🔒
Hay nuevos artículos disponibles. Pincha para refrescar la página.
AnteayerSalida Principal

La alucinación deshumanizante del tecnofetichismo

4 Junio 2025 at 06:35

Ciertamente ha habido invenciones que incidieron radicalmente en la modificación del paisaje social. Creaciones humanas, que inspiradas en un propósito persistente de superación,  consiguieron avances científicos o tecnológicos emancipadores. 

La rueda, el papel, la imprenta, la electricidad, las vacunas, la radio, la píldora anticonceptiva, el aeroplano, el motor de vapor o la penicilina, por solo mencionar algunos, contribuyeron sin duda a la ampliación de posibilidades de las personas. Posiblemente la red internet, más allá de su procedencia y sentido inicial ligados a objetivos militares, también pueda encuadrarse en esta categoría.

Bien vistas las cosas, ninguno de esos portentosos descubrimientos pueda ser adjudicado a una única persona. Pese a lo que señala cierta historiografía ingenua, individualizar estos inventos omite el entorno social en el que se producen y la enorme acumulación de intentos y aportes colectivos que las preceden.

Del mismo modo, pretender que estas innovaciones tengan el poder de transformar por sí solas las cosas, es otorgarles cualidades mágicas que oscurecen otros factores en el orden político y espiritual, en el campo de las ideas, la organización económica, la demografía o el desarrollo humano en general. Factores que actúan en estructura con la ciencia y la tecnología y son fundamentales para operar transformaciones sociales.

Atribuir excesiva virtud a tal o cual tecnología, es colocar en los objetos un influjo similar al que hechiceros de otros tiempos otorgaban a ciertos amuletos, confiriéndoles propiedades transmutativas de distinto tipo. Y quizás fuera la fuerte creencia de los pueblos en dichos conjuros, la carga energética de fe que depositaban en ellos movidos por necesidad y justificados por la autoridad que poseían los respectivos taumaturgos, la que efectivamente lograba su cometido. 

Algo similar ocurre hoy con las tecnologías digitales, a las que se adjudica, de modo cuasi místico, la prodigiosa capacidad de resolver la acumulación de problemas sociales y la consecuente crisis multidimensional de la actualidad. Una forma moderna de fetichismo, cuya fascinación permea hoy estamentos dirigenciales, pero que también encuentra extendida adhesión en las poblaciones.

No por nada la palabra fetiche significa, a partir de su origen en portugués y su paso por el francés, hechizo o encantamiento.       

El tecnofetichismo corporativo

La técnica, hermana menor de la ciencia, no siempre ha sido un vector de evolución humana. Basta destacar el interés de los gobernantes a lo largo de la historia por lograr supremacía tecnológica para dominar a otros. 

El desarrollo de la metalurgia en la Mesopotamia antigua permitió a imperios sucesivos un mejor equipamiento armado. De similar importancia fue la experiencia y destreza en la construcción naval, clave en la expansión colonialista posterior. Así, hasta llegar a las maquinarias de destrucción masiva que amputaron millones de vidas, desembocando en el horror del armamentismo nuclear.

La automatización digital, comandada hoy desde los altos mandos corporativos, no distingue sino una única moral, la del rédito a cualquier precio. Por ello, lejos de servir exclusivamente al bienestar público, se enfoca en servicios y aplicaciones en las que prima la extracción y mercantilización de datos, la vigilancia, la manipulación, la desinformación, la explotación y, cómo no podía ser de otro modo, el perfeccionamiento de máquinas de matar.

Sin embargo, la propaganda corporativa – potenciada a su vez por esta misma tecnología –se introduce en nuestra esfera más íntima a través de dispositivos individuales sofisticados, intentando convencernos de que constituye una panacea integral para superar todo problema y conflicto social. 

Como un mantra de tipo religioso, la “innovación” tecnológica aparece en cada discurso como única respuesta para paliar la crisis generalizada del sistema. Así, por ejemplo, la degradación ambiental y climática encontraría supuestamente remedio en la venta de refinados sistemas de menor consumo energético, en vez de pensar en proporcionar equitativamente el consumo irracional de las regiones ricas del planeta, para saciar las necesidades de las poblaciones empobrecidas.

Del mismo modo, se precia la capacidad lingüístico-conceptual en las interacciones de algunas aplicaciones de la llamada “inteligencia artificial”, al tiempo que la desinteligencia y magra voluntad política de las cúpulas impiden ejecutar programas de eliminación del hambre y la miseria.

La salud al alcance de todos decae o no existe en muchos lugares, siendo que en otros, la sofisticación tecnológica en el sector sanitario alcanza cotas de asombro. La educación, que debería repensarse como una metodología de elevación humana, amenaza estar recluida cada vez más en las cárceles de pensamiento de los programas de aprendizaje empresariales. Distintos tipos de violencia continúan extendiendo sus tentáculos sin importar que se anuncie un grandioso “metaverso”, una suerte de paraíso digital donde todo es posible. 

Y por supuesto que chatear con bots amables de nombre humano no paliará en lo más mínimo la intensa sensación de soledad que sufren cada vez más personas, ante la evaporación creciente de los lazos sociales.

Mientras tanto, esas mismas tecnologías sirven a la precarización laboral, la monopolización comunicacional, la mega especulación financiera, la extensión latifundista, la sobreexplotación de recursos, la continuidad del supremacismo cultural o la expansión delictiva a través de la web.

Es evidente que el discurso de las Big Tech, que publicita su gama de productos como el único futuro posible, facilita solo la expansión de sus negocios y profundiza la dependencia de sus tecnologías, en un círculo vicioso que representa una nueva etapa neocolonial.

¿Puede la Humanidad confiar su destino a las intenciones de los ejecutivos, accionistas y desarrolladores de esas empresas, imbuidos de la misma ideología tecnofetichista e interesados primariamente en su bienestar individual? Sin duda que no.

El tecnofetichismo progresista

Para no “quedar atrás”, y quizás con la mejor de las intenciones, muchos gobiernos, dirigentes y agrupaciones populares, caen también en la trampa tecnoadictiva. Piensan en una lógica de progreso única, lineal e irreversible, que los condena a sucumbir a falsas dádivas (servicios y aplicaciones básicas sin costo) y a seguir los caminos que trazan las grandes corporaciones de negocios, sin percatarse que ello conduce a nuevas encerronas de aun mayor dependencia.

Conminados a dar respuestas cortoplacistas, los (hoy menos) gobernantes intentan reaccionar así al embate del gran capital, cuyo ariete de demolición es ahora la “convergencia” de tecnologías como las redes neuronales, la computación cuántica, la robótica y la digitalización del mundo físico.

Por un lado, las prominencias políticas deben mostrarse “modernizadoras” so pena de no pasar el exigente juicio popular en una próxima escenificación electoral,  pero al mismo tiempo, estos actores siguen atrapados en las lógicas del industrialismo del siglo anterior, solo que con herramientas más livianas, pero igualmente potentes.

Pero incluso algunos círculos intelectuales toman los mismos elementos y en algunos casos, llegan al extremo deshumanizante de dirimir diferencias o elaborar conclusiones en base a las aplicaciones diseñadas por organizaciones que se encuentran en las antípodas de su posicionamiento político. ¿Dónde queda allí el pensamiento crítico, dónde el debate y la deliberación? ¿Dónde queda la capacidad humana de inspirarse y aportar criterios y propuestas nuevas? 

¿Acaso los jeques que dominan los circuitos binarios que deciden que habrá de mostrarse y qué no en las llamadas “redes sociales” se mostrarán favorables, en un rapto de compasión y lucidez, al empuje revolucionario de los movimientos sociales?

¿Trasladarán sus algoritmos con fuerza contenidos tendientes al cambio verdadero o dejarán deslizarse, junto a una avalancha de propaganda comercial y material de relleno, apenas tenues motivos que los hagan parecer democráticos y pluralistas?

De lo que no hay duda, es que estos interrogantes deben ser tomados con máxima seriedad por aquellas y aquellos que deseamos un mundo completamente diferente.

La tecnofobia

Los “luditas” fueron un movimiento de protesta en la Inglaterra de principios de siglo XIX que usó, entre otras tácticas, la destrucción de maquinaria para oponerse a la instalación de telares y máquinas de hilar industriales que amenazaban con reemplazar a los artesanos con trabajadores menos cualificados y que cobraban salarios más bajos.  

Esa modalidad activista tomó su denominación de Ned Ludd, personaje real o imaginario de un trabajador que habría incendiado o destruido varias máquinas textiles a modo de respuesta a las represiones que el proletariado estaba sufriendo. 

Dicho antecedente histórico suele ser esgrimido en la actualidad para equiparar una actitud crítica y consciente sobre ciertos riesgos que presentan los intensos y rápidos cambios técnicos con una enfermiza resistencia al cambio o directamente con posturas tecnofóbicas. Se desalienta así cualquier mirada equilibrada, exenta de fundamentalismos a favor o en contra de determinadas metodologías tecnológicas.

Por supuesto que en este análisis debe ser considerado el efecto de extrañeza que produce hoy la modificación acelerada de herramientas y modalidades, reñidas con usos y costumbres que solo perviven en la memoria de anteriores generaciones. La sospecha de cierta nostalgia y oposición a los nuevos tiempos es sin duda una nube que debe ser despejada con espíritu autocrítico.

Pero esto no contradice en lo más mínimo la necesidad de observar con lente de gran aumento las intenciones – sobre todo aquellas de carácter mercantil o de control – y la arquitectura de diseño lógico que subyacen a los desarrollos tecnológicos que presentan a diario las corporaciones monopólicas.

Tampoco es menor observar las implicancias en la concentración de poder económico y político, concentración que invariablemente atenta contra el ejercicio universal y la ampliación de los derechos humanos. El progreso será de todos y para todos o no será.  

El tecnofetichismo alternativo

En paralelo al incremento de la digitalización en los distintos campos, se generó a partir de la década de los 80 un movimiento que no solo formuló críticas a la dirección capitalista y meramente utilitaria de los principales servicios y aplicaciones digitales, sino que desarrolló alternativas de uso eficaces.

Se multiplicaron así progresivamente las “tecnologías libres”, cuyos principios básicos son la libertad de usar, estudiar, distribuir y mejorar los programas informáticos. Tales libertades fomentan la desconcentración del poder, la producción de conocimiento colectivo, la adaptabilidad y facilidad de distribución y, más allá del ámbito estrictamente tecnológico, estimulan la sana costumbre de compartir solidariamente con otros aquello que resulta de utilidad para uno. 

Para cada uso habitual existen ya aplicaciones, servicios y plataformas libres, desarrollados y sostenidos por personas, colectivos y hasta estados que han comprendido la importancia de despegarse del yugo comercial corporativo, sin dejar de proporcionar salidas positivas.

Aun así, debe alertarse sobre un posible “tecnofetichismo alternativo”, que pudiera reducir la rebelión contra el sistema capitalista a un simple cambio de hábitos de consumo tecnológico. En términos analógicos, sería como “hacer la revolución por dejar de beber una determinada bebida cola”.

El individualismo que corroe la convivencia humana no habrá de ser superado por el reemplazo de códigos informáticos, sino por actitudes solidarias y acciones en común que atraviesen el muro de egoísmo.

La tecnología es tan solo un frente de lucha para superar el sistema. No debe perderse de vista que la actual preponderancia del negocio digital tenderá a cambiar en cualquier momento por el agotamiento de su rentabilidad frente a otros modelos que los fondos de inversión que administran el capital consideren más lucrativos.

Por otra parte, es preciso evitar como un dañino malware, la tendencia a quedar recluidos en la comodidad del especialismo informático. Por el contrario, compartir el impulso revolucionario con otras luchas sociales y políticas es fundamental. En esa dirección, aportar saberes desde el campo tecnológico es una contribución importante a los cambios por venir. 

El sentido de la tecnología o una tecnología con sentido

La tecnología solo tiene sentido si contribuye a superar el dolor y el sufrimiento del conjunto humano. Tales avances no pueden quedar restringidos por clausulas o murallas comerciales, ni tampoco limitado a determinadas regiones geográficas, perpetuando así inequidades.

La idea del “derrame”, que asegura que el desarrollo científico y técnico de algunos lugares se expande luego a otros, es tan solo una fórmula de postergación utilizada por la ideología capitalista para justificar desigualdades. 

Humanizar la tecnología puede sonar para algunos a redundancia – ya que toda tecnología es un producto humano – o para otros una proposición contradictoria, si es que se ubica a lo “humano” en una esfera contrapuesta o alejada de la fría mecánica.

Sin embargo, este es exactamente el parámetro a seguir, si es que se pretende construir un mundo social acorde a la dignidad humana. Humanizar la tecnología quiere decir ponderar el beneficio que un sistema aporta en la dimensión no solo práctica o económica, sino también a favor del bienestar psicológico y emocional de las personas.

Ampliar solidariamente la libertad humana en sentido multidimensional es la ética que debería acompañar a toda innovación tecnológica, ya que es justamente la superación de las dificultades y los impedimentos, lo que está en la esencia del avance en el conocimiento.

Finalmente, la comprensión del ser humano como un ser histórico cuyo modo de acción social no solo modifica el paisaje circundante, sino su propia condición, su aparentemente inmutable naturaleza, será la que guiará nuestros pasos valientemente hacia nuevos horizontes.

Pero este nuevo paisaje no se producirá por el simple expediente de cambios tecnológicos externos, sino que requerirá una esencial transformación simultánea en nuestro interior hacia nuevos valores, conductas de relación y objetivos vitales. Humanizar la tecnología, entonces, quedará como una particularidad de la noble misión de Humanizar la Tierra.

Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y columnista y co-editor de agencia internacional de noticias con enfoque de Paz y No Violencia Pressenza   

Universidades sitiadas: Trump contra el pensamiento crítico

3 Junio 2025 at 09:51
Por: JDF

¿A qué le teme el imperio cuando persigue con saña a las universidades? ¿Qué tipo de enemigo construyen en sus laboratorios ideológicos cuando convierten al saber en blanco militar? Hoy, el gobierno de Donald Trump —reinstalado por la máquina neoliberal del caos— desata una ofensiva brutal contra el pensamiento crítico, la ciencia libre y los espacios de emancipación cognitiva que aún resisten en los campus universitarios de Estados Unidos. No es una exageración: estamos ante una guerra semiótica total contra la inteligencia social organizada.

Es terrorismo epistemológico de Estado. Trump ha ordenado cancelar todos los contratos federales con la Universidad de Harvard; ha impedido la inscripción de estudiantes internacionales; ha revocado visas por el solo hecho de participar en protestas pacíficas pro-palestinas. ¿Quién define ahora qué es odio? ¿Quién controla el diccionario del poder? Trump no actúa solo ni improvisadamente. Lo hace como operador de una casta de propietarios del sentido: magnates del petróleo, fabricantes de armas y dueños de medios que ven en la universidad un enemigo estratégico, un riesgo para el orden semiótico que reproduce la obediencia. Harvard, el MIT, Berkeley o Yale no son espacios homogéneos, ni inocentes, pero albergan aún núcleos de pensamiento crítico, investigación científica autónoma y redes de solidaridad internacional que pueden ser insumos peligrosos para la revolución.

No es una persecución anecdótica, ni coyuntural. Forma parte de una doctrina de choque cultural que busca disciplinar la producción simbólica y clausurar la autonomía del conocimiento. Tal como ya lo anticiparon los manuales de contrainsurgencia cultural del Pentágono, la nueva guerra es contra los significados y las subjetividades: ya no bastan los tanques, ahora hay que controlar las metáforas. Quieren vaciar las universidades de toda crítica, convertirlas en fábricas de tecnócratas sin conciencia, en ingenieros del capital, en administradores del despojo —especialmente durante su presidencia (2017-2021)— se inscriben dentro de una ofensiva ideológica más amplia contra las instituciones del conocimiento, la crítica social y el pensamiento progresista. Trump acusó repetidamente a las universidades estadounidenses de ser centros de “adoctrinamiento marxista” o “liberal radical”, atacando especialmente a las ciencias sociales, las humanidades y los departamentos de estudios raciales o de género. Trump incluyó ataques a científicos y académicos sobre temas como el cambio climático, la pandemia o el aborto. Trump articuló un discurso de guerra cultural en el que las universidades eran vistas como trincheras del “enemigo interno”, responsables de sembrar la crítica social y los valores progresistas. Sus ataques buscaban disciplinar ideológicamente al conocimiento, minar la autonomía universitaria y consolidar una narrativa neoconservadora.

Desde su regreso a la presidencia en 2025, Donald Trump ha intensificado su ofensiva contra las universidades estadounidenses, con medidas que afectan directamente a la autonomía académica, la diversidad estudiantil y la libertad de expresión. Ordenó el retiro masivo de fondos federales a Harvard. El Departamento de Seguridad Nacional revocó la certificación del Programa de Estudiantes y Visitantes de Intercambio de Harvard, impidiendo la inscripción de estudiantes internacionales para el año académico 2025-2026. Esta medida fue bloqueada temporalmente por una orden judicial, pero generó incertidumbre y preocupación en la comunidad académica internacional.  Trump nombró a Linda McMahon como Secretaria de Educación con el objetivo declarado de cerrar el Departamento de Educación, devolviendo la autoridad educativa a los estados y comunidades locales. Estas acciones recientes de la administración Trump representan un desafío significativo para la educación superior en Estados Unidos, afectando la diversidad, la libertad académica y la posición internacional de sus universidades.

Hay que construir una nueva internacional del pensamiento crítico. Urge levantar universidades emancipadoras, descolonizar los saberes, refundar el diálogo entre ciencia, conciencia y pueblo. No podemos permitir que la humanidad se quede sin sus fábricas de futuro. Porque lo que Trump y sus secuaces atacan no solo en Harvard. Atacan al derecho universal a pensar, a la inteligencia colectiva, a la civilización educativa. Y si hoy callamos frente a esa agresión, mañana nos atacarán a todos. Hoy más que nunca, la defensa del pensamiento crítico es una tarea revolucionaria. La universidad no es una mercancía, ni un cuartel, ni un campo de concentración semántico. Es, debe ser, un territorio de lucha por la verdad, por la libertad y por el sentido humano de la vida. Y como tal, debemos defenderla con todas nuestras palabras, nuestras ideas y nuestras trincheras de papel.

Pero Trump no es una anomalía aislada. En América Latina, sus métodos encuentran eco en una legión de imitadores ansiosos por privatizar las universidades públicas, perseguir a los docentes que piensan, y criminalizar a los estudiantes organizados. Desde Javier Milei en Argentina, que califica a las universidades como “nidos de adoctrinamiento socialista”, hasta José Antonio Kast en Chile, que propone auditorías ideológicas y recortes presupuestarios a centros críticos, pasando por los embates legislativos de la derecha brasileña contra las universidades federales, el trumpismo académico se ha vuelto doctrina continental. Y no olvidemos los ataques mediáticos sistemáticos en México contra los proyectos educativos de la 4T, acusándolos de “populismo pedagógico” o “marxismo disfrazado”.

Es la Guerra Cognitiva sin fronteras. Hoy, al menos una docena de gobiernos o movimientos derechistas en América Latina aplican manuales de intervención semiótica contra el pensamiento crítico, recortan recursos, hostigan a investigadores y clausuran líneas de investigación incómodas. Reproducen, tropicalizan y sistematizan el modelo Trump de asfixia académica, con apoyo de fundaciones transnacionales y medios de comunicación hegemónicos que operan como custodios de la ignorancia funcional. Por eso insistimos: la batalla por la universidad no es sectorial, es civilizatoria. Defender el derecho a pensar es defender el futuro de los pueblos. Y esa tarea no se delega ni se posterga. Se ejerce, palabra por palabra, idea por idea, aula por aula.

Riesgos sociales de la nueva era creativa

3 Junio 2025 at 06:20
Por: Caty R

Uno de cada cuatro trabajos en el mundo se ve expuesto a la inteligencia artificial generativa (IAGen). Así lo revela un reciente estudio conjunto realizado por expertos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Instituto Nacional de Investigación de Polonia (NASK). Publicado los últimos días de mayo como Generative AI and Jobs: A Refined Global Index of Occupational Exposure (La IA generativa y los empleos: un índice global actualizado de exposición ocupacional), https://www.ilo.org/publications/generative-ai-and-jobs-2025-update,este estudio incorpora un nuevo índice global sobre el impacto negativo que esta revolucionaria forma de “inteligencia” puede representar para las fuentes de trabajo. Y les ofrece a los dirigentes de cada país una herramienta importante para anticipar y gestionar dicho impacto, el cual ya está afectando dramáticamente a vastos sectores en todo el mundo.

¿Qué es la IA generativa?

A diferencia de la inteligencia artificial tradicional (AI), que se concentra en el análisis y la clasificación de información, este nuevo fenómeno aprovecha todas las herramientas de aquella, pero para crear contenidos totalmente nuevos.

Estos contenidos pueden ser textos, imágenes, videos, códigos, música o diseños que hasta ahora solo podían ser producidos por la mente humana. Como lo señala la Escuela Superior de Audiovisuales The Core, de Madrid, “su presencia se está haciendo sentir en todos lados: desde el entretenimiento y la moda, hasta el marketing y el desarrollo de software”. Por otra parte, y fundamentalmente, “está revolucionando el mundo de una manera que hasta hace poco parecía sacada de la ciencia ficción. Ya no se trata solo de que las máquinas analicen datos, ahora también pueden crear contenido, como si tuvieran creatividad propia”.

Lo significativo de todo esto, puntualiza The Core, es cómo la IA generativa está modificando “la forma en que trabajamos, creamos e innovamos”, ya que promueve “empresas más ágiles, diseñadores con nuevas herramientas en sus manos y programadores que ahora tienen un copiloto inteligente ayudándolos a construir más rápido y mejor”. Por esa razón, concluye, “la IA generativa no solo está transformando industrias; está dando forma a una nueva era creativa”. Maneja patrones y grandes volúmenes de datos, los cuales, manipulados creativamente, le permiten generar resultados que parecen creados por humanos, aunque son totalmente artificiales. Se trata de una tecnología que ha evolucionado rápidamente y que se integra cada vez más en herramientas cotidianas.

Sin embargo, no siempre los procesos más rápidos y la mayor agilidad productiva se corresponden con mejoras en las condiciones sociales y laborales, como observa The Core. Puede verse, por ejemplo, por el impacto de los cajeros automáticos en los supermercados, máquinas que implican pérdidas crecientes de trabajo para las personas que hasta hace poco se encargaban de esa tarea. Lo mismo ocurre con los sistemas inteligentes de traducción, un golpe mortal para intérpretes y traductores. En la industria gráfica, el avance de sofisticados programas de diseño está liquidando casi completamente aun las versiones más avanzadas de tipografía e imprenta. Prácticamente ya no queda ninguna actividad humana a salvo de esta nueva dinámica.

Trabajos: riesgos y desafíos

El estudio de la OIT incorpora un nuevo índice, lo que constituye un hecho relevante. Ese índice representa la evaluación global más detallada lograda hasta la fecha sobre cómo la IA generativa puede llegar a remodelar el mundo del trabajo. El mismo ofrece una visión única -y matizada- de cómo podría transformar el empleo en los distintos países. Para ello logra combinar los datos de cerca de 30.000 tareas ocupacionales con validación de expertos, puntuación asistida por IA y microdatos armonizados de la OIT. https://www.ilo.org/publications/generative-ai-and-jobs-2025-update.

Al presentar el estudio, Paweł Gmyrek, autor principal del mismo afirmó que se va más allá de la simple teoría para construir una herramienta basada en empleos reales. Gmyrek, que forma parte de la OIT desde 2008, es doctor en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad de Ginebra (Suiza) y tiene un máster de la Escuela de Economía de Varsovia (Polonia). Combinando la perspectiva humana, la revisión de expertos y modelos de IA generativa, se creó un método replicable que puede ayudar a los países a evaluar riesgos y responder con mayor precisión.

La Escuela Superior de Audiovisuales de España que reconoce los aportes de la inteligencia artificial advierte también sobre eventuales riesgos y peligros. Y alerta sobre los desafíos éticos, de seguridad y sociales ligados a la IA generativa.

Entre esos riesgos, enumera los deepfakes: vídeos hiperrealistas generados por IA que hacen parecer que alguien dijo o hizo algo que nunca ocurrió. Se utilizan en campañas de desinformación, fraudes o incluso chantajes, y representan una amenaza para la confianza pública y la seguridad individual.

La IAGen puede también facilitar el phishing avanzado, técnica que permite crear correos electrónicos falsos muy convincentes y que un ciberdelincuente envía a un usuario simulando ser una entidad legítima (red social, banco, institución pública, etc.) con el objetivo de robarle información privada, imputarle un cargo económico o infectar el dispositivo. Además, puede utilizarse para difundir noticias falsas o manipular contenido con fines maliciosos.

Métodos todos de más en más empleados en los últimos años en campañas electorales y en la vida política en general para desacreditar un candidato contendiente o una fuerza rival. Formas tan generalizadas de manipulación digital que pueden llegar a amenazar el sentido mismo de la democracia.

Complementariamente, coincidiendo con el estudio de la OIT, la Escuela Superior de Audiovisuales señala como no menos relevante el impacto que tiene la IA en el cambio acelerado del panorama laboral. Aunque crea nuevos empleos y aumenta la productividad, también reemplaza tareas humanas en áreas muy diversas como redacción, diseño y programación.

En el plano medioambiental, cada día son más los estudios que prueban el impacto nocivo del uso de la inteligencia artificial para la salud del planeta. La Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) afirma “hay un lado negativo en la explosión de tecnologías de IA y su infraestructura asociada”, como lo demuestran los resultados de diversas investigaciones. Y la UNEP puntualiza: “La proliferación de centros de datos que albergan servidores de IA produce desechos de equipos eléctricos y electrónicos. Además, consumen grandes cantidades de agua, que cada vez escasea en muchos lugares. Dependen de minerales críticos y elementos raros, que a menudo se extraen de forma insostenible. Y utilizan cantidades masivas de electricidad, lo que emite más gases de efecto invernadero que calientan el planeta” https://www.unep.org/es/noticias-y-reportajes/reportajes/la-ia-plantea-problemas-ambientales-esto-es-lo-que-el-mundo-puede.

El rol del Estado

El impacto de la IA generativa variará significativamente entre regiones geográficas y sectores, dependiendo de tres factores principales: las limitaciones tecnológicas de cada país, sus carencias de infraestructuras productivas y sus déficits de competencia, es decir, sus dificultades para la formación de personal humano. Políticas neoliberales extremas en muchas partes del mundo acentúan el impacto negativo de dichos factores.

El estudio de OIT-NASK además anticipa que los trabajos administrativos serán los más expuestos debido a que, al menos teóricamente, muchas de sus tareas específicas se pueden automatizar. Lo mismo podría ocurrir con empleos en los sectores de medios de comunicación, software y finanzas.

En este nuevo panorama que se perfila de una manera irreversible, las políticas que guíen las transiciones digitales serán clave cuando se trate de saber hasta qué punto los trabajadores podrán permanecer en ocupaciones que se están transformando debido a la IA generativa, y cómo dicha transformación afectará la calidad del empleo. La OIT insta a gobiernos, organizaciones de empleadores y sindicatos a participar en un diálogo social para diseñar estrategias proactivas e inclusivas que mejoren la productividad y la calidad del empleo, especialmente en los sectores más expuestos a la IAGen.  

En definitiva, el mayor o menor impacto negativo de esta nueva dinámica científica y social sobre el bienestar de la comunidad humana dependerá de la voluntad política de sus dirigentes y de los Estados para legislar adecuadamente, establecer límites y clarificar lo que se puede permitir, o no. El problema se agudiza allí donde el Estado es débil o está ausente o es destruido por una dirigencia que lo niega o que lo considera un enemigo a combatir.

El anonimato como virtud

28 Mayo 2025 at 09:31
Por: JDF

Ricardo Piglia, en Respiración Artificial, escribe: «Las palabras preparan el camino, son precursoras de los actos venideros, la chispa de los incendios futuros». Desde tiempo atrás, en boca de los profetas del mercado, circularon palabras que anunciaron, no un camino a la vista, sino un despeñadero con sus propias condiciones del juego: «el ganado que llega primero bebe agua limpia», «si no te muestras no existes», (la de enseñar a pescar me da asco repetirla). Con estos y otros muchos mantras neoliberales se preparó el terreno para arrojarnos a una disputa sin apelación alguna. «No hay derechos para todo mundo, así que cada cual conquiste lo suyo», dijeron, y nos pusimos a embestir ferozmente al prójimo hasta conseguir un mendrugo. En esa carrera de «ganar el pan con el sudor de su frente», en ese frenesí de cuerpos exhaustos y vencidos, la rebelión fue quedando postergada por aplicativos con servicios promocionales, además, nos ofrecían vía mensajería virtual un buen repertorio de dogmas reconfortantes para nombrar la experiencia de vivir en medio del incendio: «hazlo tú mismo», «confía en tu esfuerzo», «muestra tu mejor versión». En resumen, aprende a competir y a mostrar tu lado más infernal, lo necesitarás, el lado más acorde para andar en medio de las llamas, ante selvas que arden, Gaza calcinada y migrantes que huyen de las balas.

Y así nos va… «Selfies», publicaciones de auto-promoción, arrogancia desmedida, exhibicionismo vocacional, el nombre como marca, curadurías de sí mismo, la vida privada como espectáculo, el yo que emprende, con incertidumbre, en el oleaje de sálvese quien pueda. Y como consecuencia, y todas las personas que vivimos de trabajar lo sabemos, las usuales presiones psíquicas, síntomas de ansiedad, angustia y malparidez cósmica. En definitiva, déficits de reconocimiento que subsanamos rivalizando con otros por atraer la atención que la sociedad supuestamente nos debe, buscando un yo que sea enaltecido por el mercado, nuestro nombre como etiqueta exclusiva, o como cicatriz, del esfuerzo invertido.

¿Cómo intentar escapar, o driblar, ese mandato perverso del mercado? ¿Como sortear esas ataduras subjetivas, esa programación algorítmica?, ¿servirá de algo ejercitar aquella antigua táctica de luchadores austeros, de anarquistas enemigos del prestigio: el anonimato como respuesta política? Ante semejante escenario quizás el anonimato movilice una virtud: la posibilidad consciente de elección, o por lo menos, con el contra-hechizo del escepticismo, repeler las brujerías del mercado. Frente a las urgencias por ser visto, por complacer la vanidad y alborotar al narciso que nos posee, ¿cómo interpelar esas reglas ocultándonos, amplificar la voz sin dejarse ver, como desaparecer para que emerja el valor de un acto, de una obra silenciosa y no el marketing del yo?

No hay respuestas definitivas para estas cuestiones, eso se responde colectivamente, quizás en la conversación en el espacio público, pero pienso en importantes y bellas obras de la humanidad realizadas por hombres y mujeres trabajadoras, por manos, cerebros y corazones anónimos que iluminan nuestra historia. Cada una de las ciudades, pueblos, murallas y caminos de este planeta han sido hechos por cuerpos, explotados y esclavizados, sin nombre. Son patrimonio histórico de una humanidad laboriosa y tenaz, «son nuestros, en el sentido de que no nos pertenecen», alterando una frase del nadaísta colombiano Gonzalo Arango. Ejemplos hay miles, y no solo pienso en todos las artistas creadoras de las pinturas rupestres en muchos lugares, también en los grafiteros repentinos en nuestras urbes. Pienso en los maestros orfebres precolombinos que dejaron un testimonio de su paso por el mundo, en la artista herrera que forjó la mano de Urulegi para dejar bien inquietos a los filólogos actuales. Y así con innumerables ejemplos más, los canteros y talladores de las gárgolas de las catedrales góticas que inspiraron a Victor Hugo y se confabularon con Baudelaire, quienes escribieron y recopilaron Las mil y una noches para, a la postre, entretener a Borges. Las personas que concibieron el I Ching y, quizás previéndolo, nos ayudan a reducir el azar de una historia convulsa e incierta. Pienso en los anónimos soldados camarógrafos soviéticos que captaron los paisajes del retorno de la guerra, y que probablemente murieron el mismo día en que registraron su marcha de regreso. Luego Tarkowsky, invocándolos, incorporó esas imágenes como memoria de aquel esfuerzo en su film El Espejo.

Alguien dirá que los reaccionarios también hacen uso del anonimato, pero en ese caso, aupados por los poderes, no pretenden resguardarse, es más bien un acto de cobardía, evitar las huellas de sus crímenes. El anonimato atrae los reflectores hacia las acciones guiadas por una ética insobornable, no hacia el egoísmo vanidoso. El valor genuino que lo impulsa nace, muchas veces, del cuidado mutuo, de eludir la represión y el control. Los anónimos creen, con pasión, que existen ideas que los trascienden. Puede decirse que ha sido siempre un recurso, casi un patrimonio táctico, de quienes han vivido dictaduras. Ocultarse, difuminarse, pasar a la clandestinidad, presentarse bajo seudónimo, han sido rutas de fuga de los perseguidos, de los vigilados, de los que están bajo amenaza permanente.

Seguro que muchas personas que luchan contra la injusticia ameritan ser reconocidas y vistas, que sus cuerpos y rostros sean presencias en una memoria compartida de referentes y sueños. Aquí su compromiso, sin duda, no era perseguir fama ni ser una celebridad, apenas se sintieron movilizados por honrar unas nobles causas que los superaban, justas y nobles causas que aun esperan ser conquistadas. Quizás la obras que son hechas sin esperar complacencia ajena o una cascada de «me gusta» sean las que más perduran. Herman Hesse dijo algo así «(…) pertenece del mismo modo a la eternidad la imagen de cualquier acción noble, la fuerza de todo sentimiento puro, aun cuando nadie sepa nada de ello, ni lo vea, ni lo escriba, ni lo conserve para la posteridad».

Fuente: https://www.naiz.eus/eu/iritzia/articulos/el-anonimato-como-virtud

  • No hay más artículos
❌