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AnteayerSalida Principal

Cómo ser judío y “no ignorar los gritos”

10 Diciembre 2025 at 13:13

La gente cambia, eso es un hecho. Cambia para bien o para mal. El caso de Peter Beinart es paradigmático de eso que Kant llamó «giro copernicano». Este profesor de periodismo, exdirector de la revista liberal The New Republic, fue un decidido defensor de la política intervencionista de Estados Unidos. Por ejemplo, apoyó de forma entusiasta las invasiones de Irak, Afganistán y Libia, un hecho que luego calificaría como su peor error intelectual y moral. «Yo mismo me consideré un ‘halcón liberal’ hasta que aquellas guerras me forzaron a cambiar mi visión del mundo», escribió en The Guardian. Judío practicante, asiste todos los sábados a la sinagoga y sigue las leyes dietéticas kosher. También fue un enérgico sionista en su juventud, pero su opinión sobre el Estado de Israel ha cambiado radicalmente. Lo explica en Ser judío tras la destrucción de Gaza (publicado en español por Capitán Swing), un libro concebido para convencer a otros judíos del error del proyecto nacional israelí y de las trampas argumentales, los mitos y el victimismo en que se fundamenta. «Este libro va del cuento que los judíos nos contamos a nosotros mismos a fin de ignorar los gritos», escribe en el prólogo. Los gritos palestinos.

«Beinart cuenta que él llegó a esa postura tras conocer a palestinos reales», explica su traductor, Pablo Batalla Cueto, durante la presentación del libro en Madrid. «Esos seres humanos, en el discurso de su familia, eran el Otro, el enemigo que te determina». Beinart compara esta visión excluyente de los palestinos con la Sudáfrica en la que nacieron sus padres y en la que él vivió parte de su infancia. «Recuerda cómo era aquello y por eso nos dice: ‘Israel es un apartheid y la gente justifica el apartheid israelí exactamente igual que mi familia justificaba el apartheid sudafricano, con los mismos argumentos, con las mismas mentiras, con los mismos cuentos’». Incluso recurriendo al principio del «supremacismo», un término que Beinart menciona literalmente respecto a la política del Estado de Israel.

Cómo ser judío y «no ignorar los gritos»
Portada de Ser judío tras la destrucción de Gaza, de Peter Beinart. CAPITÁN SWING

Esta comprensión de la realidad palestina le ha llevado a una postura que muchos calificarían de extremista. Por supuesto, abomina de Hamás, un movimiento violento y reaccionario, pero comprende sus razones. «La mayoría de los líderes de Hamás y de la Yihad Islámica son hijos o familiares de víctimas de Israel. Han visto morir a sus padres, a sus hermanos, a sus primos. Y la violencia sólo engendra violencia. ¿Qué podría esperar Israel tras el genocidio de Gaza sino más violencia?», dice Batalla recogiendo el testimonio de Beinart para ilustrar la salvaje y contraproducente posición de Tel Aviv. «A la mayoría de la gente no le gusta matar. Lo hacen cuando no ven otra vía». Así es como Beinart analiza la resistencia palestina.

«Este es un libro diferente, novedoso, extrañamente esperanzador», indica su traductor. «Conocemos otros libros escritos por judíos antisionistas y críticos con Israel, como los de Ilan Pappé, Noam Chomsky o Norman Finkelstein, y son muy valiosos, pero a menudo tienen un punto de exaltación y de rabia. Beinart se muestra como una persona increíblemente cabal, sensata, tranquila». Aboga por un Estado laico, para todos los que vivan allí, judíos y árabes, compartiendo los mismos derechos y que ni siquiera se llame Israel. En este sentido, fue muy sonado el artículo que publicó en The New York Times en 2020 bajo el título «Ya no creo en un Estado judío». En él explicaba la diferencia entre un Estado y «un hogar judío en la tierra de Israel», que es a su juicio la verdadera (y tergiversada) esencia del sionismo. «Israel-Palestina –escribía– puede ser un hogar judío y, en igualdad de condiciones, un hogar palestino. Construir ese hogar puede traer la liberación no solo para los palestinos, sino también para nosotros».

Suena ingenuo. Utópico quizás. Pero cosas más raras se han visto. Sudáfrica vuelve a servirle de ejemplo: cuando acabó el apartheid, muchos blancos pensaban que llegaba la hora de la venganza de las personas negras y que se produciría un baño de sangre. No fue así. Y lo mismo ocurrió en Irlanda del Norte. «Allí estuvieron 50 años pegándose tiros y poniendo coches bomba –ilustra Pablo Batalla–, pero de repente llegaron los Acuerdos de Viernes Santo e incluso se formó un gobierno de coalición entre el DUP y el Sinn Fein. Es como si aquí gobernaran juntos Vox y Bildu». Beinart insiste en que el pueblo judío no es diferente, no es ni mejor ni peor que cualquier otro pueblo. Si ellos pudieron hacerlo, Israel también.

Pero una de las primeras cosas que debe hacer, a juicio de Beinart, es abandonar de una vez por todas el victimismo. Lo abrazó tras la Guerra de los Seis Días, «cuando pasó de ser un Estado débil, precario, que contaba con las simpatías de la izquierda internacional, a ser un matón. A partir de entonces empieza lo que Finkelstein llama ‘la industria del Holocausto’, que sirve para contrarrestar cualquier crítica», explica Batalla. «Señalar cualquier disfunción del Estado de Israel se responde con acusaciones de antisemita y de complicidad con el Holocausto».

Estas consideraciones han llevado a Beinart a ser repudiado por buena parte de su comunidad. Lo insultan en la sinagoga, se niegan a darle la paz e increpan a sus hijos en la universidad. Pero no va a dejar de defender la versión más humanista de su religión. Como explica Pablo Batalla, los primeros internacionalistas fueron los judíos. No les quedó otro remedio: «Han solido ser los mejores humanistas precisamente porque han sido perseguidos en todas partes. Los encerraban en guetos o los expulsaban o les negaban la nacionalidad en los países en los que se encontraban, por eso se vieron obligados a volverse internacionalistas y a pensar en la humanidad. En la izquierda, gran parte de nuestros héroes intelectuales, como Rosa Luxemburgo o Walter Benjamin, forman parte de una bella tradición judía que pensó en el ser humano de forma universal. No eran nacionalistas porque no podían serlo, porque no les dejaban tener patria. Y según explica Beinart, la condición de pueblo elegido no se basa en que Yavé les diera privilegios especiales sino deberes especiales para con toda la humanidad. Ese mensaje contempla la dignidad intrínseca de todo ser humano y es fundamentalmente universalista».

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266º Hoy desde Aquí. Boicot Teva, boicot israel.

8 Diciembre 2025 at 00:00
Hola salud, bienvenidos y bienvenidas a Hoy desde Aquí, en este programa vamos a hablar con Pablo Simón, médico de familia que ha sido acusado de antisemitismo por una organización pro- israelí. Empezaremos explicando cuál es la actitud del ejército Leer más

Radio Almaina - 266º Hoy desde Aquí. Boicot Teva, boicot israel.

Patricia Simón: “El concepto ‘paz’ ya no está en el imaginario colectivo, ni siquiera como aspiración”

5 Diciembre 2025 at 10:40

En el periodismo no todo vale. A menudo, en situaciones comprometidas, prevalece el sentido ético de los profesionales y estos apartan la cámara o apagan la grabadora. Renuncian al impacto, a los clics, incluso a dinero. Cualquier cosa antes de hacer más daño a quien ya está muy dañado. Hay que tener estas cosas muy claras para reportear desde zonas de conflicto, como lleva haciendo Patricia Simón desde hace 20 años. En el ensayo Narrar el abismo (publicado por Debate) cuenta sus experiencias y propugna un tipo de periodismo respetuoso con la dignidad del otro. «Cuando estas personas se acercan y cuentan sus experiencias, confían en la valía humana de quien las escucha», relata. «No hay mejor periodista que el que sabe, sobre todo, ser oyente». Trasladar sus historias, dice, tiene una función social. Documentar delitos de guerra, además, es un deber. Y hay que hacerlo buscando la palabra exacta, escribiendo con una perspectiva que defienda los derechos humanos y que desafíe esa «ideología colonial dominante» que tiende a adherirse como una lapa a nuestras crónicas. Narrar el abismo es una reivindicación del periodismo como un oficio humanista comprometido con la construcción de un mundo mejor.

Su libro se puede leer como un manual de periodismo en zonas de conflicto. ¿Cómo ha sido su aprendizaje? ¿A base de ensayo-error? O dicho de otro modo: ¿se ha equivocado muchas veces?

Seguro que sí. Pero he tenido la suerte de formarme prioritariamente con defensores y defensoras de derechos humanos, así que siempre he sabido que lo importante era el cuidado de la persona que ha sufrido alguna vulneración. Esa prevención, que mi foco estuviera puesto no tanto en el resultado periodístico como en esa relación personal, probablemente me haya protegido del peor error que se puede cometer: aumentar el daño que han sufrido estas personas. Pero todo esto vino a través de la formación. Recuerdo que una vez, siendo muy jovencita, me invitaron a moderar una mesa redonda con defensores y defensoras de los derechos humanos en Colombia. Eran personas que habían sufrido tantos tipos de violencia que necesariamente necesitaban tiempo para explayarse, pero yo no les dejaba. Los organizadores me dijeron: «Si ves que se van por las ramas, les cortas y que vayan al grano». Desgraciadamente, les hice caso. Fui una buena mandada. Y me convertí en una maltratadora. Fue el público el que me hizo notar que lo estaba haciendo mal. Hoy lo recuerdo con mucha vergüenza, pero aprendí qué es lo que no se debe hacer. Y, sobre todo, aprendí que no hay que delegar nunca la responsabilidad en otras personas.

Pero, a veces, inevitablemente, se hace daño sin querer. ¿Cómo reacciona si, a pesar de poner todo el cuidado, se da cuenta en mitad de una entrevista de que está tocando una tecla sensible que no debería tocar?

Parando en seco. Si de repente intuyes que se pueden estar removiendo cosas o que estás reabriendo una herida especialmente dolorosa, lo primero es parar en seco y revaluar qué sentido tiene esa entrevista. Para mí, la clave está en volver a situar la conversación, volver a la base, a la razón principal por la que esa persona ha accedido a hablar: qué persigue con esa entrevista, qué necesita contar, de forma que su testimonio, de alguna manera, le genere un cierto alivio. Tengo presente que es mejor que me quede corta, que se me queden preguntas en el tintero, si no estoy segura de que la persona está preparada, es consciente y quiere hablar de esos asuntos.

Los periodistas que cubren conflictos también se exponen a salir tocados. Decía Susan Sontag en uno de sus libros: «Toda persona que tenga la temeridad de pasar una temporada en el infierno se arriesga a no salir con vida o a volver psíquicamente dañada». ¿Cómo ha lidiado usted con ese peligro?

Primero, sintiéndome muy afortunada de poder desarrollar mi profesión en esos contextos. Como dice Noelia Ramírez en su libro, «nadie nos esperaba aquí». Mi origen, en ningún caso, hacía prever que pudiera dedicarme al periodismo, y mucho menos a ese tipo de periodismo. Así que soy consciente de que esto es algo excepcional, porque la mayoría de mis compañeras, de amigos y amigas mucho más talentosos y muy buenos periodistas, lo tuvieron que dejar por la precariedad. Y luego, además, me protege la idea de que «estoy haciendo mi parte». O por lo menos lo estoy intentando. Tengo una convicción muy fuerte, seguramente por mi apego a la defensa de los derechos humanos, de que este trabajo es importante. Y de que es una suerte poder hacerlo.

Cuando el circuito, llamémosle así, está bien engrasado, a mí me hace bien. Ese circuito empieza con la recogida de testimonios que te atraviesan, que te interpelan, y finaliza cuando los transformas en información periodística. Con «bien engrasado» me refiero a no pasar muchísimo tiempo reporteando sobre el terreno, sino a volver a casa para digerirlo y trabajar con calma… Cuando se dan todas esas circunstancias, el trabajo es emocionalmente bueno. De hecho, cuando empezó el genocidio de Gaza y las autoridades israelíes nos prohibieron la entrada a la Franja, sentí muchísima impotencia. Empecé a consumir imágenes de las redes sociales en bucle. Me hizo cuestionarme qué sentido tenía el periodismo, qué capacidad teníamos los periodistas. Fue muy duro.

Y por último, para protegerte emocionalmente del impacto que tiene tu trabajo, están los cuidados, claro. Aunque suene banal, hay que alimentarse bien, dormir bien, hacer deporte y, por encima de todo, trabajar los afectos, cuidar las redes de amigos y amigas, dedicarles tiempo.

En su libro, sobre todo en el capítulo dedicado a Ucrania, habla de reportear tanto desde el frente de guerra como desde la retaguardia. Tengo la impresión de que usted prefiere la retaguardia. ¿Por qué?

En el frente ves gente que es carne de cañón y es más difícil extraer aprendizajes humanos. Prevalece la parte bélica, pero hay una excepción: cuando puedes estar a solas con los combatientes. Ahí aflora realmente el desastre de la guerra. En la retaguardia, en cambio, se preserva la vida, se construye vida cuando alrededor sólo hay destrucción. Eso es complejísimo. Es posible por conocimientos atávicos que no sabíamos que teníamos y que aparecen en esos contextos. Y quienes lo hacen posible, fundamentalmente, somos las mujeres. Las mujeres seguimos siendo vistas como actrices secundarias en las guerras. La invasión rusa evidenció que las narrativas en torno a la guerra siguen siendo muy machistas y muy reaccionarias. Por ejemplo, ¿cómo se contó el éxodo? Pues se entendió que el destino natural de las mujeres era huir para cuidar, y el de los hombres quedarse para combatir. En la retaguardia todo eso se subvierte y se ve el verdadero valor de la supervivencia y quién la hace posible.

Cuenta la historia de una anciana de Kramatorsk que les invitó a Maria Volkova y a usted a tomar un té en su casa. Allí les habló de sus dificultades, conocieron a su hija esquizofrénica, entendieron por qué decidió no huir. Desde el punto de vista humano, esa historia revela más sobre la guerra que una crónica desde las trincheras.

Sí, aquella historia se me quedó atravesada. Y pensé que, en realidad, esa historia está en todos los contextos dominados por la violencia que llevo cubriendo 20 años, desde Ucrania hasta Colombia. Son las guerras que las mujeres libran diariamente en todas partes. Las han sufrido nuestras abuelas, las sufren nuestras madres y siguen marcando nuestras vidas.

¿Cómo definiría el concepto «periodismo de paz» y en qué se diferencia de lo que entendemos normalmente por periodismo?

La diferencia está en la intencionalidad. Como periodista, se trata de no olvidar nunca que la guerra debe evitarse por todos los medios y, si ya ha empezado, que debe pararse cuanto antes. El periodismo no puede legitimar que la violencia sea una forma de resolver los conflictos. Eso debería aparecer en todas las crónicas. Debemos recordar continuamente que la mayoría de las guerras no terminan con el aplastamiento del enemigo sino por medio de negociaciones. Cuanto antes empiecen, más vidas se salvarán. Si no lo contamos así, corremos el riesgo de presentar la guerra como algo natural o inevitable o como un conflicto irresoluble. Y si nos resignamos a eso, nuestro periodismo se convierte en una arma propagandística dentro de esa guerra.

Cuando estábamos en la facultad, todos expresábamos nuestra admiración por los «corresponsales de guerra». A nadie se le ocurrió nunca llamarlos «corresponsales de paz».

Es que ese concepto es mucho más complicado de normalizar, pero el concepto «paz» sí que debería estar más presente en nuestras vidas. Nosotros crecimos celebrando la paz en el cole. La lucha contra el hambre y la defensa de la paz eran pilares de nuestra educación. Eso se ha diluido totalmente en estos últimos años. Ya no está en el imaginario colectivo, ni siquiera como una aspiración o un ideal. Pero debemos reivindicarlo desde el periodismo, entendiendo que la paz no es solamente la ausencia de bombardeos, es una cosa mucho más compleja. Respecto a la expresión «corresponsales de paz», tengo que decir que es un lema que está utilizando la Fundación Vicente Ferrer, que nos ha invitado a varios periodistas que cubrimos conflictos a visitar lugares donde se está intentando construir la paz frente a otros tipos de violencia.

Su libro contiene frases realmente desafiantes, como que «el periodismo es lo contrario a la neutralidad». Esto choca con la idea que mucha gente tiene de la imparcialidad periodística. ¿Qué quiere decir exactamente con eso?

Creo que el periodismo tiene que aspirar a construir sociedades más justas para todos y todas, y eso es exactamente lo contrario de la neutralidad. Tendemos a contar las cosas desde lo establecido, desde lo hegemónico, y eso perpetúa el statu quo. Así nada cambia. Pero si aplicas una mirada crítica y desentrañas las dinámicas y los intereses que operan sobre la realidad, si identificas cuáles son las razones para que eso ocurra y quiénes son los responsables, entonces la cosa cambia. Cuando el periodismo evidencia cuáles son los engranajes, rompe con lo que se ha entendido como neutralidad. Y eso debería hacerse enfocándonos en los afectados de ese marco de interpretación, en los afectados por «la norma» o por lo que entendemos como «normal». En mi adolescencia fue muy importante la lectura de Eduardo Galeano. Él nos enseñó por qué el mundo se interpretaba al revés y lo puso «patas arriba». Así se llama uno de sus libros, en el que señala esas cosas que damos por sentadas, que entendemos por lógicas, como si esa fuera la única mirada posible. Yo impugno esa neutralidad. Me parece que es injusta, que está al servicio de una minoría privilegiada y que produce muchísimo dolor. Por eso creo que hay que posicionarse.

En Narrar el abismo también impugna los eufemismos. Hace hincapié en usar las palabras justas, exactas. Pero las palabras justas y exactas son polémicas. A veces ni siquiera nos dejan publicarlas. ¿Qué hacemos ante eso?

El periodismo siempre fue un oficio rebelde y debería seguir siéndolo. A veces se nos desacredita cuando, por ejemplo, hablamos de paz, tachándonos de ilusos o de ingenuos. Otras veces se nos acusa de ser radicales. Otras, de ser activistas en lugar de periodistas. Esto me pasa mucho. Tenemos que tener muy claras nuestras convicciones para defender por qué utilizamos una palabra y no otra. Quienes usábamos la palabra «genocidio» para hablar de lo que estaba ocurriendo en Gaza, al principio se nos acusó de falta de rigor, de antisemitismo, de fomentar un relato propalestino y, por lo tanto, antiperiodístico. Pero cuando lo hicimos ya había evidencias suficientes para hablar de genocidio, y de hecho, poco después, el informe de la relatora especial de la ONU nos dio la razón.

Pero mientras hay que aguantar el chaparrón…

Yo sé que hago un periodismo pequeñito, minoritario. Sé que su capacidad de incidencia es muy limitada, pero haciéndolo aspiro a sentirme… Iba a decir orgullosa, pero esa no es la palabra. Tranquila, esa es la palabra. Tranquila con el resultado. Que pueda defenderlo ante quien lo cuestione. En el reportaje «El mundo según Trump» usé conscientemente un vocabulario muy directo. Para describir su forma de concebir las relaciones internacionales digo que se maneja igual que los cárteles: plata o plomo. Y es que es así. Y no temo las críticas porque sé que quienes las hacen están defendiendo un orden injusto, al servicio de unos pocos y que se ha demostrado fallido, corrupto y éticamente degenerado.

Assaig Abubakar, un abogado sudanés que vive como refugiado en Chad, le dijo: «Nunca más volveré a creer en el sistema internacional de derechos humanos». Y cuando entrevistó a Youssef Mahmoud también fue muy crítico con la ONU. Después de todo lo que ha visto, ¿usted sigue creyendo en estos organismos internacionales?

En lo relativo al marco legislativo, sí. Por eso sigo defendiendo el derecho internacional y los derechos humanos, pero ya no creo en las grandes organizaciones. La puntilla ha sido la validación por parte del Consejo de Seguridad del mal llamado «plan de paz» de Donald Trump para Gaza. Me parece que supone el hundimiento absoluto del Consejo de Seguridad, y creo que también ha arrastrado a las Naciones Unidas. A pesar de todo, la ofensiva actual contra el multilateralismo, contra la ONU, contra la Corte Penal Internacional es tan dura, que creo que debemos salir en su defensa. Siendo muy consciente, eso sí, de que muchas veces estas organizaciones se muestran fallidas e incluso son cómplices de la perpetuación de los conflictos. Pero soy más partidaria de su reforma o de su refundación que de darlas por perdidas. Creo que siguen siendo el único espacio en el que muchos Estados tienen al menos un asiento, una voz, y desde donde se puede reconstruir otro orden internacional.

Siempre se ha dicho que la foto de la niña del napalm contribuyó a la retirada estadounidense de Vietnam. Los periodistas palestinos también han hecho un trabajo extraordinario documentando el genocidio de Gaza, un trabajo que ha tenido un enorme impacto en la opinión pública. No hay más que ver las manifestaciones que se han producido en todo el mundo. Pero el genocidio continúa. ¿Lo que ha cambiado en este tiempo, básicamente, es la capacidad del periodismo para influir en los gobiernos?

El puente que existía entre la información, la gente y los gobiernos se ha roto. Es el producto de muchas décadas de desoír a la ciudadanía. Se ha roto hasta el punto de que muchas personas renuncian a informarse porque la información sólo les provoca dolor, no pueden hacer nada con ella, dan por hecho que no servirá para cambiar nada. Pero la reacción global ante el genocidio de Gaza nos da esperanzas de que esta situación se pueda revertir. Ha sido muy curioso ver cómo el movimiento contra el genocidio ha tomado más fuerza a partir del pasado verano, cuando empezaron a publicarse imágenes de la hambruna. Los medios occidentales consideraron que esas imágenes de los niños famélicos eran más publicables o digeribles que las de los dos años anteriores, las de los niños en las morgues o bajo los escombros. Los medios tenemos que preguntarnos por qué. Por qué las fotos de los niños mutilados no se publicaron, cuando fueron sus propios padres los que tomaron esas fotos o llamaron a los periodistas para documentar el delito. Por qué se usó la excusa de la «fatiga de la empatía» de los lectores. Por qué se habló de que herían la sensibilidad e incluso la dignidad de las víctimas. Si hemos visto esas imágenes ha sido gracias a las redes sociales. Cuando salieron las fotos de la hambruna, realmente hubo un despertar de la respuesta ciudadana. Eso demuestra dos cosas: primero, que la capacidad de incidencia del periodismo sigue siendo altísima; y segundo, que fueron los propios medios los que apaciguaron durante dos años esa respuesta ciudadana amparándose en razones insostenibles que tienen más que ver con sus propias sensibilidades y con sus propios sentidos estéticos de cómo representar el dolor.

Usted dice que la información se ha convertido en «una retahíla de hechos caóticos, catastróficos, incomprensibles».

Por eso hay casi un 40% de españoles que ha renunciado a informarse. Y el resto lo hace a través del móvil, donde estamos perdiendo muchísima capacidad de concentración, de comprensión y de profundidad. Eso es una ruptura, no sólo en el acto ciudadano de informarse sino en las propias democracias. Creo que ahora toca generar discursos acerca de la importancia de recuperar la soberanía sobre el acto de informarse, sobre cómo nos informamos, a través de qué dispositivos y en qué contextos. Nos estamos estupidizando y me parece peligrosísimo cómo estamos aceptando que cuatro señores tecnomultimillonarios, cuyo su sueño húmedo es irse a Marte, sean los que, con sus algoritmos, dominen el acto de informarse de la mayoría de la población. Esa avalancha de hechos caóticos, sin contexto, nos está enfermando. Emocionalmente nos tiene paralizados, y políticamente absolutamente desconcertados. Da alas a esa sensación de incertidumbre que tanto se ha señalado como una de las causas del auge reaccionario. Lo que hace el periodismo es justo lo contrario: explica las causas y el contexto, arraiga a las personas con la realidad que le rodea y así disipa la incertidumbre.

Usted también suele decir que nunca se ha hecho mejor periodismo que hoy. ¿Por qué cree que nunca ha estado peor considerado y peor pagado que hoy?

Pues porque mucho de lo que se presenta como periodismo en realidad no lo es. Ojalá fuese info-entretenimiento, pero ni eso. Esa etapa ya pasó. Lo que tenemos ahora es propaganda política disfrazada de entretenimiento, propaganda de valores muy reaccionarios al servicio de los grupos políticos de ultraderecha. Ese aluvión de desinformación, de odio y de propaganda ha generado desconfianza y desconsideración hacia la profesión. A eso se suma que los medios tradicionales, además de buen periodismo, publican también muchísima basura para tener visitas. Eso contribuye al descrédito. Y también porque nos hemos regalado como periodistas. En sociedades tan precarizadas como la nuestra cuesta mucho que la gente pague por el periodismo. Y al tenerlo gratis pues no se le da valor. Pero tampoco podemos exigir que se suscriban a cinco medios cuando tienen salarios paupérrimos y muy poco tiempo para informarse. Gran parte de nuestra comunidad lectora, de hecho, se suscribe por militancia, no porque luego vaya a tener tiempo de leer la revista.

En cualquier caso, yo sostengo, efectivamente, que nunca se ha hecho tanto buen periodismo, pero tampoco se ha hecho nunca tanta desinformación. Y esto último, en cantidad, es inmensamente superior. Esa es la tragedia. Pero, sí, nunca ha habido tantos periodistas tan bien formados, con un compromiso ético tan sólido, hasta el punto de anteponer su profesión al hecho de tener vidas mínimamente saludables. Tenemos que defender públicamente la importancia del periodismo y intentar volver a sellar pactos éticos con la ciudadanía. De hecho, el libro yo no lo concibo como un manual de buenas prácticas sino básicamente como un manifiesto sobre la importancia de seguir informándonos.

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El mundo según Trump

26 Noviembre 2025 at 00:01

Este reportaje forma parte del dossier dedicado a Donald Trump en #LaMarea109. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para recibirla y apoyar el periodismo independiente.


«Primero, el miedo. Después, si no estás atento, la crueldad lo invade todo».
Isabel Bono


«Estados Unidos volverá a considerarse una nación en crecimiento, una que aumenta su riqueza, expande su territorio, construye sus ciudades, eleva sus expectativas y lleva su bandera hacia nuevos y hermosos horizontes». Con esta sola frase del discurso con el que inauguró su segunda legislatura, Donald Trump pisoteaba el artículo 2 de la Carta de las Naciones Unidas que recoge uno de los principios que ha guiado las relaciones internacionales desde la Segunda Guerra Mundial: la inviolabilidad de las fronteras. El presidente se aliaba así con los líderes que han provocado los dos conflictos que están alumbrando una nueva era: el genocidio de Gaza y la invasión de Ucrania. El magnate había ganado sus primeras elecciones prometiendo acabar con las guerras estadounidenses en el extranjero y comenzó el segundo anunciando la vuelta a las guerras imperialistas y a las anexiones territoriales ilegales. Y lo hizo de manera explícita, sin eufemismos ni falsas justificaciones. Porque Trump está imponiendo un nuevo orden global en el que la única norma es el dominio del más fuerte, es decir, el de Estados Unidos sobre el resto de los países. Y para asentarlo, tanto él como el resto de miembros de su administración emplean un lenguaje que normaliza los pilares y el funcionamiento de un nuevo mundo regido por un desprecio declarado y absoluto por los principios democráticos, por las reglas universales, por la moralidad, por la negociación, por la diplomacia y por el multilateralismo. Un presidente que pilota un gobierno al modo de los cárteles: plata o plomo. O lo que es lo mismo: dinero o fuerza bruta.

Y para normalizar esta ideología neofascista en el imaginario global, el gabinete estadounidense se esfuerza por evidenciarlo en todos los lenguajes: el verbal, como cuando gritó en el homenaje a Charlie Kirk que a sus enemigos les deseaba lo peor, o cuando humilló al presidente Zelensky en su primera visita a la Casa Blanca; el audiovisual, con sus vídeos creados con IA que mostraban la construcción de un resort encima de las fosas del genocidio de Gaza o aquellos en los que él mismo pilota un helicóptero desde el que vierte excrementos sobre quienes se manifiestan contra su presidencia y con el que secuestra a sus opositores políticos para deportarlos; y el gestual, como cuando se hace rodear de líderes europeos en una escenografía que los presenta como súbditos en la Casa Blanca.

Y si Trump se puede permitir estos delirios autocráticos es porque su segunda victoria, tras haber ostentado ya la presidencia entre 2016 y 2020, evidencia que no se trata de un fenómeno aislado o disruptivo, sino de la manifestación de una corriente reaccionaria que recorre el mundo y que en Estados Unidos se ha solidificado en una parte de la sociedad que desprecia la democracia, reclama modos y políticas autoritarias, reivindica la hegemonía del supremacismo blanco, aplaude el insulto, la zafiedad, la ignorancia y la soberbia. La ya frágil democracia norteamericana vive un cambio de régimen y en él Trump está dando una nueva vuelta de tuerca al imperialismo que Estados Unidos ha ejercido de manera tan despiadada como desprejuiciada desde la Segunda Guerra Mundial.

El líder autocrático ha alumbrado una forma de ejercer el poder en la que verbaliza y combina la amenaza, la coerción y el chantaje comercial, económico, político y militar. Con una diferencia sustancial respecto a sus antecesores: no se molesta en justificarlo ni en crear falsas excusas o motivaciones como hizo, por ejemplo, la Administración Bush con las armas de destrucción para invadir Irak. El mundo según Trump debe regirse solo por su orden y mando, como demuestra en la propaganda en la que porta una corona y que difunde en su propia red social (a la que ha llamado Truth, porque en su mundo, él decide qué es verdad, un procedimiento que su entorno ha dado en llamar «hechos alternativos»).

Lo más preocupante es que durante este primer año de la era Trump 2.0, hemos visto cómo la mayoría de los líderes políticos mundiales no han opuesto resistencia a interpretar su rol de vasallos ante el rey, emperador o líder supremo –dependiendo de la tradición de la que procedan–, como han demostrado Ursula von der Leyen, el rey Carlos de Inglaterra o Nayib Bukele.

Cómprese (y si no, invádase)

«Obtendremos Groenlandia. Sí, al cien por cien. Existe una buena posibilidad de que podamos hacerlo sin fuerza militar, pero no voy a descartar nada», anunció el presidente Trump poco después de tomar posesión en una entrevista para la cadena NBC.

El líder republicano combina un lenguaje simplista y directo con una ambigüedad que le permite mantener uno de los rasgos distintivos de los sistemas autocráticos: la arbitrariedad.

A la vez, Trump ha roto con la percepción habitual del tiempo al hacer añicos los conceptos de imprevisibilidad e irracionalidad. Por eso, resulta conveniente repasar algunos de los hitos de la presidencia estadounidense del último año y cómo los ha comunicado para entender la doctrina del shock que está empleando. Como aquel primer sobresalto con el que inició su mandato: la amenaza contra la soberanía de Groenlandia, un territorio semiautónomo de Dinamarca. Lo cierto es que ya durante su primera legislatura, Trump intentó negociar la compra de la isla. Ante la negativa del Ejecutivo de Copenhague, el presidente estadounidense canceló su visita oficial. Y de nuevo, cinco días antes de volver a convertirse en inquilino de la Casa Blanca, llamó personalmente al primer ministro danés para advertirle de que si no se la vendía, se la quedaría por la fuerza.

El mundo según Trump
Marcando el territorio: el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, realiza una visita a la base militar de Pituffik, en Groenlandia, el 28 de marzo de 2025. JIM WATSON / REUTERS

El chantaje económico empleado por Trump bajo la amenaza de intervención militar rompe con los ya difusos límites existentes entre la coerción y la diplomacia y está dibujando nuevas formas de ejercer el poder fuera de cualquier norma. Algo que de seguir en esta senda militarista, veremos agravarse ante la lucha por unos recursos cada vez más escasos. Las áreas costeras de Groenlandia cuentan con unos 17.500 millones de barriles de petróleo y 148.000 millones de pies cúbicos de gas natural, según el Servicio Geológico de Estados Unidos. Y posee, igualmente, cantidades significativas de metales de tierras raras, imprescindibles para las tecnologías de energía verde. Además, se trata de un enclave con un valor estratégico creciente para el comercio marítimo con Asia a medida que la crisis climática acelera el descongelamiento del Ártico. El periodista Mario G. Mian, uno de los mayores expertos en Groenlandia, recuerda en su último libro que en esta isla China, Rusia y la OTAN están librando la llamada «Guerra Blanca» por el control geopolítico de la zona. En cualquier caso, Estados Unidos ya cuenta con una base militar allí después de que Truman también intentase comprarla por 100 millones de dólares tras la Segunda Guerra Mundial.

Amagando el golpe

Tras el primer genocidio televisado, el de Gaza, podemos estar asistiendo al primer anuncio televisado de un golpe de Estado. De hecho, si hay un caso de estudio sobre cómo Trump está empleando el lenguaje para crear un escenario en el que sus actuaciones ilegales se presenten como necesarias, lógicas e, incluso, inevitables es, sin duda, el de Venezuela.

Desde que Trump anunciase la primera ejecución extrajudicial de tripulantes de una embarcación procedente de Venezuela, tanto él como todos los miembros de su gabinete han pasado a referirse al gobierno de Nicolás Maduro como régimen «narcoterrorista». Con ese concepto, fusionan la lucha contra las drogas –con la que Washington justifica, desde hace décadas, la intervención militar de sus tropas en Latinoamérica– con el terrorismo, asemejando así al Ejecutivo de Caracas con los talibanes, Al Qaeda y el Estado Islámico. La guerra contra el terrorismo sigue siendo uno de los pilares de las políticas colonialistas estadounidenses y, al vincularla con Venezuela, reviste de seguridad lo que en realidad responde a un choque ideológico contra la izquierda bolivariana y, sobre todo, a la pugna por los recursos naturales –especialmente, el petróleo–.

El mundo según Trump
Captura del vídeo facilitado por las autoridades estadounidenses del ataque militar a una lancha en el mar Caribe.

Además de los bombardeos contra embarcaciones en el Caribe –pese a que más del 70% de la droga entra en Estados Unidos por el Pacífico–, Trump ha autorizado a la CIA a «realizar operaciones encubiertas», el eufemismo bajo el que la Casa Blanca ha impulsado golpes de Estado, instaurado dictaduras y asediado revoluciones durante décadas. Desde la llegada de Hugo Chávez al poder, el Gobierno estadounidense ha respaldado a la oposición política y ha impuesto severas sanciones económicas al país latinoamericano. Tras su vuelta al poder, Trump ha ofrecido 50 millones de dólares por la entrega de Maduro y ha desplegado en las inmediaciones de Venezuela su mayor operación naval desde la primera guerra del Golfo. Por tanto, la actuación de la CIA debe tener un objetivo que vaya aún más allá.

‘Supremacist First’

En su toma de posesión, Trump recuperó el concepto de «destino manifiesto», creado por el columnista conservador John O’Sullivan en 1845 para defender que, siguiendo los dictados de Dios, Estados Unidos debía ocupar Texas y expandirse por toda Norteamérica. De hecho, Trump se ha declarado seguidor de William McKinley, su homólogo entre 1897 y 1901, y quien, como él, fusionó un proteccionismo arancelario con un colonialismo que le llevó a ocupar Filipinas, Puerto Rico, Hawái y Cuba. Se estableció entonces la Doctrina Monroe, según la cual Estados Unidos tenía el deber de controlar Latinoamérica para proteger sus intereses económicos y de seguridad. Esta visión teocrática, conocida como «excepcionalismo», sostiene que se trata de un país superior al resto, un canon al que todos deben aspirar y que, por tanto, tiene la legitimidad y el deber de guiar e imponer su modelo en todo el mundo, instaurando incluso presuntas democracias mediante bombardeos, invasiones y guerras.

La diferencia de Trump con respecto a los anteriores presidentes es que no sólo no lo oculta, sino que hace ostentación de ello. El «America First» enarbolado por el magnate es la expresión más sincera de esta concepción del mundo que tiene parte de la sociedad estadounidense y también del norte global. Un mundo en el que el sur es, si acaso, el fondo de sus postales de vacaciones o lugares en los que hacer negocio desde una posición ventajista, como escribió Zadie Smith. Por ello, el vídeo difundido por Trump sobre la construcción de un resort en Gaza es solo la expresión más descarnada de la identidad fascista estadounidense, como la define la periodista Suzy Hansen en Notas desde un país extranjero, un libro por el que fue finalista del premio Pulitzer en 2018. La actual administración está derruyendo los pocos contrapesos internos con los que contaba la democracia estadounidense y los mecanismos multilaterales internacionales en los que, sobre todo, se teatralizaba la aspiración a un futuro orden global democrático.

Nombrar para dominar

En los primeros días de vuelta al Despacho Oval, Trump ordenó a la prensa estadounidense que llamase Golfo de América al Golfo de México. Associated Press, la agencia de noticias más importante del mundo, siguió usando el nombre oficial, por lo que fue expulsada de las ruedas de prensa de la Casa Blanca. Cuando Trump se postuló como ganador irrebatible del premio Nobel de la Paz, llamó «acuerdo de paz» a lo que no era más una tregua dirigida a consolidar la ocupación de los territorios palestinos y a garantizar la impunidad de Israel por sus crímenes, incluido el genocidio. Y durante las primeras horas del anuncio, numerosos medios reprodujeron acríticamente ese concepto de «acuerdo de paz», convirtiéndose en correa de transmisión de su propaganda y legitimándolo ante la opinión pública internacional, pese a que violaba cualquier derecho de los palestinos. Sin embargo, ante la persistencia de los bombardeos israelíes sobre la Franja, muchos se vieron obligados a rectificar y emplear términos como «el plan de Trump». Pero ya había quedado en evidencia su capacidad para imponer marcos de interpretación sin apenas encontrar resistencia entre medios de comunicación y periodistas, quienes tenemos el deber de fiscalizar el lenguaje del poder para descifrar y transmitir su verdadero significado.

Fue, además, durante la presentación de este acuerdo ante la Knéset israelí donde hizo gala de su determinación para hacer de la injerencia explícita un rasgo de su política. Lo hizo al insistirle al presidente israelí, Isaac Herzog, que indultase a Benjamín Netanyahu: «Concédale el indulto. Vamos (…) nos guste o no, es uno de los mejores presidentes en tiempos de guerra. Y unos cuantos cigarros y champán, ¿a quién le importan?». Se refería a los juicios por corrupción que tiene pendientes; para evitarlos, según infinidad de expertos, Netanyahu ha impulsado un genocidio en Gaza que le permite suspenderlos mediante el estado de excepción.

Celebración del genocidio

Y, como culmen de la pedagogía de la crueldad que define todas sus políticas, convirtió su intervención parlamentaria en la celebración del genocidio: «Bibi me llamaba muy a menudo. ¿Puedes conseguirme esta arma? ¿Esta otra? ¿Y esta otra? De algunas de ellas nunca había oído hablar. Bibi y yo las fabricamos. Pero las conseguimos, ¿no? Y son las mejores. Son las mejores. Pero tú las has usado bien. También se necesitan personas que sepan usarlas, y tú claramente las has usado muy bien».

El mundo según Trump
Ciudad de Gaza vista desde un puesto militar israelí en el barrio de Shujaiya. NIR ELIAS / REUTERS

También aprovechó para ahondar en su particular doctrina del shock, basada en el desprecio por la moralidad y en la destrucción, como persiguen todos los líderes fundamentalistas, del consenso sobre los valores éticos mínimos que deben regir nuestras sociedades. Para ello, alabó a los firmantes de los Acuerdos de Abraham, a los que ensalzó por ser «hombres muy ricos», los dos elementos que, según la cosmovisión trumpista, deben regir el mundo: los hombres y el dinero. De hecho, apenas unas horas después, en la cumbre que celebró en Egipto con el mismo motivo, entre los mandatarios asistentes sólo había una mujer, Georgia Meloni, a la que enalteció señalando que era «guapa», justo después de decir que referirse a una mujer con este concepto «acabaría con la carrera de cualquier político», pero que él se iba a «atrever». Es decir, apología del machismo disfrazada de la valentía con la que se abanderan los ultras para defender la libertad de expresión que, precisamente, ellos mismos restringen en cuanto llegan al poder.

Apenas un mes después, tras la incontestable victoria de Zohran Mamdani en las elecciones para la alcaldía de Nueva York, varios medios internacionales publicaron que los republicanos habían comenzado a reformar los distritos electorales para garantizarse la victoria en las elecciones legislativas de 2026. Además, alertaban de que es más que posible que el Tribunal Supremo, con mayoría absoluta conservadora, falle en junio a favor de una reforma de la Ley del Derecho al Voto que dejaría fuera a las minorías.

Nos encontramos, pues, ante un escenario en el que incluso los analistas más conservadores y prudentes no descartan que Trump consiga sumir a Estados Unidos en una autocracia. Y lo está haciendo sin ocultar sus aspiraciones, todo lo contrario: verbaliza sus planes para normalizarlos ante la opinión pública, se reivindica como un líder al que le gustaría gozar de un poder absolutista mundial para implantar un régimen dominado por hombres blancos y ricos, de ideología neofascista, ultramachista y con el objetivo declarado de acabar con el sistema democrático, pluralista y multilateral tanto a nivel interno como internacional. Ivo Daalder, exembajador estadounidense ante la OTAN, lo resume así: «Con Trump en el cargo, el orden basado en reglas ya no existe».


El Ministerio de la Guerra

Como a cualquier buen cryptobro, a Trump no le gustaba el nombre de Departamento de Defensa. Le parecía que sonaba «demasiado a la defensiva», que los que lo nombraron así después de 1945 se habían dejado arrastrar por «lo woke». Por eso ordenó que volviese a su denominación original, Departamento de la Guerra, porque «a todo el mundo le gusta la increíble historia victoriosa» de cuando se llamaba así. Pero no se trata, o al menos no solo, de una manifestación testosterónica del presidente estadounidense, sino de un nuevo capítulo en su estrategia para legitimar lo reprobable, normalizar el oprobio nombrándolo para reivindicarlo. Incluso, o especialmente, cuando se trata de la peor actuación de la que es capaz el ser humano: la guerra. Durante el anuncio en el Despacho Oval del cambio de nomenclatura, el nuevo secretario de Defensa, Pete Segeth, resumió así su directriz: «Máxima letalidad, no una tibia legalidad».

Según medios especializados como The Diplomat, asistimos a un aumento de las posibilidades de una guerra nuclear después de que Trump anunciase la reanudación de los ensayos con armamento nuclear y de que Putin se jactase de contar con un dron submarino nuclear con capacidad para destruir ciudades enteras. Hablando de nombres: Trump ha puesto el suyo a un nuevo caza con capacidad nuclear, el F-47, llamado así en honor al 47º presidente: él.

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Israel estudia aprobar la pena de muerte para “terroristas” palestinos

4 Noviembre 2025 at 11:58

La última persona ejecutada por Israel fue el jerarca nazi Adolf Eichmann en 1962, pero el gobierno de Benjamín Netanyahu quiere ampliar los supuestos y volver a aplicar la pena de muerte con más asiduidad. Una comisión parlamentaria aprobó ayer un proyecto de ley para ejecutar a los «terroristas». El texto, impulsado por el ministro de Seguridad Nacional, el ultraderechista Itamar Ben Gvir, aún debe ser sometido a lectura por la Knéset.

Poder Judío, el partido de Ben Gvir, es famoso por sus reivindicaciones radicales. Entre ellas se encuentra la anexión de Cisjordania y la defensa a ultranza de los extremistas judíos, aun cuando estos hayan cometido delitos de sangre (de hecho, acostumbra a exaltar a figuras como Baruch Goldstein, autor de una masacre en Hebrón en 1994). Ampara, además, a las milicias de autodefensa judías violentas en los territorios ocupados. Esta protección a los elementos más radicales del sionismo contrasta con la pena de muerte que quiere aplicar a los llamados «terroristas» palestinos. Las autoridades israelíes utilizan la palabra «terrorista» para referirse a cualquier palestino que ataca a sus soldados o a los colonos que residen ilegalmente en Cisjordania, además de a aquellos que perpetran auténticos atentados en territorio israelí. Ben Gvir afirma que la aprobación preliminar de su texto supone «otro paso hacia la justicia histórica».

«El proyecto establece que un terrorista que asesinó a un ciudadano israelí por un motivo de racismo u hostilidad hacia el público, con la intención de dañar al Estado de Israel y la resurrección del pueblo judío en esta tierra, sea sentenciado a muerte y sólo a esta pena», dice el comunicado de Poder Judío.

Así, por ejemplo, un palestino que defienda su casa en Cisjordania de los ataques de soldados o colonos israelíes podría ser detenido en su propio país (el Estado de Palestina) por una potencia extranjera (Israel) y además ésta le podría aplicar la pena de muerte.

El coordinador israelí para rehenes y personas desaparecidas, Gal Hirsch, ha declarado que está de acuerdo con el proyecto y que el propio Netanyahu también lo apoya. Además, Ben Gvir ha amenazado con abandonar la coalición de gobierno (lo que equivale prácticamente a dejar caer a Netanyahu) si el proyecto no sale adelante.

El texto excluye, de entrada, cualquier posibilidad de enmendar un error al aplicar la sentencia: un tribunal militar podría también imponer por mayoría simple, y no por unanimidad, la pena capital, que además no podrá ser conmutada.

El diario progresista Hareetz afirma en su editorial que el «proyecto de ley deshonra a la Knéset y al Estado de Israel». La cabecera expone varias razones por las cuales volver a aplicar la pena de muerte «es un error» y destaca entre ellas que la pena capital «ha sido abolida en casi todas las democracias occidentales (con la notable excepción de ciertos estados de Estados Unidos)». Recuerda que diversos estudios han demostrado que no contribuye «en absoluto a la disuasión, y mucho menos contra terroristas cuyas acciones ya implican un riesgo significativo para sus vidas». Y añade: «El daño causado a una sociedad que ejecuta a criminales, por muy terribles que sean sus delitos, es incalculable».

Según el diario israelí Yedioth Ahronoth, el pleno de la Knéset votará el proyecto de ley a lo largo de esta semana.

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Genocidios (de lo terrible a lo banal)

23 Octubre 2025 at 10:23

20 de octubre

En la entrega anterior de lo que publico de este diario en La Marea, decía que me parecía obvio que Israel continuaría sus acciones militares tras el llamado alto el fuego. ¿Por qué no iba a hacerlo si ha transgredido todos los límites de respeto a los derechos de los civiles, no solo en Gaza? ¿Por qué va a renunciar a sus objetivos si cuenta con el apoyo de Estados Unidos y con la actitud cuando menos tibia de otras potencias, y también en parte de los países árabes? Pues bien, Israel sigue asesinando en Gaza. La gran operación de lavado de cara orquestada por Trump tiene beneficios obvios a corto plazo –¿cómo no nos vamos a alegrar de que se haya reducido la intensidad de los bombardeos o de que más personas accedan a servicios médicos y a alimentos?–, pero no creo que cambie nada en los objetivos geopolíticos que están dispuestos a obtener a cualquier precio… a cualquier precio que paga sobre todo la población civil de los vecinos de Israel.


Estoy leyendo Genocidios, editado por Júlia Nueno Guitart (Galaxia Gutenberg, traducción de Teresa Bailach). Es el sexto libro de la colección que dirige Jorge Carrión en esta editorial. Y me llama enseguida la atención por el capítulo que dedica a Namibia, país que me interesa desde que estuve allí y por eso he seguido leyendo sobre lo que fue un laboratorio de pruebas de las políticas de exterminio alemanas, que culminarían en el Holocausto. En Namibia, obviamente, no se utilizó el gas, pero se forzó a los nativos a adentrarse sin alimentos ni agua en el desierto, convertido en enorme campo de concentración; y, por las dudas, envenenaban los pozos para acabar –tras sufrir dolorosas intoxicaciones– con quienes se atrevieran a acercarse a ellos.

Ya en el prólogo escrito por Júlia Nueno al libro se nos explica cómo los ataques a hospitales en Gaza seguían un patrón determinado que excluía cualquier posibilidad de considerar su destrucción como daño colateral: la secuencia repetida en cada uno de ellos era la misma. A través de la arquitectura forense pueden no solo examinarse las estrategias de destrucción sistemática de una población, también sus consecuencias a largo plazo.

Aunque hayamos sido testigos lejanos de los horrores cometidos por el ser humano en todas partes del mundo, a menudo por puros intereses económicos, hay algo en mí que se resiste a creerlo: me cuesta imaginar a ese grupo de personas que acuerda acabar con todos los enfermos, niños y adultos de un hospital; o a todos los judíos; o a todos los herero. Quiero decir que me cuesta imaginar en detalle cómo será tocar a esas personas, hablar con ellas y descubrir que están hechas como yo, que, si no supiese quiénes son, podría tomarme una cerveza con ellas, ver juntos un partido de fútbol, comentar lo caros que se han puesto los tomates.

Lo malo es que ese tipo de personas y sus cómplices son quienes están dominando el discurso público y transformando los valores ideales de nuestras sociedades. Son quienes empiezan a contraponer la libertad a la democracia o a justificar las ejecuciones sin juicio de sospechosos de un delito. Son quienes han decidido que la compasión y la solidaridad son para perdedores.


21 de octubre

Pasando de lo terrible a lo banal –como sucede siempre en los diarios íntimos y en los periódicos–, ha ganado el Planeta Nosequién, que ha escrito Nosequé. La cuestión no es si es una persona conocida o no –que yo no lo conociera no tiene ningún valor indicativo–. La cuestión es que suele tratarse de personas absolutamente irrelevantes desde un punto de vista literario.

¿Por qué sigue yendo la prensa cultural al acto de entrega? ¿Porque les pagan el viaje y la cena? Deberían dejar la prebenda a la sección de «Gente y estilo de vida» o equivalente.


Cuando Feijóo afirma en un congreso ante representantes de la Banca March y de Barceló, entre otras empresas, que en España debe merecer la pena trabajar, ¿está animándoles a pagar mejor a sus empleados?


Hoy, para las tres de la tarde ya he recibido nueve correos de editoriales anunciándome la publicación de un libro –siempre imprescindible–, en algún caso proponiéndome enviármelo. Si yo, que hace tiempo que no escribo reseñas y que como influencer dejo mucho que desear, por lo que mi único atractivo es que coordino El Periscopio, recibo tantas propuestas, ¿cuántas recibirán al día los críticos literarios y los directores de secciones culturales?

Podría pensarse que es lógico, pero también debería pensarse que casi nadie hace caso a esos correos masivos, cuya mayoría se quedan sin abrir. Otra cosa es que alguien desde el departamento de comunicación de una editorial tenga idea de qué tipo de libros pueden interesarme y me pregunta si me apetece que me lo envíen. Pero no es infrecuente que me anuncien en tono elogioso libros de autoayuda o para que mejore el rendimiento de mis inversiones. O novelotas de amor y pasión que no tocaría ni con un palo.


Una de las pocas cosas que simplifican el aprendizaje del euskera es que no tiene géneros. Ni los artículos, ni los demostrativos, ni los nombres comunes –perro es siempre txakur, da igual si es hembra o macho–. Supongo que eso evita muchas discusiones idiotas sobre el uso de los plurales genéricos. La única excepción que he encontrado por ahora está en los nombres que marcan parentesco: aunque no puedo saber si el amigo o el vecino que viene a mi casa en los ejercicios de gramática es hombre o mujer, sí sé si viene mi abuela o mi abuelo, mi padre o mi madre, o, más interesante, si el hermano del que se habla lo es de una chica o de un chico, distinción a la que aún no he encontrado utilidad, pero seguro que tiene una justificación… que ya descubriré.

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Hope Palestina, una plataforma para acompañar emocionalmente a supervivientes del genocidio

22 Octubre 2025 at 11:06

«Como profesional del duelo nunca me he encontrado con un contexto como el de Gaza. Son maestros de la resiliencia». Quien habla es Amaya Ferrer, una asturiana residente en Andorra. Esta experta en duelo y tanatología, la disciplina que aborda lo relacionado con la muerte en el ser humano, decidió actuar tras soportar lo insoportable viendo lo que ocurría en Palestina. «Me preguntaba cómo estaban las mentes de esas personas con tantas pérdidas y traumas acumulados», indica por teléfono. Una vez contactó por videollamada con una familia gazatí que pedía ayuda por redes sociales y, en su tiempo libre, la ayudó en su proceso de pérdida. Y a esa familia le siguieron otras.

Así nació Hope Palestina, una iniciativa lanzada por profesionales de la salud mental que funciona a través de «un sistema de apadrinamiento». Este acompañamiento en la distancia, «un soporte psicoemocional más allá de lo económico», surge porque «cada vez más voluntarios quieren establecer relación más allá de una donación», indica la fundadora de Hope Palestina. El colectivo también manda dinero directamente a familias en Gaza «sin pasar por una ONG o intermediario» tras verificar, con su ubicación en tiempo real y videollamadas, que son realmente habitantes del territorio sometido a la campaña devastadora de Israel.

Tras orientarles y ofrecerles un protocolo de apadrinamiento para informarles del contexto y diferencias idiomáticas y culturales, los voluntarios se ponen en contacto con habitantes de Gaza utilizando traductores automáticos. «Damos la oportunidad de que reconduzcas tus emociones como ayuda efectiva. Es una manera de pasar a la acción», destaca Ferrer, que deja en un segundo plano cómo se siente ella al escuchar las historias personales de pérdidas y oír bombas y disparos en sus videollamadas diarias: «A mí me cuidan ellos. Creas un vínculo con personas con una enorme resiliencia y sus historias. Es increíble la solidaridad y gratitud que te muestran».

En apenas cuatro meses, Hope Palestina reúne ya a 80 voluntarios. El equipo se ubica principalmente en España y Andorra, donde se están constituyendo actualmente como una asociación, pero también en América y otros países de Europa. Estas personas tratan de disminuir el dolor en Gaza. «Es inimaginable para cualquier mente lo que están sufriendo. Los palestinos llevan ocho décadas de ocupación y forma parte de su idiosincrasia esa resiliencia y crecimiento postraumático, pero hay un agotamiento extremo y están desbordados emocionalmente”, remacha. «Los niños de dos años han vivido siempre en trauma. No conocen otra realidad», señala la experta en duelo.

Hasta el momento, ofrecen acompañamiento emocional a 27 familias. A falta de más voluntarios, hay una lista de residentes en Gaza que esperan unirse al programa. «Necesitan enseñarnos lo que viven porque no entienden que esté ocurriendo y el mundo no lo frene. Piensan que no lo sabemos porque no hay prensa internacional. Necesitan mostrar lo que pasa sin filtro. Hemos visto cosas muy muy duras», destaca Amaya.

Preguntada por el impacto que tiene en la población de Gaza las muestras de solidaridad internacional, como la reciente huelga general en España, Ferrer señala que les alegra y les da esperanza, pero no les cambia la situación. «Se preguntan sobre todo por qué les hacen esto y los odian tanto. Me dicen ‘mi bebé no es terrorista’. Sienten alivio por el alto el fuego, pero mucha incertidumbre». Las personas en Gaza con las que ha hablado la experta en duelo le cuentan, según explica, que quieren salir de la franja. «Ciudad de Gaza es un cementerio de ruinas. Es imposible recuperar la vida que tenían antes», remacha.

Para la creadora de esta propuesta de solidaridad humanitaria, Gaza es un espejo: «Si cuando miro a Gaza veo seres humanos sufriendo lo inimaginable, conecto con mi humanidad. Si veo terroristas, conecto con mis prejuicios. Gaza es la prueba del algodón de la humanidad». Una humanidad que no puede dejar de mirar a la franja pese al alto el fuego que entró en vigor el 10 de octubre. Desde entonces, y en solo diez días, Israel lo ha violado 80 veces, matando a 97 personas e hiriendo a otras 230, según la Oficina de Comunicación de Gaza, recoge Al Jazeera. «La ayuda humanitaria que está entrando es la mitad de la acordada –concluye la voluntaria– y no es gratuita porque acaba en el mercado humanitario. No hay paz».

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Israel mató el domingo a 45 palestinos e hirió a 158, según el recuento del Ministerio de Sanidad

20 Octubre 2025 at 15:43

Israel mató el domingo a 45 palestinos e hirió a otros 158 en bombardeos que lanzó de norte a sur de la Franja de Gaza tras acusar a Hamás de haber violado el alto el fuego, según informó el Ministerio de Sanidad del enclave este lunes en su boletín diario, que recoge las víctimas del día anterior.

En su nota, Sanidad también informa de que durante la jornada de ayer los equipos de defensa recuperaron a 12 cuerpos de entre las toneladas de escombros que ha causado la ofensiva israelí en la franja.

Así, en total la cifra de personas asesinadas desde el 7 de octubre de 2023 sube a 68.216 y la de heridos a 170.361, la mayoría con lesiones de por vida y amputaciones.

Israel sostiene que durante la mañana del domingo milicianos de Hamás lanzaron un misil antitanque y varios disparos contra soldados apostados en la ciudad sureña de Rafah, que resultaron en la muerte de dos soldados israelíes.

El grupo palestino, por su parte, desmintió haber participado en una operación lanzada contra soldados israelíes, además de asegurar que no tiene contacto con ningún miliciano en esa zona, que controla totalmente Israel.

Asimismo, acusó a Israel de haber violado hasta en 80 ocasiones el alto el fuego, que entró en vigor el pasado 10 de octubre.

Desde entonces, según Sanidad los ataques israelíes han matado a 80 personas y han dejado a más de 300 personas heridas; también informó de que se han recuperado 436 cadáveres de entre los escombros.

La Oficina de medios del Gobierno de Hamás, sin embargo, esta mañana en un comunicado elevó la cifra total de muertos desde la entrada en vigor del alto el fuego a 97 y la de heridos a 230.

Más asesinatos y más ocupación

Además de los bombardeos sobre Gaza, Israel sigue con su política de apropiación ilegal del territorio palestino. Según un informe de la Comisión de Colonización y Resistencia al Muro, con sede en Ramala, el Estado hebreo se ha apoderado de más de 70.000 metros cuadrados de terreno en la gobernación de Nablus, en Cisjordania.

La excusa para el robo de esta tierra, ocupada ilegalmente según el derecho internacional, es de orden militar: Israel arguye que se trata de establecer una «zona de amortiguación» ante posibles ataques.

En la usurpación usaron una artimaña legal: daban un plazo de una semana para plantear objeciones, pero no hicieron público su plan hasta que el plazo ya estaba vencido.

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¿Quiénes son los palestinos liberados por Israel tras el acuerdo de alto el fuego?

18 Octubre 2025 at 00:01

La firma del plan Trump en Egipto ha permitido el intercambio de rehenes israelíes en Gaza por palestinos prisioneros en Israel. Durante los dos últimos años, los transcurridos tras los atentados de Hamás, que se saldaron con 766 civiles israelíes asesinados, 251 personas secuestradas, más de 3.000 heridas, y 373 soldados y policías muertos, el foco mediático se ha centrado en los rehenes israelíes.

Los atentados del 7 de octubre de 2023 también provocaron una realidad en la que apenas se ha reparado, la de los miles de palestinos que fueron encarcelados por el gobierno de Benjamin Netanyahu (y muchos de ellos continúan en esa situación) sin juicio ni cargos en su contra, bajo la figura conocida como «detención administrativa».

Por esa vulneración de derechos fundamentales, diversas organizaciones de derechos humanos han equiparado su situación a la de rehenes, al estar privados de libertad sin juicio. Además, recuerdan que el Estado de Israel retiene al menos 730 cadáveres palestinos, algunos desde hace decenios, «para utilizarlos como moneda de cambio en negociaciones», según Amnistía Internacional, que cita datos del Centro de Derechos Humanos y Asistencia Jurídica de Jerusalén (JLAC).

A continuación, analizamos cuántos y quiénes son los palestinos encarcelados que ahora quedan en libertad.

¿Cuántos son?

Por un lado, los 1.718 palestinos que fueron arrestados por Israel tras los atentados terroristas de Hamás del 7 de octubre de 2023. El intercambio pactado también incluía a 250 prisioneros, muchos de los cuales entraron en prisión durante la Segunda Intifada (de 2000 a 2004); la mayoría de ellos fueron condenados a cadena perpetua. El total de liberados en los últimos días asciende a 1.968 personas. Desde octubre de 2023, y tras dos acuerdos previos, el número de palestinos y palestinas liberados es 3.985.

¿Podrán volver a Palestina?

154 de los 250 condenados han sido deportados a Egipto. De los 96 restantes, ocho volvieron a Gaza y el resto a Cisjordania y Jerusalén, de donde son oriundos.

¿Cuánto tiempo llevaban encarcelados?

Samir Ibrahim Mahmoud Abu Nimah es el preso más longevo. Este militante de Fatah llevaba preso desde octubre de 1986, casi 40 años. 18 de los 250 presos entraron en las cárceles israelíes en el siglo pasado.

¿Qué edad tienen?

De los 1.718 detenidos sin juicio en Gaza desde el ataque terrorista de Hamás, el más joven tiene 16 años y cinco aún son menores de edad a la hora de salir de prisión. 387 nacieron en este siglo. La persona más mayor tiene 76 años y doce de los liberados tienen 65 años o más. Solo dos son mujeres.

¿A qué organizaciones pertenecían?

De los 250 condenados, la mayoría (157) son militantes de Fatah, la organización fundada por Yasser Arafat y que gobierna la Autoridad Palestina. Sesenta y cinco son de Hamás (acrónimo árabe de Movimiento de Resistencia Islámica) cuya rama política gobierna Gaza. Otros 16 son de la Yihad Islámica, de corte islamista. Del resto, 11 son del Frente Popular para la Liberación de Palestina y uno del Frente Democrático por la Liberación de Palestina, ambas organizaciones laicas marxistas-leninistas.

¿En qué estado han salido?

«Muchos prisioneros, en particular los de la Franja de Gaza, presentaban claros signos de tortura física y psicológica, y se documentaron casos de abuso hasta los momentos previos a su liberación», según un comunicado de la Comisión de Asuntos de los Prisioneros y el Club de Prisioneros Palestinos. Los prisioneros, según esta organización palestina, se han enfrentado en las cárceles a una serie de delitos «que constituyen crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad, como la tortura física y psicológica, la inanición sistemática, la negación de tratamiento y de atención médica. La imposición de estas condiciones han propiciado la propagación de enfermedades y epidemias, aislamiento y políticas de privación».

La asociación Addameer de Apoyo a los Presos y Derechos Humanos con sede en Ramala (capital administrativa del Estado de Palestina, situada en Cisjordania) ha indicado que los presos liberados «parecían agotados y frágiles, lo que confirma que durante los cuatro días previos a su liberación fueron sometidos a diversas formas de abuso y maltrato, incluyendo palizas severas, humillaciones, encadenamientos prolongados y amenazas para que no hablaran con ningún medio de comunicación sobre las condiciones de su encarcelamiento».

«El prolongado sufrimiento dentro de las prisiones de la ocupación –prosigue la asociación– era evidente en sus rostros y cuerpos. Muchos habían perdido decenas de kilos y estaban visiblemente débiles y fatigados».

¿Quiénes siguen presos en Israel?

Entre los no liberados se encuentra Hussam Abu Safiya, pediatra y director del hospital Kamal Adwan de Gaza, que fue arrestado sin cargos en diciembre de 2024 por el Ejército israelí, y el médico Marwan al-Hams, capturado este pasado mes de julio. No han salido pese a estar en la lista de personas que presentó Hamás a Israel como parte del alto el fuego tras el genocidio en la Franja.

Safiya y Al-Hams son dos de los al menos 19 médicos que continúan en cárceles israelíes sin que se hayan presentados cargos contra ellos, según declaró a Democracy Now! Naji Abbas, el director del Departamento de Prisioneros de Médicos por los Derechos Humanos Israel. A estos sanitarios hay que añadir a docenas de enfermeros, enfermeras y paramédicos que se encuentran en la misma situación.

Marwan Barghouti, de 66 años, también estaba en las listas de propuestas para ser liberado en los tres acuerdos de intercambio de prisioneros y rehenes desde octubre de 2023; no lo consiguió en ninguna de las ocasiones. Conocido como Abu Qassam, es miembro del partido Fatah y líder de Tanzim, su brazo armado. Está encarcelado en Israel desde 2002 y suma varias condenas perpetuas por cinco asesinatos y un intento de asesinato. Su liberación es una línea roja para Israel ya que se trata de un líder carismático que podría reunificar la resistencia palestina.

El secretario general del Frente Popular para la Liberación de Palestina, Ahmad Saadat, también está entre rejas desde 2002. Israel tampoco ha accedido a su liberación. Cumple una condena de prisión de 30 años por el asesinato de un ministro israelí en 2001.

Actualmente, hay más de 9.100 personas palestinas en las cárceles israelíes. Entre ellas hay 52 mujeres, 400 menores y más de 3.544 «detenidos administrativos», además de 115 presos que cumplen cadena perpetua. Nueve de estos últimos están encarcelados desde antes de la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993, indica Addameer.

¿Cuántos cadáveres palestinos ha entregado Israel?

90 cuerpos palestinos se han recuperado como parte del acuerdo amparado por Estados Unidos. “Unas grabaciones filmadas por un periodista freelance que trabajaba para la BBC en la morgue de Nasser parecían mostrar el cuerpo de un hombre con los ojos vendados. Otro cuerpo parecía tener marcas en las muñecas y los tobillos”, explica el medio británico. Fuentes médicas en Gaza citadas por Al Jazeera han declarado que a varios de estos cadáveres le faltaban miembros y algunos estaban maniatados y vendados, lo que indicaría violencia y posibles ejecuciones.

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Israel incumple el alto el fuego que firmó hace 48 horas

15 Octubre 2025 at 13:00

A pesar del «acuerdo de paz» firmado hace apenas 48 horas en Egipto, el Ejército de Israel ha seguido disparando contra la población palestina. Ocurrió ayer y también a primera hora de hoy, miércoles, en diferentes puntos del norte de la Franja y en la ciudad sureña de Rafah, según informa EFE.

Durante más de 30 minutos tanques y drones israelíes estuvieron abriendo fuego hoy contra los puntos designados por Israel como «zona militarizada» del barrio de Shujaiya, en la Ciudad de Gaza. EFE atestiguó asimismo ataques de la armada naval israelí contra pescadores al oeste del campamento de Al Shati, también en la Ciudad de Gaza, y contra la ciudad sureña de Rafah, cuyos disparos alcanzaron algunas de las tiendas de campaña de familias desplazadas en la zona de Mawasi, punto designado por Israel como «humanitario».

Este es el segundo día en el que se reportan ataques israelíes contra el enclave palestino, después de que ayer Israel matara al menos a seis personas también en el barrio de Shujaiya, en un incidente en el que el Ejército hebreo afirmó que se trataba de gazatíes que habían traspasado la «línea amarilla» del acuerdo de alto el fuego. Según el Ministerio de Sanidad gazatí, se trataba de personas que estaban intentando llegar a sus casas para verificar su estado, tras ser desplazadas de allí por los ataques israelíes para tomar la Ciudad de Gaza.

Además, Israel sigue limitando la llegada de ayuda humanitaria a la zona, contradiciendo lo firmado en el acuerdo patrocinado por Donald Trump: Israel dice que sólo permitirá la entrada de 300 camiones al día, la mitad de lo pactado inicialmente. La razón que esgrimen desde Tel Aviv para que continúen los ataques y se limite la entrada de comida, medicinas y combustible es que Hamás no ha entregado aún los 20 cadáveres de los rehenes israelíes que permanecen en la Franja. El grupo islamista ha iniciado efectivamente esta entrega (ya han sido transferidos ocho cuerpos a la Cruz Roja), pero todavía quedan varios cadáveres bajo los escombros y no es probable que los puedan encontrar en un corto espacio de tiempo.

De hecho, en el acuerdo de alto el fuego no se incluyó un plazo para la devolución de los cuerpos por la dificultad de hallarlos en una zona devastada (se calcula que los bombardeos israelíes han producido 55 millones de toneladas de escombros en Gaza). Además, Hamás no puede moverse libremente por la Franja para hallar los cadáveres, ya que el Ejército israelí mantiene el control sobre más de la mitad del territorio.

El alto el fuego entre Israel y Hamás entró en vigor el mediodía del pasado viernes, 10 de octubre, tras la aprobación por ambas partes del acuerdo de 20 puntos impulsado por Estados Unidos, aunque de momento solo se ha implementado su primera fase, que implica el intercambio de rehenes por presos palestinos y el cese de las hostilidades. Israel no ha respetado esta última cuestión.

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Trump se confirma como “el mejor aliado de Israel”

13 Octubre 2025 at 09:44

Con la liberación esta mañana de los 20 rehenes israelíes vivos y el inicio de la liberación de los 1.718 palestinos, se pone en marcha el plan llamado «de paz» por su principal artífice, Donald Trump. El presidente estadounidense aterrizó hoy en Israel para dar un discurso en su parlamento y dirigirse posteriormente a Sharm el Sheij, en Egipto, donde participó en la cumbre sobre Gaza. Trump presidió las reuniones junto al presidente egipcio Abdelfatah Al Sisi.

Su recepción en la Knéset se produjo entre aplausos que duraron alrededor de 20 minutos. Netanyahu lo saludó como «el mejor aliado que Israel ha tenido nunca en la Casa Blanca». El primer ministro israelí pronunció un discurso revanchista y triunfalista, justificando la matanza que desató en Gaza. A pesar del orgullo indisimulado que mostró ante los suyos, no viajó a Egipto para acudir a la cumbre. Con su ausencia elimina cualquier posibilidad (remotísima en cualquier caso) de ser detenido y trasladado a La Haya, donde tiene abierta una causa como presunto criminal de guerra.

Israel confirma la liberación de todos rehenes vivos secuestrados por Hamás
Numerosas personas reciben a los palestinos liberados de una cárcel israelí como parte del acuerdo entre Israel y Hamás, en la ciudad de Ramala, el 13 de octubre de 2025. ALAA BADARNEH/EPA/EFE

Trump, por su parte, habló ante la asamblea israelí de forma inconexa e improvisada. En su alocución dio cabida a anécdotas personales que él consideró graciosas sobre las negociaciones de Steven Witkoff con Putin, sobre su yerno (Jared Kushner) y sobre su secretario de Estado (Marco Rubio), entre muchos otros. Tras cada persona mencionada, su audiencia prorrumpía en aplausos, como si se tratara de una entrega de premios. En medio de sus erráticas divagaciones, se presentó a sí mismo (crípticamente) como la persona que ha sido capaz de conseguir la paz «en ocho guerras y en ocho meses». Y verbalizó el secreto de su éxito: «La paz a través de la fuerza. De eso se trata todo, ¿verdad, Bibi?», dijo dirigiéndose al primer ministro israelí. Dos diputados de la oposición (Ayman Odeh y Ofer Cassif) trataron de interrumpir su desatinado y larguísimo discurso (de más de una hora) en la Knéset, pero fueron desalojados rápidamente del recinto por los agentes de seguridad.

Por la tarde, en Sharm el Sheij se procedió a la firma oficial del plan elaborado por el presidente estadounidense para detener «la guerra», según sus palabras. El genocidio, como lo llama una amplia mayoría de la comunidad internacional, ha dejado más de 67.000 gazatíes asesinados a manos de Israel, 20.000 de ellos niños y niñas. Según diversos analistas, el controvertido plan de Trump, que consta de 20 puntos, es poco más que un alto el fuego y no constituye un marco duradero para la paz en Oriente Próximo. En él no hay ninguna mención a la progresiva ocupación ilegal de Cisjordania ni tampoco a la forma en la que Israel se retiraría de Gaza.

Reencuentro de los rehenes con sus familias

Según el protocolo establecido, los rehenes israelíes fueron entregados a la Cruz Roja dentro de la Franja, que los transfirió al Ejército israelí. Posteriormente, recibieron una primera evaluación médica antes de reencontrarse con sus familiares.

Más tarde serán evacuados en helicóptero hacia hospitales en las afueras de Tel Aviv: diez serán trasladados al Hospital Sheba, cinco al Beilinson y otros cinco al Ichilov.

También se espera la entrega de los cuerpos de 28 rehenes fallecidos que aún permanecen en Gaza, aunque por el momento se desconoce si esta será simultánea al regreso de los sobrevivientes o se llevará a cabo posteriormente.

Actualización: 13 de octubre de 2025 a las 20 horas.

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La flotilla Global Sumud ha sido rodeada y sus tripulantes serán trasladados a Israel

1 Octubre 2025 at 22:41
Por: EFE

Los barcos de la flotilla Global Sumud han sido rodeados por buques israelíes en el mar frente a Gaza y sus ocupantes serán trasladados a Israel para su posterior expulsión, según avanzó el ministro de Defensa italiano, Guido Crosetto.

«Todas las embarcaciones están rodeadas y deberían ser trasladadas al puerto de Ashdod, donde después cada país deberá encargarse de sus connacionales», declaró el ministro en el informativo de la televisión pública RAI.

La flotilla ha sido interceptada por barcos israelíes cuando se encontraba a unas 80 millas náuticas de Gaza. Su tripulación estaba compuesta por más de 40 barcos y más de 500 voluntarios, y zarparon desde costas de países mediterráneos como España, Túnez o Italia.

Crosetto avanzó que «lo que ocurra en la próxima hora» debe transcurrir «sin riesgo» para nadie y con la mayor calma.

La operación israelí comenzó con 20 barcos rodeando a la flotilla a unas tres millas náuticas de distancia. «Por favor, prepárense para intercepción», se ha escuchado en el barco Alma poco después del avistamiento, ante lo que sus tripulantes se han ido sentando en la popa del barco con los chalecos puestos.

Los participantes en la iniciativa humanitaria habían superado la zona de exclusión marcada por Israel en 120 millas náuticas (unos 220 kilómetros) y se encontraban en aguas internacionales cuando se produjo el asalto. Israel no tiene jurisdicción allí, como tampoco lo tiene sobre las aguas de la costa de Gaza, según el derecho internacional.

De los más de 40 barcos, la Armada de Israel ha interceptado dos barcos, el citado Alma y el Sirux, según informan a EFE fuentes de la delegación italiana.

En la misma línea, el ministro de Exteriores italiano, Antonio Tajani, ha pedido a su homólogo israelí que la operación sea sin violencia. Tajani confirmó los planes de trasladar a los cooperantes al puerto de Ashdod para su posterior expulsión por vía aérea.

El Gobierno de Giorgia Meloni había mediado para ofrecer a la flotilla entregar la ayuda humanitaria al personal del Patriarcado de Jerusalén en Chipre sin necesidad de llegar a Gaza, pero los cooperantes lo rechazaron.

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Israel intensifica su acoso a la flotilla Global Sumud

1 Octubre 2025 at 11:39
Por: La Marea

La flotilla Global Sumud se encuentra aproximadamente a 120 millas náuticas de la costa de Gaza. Ha entrado en un área considerada como «zona de ataque». El Ejército de Israel podría proceder a un ataque militar directo en cualquier momento, pasando a otra fase en su estrategia de intimidación sobre la misión humanitaria.

Desde la flotilla denuncian el continuo hostigamiento realizado por Israel, que ya ha puesto en marcha a su Armada para cortar el paso a los activistas. «Anoche, buques de guerra israelíes realizaron maniobras peligrosas e intimidatorias contra los buques de la flotilla Alma y Sirius», declaraban en su último comunicado.

Los barcos israelíes «desactivaron las comunicaciones, rodearon agresivamente embarcaciones civiles y obligaron a los capitanes a realizar maniobras evasivas para evitar una colisión. Estas acciones hostiles pusieron en grave peligro a civiles desarmados de más de 40 países», afirman desde la Global Sumud.

A pesar de estas «agresiones imprudentes», los integrantes de la misión continúan su rumbo «con determinación». Hacen hincapié en el carácter pacífico de su labor y en su derecho a navegar por «aguas internacionales» para «entregar ayuda a una población que enfrenta la hambruna y el genocidio».

Los activistas Thiago Ávila y Lisi Proença participaron desde sus respectivas embarcaciones en una rueda de prensa online en la que explicaron los últimos incidentes relacionados con el acoso de Israel a la flotilla. Ávila calificó estas maniobras como «guerra psicológica». Después de que las naves israelíes se aproximaran a la flotilla, las cámaras instaladas en los barcos y sus sistemas de comunicación dejaron de funcionar, refirió Proença.

La relatora de la ONU para Palestina, Francesca Albanese, también intervino en la rueda de prensa para subrayar el carácter «absolutamente legal» de la misión humanitaria. «Gaza es un territorio ocupado de forma ilegal y lleva 17 años sufriendo un bloqueo», explicó. «El Estado de Israel ha sitiado a 2 millones de habitantes que viven atrapados en un gueto, creado en 1948, que los separa del resto del territorio [de Palestina]. Pero desde 2007, además, ha restringido el acceso de comida, combustible, medicinas y otras formas de ayuda humanitaria. La situación ya era dramática antes».

A juicio de Albanese «comerciar con Israel ya no es aceptable». La relatora de la ONU, destacó la ola de solidaridad despertada entre los trabajadores portuarios para colaborar en la misión de detener el genocidio. «Todos los puertos deberían estar sellados» para Israel, recomendó. «Gaza es un matadero», añadió poniendo cifras a la magnitud de la «deshumanización» a la que ha sido sometida su población: «Han asesinado a 20.000 niños palestinos. Imaginen qué pasaría si asesinan a 20.000 niños israelíes. A 20.000 niños italianos. A 20.000 niños estadounidenses. A 20.000 niños franceses…».

Para la relatora de Naciones Unidas, la misión de la Global Sumud va mucho más allá del reparto de ayuda humanitaria. «Sé que eso es una gota en el océano», admite. El acto de llegar hasta Gaza, a sus ojos, será equivalente a «derribar las puertas de un campo de concentración hace 80 años». Significa, además un desafío a la comunidad internacional para que haga sus deberes: «Hay que continuar la movilización. Presiona a tus representantes políticos estés donde estés. Presiona a tu gobierno para que envíe una flota. Europa necesita enviar flotas [militares] para romper el bloqueo».

En cuanto al envío de barcos como el Furor, con el que España espera dar asistencia a los activistas, la acción es vista con escepticismo desde la flotilla Global Sumud. Uno de sus coordinadores, Saif Abukeshek, explicó cuál ha sido el procedimiento del buque italiano que los escolta cuando ha habido problemas con alguna embarcación: «El Gobierno italiano, en vez de navegar junto a la flotilla hasta alcanzar las orillas de Gaza, ha participado, de alguna manera, en el sabotaje. Dicen que si la gente quiere abandonar la flotilla, ellos estarán ‘felices de ayudar’. Pero la ayuda que necesitamos es para detener el genocidio».

La ministra española de Defensa, Margarita Robles, aclaró hoy en Barcelona cuál es la misión encomendada al patrullero marítimo Furor: el barco se quedará «un poco antes» de llegar a la zona de exclusión marcada por Israel y solo en caso de «absoluta necesidad», si hubiese «labores de salvamento», podría intervenir.

Robles, en lugar de señalar la ilegalidad que está cometiendo Israel al bloquear unas aguas territoriales que no le pertenecen, recomendó a los activistas que actúen con prudencia y «responsabilidad».

«Yo no soy quien para decirle a la flotilla [lo que tiene que hacer]. Es importante la labor que hacen, pero en este momento tienen que valorar que pueden poner en riesgo la vida de muchas personas», ha insistido la ministra.

Según Robles, los responsables de la flotilla «saben lo que tienen que hacer, saben que asumen una situación de riesgo». Al margen de eso, «ya es su responsabilidad el riesgo que asumen personalmente y el riesgo en el que pueden poner a otras personas», añadió.

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El símbolo de la Global Sumud

1 Octubre 2025 at 09:56

Quizá lo de menos sea dónde están ahora, en este preciso instante, la veintena de barcos de la Global Sumud Flotilla que zarparon el 31 de agosto desde Barcelona rumbo a Gaza. Por supuesto, será lo de menos si todos sus tripulantes y los de las embarcaciones que se les han ido uniendo en los últimos días superan los ataques que desde el primer momento intentan impedir que consigan su objetivo declarado: romper el bloqueo y llevar ayuda humanitaria a Gaza. Será lo de menos porque en el fondo siempre hemos sabido que lo importante es el mensaje que ese día lanzaron desde el mar. Los miles de personas que acudieron a despedirles al Moll de la Fusta, de edades e idiomas muy distintos, parecían tenerlo tan claro que dejaron de hablar.

He rebuscado en mi móvil, en las decenas de vídeos y fotos que tomé ese domingo, para fijarme en los rostros de quienes esperaban a un lado y a otro del muelle mientras cargaban los barcos. Apenas nadie conversa con las personas a su alrededor. Lo hacen con quienes tienen enfrente. Con los ojos, como si se mirasen en un espejo. Se les oye cantar y proclamar lemas durante dos horas largas. Y aplaudir. De vez en cuando, algún «gracias» emocionado.

Las flotillas cuentan ya con más de una década practicando la solidaridad y el internacionalismo, dos principios bien instalados en la memoria de Barcelona. También en la de los cinco activistas que el jueves anterior cortaron el paso de la Vuelta Ciclista a España cerca de Figueres. Lo que vino después, hasta la etapa final en Madrid, fue el principio de una movilización que ha supuesto un punto de inflexión más allá de la cancelación de eventos internacionales.

Quince días más tarde, la ONU pronunció la palabra que cada vez menos se atreven a negar y que tan clara estaba en el puerto de Barcelona: «Genocidio».

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Trump y Netanyahu presentan un plan de paz sin contar con los palestinos

30 Septiembre 2025 at 11:32
Por: La Marea

Donald Trump y Benjamín Netanyahu presentaron ayer un «plan de paz» para Gaza en el que no están de acuerdo ni siquiera ellos mismos. Aunque ambos escenificaron que sí. El proyecto, redactado a espaldas de cualquier entidad palestina, consta de 20 puntos entre los que se contempla un Gobierno de transición sin Hamás (supervisado por una junta que presidiría el propio Trump y en la que estaría el ex primer ministro británico Tony Blair) o la futura «creación de un Estado palestino» (que en realidad ya existe y ha sido reconocido por 157 países en la ONU). Pero el primer ministro israelí ha asegurado que no contempla el reconocimiento del Estado palestino. Tampoco aceptará que Al Fatah (ni la Autoridad Palestina en su formato actual) participe gubernamentalmente en la reconstrucción de la Franja de Gaza. A pesar de todo, ambos mandatarios representaron un extraño diálogo en el que aparentaban coincidir.

«Quiero agradecer al primer ministro Netanyahu por aceptar el plan y por tener la confianza de que, si trabajamos juntos, podremos poner fin a la muerte y la destrucción que hemos presenciado durante tantos años, décadas e incluso siglos [sic], y así dar inicio a una nueva era de seguridad, paz y prosperidad para toda la región», dijo Trump a la prensa tras su encuentro con el primer ministro israelí en unas declaraciones que fueron recogidas por la agencia EFE.

El plan incluye una tregua inmediata y la liberación de todos los rehenes que aún retiene Hamás en un plazo de 72 horas. A continuación, se procedería a la liberación de alrededor de 2.000 presos palestinos por parte de Israel.

Estados Unidos propone también que la Franja tenga un gobierno de transición compuesto por tecnócratas. En este gobierno habría representantes palestinos e internacionales, y estarían bajo la tutela de la llamada «junta de paz» (con Trump y Blair a la cabeza). El presidente estadounidense se arroga la labor de ser quien establezca el plan económico para la reconstrucción (lo que induce a pensar inevitablemente en su quimera de levantar un megaresort turístico sobre las ruinas del genocidio). En esta reconstrucción, asegura Trump, ningún gazatí se verá obligado a abandonar su tierra (al contrario de lo que él mismo pretendía hace apenas unas semanas). Israel, por su parte, se compromete a no anexionarse la Franja y a retirar a sus tropas de forma paulatina.

El presidente estadounidense, a pesar de sus palabras, no tiene el visto bueno de Israel a los 20 puntos en su totalidad. Y tampoco tiene el de Hamás, pero hizo hincapié en que la pelota está en el tejado de la organización islamista y que si el plan descarrila será sólo por su culpa.

«Si Hamás rechaza el acuerdo, lo cual es posible, serán los únicos en oponerse. Todos los demás lo han aceptado», añadió Trump, que dijo que, en todo caso, tiene la sensación de que habrá «una respuesta positiva» por parte de Hamás. Y si no es así, dice, se sumará a las fuerzas israelíes para destruir a la milicia, lo que convierte la pretendida negociación en una coacción de facto. Un trágala.

«Si no es así, como bien sabes, Bibi [diminutivo con el se refirió a Netanyahu], contarás con un mayor respaldo para tomar las medidas necesarias», explicó el republicano, que apuntó que mantuvo una «larga y dura conversación» con el líder israelí. «Él entiende que ya es hora (de buscar un acuerdo de paz)», dijo Trump sobre el primer ministro hebreo.

En esta «larga conversación» hablaron de más cosas aparte de Gaza. Trump está convencido de ser una figura providencial que llevará la paz a Oriente Próximo. «El primer ministro Netanyahu y yo acabamos de concluir una reunión importante sobre muchos temas vitales, incluidos Irán, el comercio, la expansión de los Acuerdos de Abraham y, lo más importante, discutimos cómo poner fin a la guerra en Gaza [sic]. Pero esa es solo una parte de un panorama más amplio, que es la paz en Oriente Medio. Llamémosla ‘la paz eterna en Oriente Medio’», dijo Trump.

«Apoyo su plan para poner fin a la guerra en Gaza [sic], lo que logra nuestros objetivos bélicos», dijo por su parte Netanyahu. El plan, tal y como lo ve el mandatario hebreo, «devolverá a Israel a todos nuestros rehenes, desmantelará la capacidad militar de Hamás y su dominio político, y garantizará que Gaza nunca más represente una amenaza para Israel». Tampoco profundizó más en el resto de puntos. Donde puso más énfasis es en la imposición sobre Hamás: «Si Hamás rechaza su plan, señor presidente, o si supuestamente lo acepta y luego básicamente hace todo lo posible para contrarrestarlo, entonces Israel terminará el trabajo por sí mismo».

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se ha apresurado hoy a felicitar a Donald Trump por su plan. En una publicación en la red social X dijo que anima a «todas las partes a aprovechar esta oportunidad» y aseguró que «las hostilidades deben terminar con la provisión de ayuda humanitaria inmediata a la población de Gaza y con la rápida liberación de todos los rehenes».

Una «farsa» colonialista

Varios analistas, sin embargo, no son tan entusiastas como la presidenta de la Comisión Europea (ni como muchos otros líderes que han saludado el plan con ilusión). El hecho de presentar un acuerdo cerrado sin contar con la voz ni la opinión de los palestinos es considerado como un acto de colonialismo. Hasta el mismo hecho de incluir a Tony Blair en la llamada «junta de paz» podría considerarse un patinazo de carácter histórico. «Ya hemos estado bajo el colonialismo británico antes», declaraba a The Washington Post Mustafa Barghouti, secretario general del partido Iniciativa Nacional Palestina. «Aquí tiene mala reputación. Si nombras a Tony Blair, lo primero que menciona la gente es la guerra de Irak», añadió.

La agencia AFP se puso en contacto con un habitante de Gaza para saber qué se decía allí de este plan que ha recolectado tantos aplausos por todo el mundo. «Está claro que este plan es poco realista», les aseguraba Ibrahim Joudeh, programador informático de 39 años, desde su refugio en Al Mawasi, en el sur de Gaza. «Está redactado con condiciones que Estados Unidos e Israel saben que Hamás nunca aceptará. Para nosotros, eso significa que la guerra y el sufrimiento continuarán».

Otro gazatí, Abu Mazen Nassar, presentía que el plan tuviera como objetivo engañar a las facciones armadas palestinas. «Todo esto es manipulación. ¿Qué significa entregar a todos los prisioneros sin garantías oficiales de que se pondrá fin a la guerra?», declaró. «Como pueblo, no aceptaremos esta farsa», aseguró.

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La flotilla Globad Sumud se detiene en alta mar tras la avería de uno de sus barcos

29 Septiembre 2025 at 14:25
Por: La Marea

La Flotilla Global Sumud se paró hoy temporalmente en alta mar por la avería de una de sus embarcaciones. El barco en cuestión, el Johnny M, sufrió una fuga en la sala de máquinas y la situación no pudo resolverse en el mar. «Todos los participantes han sido transferidos de forma segura a otra embarcación. Algunos serán reasignados a otros barcos y otros serán llevados a tierra», informan los activistas desde su canal en Telegram. «Esto no causará retrasos significativos en la misión, cuya llegada está prevista para dentro de tan sólo cuatro días», añaden en su comunicado.

La flotilla reanudó su marcha el pasado sábado, desde el puerto de la isla de Creta (Grecia), escoltado por un buque de la marina italiana. El Furor, el barco español destinado a hacer las mismas tareas de asistencia, se espera que llegue a la altura de la flotilla el próximo miércoles. Varios participantes en la misión han criticado la poca velocidad que lleva el patrullero español: mañana mismo, la Flotilla podría entrar en aguas que considera «peligrosas».

El temor de la Flotilla no es gratuito, ya que ha vivido decenas de ataques e intentos de sabotaje desde que partió del puerto de Barcelona el pasado 30 de agosto. Además, Israel ha dejado muy claro que tiene monitorizados a todos los barcos y que no permitirá que toquen tierra en Gaza.

El portavoz del Ejército hebreo, Effie Gefrin, afirmó la semana pasada que su Armada está preparada «para defender las fronteras del Estado de Israel por mar como lo está por aire y tierra». Sus palabras chocan contra el derecho internacional ya que las aguas en las que espera desembarcar la flotilla Global Sumud no pertenecen territorialmente a Israel. De hecho, forman parte de la soberanía marítima de Palestina, reconocida tras su adhesión en 2015 a la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS).

Tras la avería del Johnny M, la flotilla dio las gracias «a la Media Luna Roja, en coordinación con el gobierno turco, por facilitar el regreso seguro de los integrantes y donar ayuda humanitaria adicional a la flota».

El barco que abría la expedición, el Family, también tuvo que ser retirado en Creta tras los ataques de varios drones.

Israel supera los 66.000 asesinados en Gaza

Al menos 50 palestinos, incluidos cinco solicitantes de ayuda humanitaria, han muerto en las últimas horas en la Franja de Gaza, según su Ministerio de Salud. Asimismo, 184 personas resultaron heridas en ese mismo lapso de tiempo.

Desde que Israel empezó su operación de represalia tras los atentados del 7 de octubre de 2023, se ha cobrado la vida de 66.055 personas, además de herir a otras 168.346, según informó el ministerio en un comunicado en Telegram.

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La UEFA se reunirá para decidir si suspende a Israel de las competiciones internacionales

25 Septiembre 2025 at 20:57
Por: EFE

La UEFA se reunirá la semana que viene con la intención de tomar una decisión respecto a la participación de Israel y sus equipos en las competiciones internacionales, con la mayoría de miembros inclinados por suspenderlos.

Según The Times, «la mayor parte de los miembros del comité ejecutivo están a favor de la suspensión de Israel», después de que ocho expertos de la ONU, entre ellos la relatora para Palestina, Francesca Albanese, pidieran este martes a la FIFA y a la UEFA que suspendan a la selección israelí de las competiciones internacionales «como respuesta al genocidio en curso en el territorio palestino ocupado».

Los que están a favor de suspender a Israel toman como ejemplo lo ocurrido con Rusia, que ha quedado fuera de las competiciones europeas desde la invasión de Ucrania en 2022.

Una posible suspensión por parte de la UEFA no estaría ligada a una decisión de la FIFA, que, sin embargo, quedaría en una posición muy difícil con vistas al Mundial de 2026, donde Israel se está jugando su clasificación, siendo terceros de su grupo por detrás de Noruega e Italia.

En cuanto a las competiciones de clubes, el Maccabi de Tel Aviv es el único club que juega en ellas esta temporada y enfrentó importantes protestas este miércoles al jugar en Grecia contra el PAOK.

En agosto, la UEFA se posicionó en contra de la matanza de civiles y de niños, con una pancarta en la Supercopa de Europa entre Paris Saint Germain y Tottenham Hotspur, pero sin mencionar a Israel.

Cuando la UEFA anunció el fallecimiento del futbolista Suleiman al-Obeid, conocido como «el Pelé palestino», Mohamed Salah les recriminó en redes sociales la falta de información sobre su muerte. «¿Podéis decirnos cómo, dónde y por qué murió?», escribió el jugador egipcio.

Al Obeid fue asesinado por las fuerzas militares israelíes mientras estaba en Gaza esperando ayuda humanitaria.

Los expertos de la ONU aclararon que el boicot «debe dirigirse al Estado de Israel y no a los jugadores individuales», ya que estos no pueden cargar con las consecuencias de las decisiones de su gobierno, por lo que no debe haber discriminación ni sanciones contra deportistas por su origen o nacionalidad.

«Las selecciones nacionales que representan a Estados que cometen violaciones masivas de los derechos humanos sí pueden y deben ser suspendidas, como ha ocurrido en el pasado», agregaron.

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¡Detener el genocidio! Este debe ser el objetivo

25 Septiembre 2025 at 20:22

¿Somos conscientes de lo que significa la expresión «situación de emergencia» en relación a lo que acontece en Palestina? (expresión que igualmente podría aplicarse a la desigualdad y al cambio climático).

Creo que no. Si realmente los gobiernos y las instituciones lo fueran y actuaran en consecuencia tendrían que enfrentar ahora, inmediatamente, el enorme drama que padece la población gazatí, el genocidio que está llevando a cabo con total impunidad el Gobierno y el Ejército de Israel con el apoyo de Estados Unidos y la complacencia de muchos gobiernos.

Sí, genocidio, ese es el término –acuñado por un jurista polaco en 1944– que hay que utilizar. Sin subterfugios, como el utilizado por el rey Felipe VI. En su discurso pronunciado en la 80ª Asamblea General de Naciones Unidas, lo ha sustituido por «masacre». No se trata de una cuestión terminológica, meramente formal o de estilo. La palabra «genocidio» implica la existencia de una estrategia deliberadamente encaminada a destruir y eliminar a un pueblo y expulsarlo de su territorio. Esta es la política de Israel en relación a población palestina.

En los últimos meses han sido numerosos –y también tardíos– los pronunciamientos institucionales criticando la política israelí, mostrándose a favor de la existencia de «dos Estados» (el de Israel y el de Palestina). Una toma de posición que ahora se produce como respuesta a la creciente movilización ciudadana, cada vez más amplia e intensa, que ha obligado, entre otras cosas, a que gobiernos que contemporizaban o directamente apoyaban a Israel pasaran a condenar su política, al menos formalmente.

Sin entrar en el debate, que lo hay, sobre la viabilidad de la solución de los dos Estados, en un contexto de continua ocupación de territorios palestinos y expulsión de su población, me parece evidente que, con independencia de la opinión que cada cual tenga al respecto, no es una solución a corto plazo.

Hay que decir alto y claro que los tiempos importan y mucho. Porque es ahora, en el momento de escribir estas líneas, cuando Israel, su Gobierno y su Ejército, están cometiendo con total impunidad asesinatos masivos (imposible hacer estimaciones verosímiles de su magnitud, posiblemente muy superior a lo reflejado por las estadísticas); cuando muchos de los asesinados, miles, son niños y niñas; cuando la hambruna y la enfermedad se han generalizado; cuando la población, obligada a desplazamientos continuos exigidos por los jefes militares de Israel, sobrevive en condiciones de hacinamiento extremas; cuando hay una escasez dramática de agua, medicamentos y otros artículos básicos esenciales para la vida; cuando prácticamente todas las infraestructuras –incluidas las sanitarias– han sido destruidas; cuando las rutas por las que llegaba la escasa ayuda humanitaria han sido bloqueadas y convertidas en objetivos militares… cuando sucede todo esto, en absoluto es suficiente con proclamar el derecho a los dos Estados.

Aunque casi se ha convertido en un lugar común afirmar que estamos asistiendo en directo a un genocidio, es imposible desde aquí aproximarnos siquiera a la inmensa devastación que está provocando el Ejército de Israel y al enorme sufrimiento que ocasiona a una población que está siendo sencillamente aniquilada. Por todo ello, hay que actuar ya, inmediatamente, no hay tiempo que perder; y las declaraciones a favor de los «dos Estados» o la condena de la «masacre» (u otras posiciones formuladas en esos términos) resultan a todas luces insuficientes o hipócritas, destinadas a salvar la cara ante una opinión pública cada vez más movilizada.

Hay que detener el genocidio, aplicando medidas contundentes y eficaces. En este sentido, no son suficientes las adoptadas por nuestro gobierno (que, hay que reconocer, llegan bastante más lejos, son más ambiciosas, que las aplicadas por la mayor parte de los gobiernos europeos), materializadas en un Real Decreto-ley cuyo objetivo declarado es proceder al embargo de armas a Israel y prohibir las importaciones de productos procedentes de asentamientos ilegales en territorio palestino. No entraré en los detalles, pero este decreto-ley tiene evidentes carencias en su formulación actual y no detendrá el comercio de material militar con Israel, incluido el tránsito del mismo por nuestro país.

La respuesta tiene que ser (tendría que haber sido ya) mucho más contundente y ambiciosa, incluyendo la ruptura de relaciones diplomáticas con el Estado genocida de Israel, y la prohibición de los vínculos comerciales, productivos y financieros con este país. Enfrentar, en definitiva, los intereses corporativos de quienes se están enriqueciendo alrededor de un complejo militar-industrial cada vez más poderoso e influyente, y que ha continuado haciendo negocio con el genocidio.

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