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Franco murió, pero no el franquismo. Cincuenta años de una Transición orquestada por el fascismo español

Por: Todo Por Hacer

El régimen franquista fue el proyecto de la burguesía nacional apoyada por el capitalismo internacional que, en distintas fases, protegió sus intereses económicos consolidando una dictadura en torno a la figura de Franco como garante de ese orden sangriento. La muerte de Franco marcaba el punto de inflexión de un proceso ya iniciado años atrás. Se estaba pactando una clausura idílica del Franquismo desde, al menos, el año 1968, escondiendo posteriormente un proceso complejo de continuidad reformada. Mismos perros, pero también mismos collares.

Bajo el relato oficial, presentado como una proeza de consenso y moderación democrática, se ocultó una gran lógica política de fondo: la necesidad de las élites económicas, políticas y militares consolidadas tras 1939 de reorganizar su hegemonía ante un contexto internacional y social que hacía inviable la continuidad de una dictadura que había cumplido ya su papel como garante de sus privilegios. El fascismo español había hecho ya su función, pero ni se bajaría el telón, ni se marcharía de la escena, se le otorgaba un papel protagonista como consolidante y fuerza de choque hasta la actualidad.

Si podemos encontrar una cuestión común a lo largo del siglo XX español, desde la monarquía de Alfonso XIII, la dictadura de Miguel Primo de Rivera, la Segunda República española, el Franquismo, y el régimen monárquico actual; es el poder económico detentado en manos de prácticamente las mismas familias y fuerzas vivas del capitalismo patrio. La Transición española debe entenderse no como una ruptura, sino como una recomposición del poder, donde buena parte de las élites franquistas y los intereses económicos dominantes conservaron posiciones clave remodelando el sistema institucional.

Cuarenta años de Franquismo, el fascismo marca España

El régimen franquista nacía directamente del poder otorgado por el golpe militar de julio de 1936, y ampliado a todo el territorio mediante una guerra de exterminio contra la clase trabajadora y las fuerzas populares. Fue, desde el inicio, un proyecto con un objetivo antirrevolucionario al servicio de las élites económicas y militares de la España oligárquica, adelantándose al potencial de triunfo si el movimiento obrero organizado hubiese pasado a la ofensiva total de construir un poder popular de clase. No fue una tragedia histórica, sino la apuesta consciente y planificada de terratenientes, grandes industriales, jerarquía eclesiástica y mandos del ejército para aplastar una posible victoria de las fuerzas populares revolucionarias, que ponían en contundente riesgo la estructura de poder construida durante siglos. El golpe militar no fue contra el gobierno republicano, sino que la violencia se dirigía hacia la clase obrera, y ese es el primer punto que debemos tener claro en una visión revolucionaria. No existían dos Españas, sino dos clases sociales antagónicas, la dominante, y la explotada.

El proyecto previo de la burguesía española fue construir un gobierno político republicano y socialdemócrata como apagafuegos al crecimiento del movimiento obrero. Ese republicanismo interclasista habría sido el particular terreno de preparación y desarrollo del fascismo español. La victoria franquista en 1939 reeditaba un Estado autoritario, militarizado y de terror psicológico, y físico, basado en la represión sistemática, la censura, el control social y la destrucción de cualquier forma de organización obrera. El aparato estatal —desde la Iglesia Católica a la Guardia Civil, desde el Movimiento Nacional a los tribunales militares— funcionó como un engranaje perfectamente coordinado para garantizar la restauración brutal del orden capitalista más reaccionario tras la revolución social del pueblo.

En la primera fase el Franquismo extendió el exterminio de decenas de miles de integrantes de la clase trabajadora, y su proyecto estaba alineado férreamente con el fascismo italiano y el nazismo alemán; que tomaron la iniciativa de ofensiva hasta 1943 en el conflicto mundial. Durante los años cuarenta el régimen fue virando para distanciarse de la Alemania nazi, y sobrevivir al nuevo reordenamiento global de las potencias vencedoras. El Franquismo fue tolerado, y tomado como baluarte político en Europa contra el marxismo, y así evitar concesiones sociales y políticas que, el capitalismo imperialista tuvo que hacer mientras desarrollaba las nuevas estrategias de aplastamiento de los movimientos obreros nacidos de la lucha en el conflicto mundial contra los fascismos.

Esos años cuarenta y los primeros cincuenta, estuvieron marcados por el modelo económico autárquico que impuso el Franquismo y, que proyectaba a los grupos empresariales afines al régimen, hundiendo al país en el hambre y la miseria mientras consolidaba un capitalismo oligárquico protegido por el Estado. La represión de posguerra, con cientos de miles de encarcelados, deportados, fusilados y depurados, no fue un «exceso», sino el pilar sobre el que se edificó la estabilidad del régimen y, en cierta medida, el retorno a las estructuras políticas normalizadas por el capitalismo. La clase trabajadora quedó sometida a un sindicalismo vertical obligatorio, diseñado para neutralizar cualquier capacidad de conflicto y asegurarse la subordinación al régimen.

La Guerra Fría permitió a la dictadura un lavado internacional: el anticomunismo se había convertido en el salvoconducto. Estados Unidos y las potencias occidentales integraron a España como pieza funcional del bloque capitalista, abriendo la puerta a la tecnocracia, al desarrollismo y a una «modernización» controlada que jamás cuestionó las bases del poder. El Plan de Estabilización de 1959 coincidía con la visita del presidente estadounidense Eisenhower, y el crecimiento económico de los años 60 no fue en absoluto un despegue neutral: consolidaron a nuevas facciones de la burguesía, reforzaron desigualdades y utilizaron la emigración masiva a Europa como válvula de escape social. La represión se volvió más selectiva, pero no menos efectiva.

A lo largo de esas cuatro décadas, el Franquismo mutó, pero no cambió jamás su naturaleza: fue siempre un régimen militarista y ultracatólico, que defendía los intereses de clase burgueses y aseguraba la continuidad de la explotación económica y política de las élites empresariales. Las luchas obreras, estudiantiles y vecinales que surgieron, fueron respondidas con una violencia perfectamente calculada parta no permitir erosionar su legitimidad. Las leyes represivas, el Tribunal de Orden Público, la Guardia Civil y la Brigada Político-Social de la policía, actuaban como aparato principal del control y el castigo.

La Transición: un pacto de silencio y reforma de la oligarquía desde arriba

Muy lejos de suponer ninguna ruptura impulsada desde la base, la Transición fue el resultado de un pacto de la élite oligárquica española. Una parte de la vieja guardia franquista entendió que sostener el régimen tal cual era se hacía incompatible con su integración en los mercados europeos y con el control de una clase trabajadora altamente movilizada desde 1968. Por eso, optaron por dirigir ellos mismos la evolución del régimen. Debían preservarse las estructuras del aparato estatal nacido de 1939, se mantendría intacta la jerarquía judicial y policial; además de garantizarse la continuidad monárquica designada por Franco en quien sería coronado como Juan Carlos I. No se desmontaba el armazón autoritario que se heredaba, solo se le otorgaba un cambio de look, para adaptarlo a las normativas represivas y de control social constituidas por las democracias imperialistas occidentales.

El movimiento estudiantil eclosionado en 1968, se había aliado con las demandas de la clase trabajadora, y funcionaba como catalizador de un cuestionamiento profundo al régimen franquista. Las asambleas y huelgas universitarias se solidarizaban con las luchas obreras. Mientras tanto se intensifica la preocupación por la insurgencia política y armada representada por organizaciones como ETA, FRAP, y más tarde MIL que, si bien no representan una amenaza real al poder estatal, sí que son un desafío simbólico a su capacidad de control total. Se abren grietas en la narrativa legitimadora del Franquismo, lo cual conduce a un repunte en la represión y a su sofisticación; comenzando a idear un plan de reformas pactadas desde arriba.

La muerte de Carrero Blanco en diciembre de 1973 fue el golpe simbólico al régimen franquista que se necesitaba para poner en marcha toda la Transición que ya se venía fraguando desde el inicio de esa década. A los sectores más reacios a la reforma pactada desde arriba había que domesticarlos, no se destruiría su estructura, solo se liquidaba el plan de un franquismo sin Franco pero con franquistas puros. Las élites económicas y políticas asumen una recomposición en el bloque de poder, y se arma una transición que neutralice al movimiento de clase trabajadora. Las luchas obreras estaban viviendo un crecimiento explosivo, decenas de miles de trabajadores desbordan el sindicalismo vertical, y se genera un potencial contrapoder social de coordinadoras y comisiones, huelgas y asambleas masivas en barrios obreros. Por lo que esa Transición debía abordar como objetivo principal la desactivación de ese sujeto político que estaba construyendo al margen de los canales del régimen.

En este contexto, el papel internacional también pesa mucho; y los Estados Unidos, a través de la CIA, busca garantizar un aliado estable en la OTAN y fiel a los intereses imperialistas. De ahí la operación de «reciclaje» del socialismo parlamentario en el Congreso de Suresnes (1974), desde el que emerge un PSOE rejuvenecido, moderado y funcional al nuevo proyecto. El PSOE, a través de Felipe González, es seleccionado como el actor ideal para ofrecer una salida controlada, capaz de seducir a sectores jóvenes y urbanos sin poner en riesgo la estructura económica del franquismo sociológico. De esta manera se evitaba una escalada como la Revolución de los Claveles portuguesa, donde se tuvo que actuar de manera más decisiva para evitar una ruptura que desestabilizara los intereses capitalistas.

Los aparatos franquistas no se depuraron, y la represión seguiría activa, siendo asesinados en ese periodo centenares de trabajadores. En 1975, cuando Franco murió, el franquismo no estaba agonizando, tan solo cumplió su funcional ciclo histórico. La dictadura que nació como proyecto antirrevolucionario, dejaba tras de sí una matriz que se ha mantenido intacta hasta la actualidad, porque Franco murió, pero no el Franquismo.

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La amistad mística más allá de la muerte

Por: Diana Eguía

Durante la Baja Edad Media, cientos de mujeres en Europa, también en los países catalanes, crearon comunidades espirituales autogestionadas donde la amistad, el cuidado y la libertad femenina florecieron a contracorriente de su tiempo: los beguinatos.

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“No se ha hecho una política de memoria, y de las mujeres todavía menos”

Por: Eva Máñez

Una ruta, organizada por la Asamblea feminista de València, ha recorrido varios espacios en los que operó el Patronato de Protección a la Mujer en la ciudad.

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La denuncia de asociaciones memorialistas desde Cuelgamuros: “Llevamos 50 años sin Franco y 50 años de impunidad”

Por: Guillermo Martínez

CUELGAMUROS (Madrid) | “Es imposible la resignificación mientras este lugar siga sacralizado, con los monjes benedictinos en su interior y con la mayor cruz cristiana de Europa”. Así se ha pronunciado Miguel Ángel Muga, presidente del Foro por la Memoria de la Comunidad de Madrid, en la protesta que ha tenido lugar esta mañana a las puertas del Valle de Cuelgamuros. Como vienen repitiendo desde hace 20 años, cuando el Foro Social de la Sierra de Guadarrama inauguró esta movilización, los colectivos han reclamado una verdadera política de memoria al Gobierno presidido por Pedro Sánchez, y han criticado el proyecto que en teoría resignificará uno de los espacios convertidos en epicentro de la apología franquista.

Los convocantes -los foros mencionados y la Comuna de Expresos y Represaliados del Franquismo, con el apoyo de la Coordinadora Antifascista de Madrid- han cifrado el seguimiento de la concentración en 120 personas, que han llegado de diversos puntos de la región. La movilización, que ha comenzado a las 12.00 horas, ha estado salpicada por gritos de “arriba España” y “viva Cristo Rey” que procedían de varios coches que pasaban por la zona; también por vivas a la república y gritos de “abajo el fascismo” proferidos por conductores de otros vehículos.

“Han aprobado dos leyes de Memoria pero la ligazón entre política e Iglesia sigue vigente con las negociaciones que ha mantenido el Gobierno con la Iglesia Católica para mantener la cruz y a los benedictinos”, ha expresado Muga a La Marea mientras los presentes, ubicados en una cuneta a unos 50 metros de la entrada al Valle, agradecían los rayos de sol que competían con el viento frío de la sierra. La concentración, liderada por una pancarta con el lema “Verdad, justicia y reparación para las víctimas del franquismo”, ha estado en todo momento flanqueada por varios coches de la Guardia Civil, y se ha situado a la entrada de una finca privada que advierte del “ganado bravo” que hay en su interior.

El presidente del Foro por la Memoria ha criticado que el proyecto La Base y la Cruz, firmado por Pereda Pérez Arquitectos y Lignum, y al que el Ejecutivo de coalición dedicará 31 millones de euros, “no es un proyecto de resignificación, sino meramente arquitectónico y de una parte del valle”. Ha basado su postura en factores como que el concurso de ideas haya sido liderado por el Ministerio de Vivienda, y no por el de Memoria Democrática.

Mientras se escuchaban cánticos como “sin memoria no hay democracia” y “los benedictinos protegen a asesinos”, Muga ha resaltado que “desde el punto de vista democrático, no existe resignificación posible si las víctimas no obtenemos justicia, verdad y reparación”. En este sentido, también ha denunciado que desde el Gobierno no se han escuchado las reivindicaciones de ninguna asociación memorialista a la hora de plantear la pretendida resignificación.

Desde el Foro por la Memoria consideran insuficientes gestos como la salida de los cuerpos de Franco y Primo de Rivera de la basílica, así como el cambio de nomenclatura, de Valle de los Caídos a Valle de Cuelgamuros, aunque muchas de las señales de tráfico en las inmediaciones que conducen al enclave todavía no han sido renovadas. “Un espacio de memoria es lo que hay en la Escuela de Mecánica de la Armada en Buenos Aires, un lugar horroroso donde se torturaba y asesinaba a opositores al régimen, no lo que quieren hacer aquí”, ha comparado el mismo Muga.

Alianza que perdura

Entre las principales críticas de las tres asociaciones convocantes está el mantenimiento de la gran cruz de más de 152 metros que el dictador mandó construir para coronar el enclave. “Tenemos el mayor símbolo cristiano por encima de miles de republicanos asesinados por la dictadura en crímenes de lesa humanidad, y ahora dejan que la misma orden que Franco puso en el lugar, y a la que encomendó su salvaguarda, siga en él”, ha desarrollado el activista por la memoria.

La alianza entre Iglesia y Estado, tan explotada por el franquismo y, más tarde, mantenida por diversos gobiernos de la democracia española, es otra de las cuestiones más criticadas por estas asociaciones. En palabras del mismo Muga, “un lugar sacralizado no puede ser un espacio de memoria si atendemos a la función que tuvo la Iglesia, que apoyó el golpe de Estado de 1936 y la dictadura durante casi 40 años”.

Primero verdad, luego justicia

Juan Carlos Pérez, portavoz de La Comuna de presos y presas y represaliados y represaliadas por la dictadura franquista, ha añadido que se movilizan para reivindicar “que haya justicia, aunque para eso tiene que haber una recuperación de la verdad, y la verdad es lo más oculto que hay en Cuelgamuros”. Este memorialista ha recordado que la basílica y la gran cruz fueron construidas con trabajo esclavo de presos republicanos y que muchos de ellos fallecieron durante el proceso.

El propio Pérez, más conocido como Hereje, ha tildado de “timorata” la operación que ha realizado el Gobierno central: “Parece que tienen miedo a Franco. Eso prueba que el dictador murió, pero el franquismo sigue vivo”. La Comuna lleva una década asistiendo los sábados más cercanos a cada 20-N a este lugar para expresar sus reclamaciones, aunque la movilización existe desde hace 20 años, cuando comenzaron a repetirla desde el Foro Social de la Sierra de Guadarrama.

Resignificación equivale a conservación

La idea de resignificar este tipo de espacios no es nueva. Daniel Palacios González, autor de ¿Quién tiene derecho al monumento? (Katakrak, 2025) junto a José María Durán Pedraño, comenta que “todo lo que se ha venido llamando resignificación no es otra cosa más que una excusa para la conservación”. Este historiador del arte sostiene que la resignificación es “una manera muy oportunista de un grupo de personas en la élite que quieren convencernos de que esa es la solución para un monumento que representa tal agravio como el Valle”.

El también investigador de la UNED defiende que “la idea de la resignificación para los colectivos de víctimas es una farsa”. Asimismo, incide en el agravio comparativo que supone el destino de más de 30 millones de euros públicos a este proyecto “mientras en el cementerio de Paterna, con uno de los conjuntos de fosas más grandes del Estado, no se puede completar su memorial porque está desfinanciado”.

Palacios afirma tajante que “si continúa existiendo la cruz y la basílica no es solo porque sobrevivan los monumentos al fascismo español, sino porque también lo hacen aquellos conglomerados económicos, jurídicos y políticos heredados de la dictadura”.

Un franquismo vivo con Franco muerto

En torno a las 13.00 horas, los presentes a las puertas del Valle de Cuelgamuros han escuchado con atención las palabras que cada asociación memorialista ha preparado para la ocasión y en las que se destilaban sus principales exigencias al Ejecutivo. Miguel Montanya, integrante del Foro Social de la Sierra de Guadarrama, ha reivindicado que “no se necesita construir sobre lo ya construido, sino una destrucción de forma selectiva”. Tras las intervenciones, los concentrados han levantado el puño para entonar La Internacional.

La gente empezaba a irse del lugar cuando Muga, el presidente del Foro por la Memoria de la Comunidad de Madrid, ha declarado: “Llevamos 50 años sin Franco y 50 años de impunidad en los que algunos siguen ejerciendo ese trabajo para ir en contra de la democracia y de la gente de izquierdas, y en los que ni uno de los perpetradores franquistas ha terminado condenado por la justicia”. Un año más, en el mismo lugar de siempre, tan solo quedaba un único eco: “Somos la memoria de vuestros crímenes”.

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Las víctimas saharauis del franquismo

Por: La Marea

No todos los afectados por el franquismo están en España. El dolor y el recuerdo han sido el hilo conductor de la jornada Contra el olvido. Víctimas del franquismo y Sáhara Occidental, un acto diseñado por el Instituto Hegoa (EHU) para arrojar luz sobre los crímenes cometidos durante este periodo contra el pueblo saharaui, así como avanzar en su reconocimiento como víctimas amparándose en la Ley de Memoria Democrática 20/2022.

La periodista y escritora Ebbaba Hameida, autora de Flores de papel, fue la conductora del acto, que contó con Abdeslam Aomar Lahsen, presidente de la Asociación de Familiares de Presos y Desaparecidos Saharauis (AFAPREDESA); la escritora Laura Casielles (Arena en los ojos, 2024); Carlos M. Beristain, doctor en Psicología e investigador de derechos humanos; y Gemma Arbesú, abogada y observadora internacional. Estos dos últimos ponentes destacaron las dificultades para acceder a documentación de este periodo: papeles quemados, ocultados, etc. “Es necesario investigar y acceder a estos archivos, expuso Carlos M. Beristain, afirmando que  “la memoria empieza con un acto de desobediencia de las víctimas” ante todas estas dificultades.

La periodista y escritora Ebbaba Hameida unto a Abdeslam Aomar Lahsen, presidente de la Asociación de Familiares de Presos y Desaparecidos Saharauis (AFAPREDESA).
La periodista Ebbaba Hameida junto a Abdeslam Aomar Lahsen, presidente de AFAPREDESA. Foto: Miguel Ángel Herrera.

“No podemos quedarnos sólo en el camino de la justicia, porque no está en nuestras manos y nos hace creer que no hay nada que hacer. Hay que explorar otras vías”, subrayó Nerea Martínez, de Martxoak 3 Elkartea. La representante de esta organización -que trabaja para preservar la memoria de la masacre de 1976 en Vitoria-Gasteiz- formó parte de una mesa redonda con víctimas saharauis y vascas del franquismo. Judeig Ahmed Lemadel, de AFAPREDESA; Elmami Bahim Ahmed Salen, de la Asociación de Familiares y Amigos de Basiri (AFAB); y Josu Ibargutxi, de la Plataforma Vasca para la Querella contra los Crímenes del Franquismo; y Nerea Martínez.

El acto también guardó un espacio para hablar de la responsabilidad política hacia las víctimas saharauis del franquismo. Para ello, reunió a tres partidos con representación en el Parlamento Vasco: EH Bildu (Diana Urrea), PNV (Mikel Arruabarrena) y Sumar (Alba García).

En paralelo a las charlas, se presentó el memorial Rastros, una instalación de arte digital diseñada por Lab-Elemental y Forward Films, que se inspira en la realidad cambiante del desierto para, mediante un juego con espejos, arena, luces y sonido, intentar que grabemos en nuestra mente una frase del antropólogo y filósofo francés Paul Ricoeur: “La memoria es frágil porque puede ser acallada. Hay silencios que no son olvido, sino violencia sobre el recuerdo”.

La jornada Contra el olvido forma parte de una línea de trabajo que el Instituto Hegoa lleva varios años desarrollando gracias al apoyo de Euskal Fondoa. En esta ocasión, han contado también con la colaboración de la Delegación Saharaui en Euskadi y con el apoyo del Ayuntamiento de Bilbao.

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María Luisa Elío, una autora “sorprendentemente contemporánea” exiliada en el franquismo

Por: Millanes Rivas

La artista visual Celia Viada rescata en su documental 'Volver a casa tan tarde' la historia de una escritora y actriz olvidada, a pesar de que realizó su propia película autobiográfica, estrenada en 1961, y que fue una de las personas que inspiró 'Cien años de soledad'.

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¡Corre, corre, corre!

Por: Berta J. Luesma

Un diario de duelo, una crónica performática, un kintsukuroi narrativo sobre una historia de represión en la Zaragoza tardofranquista.

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Lo que aprendí de Spice Girls

Por: Carmen Godino Megía

Mel B, Geri, Mel C, Emma y Victoria no eran por sí mismas iconos feministas y revolucionarios, pero una parte de sus historias puede leerse a través del prisma de las niñas de los 90 para las que supusieron un cambio de perspectiva vital.

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Sáhara Occidental: 50 años de una ocupación que no termina

Por: Todo Por Hacer

Por Queralt Castillo Cerezuela. Extraído de El Salto

En el extremo occidental del desierto del Sáhara, a orillas del océano Atlántico, hay un territorio de unos 266.000 kilómetros cuadrados ocupado desde hace 50 años. El 6 de noviembre de 1975, más de 300.000 marroquíes iniciaron lo que se conoce como la Marcha Verde, una movilización impulsada por Hassan II para reivindicar y ocupar un territorio que no les pertenecía.

La provincia 53, dejada a su suerte

En 1970, el Sáhara Occidental era la provincia 53 del Estado español, pero el pueblo saharaui ya aspiraba a la independencia, por eso en 1973 se creó, en la localidad mauritana de Zuérate, el Frente Popular de Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro, conocido actualmente como Frente Polisario. En 1975, antes de que el monarca marroquí Hassan II enviara a su población hacia el territorio, España se comprometió a llevar a cabo un referéndum de autodeterminación para que la población saharaui pudiese decidir su futuro; pero eso ya nunca sucedió: los ataques militares de Marruecos se empezaron a intensificar, lo que provocó un éxodo de la población saharaui hacia el país vecino, Argelia. Desde entonces, este país ha sido el principal defensor de los derechos de la población saharaui.

El 6 de noviembre de 1975, las tropas españolas desplegadas en el Sáhara Occidental recibían la orden de levantar las minas que pocos días antes les habían conminado a colocar en la frontera norte de lo que entonces era la provincia del Sáhara Español. Los fontaneros de un régimen franquista en sus últimos estertores habían pactado con el monarca marroquí facilitar la ejecución de la Marcha Verde: una operación que serviría de punto de partida para ceder a Marruecos la colonia española sin el aval de sus habitantes.

El plan había sido anunciado por Hassan II el 16 de octubre. Cerca de 350.000 civiles marroquíes escoltados por unos 25.000 militares entrarían al Sáhara Occidental para reivindicar el territorio como propio. Aunque había sido anunciada como una “manifestación pacífica”, en las palabras del monarca eran palpables otras pretensiones: “Si encontramos en nuestro camino otras fuerzas que no sean españolas recurriremos entonces a la autodefensa”, en una clara referencia al Frente Polisario, que estaba dispuesto a la lucha armada para defender el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui.

Ocho días más tarde, el 14 de noviembre de 1975, se firmaba el Acuerdo Tripartito de Madrid entre España, Mauritania y Marruecos, que consistía la cesión del territorio saharaui, por parte de España, a Marruecos y a Mauritania con la condición de que se llevase a cabo un referéndum de autodeterminación. Esto nunca sucedería y, en febrero de 1976, España se retiró de manera definitiva del Sáhara Occidental, lo que dio paso a la lucha armada entre el pueblo saharaui y el Ejército marroquí, y a una situación de ocupación que se extiende hasta el día, de hoy.

Mauritania se retiró de los territorios saharauis en 1979, condición que fue aprovechada por Marruecos para ampliar su dominio. Sin bien oficialmente la guerra entre el Frente Polisario y Marruecos terminó en 1991, cuando se firmó un alto el fuego y Naciones Unidas estableció la Misión de las Naciones Unidas por el Referéndum del Sáhara Occidental (Minurso), lo cierto es que el pueblo saharaui nunca ha conocido la paz; y el compromiso de llevar a cabo el archinombrado referéndum de autodeterminación nunca se ha hecho realidad. La represión, las amenazas y el bloqueo informativo por parte de Marruecos han sido una constante desde entonces.

La nueva resolución de Naciones Unidas; patada a la independencia y nueva etapa

Los territorios del Sáhara Occidental han conocido momentos de mayor y menor tranquilidad, y han pasado por una serie de fechas históricas que han ido marcando el camino de su historia. El hito más reciente se produjo hace tan solo unos días, el pasado viernes 31 de octubre, cuando Naciones Unidas adoptó una nueva resolución sobre esta causa.

La resolución 2797 de 2025 —votada con la abstención de China y Rusia— da un giro diplomático a la cuestión de la autodeterminación saharaui y abre las puertas a la consolidación del dominio de Marruecos sobre el territorio. Si bien se renueva el mandato de la Minurso hasta el 31 de octubre de 2026, el cambio de postura de la ONU es significativo, ya que se legitima la propuesta de Rabat, que pone sobre la mesa una autodeterminación parcial, pero en ningún caso significa una independencia de facto. En el texto, la opción del referéndum no desaparece, pero ya no se considera como una condición sine qua non, sino como una opción.

Esta nueva resolución va en línea con el modelo de autonomía propuesto por Marruecos en 2007, por el cual “la región autónoma del Sáhara” tendría competencias jurídicas, administrativas, judiciales, económicas, tributarias y socio-culturales; pero no podría gobernarse en asuntos referentes a religión, Defensa o Exteriores, entre otros.

La responsabilidad de la comunidad internacional

Durante todos estos años, España, que tenía y tiene una responsabilidad histórica para con el territorio, ha permanecido aparentemente neutral y, hasta relativamente poco, apoyaba la opción del referéndum de autodeterminación. El cambio de postura, sin embargo, llegó en 2022, cuando el Gobierno de Pedro Sánchez, de manera unilateral y sin consultarlo previamente en sede parlamentaria, se posicionó con Marruecos e inició una nueva etapa en las relaciones bilaterales con la mirada puesta en la migración, algo que el Gobierno marroquí ha estado usando como moneda de cambio para forzar acuerdos y decisiones. 

Destacable es también la postura de Estados Unidos, quien en 2020 decidió apoyar de manera abierta el dominio marroquí sobre el territorio y lo hizo con acciones tan simbólicas como la apertura de consulados en las ciudades ocupadas de Dajla y El Aaiún. Francia, que tiene en Marruecos uno de sus socios más fiables en la zona del Magreb, siempre ha permanecido al lado de Rabat.

La cuestión del Sáhara, fuera de las reivindicaciones de la Gen Z

En el ámbito social, la soberanía del Sáhara Occidental continúa siendo un tema tabú en Marruecos, donde la población suele tener una postura monolítica respecto al tema. Buena prueba de ello es la ausencia total de reivindicaciones para el Sáhara en las recientes protestas que han tomado las calles del país y que han sido protagonizadas, en gran parte, por los más jóvenes, la Gen Z.

Si bien la juventud marroquí está muy concienciada y se muestra muy favorable a la autodeterminación del pueblo palestino, no parece estarlo tanto con la cuestión saharaui; y el tema continúa siendo un tabú. La sociedad marroquí considera el territorio como “las provincias del sur”, y no hay ningún cuestionamiento sobre su soberanía. De hecho, es una de las líneas rojas, como el Islam o la Monarquía, que no se suelen cruzar.

En un análisis reciente por parte de Lucía G. Del Moral, investigadora de la Fundación Euroárabe de Altos Estudios (Fundea) y de la Universidad de Granada, la experta destacaba que “no existe una tendencia clara a conectar la causa palestina con la causa del Sáhara […] La legitimidad política de Marruecos se construye en el majzén, que es el régimen político completo: el Rey y todos los poderes que se articulan a su alrededor, tanto políticos como económicos. Esto se sustenta en varios pilares, y uno de ellos es la cuestión territorial y el nacionalismo”.

La cuestión del Sáhara es considerada por la sociedad marroquí como algo interno; y la fragmentación habitual de los movimientos sociales hace que se haya adoptado una postura práctica alrededor de este tema: los grupos reivindicativos han preferido, históricamente, buscar punto de conexión entre ellos para mostrarse más fuertes, en lugar de incidir en las diferencias, con lo cual se ha adoptado una postura monolítica respecto al Sáhara Occidental: el silencio.

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Marcha en homenaje a la Columna Durruti, 89 años después

Por: Todo Por Hacer

Un grupo ciudadano convoca para el 15 de noviembre una marcha conmemorativa que recreará el recorrido de la Columna Durruti durante la defensa de Madrid en 1936. La iniciativa, abierta y sin adscripción a organizaciones, busca rendir homenaje a los milicianos que frenaron el avance de las tropas sublevadas en la Ciudad Universitaria y mantuvieron la capital bajo control republicano.

En noviembre de 1936, con el frente fascista cruzando el Manzanares a la altura del Puente de los Franceses y avanzando por la Ciudad Universitaria hasta el Hospital Clínico, la caída de Madrid parecía inminente. El Gobierno de la República reclamó entonces el apoyo de la columna dirigida por Buenaventura Durruti, que dejó el frente de Aragón para reforzar la defensa de la capital.

El 15 de noviembre, los milicianos desembarcaron en Príncipe Pío y, en rápida progresión, alcanzaron puntos clave como el cuartel de la Montaña (actual Templo de Debod), Argüelles, el Parque del Oeste, la antigua Cárcel Modelo (hoy Cuartel General del Ejército del Aire) y el Hospital Clínico, hasta tomar posiciones en las Facultades de Medicina y Filosofía. La batalla fue durísima y dejó innumerables víctimas, entre ellas el propio Durruti, pero el avance sedicioso quedó contenido.

La convocatoria y el recorrido

Los promotores proponen repetir la marcha histórica el 15 de noviembre, deteniéndose en diversos puntos simbólicos para recordar los hechos y a sus protagonistas. “Tanto sacrificio, tanta sangre y tanto dolor no merecen ser olvidados; merecen ser recordados y ensalzados”, señalan.

  • Inicio: Estación de Príncipe Pío

La Columna Durruti comenzó su travesía en los alrededores de Príncipe Pío, un lugar que en aquel entonces representaba un punto estratégico de acceso a la ciudad. Los milicianos se preparaban para organizar la defensa de Madrid ante la inminente amenaza fascista.

  • Templo de Debod (antiguo cuartel de la Montaña):

El Templo de Debod, que hoy en día es un lugar turístico y cultural, fue uno de los lugares por donde pasó la Columna Durruti. En su tiempo, este lugar representaba una posición estratégica en el frente madrileño, escenario de enfrentamientos decisivos durante la contienda.

  • Argüelles y Parque del Oeste

El Cuartel General del Ejército del Aire fue otro de los lugares clave que la Columna Durruti atacó para neutralizar las fuerzas sublevadas. Este sitio fue escenario de enfrentamientos fundamentales para frenar el avance de los franquistas en Madrid.

  • Entorno del Hospital Clínico:

El Hospital Clínico San Carlos desempeñó un papel crucial durante la Guerra Civil. Fue un lugar clave para atender a los soldados y milicianos heridos en los combates. La Columna Durruti tuvo contacto con este hospital, brindando apoyo a los caídos en batalla.

  • Final: Facultades de Medicina y Filosofía

La Facultad de Medicina de la UCM fue otro de los puntos estratégicos en el recorrido de la Columna Durruti. Este centro, además de ser un lugar de formación académica, se convirtió en un bastión de la resistencia republicana, donde se llevaron a cabo diversas actividades relacionadas con la defensa de Madrid.

Participación abierta

La iniciativa es colaborativa: se invita a quienes deseen unirse a aportar ideasayudar en la organización o simplemente caminar la ruta conmemorativa.

Contacto: columnadurrutimadrid1936@gmail.com

Más información en su web

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La casa encantada 16092019

Por: Radio Topo

Camino hacia la libertad. Hablamos con Enrique de la Asociación para la recuperación de la memoria histórica en Aragón, sobre su proyecto para rememorar el recorrido que hacían las personas en riesgo de ser represaliadas, para escapar de Zaragoza a través de los montes de Torrero, hasta Fuendetodos.

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El anarquismo sin fronteras. La experiencia del Partido Liberal Mexicano y el magonismo revolucionario

Por: Todo Por Hacer

El 28 de septiembre de 1905 en San Luis, Misuri, se fundaba la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano sobre el objetivo de articular a las fuerzas opositoras a la dictadura porfirista en México. Tiene su antecedente desde finales del siglo XIX en la tradición liberal mexicana, cuya corriente venía participando en luchas estudiantiles y sociales contra las reelecciones del dictador Porfirio Díaz. Los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón, en esa estela liberal habían entrado ya en contacto con las ideas del comunismo anarquista de Piotr Kropotkin y Errico Malatesta, y habían fundado el periódico Regeneración en el año 1900, lo que les costó su encarcelamiento temporalmente.

En el 1901 hubo el Primer Congreso de Clubes Liberales en la ciudad mexicana de San Luis de Potosí, del cual nace una primigenia confederación, que será duramente reprimida por el gobierno dictatorial de Porfirio Díaz, y encarcelados muchos de sus miembros, además, de suprimir el periódico Regeneración. Estos círculos liberales radicalizados y con postulados por parte de los hermanos Magón cercanos al anarquismo comunista organizado siguen siendo reprimidos al año siguiente, lo cual obliga a su exilio al otro lado de la frontera mexicana. Los hermanos Magón marchan a la ciudad de San Luis, en Misuri, donde sería fundado definitivamente el Partido Liberal Mexicano.

Durante casi un año a lo largo de 1905 se estuvieron teniendo discusiones profundas sobre la situación política, económica y social mexicana, e igualmente conectada a la realidad obrera estadounidense. El programa fue presentado en el periódico Regeneración el 1 de julio de 1906, que tuvo una tirada de 250 mil ejemplares, y se reprodujo igualmente en medio millón de pliegos distribuidos tanto en México, Estados Unidos, Europa, y algunos países de América Latina. Ese programa agrupó a centenares de organizaciones liberales y, principalmente, obreros contra la dictadura de Porfirio Díaz. Incluía objetivos políticos, sociales, y también laborales y en el ámbito económico, con una finalidad estratégica revolucionaria conectando acuerdos de mínimos con una subversión completa del sistema de dominación. Igualmente, años más tarde reconocía el propio Flores Magón, que este programa incluía puntos claramente reformistas para atraer a la organización y a la lucha al movimiento de masas. Considerado un primer paso para acercar a la revolución social, expresado de manera mucho más evidente en el Manifiesto del 23 de septiembre de 1911 con una postura abiertamente anticapitalista y socialista anarquista que traería el lema «Tierra y Libertad».

Huelga e insurrección minera en Cananea y lucha del textil en Río Blanco

Antes de la Revolución Mexicana de 1910, este programa tuvo su reflejo práctico en las huelgas e insurrecciones en los años previos. Sin esa acumulación de fuerza social y de experiencias de revuelta no hubiese sido posible el inicio del proceso revolucionario posterior y su plasmación en la alianza zapatista-magonista con un plan transformador desde la raíz. Debido a la organización clandestina que tenía el Partido Liberal Mexicano, estaba presente en numerosas ciudades y puntos estratégicos de la lucha contra el Porfiriato, debiendo defenderse de la brutal persecución. Se potencian varias sublevaciones contra la dictadura de Porfirio Díaz, en el poder desde 1876, y que había implementado las políticas económicas del capitalismo a finales del siglo XIX en México profundizando las desigualdades sociales.

Los posicionamientos políticos del PLM influyeron directamente en el estallido en junio de 1906 de la huelga minera de Cananea, en Sonora, un levantamiento obrero de varios días contra la empresa «Cananea Consolidated Copper Company», propiedad del empresario y coronel estadounidense William C. Greene. Esta huelga la organizaron los trabajadores mexicanos luchando contra la explotación laboral y la miseria de la vida a la que estaban sometidos. La policía rural porfirista reprimió a los mineros con el apoyo de Rangers del estado de Arizona enviados a petición del cónsul estadounidense para defender sus intereses capitalistas. Miles de trabajadores se levantaron en insurrección, mientras veintitrés obreros fueron asesinados y otros veintidós heridos; y pese a la represión esta Huelga de Cananea fue una muestra de que la clase trabajadora mexicana estaba acumulando capacidad de autoorganización en defensa de sus intereses.

Durante ese verano el PLM organiza una rebelión generalizada en México programada para septiembre de 1906, coincidente con el Día de Independencia (16 de septiembre), y que la compondrían una cincuentena de grupos guerrilleros bien armados. Se levantarían en armas en distintos puntos del interior de México, incluidos rebeldes Yaquis, comunidad indígena de Sonora, mientras que otros grupos de apoyo desde Estados Unidos tomarían las principales ciudades aduaneras, y consolidarían el abasto de armamento. Sin embargo, la primera semana de septiembre, muchos magonistas fueron detenidos por la policía estadounidense, decomisadas sus armas y descubiertos documentos fundamentales para la rebelión.

La rebelión programada había sido desarticulada pero aún así se produjo un levantamiento el 26 de septiembre en distintos municipios del estado de Coahuila principalmente, sofocado por fuerzas federales. El 30 de septiembre de 1906 estalla la rebelión de Acayucan, Minatitlán y Puerto México, todas ellas en el estado de Veracruz, impulsada igualmente por delegados del PLM. Los enfrentamientos contra el ejército federal duraron cuatro días completos, bastantes rebeldes murieron, otros encerrados en cárceles políticas y otros huyeron a la zona de la sierra para reorganizar guerrillas que estuvieron en combate hasta 1911. Muchos de los indígenas capturados por fuerzas federales fueron deportados a Valle Nacional, una zona tabacalera en las montañas del noroeste de Oaxaca donde eran esclavizados por los hacendados.

Estos intentos insurreccionales no estaban desconectados de la realidad social, política y el clima cada vez más incrementado de oposición al Porfiriato. Y en enero de 1907 estalla una nueva huelga del movimiento obrero mexicano en la fábrica de huaraches (sandalia mexicana que procede lingüísticamente de la lengua purépecha) de Río Blanco en Veracruz. Esta era una de las fábricas más grandes y buque insignia del Porfiriato. En abril de 1906 se había constituido el Gran Círculo de Obreros Libres, promovido por dos trabajadores militantes del PLM magonista. Sus estatutos se mantenían clandestinos por la represión porfirista, y tenían relaciones directas con la Junta Revolucionaria que para entonces ya estaba constituida en San Luis, Misuri.

Tras un paro patronal en el mes de diciembre ante el incremento de la lucha obrera, la vuelta al trabajo tras el año nuevo se produce con la represión porfirista a la libertad de asociación y de prensa. Miles de obreros y sus familias se reunieron en Río Blanco, y solicitaron en la tienda de abastos de la empresa que se les entregase suficiente maíz y frijol hasta que percibieran sus salarios. Ante la negativa del tendero, que era protegido por los dueños de la fábrica, fue una mujer llamada Margarita Martínez, quien animó al pueblo a que se tomasen por la fuerza las provisiones negadas. Tras el saqueo de la tienda se prendió fuego a la fábrica, pero los huelguistas no sabían que batallones de soldados estaban a las afueras del pueblo. Comandados por el general Rosalio Martínez, el subsecretario de Guerra, estos soldados entraron al pueblo disparando a quemarropa contra la multitud sin resistencia posible y dejando centenares de muertos entre mujeres, menores y hombres.

Redes y resistencias en el crecimiento del PLM, la relevancia histórica de su lucha

Todas estas insurrecciones previas están conectadas con el programa del PLM publicado en 1906, es decir, los numerosos clubes liberales que surgieron en muchas ciudades mexicanas trasladaban los principios políticos de este programa, y se coordinaba la autoorganización obrera y campesina. Sin embargo, se tenía enfrente a una dictadura implacable como el Porfiriato, aliado con la burguesía y el clientelismo capitalista internacional, pero sobre todo, con la inserción del incipiente imperialismo estadounidense que venía practicando sobre México esa explotación con un carácter expansivo y neocolonial. Es por ello, que los intentos insurreccionales y huelgas en la primera década del siglo XX, detrás de las cuales estuvo siempre el PLM, estaban completamente conectadas a los movimientos de masas. No fueron intentos individualizados, ni desprovistos de una organización social y política detrás que conectaba con las reivindicaciones obreras y campesinas, y esa es una de las claves principales para comprender por qué se dieron, y la manera en que sumaron para que fuese posible una Revolución pocos años después. Las huelgas insurreccionales son necesarias en la lucha socialista libertaria, pero deben conformar parte de un todo estratégico, y no deben de dar la espalda a la clase trabajadora, de la cual, los magonistas como trabajadores y militantes, integraban por completo.

Este movimiento anarquista en México, encabezado por el PLM para luchar contra el Porfiriato y el capitalismo no fue posible sin alcanzarse previamente un alto grado de redes transnacionales, es decir, un anarquismo sin fronteras. La prensa, la propaganda, la solidaridad internacional que sostuvieron cientos de hombres y de mujeres. Y es que la historia oficial, pero también la falta de voluntad memorialista entre nuestras filas de la izquierda libertaria, no ha valorado y analizado suficientemente el impacto político de las redes de mujeres implicadas en este entramado del PLM. La clandestinidad tampoco, es cierto, ayuda a conocer datos o informaciones, desgraciadamente nuestros hilos rojinegros en la historia tornan invisibles por pura supervivencia del movimiento, pero se tejen por manos femeninas y disidencias. Su labor particularmente fue notoria en mantener vivo el proyecto revolucionario, incluso en los momentos de mayor represión.

Todos estos centenares de redes y miles de integrantes de la clase dominada se unieron bajo la lucha por la emancipación total, ese era su objetivo y por ello se organizaban en torno al Partido Liberal Mexicano. Un ejemplo valioso en nuestra historia anarquista sobre la necesidad de una organización fuerte con redes bien establecidas y un programa claro integrado en las reivindicaciones de la clase trabajadora y con una clara intención revolucionaria. Si bien el anarquismo nace en el siglo XIX en Europa de los movimientos de lucha de clase, su desarrollo, revisiones y mejora en otras latitudes lo único que han hecho ha sido engrandecer su pasado y aportarnos nuevas herramientas de combate. Por siempre tierra y libertad, que no se diluya en la noche de los tiempos oscuros.

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‘Romería’, una peregrinación a los silencios de los ochenta

Por: Lola Del Gallego Noval

Carla Simón plantea que, en España, las vivencias del VIH y del consumo de la heroína han estado vertebradas por la vergüenza. Las generaciones posteriores tienen un problema para situarse como descendientes de quienes lo vivieron y, por lo tanto, para hacer un duelo colectivo.

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Los muertos son geógrafos

Por: Carolina Meloni González

Hernán Eugenio González fue detenido-desaparecido el 17 de septiembre de 1976 y asesinado en el Centro Clandestino Arsenal Miguel de Azcuénaga en Tucumán, Argentina. Su cuerpo apareció en 2014 y ha sido restituido en 2025. Este texto es en su memoria.

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Hay tanto por hacer…

Por: Manuel Ligero

«Tengo la impresión de que he quemado las naves y tengo que volver a nado», escribió Fernando Ruiz Vergara en uno de sus cuadernos de trabajo. «Me hace daño constatar la ingenuidad de mi proceder».

¿Era Ruiz Vergara un ingenuo? Sí y no. En un determinado momento dijo lo que nadie se atrevía a decir. Y lo pagó. Pero alguien tenía que hacerlo. Su documental Rocío (1980) era un prodigioso estudio etnográfico y político a partir de la romería almonteña. Analizaba la historia de la Iglesia y sus alianzas con la burguesía. Mostraba la fiesta desde la lucha de clases. Se detenía en su carácter dionisíaco. Siendo todo eso polémico, no fue lo que provocó su caída en desgracia: también señalaba con nombres y apellidos a uno de los responsables de la represión franquista en Almonte. Fue procesado por ello y su película fue censurada por injurias graves. En la actualidad, esa sentencia, emitida en 1984, sigue vigente. Poco importó que medio pueblo se agolpara a las puertas del juzgado para testificar que todo lo que se decía en Rocío era verdad. No les dejaron entrar. Ruiz Vergara nunca volvió a hacer cine.

Hoy, los cineastas e investigadores Concha Barquero y Alejandro Alvarado han recogido su legado para elaborar Caja de resistencia. Este documental nace a partir de los guiones y notas de trabajo que escribió en su exilio portugués. Allí, antes y después de Rocío, encontró siempre refugio y camaradería. Allí empezó a hacer cine, en plena efervescencia de la Revolución de los Claveles. Junto a sus amigos realizó un documentalismo militante cuyo espíritu queda perfectamente reflejado (y continuado) en Caja de resistencia. Es precisamente a esos locos del cine a quienes arrastra hasta Almonte para rodar su única cinta. Son una docena de jóvenes armados con cámaras a los que desperdiga por la aldea y cuyas imágenes, en combinación con el afilado guión de Ana Vila, componen un hito del cine español. Y después, el silencio.

Fernando Ruiz Vergara
Fernando Ruiz Vergara (a la izq.) con uno de sus operadores de cámara. NUEVE CARTAS

«Hay tanto por hacer…», suspira Ruiz Vergara en Caja de resistencia. Habla de su trabajo, pero sobre todo de la construcción de una sociedad utópica, más justa, más libre. «Estamos montados en el caballo del dinero, del interés y de la puta que los parió, caralho», remacha en su particular portuñol, atropellado y entrecortado por su prolongado apego al tabaco.

Su vida induce inevitablemente a una reflexión: empezó a trabajar de niño, haciendo churros con su madre; luego emigró a Alemania y más tarde a Francia, donde trabajó en una fábrica de encurtidos antes de recalar en Portugal. Su compromiso abarcó el izquierdismo, el cooperativismo, el andalucismo, y a buen seguro ninguna de esas cosas le favoreció a la hora de desarrollar una carrera artística. Pero si no volvió a rodar no fue por eso. Probablemente tampoco por señalar a unos asesinos fascistas. Si no volvió a rodar fue por no haber nacido en una familia acomodada. Y porque España es como es.

«Ya sabemos por dónde van los tiros. Y sea en un momento o en otro, los hijos de puta son los mismos. Los que joden al personal están históricamente retratados. ¿Y qué pasa? ¿Los quitamos del retrato? ¿Cómo se hace eso?», se pregunta Ruiz Vergara. «Pues habrá que sembrar la coherencia y esperar a que crezca o… yo qué sé».


‘Caja de resistencia’ se estrenó en cines el pasado 12 de septiembre, y se presentará el próximo domingo en Alcances, el Festival de Cine Documental de Cádiz. En Santiago de Compostela, se estrenará en el cine Numax el 29 de septiembre. También se proyectará el 1 de octubre en el Festival de Nuevo Cine Andaluz de Casares (Málaga). El documental seguirá de gira durante los próximos meses por diferentes ciudades: Mérida, Madrid, Salamanca, A Coruña, Las Palmas y San Sebastián, entre otras.

Esta reseña se ha publicado originalmente en El Periscopio, el suplemento cultural de La Marea. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para apoyar el periodismo independiente.

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Una memoria colectiva adelgazada

Por: Elena Pastor Monedero

El borrado de los cuerpos gordos en las producciones audiovisuales basadas en hechos reales invisibiliza que estos pueden ocupar espacios públicos y de poder; que pueden ser creativos, lúcidos, brillantes; que pueden salvar vidas o construir hogares y redes de afecto.

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25 años de la segunda Intifada, una historia de resistencia

Por: Todo Por Hacer

A finales de septiembre de 2000, los territorios palestinos se incendiaron. Fue el comienzo de la “segunda Intifada”, en referencia al levantamiento iniciado a fines de 1987. En esa ocasión, el hecho detonante fue la muerte de cuatro trabajadores palestinos el 8 de diciembre; y en septiembre del año 2000, lo fue la “visita” del político de extrema derecha Ariel Sharon a la explanada de las mezquitas en Jerusalén.

El hecho detonante: una provocación de Sharon

El 28 septiembre del año 2000, Ariel Sharon (entonces líder de la oposición israelí) visitó el exterior de la mezquita de Al-Aqsa, en Jerusalén, para demostrar que bajo un gobierno de su partido (el ultraderechista Likud, al que pertenece Netanyahu) la explanada de las mezquitas permanecería bajo control israelí. Tan solo diez días antes, los palestinos habían conmemorado la masacre de Sabra y Shatila, acaecida en 1982 durante la Guerra Civil del Líbano, en la que 2.000 refugiados palestinos habían sido asesinados por milicias cristianas patrocinadas por el ejército israelí. En esa época, el Ministro de Defensa había sido Sharon, por lo que su presencia en Al-Aqsa, acompañado de guardaespaldas armados, fue una intencionada provocación.

Otras causas: la ocupación y los Acuerdos de Oslo

Si parece que la visita de Ariel Sharon efectivamente actuó como un detonante, sería muy reductor ver el levantamiento que siguió como una reacción espontánea a una provocación israelí. Un examen de los acontecimientos de los meses anteriores a septiembre de 2000 indica, de hecho, que la “segunda Intifada” tiene lugar en un doble contexto de, por un lado, enfrentamientos crecientes entre palestinas y palestinos y el ejército israelí y por otro, la paralización del proceso negociado. Como había ocurrido en 1987, el año 2000 fue escenario de un aumento significativo de los incidentes entre las fuerzas israelíes y palestinas, especialmente con los enfrentamientos en mayo de 2000, durante las manifestaciones conmemorativas de la Nakba. El día del 15 de mayo, cuatro palestinos murieron a tiros y 200 resultaron heridos. mientras que nueve soldados israelíes resultan heridos, uno de ellos por un disparo palestino. Unos días después, las manifestaciones organizadas en apoyo de las y los presos palestinos también dieron lugar a enfrentamientos armados.

En el año 2001, la arabista Loles Oliván escribió que «a diferencia del levantamiento de 1987, la Intifada que comenzó a finales de septiembre de 2000 surgió en los Territorios Ocupados (TTOO) como un hecho popular espontáneo (en movilizaciones masivas en las grandes ciudades palestinas) bajo dos consignas convergentes: contra la ocupación israelí y contra los Acuerdos de Oslo. La relevancia que tiene la reivindicación unánime que el pueblo palestino viene haciendo de la ruptura con el marco de los Acuerdos de paz es trascendental, pues no sólo implica romper con el modelo que Israel ha impuesto gracias al apoyo norteamericano sino que, llevada a sus últimas consecuencias, podría suponer también cuestionar la representación política palestina derivada de los propios Acuerdos y la ‘funcionalidad’ adquirida en ellos por la Autoridad Palestina (AP) si ésta insiste en mantener el marco de Oslo«.

Los acuerdos de Oslo, pactados en 1993 por Yasser Arafat (el histórico líder palestino, dirigente de la Organización para la Liberación de Palestina), el primer ministro israelí Yitzhak Rabin y el por entonces presidente de los EEUU, Bill Clinton, habían sido premeditadamente ambiguos. En un primer momento habían ilusionado a la gran mayoría de los palestinos, pero con el paso de los años había quedado claro que no hacían más que servir a los intereses sionistas.

«Sus principales puntos consistían en la promesa por parte del Estado de Israel, de retirar gradualmente su ejército de la Franja de Gaza y de Cisjordania«, explica Mirta Pacheco. «Se creaba, en esos territorios un autogobierno palestino (la Autoridad Nacional Palestina -ANP-), con una Policía propia y la promesa de un futuro Estado palestino. Pero ese “autogobierno palestino” tenía grandes límites. El primero era que entre Gaza y Cisjordania estaba apostado el ejército israelí (como sucede actualmente).

El segundo, enorme, límite era que en esos territorios, se establecía una partición en zonas A, B y C (A: control civil y de Policía por parte de la Autoridad Palestina, 18% del territorio. B: control civil a cargo de palestinos y control militar de la A.N.P. e Israel, 21% y C: control civil y militar de Israel, 60% del territorio).

La situación de Jerusalén (Israel ocupó la parte oriental de esa ciudad -que estaba en manos de Jordania-, luego de la Guerra de los seis días en 1967), el derecho al retorno de los refugiados y la constante construcción de asentamientos israelíes (que hoy son pequeñas ciudadelas enclavadas en esos territorios), fueron directamente excluidos de esos acuerdos«.

«El fracaso de la cumbre de Camp David (celebrada del 11 al 25 de julio de 2000 bajo el patrocinio de Estados Unidos), atribuido por la narrativa dominante a la inflexibilidad de Yasser Arafat, subraya el callejón sin salida y las contradicciones del proceso negociado«, explica Julien Salingue. «Camp David debía desembocar en un acuerdo final, después del cual los palestinos ya no podrían reclamar nada. El primer ministro israelí, Ehud Barak, exigió que el acuerdo final fuera acompañado de una declaración palestina reconociendo que el conflicto había «terminado». Esta posición lleva al extremo la lógica de los acuerdos de Oslo; es decir, la sustitución de las resoluciones de Naciones Unidas por acuerdos bilaterales, y la demanda israelí de que la parte palestina acepte un arreglo definitivo mientras continúa la ocupación y una serie de cuestiones esenciales, como los territorios  bajo soberanía palestina, se posponen para negociaciones posteriores. Esta improbable combinación entre lo definitivo y lo provisional, que graba en mármol el principio de que la aplicación del derecho internacional no es el objetivo del «proceso de paz» sino un objeto de negociación, ya formaba parte de la filosofía de Oslo. Pero las demandas israelíes en Camp David equivalen a un reconocimiento explícito, por parte del propio Yasser Arafat, de su renuncia a la aplicación de las resoluciones de la ONU, una condición inaceptable para el presidente de la Autoridad Palestina, en un contexto a fortiori en el que la falta de avances sobre el terreno generaba desconfianza y radicalizaba a la mayor parte de su base. La continuidad de la colonización, la multiplicación de incidentes con el ejército israelí y la quiebra de la estrategia de legitimación del liderazgo de la Autoridad Palestina impidieron que el líder palestino regresara a los territorios ocupados después de haber rubricado un acuerdo por debajo de las resoluciones de Naciones Unidas y los objetivos proclamados durante la firma de los Acuerdos de Oslo. Por tanto, para él, la única solución era la negativa«.

El estallido de la Intifada

«Si las y los palestinos se movilizaron el día de la visita de Ariel Sharon a la explanada de la mezquita, fue al día siguiente (29 de septiembre de 2000) cuando realmente comienza el levantamiento«, prosigue Salingue. «De hecho, hubo muchas manifestaciones en la mayoría de las principales ciudades palestinas de la Franja de Gaza y Cisjordania, pero también en Jerusalén, donde murieron cinco palestinos. Al día siguiente, las manifestaciones, más grandes, son aún más numerosas, y mueren una decena de palestinos, incluido el joven Mohammad al-Dura en Gaza, cuya muerte fue filmada, imágen que contribuirá a una conflagración generalizada en los territorios ocupados el 1 de octubre. Se organizaron manifestaciones casi diarias, en las que se unieron todas las fuerzas políticas, y muchos líderes de la Autoridad Palestina (AP), el principal de ellos, Yasser Arafat, pidieron a las y los palestinos que se movilizasen. La represión no se debilitó, sino al contrario, y solo en octubre murieron  100 palestinos en incidentes con el ejército israelí. En noviembre, el número de víctimas palestinas fue de 109, es decir, casi cuatro por día: esta cifra ya no se alcanzará hasta marzo de 2002, cuando el día 29 se inició la operación Escudo defensivo.

Estas cifras, así como las del número de personas heridas (10.000 durante el último trimestre del año 2000) son indicativas de dos fenómenos relacionados: la masividad de la movilización en las primeras semanas de la segunda Intifada y la violencia de la represión israelí. Un informe publicado por el diario israelí Maariv el 6 de septiembre de 2002 reveló que, según el propio Estado Mayor israelí, el ejército disparó no menos de un millón de balas durante las tres primeras semanas del levantamiento, es decir, alrededor de 50.000 por día en promedio. El Centro Palestino de Derechos Humanos (CPDH) estableció que la mayoría de los heridos en Gaza (1.492 de 2.500) eran jóvenes menores de 18 años, lo que atestigua el hecho que durante los últimos tres meses del año 2000, la movilización palestina fue esencialmente popular y no la llevan a cabo grupos armados aislados. Finalmente, cabe señalar que más del 90% de las y los palestinos que fueron asesinados durante los primeros tres meses de la segunda Intifada murieron por heridas de bala infligidas, en la gran mayoría de los casos, durante las manifestaciones. En total, hubo 272 muertos en el lado palestino durante el último trimestre de 2000, y 41 muertos en el lado israelí, la mayoría de ellos militares.

Estos datos estadísticos, contrastados con los testimonios y artículos de prensa de la época, permiten identificar el tipo de levantamiento y de represión ante los que nos encontramos a fines del año 2000. La segunda Intifada se caracteriza ante todo por su carácter popular y masivo, por la participación de todas las fuerzas políticas palestinas en diversas iniciativas (lo cual se demuestra, entre otras cosas, por la pluralidad de afiliaciones políticas de las víctimas), y por la amplitud y celeridad de la represión israelí, que atestigua que el ejército se había preparado para nuevos enfrentamientos y no fue, como en 1987, pillado de improviso. Es importante señalar además que, si bien el levantamiento palestino tiene un rostro popular, su dimensión armada ya está claramente establecida. En efecto, las 41 víctimas israelíes durante estos primeros tres meses deben compararse con las 43 muertes registradas durante los dos primeros años de la Intifada de 1987. Si estas muertes hay que considerarlas en el contexto de la violenta represión israelí (272 muertes en tres meses, contra 310 para todo 1988), su número indica, sin embargo, que la parte palestina no está, como en 1987-1989, decidida a mantener un carácter absolutamente no violento en la protesta. Este fenómeno se confirmará cuando la segunda Intifada entre en su segunda fase, la de la lucha armada«.

Cinco años de lucha contra el tercer ejército del mundo

La Intifada fue girando de las manifestaciones masivas callejeras a tácticas de guerrilla urbana y otras acciones militares. Este enfrentamiento, muy desigual, duró casi 5 años y se cobró la vida de más de cinco mil palestinos. Del lado israelí el número de fallecidos ascendió a mil, de los cuales en su gran mayoría eran militares.

«A fines del 2001, el Primer Ministro israelí, Ariel Sharon, le gana las elecciones al partido Laborista, basado fundamentalmente en el sentir de los israelíes de más seguridad«, explica Mirta Pacheco. «Sharon observó la incursión imperialista en Afganistán contra los talibanes (incursión de los EEUU basada en la “guerra contra el terrorismo” que iniciara el por entonces presidente Bush) y dedujo de esto que era un buen momento para propinar un golpe mortal a la Intifada palestina. Por un lado continúa la política de su predecesor – Ehud Barack – de asesinatos selectivos a los líderes y activistas, sumado a que las tropas israelíes dieron muerte a decenas y decenas de niños y civiles palestinos. Israel cerró el aeropuerto de Gaza. Los gobiernos de Jordania y Egipto, dándole la espalda al pueblo palestino, impidieron que los heridos atraviesen sus fronteras y la ayuda humanitaria internacional (medicamentos, alimentos, etc.) fue bloqueada por las fuerzas de ocupación sionistas.

Desde hacía un año, la Franja de Gaza había quedado partida en dos por controles militares israelíes y la ciudad reclamada por décadas por los palestinos, Jerusalén, fue cerrada al paso de Cisjordania. Clausura de fronteras, abusos en los puestos de control, demolición de casas, arrestos masivos y la construcción de un muro del apartheid con el fin de arrebatarle a los palestinos las tierras más fértiles y las reservas de agua dulce cercanas al río Jordán, además de obstaculizar la comunicación entre las aldeas, convirtiéndolas en un sistema de bantustanes, mientras el ejército y los colonos controlaban los principales caminos y checkpoints. Este conjunto de medidas fueron (y son) parte de la batería represiva del sionismo.

La estrategia de Israel era doblegar a los palestinos, acabar con su resistencia y lucha armada y establecer una nueva relación de fuerzas definitiva a su favor, haciendo retroceder las aspiraciones del pueblo árabe sobre sus propias tierras. Pero las masas palestinas continuaron por cinco años sosteniendo su resistencia.

La Segunda Intifada fue derrotada vía el asesinato selectivo y la represión masiva a las manifestaciones del pueblo palestino. Esto demostró, por la negativa, que la lucha por la liberación de los palestinos requiere del apoyo activo de la clase obrera y las masas árabes de la región. Que deberán romper con sus propias burguesías, que más allá de los discursos y de ciertos tironeos, según la ocasión, van a la saga de Israel y de Estados Unidos. Dándole la espalda a ese pueblo oprimido.

Basándose en esta derrota, Sharon lanza en 2005, el “plan de desconexión de Gaza”, esta política implicaba sacar toda presencia civil israelí de ese territorio, a la vez que reforzaba la separación con Cisjordania. Esto sienta las bases para el bloqueo a Gaza –una verdadera cárcel a cielo abierto- que termina de imponerse en el 2007.

Queda claro que en los hechos es imposible pensar en un Estado palestino (conviviendo con el Estado sionista, con todas sus prerrogativas), con dos territorios separados entre sí por puestos militares israelíes y asentamientos de judíos y con recursos vitales como el agua, la energía eléctrica y el gas controlados por Israel y con toda su clase dirigente que una y otra vez afirma que jamás los cederá«.

La explosión de septiembre de 2000 colocó a la dirección de la Autoridad Palestina en una posición incómoda, ya que puso al descubierto las contradicciones inherentes al proceso de Oslo y a la posición de la AP, ni Estado ni movimiento de liberación nacional. La estrategia seguida hasta entonces por Yasser Arafat, a saber, una combinación improbable de negociaciones con Israel y apoyo a la radicalización de la sociedad palestina, mostró sus límites y empujó a la dirección de la AP a adaptarse a la nueva situación inducida por el levantamiento y tratar de sacar provecho de ella.

El estallido de la Intifada permitió a Yasser Arafat recurrir a una táctica familiar, refinada durante su larga carrera política, al-huroub ila al-amam (la “huida hacia adelante”). Ni iniciador ni planificador, en realidad aprovechó la oportunidad del estallido fortuito de una gran crisis e incidentes dramáticos, provocados por otros actores, y luego buscó intensificar y prolongar estos incidentes con el fin de llegar a una salida de la que pudiera beneficiarse. No ordenó la militarización del levantamiento, que fue sobre todo consecuencia de la violencia de la represión israelí y de las iniciativas tomadas por militantes y mandos intermedios de Fatah. Sin embargo, intentó aprovechar la evolución de los acontecimientos de la “segunda Intifada”, apostando por construir un equilibrio de poder militar con Israel para mejorar la posición palestina en las negociaciones. Esta opción resultó ser un fracaso, en particular debido a la inflexibilidad israelí (a fortiori después de la elección de Ariel Sharon), pero también a desacuerdos cada vez más notables dentro del núcleo gobernante de la AP.

En efecto, si esta adaptación táctica permitió a Yasser Arafat «estrechar los lazos» con el aparato de Fatah del interior y mantener cierta legitimidad a los ojos de la población de los territorios ocupados, aceleró su aislamiento en el escenario internacional y alentó el cuestionamiento de su autoridad incluso dentro del liderazgo de la AP. La exacerbación de las rivalidades dentro de esta dirección se manifestará en particular por los llamamientos a la «reforma» y por el distanciamiento cada vez más visible de Mahmoud Abbas, «líder de los opositores a la Intifada», de Yasser Arafat.

En las elecciones presidenciales palestinas celebradas el 9 de enero de 2005, unos meses después de la muerte de Arafat (que probablemente se produjo por envenenamiento), Mahmoud Abbas fue elegido presidente de la Autoridad Nacional Palestina. Sus promesas electorales incluían una negociación pacífica con Israel y el recurso de la no violencia para obtener los objetivos palestinos, pero no es fácil fijar una fecha definitiva que pusiera fin a la Intifada. Después de desplegar a la policía palestina para detener a combatientes, la Intifada finalizó en el mes de marzo. Pero no así la violencia. Por citar algunos ejemplos, el 9 de abril, un grupo de adolescentes palestinos que jugaban a fútbol a unos 100 metros de la Ruta Philadelphi fueron ametrallados por soldados israelíes cerca de la frontera palestino-egipcia, dejando un saldo de tres menores muertos. El 25 de abril, reservistas israelíes mataron a tiros a un taxista palestino de 32 años y a un sargento israelí que se hallaba cerca de él. El 4 de mayo, dos chicos palestinos de 14 y 15 años morían por sendos disparos israelíes durante una manifestación contra el muro de separación israelí en Beit Liqya. El 17 de agosto, colonos israelíes atacaron una fábrica palestina cercana al asentamiento de Silo, en la Cisjordania ocupada, y mataron a cuatro trabajadores palestinos. El 25 de agosto, en el transcurso de una incursión israelí en el campamento de refugiados de Tulkarem, soldados israelíes mataron a seis civiles palestinos, tres de ellos menores de edad. Según B’Tselem, ninguno de ellos participaba en enfrentamientos cuando fueron asesinados.

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[Ensayo] «Revolución o colapso». Entre el azar y la necesidad

Por: Todo Por Hacer

Autor: Octavio Alberola. Queimada Ediciones. 2017

Son muchas, muchísimas, las percepciones que me acercan a lo que defiende Octavio Alberola en las páginas de este libro. Una de ellas, la primera, es el designio de otorgar un relieve mucho mayor a la conducta de las gentes que a la doctrina que abrazan. “Cumplir rituales y ponerse nombres diferentes a los comunes, leer libros de autores anarquistas, asistir de manera rutinaria a las reuniones y mítines anarquistas, y pretenderse anarquista no es la prueba de serlo”, afirma con inapelable razón su autor.

Una segunda la configura la búsqueda de la heterodoxia frente a los dogmas y las verdades reveladas, una búsqueda que Alberola asumió –conviene subrayarlo- antes de 1968 y que se hizo valer ante todo de la mano de la acción, como lo demuestra su actitud durante los largos años de exilio, y de cárcel, frente a la “tranquilidad militante” –reproduzco las palabras de Alberola- de una parte del propio movimiento libertario.

En un plano próximo, y en tercer lugar, varios de los textos incluidos en estas páginas revelan la urgencia de combinar con sabiduría la memoria y el presente, sin arrinconar ni la una ni el otro.

Daré un salto, el cuarto, e identificaré una voluntad expresa de apertura, no sectaria, a otras corrientes de pensamiento y acción. Detrás de esa apertura es fácil identificar el deseo de encontrar fórmulas que nos permitan huir de la integración en el sistema y de repensar al tiempo lo que significa una violencia revolucionaria que se antoja inevitable, siquiera sólo sea como mecanismo vital de autodefensa, en un escenario como el del colapso que se avecina.

Me permito agregar, en un quinto y último escalón, que aprecio en este libro, y en la vida toda de Octavio Alberola, el firme propósito de formular las preguntas importantes, y de rehuir, de resultas, las nimias, siempre desde la conciencia de las limitaciones ingentes de lo que hacemos y, a menudo, de su falta de atractivo.

Y es que salta a la vista que lo que llevamos dentro de la cabeza suele trabar nuestro deseo de emanciparnos y, con él, nuestro talento para hacerlo.

Creo que Octavio Alberola no me desmentirá si me permito afirmar, por añadidura, que, para él como para mí, es harto frecuente que los anarquistas más cabales sean, acaso, aquellos que no saben que lo son. Muchas veces me he enfrentado, al respecto, con una pregunta que mal que bien planteaba las enormes limitaciones que, en la historia, y sobre el papel, ha exhibido la aplicación de la propuesta libertaria.

El preguntante aducía, al cabo, que ésta sólo había despuntado en momentos muy precisos y durante períodos muy breves: los soviets en las revoluciones rusas del XX, los consejos obreros en Alemania, en Italia o en Hungría, las colectivizaciones durante la guerra civil española… Siempre he respondido que creía firmemente que no es así: la mayor parte de las sociedades humanas, durante la mayor parte del tiempo que han cubierto, se ha articulado desde el horizonte de la autoorganización, de la autogestión, de la democracia y la acción directas, y del apoyo mutuo. Y ello hasta el punto de que, con un poco de provocación, me atreveré a afirmar que lo que resulta excepcional es el mundo del capital, del Estado y del patriarcado.

Desde esta perspectiva, anarquistas ha habido muchos, y a buen seguro que los seguirá habiendo en el futuro, sin necesidad de haber leído a Bakunin, a Kropotkin y a Malatesta. En las páginas finales de este libro hay un argumento que, por razones obvias, me resulta singularmente atractivo y pertinente. Me refiero a la crítica, urgentísima, del progreso y de sus aditamentos tecnocientíficos, también la del consumo y las ilusiones que lo acompañan, una crítica ejercida desde una conciencia precisa: la de la necesidad acuciante de desmercantilizar todas las relaciones. En la trastienda despunta la conciencia de que el capitalismo global camina a marchas forzadas hacia un colapso que en buena ley debería obligarnos a pulsar los frenos de emergencia de los que hablaba Walter Benjamin.

He sostenido muchas veces que si la propuesta libertaria se justifica históricamente por sí sola, cada momento aporta en su provecho unos u otros estímulos adicionales. Y el del colapso se me antoja singularmente serio y concluyente. Creo firmemente que, si la razón acompaña en algún grado a la especie humana, la única respuesta convincente frente a aquél llega de la mano, precisamente, de la defensa de la autoorganización, la democracia directa y la solidaridad.

Aunque es probable que una sociedad de corte libertario intente abrirse paso, espontánea e inercialmente, en la era poscolapsista, malo sería que, sobre la base de esa certeza, renunciásemos a las luchas de hoy, que unas veces asumen la forma de un esfuerzo de autogestión y socialización de lo público, y otras la de la creación de espacios autónomos autogestionados, desmercantilizados y, ojalá, despatriarcalizados. En un intento de fundir lo viejo con lo nuevo, hace no mucho le respondí a un periodista que, a mi entender, los libertarios teníamos que buscar la confluencia con quienes creen en la autogestión, y la practican, y con quienes, al tiempo, son conscientes de los retos que se derivan del colapso que se aproxima. Octavio Alberola me parece, en este orden de cosas, y acabo, un muy buen nexo ente generaciones.

El legítimo interés que le ha otorgado de siempre al debate de ideas no puede ocultar, sin embargo, el atractivo de su peripecia personal, con paradas tan relevantes como las que nos hablan de la lucha antifranquista, de la “democracia” y sus miserias, de la quiebra del mito soviético, de la farsa de la globalización y, claro, del colapso que viene.

Con un ojo, en todo momento, en España y otro –no lo olvidemos- en América latina. Esa peripecia personal resulta tan sugerente que por momentos el relato autobiográfico que se incluye en estas páginas me ha sabido a poco. Quede, en cualquier caso, el ejemplo de Octavio Alberola en lo que respecta a la voluntad, nunca doblegada, de repensar la anarquía en confrontación con el capital y el Estado.

Carlos Taibo, noviembre de 2016

El libro se puede descargar aquí

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