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AnteayerSalida Principal

Hay tanto por hacer…

26 Septiembre 2025 at 07:00

«Tengo la impresión de que he quemado las naves y tengo que volver a nado», escribió Fernando Ruiz Vergara en uno de sus cuadernos de trabajo. «Me hace daño constatar la ingenuidad de mi proceder».

¿Era Ruiz Vergara un ingenuo? Sí y no. En un determinado momento dijo lo que nadie se atrevía a decir. Y lo pagó. Pero alguien tenía que hacerlo. Su documental Rocío (1980) era un prodigioso estudio etnográfico y político a partir de la romería almonteña. Analizaba la historia de la Iglesia y sus alianzas con la burguesía. Mostraba la fiesta desde la lucha de clases. Se detenía en su carácter dionisíaco. Siendo todo eso polémico, no fue lo que provocó su caída en desgracia: también señalaba con nombres y apellidos a uno de los responsables de la represión franquista en Almonte. Fue procesado por ello y su película fue censurada por injurias graves. En la actualidad, esa sentencia, emitida en 1984, sigue vigente. Poco importó que medio pueblo se agolpara a las puertas del juzgado para testificar que todo lo que se decía en Rocío era verdad. No les dejaron entrar. Ruiz Vergara nunca volvió a hacer cine.

Hoy, los cineastas e investigadores Concha Barquero y Alejandro Alvarado han recogido su legado para elaborar Caja de resistencia. Este documental nace a partir de los guiones y notas de trabajo que escribió en su exilio portugués. Allí, antes y después de Rocío, encontró siempre refugio y camaradería. Allí empezó a hacer cine, en plena efervescencia de la Revolución de los Claveles. Junto a sus amigos realizó un documentalismo militante cuyo espíritu queda perfectamente reflejado (y continuado) en Caja de resistencia. Es precisamente a esos locos del cine a quienes arrastra hasta Almonte para rodar su única cinta. Son una docena de jóvenes armados con cámaras a los que desperdiga por la aldea y cuyas imágenes, en combinación con el afilado guión de Ana Vila, componen un hito del cine español. Y después, el silencio.

Fernando Ruiz Vergara
Fernando Ruiz Vergara (a la izq.) con uno de sus operadores de cámara. NUEVE CARTAS

«Hay tanto por hacer…», suspira Ruiz Vergara en Caja de resistencia. Habla de su trabajo, pero sobre todo de la construcción de una sociedad utópica, más justa, más libre. «Estamos montados en el caballo del dinero, del interés y de la puta que los parió, caralho», remacha en su particular portuñol, atropellado y entrecortado por su prolongado apego al tabaco.

Su vida induce inevitablemente a una reflexión: empezó a trabajar de niño, haciendo churros con su madre; luego emigró a Alemania y más tarde a Francia, donde trabajó en una fábrica de encurtidos antes de recalar en Portugal. Su compromiso abarcó el izquierdismo, el cooperativismo, el andalucismo, y a buen seguro ninguna de esas cosas le favoreció a la hora de desarrollar una carrera artística. Pero si no volvió a rodar no fue por eso. Probablemente tampoco por señalar a unos asesinos fascistas. Si no volvió a rodar fue por no haber nacido en una familia acomodada. Y porque España es como es.

«Ya sabemos por dónde van los tiros. Y sea en un momento o en otro, los hijos de puta son los mismos. Los que joden al personal están históricamente retratados. ¿Y qué pasa? ¿Los quitamos del retrato? ¿Cómo se hace eso?», se pregunta Ruiz Vergara. «Pues habrá que sembrar la coherencia y esperar a que crezca o… yo qué sé».


‘Caja de resistencia’ se estrenó en cines el pasado 12 de septiembre, y se presentará el próximo domingo en Alcances, el Festival de Cine Documental de Cádiz. En Santiago de Compostela, se estrenará en el cine Numax el 29 de septiembre. También se proyectará el 1 de octubre en el Festival de Nuevo Cine Andaluz de Casares (Málaga). El documental seguirá de gira durante los próximos meses por diferentes ciudades: Mérida, Madrid, Salamanca, A Coruña, Las Palmas y San Sebastián, entre otras.

Esta reseña se ha publicado originalmente en El Periscopio, el suplemento cultural de La Marea. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para apoyar el periodismo independiente.

La entrada Hay tanto por hacer… se publicó primero en lamarea.com.

El ‘show’ borra el conflicto

24 Septiembre 2025 at 07:00

Este artículo forma parte del dossier de #LaMarea108, dedicado al Sáhara Occidental. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para recibirla y apoyar el periodismo independiente.

Salí de la proyección de Sirat con el estómago encogido. No por los puñetazos de los graves de su banda sonora, uno de los pros de la peli, sino por lo que cuenta y por cómo ha elegido hacerlo su director, Óliver Laxe. Al contrario que en la mayoría de ocasiones, abandoné la sala de cine sin tener muy claro –reconozco mi parte de integrado en esta época dicotómica del o el no– si me había gustado lo que había visto. Una indecisión que no sienta mal en esta era de certezas, pero que al fin y al cabo es pasajera. En busca de una respuesta y aprovechando las imágenes todavía frescas antes de ser invadido por decenas de estímulos inconexos, repasé mentalmente la historia. Mientras intentaba trazar un sentido entre puestas en escena, transiciones y giros, algo apareció. La localización. Ese anclaje que nos da un extra de realismo a espectadores o lectores, aunque muchos autores se guarden la carta de la universalidad recurriendo a la toponimia velada o inventada. Unas palabras concretas. Sirat respira «en el sur, cerca de Mauritania», tal y como indica uno de sus personajes. Coordenadas que, supuestamente dichas desde suelo marroquí, nos inducen a pensar en el borrado, otro más, del territorio que hay entre ambos: el Sáhara Occidental.

Llegados a ese punto, surgen dos interpretaciones. O bien Laxe ha jugado la carta de la ficción, exponiendo a sus protagonistas ante un espectador para el que quedan retratados como meros cazadores de emociones individuales poco interesados en el contexto sociopolítico si hay una buena fiesta. O bien la producción de Sirat, rodada efectivamente en zonas de Marruecos alejadas de la desigual disputa, hace luz de gas a la comunidad saharaui. En cualquiera de los dos casos, la película apuesta por la abstracción y tiene claro hacia dónde bascular en la tensión del equilibrio entre espectáculo y una realidad poco fotogénica. El show, pues, opera en cierto vacío social, se superpone al conflicto.

La materia de los sueños

Si el cine está fabricado de la misma materia que los sueños, de momento estos tienen que esperar para el pueblo saharaui. Al menos, en lo que respecta a la versión mainstream de este arte. El Festival Internacional de Cine del Sáhara se celebra desde hace dos décadas en los campamentos de refugiados al suroeste de Argelia. Desde allí, desde la hamada, el enclave más inhóspito del desierto, sus organizadores luchan por poner a esta tierra y sus gentes en el mapa y reivindican la creación de un Estado soberano que incluya los territorios ocupados por Marruecos. El Festival tuvo una tarea extra este pasado verano, cuando denunció que el director Christopher Nolan rodaba su versión de La odisea en Dajla. Un lugar donde el director seguramente vea con más claridad las dunas que desea que el hecho de que se trate de una zona militarizada. Nolan, según la protesta, puede filmar con libertad en esos escenarios su multimillonaria epopeya homérica, pero no así los saharauis sus propias historias.

Es una paradoja que va más allá del negocio. Se trata de la validación de un engranaje opresor que ni siquiera esta vez reduce al folclore a quien lo sufre, sino que directamente obvia, niega, lo pretenda o no, su existencia. Quien se impone siempre ha necesitado someter a su normalidad al conquistado. Por eso la ministra israelí de Ciencia, también el pasado verano, mostraba un vídeo de inteligencia artificial en el que la Gaza del futuro será puro resort donde antes del escombro hubo una vez vida, vida perseguida, golpeada y aniquilada, pero vida que no se extingue por sí misma. La historia que se enseña en las escuelas, de igual manera que el turismo, el deporte, la gastronomía o el arte: no todo requiere del grito militar en la paz del vencedor. Ese orden puede tomar forma de entrada de cine, de dos horas de respiro para los cansados ojos occidentales. Que nos retumbe, pues, una duda. Si todo vale con coartada creativa. Quizá el show no debería continuar siempre a cualquier precio. En especial cuando parecen pagar otros. No, desde luego, en un mundo en el que en ocasiones está claro que lo menos que se puede hacer es que no todo siga como si nada.

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