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FiSahara: dos décadas de resistencia a través del cine

7 Noviembre 2025 at 10:15

«Nunca he sentido el Sáhara sólo como un espacio geográfico, sino como un estado de ánimo; y estas tierras usurpadas, ocupadas, tienen un pedacito sustancial en lo más profundo de mi corazón».Estas palabras de Pilar Bardem, una de las impulsoras imprescindibles del Festival Internacional de Cine del Sáhara (FiSahara), reflejan la resolución que anima un proyecto que cada año se acerca a los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf. Proyecciones, mesas redondas, talleres de cine y otros eventos culturales pueblan varios días en los que cineastas, artistas, defensores de derechos humanos y periodistas de todo el mundo visitan la zona y tienen ocasión de conocer e intercambiar experiencias con la población refugiada.

En esta ocasión, cuando se cumplen 50 años de la Marcha Verde, se celebra por cuarta vez en Madrid, donde en aquel lejano 14 de noviembre de 1975 se firmaron los Acuerdos Tripartitos que traicionaron al pueblo saharaui. Su lema, recuperado de su XVIII edición en los campamentos, es «Resistir es vencer». En palabras de su directora ejecutiva, María Carrión, el FiSahara quiere ser «una celebración de una lucha de décadas que hoy sigue igual de viva».

Lo que hoy es un evento consolidado internacionalmente, que forma parte de una red que agrupa a más de 60 festivales de cine y derechos humanos en todo el mundo, empezó de manera un tanto accidental, tal y como recuerda el realizador Javier Corcuera, quien fuera codirector del certamen durante 10 años. «Yo había dirigido hacía poco La espalda del mundo, que había sido premiada en el festival de Donosti, y me encontraba en los campamentos para ver la posibilidad de hacer algo similar con la situación del exilio saharaui en la hamada. Y allí, entre té y té, surgió la idea de liarnos la manta a la cabeza y, en vez de una película, organizar todo un festival internacional», relata. Esa idea, que en un principio parecía una locura, poco a poco fue germinando hasta ver la luz en 2003.

Festival «a puro pulso»

Aquellas primeras ediciones salían adelante «a puro pulso», con más ilusión que medios: «El avión rebosaba de latas de películas en 35 mm que teníamos que acarrear, teníamos que ir cada tarde a comprar carburante para los grupos electrógenos, muchas veces nos movíamos entre campamentos haciendo autostop para conseguir material… Todo era una aventura», rememora Ahmed Mohamed Fadel, El Rubio, la contraparte saharaui de este proyecto. Pero para Corcuera todo merecía la pena: «Ver luego las proyecciones en pantalla gigante en mitad del desierto, el sonido de los proyectores, la población refugiada entregada al evento… era todo mágico». Y, además, con el tiempo, «se consiguió un objetivo que estaba siempre presente en nuestras mentes: sentar las bases de una escuela que permitiera a los saharauis hacer sus propias películas».

FiSahara: dos décadas de resistencia a través del cine
Los actores Thimbo Samb y Carolina Yuste en una fiesta del FiSahara 2024. SERGIO R. MORENO

Una escuela de cine en los campamentos

La Escuela de Formación Audiovisual Abidin Kaid Saleh, popularmente conocida como ‘Escuela de cine saharaui’, se inauguró en 2011 con el objetivo de capacitar a los jóvenes de los campamentos de personas refugiadas en la producción de cine y vídeo para que pudieran retratar sus propias vidas, abordar problemas críticos y empoderar a la comunidad. Y, pese a los permanentes problemas de financiación, es sin duda un objetivo conseguido con creces, tal y como afirma Brahim Chagaf, perteneciente a su primera promoción: «Sí, esa experiencia le dio sentido a mi vida: a través del cine me siento útil a mi pueblo y a mi causa. Hemos conseguido visibilizar nuestra realidad en el exterior, y a la vez convencer a la sociedad saharaui de las posibilidades que tiene este medio como herramienta de lucha y concienciación».

Chagaf, que actualmente vive en España, llegaría a convertirse en profesor adjunto de la escuela y más tarde en jefe de estudios, hasta 2023. Por el camino nos ha ido regalando un ramillete de películas con las que explora y profundiza en la identidad de su pueblo: Leyuad, Toufa, Patria dividida… y muy especialmente Khruju Fel-luju, una divertida sitcom que narra las vicisitudes de la juventud exiliada en los campamentos y que ha supuesto todo un acontecimiento tras su emisión en la televisión saharaui.

Pese a los obstáculos que ha ido encontrando en su camino –el último, el recorte en la financiación por parte de donantes estadounidenses– el festival ha seguido apuntalando aquel objetivo con el que se creó hace ya 22 años: empoderar, entretener y dar formación audiovisual a la población refugiada del Sáhara Occidental empleando el cine como instrumento para la transformación social.

FiSahara: dos décadas de resistencia a través del cine
Proyección de Insumisas. Mujeres en lucha en el Sáhara Occidental, en la Pantalla del Desierto. Este documental, que cuenta con el testimonio de activistas como El Ghalia Djimi o Mina Baali, ganó el año pasado el segundo premio del festival. SERGIO R. MORENO

Así, este noviembre estamos llamados a una nueva cita con el FiSahara para, tal y como remacha María Carrión, «ayudarnos a conocer el cine saharaui y, a la vez, mantener no solo viva la llama de este pueblo, sino a potenciarlo mediante su proyección internacional».

La edición de 2025

Este año, la IV edición madrileña del FiSahara se está celebrando del 6 al 8 de noviembre. El acto de apertura tuvo lugar ayer en la sala Mirador y en él se rindió homenaje a Mariem Hassan, «la voz indómita» del Sáhara, quien falleció hace 10 años pero ha dejado una huella imborrable en la memoria musical de su pueblo. Esta inauguración, a la que asistió su hija Aghaila, contó con la proyección de Mariem, cortometraje documental de Javier Corcuera, presentado recientemente en el Festival de Málaga, y estuvo acompañada de una actuación musical de la asociación de artistas saharauis en la diáspora.

Los siguientes días, el festival se traslada al Círculo de Bellas Artes con dos sesiones por jornada: hoy viernes 7 dará comienzo con la sesión «Resistir cantando», sobre la vida y el legado de Mariem Hassan, seguida de «Resistir desde el exilio», ambas acompañadas de proyecciones y mesas redondas con la participación de saharauis como el abogado Sidi Talebuya o las activistas Fati Haddad y Salka Mahfud.

El sábado 8 se presentarán los dos últimos números de la revista La Marea, en los que dedicamos parte del contenido al Sáhara Occidental, para dar paso más tarde a una nueva sesión titulada «Resistir siendo: las trincheras del cine y la cultura», que resalta la importancia del cine como vanguardia en la lucha por la identidad de los pueblos.

El festival se cerrará con la sesión «Resistencias no violentas: de la huelga de hambre de Aminetu Haidar a la Global Sumud Flotilla», en la que se estrenará el documental Aminetu. Le seguirá una mesa redonda sobre la huelga de hambre protagonizada por Haidar en 2009 y sobre la reciente acción de la Global Sumud Flotilla, uniendo así la realidad paralela de dos pueblos sojuzgados, el saharaui y el palestino.

Más información en festivalsahara.org

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Abdulah Arabi: “Para callarnos van a tener que perpetrar otro genocidio”

6 Noviembre 2025 at 15:32

El delegado del Frente Polisario en nuestro país se muestra orgulloso de su pueblo por haber sabido mantener viva la causa del Sáhara Occidental entre la opinión pública española, «y ello pese a que el ‘lobby’ marroquí tiene en nómina a medios y profesionales a los que paga por difundir un relato falseado».

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La generación Z busca su lugar en el mundo protagonizando un nuevo ciclo de protestas

20 Octubre 2025 at 11:45

El pasado mes de septiembre, la prohibición en Nepal de las principales redes sociales y plataformas de mensajería (Whatsapp, Facebook, X, Instagram y YouTube), supuestamente por no cumplir con la legislación, encendían la mecha de la revuelta de una generación de jóvenes cansados de corrupción y nepotismo. Esa movilización acabaría consiguiendo la dimisión del primer ministro, Khadga Prasad Oli, nombrando a la expresidenta del Tribunal Supremo Sushila Karki como primera ministra interina y restaurando las plataformas digitales. La de Nepal fue una llamada de atención acerca de un fenómeno que pronto se extendería como un reguero de pólvora.

En semanas posteriores, la chispa ha ido incendiando los cuatro puntos cardinales del planeta: Indonesia, Filipinas, Paraguay, Perú, Marruecos, Madagascar… y, pese a las particularidades sociales de cada uno de esos países, la necesidad de salir a la calle y gritar la frustración de una generación que ha dado en llamarse Z es similar: falta de expectativas de futuro e indignación con respecto a las élites políticas y económicas corruptas y unos gobiernos autoritarios, normalmente neoliberales, pero también comunistas, como en el caso de Nepal.

Y comunes son también la serie de códigos y herramientas culturales utilizadas, como el de la icónica profusión de la bandera pirata del anime One Piece o las plataformas para organizarse, que definen a un grupo humano nativo ya digitalmente: WhatsApp, Telegram, Tik Tok… pero fundamentalmente Discord, inicialmente pensada como herramienta de comunicación para comunidades de videojuegos.

Todo ello ha supuesto la irrupción en tromba de una generación que cuenta con un importante peso demográfico, pero que se siente relegada: en Marruecos, más de la mitad de la población tiene menos de 35 años, al igual que en Indonesia; en Nepal, la generación Z supone cerca del 20% del total. Y la indignación de estas masas airadas ya se ha cobrado algunos gobiernos: si en septiembre caía el nepalí, el pasado 13 de octubre hacía lo propio el presidente en Madagascar, Andry Rajoelina.

Para Iago Moreno, sociólogo especializado en política digital, «lo que comparten los procesos que se están dando en todos estos países es que efectivamente tienen una centralidad en la gente joven, la generación Z, que es la que encarna ese desafío, pero en realidad se trata de procesos más complejos, donde lo que comparten entre sí es la representación de un nuevo ciclo de protestas que, en todos casos, se refieren a decepciones, anhelos frustrados y al fracaso político de procesos muy concretos”.

Es el caso de Marruecos, para Youssef Ouled, periodista rifeño afincado en Madrid, «la revuelta surge un poco como otras que la precedieron, como el Hirak del Rif en 2016 -2017, cuya chispa saltó por la muerte de un vendedor de pescado a manos de la policía. Ahora han sido las ocho mujeres embarazadas fallecidas en un hospital público de Agadir, evidenciando las carencias del sistema de salud. La indignación se mantiene debido a una situación estructural: un sistema sanitario absolutamente precario, uno educativo que no da salida a quienes invierten ingentes recursos en formarse… El sistema no es capaz de atender las necesidades laborales de su población, llegando a albergar un cerca de un 40% del paro juvenil, y en general, niega derechos y libertades fundamentales». Por tanto, «esas muertes han evidenciado el fracaso del sistema en sí y han hecho estallar unas revueltas contra un gobierno que se está gastando miles de millones de euros en infraestructuras para el mundial de fútbol mientras el pueblo se muere sin ser atendido. Y claro, piden la dimisión en bloque del del Gobierno, especialmente de quien es una de las grandes fortunas del país, el primer ministro Aziz Ajanuch, además de exigir el cumplimiento efectivo de la Constitución del 2011, la que salió de aquellas protestas de las primaveras árabes en Marruecos pero que no ha llegado a desarrollarse de manera efectiva».

Ouled recalca también que, como en otras partes del mundo, las manifestaciones tienen en común la extrema juventud de sus protagonistas y el uso de nuevas plataformas de comunicación: «Los medios generalistas se encuentran controlados por el poder. Y aunque lo que estamos viendo ahora no sea una cosa nueva, sí está más potenciada por las redes y especialmente Discord; el sistema no les permite articularse en la vía pública, no les permite organizarse al uso… y al final tienen que huir y buscar vías informales».

¿Un nuevo 15-M?

También en Paraguay se pueden encontrar rasgos comunes novedosos, pero a la vez referencias previas; así lo explica Santiago Carneri, corresponsal con una década de experiencia sobre el terreno: «Sí, justo por este tema del One Piece y otros símbolos juveniles. A mí me recuerda un poco al 15-M, que viví en España: gente que contacta en redes y que no se conoce entre sí y que tampoco tiene experiencia política ni participa en sindicatos ni en partidos políticos y que, de repente, está indignadísima con la corrupción y la situación social».

Y añade: «En Paraguay, la bandera de la anticorrupción la ha llevado tradicionalmente la oposición, pero esta oposición es también de carácter neoliberal y forma parte del sistema. En realidad, se diferencia poco del partido Colorado, que gobierna casi ininterrumpidamente desde el golpe de Estado de 1954. Y la izquierda, socialistas, comunistas, la izquierda radical con raíz campesina, ha estado observando desde fuera, aunque después, cuando vieron a los chavales moverse, acudieran para intentar frenar la represión policial, que en Paraguay fue muy fuerte. Pero sí, la juventud de la mayoría de los manifestantes, el hecho de conectarse a ciertas plataformas para organizar sus protestas, todo ello es común a lo que estamos viendo en otros países».

En todo caso, el uso que hacen las nuevas generaciones de la tecnología con la que han nacido –totalmente incorporada a sus vidas– es algo evidente desde hace tiempo, tal y como recalca Moreno: «Recuerdo que hace bastantes años, en 2019 o 2020, ya las primeras manifestaciones de América Latina encabezadas por la generación millennial, o los primeros zetas, salían a la calle contra el gobierno del presidente Merino utilizando estos repertorios de acción. De hecho, fue la primera vez que yo vi una revuelta juvenil utilizando intensivamente Tik Tok, grabándose desde casas de uralita y realizando coreografías en contra del presidente y pidiendo el cierre del Congreso y la dimisión de todos los políticos. Eran códigos que ya estaban borboteando en ese momento y ahora explotan». Y siguiendo la estela de lo que comenta el sociólogo es interesante recordar que hace ya un año, miles de kenianos utilizaron Zello, una aplicación online que imita un walkie-talkie, para coordinar movimientos y comunicarse anónimamente durante las recientes protestas contra un controvertido proyecto de ley.

De cualquier manera, no es difícil trazar paralelismos entre estas últimas revueltas y las que vivimos hace algunas décadas. En su momento, las causas fueron multifactoriales, y en cada rincón obedecían a unas razones concretas, ya fueran las denominadas primaveras árabes, el 15-M en España, o los diferentes Occupy en los países anglosajones. Y en buena medida es porque en todas hay un componente digital fundamental que explica tanto la mecha como su desarrollo.

Esto último es algo en lo que incide mucho Alberto R. Aguiar, periodista especializado en derechos digitales y ciberseguridad y autor de La conquista del Feed: «En su momento fueron las redes sociales abiertas, en su concepción aspiracional de plaza pública, como lo que pretendió en su momento ser Twitter. No fue raro entonces ver cómo algunos países trataban de contener el desborde de los movimientos sociales con apagones de Internet o vigilancia digital. Hoy sin embargo estas protestas de la generación Z, aunque siguen usando las redes sociales abiertas como una plataforma fundamental para su propaganda, están forjando redes de apoyo mutuo en plataformas sociales cerradas. Desde comunidades de WhatsApp o Telegram a, fundamentalmente, Discord, que es una plataforma de comunidades privadas con herramientas de mensajería de texto, audio y vídeo que nació en 2015 como un proyecto centrado en su público gamer, esto es, una herramienta de comunicación para comunidades de videojuegos».

El auge de Discord

El caso de esta última plataforma que desgrana el experto es particular, pues en su trayectoria ha crecido hasta el punto de haber tenido conversaciones con Microsoft para ser adquirida por 10.000 millones de dólares. En todo caso, aunque se trata de una herramienta de comunicación más con sus intereses empresariales, se ha convertido en uno de los espacios en línea que más ha capitalizado el descontento generado por magnates como Elon Musk con su compra de Twitter, ahora X.

Y en ello incide Aguiar: «El ascenso de Discord y su papel en las protestas no es baladí y también se puede explicar aludiendo a teorías como la ‘teoría del bosque oscuro de Internet’, basada en el título de la novela homónima de ciencia ficción de Cixin Liu, que plantea un escenario en el que la privacidad y el anonimato digital son más importantes que nunca. Si la teoría del Internet muerto plantea que estamos encaminados a una red de contenidos generados por máquinas y para máquinas (inteligencias artificiales, algoritmos de búsqueda y de recomendación de contenidos, deepfakes y bulos), la teoría del bosque oscuro digital plantea la idea de que frente a las plataformas abiertas como X, el Internet que conoceremos más pronto que tarde será como un bosque oscuro, en la que todos estamos conectados pero fuera de los claros, agazapados entre las sombras, refugiando y protegiendo nuestra identidad y nuestros mensajes. De ahí que cada vez cobren más pesos plataformas como Discord, cuyos servidores o canales son pseudopúblicos. Esto también explica cierto revival de los foros que fueron cruciales en Internet en los primeros años de la década de los 2000».

Si en este contexto de nuevas movilizaciones, plataformas como Discord prevalecen por el pseudonimato que garantiza a sus usuarios, tampoco es que sean la panacea y hace unos meses se supo que había sufrido un ciberataque por el que habían logrado robar 1,6 terabytes de datos. «Sin embargo, la tendencia avala que el activismo y la militancia busque y encuentre plataformas mínimamente más seguras y garantistas con la privacidad de sus usuarios y de los mensajes que comparten. Todo ello, en un contexto en el que la vigilancia digital por parte de Estados y corporaciones crece».

Lo que afirma Aguiar es algo que ya estamos viendo con las represalias a ciudadanos estadounidenses por haber hecho comentarios sobre la muerte de Charlie Kirk o en el auge de iniciativas en Europa como ChatControl, un proyecto comunitario que, invocando la lucha contra el material de abuso sexual infantil, aspira a cuestionar una tecnología crucial para la privacidad en el siglo XXI, como son los mensajes cifrados de extremo a extremo. En todo caso, «las protestas ya no se organizan en Twitter, a la vista de todo el mundo: buscarán espacios seguros y privados frente a la vigilancia policial. Discord no es la solución final, pero sí la confirmación de la tendencia».

Por el momento, las protestas siguen anegando las calles de un buen puñado de países y retoman fuerza en otros: en Marruecos ya hay una nueva oleada de manifestaciones y en Perú el descontento social no se ha disipado con la renuncia de Dina Boluarte y ahora exige la dimisión del presidente interino José Jerí y una nueva mesa directiva en el Congreso.

Aun así, queda por ver si estas movilizaciones lograrán consolidarse y extenderse más allá de erupciones espontáneas de descontento: «La clave es lo que vaya a pasar en todos estos países según vaya transcurriendo ese primer momento de estallido. En ese contexto, los derechos digitales que tenga ahí la gente van a ser muy importantes, porque la cobertura mediática repite el mantra de que las redes sociales son un vehículo de expresión para la gente joven y tal… pero también pueden ser un vehículo de desinformación o una herramienta para la represión; la información que se utiliza para perseguir a activistas en Marruecos sale de las redes sociales, y en el país operan redes monárquicas de trols y de extrema derecha que se encargan de perseguir a los activistas que utilizan esas mismas redes para impugnar al régimen. Las manifestaciones van a dejar un rastro digital muy grande que puede ser comprometedor para muchos jóvenes. Y cuando decaiga este momento de estallido urgente va a haber que pensar cómo se les va a proteger, cómo se les va a cuidar, cómo se les va a apoyar», zanja Moreno.

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