La música saharaui, por su historia y por la geografía de su pueblo, no es una música de mercados globales sino de jaima y desierto. Antes de la llegada de teléfonos, casetes o memorias USB, las canciones viajaban de boca en boca en los hogares, las bodas y las reuniones de familia; y así se tejía y preservaba la historia colectiva. Hablar de música saharaui es hablar de haul, el género por excelencia que combina poesía, percusión y cuerdas en piezas que han servido a la vez como canto de resistencia y como memoria de una nación en el exilio. Esa condición ha hecho que buena parte del legado saharaui sobreviva fuera de la digitalización masiva.
De esa geografía sonora han surgido voces capaces de hacerse cargo de la historia de su pueblo y, al mismo tiempo, dialogar con otros lenguajes musicales. Mariem Hassan fue la figura más visible de esa tradición en el circuito internacional: la voz que convirtió el lamento del exilio en presencia pública. Su biografía y su trabajo ayudan a entender lo que significa cantar desde (y contra) la dispersión. Aziza Brahim, por su parte, ha trazado otro camino: partiendo de las raíces del haul, ha incorporado ritmos del blues del desierto y otras influencias para hacer de su canto una cartografía personal y política que mira hacia el mundo sin perder la referencia.
En esta escena aparece Suilma Aali, cantante y compositora hispano-saharaui que encarna el mestizaje que canta. Hija de madre gallega y padre saharaui, Suilma traduce «lo que se oye en casa» en un repertorio donde confluyen cadencias afroárabes, latinas, flamenco, soul, jazz y canción de autor. No es habitual encontrar artistas saharauis que produzcan y firmen su música con la libertad estilística que sostiene a Suilma: ella compone, canta y toca la guitarra desde niña, y su obra es un relato que nace de las mezclas culturales que viven en ella.
Su repertorio muestra una trayectoria constante: Aali (2012) dejó la primera carta de presentación; Flor Amarilla (2019) exploró tonos íntimos junto a Nico Roca; El Final (2023) jugó con la estructura del bolero; y No quedan lágrimas (marzo de 2025) la situó entre la canción personal y la canción de protesta, nacida del dolor por el genocidio en Gaza. Su voz, cálida y a veces quebrada, trae el poso de quien canta en festivales de jazz y en actos por la paz; sus letras privilegian la memoria, la identidad y la denuncia, sostenidas por arreglos donde la guitarra, la percusión y los coros buscan la honestidad y la comunicación directa.
Más allá de la música, Suilma ha llevado su talento al cine documental. Es coprotagonista de La duna de Chinguetti, dirigida por Lidia Peralta y Germán Nieto, y rodada en Mauritania. Comparte pantalla y proyecto con el escritor y antropólogo saharaui Bahia Awah, y además es la autora y voz del tema principal del largometraje.

La artista anuncia además que su próximo lanzamiento llevará por título «Sahara», un single que promete continuar esa línea de diálogo entre identidad y experimentación sonora. Este anuncio llega en un momento en el que su música empieza a asentarse, sin renunciar a su raíz comunitaria y a la visibilidad política que siempre ha llevado consigo.
El artículo ‘Suilma Aali: la canción como territorio propio’ se publicó originalmente en El Periscopio, el suplemento cultural de La Marea, cuyo último número se ha dedicado íntegramente a la cultura saharaui. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para apoyar el periodismo independiente.
La entrada Suilma Aali: la canción como territorio propio se publicó primero en lamarea.com.






