamente nadie, pero los mandatos de la llamada «Alta
Representación» si que son de obligado cumplimiento para los estados
miembros. Por tanto, paradojicamente si analizamos un poco la estructura
de la burocracia imperialista europea, pese a la chapa y pintura a la
que se ve sometida continuamente, entra bastante en contradicción con el
modelo tradicional inspirado en el orden liberal-democrático burgués.
Es una institución de por sí con un funcionamiento y una estructura
autoritaria, pero que además ahora abraza fuertemente una deriva
autoritarista, en términos tácticos y estratégicos. Es decir, el
funcionamiento y la estructura interna de la Comisión Europea es
totalmente funcional en términos de poder a la hora de lanzar el proceso
de fascistización del que estamos aquí hablando.
A modo de conclusión.
Desde
que comenzó el año 2025 han pasado muchas cosas que están impulsando
numerosos cambios, la mayoría no parece que para bien. Como decía Lenin,
«hay décadas en las que no pasa nada, y hay semanas en las que pasan
décadas». La crisis a todos los niveles que está enfrentando el centro
imperialista, cuyo uno de sus portavoces es la Unión Europea, fruto de
los cambios de calado que se están dando en términos globales, parece
estar replanteando a la burocracia de Bruselas su rol y su papel sobre
el control social.
Por tanto, no es de
extrañar, desde la lógica de las grandes oligarquías europeas, que la
UE haya iniciado un viaje de no retorno hacia una versión de sí misma
más autoritaria, militarizada y despótica. Al fin y al cabo, hemos
citado en este texto repetidas veces, los intereses materiales que hay
detrás de la institución supranacional europea, y con la tendencia
decreciente del capital a reproducirse de forma ampliada y frente a un
mundo que antes parecía ser comparsa, pero que ahora parece intentando
organizarse de una forma diferente y más autónoma respecto al centro
imperialista, la vía dura parece encajar más en el presente contexto.
Probablemente,
durante los siguientes meses seguiremos viendo cosas surgidas desde la
UE que nos resultarán un tanto novedosas y llamativas, pero la finalidad
de todo proceso de fascistización no es otra que naturalizar un cambio
de rumbo, aunque el colectivo o la institución A o B tengan una
apariencia menos amable. Lo que está en juego para la Unión Europea es
seguir manteniendo el control social y el poder, primero entre las
poblaciones de los estados miembros y después seguir manteniendo el
liderazgo del centro imperialista dentro de la arena geopolítica
mundial. Por tanto, recurrir a la abierta fascistización evidencia dos
cosas claramente: primero, que no hay principio, ley o «democracia» más
importante que mantener el estado de las cosas y los intereses que hay
detrás ese estado de las cosas. Segundo, claro, que todo lo que hay
detrás del entramado burocrático europeista, todas las familias del gran
capital europeo, obviamente, necesitan recurrir ya a nuevos escenarios,
pues las cosas no les van como desearian.
A
los destacamentos proletarios les corresponde ahora ahondar en el
estudio de esta tendencia histórica con todos sus medios, pues sólo
mediante la crítica y autocrítica saldrá una síntesis que haga de
palanca para un proceso que transforme nuestra realidad. Es fundamental
que los comunistas, en sus distintos órganos, señalen la naturaleza
ideológica y de clase de la Unión Europea – antes y ahora – y apliquen
la dialéctica para ir analizando los distintos cambios y tendencia que
se dan dentro de la burocracia capitalista de nuestro entorno.
Nos enfrentamos a un proceso que, probablemente nos va a comenzar a lanzar soflamas totalitarias recubiertas de bonitas palabras y nos puede acabar llevando a una gran carniceria en pro de los intereses de nuestro enemigo de clase. Es vital seguir despiertos y analizar cada paso hacia adelante de la UE para así poder preparar mejor una gran dinámica de respuesta popular en los pueblos de Europa frente a su poder, su escalada belicista y la bancarrota del imperialismo como «proyecto civilizatorio». Frente a su ofensiva de la barbarie, nuestra independencia teórica y práctica y nuestra voluntad de lucha para quebrar todo el tablero e imponer nuestro propio proceso emancipatorio.
Fuente: https://uhp-asturies.blogspot.com/2025/05/la-fascistizacion-de-la-union-europea.html