Durante los últimos meses no paro de leer libros y de ver documentales sobre el siglo XX. Hacerlo y, de manera alterna, asomarse a la actualidad política nacional e internacional es la mejor receta para hundir el estado de ánimo de cualquiera. Así me va últimamente.
Nunca he pensado que la historia se repite, ni siquiera como farsa. Pero sí hay unas constantes que resurgen una y otra vez en las fases más oscuras de nuestras sociedades: la deshumanización del contrario, la búsqueda de chivos expiatorios para los males que nos aquejan –a menudo con la intención de que no se pidan responsabilidades a los verdaderos causantes–, la mezcla de miedo y odio que se impone a las relaciones sociales, la aparición de líderes que ofrecen soluciones simplistas, drásticas, despiadadas e imposibles de aplicar. Y habría que añadir la connivencia de la prensa y las fuerzas armadas con esos líderes populistas y los movimientos que los sostienen.
Luego, de ese cóctel indigesto salen combinaciones distintas cada vez, pero con consecuencias parecidas.
Lo que me sorprende es que la gente siga manteniendo la fe en recetas que han provocado la destrucción de naciones enteras. La mano de hierro, el hombre fuerte, han llevado siempre a la catástrofe. Entiendo la tentación en épocas de crisis y de corrupción, lo que no entiendo es que se caiga en ella, sabiendo que solo puede traer una crisis aún más profunda y una corrupción sin freno jurídico alguno.
1 de diciembre
¿Y si volásemos por los aires la Cruz de los Caídos? A mí me parece una idea muy razonable.
Lo pensaba días atrás cuando se estaban discutiendo los planes de resignificación de la construcción franquista del Valle. Mi fantasía no tiene que ver con ninguna forma de odio al cristianismo, ni a los cristianos, ni siquiera a sus símbolos, que suelen ocupar poco mis lucubraciones. Pensaba más bien que la Iglesia católica ha colonizado los espacios públicos de forma inaceptable para una institución privada. Estatuas de santos, vírgenes y cristos, así como cruces a veces de tamaño descomunal y sin el menor interés artístico contaminan visualmente el medio ambiente desde lo alto de numerosos montes, se yerguen por encima de ciudades aprovechando elevaciones del terreno, jalonan caminos. Si se han prohibido los paneles publicitarios para proteger el paisaje de la degradación, bien se podrían prohibir muchas de las cruces que no son más que propaganda de una determinada religión, no compartida por la mayoría de los ciudadanos. Imponernos la visión de símbolos religiosos, su omnipresencia en el espacio público, no es más que una manifestación de poder simbólico con el que se marca como propio un territorio.
Mantener en pie ese tipo de monumentos es como conservar la «tradición» de que las iglesias de los pueblos den las horas con sus campanas durante toda la madrugada; no se hace por tradición, sino porque marca la presencia de la iglesia para que nadie olvide quién tiene el poder sobre el espacio público. Si de verdad les importase la tradición pagarían a un campanero para que las tañese y no pondrían las grabaciones con las que lo sustituyen.
2 de diciembre
Hace poco, durante una cena, conversaba con dos escritores, con la responsable de coordinación de exposiciones temporales del Museo del Prado y con una experta en arte renacentista –entre otras muchas cosas– también del Prado. Discutíamos si la belleza, o la fealdad, de una obra acaban siempre siendo reconocidas, que es otra manera de discutir si hay una belleza objetiva. Tiendo a pensar que no; el tiempo, la clase social, la experiencia individual, el juego de valores de cada grupo humano influyen en nuestra percepción; lo que sucede es que algunos de esos valores y de esas maneras de mirar pueden atravesar las épocas y contribuir a un consenso en la clasificación de lo que es y no es bello.
Al día siguiente me doy la razón a mí mismo. Visito la gran exposición dedicada a Mengs que se puede ver ahora en el Prado. Un cuadro llama mi atención por su fealdad; luego descubriré que se trata de Júpiter y Ganimedes pero de entrada no me interesa tanto el tema como la factura: los colores planos, la falta de proporción del cuerpo del joven, las expresiones hieráticas, la forma de extender el color. En la cartela leo que Mengs pintó esa obra, un fresco, para hacerla pasar por una antigüedad romana, logrando engañar a Winckelmann, teórico y experto del arte antiguo y hasta ese momento amigo o por lo menos aliado de Mengs en la defensa de la estética neoclásica. Entonces me doy cuenta de que la obra me parece fea porque la estaba mirando con criterios adecuados al siglo XVIII; si me hubiese acercado a ella pensando, como Winckelmann, que era romana, estoy seguro de que me habría gustado.
Continúo pensando en el asunto tras salir del museo y llego a la conclusión de que la belleza no es solo una cuestión estética, también es ideológica. Muchas de las novelas contemporáneas que hoy se consideran grandes obras deben esa apreciación a que su discurso es utilizable para generar consensos políticos o sociales –y los consensos sociales son siempre políticos–. Dicen lo que una parte significativa de la población quiere que sea dicho.
Tanto pensar para llegar a esta obviedad. Pero así es nuestro flujo de conciencia: nos conduce una y otra vez a lo que ya sabíamos o creíamos saber antes de dejarlo libre.
¿Se puede hacer justicia con una radial? El robo de las joyas del Louvre permite dibujar una línea de siglos de colonización europea, por eso, aunque no sea una reparación real, este robo hecho por encargo da cierta sensación de justicia.
Hirugarren eleberria plazaratu berri du Danele Sarriugarte Mochalesek: 'beste zerbait' (consonni, 2025). Liburuko ahots-erregistroez, euskara ez-bitarraz, utopiez, egunerokoaz, biolentziez, estrategiez eta aliatu politiko eta afektiboak izatearen garrantziaz mintzatu zaigu, besteak beste.
Como Radios Libres estamos encantadas en ser parte de esta iniciativa formativa que abre una nueva convocatoria para 2026. ¡Postula antes del sábado 15 de noviembre! Y asiste con una beca al encuentro final en Buenos Aires, Argentina.
Desde Antena Negra TV, Awana Digital, Centro de Autonomía Digital (CAD), CoopCloud, Espora, Laboratorio Popular de Medios Libres, Lanceros Digitales, Númerica Latina, Radios Libres, Sutty y Witness les invitamos a participar de la Segunda Convocatoria Escuela de Comunicación y Tecnologías Libres para la Defensa Común del Territorio a realizarse en 2026 a comunidades, movimientos, organizaciones y colectivos de Abya Yala que estén en procesos de defensa del territorio, que no integran estructuras partidarias.
La escuela se llevará a cabo de Enero a Abril de 2026 en formato híbrido, combinando sesiones en línea con un encuentro presencial, que será en marzo 2026 en las instalaciones de Antena Negra TV en el Galpón Ferroviario de Buenos Aires, Argentina.
La escuelita está enfocada en quienes tengan una búsqueda entorno a la soberanía digital y la comunicación comunitaria. La formación se centrará en tres ejes clave: documentación social y ambiental, con enfoque en violencia estatal, cuidados digitales y servidores autónomos. Esta iniciativa capacitará a las comunidades en técnicas avanzadas de recopilación y gestión de información, permitiéndoles crear y mantener archivos de memoria útiles desde una perspectiva jurídica.
Ser felices incluye saber afrontar nuestros proyectos, gestionar la incertidumbre, aceptar los fracasos… y, en definitiva, «vivir una vida que merezca la pena ser vivida». Este libro (Plataforma Editorial, 2022) es una gran ayuda para este propósito. Su lectura, agradable y fluida, nos convence y nos anima a ser mejores personas y aumentar la felicidad. Pepe García dice ser un «entrenador de estoicismo». ¿Quieres entrenarte? Como dijo Crisipo (otro estoico): la filosofía es una cura para el alma.
Por supuesto, hay otras filosofías útiles. Entre las antiguas, podemos encontrar el epicureísmo que busca el placer y elude el dolor, pero no a cualquier precio. De hecho, dado que no siempre esa es una buena estrategia, se recomienda «entrenarse en cómo superar el dolor». Más modernamente, hay terapias psicológicas basadas en el estoicismo, como la cognitivo-conductual o la racional emotivo-conductual.
Resumiendo, el estoicismo nos ayuda a ser mejores personas, a vivir mejor y a encajar los golpes de la vida, los cuales son inevitables. Los contratiempos, que no están bajo nuestro control, es mejor afrontarlos con serenidad, en vez de con enfado. Epicteto decía: «no son las cosas lo que nos perturba, sino los juicios que hacemos sobre esas cosas». Por supuesto, hay ocasiones en las que podemos decidir cómo actuar. En este caso, el estoicismo nos pide que nuestra intención sea virtuosa. Así, aunque el resultado no sea bueno, podemos estar tranquilos y satisfechos. Por eso, este filósofo mantenía que solo las cosas que dependen de nosotros pueden ser buenas o malas. El resto lo califica como indiferente (incluyendo la salud, la reputación, la fama, el dinero…). Puedes preferir una cosa a otra (la riqueza a la pobreza), pero no ligar tu felicidad a conseguirlo. El sabio estoico —sea rico o pobre— sabe vivir con austeridad y tiene presente que lo importante es no apegarse a lo material.
Como también proclamaba la filosofía india del karma yoga, debemos obrar para hacer del mundo un lugar mejor, pero sin esperar algo a cambio por comportarnos bien. Actuar con virtud es un fin en sí mismo. Marco Aurelio escribió: «Cuando hayas hecho un favor y otro lo haya recibido, ¿qué tercera cosa andas todavía buscando, como los necios?».
El autor explica muy bien la diferencia entre ataraxia y apatheia. Lo primero es algo parecido al nirvana o samâdhî del budismo y del hinduismo, un estado de serenidad, calma e imperturbabilidad, pase lo que pase a nuestro alrededor. Por su parte, apatheia significa estar libres de emociones negativas.
Al final de este artículo enumeramos 20 ideas clave
del estoicismo que aquí se explican.
El libro nos resume las vidas de tres estoicos famosos: Séneca, el cordobés millonario que predicó el desapego por encima del tener o no riquezas; Epicteto, el esclavo liberado en su vejez que montó una academia de filosofía; y Marco Aurelio, «uno de los mejores líderes de toda la historia», famoso por sus Meditaciones. Puedes leer reflexiones de estos y de otros sabios en Mis citas preferidas.
Pepe García nos explica de forma sencilla las virtudes estoicas que aquí resumimos:
Sabiduría práctica. Consiste en distinguir lo que debemos hacer de lo que no y, sobre todo, en realizar lo primero. Esta es la virtud más importante y propone analizar nuestras situaciones personales, escribiendo lo que serían buenas y malas decisiones en cada una de ellas y cómo mejorar. Con ese ejercicio tomaremos conciencia de si avanzamos o no.
Justicia. Se trata de pensar cómo cada acción afecta a los demás. Hoy, podríamos extenderlo a todo lo demás, incluyendo los animales y el medioambiente.
Templanza. Es moderación en nuestros impulsos y placeres, así como disciplina para hacer lo que sabemos que debemos hacer. El mecanismo es «prestar atención» a lo que estamos viviendo en cada momento, ser conscientes de nuestros sentimientos e impulsos y, controlarlos. Epicteto nos propone el ejercicio de pensar cómo nos sentiremos después de tomar una buena decisión: pensar en el orgullo con uno mismo cuando hemos sido capaces de vencer una tentación, de haber sido capaz de rechazar algo negativo. ¿Cuándo nos hemos arrepentido de comer sano o de hacer algo que debíamos hacer?
Coraje, valor, resistencia a lo incómodo. Esto nos permite superar las adversidades (resiliencia) y hacer lo correcto aunque los demás hagan otra cosa. Un ejercicio es empezar por cosas pequeñas. Ser valiente no consiste en no tener miedo, sino en controlarlo y vencerlo con acciones.
Una técnica estoica consiste en elaborar un manual (enquiridión) de máximas, frases breves, que nos permitan afrontar las adversidades recordando cómo actuar. Repitiendo y memorizando frases podemos cambiar nuestra forma de pensar y proceder. Esto ayuda a superar las creencias o enseñanzas erróneas. Te sugerimos que eches un vistazo a nuestra colección de citas donde, sin duda, encontrarás algo interesante.
Para los estoicos, «todo lo que ocurre es neutral» (ni bueno ni malo) y es nuestra interpretación —lo que nos decimos a nosotros mismos— lo que marca la diferencia. Para aprender a tomarnos bien la vida, Pepe García recomienda planificar momentos deliberados de quietud, para escuchar nuestra mente. En silencio y soledad, escucharemos todo el ruido que generamos nosotros mismos. Aunque es algo parecido, no se trata de una meditación al estilo oriental. Posteriormente, en cada situación que valoremos negativa debemos recordar las máximas, cambiar nuestra forma de pensar y afrontar los hechos como una oportunidad para entrenar nuestra paciencia y para aprender a ser mejores.
Autoevaluación y dicotomía del control
Los estoicos dedican tiempo cada día «a reflexionar sobre sus acciones». El famoso médico Galeno recomendaba, con Marco Aurelio, prepararnos mentalmente cada mañana sobre cómo serán nuestras acciones. Imaginar cómo queremos que sea nuestro día y anticiparnos a las adversidades que podamos prever es muy inteligente. Séneca recomendaba también reflexionar al final del día para evaluar nuestros aciertos y errores. Por otra parte, podemos copiar al emperador, el cual tenía un diario personal en el que apuntaba para sí mismo sus reflexiones.
García aclara: «El propósito de este ejercicio no es machacarnos ante cada error ni tampoco presumir demasiado por lo que hemos hecho bien. La finalidad, en cambio, es mejorar, estar cada día un paso más cerca del tipo de persona que queremos ser». Un ejercicio matutino que puede usarse para planificar el día es elaborar una lista con las cosas que queremos conseguir ese día, siendo realistas y sin excedernos, al menos al principio.
«Nuestra energía es limitada, y la mejor forma de administrarla no es poniendo atención en las cosas que no dependen de nosotros». Por eso, Epicteto recomendaba examinar las preocupaciones y centrarnos en lo que depende de nosotros. Pepe García nos advierte: si ponemos nuestra energía y nuestro foco en las cosas que no dependen de nosotros, estaremos garantizando nuestra falta de tranquilidad. Se llama dicotomía del control a centrarnos en diferenciar esto.
Memento mori (recuerda que morirás)
Séneca animaba a no tener miedo de la muerte. El estoicismo cree que tener presente la muerte puede ser la mejor forma de vivir una vida feliz (eudaimónica). El libro plantea varios ejercicios interesantes, como imaginar que hacemos algo por última vez.
No se trata de pensar en la muerte para angustiarnos, sino para valorar el estar vivos, para animarnos a cumplir nuestros sueños y para pensar en cómo queremos vivir y ser recordados. Otro interesante ejercicio es usar la muerte como consejera.
Atención, imaginación negativa y premeditatio malorum
«La vida ocurre en la mente. De hecho, cualquier pensamiento, idea, emoción y acción, ocurre en la mente». Por eso, si controlamos nuestra atención —nuestra mente— aumentaremos la calidad de vida. Esto es algo que sabían los estoicos (lo llamaban prosochê), pero también los místicos orientales (meditación) y los psicólogos actuales (que recomiendan hacer mindfulness). Cuesta entrenar la atención, porque los resultados no se ven de forma inmediata. Pepe García responde que meditar «sirve para entrenarnos en darnos cuenta de nuestros pensamientos y emociones». Además de meditar, cuando tengamos que hacer alguna tarea concreta, recomienda eliminar distracciones (p. ej. el teléfono) o contar las veces que nos distraemos. Epicteto tenía claro que prestando atención nada puede salir peor que estando distraídos.
No saber apreciar lo que tenemos es un problema generalizado. Además, también solemos caer en tener demasiados deseos que, cuando se satisfacen, dejamos de valorar y pasamos a desear otras cosas, una y otra vez (proceso llamado adaptación hedónica o avaricia, según en lo que nos centremos). Por último, también es frecuente tener miedo ante la incertidumbre del futuro.
El objetivo del budismo es detener los deseos. En cambio, el estoicismo pretende evitar que los deseos condicionen nuestra felicidad o integridad. Conseguir algo no depende exclusivamente de nosotros, pero actuar con virtud sí. Por eso, el estoicismo propone obrar bien, sin pretender algo a cambio (como el Karma yoga). «Si damos más importancia a lo que tenemos que a lo que deseamos, seremos más felices».
Una técnica es la imaginación negativa, que consiste en imaginar que perdemos algo que sintamos que es valioso. Esto nos hará sentir pensamientos incómodos de forma controlada, que nos harán valorar más lo que tenemos o nuestra situación actual. Por ejemplo, intenta vivir un tiempo como si fueras ciego, y verás el agradecimiento sincero al abrir los ojos.
El premeditatio malorum es un ejercicio similar. Recomendado por Séneca, consiste en imaginar que nos ocurre algo malo. El objetivo no es ser pesimistas y quejarnos, sino prepararnos mentalmente para futuras adversidades y superar nuestros miedos. Lo que nos parece un gravísimo problema, rara vez lo es realmente. Bien hecho, este ejercicio suele mostrarnos que tenemos bajo nuestro control mucho más de lo que pensamos y que, además, existen alternativas razonables ante ciertos problemas. Podemos pensar, sin duda, que ese mismo problema lo han tenido otras personas en el pasado y lo han superado sin dramatizar. Aparcar nuestro ego por un tiempo es sanador. Puede ayudar recordar algún problema del pasado y tomar conciencia de que lo superamos (una ruptura, un despido, una lesión o enfermedad, una pérdida importante, etc.).
El objetivo de estos últimos ejercicios no es ridiculizar nuestros problemas, sino evitar que nos paralicen y pasar de preocuparnos por ellos a ocuparnos de ellos. Además, tengamos en cuenta que las desgracias que más tememos rara vez ocurren. El filósofo y matemático René Descartes, ya mayor, escribió una carta en la que decía: «Mi vida estuvo llena de desgracias, muchas de las cuales jamás sucedieron».
Incomodidades voluntarias y ver los problemas como oportunidades
Este ejercicio es fundamental en el estoicismo. Se trata de privarnos voluntariamente de comodidades o lujos de los que disfrutamos o podríamos disfrutar. Ejemplos: quitarnos una comida, transportarnos andando o en bici, ducharnos con agua fría, no usar los ascensores, no usar el teléfono en varios días, dejar de comprar algo, etc. Esto «nos ayuda a comprender mejor que podemos prescindir de muchos privilegios a los que estamos acostumbrados». Otras ideas que propone el libro son: no gastar nada en varios días, hacer más ejercicio, caminar descalzo por la calle o vestir ropas ridículas, como hacía el político romano Catón el Joven para entrenarse en que le dieran igual las opiniones ajenas. Catón propiciaba burlas contra él para curtirse en ignorarlas. También fue muy desconcertante en su época, la defensa de Catón del bienestar de los pueblos conquistados. Una vez, se estaba celebrando la masacre que César había perpetrado contra una tribu gala, incluyendo mujeres y niños. Catón se levantó en el Senado para exigir que el general fuese juzgado como criminal de guerra. El estoicismo fue posiblemente la primera escuela en enseñar el respeto a todos los pueblos, una idea que después fue transmitida al cristianismo y su esencia.
En muchas ocasiones, en estos ejercicios lo que más cuesta es empezar. Superado ese trámite, hacer algo bien puede ser más fácil de lo que pensamos.
En la misma línea, los estoicos afrontaban sus problemas como una oportunidad para mejorarse: para cultivar su paciencia, para trabajar su resistencia… en definitiva, para ver las cosas de otra manera. Así, la gravedad de los problemas se diluye y nos preparamos para aguantar desgracias mayores.
Serenidad estoica
Repitamos: Epicteto decía que «no son las cosas lo que nos perturba, sino los juicios que hacemos sobre esas cosas». Por tanto, el estoico debe aprender a controlar los juicios que hacemos, a distinguir los hechos de las opiniones, a describir la realidad sin emitir juicios de valor. Las cosas no son buenas o malas, sino que depende de un montón de factores, muchos de ellos incontrolables por nosotros. Emitir valoraciones basándose en prejuicios, hacer suposiciones de cosas que no estamos seguros, solo contribuye a errores y a malgastar nuestra energía en cosas banales. Esto se parece al primero de los acuerdos que Miguel Ángel Ruiz Macías explicaba en su libro Los cuatro acuerdos (véase foto adjunta).
Ante sentimientos negativos, lo primero es detectarlos junto con los pensamientos inútiles que los acompañan y que no nos llevan a nada bueno. Notar los síntomas y ser conscientes es el primer paso para controlarlos. En segundo lugar, analizaremos por qué pensamos eso y si realmente exageramos o dramatizamos la gravedad de la situación. Retrasar la respuesta instintiva nos hace razonar y reaccionar mejor. Por último, debemos cambiar esos pensamientos por otros más objetivos y reales. En todo caso, es un proceso en el que podemos entrenarnos para mejorar día a día. Y si nos cuesta trabajo, el libro incluye ejercicios interesantes que podemos practicar.
Un libro con 101 relatos de la vida real aplicando la humildad y el estoicismo
En momentos de estrés o sentimientos negativos, Séneca nos recomienda respirar profundamente y pensar qué le diríamos a un amigo que estuviera en nuestra situación. También funciona hacer todo lentamente (movimientos lentos), hasta que la mente se calme.
Como dice Pepe García, «nuestro cerebro es presa de multitud de sesgos cognitivos y creencias». Por ejemplo, es muy típico suponer que alguien rico o elocuente es mejor persona. En cambio, es una suposición falsa. De ahí la importancia de «distanciar nuestras opiniones de los acontecimientos a los que se refieren», una técnica que la psicología moderna denomina «distanciamiento cognitivo».
En definitiva, el estoicismo invita a actuar correctamente, aunque nuestros intereses personales se vean perjudicados. No se trata de hacer lo correcto para quedar bien, sino porque es lo correcto. Para conseguirlo —sin caer en el perfeccionismo— Pepe nos propone el ejercicio de imaginar que un sabio nos está mirando cuando lo necesitemos. Este sabio puede ser alguien real o imaginado, y se puede usar para buscar consejo: «¿Qué haría él o ella si estuviera en esta situación?». También se puede pensar en genérico para ayudarnos a reflexionar: «¿Qué haría una persona calmada en esta situación?».
Por último, el libro nos da un consejo de parte de Marco Aurelio: cuando nos sintamos culpables por no haber hecho lo mejor, seamos benevolentes con nuestros errores puntuales y valoremos nuestra trayectoria general y nuestro compromiso por mejorar.
Epicteto decía: «no son las cosas lo que nos perturba, sino los juicios que hacemos sobre esas cosas».
No hay nada bueno ni malo. Es nuestra interpretación lo que hace esa clasificación.
No condicionar la felicidad a conseguir metas que no dependen de nosotros.
El sabio estoico sabe vivir con austeridad y sin apegarse a lo material.
Las cuatro virtudes estoicas: sabiduría práctica (distinguir lo que debemos hacer de lo que no), justicia (cada acción afecta a lo demás), templanza (moderación en nuestros impulsos y placeres) y coraje (resistencia a lo incómodo, superar las adversidades).
Coleccionar frases útiles (enquiridión), como nuestras citas preferidas.
Afrontar los hechos negativos como una oportunidad para entrenar nuestra paciencia y para aprender a ser mejores.
Reflexionar al principio y final de cada día. Por la mañana, prepararnos mentalmente e imaginar cómo queremos que sea nuestro día. Anticiparnos a las adversidades posibles, pensando cómo actuaremos si ocurren. Reflexionar al final del día para evaluar aciertos y errores.
Dicotomía del control: pensar qué cosas dependen de nosotros y centrarnos en ellas.