Yolanda Castaño (Santiago de Compostela, 1977) es una de las voces más aclamadas de la poesía peninsular, y lo es, además, escribiendo siempre en lengua gallega. Desde que publicara su ópera prima en 1995, Elevar as pálpebras, no ha parado de cosechar éxitos de público y de crítica con la más de una docena de libros que lleva publicados. Premio Nacional de Poesía en 2023 por su poemario Materia, destaca también su dedicación a la gestión cultural, como directora y organizadora de festivales, talleres y residencias.
Lo que no había hecho nunca Yolanda Castaño era publicar ensayo, hasta ahora: Economía y poesía: rimas internas (Páginas de Espuma, 2025) salió con fuerza hace algunas semanas, y sigue generando polémica al preguntarse por la exigua (o inexistente) remuneración que reciben los poetas por su trabajo, el capitalismo simbólico de la “visibilidad” y, en general, la precarización de las artes y de la literatura en particular. Hablamos largo y tendido sobre el libro en una entrevista por videoconferencia.
¿Por qué te lanzas al ensayo, después de años de escribir exclusivamente poesía? Me da la sensación de que quizá había cierta urgencia en el tema…
¿Una urgencia? Depende. Efectivamente, soy poeta y sólo me dedico a la poesía. Empecé a publicar poesía a los 17 años y, con ello, también a meterme en ese mundo: recitales, charlas, festivales, etc. Y, hace más de 20 años, comencé a extraer ciertas reflexiones, que compartía en petit comité, como hacemos todas… Luego, durante siete años, hasta que terminé de escribir el libro, ya de manera consciente escribí notas con estas reflexiones en la cabeza, para poder darles forma en un futuro. Y durante los últimos dos años, estuve refugiándome en residencias, porque era una escritura que exigía cierta constancia y disciplina. Es un género al que no estoy acostumbrada y, así como la poesía a veces es capaz de adaptarse a nuestros ritmos en formatos más breves, este ensayo requería un poquito más de concentración, y por eso llevó ese tiempo.
Pero, aunque sea un género tan distinto, no deja de partir de la motivación poética, que es la que vertebra toda mi vida. Ahora me apetecía hablar desde el otro lado, y había que descorrer ese tupido velo. Porque el mandato de la discreción y de la elegancia –que afecta más a las mujeres– va perpetuando una falta de transparencia sobre la trazabilidad de los esfuerzos que hay detrás de una carrera sustentada e n el tiempo.
Eres una de las poetas más reconocidas de España. Has ganado el Premio Nacional, vives de la poesía, te invitan a festivales internacionales, y todo eso escribiendo en una lengua minorizada: el gallego. ¿Has tenido que, de alguna manera, llegar tan alto para poder decir las cosas claras?
No lo sé. Me han hecho notar ese detalle, de que quizá ahora… después de esa carrera internacional, o del Premio Nacional, de esos mecanismos que legitiman mi trabajo, pues se sienta con más autoridad un ensayo como éste que, seguramente, sería percibido de otra manera si yo tuviese veintitantos años. He estado expuesta a muchísimas críticas desde que empecé, de todo tipo: desde el punto de vista del género, de la lengua… y ahora me sentí con las espaldas un poco más cubiertas. Por supuesto, nunca del todo, porque siempre estamos expuestas a críticas. Yo notaba que este tema estaba en el aire, pero se habla de él en ámbitos más privados, precisamente porque es un terreno un poco pantanoso. Sin embargo, yo tengo esa faceta un tanto temeraria de meterme en el fango. Alguien tenía que hacerlo, y ya tenía yo, quizá, algunos pasos demostrados en el camino.

Me gusta cómo reclamas una excelencia por parte de los poetas para que “merezca la pena” pagar por nuestro trabajo. ¿Por qué es importante mencionar esta ética de trabajo en relación a nuestra profesionalización?
Te agradezco que menciones ese detalle. Y es que demandar un trato profesional también implica, por nuestra parte, ofrecer un comportamiento profesional. Entonces, no estamos hablando de… mientras dedicas la vida otra cosa, emplear un tiempo de sobra a abocetar cuatro textos, sino de todos los sacrificios que hay detrás, de todas las renuncias… Por eso, pienso: ¿la gente sabrá a qué nos referimos con “vivir de la literatura”? ¿Nadie tiene cerca a alguien que se dedique al arte o la cultura? Si tienes una prima que hace diseño gráfico, o una vecina bailarina, sabrás que hoy en día el sistema demanda que seamos nuestras propias agentes, nuestras propias contables, publicistas, directoras de prensa, etc. Por eso, a la hora de ofrecer nuestro trabajo, creo que debemos ser muy rigurosas: buscar la excelencia, la ética de trabajo, para luego poder exigir [remuneración] por lo que hacemos.
Criticas a las instituciones, a los medios que no pagan las reseñas, a los organizadores de festivales que sólo pagan al equipo de producción. Pero también denuncias a los poetas que aceptan trabajar gratis. ¿Hasta qué punto importa la responsabilidad individual para hacer de esto una profesión y no devaluarla?
Por un lado, este libro no pretende dejar de respetar la libertad individual de cada quien, sino alertar sobre cómo nuestras decisiones individuales pueden afectar a un legado comunitario. Por ejemplo: si ahora, de repente, el pago de impuestos fuese voluntario, pues con su libertad individual mucha gente decidiría no aportarlo. Sólo me gustaría alertar de las consecuencias que esto tiene para la comunidad. Nuestros gestos tienen un efecto en lo colectivo; a veces construyen y a veces destruyen.
Por otra parte, creo que a veces respondemos a cada propuesta con autoexámenes demasiado individualistas, tipo: ¿necesito yo que me paguen por este trabajo que, al fin y al cabo, me va a reportar visibilidad, prestigio…? ¿Necesito yo ser remunerada, yo que soy jubilada? No nos damos cuenta de que la propia simiente de la limitación está en ese gesto. Es decir, si te va muy bien, tendrás más llamados. Claro, si no te va muy bien y te llaman una vez al año, todas podemos colaborar gratis. Pero si realmente te va bien, si tu trabajo es interesante, y esos llamados se multiplican, habrá un número que deje de ser sostenible en el tiempo. Si nuestro autoexamen se queda en lo que concierne a nuestro pequeño mundo, no crea conciencia, ni ideario, ni estructura, sobre todo para las que vengan.
De todos modos, estos gestos individuales beben de un problema sistémico que alude al hecho de que el primer interesado en alimentar el estereotipo del poeta altruista es el propio sistema. El sistema vomita, reproduce esos estereotipos con los que somos bombardeadas nosotras mismas, y los acabamos deglutiendo e incluso devolviendo. ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Es decir, ¿decidimos conscientemente que no nos paguen, o, por el contrario, nos consolamos con la situación incluso creyéndola la más adecuada y justificando su sentido? Es una de las formas que tiene el poder de dictar expectativas de comportamiento. Y también nosotras alimentamos esa expectativa de tratamiento: “Claro, yo soy súper generosa y altruista, y no espero ese pago”. Haría falta un poco más de conciencia crítica.
Me interesa tu crítica a la izquierda que promueve actos culturales bajo causas “solidarias”, eventos “autogestionados”, etc. pero luego no paga a los escritores. ¿Por qué quienes defienden los derechos de los trabajadores en otros ámbitos operan bajo esta ceguera cuando se trata de la cultura?
Este libro pretende romper muchos lastres e inercias heredadas, y también esas ideas supuestamente anticapitalistas que, en realidad, acaban consiguiendo lo contrario, porque colaboran con terceras manos que acaban lucrándose. No creo que lo contrario al capitalismo sea trabajar gratis para un patrón, o para esas terceras manos que, en el fondo, tiran un rédito más o menos monetizado, aunque a veces es un rédito político. Yo soy la primera contraria al turbo-capitalismo voraz, pero, desde ese punto de vista, quizá lo más adecuado sería un comercio justo que remunerase de manera sensata y razonable a todas las partes, para que no acabemos entregando nuestra fuerza de trabajo gratis.
Lo que tenemos es que acceder a los medios de producción, en este caso literaria, también nosotras, siendo justamente remuneradas. Porque, si sólo recibimos moneda simbólica, pero se nos exige vivir en el mismo sistema económico que el resto de personas, salimos perdiendo. Yo soy la primera interesada en poder vivir en un sistema económico paralelo, pero, mientras eso no ocurra, pues desgraciadamente tendré que seguir usando las mismas monedas de cambio, que son las que valen, y no son precisamente las simbólicas: visibilidad, admiración, y demás.
Aseguras que, si no se paga por la poesía, al final sólo poetizan los privilegiados. ¿Qué daño causa esto al lenguaje, y a nuestra manera colectiva de pensar?
Mucho. Eso lo analicé: cuán diferentes eran los puntos de los que se partía, y toda la brecha de clase que existía cuando alguien intentaba incardinar su vocación literaria en su vida, y también en la parte socioeconómica de su vida. Todas esas diferencias que provocaban desigualdad. Al final, ¿con quién se ceban las desigualdades? Con las más frágiles, con las más vulnerables. Entonces, eso veía: quien se podía permitir no ser remunerada era quien al final prevalecía más, mientras que otras tenían que dedicarse a otras cosas.
Irlanda acaba de aprobar una renta básica para artistas, de unos 1.500 euros al mes. Se estima que, por cada euro invertido, a la economía vuelve 1,4 euros. O sea, es una inversión. ¿Qué otras políticas culturales favorables podrían implementarse en nuestro país?
Me encanta que saques el caso de Irlanda ya que, cuando pongo sobre la mesa otros modelos como el de los países nórdicos, o Alemania, enseguida se me reprocha que tienen un PIB superior al español y nunca podremos llegar ahí. Pero algunos países de los Balcanes, o México, o la propia Irlanda podrían ser un modelo fantástico.
En Irlanda se retiran ayudas a festivales donde los artistas no son justamente remunerados y sí lo son los mediadores u organizadores; ésa sería una buena medida. He conocido programas de mentorías, donde se les paga a los autores veteranos para que hagan un trabajo de guía a los más jóvenes. No hace falta tener el Premio Cervantes, simplemente unas trayectorias, unas credenciales, y una vocación sólida. Por supuesto, las ayudas a la creación, un poco más acordes a la verdadera naturaleza de … [la profesión]. Porque, por ejemplo, las ayudas concebidas como apoyo para dedicarte durante un año a no tener que volverte loca pagando facturas y volcarte en tu obra, pues creo que deberían de tener dotaciones más acordes.
[Comentamos las cantidades de las del Ministerio de Cultura en España: 12.500 euros menos impuestos] Creo que no responden al objeto que se pretende. En Alemania son de 30.000 euros y son varias, porque conviven las ayudas estatales con las autonómicas, provinciales, etc. Si allí son 30.000 euros para un año, entiendo que no es el mismo nivel de vida que en España, pero una cantidad entre 17.000 y 23.000 euros aquí sería más acorde. Luego, más residencias… Y, por supuesto, también en Irlanda tienen una figura que se envía a las manifestaciones literarias, a cara descubierta, para que observe si realmente está habiendo una buena praxis o no, y luego se toman medidas.
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