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¿Es sostenible este momento político?

Por: Guillem Pujol

La entrada en prisión de José Luis Ábalos por el caso Koldo-Cerdán ha devuelto a la política española a su estado habitual: un equilibrio precario entre el desgaste permanente y el relato del derrumbe inminente. La imagen de un exministro –uno de los hombres que acompañó a Sánchez en su Peugeot recorriendo España para ganar las primarias hace casi una década– entrando en prisión preventiva parece apuntalar esa lectura de un ciclo que se descompone… pero que no se agota. 

La doble verdad: politización judicial y corrupción real

España vive atrapada en una doble verdad difícil de gestionar. Por un lado, existe una politización de la justicia impulsada desde la derecha, en coherencia con aquella consigna de Aznar –“el que pueda hacer, que haga”– que desde hace años marca una estrategia de desgaste sistemático del Gobierno. La ofensiva contra Begoña Gómez –tan instrumentalizada que incluso el abogado de Manos Limpias renunció al caso denunciando su deriva política– y el vía crucis institucional alrededor del ya ex fiscal general Álvaro García Ortiz –primero declarado “no idóneo” por el CGPJ por 8 votos a 7, después inhabilitado por el Supremo en una resolución cuya motivación todavía se desconoce, lo que llevó a la Unión Progresista de Fiscales a denunciar “violencia institucional”– ilustran un clima jurídico-político cada vez más envenenado.

Por otro lado, existen indicios sólidos de corrupción. El caso Ábalos-Cerdán no es una invención mediática ni una pieza más del ruido de fondo. Afecta a dos de las personas más cercanas a Pedro Sánchez, figuras clave en la etapa fundacional de su liderazgo dentro del PSOE. Pretender hacer ver que todo es guerra judicial sería tan ciego como negar la existencia de la guerra judicial. Ambas dimensiones coexisten y se retroalimentan.

La mayoría parlamentaria: cifras, empates y una fragilidad aritmética inédita

Hasta la salida de Ábalos, el bloque de investidura sumaba 179 votos frente a los 171 de la oposición. Esa diferencia permitía aprobar leyes ordinarias con mayoría simple –más “síes” que “noes”– incluso en escenarios de abstención de Junts. Ábalos, pese a su paso al Grupo Mixto, había votado siempre alineado con los socialistas.

Con Ábalos ya en prisión preventiva y, por tanto, sin posibilidad de votar en el Congreso, la aritmética del bloque de la investidura se descompone. Si Junts opta por la abstención, el bloque progresista queda con 171 votos frente a los 171 de la oposición: un empate que, según el reglamento, obliga a repetir la votación –hasta tres veces–. Si la igualdad persiste, la iniciativa decae. 

Si, además, Junts decide votar “no”, la oposición sumaría 178 votos, suficientes para tumbar cualquier propuesta. En ese escenario, el voto de Ábalos deja de ser determinante: con él o sin él, la derrota estaría garantizada.

Esta fragilidad numérica abre la puerta a un verdadero bloqueo legislativo. Y tiene efectos concretos: iniciativas como la subida del salario mínimo o la ley de inclusión laboral para personas con discapacidad podrían quedar en el aire si el Gobierno no consigue atraer a Junts o evitar su rechazo.

Junts: poder de bloqueo, libertad limitada

Paradójicamente, el incremento del poder de Junts llega en el peor momento para el propio partido. Sus limitaciones son dos, y ambas estructurales.

La primera es judicial. Puigdemont –y buena parte de la cúpula de Junts– depende de la ejecución efectiva de la amnistía y del cierre de las causas pendientes en el Supremo. No basta con la aprobación de la ley: todo depende de su interpretación en un contexto de resistencia interna dentro del poder judicial. PP y Vox no tienen ningún incentivo para facilitar este horizonte.

La segunda es electoral. Junts atraviesa uno de los momentos más inciertos de los últimos años. La irrupción de Aliança Catalana ha perforado su base territorial y ha alterado la geografía política catalana. La pugna con Orriols no les ha devuelto centralidad; ha generado desmovilización. Convocar elecciones en este contexto sería hacerlo desde la debilidad.

Junts tiene, pues, capacidad para tensar, condicionar y dramatizar su distancia con el Gobierno. Pero no dispone de libertad estratégica para derribarlo sin perjudicar su propio futuro judicial y enfrentarse a unas elecciones para las que no está preparado.

Bloqueo aparente, Gobierno activo: la vía del decreto ley

Con el Congreso estrechado, surge la idea de que el Gobierno no podrá aprobar nada. Pero esa lectura es incompleta. Incluso en escenarios de parálisis legislativa, el Ejecutivo conserva una herramienta clave: el decreto ley, una norma con rango de ley que el gobierno puede aprobar en situaciones de “extraordinaria y urgente necesidad”.

Sánchez ha recurrido a este instrumento en otras etapas para impulsar medidas sociales, como, por ejemplo, el Real Decreto-ley 6/2025, con medidas dirigidas a mejorar los recursos de los sistemas de financiación territorial, el Real Decreto-ley 9/2025 según el cual se ampliaron los permisos de paternidad y maternidad hasta 19 semanas, o, en septiembre, el decreto Real Decreto-ley 10/2025 por el que se adoptaron medidas urgentes contra el genocidio en Gaza y de apoyo a la población palestina. 

La diferencia con otras normas es que las leyes ordinarias pasan por un debate parlamentario completo, con enmiendas, con un proceso más largo y con la intervención de las Cortes desde el principio. El decreto-ley, en cambio, lo aprueba primero el Gobierno y luego ya se debate su validez. 

Es razonable pensar que, si Sánchez aspira a llegar con vida política hasta 2027, necesite encadenar algunas votaciones “ganadas” en el Congreso. Y en un país que envejece y se precariza, revalorizar pensiones, ampliar el escudo social o reforzar protecciones económicas no es solo política pública: es supervivencia electoral. En ese terreno, a Junts le seguiría resultando difícil justificar un voto en contra –y además alineado con PP y Vox– en determinadas medidas. De hecho, recientemente, pese a haber anunciado la “ruptura del pacto con el PSOE”, respaldaron el Real Decreto que movilizaba 500 millones de euros para el tratamiento e investigación de la ELA y otras enfermedades de alta complejidad.

Otro ámbito propicio para que el Ejecutivo recomponga la mayoría del bloque de investidura es el de las políticas sociales de vivienda, siempre que no sean demasiado ambiciosas; si lo fueran, tanto Junts per Catalunya como el PNV tendrían una coartada perfecta ante su electorado para desmarcarse y votar en contra. También en cuestiones de mejora o ampliación de las competencias autonómicas, o en el campo de ayudas y subvenciones a la cultura, el gobierno tendría terreno para recorrer. Recordemos que aquí, la lógica que marca el paso no es la de la aplicación de políticas de izquierdas. Hablamos de supervivencia política. 

Una conclusión con cautela

¿Es sostenible este momento? En términos institucionales, sí, por improbable que parezca. El Gobierno está erosionado, pero no está muerto. La legislatura sigue viva porque Sánchez no sobrevive por su fortaleza, sino por la debilidad estratégica de quienes necesitarían hundirlo para sustituirlo. En resumen: la derecha no suma; Junts no puede romper; y la mayoría progresista, pese al desgaste, sigue cohesionada en lo esencial.

Ahora bien, conviene dejar una puerta abierta. Todo puede suceder. Si se demostrara que el caso de corrupción hundiera sus raíces en la estructura orgánica del PSOE –y no solo a personas próximas a Sánchez–, el escenario cambiaría de forma drástica. En ese caso, no solo Junts, sino también Esquerra Republicana o el PNV tendrían muy difícil sostener al Ejecutivo. Por ahora, eso no ha ocurrido. Pero la política española es un terreno donde lo improbable sucede con frecuencia.

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El ‘Peugeot’ que persigue al presidente: crónica de una comparecencia tensa

Por: Guillem Pujol

Llego a las 8:35 a Atocha desde Sants-Estació y corro para coger un taxi. La sesión comienza a las 9:00 en punto y me gustaría estar presente para observar el desfile de políticos. Pero algo ocurre que, por trágico, me hace reír: el taxista no sabe dónde está el Senado y se dirige hacia un restaurante con el mismo nombre, y en mi cabeza resuena el mantra popular: “¿De qué sirve el Senado…?”. Le digo que creo que no es allí, y juntos miramos Google Maps. Me deja a medio kilómetro del Senado. Llego a las 9:13.

La de hoy es una comparecencia excepcional: un presidente comparece en una comisión de investigación por un caso de corrupción que le salpica de cerca. Eso explica la expectación mediática con, se dice, periodistas de todo el globo. Está bautizada como “Comisión sobre los contratos, licencias, concesiones, ayudas y otras operaciones del Gobierno y del sector público relacionadas con la intermediación de Koldo García Izaguirre y con las demás personas vinculadas a la trama investigada en la Operación Delorme, y respecto a los presuntos delitos relativos a la corrupción que tengan una relación, directa o indirecta, o conexión con las mismas”. Un título un poco largo.

La comparecencia comienza con la intervención de la señora Caballero, quien le achaca una retahíla de negligencias e ilegalidades, a las que Sánchez comienza respondiendo tranquilo, con una sonrisa irónica: “Un gusto estar aquí…”. Risas generalizadas en la sala de prensa, que entiende bien de qué va la cosa: Sánchez ha venido a pelear. Es decir, a seducir a indecisos, a convencer a los convencidos y a intentar ridiculizar al enemigo. Perderá tiempo ante las preguntas difíciles; se alargará allá donde crea que pueda ganar algo. El PP esperará cazarle en alguna pregunta. Y los partidos pequeños intentarán tener un instante donde brillar. Pero la Comisión difícilmente revelará nada nuevo.

Cuando le preguntan, en referencia al informe de la Unidad Central Operativa del caso Koldo en el que se explica que, presuntamente, Ábalos y Koldo utilizaban los términos “chistorras” y “lechugas” para referirse respectivamente a los billetes de 500 euros y 100 euros, el presidente responde que otros preferían las “madalenas” y los “bizcochos” —en alusión al lenguaje en clave de la trama de corrupción del PP en Valencia—. Cuando le preguntan sobre quién iba en el Peugeot, responde, con una sonrisa, que “depende del día”. Cuando el senador de Vox, con una vena del cuello hinchada, le pregunta “¿por qué se ríe si está compareciendo en una comisión de investigación?”, el presidente responde que “esto se parece más a una comisión de difamación”. Y después, ante el enfado del presidente de la comisión y la afirmación de que “esto es serio”, Sánchez responde: “Bueno, yo creo que esto es un circo”.

Ahora bien: que consiga escaparse de las preguntas no implica que el Peugeot deje de perseguirle. Recordemos que Sánchez debe gran parte de su trayectoria al relato que construyó en las primarias de 2014, viajando en coche por todo el Estado y oponiéndose al por aquel entonces establishment del partido. Ahora ese recuerdo épico ha quedado manchado para siempre. ¿Quién iba en el coche aparte de Pedro Sánchez? Ábalos, Koldo y Santos Cerdán. No siempre, probablemente. Pero muchas veces.

Miren Uxue Barcos, del Grupo Confederal de Izquierdas, le preguntará si fallaron los mecanismos internos de control del partido, a lo que el presidente responderá: “Creo que el comité acertó en reconocer que podíamos mejorar los mecanismos internos, y de hecho modificamos el código para hacer… etc., y luego solicitamos una auditoría externa adicional…”. Es decir, que sí, que fallaron. Bien.

La mayoría del tiempo de las intervenciones —y de las respuestas— es filler. Relleno. Contenido vacío. Es en estos momentos cuando me permito desconectar de la pantalla y observar a mi alrededor. Sin ánimo de ofender a nadie, y menos a mis colegas periodistas, constato que es fácil distinguir dos clases: los famosos, que pasean más y se dejan ver; y los no famosos, que teclean más y se ven menos. Cierro paréntesis.

El senador de Compromís aprovecha su intervención para quejarse de que Mazón todavía no haya comparecido en esta misma comisión de investigación. Es cierto. El PP tiene mayoría absoluta en esta cámara, razón por la cual Sánchez está hoy aquí, a diferencia del president de la Generalitat del País Valencià.

Cuando comienza la comparecencia del senador Eduard Pujol, de Junts per Catalunya, algunos compañeros de medios catalanes, que estaban relajados a un lado, hablando, corren de vuelta a sus respectivas sillas. A Junts per Catalunya, grosso modo, Sánchez les tiende la mano y les recuerda que con el PP estarían mucho peor. También trata de no humillar a un orador poco hábil, seguramente con la intención de reconducir las relaciones con la formación de Puigdemont.

Durante toda la comparecencia, el presidente responde a unas cuantas cuestiones que “no tiene constancia” o que “no se acuerda bien”. Este tipo de frases no son la forma más convincente de defenderse, pero sí la más segura. Para empezar, te protegen ante una acusación de falso testimonio.

Por algún motivo que desconozco, Bildu es el único partido que ha sido capaz de hacer preguntas directas sin necesidad de añadir un contexto específico en el cual, de alguna manera, se vean beneficiados; y se agradece, pues también facilita las respuestas algo (no del todo) más directas. Por ejemplo:

—¿Cómo se financiaron durante la campaña de las primarias de 2014?
—Con una asociación sin ánimo de lucro.

—¿Cómo conoció al señor Aldama?
—No me acuerdo.

—¿Tomó usted la decisión de que Koldo custodiara los avales con los resultados de las primarias?
—No, no la tomé yo.

El plato principal se deja para el final. Había dudas sobre quién participaría, por parte del PP, en la comisión de investigación. Unos rumores que en realidad solo afectan a una pequeña minoría —siendo generoso— de la población, pues, seamos honestos: ¿a cuántos senadores y senadoras podría enumerar usted?

En todo caso, el privilegio recae en el senador Miranda, quien entra con un cuchillo entre los dientes. No le dejará respirar y le atacará por todos los costados. Le preguntará por su hermano, por su mujer, por Venezuela y por Maduro: “¿Es Venezuela una dictadura, sí o no? ¿Sí o no? ¿A favor o en contra del régimen de Maduro? ¿A favor o en contra?”

Sánchez responderá sin rebajar esa sonrisa constante que, después de horas, ya parece más impostada. “Diga alguna verdad, alguna ni que sea”, le espeta Miranda a Pedro Sánchez ante la elusión constante a sus preguntas. Cuando Sánchez se ve apurado, pone el foco en Madrid y en el hermano de Ayuso. Ahí tiene un filón.

Pero no se consigue sacar nada en claro, más allá de que sí, que el PSOE pagaba (paga) en cash algunas retribuciones. Aunque esto sea legal siempre y cuando exista un justificante, es una imagen que incomoda a todo político, y Pedro Sánchez, si es algo, es político.

La sesión acaba con un tono brusco. Supongo que quien crea en la corrupción total que presenta el PP estará más convencido hoy de que es así. Y quien crea en la honestidad del presidente, seguirá creyendo en ella.

¿Y la verdad dónde estará?

Pues seguramente un poco aquí y un poco allá. O mucho aquí y poco allá. Pero lo que está claro es que deberemos esperar para conocerla.

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