Hay un cuento que cuenta que un sabio recibió a un amigo en su casa que le dijo: «Veo que no tienes apenas muebles, ni casi nada en la casa». El sabio le dijo: «Tú tampoco tienes muchas cosas aquí». Entonces, el amigo contestó lo obvio: «Bueno, yo es que aquí estoy de paso». El sabio contestó: «Yo también. Todos estamos de paso».
En todos los tiempos y lugares ha habido ascetas, gentes que eligen la austeridad como forma de vida, y como ahora, la austeridad siempre ha sido la forma de vida más antisistema. Algunos de ellos han sido sabios reconocidos, otros seguro que pasaron desapercibidos en la Historia, y otros viven muy cerca. En la India se estima que hay entre 4 y 5 millones de sadhus, yoguis que han renunciado a lo material. Aquí exponemos cronológicamente unos cuantos famosos filósofos clásicos, que eligieron esta forma de vida.
Empezamos con Heráclito (siglo V a.C.) filósofo famoso por su «panta rei» (todo fluye, todo cambia) y su «No es posible bañarse dos veces en el mismo río», que fue un asceta al final de su vida. Se retiró a vivir en soledad, comiendo hierbas y plantas.
Tal vez el más famoso asceta sea Diógenes el Cínico (s. IV a.C.) por sus fantásticas anécdotas y su sentido del humor. Como los sadhus indios, rechazó todas las convenciones sociales y religiosas para dedicarse a la búsqueda de Dios. Su supremo desapego, y su liberación de los deseos le hacía terriblemente libre de todo, aunque acabara como esclavo. Un día estaba preguntando a una estatua y cuando le preguntaron el porqué, respondió: «Me adiestro en preguntar en vano». Acabó con su vida con noventa años, conteniendo la respiración, y quiso que su cuerpo fuera arrojado como comida a los animales. Sus amigos le hicieron un monumento, coronado con un perro, su sobrenombre.
Uno de los mayores sabios de todos los tiempos, Sócrates (s. IV a.C.) vestía con gran sencillez, caminaba descalzo, indiferente al frío, al hambre… como un yogui indio. Fue condenado por un tribunal a beber el veneno de la cicuta, por corromper a la juventud porque le enseñaba a someter a crítica y revisión el saber tradicional. Similares acusaciones también se hicieron décadas antes contra Anaxágoras y contra Protágoras, condenados al exilio, pero el caso de Sócrates fue más grave porque era ateniense y utilizó su sacrificio para condenar a sus jueces. Según el filósofo Geymonat, ese sacrificio supuso que la enseñanza de Sócrates fuera una de las más eficaces que recuerda la historia. Aceptó su destino con tranquilidad asombrosa. Cuando alguien le dijo que se preparase para su sentencia, contestó: «¿Acaso crees que no me he preparado a lo largo de toda mi vida?». Llegado el momento, dijo: «A mí me toca morir y a vosotros vivir. ¿Qué es lo mejor? Sólo la divinidad lo sabe».
El gran Epicuro (s. III a.C.), que escandalizó al permitir mujeres en su academia llamada El Jardín, comía poco, y proclamaba lo poco que necesitamos para vivir. Para él, el placer se obtiene mediante la satisfacción del deseo, y mediante la indiferencia ante el deseo. La primera forma genera un placer que no es duradero, ni puro. El sentido del epicureísmo, como el del cinismo, ha sido degenerado con el paso del tiempo. El objetivo de Epicuro es la ataraxia, la ausencia de pasión y deseos, «la tranquilidad de un espíritu con buena salud».
Hiparquia (siglo II. a.C.) fue una de las primeras filósofas. De familia rica, renunció al lujo para vivir con Crates el Cínico (discípulo de Diógenes), el cual también provenía de clase alta. Ambos eligieron vivir como mendigos. Se cuenta que los padres de Hiparquia convencieron a Crates para que intentara disuadir a Hiparquia de llevar ese estilo de vida, pero no lo consiguió. No queda claro si ganó el amor a Crates, o el amor a la filosofía.
Lo mejor de la filosofía griega fue heredado por el estoicismo, la filosofía principal de la Roma clásica, y sus mejores exponentes son Séneca y Marco Aurelio. El cordobés preceptor de Nerón, Séneca (s. I d.C.), siguió una vida ascética y estoica, rodeado de gente rica. Hasta se hizo vegetariano, y llegó a sentir lo divino en todas las cosas. El estoicismo es una aceptación total de cuanto ocurre. Como decía Séneca: «Las circunstancias favorables no elevan al sabio, ni las adversas lo hunden». Su lema era ser feliz con poco, y sin depender de lo externo. Como Sócrates, también fue injustamente condenado a muerte.
Marco Aurelio (s. II) se hizo cínico con 11 años. Con 18 años fue adoptado por el emperador romano Antonino Pío, y lo nombró su sucesor. Como estoico no le debió gustar ser emperador, pero como estoico se resignó a lo que el destino le guardó. Marco Aurelio tuvo que renunciar a una vida sencilla, por la riqueza y el poder. En su libro de Meditaciones, condensa el estoicismo en una frase: «¿Te ha acontecido algo? Está bien». Para Marco Aurelio todo lo que ocurre es algo habitual y sólo el necio se alegra o se aflige por lo que le sucede.
Terminamos nuestro repaso con Porfirio (s. III) que, procedente de familia noble, escogió un ascetismo riguroso que incluía ser vegetariano. Como hiciera Empédocles, condenó los sacrificios de animales y el consumo de carne. En su libro De la abstinencia, se erige en defensor del vegetarianismo, por razones éticas y con un papel esencial en la búsqueda espiritual, y en la paz de espíritu. Pero está claro que el vegetarianismo por sí mismo no es suficiente, y por eso Porfirio llegó más lejos: «Impide que el cuerpo perturbe al alma con sus exigencias y placeres; disuelve el vínculo entre cuerpo y alma».
Por supuesto, a lo largo de la historia ha habido muchísimos más ascetas famosos, como los estilitas, que escogieron vivir años y años encima de columnas. De todos ellos nos podemos preguntar si fueron felices. Es evidente que la pobreza no da la felicidad, ni garantiza estar primero a los ojos de ningún Dios. No puede ser malo disfrutar con mesura de las cosas materiales de esta vida, pero acumular demasiadas cosas materiales, en un mundo donde muchos están muriendo de hambre, es evidentemente muy cuestionable, aunque los que mueren y sufren no estén delante nuestra.
Ser felices incluye saber afrontar nuestros proyectos, gestionar la incertidumbre, aceptar los fracasos… y, en definitiva, «vivir una vida que merezca la pena ser vivida». Este libro (Plataforma Editorial, 2022) es una gran ayuda para este propósito. Su lectura, agradable y fluida, nos convence y nos anima a ser mejores personas y aumentar la felicidad. Pepe García dice ser un «entrenador de estoicismo». ¿Quieres entrenarte? Como dijo Crisipo (otro estoico): la filosofía es una cura para el alma.
Por supuesto, hay otras filosofías útiles. Entre las antiguas, podemos encontrar el epicureísmo que busca el placer y elude el dolor, pero no a cualquier precio. De hecho, dado que no siempre esa es una buena estrategia, se recomienda «entrenarse en cómo superar el dolor». Más modernamente, hay terapias psicológicas basadas en el estoicismo, como la cognitivo-conductual o la racional emotivo-conductual.
Resumiendo, el estoicismo nos ayuda a ser mejores personas, a vivir mejor y a encajar los golpes de la vida, los cuales son inevitables. Los contratiempos, que no están bajo nuestro control, es mejor afrontarlos con serenidad, en vez de con enfado. Epicteto decía: «no son las cosas lo que nos perturba, sino los juicios que hacemos sobre esas cosas». Por supuesto, hay ocasiones en las que podemos decidir cómo actuar. En este caso, el estoicismo nos pide que nuestra intención sea virtuosa. Así, aunque el resultado no sea bueno, podemos estar tranquilos y satisfechos. Por eso, este filósofo mantenía que solo las cosas que dependen de nosotros pueden ser buenas o malas. El resto lo califica como indiferente (incluyendo la salud, la reputación, la fama, el dinero…). Puedes preferir una cosa a otra (la riqueza a la pobreza), pero no ligar tu felicidad a conseguirlo. El sabio estoico —sea rico o pobre— sabe vivir con austeridad y tiene presente que lo importante es no apegarse a lo material.
Como también proclamaba la filosofía india del karma yoga, debemos obrar para hacer del mundo un lugar mejor, pero sin esperar algo a cambio por comportarnos bien. Actuar con virtud es un fin en sí mismo. Marco Aurelio escribió: «Cuando hayas hecho un favor y otro lo haya recibido, ¿qué tercera cosa andas todavía buscando, como los necios?».
El autor explica muy bien la diferencia entre ataraxia y apatheia. Lo primero es algo parecido al nirvana o samâdhî del budismo y del hinduismo, un estado de serenidad, calma e imperturbabilidad, pase lo que pase a nuestro alrededor. Por su parte, apatheia significa estar libres de emociones negativas.
Al final de este artículo enumeramos 20 ideas clave
del estoicismo que aquí se explican.
El libro nos resume las vidas de tres estoicos famosos: Séneca, el cordobés millonario que predicó el desapego por encima del tener o no riquezas; Epicteto, el esclavo liberado en su vejez que montó una academia de filosofía; y Marco Aurelio, «uno de los mejores líderes de toda la historia», famoso por sus Meditaciones. Puedes leer reflexiones de estos y de otros sabios en Mis citas preferidas.
Pepe García nos explica de forma sencilla las virtudes estoicas que aquí resumimos:
Sabiduría práctica. Consiste en distinguir lo que debemos hacer de lo que no y, sobre todo, en realizar lo primero. Esta es la virtud más importante y propone analizar nuestras situaciones personales, escribiendo lo que serían buenas y malas decisiones en cada una de ellas y cómo mejorar. Con ese ejercicio tomaremos conciencia de si avanzamos o no.
Justicia. Se trata de pensar cómo cada acción afecta a los demás. Hoy, podríamos extenderlo a todo lo demás, incluyendo los animales y el medioambiente.
Templanza. Es moderación en nuestros impulsos y placeres, así como disciplina para hacer lo que sabemos que debemos hacer. El mecanismo es «prestar atención» a lo que estamos viviendo en cada momento, ser conscientes de nuestros sentimientos e impulsos y, controlarlos. Epicteto nos propone el ejercicio de pensar cómo nos sentiremos después de tomar una buena decisión: pensar en el orgullo con uno mismo cuando hemos sido capaces de vencer una tentación, de haber sido capaz de rechazar algo negativo. ¿Cuándo nos hemos arrepentido de comer sano o de hacer algo que debíamos hacer?
Coraje, valor, resistencia a lo incómodo. Esto nos permite superar las adversidades (resiliencia) y hacer lo correcto aunque los demás hagan otra cosa. Un ejercicio es empezar por cosas pequeñas. Ser valiente no consiste en no tener miedo, sino en controlarlo y vencerlo con acciones.
Una técnica estoica consiste en elaborar un manual (enquiridión) de máximas, frases breves, que nos permitan afrontar las adversidades recordando cómo actuar. Repitiendo y memorizando frases podemos cambiar nuestra forma de pensar y proceder. Esto ayuda a superar las creencias o enseñanzas erróneas. Te sugerimos que eches un vistazo a nuestra colección de citas donde, sin duda, encontrarás algo interesante.
Para los estoicos, «todo lo que ocurre es neutral» (ni bueno ni malo) y es nuestra interpretación —lo que nos decimos a nosotros mismos— lo que marca la diferencia. Para aprender a tomarnos bien la vida, Pepe García recomienda planificar momentos deliberados de quietud, para escuchar nuestra mente. En silencio y soledad, escucharemos todo el ruido que generamos nosotros mismos. Aunque es algo parecido, no se trata de una meditación al estilo oriental. Posteriormente, en cada situación que valoremos negativa debemos recordar las máximas, cambiar nuestra forma de pensar y afrontar los hechos como una oportunidad para entrenar nuestra paciencia y para aprender a ser mejores.
Autoevaluación y dicotomía del control
Los estoicos dedican tiempo cada día «a reflexionar sobre sus acciones». El famoso médico Galeno recomendaba, con Marco Aurelio, prepararnos mentalmente cada mañana sobre cómo serán nuestras acciones. Imaginar cómo queremos que sea nuestro día y anticiparnos a las adversidades que podamos prever es muy inteligente. Séneca recomendaba también reflexionar al final del día para evaluar nuestros aciertos y errores. Por otra parte, podemos copiar al emperador, el cual tenía un diario personal en el que apuntaba para sí mismo sus reflexiones.
García aclara: «El propósito de este ejercicio no es machacarnos ante cada error ni tampoco presumir demasiado por lo que hemos hecho bien. La finalidad, en cambio, es mejorar, estar cada día un paso más cerca del tipo de persona que queremos ser». Un ejercicio matutino que puede usarse para planificar el día es elaborar una lista con las cosas que queremos conseguir ese día, siendo realistas y sin excedernos, al menos al principio.
«Nuestra energía es limitada, y la mejor forma de administrarla no es poniendo atención en las cosas que no dependen de nosotros». Por eso, Epicteto recomendaba examinar las preocupaciones y centrarnos en lo que depende de nosotros. Pepe García nos advierte: si ponemos nuestra energía y nuestro foco en las cosas que no dependen de nosotros, estaremos garantizando nuestra falta de tranquilidad. Se llama dicotomía del control a centrarnos en diferenciar esto.
Memento mori (recuerda que morirás)
Séneca animaba a no tener miedo de la muerte. El estoicismo cree que tener presente la muerte puede ser la mejor forma de vivir una vida feliz (eudaimónica). El libro plantea varios ejercicios interesantes, como imaginar que hacemos algo por última vez.
No se trata de pensar en la muerte para angustiarnos, sino para valorar el estar vivos, para animarnos a cumplir nuestros sueños y para pensar en cómo queremos vivir y ser recordados. Otro interesante ejercicio es usar la muerte como consejera.
Atención, imaginación negativa y premeditatio malorum
«La vida ocurre en la mente. De hecho, cualquier pensamiento, idea, emoción y acción, ocurre en la mente». Por eso, si controlamos nuestra atención —nuestra mente— aumentaremos la calidad de vida. Esto es algo que sabían los estoicos (lo llamaban prosochê), pero también los místicos orientales (meditación) y los psicólogos actuales (que recomiendan hacer mindfulness). Cuesta entrenar la atención, porque los resultados no se ven de forma inmediata. Pepe García responde que meditar «sirve para entrenarnos en darnos cuenta de nuestros pensamientos y emociones». Además de meditar, cuando tengamos que hacer alguna tarea concreta, recomienda eliminar distracciones (p. ej. el teléfono) o contar las veces que nos distraemos. Epicteto tenía claro que prestando atención nada puede salir peor que estando distraídos.
No saber apreciar lo que tenemos es un problema generalizado. Además, también solemos caer en tener demasiados deseos que, cuando se satisfacen, dejamos de valorar y pasamos a desear otras cosas, una y otra vez (proceso llamado adaptación hedónica o avaricia, según en lo que nos centremos). Por último, también es frecuente tener miedo ante la incertidumbre del futuro.
El objetivo del budismo es detener los deseos. En cambio, el estoicismo pretende evitar que los deseos condicionen nuestra felicidad o integridad. Conseguir algo no depende exclusivamente de nosotros, pero actuar con virtud sí. Por eso, el estoicismo propone obrar bien, sin pretender algo a cambio (como el Karma yoga). «Si damos más importancia a lo que tenemos que a lo que deseamos, seremos más felices».
Una técnica es la imaginación negativa, que consiste en imaginar que perdemos algo que sintamos que es valioso. Esto nos hará sentir pensamientos incómodos de forma controlada, que nos harán valorar más lo que tenemos o nuestra situación actual. Por ejemplo, intenta vivir un tiempo como si fueras ciego, y verás el agradecimiento sincero al abrir los ojos.
El premeditatio malorum es un ejercicio similar. Recomendado por Séneca, consiste en imaginar que nos ocurre algo malo. El objetivo no es ser pesimistas y quejarnos, sino prepararnos mentalmente para futuras adversidades y superar nuestros miedos. Lo que nos parece un gravísimo problema, rara vez lo es realmente. Bien hecho, este ejercicio suele mostrarnos que tenemos bajo nuestro control mucho más de lo que pensamos y que, además, existen alternativas razonables ante ciertos problemas. Podemos pensar, sin duda, que ese mismo problema lo han tenido otras personas en el pasado y lo han superado sin dramatizar. Aparcar nuestro ego por un tiempo es sanador. Puede ayudar recordar algún problema del pasado y tomar conciencia de que lo superamos (una ruptura, un despido, una lesión o enfermedad, una pérdida importante, etc.).
El objetivo de estos últimos ejercicios no es ridiculizar nuestros problemas, sino evitar que nos paralicen y pasar de preocuparnos por ellos a ocuparnos de ellos. Además, tengamos en cuenta que las desgracias que más tememos rara vez ocurren. El filósofo y matemático René Descartes, ya mayor, escribió una carta en la que decía: «Mi vida estuvo llena de desgracias, muchas de las cuales jamás sucedieron».
Incomodidades voluntarias y ver los problemas como oportunidades
Este ejercicio es fundamental en el estoicismo. Se trata de privarnos voluntariamente de comodidades o lujos de los que disfrutamos o podríamos disfrutar. Ejemplos: quitarnos una comida, transportarnos andando o en bici, ducharnos con agua fría, no usar los ascensores, no usar el teléfono en varios días, dejar de comprar algo, etc. Esto «nos ayuda a comprender mejor que podemos prescindir de muchos privilegios a los que estamos acostumbrados». Otras ideas que propone el libro son: no gastar nada en varios días, hacer más ejercicio, caminar descalzo por la calle o vestir ropas ridículas, como hacía el político romano Catón el Joven para entrenarse en que le dieran igual las opiniones ajenas. Catón propiciaba burlas contra él para curtirse en ignorarlas. También fue muy desconcertante en su época, la defensa de Catón del bienestar de los pueblos conquistados. Una vez, se estaba celebrando la masacre que César había perpetrado contra una tribu gala, incluyendo mujeres y niños. Catón se levantó en el Senado para exigir que el general fuese juzgado como criminal de guerra. El estoicismo fue posiblemente la primera escuela en enseñar el respeto a todos los pueblos, una idea que después fue transmitida al cristianismo y su esencia.
En muchas ocasiones, en estos ejercicios lo que más cuesta es empezar. Superado ese trámite, hacer algo bien puede ser más fácil de lo que pensamos.
En la misma línea, los estoicos afrontaban sus problemas como una oportunidad para mejorarse: para cultivar su paciencia, para trabajar su resistencia… en definitiva, para ver las cosas de otra manera. Así, la gravedad de los problemas se diluye y nos preparamos para aguantar desgracias mayores.
Serenidad estoica
Repitamos: Epicteto decía que «no son las cosas lo que nos perturba, sino los juicios que hacemos sobre esas cosas». Por tanto, el estoico debe aprender a controlar los juicios que hacemos, a distinguir los hechos de las opiniones, a describir la realidad sin emitir juicios de valor. Las cosas no son buenas o malas, sino que depende de un montón de factores, muchos de ellos incontrolables por nosotros. Emitir valoraciones basándose en prejuicios, hacer suposiciones de cosas que no estamos seguros, solo contribuye a errores y a malgastar nuestra energía en cosas banales. Esto se parece al primero de los acuerdos que Miguel Ángel Ruiz Macías explicaba en su libro Los cuatro acuerdos (véase foto adjunta).
Ante sentimientos negativos, lo primero es detectarlos junto con los pensamientos inútiles que los acompañan y que no nos llevan a nada bueno. Notar los síntomas y ser conscientes es el primer paso para controlarlos. En segundo lugar, analizaremos por qué pensamos eso y si realmente exageramos o dramatizamos la gravedad de la situación. Retrasar la respuesta instintiva nos hace razonar y reaccionar mejor. Por último, debemos cambiar esos pensamientos por otros más objetivos y reales. En todo caso, es un proceso en el que podemos entrenarnos para mejorar día a día. Y si nos cuesta trabajo, el libro incluye ejercicios interesantes que podemos practicar.
Un libro con 101 relatos de la vida real aplicando la humildad y el estoicismo
En momentos de estrés o sentimientos negativos, Séneca nos recomienda respirar profundamente y pensar qué le diríamos a un amigo que estuviera en nuestra situación. También funciona hacer todo lentamente (movimientos lentos), hasta que la mente se calme.
Como dice Pepe García, «nuestro cerebro es presa de multitud de sesgos cognitivos y creencias». Por ejemplo, es muy típico suponer que alguien rico o elocuente es mejor persona. En cambio, es una suposición falsa. De ahí la importancia de «distanciar nuestras opiniones de los acontecimientos a los que se refieren», una técnica que la psicología moderna denomina «distanciamiento cognitivo».
En definitiva, el estoicismo invita a actuar correctamente, aunque nuestros intereses personales se vean perjudicados. No se trata de hacer lo correcto para quedar bien, sino porque es lo correcto. Para conseguirlo —sin caer en el perfeccionismo— Pepe nos propone el ejercicio de imaginar que un sabio nos está mirando cuando lo necesitemos. Este sabio puede ser alguien real o imaginado, y se puede usar para buscar consejo: «¿Qué haría él o ella si estuviera en esta situación?». También se puede pensar en genérico para ayudarnos a reflexionar: «¿Qué haría una persona calmada en esta situación?».
Por último, el libro nos da un consejo de parte de Marco Aurelio: cuando nos sintamos culpables por no haber hecho lo mejor, seamos benevolentes con nuestros errores puntuales y valoremos nuestra trayectoria general y nuestro compromiso por mejorar.
Epicteto decía: «no son las cosas lo que nos perturba, sino los juicios que hacemos sobre esas cosas».
No hay nada bueno ni malo. Es nuestra interpretación lo que hace esa clasificación.
No condicionar la felicidad a conseguir metas que no dependen de nosotros.
El sabio estoico sabe vivir con austeridad y sin apegarse a lo material.
Las cuatro virtudes estoicas: sabiduría práctica (distinguir lo que debemos hacer de lo que no), justicia (cada acción afecta a lo demás), templanza (moderación en nuestros impulsos y placeres) y coraje (resistencia a lo incómodo, superar las adversidades).
Coleccionar frases útiles (enquiridión), como nuestras citas preferidas.
Afrontar los hechos negativos como una oportunidad para entrenar nuestra paciencia y para aprender a ser mejores.
Reflexionar al principio y final de cada día. Por la mañana, prepararnos mentalmente e imaginar cómo queremos que sea nuestro día. Anticiparnos a las adversidades posibles, pensando cómo actuaremos si ocurren. Reflexionar al final del día para evaluar aciertos y errores.
Dicotomía del control: pensar qué cosas dependen de nosotros y centrarnos en ellas.