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Ayer — 11 Diciembre 2025Salida Principal

Robe y Extremo, la única poesía que se nos concedía

11 Diciembre 2025 at 13:35

Me sé el Deltoya creo que entero como la tabla de multiplicar y algunas partes de Dónde están mis amigos y Agila. Es un hecho. Como que hace mil años que no los escuchaba. No sabía ni que seguían en activo. Con esto intento decir que podría distanciarme de Extremoduro y mirarlo con ojos cínicos y de casi 2020. Sería trampa.

Extremo –porque siempre se les llamó así– se separan el día que Billy Eilish cumple 18 años. Es normal sentirse viejo hablando de ellos. También es porque más o menos relativamente lo somos, claro. Robe Iniesta estaría más cerca de ser el abuelo de Eilish que su padre. La cosa es que fueron banda sonora colectiva de un tiempo en el que no había internet. Lo digo sin nostalgia. Los noventa fueron lo que fueron. En el patio del colegio imperaba la ley del más fuerte a balonazos, nadie se ponía el cinturón en el coche y todas las series de televisión hacían apología del clasemedianismo, la policía o las dos a la vez. Miles de chavales y chavalas se sabían las letras de un grupo solo por el trapi de casetes, hablamos incluso de antes de la llegada del cedéSabías si alguien era un buen amigo si se curraba con dibujos o una letra guapa el papel de la cinta donde te grababa, por ejemplo, el Deltoya. Que grabarle o pedirle una cinta a una compañera que te gustase era un paso, eso lo sabe cualquiera que viviera la época y no fuera un niño de anuncio.

Digo que fueron muy populares. Pero mucho. Para hacerme entender: solo a través de esas TDK o BASF y su escucha machacada –a veces sí que circulaba la fotocopia en blanco y negro del libreto del disco, pero esto era ya más fantasía–, éramos hordas, todas sumadas, coreando temas prácticamente enteros en bares, andenes y parques. En los patios era el único grupo de música (quizá junto a Héroes del Silencio, en una época que retrata genial Verónica de Paco Plaza) del que se hablaba tanto como de futbolistas o la tele. Si hablamos de leyendas urbanas, la más difundida sería seguramente la de Ricky Martin en Sorpresa, sorpresa, pero le seguía la del rumor de dos muertes inventadas, la de Steve Urkel y la del-cantante-de-Extremoduro. Faltaba muchísimo para llamarlo fake news.

Creo que fueron un poco la prepolítica para muchos. Todo en sus letras se enfoca bajo una óptica individualista. Extremo era estar harto de todo y no saber articularlo muy bien. No saber hacerlo uno mismo, no digamos ya en colectivo. El profe que crees que va a por ti, tus padres sospechando que estás empezando a beber muy pronto, ella que te parece que no se entera de todas las señales que le mandas. El mood Me acuerdo de ti, me cago en tus muertosMe incomoda volver a escuchar muchas de las letras. No sé si calificarlas como tóxicas, pero no se me ocurre otra palabra. En Extremo se exige, se pasa olímpicamente, se echa en cara. Creo que darnos cuenta, lo digo sin autocomplacencia, evidencia que nos hemos hecho un poquito mejores.

Transversales lo fueron muchísimo. Ídolos de barrio y de urba. En Moratalaz y en la Estrella, en Vallecas y en el Centro. Conocí también fans que luego tenían que coger el bus en Moncloa para subir a su chalet de El Plantío. No sé si sus letras eran poesía, como siempre se ha dicho, y si era buena o mala, no tengo los conocimientos literarios para juzgarlo. Lo que sí sobrevolaba el ambiente era una idea: Extremo eran otra cosa, eran algo un poco más sofisticado, dentro de lo aparentemente asilvestrao de la propuesta, usaban bastante vocabulario para expresar lo hasta los huevos que estaban de casi todo. Eran la única poesía que se nos concedía que nos gustase.

Este artículo fue publicado originalmente en Apuntes de clase.

La entrada Robe y Extremo, la única poesía que se nos concedía se publicó primero en lamarea.com.

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Cuando Mano Negra quemó Madrid

29 Noviembre 2025 at 05:00
Con su asombroso ‘Casa Babylon’ caliente y la banda mutando a Radio Bemba, Mano Negra fue un fogonazo en una ciudad de escaparates y coches patrulla.

Temas principal: Música

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El ‘show’ borra el conflicto

24 Septiembre 2025 at 07:00

Este artículo forma parte del dossier de #LaMarea108, dedicado al Sáhara Occidental. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para recibirla y apoyar el periodismo independiente.

Salí de la proyección de Sirat con el estómago encogido. No por los puñetazos de los graves de su banda sonora, uno de los pros de la peli, sino por lo que cuenta y por cómo ha elegido hacerlo su director, Óliver Laxe. Al contrario que en la mayoría de ocasiones, abandoné la sala de cine sin tener muy claro –reconozco mi parte de integrado en esta época dicotómica del o el no– si me había gustado lo que había visto. Una indecisión que no sienta mal en esta era de certezas, pero que al fin y al cabo es pasajera. En busca de una respuesta y aprovechando las imágenes todavía frescas antes de ser invadido por decenas de estímulos inconexos, repasé mentalmente la historia. Mientras intentaba trazar un sentido entre puestas en escena, transiciones y giros, algo apareció. La localización. Ese anclaje que nos da un extra de realismo a espectadores o lectores, aunque muchos autores se guarden la carta de la universalidad recurriendo a la toponimia velada o inventada. Unas palabras concretas. Sirat respira «en el sur, cerca de Mauritania», tal y como indica uno de sus personajes. Coordenadas que, supuestamente dichas desde suelo marroquí, nos inducen a pensar en el borrado, otro más, del territorio que hay entre ambos: el Sáhara Occidental.

Llegados a ese punto, surgen dos interpretaciones. O bien Laxe ha jugado la carta de la ficción, exponiendo a sus protagonistas ante un espectador para el que quedan retratados como meros cazadores de emociones individuales poco interesados en el contexto sociopolítico si hay una buena fiesta. O bien la producción de Sirat, rodada efectivamente en zonas de Marruecos alejadas de la desigual disputa, hace luz de gas a la comunidad saharaui. En cualquiera de los dos casos, la película apuesta por la abstracción y tiene claro hacia dónde bascular en la tensión del equilibrio entre espectáculo y una realidad poco fotogénica. El show, pues, opera en cierto vacío social, se superpone al conflicto.

La materia de los sueños

Si el cine está fabricado de la misma materia que los sueños, de momento estos tienen que esperar para el pueblo saharaui. Al menos, en lo que respecta a la versión mainstream de este arte. El Festival Internacional de Cine del Sáhara se celebra desde hace dos décadas en los campamentos de refugiados al suroeste de Argelia. Desde allí, desde la hamada, el enclave más inhóspito del desierto, sus organizadores luchan por poner a esta tierra y sus gentes en el mapa y reivindican la creación de un Estado soberano que incluya los territorios ocupados por Marruecos. El Festival tuvo una tarea extra este pasado verano, cuando denunció que el director Christopher Nolan rodaba su versión de La odisea en Dajla. Un lugar donde el director seguramente vea con más claridad las dunas que desea que el hecho de que se trate de una zona militarizada. Nolan, según la protesta, puede filmar con libertad en esos escenarios su multimillonaria epopeya homérica, pero no así los saharauis sus propias historias.

Es una paradoja que va más allá del negocio. Se trata de la validación de un engranaje opresor que ni siquiera esta vez reduce al folclore a quien lo sufre, sino que directamente obvia, niega, lo pretenda o no, su existencia. Quien se impone siempre ha necesitado someter a su normalidad al conquistado. Por eso la ministra israelí de Ciencia, también el pasado verano, mostraba un vídeo de inteligencia artificial en el que la Gaza del futuro será puro resort donde antes del escombro hubo una vez vida, vida perseguida, golpeada y aniquilada, pero vida que no se extingue por sí misma. La historia que se enseña en las escuelas, de igual manera que el turismo, el deporte, la gastronomía o el arte: no todo requiere del grito militar en la paz del vencedor. Ese orden puede tomar forma de entrada de cine, de dos horas de respiro para los cansados ojos occidentales. Que nos retumbe, pues, una duda. Si todo vale con coartada creativa. Quizá el show no debería continuar siempre a cualquier precio. En especial cuando parecen pagar otros. No, desde luego, en un mundo en el que en ocasiones está claro que lo menos que se puede hacer es que no todo siga como si nada.

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