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AnteayerSalida Principal

El falso dilema entre proteccionismo y libre comercio

23 Noviembre 2025 at 08:00
Por: Nuria

Retrato oficial de Donald Trump. 2025

Artículo original publicado en jacobinlat por Luciana Ghiotto. Attac Argentina

El segundo gobierno de Donald Trump parece haber modificado el tablero del comercio global. La administración trumpista puso el foco en el libre comercio porque lo entiende como una práctica que ha dañado la hegemonía de Estados Unidos al generar desbalances comerciales con sus socios (especialmente China). Desde esa perspectiva, los altos aranceles podrían ayudar a recuperar parte del poderío industrial y económico perdido con la globalización. «La palabra más bonita del diccionario es arancel», decía Trump en 2024, y desde su asunción en enero hemos entendido que no estaba exagerando.

En este artículo nos proponemos examinar las políticas arancelarias de Trump desde una perspectiva crítica, trascendiendo las interpretaciones predominantes que las presentan como una ruptura radical con el orden económico global previo. Nuestra investigación se estructura en torno a tres objetivos fundamentales. Primero, desarrollar un análisis riguroso sobre la naturaleza, alcance e historicidad de las transformaciones generadas por las políticas arancelarias trumpistas, situándolas en la trayectoria más amplia de las relaciones entre Estado y capital en el capitalismo contemporáneo.

Segundo, problematizar críticamente la concepción dominante del «libre comercio», interrogando si las políticas proteccionistas actuales representan una verdadera ruptura con el paradigma librecambista o si constituyen, más bien, una reconfiguración de los mecanismos de acumulación dentro de la misma lógica sistémica. Tercero, examinar las implicaciones de estas transformaciones para los movimientos sociales que han articulado sus estrategias en torno a la crítica del libre comercio durante las últimas tres décadas, evaluando los desafíos que este nuevo escenario plantea para sus marcos interpretativos y prácticas políticas.

Sostenemos que una lectura crítica del momento actual resulta fundamental para repensar las estrategias de los movimientos sociales, particularmente en lo que respecta a su relación con los Estados nacionales y a las formas de construir solidaridades transnacionales efectivas. Las transformaciones en curso exigen reconsiderar tanto los sujetos políticos protagonistas de las resistencias como las escalas en que estas deben articularse para confrontar un sistema cuyas contradicciones se manifiestan simultáneamente en múltiples niveles.

Rupturas y continuidades en el modelo económico estadounidense

Las políticas proteccionistas de Trump no son una anomalía histórica sino un retorno a estrategias fundamentales en la construcción de Estados Unidos como potencia industrial. Contrariamente a la narrativa liberal dominante, este país desarrolló su economía bajo un intenso proteccionismo durante el siglo XIX, con aranceles que superaban el 40% hasta la Segunda Guerra Mundial. Lejos de representar una «desviación» del libre comercio, esta medida era una herramienta para gestionar asimetrías de poder económico, permitiendo a las potencias emergentes acumular capacidad industrial antes de competir globalmente. La Gran Depresión de 1930 intensificó el proteccionismo con la ley Smoot-Hawley, que elevó aranceles a niveles históricos. Esta crisis representó más que una recesión económica: fue una crisis orgánica del capitalismo donde el proteccionismo funcionó como mecanismo de emergencia para contener el cataclismo dentro de las fronteras nacionales y facilitar la reestructuración de las relaciones capital-trabajo.

El New Deal de Roosevelt supuso la masiva intervención estatal, con inversiones en infraestructura, subsidios industriales y regulación financiera, mientras la Segunda Guerra Mundial justificó una planificación económica centralizada que consolidó el complejo militar-industrial estadounidense. Tras la guerra, el capital de base estadounidense se internacionalizó, lentamente, pero sin pausa. La reconstrucción de Europa y su proceso de integración regional con la nueva Comunidad Europea promovió el aumento de la inversión extranjera directa a ese territorio. En ese mismo periodo se crearon en México las primeras maquiladoras con capital estadounidense, cuando en 1965 el gobierno mexicano implementó el Programa de Industrialización Fronteriza. Para 1970 ya existían 132 maquiladoras en la zona de frontera con Estados Unidos.

Paralelamente, durante estos años aumentaron las protestas sindicales en los países industrializados (con eventos como Mayo Francés y el Otoño Caliente italiano), expresando la insubordinación obrera a los dictados del capital y contribuyendo a la caída de la tasa de ganancia a principios de los años setenta. A este proceso deben añadirse también los procesos de lucha en América Latina, como el Cordobazo argentino, las huelgas del ABC paulista o la masacre estudiantil de Tlatelolco, todo en el contexto de la revolución cubana como horizonte de posibilidad de cambio sistémico.

La liberalización comercial se intensificó con la Ronda Kennedy del GATT (1964-1967), que incluyó no solo aranceles sino también barreras no arancelarias, expandiendo el ámbito regulatorio para satisfacer las necesidades de un capital que se volvía lentamente transnacional. Esta trayectoria culminó con la Ronda Uruguay (1986-1994) y la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que extendió radicalmente el alcance regulatorio a áreas como la propiedad intelectual, las inversiones extranjeras, los servicios y las compras gubernamentales.

En este proceso, Estados Unidos actuó como arquitecto principal, impulsando la liberalización en sectores en los que sus corporaciones tenían ventajas (servicios, propiedad intelectual, finanzas) mientras preservaba protecciones en áreas sensibles (agricultura, textiles, acero). Esta estrategia dual —«haz lo que digo, no lo que hago»— permitió al país norteamericano posicionarse como un defensor del libre comercio mientras mantenía elementos proteccionistas en su política doméstica, tales como subsidios encubiertos, compras gubernamentales discriminatorias y medidas antidumping.

Navegando esta dualidad, Estados Unidos se posicionó como el principal defensor y promotor del discurso y la práctica del libre comercio a escala global. Los distintos gobiernos emplearon su influencia diplomática, económica y militar para impulsar la liberalización en aquellos sectores donde sus corporaciones mantenían ventajas competitivas. La transformación del GATT en OMC y la expansión cualitativa del ámbito regulatorio que esto implicó respondió fundamentalmente a esta agenda impulsada por Estados Unidos y sus corporaciones transnacionales, que buscaban instrumentos jurídicos más fuertes para garantizar condiciones favorables para la penetración en los nuevos mercados.

La globalización como reestructuración cualitativa

Siguiendo esta línea, los años noventa no representaron el «nacimiento» de la globalización, sino una nueva disposición de las relaciones entre los Estados nacionales y el mercado mundial, caracterizada por la expansión geográfica de las relaciones capitalistas, el aumento de la inversión extranjera directa y la incorporación de nuevos territorios a los circuitos globales de acumulación. Este periodo no significó una ruptura absoluta con el pasado, sino que expresó una reconfiguración de las relaciones sociales capitalistas en respuesta a las contradicciones de los Estados de bienestar keynesianos.

El desplome soviético y la apertura china ofrecieron al capital acceso a vastos territorios con mano de obra barata, nuevos mercados y recursos estratégicos. Estos espacios ofrecían múltiples ventajas: enormes reservas de fuerza de trabajo disciplinada y de bajo costo, mercados potenciales para la venta de productos y servicios, oportunidades para inversiones de capital fijo en infraestructura, y acceso a recursos naturales estratégicos. Los capitales estadounidenses respondieron a estas transformaciones implementando una serie de estrategias de instalación en los nuevos territorios incorporados al mercado global. En China, adoptaron principalmente la forma de inversión productiva directa en sectores manufactureros intensivos en trabajo, instalando plantas en las Zonas Económicas Especiales.

Esta expansión geográfica de las empresas estadounidenses (y europeas) implicó la transformación cualitativa en la organización del capitalismo global. Facilitó la conformación de un entramado productivo transnacional que profundizaba el proceso de relocalización industrial iniciado en los años sesenta. Las cadenas globales de valor emergieron como la forma organizativa dominante, permitiendo a las corporaciones transnacionales fragmentar los procesos productivos y distribuirlos a través de múltiples territorios para maximizar las ventajas comparativas de cada territorio.

Este proceso económico tuvo su reflejo en un entramado jurídico específico, una nueva «arquitectura jurídica de la impunidad» para las corporaciones, al decir de Juan Hernández Zubizarreta. Esta arquitectura, compuesta por un conjunto de instituciones y tratados internacionales, generó una asimetría normativa articulada en torno a una idea básica: proteger a toda costa los negocios de las multinacionales mediante un ordenamiento jurídico internacional fundamentado en las reglas del comercio y la inversión.

Se conformó, entonces, una lex mercatoria compuesta por miles de normas: contratos de explotación y comercialización, tratados comerciales bilaterales y regionales, acuerdos de protección de las inversiones, políticas de ajuste y préstamos condicionados, laudos arbitrales, etc. Un derecho duro (hard law) (coercitivo y sancionador) que protege con fuerza los intereses empresariales. Y a este entramado se sumó también la creación, en 1995, de la Organización Mundial del Comercio (OMC), institución que reúne los objetivos del libre mercado y los vuelve regla para todos los Estados.

En definitiva, la globalización no está determinada solamente por la integración económica (aunque se trata de un elemento central) ni por las innovaciones tecnológicas (esenciales para la internacionalización) ni por el nuevo entramado jurídico (clave para otorgar seguridad a la propiedad privada). Todo esto define a la globalización, marcando una fase específica de la lucha entre capital y trabajo donde el capital buscó recomponer su dominación frente a las luchas obreras de los años sesenta que habían encarecido el precio del trabajo y reducido la ganancia.

Asimismo, todas las economías que se habían mantenido semicerradas en la posguerra, durante los Estados de bienestar, fueron conectadas en el mercado global. Ya no habría más lugar para economías nacionales autonomizadas, sino que se imponía ahora la regla del mercado. La globalización, entonces, representa una estrategia ofensiva del capital para escapar de las restricciones nacionales y disciplinar a la clase trabajadora mediante la amenaza constante de relocalización y precarización. La movilidad global del capital y la desregulación financiera que caracterizan esta etapa no son más que expresiones de la crisis de la forma tradicional de dominación capitalista y su intento desesperado por restaurar la rentabilidad.

¿Trump contra el libre comercio?

La política económica de la administración Trump marcó un quiebre significativo con el consenso bipartidista «globalizador» y en favor del libre comercio que dominó la política estadounidense durante cuatro décadas. Este «neoproteccionismo» representa una forma explícita de intervención estatal que defiende selectivamente a empresas con base en Estados Unidos ofreciéndoles protección contra los competidores extranjeros. Esto revela la verdadera naturaleza del proyecto económico trumpista: no un rechazo al neoliberalismo ni al libre comercio en sí mismos, sino una reconfiguración de las relaciones entre el Estado, las corporaciones y el mercado mundial, desarrollando un nacionalismo económico con fuerte impacto en la base electoral.

Los partidos Demócrata y Republicano habían convergido en su apoyo a políticas de libre comercio, desde el TLCAN bajo Clinton hasta el TPP con Obama. Trump rompió con esta tradición, calificando al TLCAN como «el peor tratado de la historia» y forzando su renegociación entre 2017 y 2018. Hay que reconocer que Trump no estaba tan errado: el TLCAN redujo empleos en sectores industriales clave de Estados Unidos, particularmente en estados del llamado «cinturón del óxido». Se estiman pérdidas de alrededor de 700 000 puestos de trabajo estadounidenses como resultado directo del acuerdo. Este fenómeno evidencia las contradicciones inherentes a la internacionalización del capital, donde la promesa de prosperidad generalizada chocó con la realidad de una redistribución desigual de costos y beneficios.

En su primer gobierno, Trump redobló la apuesta contra las instituciones del libre comercio. En 2017 boicoteó el Órgano de Solución de Diferencias de la OMC y retiró a Estados Unidos del TPP. A su vez, impuso aranceles a China, México, Canadá y la Unión Europea, e inició una guerra comercial con China desde 2018. El demócrata Joe Biden no modificó los aranceles impuestos por Trump, sino que los mantuvo y profundizó con iniciativas como la Ley de Reducción de la Inflación, la Ley de Chips y Ciencia, y políticas de Buy American, consolidando un nuevo enfoque proteccionista bipartidista.

El proteccionismo de Trump recupera una forma explícita de intervención estatal a favor de empresas con base administrativa en Estados Unidos, cobijándolas de la competencia internacional. Literalmente, los aranceles impuestos actúan como una coraza protectora, un escudo para amplios segmentos del capital estadounidense que habían perdido ventajas competitivas frente a rivales internacionales, especialmente empresas chinas. El objetivo de las políticas de Trump es, reforzar el poder de las corporaciones estadounidenses, no limitarlo.

Asimismo, este proteccionismo es selectivo: mientras defiende sectores industriales tradicionales, desregula el sector financiero y reduce impuestos al gran capital. Implementa altos aranceles para lograr un efecto positivo en sectores manufactureros tradicionales, pero simultáneamente ejecuta una agenda de desregulación financiera que desmantela el andamiaje regulatorio construido tras la crisis de 2008. En 2018, el gobierno de Trump terminó con la Ley Dodd-Frank que había sido aprobada en 2010 para reforzar las exigencias de capital de respaldo a los bancos, obligándolos a llevar a cabo test de resistencia anuales para mostrar su fortaleza y prohibía a las instituciones financieras dedicarse a actividades de alto riesgo con el dinero de sus clientes.

Por otra parte, la Ley de Recortes de Impuestos y Empleos (Tax Cuts and Jobs Act) de 2017 representó la mayor reforma fiscal en tres décadas y constituyó el logro legislativo más significativo del primer mandato de Trump. La pieza central de esta legislación fue la dramática reducción del impuesto federal sobre la renta corporativa del 35% al 21%, un recorte sin precedentes que transformó el panorama tributario empresarial estadounidense. Los legisladores republicanos argumentaron que un entorno fiscal más favorable incentivaría a las empresas a expandir sus operaciones en Estados Unidos y las haría más competitivas en el mercado global.

La drástica reducción del impuesto corporativo reveló una profunda contradicción en el núcleo de la política económica trumpista: mientras se implementaban aranceles y restricciones comerciales bajo el discurso de proteger a los trabajadores estadounidenses, se otorgaban enormes beneficios fiscales a las mismas corporaciones multinacionales que habían relocalizado empleo durante décadas. Esta contradicción aparente revela la verdadera naturaleza del proyecto: no se trata de un retorno al proteccionismo integral del siglo XIX o del período de sustitución de importaciones, sino de una reconfiguración del rol estatal dentro del capitalismo globalizado para defender selectivamente ciertos sectores mientras se mantienen y profundizan las ventajas para el capital financiero y las grandes corporaciones.

Lo que Trump consiguió fue sincerar la relación entre Estado y capital corporativo: abandonó la pretensión neoliberal de separación entre ambos, reconociendo de manera explícita que el poder estatal sigue siendo esencial para garantizar la rentabilidad del capital estadounidense en un contexto de creciente competencia internacional. El proteccionismo trumpista, en este sentido, no es una limitación del capitalismo estadounidense sino un intento de salvarlo de su crisis de rentabilidad y pérdida de ventajas competitivas, utilizando el poder estatal como escudo para preservar posiciones privilegiadas que ya no podían sostenerse mediante la pura competencia en los mercados globales.

La contradicción fundamental del proyecto económico de Trump radica en querer capturar los beneficios de la globalización (ganancias extraordinarias, dominio tecnológico, influencia geopolítica) mientras rechaza sus consecuencias inevitables: la relocalización productiva y los impactos negativos sobre el mercado laboral doméstico. El gobierno pretende reconciliar el nacionalismo económico del siglo XX con la realidad de corporaciones cuyo poder deriva precisamente de su capacidad para operar más allá de las fronteras nacionales. Esta tensión revela que el America First económico no puede materializarse mediante un simple retorno de la producción, sino que requiere una transformación radical de las lógicas de acumulación global que estas mismas corporaciones han construido durante décadas y de las cuales depende actualmente su posición dominante en la economía mundial.

Más allá del dilema: los movimientos anti-TLC en la encrucijada trumpista

Las organizaciones sociales que tradicionalmente se han opuesto a los TLC desde una crítica al neoliberalismo ahora enfrentan un dilema: oponerse frontalmente a las políticas comerciales de Trump podría interpretarse como una defensa implícita del statu quo neoliberal; apoyarlas significaría legitimar un proyecto que, aunque nombradamente contrario al libre comercio, está diseñado para fortalecer el poder del capital estadounidense sin cuestionar las relaciones sociales de explotación y desigualdad que le subyacen.

Pero Trump se ha apropiado de la retórica anti libre comercio desde un foco diferente a las campañas contra los tratados. Es cierto que algunos puntos de su argumento son similares: la crítica a la relocalización productiva, los impactos de los TLC sobre los trabajadores, la oposición a acuerdos como el TPP y las críticas del TLCAN y la OMC. Pero esto lo hace principalmente desde una matriz nacionalista-corporativa que no cuestiona las asimetrías fundamentales del orden económico global ni incorpora demandas de justicia ambiental o laboral internacional. Por el contrario, lo que Trump reivindica es un nacionalismo económico excluyente: su objetivo no es rediscutir el rol de las corporaciones estadounidenses, sino hacerlas nuevamente fuertes. Antes que «Make America Great Again», «Make US Corporations Great Again».

Esta situación revela una crisis más profunda en los marcos interpretativos tradicionales que planteaban «libre comercio vs. proteccionismo». Se evidencia ahora la necesidad de desarrollar un análisis más sofisticado que juegue en dos niveles: por un lado, una crítica del neoliberalismo y del libre comercio, pero, por otro, una crítica radical basada en el entendimiento de cómo funciona el capitalismo en su conjunto, y cómo el tema de comercio se entreteje con los temas financieros, ambientales, digitales, productivos, etc.

Lo que el trumpismo ha puesto en crisis es la mirada centrada en el nacionalismo económico que muchos movimientos sociales han sostenido desde los años noventa, cuando el foco era la crítica al neoliberalismo. La reivindicación de la centralidad del Estado y su capacidad regulatoria se convirtió en el eje articulador de proyectos progresistas que buscaban recuperar espacios de autonomía para las políticas públicas nacionales frente al avance de la globalización neoliberal. Sin embargo, esta estrategia política ha encontrado su límite en la profunda transformación estructural que el capitalismo global ha experimentado.

El problema fundamental es que estas políticas centradas en la recuperación de la soberanía económica nacional chocan inevitablemente contra la realidad de una interconexión económica global que ha reconfigurado las bases materiales de reproducción social. El neoliberalismo no fue simplemente un conjunto de políticas reversibles mediante la voluntad estatal, sino un proceso de reorganización profunda de las relaciones de producción a escala planetaria. Las economías nacionales fueron orgánicamente integradas en cadenas globales de valor, circuitos financieros transnacionales y redes tecnológicas que reducen drásticamente el margen de maniobra para experimentos económicos autonomizados.

En este contexto, los movimientos sociales que se oponen a los tratados de libre comercio enfrentan varios desafíos. La superación del nacionalismo metodológico constituye quizás el más importante y urgente, en tanto implica trascender una visión que ha estructurado tanto el análisis como la praxis política de numerosos movimientos populares durante décadas: la centralidad incuestionada del Estado-nación como articulador del horizonte utópico y como contenedor natural de los procesos sociales.

Esto no es meramente una cuestión ideológica ni un enamoramiento con los debates históricos dentro de las izquierdas sobre el rol del Estado en los procesos emancipatorios. La crisis de este enfoque refleja las transformaciones estructurales en el capitalismo. Frente a esta realidad, la reivindicación de la soberanía económica nacional como horizonte estratégico principal resulta insuficiente. Sin embargo, reconocer los límites del nacionalismo metodológico tampoco implica abrazar un internacionalismo abstracto que ignore las asimetrías de poder entre naciones y regiones, o que desconozca la importancia que los espacios nacional-estatales siguen teniendo como terrenos de disputa política. Se trata, más bien, de desarrollar perspectivas analíticas y estrategias políticas que puedan operar simultáneamente en múltiples escalas.

Desde los años noventa, el foco político puesto en los tratados de libre comercio ha permitido visibilizar los mecanismos concretos mediante los cuales el poder corporativo transnacional se institucionalizaba y expandía. La creación de alianzas transnacionales efectivas que superen las tentaciones del nacionalismo económico sin diluir las especificidades de cada contexto constituye otro reto significativo. Hoy, la solidaridad internacional requiere la identificación de la contradicción fundamental del capitalismo contemporáneo (la cual a menudo queda invisibilizada en los análisis políticos convencionales). Efectivamente, el libre comercio no es simplemente un conjunto de políticas erróneas, sino un mecanismo estructural que produce necesariamente sectores «sacrificables» cuya exclusión y precarización no es un efecto colateral, sino una condición constitutiva del modelo de acumulación global. Esta expulsión no podría corregirse mediante mejores políticas públicas dentro del mismo marco, sino que se ha vuelto una necesidad estructural del sistema.

Las comunidades afectadas por el extractivismo minero y petrolero constituyen los territorios que deben ser despojados para alimentar las cadenas globales de producción y consumo. Su desplazamiento y la destrucción de sus formas de vida no son «daños colaterales» sino requisitos operativos de la acumulación por desposesión que caracteriza al capitalismo contemporáneo. Del mismo modo, los trabajadores informales y autónomos que proliferan en las economías periféricas representan la materialización de un proceso donde el trabajo formal, regulado y con derechos laborales se convierte en una excepción histórica, no en la norma. La economía global requiere esta masa creciente de trabajo precarizado, disponible y desprovisto de protecciones sociales para mantener las tasas de ganancia.

Esta comprensión tiene efectos profundos sobre la construcción de solidaridades políticas. Significa que los movimientos sociales deben centrar su atención precisamente en estos sectores cuya opresión es constitutiva del sistema, no accidental. Las comunidades despojadas por el extractivismo, los trabajadores informalizados, los migrantes precarizados, las comunidades indígenas y campesinas amenazadas por megaproyectos: todos ellos expresan, en sus luchas concretas, las contradicciones fundamentales que el sistema no puede resolver mediante reformas parciales.

La solidaridad política debe construirse, entonces, no a partir de la promesa ilusoria de una inclusión plena en el capitalismo global, sino desde el reconocimiento de que la emancipación de estos sectores requiere necesariamente trascender la lógica misma del sistema que los sacrifica. La tarea, en síntesis, es transitar de una crítica al neoliberalismo hacia una crítica integral al capitalismo, comprendiendo que el libre comercio no es simplemente una «política equivocada» sino una expresión orgánica de las tendencias expansivas inherentes al capital como relación social.

La pregunta que se abre entonces es: ¿puede el movimiento trascender la dicotomía libre comercio/proteccionismo? ¿Es posible desarrollar una praxis internacionalista que reconozca los límites estructurales del nacionalismo económico sin caer en la resignación ante el poder del capital global? Esta crítica más profunda no implica abandonar la lucha contra los tratados de libre comercio, sino recontextualizarla en una comprensión más profunda de las dinámicas del capitalismo contemporáneo y en un proyecto de transformación radical que abarque simultáneamente las múltiples dimensiones de la dominación capitalista.

Una perspectiva integrada abriría posibilidades para una praxis más efectiva. No basta con oponerse a acuerdos específicos; es necesario construir modelos alternativos de relaciones económicas internacionales que cuestionen la propia lógica capitalista. Esto hará posible tender puentes entre distintos niveles de análisis, conectando las críticas a las cláusulas específicas de los TLC con cuestionamientos más profundos al sistema capitalista, al tiempo que permitirá ir más allá de los debates reduccionistas entre «nacionalismo económico» versus «globalismo neoliberal», reconociendo que ambos operan dentro de la misma lógica sistémica.

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Sí, predigo el pinchazo de la burbuja financiera de la Inteligencia Artificial en 2026

9 Noviembre 2025 at 08:00
Por: Nuria

Artículo original publicado en elsaltodiario.com por Juan Laborda

En el año 2000, cuando el mundo se rendía al espejismo de internet, advertí que la exuberancia alrededor de las puntocom no podía sostenerse: las valoraciones se habían divorciado de la realidad económica. Poco después, el Nasdaq se desplomó. En 2008, ante un mercado eufórico con la deuda hipotecaria, sostuve que el riesgo sistémico era evidente. También entonces el tiempo me dio la razón.

Hoy, dos décadas después, percibo señales inquietantemente familiares. La Inteligencia Artificial (IA) se ha convertido en el nuevo fetiche financiero, el activo al que todo inversor quiere exponerse. Pero bajo el brillo tecnológico se esconde un andamiaje de deuda y expectativas insostenibles. Creo sinceramente que nos acercamos al estallido de la burbuja de la IA, un evento que podría desencadenar la mayor crisis de deuda corporativa privada en la historia reciente de Estados Unidos.

La IA ha pasado, en cuestión de meses, de ser una promesa a convertirse en el núcleo de una nueva fiebre tecnológica. Los inversores se comportan como si asistieran a la irrupción de una economía paralela. Los balances de las grandes tecnológicas baten récords, las startups captan capital a ritmos desorbitados y los fondos de inversión reestructuran carteras para incluir cualquier empresa que mencione “AI” en su nombre.

Las valoraciones de algunas compañías del sector ya superan las de 1999, y la deuda utilizada para financiar esta expansión está alcanzando niveles críticos

Pero los números no mienten: las valoraciones de algunas compañías del sector ya superan las de 1999, y la deuda utilizada para financiar esta expansión está alcanzando niveles críticos. La fiebre del oro digital se ha vuelto a encender, solo que ahora el metal precioso es el algoritmo. El problema es que el entusiasmo está sustituyendo al análisis. El capital barato y la narrativa del progreso ilimitado han generado un ecosistema donde se confunde inversión con fe.

Sin tierras raras no hay chips, sin chips no hay IA

Detrás de cada chip, cada GPU y cada servidor que alimenta la revolución de la IA, hay un componente invisible pero indispensable: las tierras raras. Se trata de un conjunto de 17 elementos químicos esenciales para fabricar dispositivos electrónicos, semiconductores, motores eléctricos, sistemas láser y equipamiento militar. Sin ellos, la inteligencia artificial —literalmente— dejaría de funcionar.

Un corte en el flujo de tierras raras no solo pondría en jaque la producción de hardware: podría paralizar el motor mismo de la inteligencia artificial global

China controla cerca del 70% de la extracción mundial y más del 90% de la capacidad de refinado. Ningún país dispone de los medios industriales necesarios para sustituir esa hegemonía. Estados Unidos, pese a su músculo financiero, depende estructuralmente del suministro chino para mantener operativa su industria tecnológica y militar. Esa dependencia constituye el auténtico talón de Aquiles del modelo tecnológico estadounidense. Un corte en el flujo de tierras raras no solo pondría en jaque la producción de hardware: podría paralizar el motor mismo de la inteligencia artificial global.

Aranceles, amenazas y una trampa estratégica

La administración Trump parece dispuesta a reavivar la guerra comercial con China. Los nuevos aranceles y restricciones buscan recuperar un sueño ya perdido, el liderazgo industrial estadounidense. Pero el cálculo estratégico es erróneo. Jugar a la presión con un país que controla los materiales más críticos del siglo XXI es una apuesta temeraria. Pekín no necesita recurrir a sanciones ni a medidas agresivas para responder: basta con ralentizar las exportaciones de tierras raras, endurecer los permisos o introducir inspecciones medioambientales adicionales. Pequeños ajustes burocráticos bastarían para bloquear el suministro global.

Pekín tiene en su mano la capacidad de provocar el pinchazo de la burbuja de la IA con un simple movimiento administrativo

En tal escenario, Estados Unidos se encontraría ante un choque de oferta devastador. La industria militar sufriría retrasos en la producción del F-35 o de misiles de precisión; el sector tecnológico vería incrementos de costes inmediatos; y la cadena global de hardware colapsaría. Si la administración Trump insiste en su política arancelaria, Pekín tiene en su mano la capacidad de provocar el pinchazo de la burbuja de la IA con un simple movimiento administrativo.

El escenario no es hipotético. En 2010, China ya suspendió temporalmente las exportaciones de tierras raras a Japón, disparando los precios globales. En 2019 insinuó lo mismo frente a Estados Unidos. Hoy, con el control total del procesamiento, el impacto sería aún mayor. Un retraso de pocas semanas en los suministros podría obligar a empresas como Nvidia o AMD a frenar la producción de chips. Los costes de hardware se dispararían y las previsiones de crecimiento del sector se revisarían drásticamente a la baja. En ese momento, el mercado perdería la fe. Las acciones tecnológicas caerían en bloque, los fondos de inversión rotarían hacia activos refugio y el flujo de capital hacia proyectos de IA se detendría. Lo que comenzó como un problema de logística se convertiría en una corrección bursátil masiva en un contexto de clara sobrevaloración de la bolsa estadounidense. El equilibrio actual es tan frágil que un movimiento táctico de China bastaría para desencadenar el proceso.

Del optimismo al miedo: la reacción de los mercados

El estallido de una burbuja tecnológica suele seguir el mismo guion: primero llega la desilusión, luego el pánico y finalmente la búsqueda de culpables. En este caso, el detonante podría venir revestido de geopolítica. Pero el origen es otro, la generación de una clásica burbuja financiera basada en el tradicional cuento de la lechera. Ante una restricción de tierras raras, los inversores anticiparían una desaceleración inmediata de la productividad en el sector tecnológico. Las grandes corporaciones, sobreendeudadas tras años de expansión, tendrían dificultades para refinanciar su pasivo. Los índices tecnológicos —el Nasdaq en particular— sufrirían correcciones históricas. El efecto psicológico sería devastador. Aumentaría la aversión global al riesgo, los capitales huirían de los activos de crecimiento y se refugiarían en deuda soberana, oro y liquidez. Los países emergentes —especialmente aquellos con deuda denominada en dólares— sufrirían salidas de capital masivas. En pocos meses, el sueño de la revolución tecnológica se transformaría en un recordatorio de la fragilidad estructural del capitalismo digital.

Las amenazas comerciales de Trump solo fortalecen la posición china. Mientras Estados Unidos habla de sanciones, China actúa con paciencia

Washington parece no comprender que el poder de Pekín no reside solo en su tamaño económico, sino en su capacidad para condicionar el funcionamiento del sistema global. Las tierras raras son la herramienta perfecta: un recurso estratégico, irremplazable y políticamente controlable. Las amenazas comerciales de Trump solo fortalecen la posición china. Mientras Estados Unidos habla de sanciones, China actúa con paciencia. Cada licencia denegada, cada control de exportación adicional, equivale a una presión indirecta sobre Wall Street. Si la Casa Blanca mantiene el pulso, el desenlace será inevitable: el sector de la IA estadounidense enfrentará cuellos de botella, los márgenes se reducirán y los inversores perderán confianza, y la burbuja de la IA estallará.

Epílogo: el preludio de una crisis mayor

El verdadero peligro no está solo en la caída bursátil, sino en lo que vendrá después. Cuando la burbuja se desinfle, el apalancamiento que la alimentó se convertirá en una trampa mortal. Miles de empresas tecnológicas, financiadas con deuda barata, deberán refinanciarse en un entorno de tipos altos y ventas decrecientes. Los bonos corporativos perderán valor, los fondos de crédito sufrirán reembolsos y la cadena de confianza se romperá. El sistema financiero estadounidense, ya tensionado por la proliferación de deuda BBB y préstamos privados de alto riesgo, podría enfrentar una crisis de deuda corporativa sin precedentes.

El pinchazo de la burbuja de la IA será el detonante de una nueva crisis financiera global. El foco se desplazará a otro frente igual de peligroso: el de la deuda privada corporativa estadounidense

El auge de la Inteligencia Artificial ha generado innovación, sí, pero también una peligrosa ilusión colectiva. El mercado ha confundido el progreso tecnológico con la rentabilidad garantizada. Y la política comercial estadounidense, en lugar de fortalecer su posición, podría acelerar su caída. China no necesita disparar misiles ni imponer sanciones: controla la llave de los materiales que hacen funcionar el siglo XXI. Si decide utilizarla, el castillo de naipes de la inteligencia artificial podría derrumbarse más rápido de lo que nadie imagina.

El pinchazo de la burbuja de la IA será el detonante de una nueva crisis financiera global. El foco se desplazará a otro frente igual de peligroso: el de la deuda privada corporativa estadounidense. Ese será el tema del próximo análisis: cómo el estallido de la burbuja de la IA desencadenará una crisis de crédito que sacuda los cimientos de la economía norteamericana.

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Declaración de la sociedad civil global sobre las amenazas comerciales de Trump

8 Septiembre 2025 at 09:11
Por: Arturo

Fotografía: Torre Trump en Nueva York

Attac apoya el comunicado de la sociedad civil

Trump está usando aranceles y amenazas comerciales para intimidar a otros países con el fin de mantener el poder global de Estados Unidos. Aunque las reglas comerciales existentes fueron moldeadas por las corporaciones estadounidenses, recientemente esto no ha sido suficiente para garantizar el dominio de Estados Unidos, por lo que Trump está recurriendo a la fuerza bruta. Para hacerlo, ha explotado las frustraciones reales de la gente trabajadora con el sistema comercial actual para rehacer por la fuerza la economía internacional en beneficio de las grandes empresas estadounidenses.

Hacemos un llamado a los gobiernos para que dejen de apaciguar a Trump. Hacemos un llamado a los grupos de la sociedad civil para que se unan a nosotros en impulsar la resistencia y crear un mundo mejor.

El movimiento por la justicia comercial ha pasado muchas décadas luchando contra las reglas comerciales existentes, los acuerdos de libre comercio y las instituciones como la Organización Mundial del Comercio que priorizan «el mercado» por encima de todos los demás objetivos. Teníamos razón. Las reglas comerciales actuales han destruido empleos decentes, dañado el planeta, alimentado la crisis climática y socavado los servicios públicos vitales. La promesa de que el crecimiento económico sería bueno para todos ha sido una mentira: los beneficios se han entregado a los ricos y las corporaciones más grandes, mientras que la desigualdad ha crecido y las empresas locales han perdido.

Las reglas comerciales globales dañan sistemáticamente a los países del Sur Global. Estas reglas pasan por alto día tras día las necesidades de desarrollo de estas naciones, negándoles las mismas estrategias que impulsaron a los países ricos de hoy—un caso muy familiar de ‘patear la escalera’. Mientras tanto, las grandes potencias, y en particular Estados Unidos, duplican las medidas que perjudican a las economías en desarrollo. Las naciones más pobres quedan, como resultado, encerradas en la exportación de bienes extractivos y de bajo valor, incapaces de diversificar o construir economías resilientes y dinámicas.

Actualmente estamos presenciando un movimiento hacia el fascismo y entre los factores impulsores de esto están las reglas comerciales actuales. Con demasiada frecuencia, a las personas cuyos trabajos y comunidades han sido destruidos en nombre del ‘libre comercio’ se les ha dicho que no hay alternativa al sistema comercial actual y no se les ha dado reconocimiento de sus problemas. Sin embargo, lo que Trump propone no es una solución sino un salto de la sartén al fuego.

Las demandas de Trump son un vale todo de ‘la razón del más fuerte’, que favorecen los intereses de los más ricos del mundo a expensas de la abrumadora mayoría de la humanidad y nuestro medio ambiente. Su clamor para que otros países cambien las leyes y políticas nacionales para adaptarse a los intereses corporativos estadounidenses vacía la democracia y hace de la soberanía, una farsa. Debajo del caos hay una consistencia en sus demandas:

  • Quemar más combustibles fósiles, torpedear la política climática
  • Gastar dinero público en el ejército y armas estadounidenses, en lugar de servicios públicos
  • Abandonar cualquier intento de limitar el poder de las Big Tech
  • Bajar los estándares en alimentación y agricultura, amenazando la salud de las personas
  • Otorgar acceso privilegiado para que las empresas estadounidenses despojen a las comunidades de recursos minerales
  • Dar tratos comerciales ventajosos a Trump y sus compinches multimillonarios

Los gobiernos no deberían apaciguar el acoso de Trump: ceder solo lo ha vuelto más recalcitrante. En particular, cuando los países económicamente más poderosos capitulan, esto deja a otros en la línea de fuego. En su lugar, los países deberían desarrollar una estrategia de cooperación para resistir. Hacer acuerdos individuales ya ha costado demasiado, alentando al matón a regresar y exigir más, golpeando a los países con aranceles más altos y coerción económica de todos modos, independientemente de los sacrificios hechos.

Este no es el momento de volver al statu quo, sino de trazar un nuevo camino hacia adelante. En lugar de luchar por acuerdos individuales o reaccionar de forma aislada a los dictados de Trump, los países deberían unirse para construir un sistema comercial global más justo y enfocado en el desarrollo—uno que resista la espiral descendente de división, intimidación y explotación. Las propias acciones de Trump han mostrado cuán vacíos son los acuerdos de libre comercio y las reglas de la OMC, y esta es una oportunidad para salir de su camisa de fuerza. Mientras figuras autoritarias como Trump desconocen cada vez más el derecho internacional, los líderes no deberían apresurarse a defender reglas comerciales que no están a la altura, especialmente para el Sur Global. En última instancia, sólo podemos derrotar a Trump y al fascismo creando una economía internacional capaz de satisfacer las necesidades de la humanidad y asegurar un planeta habitable. Esto incluye:

  • Uso de aranceles y otras herramientas comerciales para apoyar el desarrollo y la política industrial estratégica y dirigida, particularmente en países en desarrollo. Nunca como medio para extorsionar cambios en la política doméstica de un país soberano
  • Respetar el principio de trato especial y diferenciado a favor de los países en desarrollo y menos desarrollados como piedra angular en las reglas comerciales internacionales
  • Priorizar los objetivos climáticos y de biodiversidad dentro y por encima de los objetivos comerciales
  • Priorizar los derechos humanos y los derechos de los Pueblos Indígenas, especialmente el derecho al consentimiento libre, previo e informado, dentro y por encima de los objetivos comerciales
  • Promover la soberanía alimentaria y las prácticas agroecológicas, incluyendo altos estándares de bienestar animal e ingresos dignos para los agricultores
  • Promover los derechos de los trabajadores, salarios dignos, trabajo decente y políticas para buscar el pleno empleo
  • Promover la inversión en servicios públicos
  • Asegurar la justicia de recursos para los países en desarrollo, especialmente alrededor de minerales ‘críticos’
  • Regulación efectiva de las corporaciones, incluyendo la economía digital, IA, monopolización y mercados financieros
  • Asegurar que la política comercial apoye la cancelación de deuda, la justicia fiscal y mejore la asistencia gubernamental
  • Deshacerse de los tribunales corporativos secretos (formalmente conocidos como ISDS o ICS)
  • Deshacerse de las provisiones comerciales que limitan el acceso a medicinas
  • Desarrollar la política comercial de manera abierta, transparente y democrática

En este momento el comercio está sobre la mesa para un debate real—y no podemos dejar que esta oportunidad se escape. Mientras los demagogos tratan de volver nuestra ira unos contra otros, necesitamos que cada movimiento resista. Las viejas políticas neoliberales están fallando y este es nuestro momento para conectar los puntos y combinar nuestras luchas. Activistas climáticos, organizadores de derechos de migrantes, agricultores y comunidades rurales que luchan contra el acaparamiento corporativo de tierras, movimientos feministas, antifascistas y antigenocidio, sindicatos, jóvenes que exigen un futuro—todos estamos luchando contra la misma bestia. Es hora de unir nuestros movimientos y construir el poder que necesitamos para ganar un mundo que funcione para todos nosotros, no solo para los pocos ricos.

La entrada Declaración de la sociedad civil global sobre las amenazas comerciales de Trump se publicó primero en ATTAC España | Otro mundo es posible.

Indignidad europea ante el engaño trumpista

14 Agosto 2025 at 09:00

Por Juan Torres López, del Consejo Científico de Attac. Escrito para Nueva Tribuna.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el de Estados Unidos, Donald Trump, acaban de escenificar una auténtica y desvergonzada obra de teatro.

Como ha hecho con otros países, Donald Trump no ha buscado ahora con la Unión Europea un buen acuerdo comercial para los intereses de la economía estadounidense, como él se empeña en decir. Y en lo que ha cedido Von der Leyen no es en materia arancelaria para evitar los males mayores de una escalada de guerra comercial, como afirman los dirigentes europeos. El asunto va por otros derroteros.

Von der Leyen y Trump han hecho teatro haciendo creer que negociaban cláusulas comerciales, pero en realidad se han quitado la ropa de la demagogia y los discursos retóricos para mostrar a todo el mundo sus vergüenzas

Los aranceles del 15 por ciento acordados para gravar casi todas las exportaciones europeas los pagarán los estadounidenses y, en algunos casos, con costes indirectos aún más elevados.

Eso pasará, entre otros productos, con los farmacéuticos que se ven afectados. Puesto que en Estados Unidos no hay producción nacional alternativa y siendo generalmente de compra obligada (los economistas decimos de muy baja elasticidad de la demanda respecto al precio) los consumidores terminarán pagando precios más elevados. Suponiendo que fuese posible o interesara la relocalización de las empresas para irse a producir a Estados Unidos (lo que, desde luego no está nada claro), sería a medio plazo (lo expliqué en un artículo anterior).

Los aranceles a los automóviles europeos serán del 15 por ciento, pero los fabricantes estadounidenses deben pagar otros del 50 por ciento por el acero y el cobre, y del 25 por ciento por los componentes que adquieren de Canadá y México. Sería posible, por tanto, que los coches importados de la Unión Europea sean más baratos que los fabricados en Estados Unidos y que a los fabricantes de este país les resulte mejor producirlos en Europa y llevárselos de vuelta. Además, la mayoría de los automóviles de marcas europeas que se venden en Estados Unidos se fabrican allí, de modo que no les afectarán los aranceles, mientras que en Europa apenas se venden coches estadounidenses, no por razones comerciales sino más bien culturales o de gustos. Otros productos en los que Europa tiene ventajas, como los relativos a la industria aeroespacial y algunos químicos, agrícolas, recursos naturales y materias primas no se verán afectados.

En realidad, en términos de exportación e importación de bienes generales, el «acuerdo» no es favorable a Estados Unidos. Como explicó hace unos días Paul Krugman en un artículo titulado El arte del acuerdo realmente estúpido, el que suscribió con Japón (y se puede decir exactamente lo mismo ahora del europeo y de todos los demás) «deja a muchos fabricantes estadounidenses en peor situación que antes de que Trump iniciara su guerra comercial».

El déficit exterior de la economía estadounidense no es una desgracia, sino el resultado deliberadamente provocado para construir sobre él un negocio financiero y especulativo de colosal magnitud

No obstante, todo esto tampoco quiere decir que Europa haya salido beneficiada. Las guerras comerciales no suele ganarlas nadie, y muchas empresas y sectores europeos (los del aceite y el vino español, por ejemplo) se verán afectados negativamente. Pero no perderán porque Trump vaya buscando disminuir el déficit de su comercial exterior, sino como un efecto colateral de otra estrategia aún más peligrosa.

La realidad es que a Estados Unidos no le conviene disminuirlo porque este déficit, por definición, genera superávit y ahorro en otros países que vuelve como inversión financiera a Estados Unidos para alimentar el negocio de la gran banca, de los fondos de inversión y de las grandes multinacionales que no lo dedican a invertir y a localizarse allí, sino a comprar sus propias acciones. El déficit exterior de la economía estadounidense no es una desgracia, sino el resultado deliberadamente provocado para construir sobre él un negocio financiero y especulativo de colosal magnitud.

Lo que verdaderamente busca Estados Unidos con los «acuerdos» comerciales no es eliminar los desequilibrios mediante aranceles (eso es algo que no se ha conseguido prácticamente nunca en ninguna economía). El objetivo real de Estados Unidos es hacer chantaje para extraer rentas de los demás países, obligándoles a realizar compras a los oligopolios y monopolios que dominan sus sectores energético y militar y, por añadidura, humillarlos y someterlos de cara a que acepten más adelante los cambios en el sistema de pagos internacionales que está preparando ante el declive del dólar como moneda de referencia global.

El objetivo real de Estados Unidos es hacer chantaje para extraer rentas de los demás países, obligándoles a realizar compras a los oligopolios y monopolios que dominan sus sectores energético y militar

En el «acuerdo» con la Unión Europea (como en los demás), lo relevante ni siquiera son las cantidades que se han hecho públicas. Los aranceles son una excusa, un señuelo, el arma para cometer el chantaje. Lo que de verdad importa a Trump no es el huevo que se ha repartido, sino el fuero que acaba de establecer. Es decir, la coacción, el sometimiento y el monopolio de voluntad que se establecen, ya formalmente, como nueva norma de gobernanza y dominio de la economía global y que Estados Unidos necesita imponer, ahora por la vía de la fuerza financiera y militar debido a su declive como potencia industrial, comercial y tecnológica.

Siendo Donald Trump un gran negociador, si quisiera lograr auténticas ventajas comerciales para su economía no habría firmado lo que ha «acordado» con Europa (y con los demás países), ni hubiera dejado en el aire y sin concretar sus aspectos más cuantiosos. La cantidad de compras de material militar estadounidense no se ha señalado: «No sabemos cuál es esa cifra», dijo al escenificar el acuerdo con von der Leyen. El compromiso de compra de 750.000 millones de dólares en productos energéticos de Estados Unidos en tres años sólo podría obligar a Europa a desviar una parte de sus compras y tampoco parece que se haya concretado lo suficiente. Y la obligación de inversiones europeas por valor de 600.000 millones de dólares en Estados Unidos es una quimera porque la Unión Europea no dispone de instrumentos (como el fondo soberano de Japón) que le permitan dirigir inversiones a voluntad y de un lado a otro. Además, establecer esta última obligación sería otro disparate si lo que de verdad deseara Trump fuese disminuir su déficit comercial con Europa: si aumenta allí la inversión europea, disminuirán las compras de Europa a Estados Unidos, y lo que se produciría será un mayor déficit y no menor. 

Lo que han hecho von der Leyen y Trump (por cierto, en Escocia y ni siquiera en territorio europeo) ha sido desnudarse en público. Han hecho teatro haciendo creer que negociaban cláusulas comerciales, pero en realidad se han quitado la ropa de la demagogia y los discursos retóricos para mostrar a todo el mundo sus vergüenzas manifestadas en cinco grandes realidades:

  1. El final del gobierno de la economía global y el comercio internacional mediante reglas y acuerdos y el comienzo de un nuevo régimen en el que Estados Unidos decidirá ya sin disimulos, a base de chantaje, imposiciones y fuerza militar.
  2. A Estados Unidos no le va a importar provocar graves daños y producir inestabilidad y una crisis segura en la economía internacional para poner en marcha ese nuevo régimen. Quizá, incluso lo vaya buscando, lo mismo que buscará conflictos que justifiquen sus intervenciones militares.
  3. La Unión Europea se ha sometido, se arrodilla ante el poder estadounidense y renuncia a forjar cualquier tipo de proyecto autónomo. Como he dicho, a Trump no le ha importado el huevo, sino mostrar que Europa ya no toma por sí misma decisiones estratégicas en tres grandes pilares de la economía y la geopolítica: defensa, energía e inversiones (en tecnología, hace tiempo que perdió el rumbo y la posibilidad de ser algo en el concierto mundial). Von der Leyen, con el beneplácito de una Comisión Europea de la que no sólo forman parte las diferentes derechas sino también los socialdemócratas (lo que hay que tener en cuenta para comprender el alcance del «acuerdo» y lo difícil que será salir de él), ha aceptado que la Unión Europea sea, de facto, una colonia de Estados Unidos.
  4. Ambas partes han mostrado al mundo que los viejos discursos sobre los mercados, la competencia, la libertad comercial, la democracia, la soberanía o la paz eran lo que ahora vemos que son: humo que se ha llevado el viento, un fraude, una gran mentira.
  5. Por último, han mostrado también que el capitalismo se ha convertido en una especie de gran juego del Monopoly regido por grandes corporaciones industriales y financieras que han capturado a los estados para convertirse en extractoras de privilegios, en una especie de gigantescos propietarios que exprimen a sus inquilinos aumentándoles sin cesar la renta mientras les impiden por la fuerza que se vayan y  les hablan de libertad. 

La Unión Europea se ha condenado a sí misma. Ha dicho adiós a la posibilidad de ser un polo y referente mundial de la democracia, la paz y el multilateralismo. Ahora hace falta que la gente se entere de todo esto y lo rechace, lo que no será fácil que suceda, pues a esos monopolios se añade el mediático y porque, como he dicho, esta inmolación de Europa la ha llevado a cabo no sólo la derecha, sino también los socialistas europeos que, una vez más, traicionan sus ideales y se unen a quien engaña sin vergüenza alguna a la ciudadanía que los vota.

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