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Patricia Simón: “El concepto ‘paz’ ya no está en el imaginario colectivo, ni siquiera como aspiración”

Por: Manuel Ligero

En el periodismo no todo vale. A menudo, en situaciones comprometidas, prevalece el sentido ético de los profesionales y estos apartan la cámara o apagan la grabadora. Renuncian al impacto, a los clics, incluso a dinero. Cualquier cosa antes de hacer más daño a quien ya está muy dañado. Hay que tener estas cosas muy claras para reportear desde zonas de conflicto, como lleva haciendo Patricia Simón desde hace 20 años. En el ensayo Narrar el abismo (publicado por Debate) cuenta sus experiencias y propugna un tipo de periodismo respetuoso con la dignidad del otro. «Cuando estas personas se acercan y cuentan sus experiencias, confían en la valía humana de quien las escucha», relata. «No hay mejor periodista que el que sabe, sobre todo, ser oyente». Trasladar sus historias, dice, tiene una función social. Documentar delitos de guerra, además, es un deber. Y hay que hacerlo buscando la palabra exacta, escribiendo con una perspectiva que defienda los derechos humanos y que desafíe esa «ideología colonial dominante» que tiende a adherirse como una lapa a nuestras crónicas. Narrar el abismo es una reivindicación del periodismo como un oficio humanista comprometido con la construcción de un mundo mejor.

Su libro se puede leer como un manual de periodismo en zonas de conflicto. ¿Cómo ha sido su aprendizaje? ¿A base de ensayo-error? O dicho de otro modo: ¿se ha equivocado muchas veces?

Seguro que sí. Pero he tenido la suerte de formarme prioritariamente con defensores y defensoras de derechos humanos, así que siempre he sabido que lo importante era el cuidado de la persona que ha sufrido alguna vulneración. Esa prevención, que mi foco estuviera puesto no tanto en el resultado periodístico como en esa relación personal, probablemente me haya protegido del peor error que se puede cometer: aumentar el daño que han sufrido estas personas. Pero todo esto vino a través de la formación. Recuerdo que una vez, siendo muy jovencita, me invitaron a moderar una mesa redonda con defensores y defensoras de los derechos humanos en Colombia. Eran personas que habían sufrido tantos tipos de violencia que necesariamente necesitaban tiempo para explayarse, pero yo no les dejaba. Los organizadores me dijeron: «Si ves que se van por las ramas, les cortas y que vayan al grano». Desgraciadamente, les hice caso. Fui una buena mandada. Y me convertí en una maltratadora. Fue el público el que me hizo notar que lo estaba haciendo mal. Hoy lo recuerdo con mucha vergüenza, pero aprendí qué es lo que no se debe hacer. Y, sobre todo, aprendí que no hay que delegar nunca la responsabilidad en otras personas.

Pero, a veces, inevitablemente, se hace daño sin querer. ¿Cómo reacciona si, a pesar de poner todo el cuidado, se da cuenta en mitad de una entrevista de que está tocando una tecla sensible que no debería tocar?

Parando en seco. Si de repente intuyes que se pueden estar removiendo cosas o que estás reabriendo una herida especialmente dolorosa, lo primero es parar en seco y revaluar qué sentido tiene esa entrevista. Para mí, la clave está en volver a situar la conversación, volver a la base, a la razón principal por la que esa persona ha accedido a hablar: qué persigue con esa entrevista, qué necesita contar, de forma que su testimonio, de alguna manera, le genere un cierto alivio. Tengo presente que es mejor que me quede corta, que se me queden preguntas en el tintero, si no estoy segura de que la persona está preparada, es consciente y quiere hablar de esos asuntos.

Los periodistas que cubren conflictos también se exponen a salir tocados. Decía Susan Sontag en uno de sus libros: «Toda persona que tenga la temeridad de pasar una temporada en el infierno se arriesga a no salir con vida o a volver psíquicamente dañada». ¿Cómo ha lidiado usted con ese peligro?

Primero, sintiéndome muy afortunada de poder desarrollar mi profesión en esos contextos. Como dice Noelia Ramírez en su libro, «nadie nos esperaba aquí». Mi origen, en ningún caso, hacía prever que pudiera dedicarme al periodismo, y mucho menos a ese tipo de periodismo. Así que soy consciente de que esto es algo excepcional, porque la mayoría de mis compañeras, de amigos y amigas mucho más talentosos y muy buenos periodistas, lo tuvieron que dejar por la precariedad. Y luego, además, me protege la idea de que «estoy haciendo mi parte». O por lo menos lo estoy intentando. Tengo una convicción muy fuerte, seguramente por mi apego a la defensa de los derechos humanos, de que este trabajo es importante. Y de que es una suerte poder hacerlo.

Cuando el circuito, llamémosle así, está bien engrasado, a mí me hace bien. Ese circuito empieza con la recogida de testimonios que te atraviesan, que te interpelan, y finaliza cuando los transformas en información periodística. Con «bien engrasado» me refiero a no pasar muchísimo tiempo reporteando sobre el terreno, sino a volver a casa para digerirlo y trabajar con calma… Cuando se dan todas esas circunstancias, el trabajo es emocionalmente bueno. De hecho, cuando empezó el genocidio de Gaza y las autoridades israelíes nos prohibieron la entrada a la Franja, sentí muchísima impotencia. Empecé a consumir imágenes de las redes sociales en bucle. Me hizo cuestionarme qué sentido tenía el periodismo, qué capacidad teníamos los periodistas. Fue muy duro.

Y por último, para protegerte emocionalmente del impacto que tiene tu trabajo, están los cuidados, claro. Aunque suene banal, hay que alimentarse bien, dormir bien, hacer deporte y, por encima de todo, trabajar los afectos, cuidar las redes de amigos y amigas, dedicarles tiempo.

En su libro, sobre todo en el capítulo dedicado a Ucrania, habla de reportear tanto desde el frente de guerra como desde la retaguardia. Tengo la impresión de que usted prefiere la retaguardia. ¿Por qué?

En el frente ves gente que es carne de cañón y es más difícil extraer aprendizajes humanos. Prevalece la parte bélica, pero hay una excepción: cuando puedes estar a solas con los combatientes. Ahí aflora realmente el desastre de la guerra. En la retaguardia, en cambio, se preserva la vida, se construye vida cuando alrededor sólo hay destrucción. Eso es complejísimo. Es posible por conocimientos atávicos que no sabíamos que teníamos y que aparecen en esos contextos. Y quienes lo hacen posible, fundamentalmente, somos las mujeres. Las mujeres seguimos siendo vistas como actrices secundarias en las guerras. La invasión rusa evidenció que las narrativas en torno a la guerra siguen siendo muy machistas y muy reaccionarias. Por ejemplo, ¿cómo se contó el éxodo? Pues se entendió que el destino natural de las mujeres era huir para cuidar, y el de los hombres quedarse para combatir. En la retaguardia todo eso se subvierte y se ve el verdadero valor de la supervivencia y quién la hace posible.

Cuenta la historia de una anciana de Kramatorsk que les invitó a Maria Volkova y a usted a tomar un té en su casa. Allí les habló de sus dificultades, conocieron a su hija esquizofrénica, entendieron por qué decidió no huir. Desde el punto de vista humano, esa historia revela más sobre la guerra que una crónica desde las trincheras.

Sí, aquella historia se me quedó atravesada. Y pensé que, en realidad, esa historia está en todos los contextos dominados por la violencia que llevo cubriendo 20 años, desde Ucrania hasta Colombia. Son las guerras que las mujeres libran diariamente en todas partes. Las han sufrido nuestras abuelas, las sufren nuestras madres y siguen marcando nuestras vidas.

¿Cómo definiría el concepto «periodismo de paz» y en qué se diferencia de lo que entendemos normalmente por periodismo?

La diferencia está en la intencionalidad. Como periodista, se trata de no olvidar nunca que la guerra debe evitarse por todos los medios y, si ya ha empezado, que debe pararse cuanto antes. El periodismo no puede legitimar que la violencia sea una forma de resolver los conflictos. Eso debería aparecer en todas las crónicas. Debemos recordar continuamente que la mayoría de las guerras no terminan con el aplastamiento del enemigo sino por medio de negociaciones. Cuanto antes empiecen, más vidas se salvarán. Si no lo contamos así, corremos el riesgo de presentar la guerra como algo natural o inevitable o como un conflicto irresoluble. Y si nos resignamos a eso, nuestro periodismo se convierte en una arma propagandística dentro de esa guerra.

Cuando estábamos en la facultad, todos expresábamos nuestra admiración por los «corresponsales de guerra». A nadie se le ocurrió nunca llamarlos «corresponsales de paz».

Es que ese concepto es mucho más complicado de normalizar, pero el concepto «paz» sí que debería estar más presente en nuestras vidas. Nosotros crecimos celebrando la paz en el cole. La lucha contra el hambre y la defensa de la paz eran pilares de nuestra educación. Eso se ha diluido totalmente en estos últimos años. Ya no está en el imaginario colectivo, ni siquiera como una aspiración o un ideal. Pero debemos reivindicarlo desde el periodismo, entendiendo que la paz no es solamente la ausencia de bombardeos, es una cosa mucho más compleja. Respecto a la expresión «corresponsales de paz», tengo que decir que es un lema que está utilizando la Fundación Vicente Ferrer, que nos ha invitado a varios periodistas que cubrimos conflictos a visitar lugares donde se está intentando construir la paz frente a otros tipos de violencia.

Su libro contiene frases realmente desafiantes, como que «el periodismo es lo contrario a la neutralidad». Esto choca con la idea que mucha gente tiene de la imparcialidad periodística. ¿Qué quiere decir exactamente con eso?

Creo que el periodismo tiene que aspirar a construir sociedades más justas para todos y todas, y eso es exactamente lo contrario de la neutralidad. Tendemos a contar las cosas desde lo establecido, desde lo hegemónico, y eso perpetúa el statu quo. Así nada cambia. Pero si aplicas una mirada crítica y desentrañas las dinámicas y los intereses que operan sobre la realidad, si identificas cuáles son las razones para que eso ocurra y quiénes son los responsables, entonces la cosa cambia. Cuando el periodismo evidencia cuáles son los engranajes, rompe con lo que se ha entendido como neutralidad. Y eso debería hacerse enfocándonos en los afectados de ese marco de interpretación, en los afectados por «la norma» o por lo que entendemos como «normal». En mi adolescencia fue muy importante la lectura de Eduardo Galeano. Él nos enseñó por qué el mundo se interpretaba al revés y lo puso «patas arriba». Así se llama uno de sus libros, en el que señala esas cosas que damos por sentadas, que entendemos por lógicas, como si esa fuera la única mirada posible. Yo impugno esa neutralidad. Me parece que es injusta, que está al servicio de una minoría privilegiada y que produce muchísimo dolor. Por eso creo que hay que posicionarse.

En Narrar el abismo también impugna los eufemismos. Hace hincapié en usar las palabras justas, exactas. Pero las palabras justas y exactas son polémicas. A veces ni siquiera nos dejan publicarlas. ¿Qué hacemos ante eso?

El periodismo siempre fue un oficio rebelde y debería seguir siéndolo. A veces se nos desacredita cuando, por ejemplo, hablamos de paz, tachándonos de ilusos o de ingenuos. Otras veces se nos acusa de ser radicales. Otras, de ser activistas en lugar de periodistas. Esto me pasa mucho. Tenemos que tener muy claras nuestras convicciones para defender por qué utilizamos una palabra y no otra. Quienes usábamos la palabra «genocidio» para hablar de lo que estaba ocurriendo en Gaza, al principio se nos acusó de falta de rigor, de antisemitismo, de fomentar un relato propalestino y, por lo tanto, antiperiodístico. Pero cuando lo hicimos ya había evidencias suficientes para hablar de genocidio, y de hecho, poco después, el informe de la relatora especial de la ONU nos dio la razón.

Pero mientras hay que aguantar el chaparrón…

Yo sé que hago un periodismo pequeñito, minoritario. Sé que su capacidad de incidencia es muy limitada, pero haciéndolo aspiro a sentirme… Iba a decir orgullosa, pero esa no es la palabra. Tranquila, esa es la palabra. Tranquila con el resultado. Que pueda defenderlo ante quien lo cuestione. En el reportaje «El mundo según Trump» usé conscientemente un vocabulario muy directo. Para describir su forma de concebir las relaciones internacionales digo que se maneja igual que los cárteles: plata o plomo. Y es que es así. Y no temo las críticas porque sé que quienes las hacen están defendiendo un orden injusto, al servicio de unos pocos y que se ha demostrado fallido, corrupto y éticamente degenerado.

Assaig Abubakar, un abogado sudanés que vive como refugiado en Chad, le dijo: «Nunca más volveré a creer en el sistema internacional de derechos humanos». Y cuando entrevistó a Youssef Mahmoud también fue muy crítico con la ONU. Después de todo lo que ha visto, ¿usted sigue creyendo en estos organismos internacionales?

En lo relativo al marco legislativo, sí. Por eso sigo defendiendo el derecho internacional y los derechos humanos, pero ya no creo en las grandes organizaciones. La puntilla ha sido la validación por parte del Consejo de Seguridad del mal llamado «plan de paz» de Donald Trump para Gaza. Me parece que supone el hundimiento absoluto del Consejo de Seguridad, y creo que también ha arrastrado a las Naciones Unidas. A pesar de todo, la ofensiva actual contra el multilateralismo, contra la ONU, contra la Corte Penal Internacional es tan dura, que creo que debemos salir en su defensa. Siendo muy consciente, eso sí, de que muchas veces estas organizaciones se muestran fallidas e incluso son cómplices de la perpetuación de los conflictos. Pero soy más partidaria de su reforma o de su refundación que de darlas por perdidas. Creo que siguen siendo el único espacio en el que muchos Estados tienen al menos un asiento, una voz, y desde donde se puede reconstruir otro orden internacional.

Siempre se ha dicho que la foto de la niña del napalm contribuyó a la retirada estadounidense de Vietnam. Los periodistas palestinos también han hecho un trabajo extraordinario documentando el genocidio de Gaza, un trabajo que ha tenido un enorme impacto en la opinión pública. No hay más que ver las manifestaciones que se han producido en todo el mundo. Pero el genocidio continúa. ¿Lo que ha cambiado en este tiempo, básicamente, es la capacidad del periodismo para influir en los gobiernos?

El puente que existía entre la información, la gente y los gobiernos se ha roto. Es el producto de muchas décadas de desoír a la ciudadanía. Se ha roto hasta el punto de que muchas personas renuncian a informarse porque la información sólo les provoca dolor, no pueden hacer nada con ella, dan por hecho que no servirá para cambiar nada. Pero la reacción global ante el genocidio de Gaza nos da esperanzas de que esta situación se pueda revertir. Ha sido muy curioso ver cómo el movimiento contra el genocidio ha tomado más fuerza a partir del pasado verano, cuando empezaron a publicarse imágenes de la hambruna. Los medios occidentales consideraron que esas imágenes de los niños famélicos eran más publicables o digeribles que las de los dos años anteriores, las de los niños en las morgues o bajo los escombros. Los medios tenemos que preguntarnos por qué. Por qué las fotos de los niños mutilados no se publicaron, cuando fueron sus propios padres los que tomaron esas fotos o llamaron a los periodistas para documentar el delito. Por qué se usó la excusa de la «fatiga de la empatía» de los lectores. Por qué se habló de que herían la sensibilidad e incluso la dignidad de las víctimas. Si hemos visto esas imágenes ha sido gracias a las redes sociales. Cuando salieron las fotos de la hambruna, realmente hubo un despertar de la respuesta ciudadana. Eso demuestra dos cosas: primero, que la capacidad de incidencia del periodismo sigue siendo altísima; y segundo, que fueron los propios medios los que apaciguaron durante dos años esa respuesta ciudadana amparándose en razones insostenibles que tienen más que ver con sus propias sensibilidades y con sus propios sentidos estéticos de cómo representar el dolor.

Usted dice que la información se ha convertido en «una retahíla de hechos caóticos, catastróficos, incomprensibles».

Por eso hay casi un 40% de españoles que ha renunciado a informarse. Y el resto lo hace a través del móvil, donde estamos perdiendo muchísima capacidad de concentración, de comprensión y de profundidad. Eso es una ruptura, no sólo en el acto ciudadano de informarse sino en las propias democracias. Creo que ahora toca generar discursos acerca de la importancia de recuperar la soberanía sobre el acto de informarse, sobre cómo nos informamos, a través de qué dispositivos y en qué contextos. Nos estamos estupidizando y me parece peligrosísimo cómo estamos aceptando que cuatro señores tecnomultimillonarios, cuyo su sueño húmedo es irse a Marte, sean los que, con sus algoritmos, dominen el acto de informarse de la mayoría de la población. Esa avalancha de hechos caóticos, sin contexto, nos está enfermando. Emocionalmente nos tiene paralizados, y políticamente absolutamente desconcertados. Da alas a esa sensación de incertidumbre que tanto se ha señalado como una de las causas del auge reaccionario. Lo que hace el periodismo es justo lo contrario: explica las causas y el contexto, arraiga a las personas con la realidad que le rodea y así disipa la incertidumbre.

Usted también suele decir que nunca se ha hecho mejor periodismo que hoy. ¿Por qué cree que nunca ha estado peor considerado y peor pagado que hoy?

Pues porque mucho de lo que se presenta como periodismo en realidad no lo es. Ojalá fuese info-entretenimiento, pero ni eso. Esa etapa ya pasó. Lo que tenemos ahora es propaganda política disfrazada de entretenimiento, propaganda de valores muy reaccionarios al servicio de los grupos políticos de ultraderecha. Ese aluvión de desinformación, de odio y de propaganda ha generado desconfianza y desconsideración hacia la profesión. A eso se suma que los medios tradicionales, además de buen periodismo, publican también muchísima basura para tener visitas. Eso contribuye al descrédito. Y también porque nos hemos regalado como periodistas. En sociedades tan precarizadas como la nuestra cuesta mucho que la gente pague por el periodismo. Y al tenerlo gratis pues no se le da valor. Pero tampoco podemos exigir que se suscriban a cinco medios cuando tienen salarios paupérrimos y muy poco tiempo para informarse. Gran parte de nuestra comunidad lectora, de hecho, se suscribe por militancia, no porque luego vaya a tener tiempo de leer la revista.

En cualquier caso, yo sostengo, efectivamente, que nunca se ha hecho tanto buen periodismo, pero tampoco se ha hecho nunca tanta desinformación. Y esto último, en cantidad, es inmensamente superior. Esa es la tragedia. Pero, sí, nunca ha habido tantos periodistas tan bien formados, con un compromiso ético tan sólido, hasta el punto de anteponer su profesión al hecho de tener vidas mínimamente saludables. Tenemos que defender públicamente la importancia del periodismo y intentar volver a sellar pactos éticos con la ciudadanía. De hecho, el libro yo no lo concibo como un manual de buenas prácticas sino básicamente como un manifiesto sobre la importancia de seguir informándonos.

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El mundo según Trump

Por: Patricia Simón

Este reportaje forma parte del dossier dedicado a Donald Trump en #LaMarea109. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para recibirla y apoyar el periodismo independiente.


«Primero, el miedo. Después, si no estás atento, la crueldad lo invade todo».
Isabel Bono


«Estados Unidos volverá a considerarse una nación en crecimiento, una que aumenta su riqueza, expande su territorio, construye sus ciudades, eleva sus expectativas y lleva su bandera hacia nuevos y hermosos horizontes». Con esta sola frase del discurso con el que inauguró su segunda legislatura, Donald Trump pisoteaba el artículo 2 de la Carta de las Naciones Unidas que recoge uno de los principios que ha guiado las relaciones internacionales desde la Segunda Guerra Mundial: la inviolabilidad de las fronteras. El presidente se aliaba así con los líderes que han provocado los dos conflictos que están alumbrando una nueva era: el genocidio de Gaza y la invasión de Ucrania. El magnate había ganado sus primeras elecciones prometiendo acabar con las guerras estadounidenses en el extranjero y comenzó el segundo anunciando la vuelta a las guerras imperialistas y a las anexiones territoriales ilegales. Y lo hizo de manera explícita, sin eufemismos ni falsas justificaciones. Porque Trump está imponiendo un nuevo orden global en el que la única norma es el dominio del más fuerte, es decir, el de Estados Unidos sobre el resto de los países. Y para asentarlo, tanto él como el resto de miembros de su administración emplean un lenguaje que normaliza los pilares y el funcionamiento de un nuevo mundo regido por un desprecio declarado y absoluto por los principios democráticos, por las reglas universales, por la moralidad, por la negociación, por la diplomacia y por el multilateralismo. Un presidente que pilota un gobierno al modo de los cárteles: plata o plomo. O lo que es lo mismo: dinero o fuerza bruta.

Y para normalizar esta ideología neofascista en el imaginario global, el gabinete estadounidense se esfuerza por evidenciarlo en todos los lenguajes: el verbal, como cuando gritó en el homenaje a Charlie Kirk que a sus enemigos les deseaba lo peor, o cuando humilló al presidente Zelensky en su primera visita a la Casa Blanca; el audiovisual, con sus vídeos creados con IA que mostraban la construcción de un resort encima de las fosas del genocidio de Gaza o aquellos en los que él mismo pilota un helicóptero desde el que vierte excrementos sobre quienes se manifiestan contra su presidencia y con el que secuestra a sus opositores políticos para deportarlos; y el gestual, como cuando se hace rodear de líderes europeos en una escenografía que los presenta como súbditos en la Casa Blanca.

Y si Trump se puede permitir estos delirios autocráticos es porque su segunda victoria, tras haber ostentado ya la presidencia entre 2016 y 2020, evidencia que no se trata de un fenómeno aislado o disruptivo, sino de la manifestación de una corriente reaccionaria que recorre el mundo y que en Estados Unidos se ha solidificado en una parte de la sociedad que desprecia la democracia, reclama modos y políticas autoritarias, reivindica la hegemonía del supremacismo blanco, aplaude el insulto, la zafiedad, la ignorancia y la soberbia. La ya frágil democracia norteamericana vive un cambio de régimen y en él Trump está dando una nueva vuelta de tuerca al imperialismo que Estados Unidos ha ejercido de manera tan despiadada como desprejuiciada desde la Segunda Guerra Mundial.

El líder autocrático ha alumbrado una forma de ejercer el poder en la que verbaliza y combina la amenaza, la coerción y el chantaje comercial, económico, político y militar. Con una diferencia sustancial respecto a sus antecesores: no se molesta en justificarlo ni en crear falsas excusas o motivaciones como hizo, por ejemplo, la Administración Bush con las armas de destrucción para invadir Irak. El mundo según Trump debe regirse solo por su orden y mando, como demuestra en la propaganda en la que porta una corona y que difunde en su propia red social (a la que ha llamado Truth, porque en su mundo, él decide qué es verdad, un procedimiento que su entorno ha dado en llamar «hechos alternativos»).

Lo más preocupante es que durante este primer año de la era Trump 2.0, hemos visto cómo la mayoría de los líderes políticos mundiales no han opuesto resistencia a interpretar su rol de vasallos ante el rey, emperador o líder supremo –dependiendo de la tradición de la que procedan–, como han demostrado Ursula von der Leyen, el rey Carlos de Inglaterra o Nayib Bukele.

Cómprese (y si no, invádase)

«Obtendremos Groenlandia. Sí, al cien por cien. Existe una buena posibilidad de que podamos hacerlo sin fuerza militar, pero no voy a descartar nada», anunció el presidente Trump poco después de tomar posesión en una entrevista para la cadena NBC.

El líder republicano combina un lenguaje simplista y directo con una ambigüedad que le permite mantener uno de los rasgos distintivos de los sistemas autocráticos: la arbitrariedad.

A la vez, Trump ha roto con la percepción habitual del tiempo al hacer añicos los conceptos de imprevisibilidad e irracionalidad. Por eso, resulta conveniente repasar algunos de los hitos de la presidencia estadounidense del último año y cómo los ha comunicado para entender la doctrina del shock que está empleando. Como aquel primer sobresalto con el que inició su mandato: la amenaza contra la soberanía de Groenlandia, un territorio semiautónomo de Dinamarca. Lo cierto es que ya durante su primera legislatura, Trump intentó negociar la compra de la isla. Ante la negativa del Ejecutivo de Copenhague, el presidente estadounidense canceló su visita oficial. Y de nuevo, cinco días antes de volver a convertirse en inquilino de la Casa Blanca, llamó personalmente al primer ministro danés para advertirle de que si no se la vendía, se la quedaría por la fuerza.

El mundo según Trump
Marcando el territorio: el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, realiza una visita a la base militar de Pituffik, en Groenlandia, el 28 de marzo de 2025. JIM WATSON / REUTERS

El chantaje económico empleado por Trump bajo la amenaza de intervención militar rompe con los ya difusos límites existentes entre la coerción y la diplomacia y está dibujando nuevas formas de ejercer el poder fuera de cualquier norma. Algo que de seguir en esta senda militarista, veremos agravarse ante la lucha por unos recursos cada vez más escasos. Las áreas costeras de Groenlandia cuentan con unos 17.500 millones de barriles de petróleo y 148.000 millones de pies cúbicos de gas natural, según el Servicio Geológico de Estados Unidos. Y posee, igualmente, cantidades significativas de metales de tierras raras, imprescindibles para las tecnologías de energía verde. Además, se trata de un enclave con un valor estratégico creciente para el comercio marítimo con Asia a medida que la crisis climática acelera el descongelamiento del Ártico. El periodista Mario G. Mian, uno de los mayores expertos en Groenlandia, recuerda en su último libro que en esta isla China, Rusia y la OTAN están librando la llamada «Guerra Blanca» por el control geopolítico de la zona. En cualquier caso, Estados Unidos ya cuenta con una base militar allí después de que Truman también intentase comprarla por 100 millones de dólares tras la Segunda Guerra Mundial.

Amagando el golpe

Tras el primer genocidio televisado, el de Gaza, podemos estar asistiendo al primer anuncio televisado de un golpe de Estado. De hecho, si hay un caso de estudio sobre cómo Trump está empleando el lenguaje para crear un escenario en el que sus actuaciones ilegales se presenten como necesarias, lógicas e, incluso, inevitables es, sin duda, el de Venezuela.

Desde que Trump anunciase la primera ejecución extrajudicial de tripulantes de una embarcación procedente de Venezuela, tanto él como todos los miembros de su gabinete han pasado a referirse al gobierno de Nicolás Maduro como régimen «narcoterrorista». Con ese concepto, fusionan la lucha contra las drogas –con la que Washington justifica, desde hace décadas, la intervención militar de sus tropas en Latinoamérica– con el terrorismo, asemejando así al Ejecutivo de Caracas con los talibanes, Al Qaeda y el Estado Islámico. La guerra contra el terrorismo sigue siendo uno de los pilares de las políticas colonialistas estadounidenses y, al vincularla con Venezuela, reviste de seguridad lo que en realidad responde a un choque ideológico contra la izquierda bolivariana y, sobre todo, a la pugna por los recursos naturales –especialmente, el petróleo–.

El mundo según Trump
Captura del vídeo facilitado por las autoridades estadounidenses del ataque militar a una lancha en el mar Caribe.

Además de los bombardeos contra embarcaciones en el Caribe –pese a que más del 70% de la droga entra en Estados Unidos por el Pacífico–, Trump ha autorizado a la CIA a «realizar operaciones encubiertas», el eufemismo bajo el que la Casa Blanca ha impulsado golpes de Estado, instaurado dictaduras y asediado revoluciones durante décadas. Desde la llegada de Hugo Chávez al poder, el Gobierno estadounidense ha respaldado a la oposición política y ha impuesto severas sanciones económicas al país latinoamericano. Tras su vuelta al poder, Trump ha ofrecido 50 millones de dólares por la entrega de Maduro y ha desplegado en las inmediaciones de Venezuela su mayor operación naval desde la primera guerra del Golfo. Por tanto, la actuación de la CIA debe tener un objetivo que vaya aún más allá.

‘Supremacist First’

En su toma de posesión, Trump recuperó el concepto de «destino manifiesto», creado por el columnista conservador John O’Sullivan en 1845 para defender que, siguiendo los dictados de Dios, Estados Unidos debía ocupar Texas y expandirse por toda Norteamérica. De hecho, Trump se ha declarado seguidor de William McKinley, su homólogo entre 1897 y 1901, y quien, como él, fusionó un proteccionismo arancelario con un colonialismo que le llevó a ocupar Filipinas, Puerto Rico, Hawái y Cuba. Se estableció entonces la Doctrina Monroe, según la cual Estados Unidos tenía el deber de controlar Latinoamérica para proteger sus intereses económicos y de seguridad. Esta visión teocrática, conocida como «excepcionalismo», sostiene que se trata de un país superior al resto, un canon al que todos deben aspirar y que, por tanto, tiene la legitimidad y el deber de guiar e imponer su modelo en todo el mundo, instaurando incluso presuntas democracias mediante bombardeos, invasiones y guerras.

La diferencia de Trump con respecto a los anteriores presidentes es que no sólo no lo oculta, sino que hace ostentación de ello. El «America First» enarbolado por el magnate es la expresión más sincera de esta concepción del mundo que tiene parte de la sociedad estadounidense y también del norte global. Un mundo en el que el sur es, si acaso, el fondo de sus postales de vacaciones o lugares en los que hacer negocio desde una posición ventajista, como escribió Zadie Smith. Por ello, el vídeo difundido por Trump sobre la construcción de un resort en Gaza es solo la expresión más descarnada de la identidad fascista estadounidense, como la define la periodista Suzy Hansen en Notas desde un país extranjero, un libro por el que fue finalista del premio Pulitzer en 2018. La actual administración está derruyendo los pocos contrapesos internos con los que contaba la democracia estadounidense y los mecanismos multilaterales internacionales en los que, sobre todo, se teatralizaba la aspiración a un futuro orden global democrático.

Nombrar para dominar

En los primeros días de vuelta al Despacho Oval, Trump ordenó a la prensa estadounidense que llamase Golfo de América al Golfo de México. Associated Press, la agencia de noticias más importante del mundo, siguió usando el nombre oficial, por lo que fue expulsada de las ruedas de prensa de la Casa Blanca. Cuando Trump se postuló como ganador irrebatible del premio Nobel de la Paz, llamó «acuerdo de paz» a lo que no era más una tregua dirigida a consolidar la ocupación de los territorios palestinos y a garantizar la impunidad de Israel por sus crímenes, incluido el genocidio. Y durante las primeras horas del anuncio, numerosos medios reprodujeron acríticamente ese concepto de «acuerdo de paz», convirtiéndose en correa de transmisión de su propaganda y legitimándolo ante la opinión pública internacional, pese a que violaba cualquier derecho de los palestinos. Sin embargo, ante la persistencia de los bombardeos israelíes sobre la Franja, muchos se vieron obligados a rectificar y emplear términos como «el plan de Trump». Pero ya había quedado en evidencia su capacidad para imponer marcos de interpretación sin apenas encontrar resistencia entre medios de comunicación y periodistas, quienes tenemos el deber de fiscalizar el lenguaje del poder para descifrar y transmitir su verdadero significado.

Fue, además, durante la presentación de este acuerdo ante la Knéset israelí donde hizo gala de su determinación para hacer de la injerencia explícita un rasgo de su política. Lo hizo al insistirle al presidente israelí, Isaac Herzog, que indultase a Benjamín Netanyahu: «Concédale el indulto. Vamos (…) nos guste o no, es uno de los mejores presidentes en tiempos de guerra. Y unos cuantos cigarros y champán, ¿a quién le importan?». Se refería a los juicios por corrupción que tiene pendientes; para evitarlos, según infinidad de expertos, Netanyahu ha impulsado un genocidio en Gaza que le permite suspenderlos mediante el estado de excepción.

Celebración del genocidio

Y, como culmen de la pedagogía de la crueldad que define todas sus políticas, convirtió su intervención parlamentaria en la celebración del genocidio: «Bibi me llamaba muy a menudo. ¿Puedes conseguirme esta arma? ¿Esta otra? ¿Y esta otra? De algunas de ellas nunca había oído hablar. Bibi y yo las fabricamos. Pero las conseguimos, ¿no? Y son las mejores. Son las mejores. Pero tú las has usado bien. También se necesitan personas que sepan usarlas, y tú claramente las has usado muy bien».

El mundo según Trump
Ciudad de Gaza vista desde un puesto militar israelí en el barrio de Shujaiya. NIR ELIAS / REUTERS

También aprovechó para ahondar en su particular doctrina del shock, basada en el desprecio por la moralidad y en la destrucción, como persiguen todos los líderes fundamentalistas, del consenso sobre los valores éticos mínimos que deben regir nuestras sociedades. Para ello, alabó a los firmantes de los Acuerdos de Abraham, a los que ensalzó por ser «hombres muy ricos», los dos elementos que, según la cosmovisión trumpista, deben regir el mundo: los hombres y el dinero. De hecho, apenas unas horas después, en la cumbre que celebró en Egipto con el mismo motivo, entre los mandatarios asistentes sólo había una mujer, Georgia Meloni, a la que enalteció señalando que era «guapa», justo después de decir que referirse a una mujer con este concepto «acabaría con la carrera de cualquier político», pero que él se iba a «atrever». Es decir, apología del machismo disfrazada de la valentía con la que se abanderan los ultras para defender la libertad de expresión que, precisamente, ellos mismos restringen en cuanto llegan al poder.

Apenas un mes después, tras la incontestable victoria de Zohran Mamdani en las elecciones para la alcaldía de Nueva York, varios medios internacionales publicaron que los republicanos habían comenzado a reformar los distritos electorales para garantizarse la victoria en las elecciones legislativas de 2026. Además, alertaban de que es más que posible que el Tribunal Supremo, con mayoría absoluta conservadora, falle en junio a favor de una reforma de la Ley del Derecho al Voto que dejaría fuera a las minorías.

Nos encontramos, pues, ante un escenario en el que incluso los analistas más conservadores y prudentes no descartan que Trump consiga sumir a Estados Unidos en una autocracia. Y lo está haciendo sin ocultar sus aspiraciones, todo lo contrario: verbaliza sus planes para normalizarlos ante la opinión pública, se reivindica como un líder al que le gustaría gozar de un poder absolutista mundial para implantar un régimen dominado por hombres blancos y ricos, de ideología neofascista, ultramachista y con el objetivo declarado de acabar con el sistema democrático, pluralista y multilateral tanto a nivel interno como internacional. Ivo Daalder, exembajador estadounidense ante la OTAN, lo resume así: «Con Trump en el cargo, el orden basado en reglas ya no existe».


El Ministerio de la Guerra

Como a cualquier buen cryptobro, a Trump no le gustaba el nombre de Departamento de Defensa. Le parecía que sonaba «demasiado a la defensiva», que los que lo nombraron así después de 1945 se habían dejado arrastrar por «lo woke». Por eso ordenó que volviese a su denominación original, Departamento de la Guerra, porque «a todo el mundo le gusta la increíble historia victoriosa» de cuando se llamaba así. Pero no se trata, o al menos no solo, de una manifestación testosterónica del presidente estadounidense, sino de un nuevo capítulo en su estrategia para legitimar lo reprobable, normalizar el oprobio nombrándolo para reivindicarlo. Incluso, o especialmente, cuando se trata de la peor actuación de la que es capaz el ser humano: la guerra. Durante el anuncio en el Despacho Oval del cambio de nomenclatura, el nuevo secretario de Defensa, Pete Segeth, resumió así su directriz: «Máxima letalidad, no una tibia legalidad».

Según medios especializados como The Diplomat, asistimos a un aumento de las posibilidades de una guerra nuclear después de que Trump anunciase la reanudación de los ensayos con armamento nuclear y de que Putin se jactase de contar con un dron submarino nuclear con capacidad para destruir ciudades enteras. Hablando de nombres: Trump ha puesto el suyo a un nuevo caza con capacidad nuclear, el F-47, llamado así en honor al 47º presidente: él.

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Legislación en Ucrania: una práctica amparada por el Código de Familia

Por: Patricia Simón

Ucrania es uno de los pocos países en los que la maternidad subrogada puramente comercial es legal. Su legislación señala que sólo está permitida para parejas heterosexuales casadas, pero no específica qué cantidades pueden pagarse a las mujeres gestantes.

Legislación en Ucrania: una práctica amparada por el Código de Familia
Imagen de una cuidadora de bebés de la empresa BioTexCom en Kiev. PATRICIA SIMÓN

En Ucrania, la gestación subrogada es legal desde 2006, cuando en el artículo 123 del Código de Familia se incluyó el apartado 2, que establece que si un embrión perteneciente a un hombre y una mujer casados es gestado por otra mujer, el padre y la madre del bebé legalmente serán el matrimonio.

A partir de 2012, la norma fue desarrollada por una orden del Ministerio de Salud que establece que el procedimiento debe realizarse en las empresas médicas acreditadas para ello, que la mujer gestante tiene que ser mayor de edad, tener capacidad legal, haber dado a luz previamente a un hijo sano, no tener contraindicaciones médicas y, además, no puede tener vínculo genético con el embrión. Quien sí lo debe tener es, al menos, el padre o la madre de intención, que ha de ser una pareja heterosexual casada.

En los casos en los que la pareja necesite donación de semen u óvulos, ha de ser de procedencia anónima y sus portadores se comprometen por contrato a no reclamar derechos sobre el bebé engendrado. Tampoco lo puede hacer la madre gestante una vez que firma el contrato para someterse al procedimiento para quedarse embarazada.

Para registrar al bebé en Ucrania, ya sea por parte de parejas autóctonas o extranjeras, la clínica deberá entregarles un certificado genético que acredite su vínculo.

La legislación ucraniana no específica qué cantidades pueden pagarse a las mujeres gestantes ni qué partidas en concreto. La remuneración la suelen negociar las clínicas, y el contrato ha de firmarse ante la presencia de un notario. Los pagos a las mujeres que se quedan embarazadas oscilan entre los 8.000 y los 25.000 euros. La cifra depende de si gesta varios bebés, si ha requerido pruebas adicionales o si se la recompensa por consecuencias del embarazo como la pérdida de un útero.

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Maryna: “Cuando estoy en una situación muy precaria, me planteo volver a ser madre subrogada”

Por: Patricia Simón

Marina tiene 38 años y se reinvidica como una persona autónoma y decidida. Como la mayoría de las mujeres gestantes entrevistadas para esta investigación en Ucrania, denuncia al mismo tiempo malas praxis por parte de las clínicas y sostiene que volvería a hacerlo porque es la única vía que las mujeres pobres como ella tienen para mejorar sustancialmente sus condiciones de vida y, sobre todo, la de sus hijos e hijas. Marina cobró 10.000 euros por gestar y entregar una pareja de mellizos a una pareja portuguesa.

Lo hizo a través de la empresa BioTexCom, investigada entre 2018 y 2019 por la Fiscalía ucraniana por supuesto tráfico de menores, falsedad documental y evasión fiscal, entre otros delitos. El equipo de fiscales que llevó a cabo las pesquisas fue reprobado por el Parlamento y relegado a labores de menor responsabilidad. La propia Fiscalía española abrió diligencias entonces contra esta empresa después de que el Ministerio de Justicia fuese advertido por la Embajada española en Kiev y por la Fiscalía ucraniana de los presuntos delitos. Sin embargo, la Audiencia Nacional terminó archivando la causa en 2022 por no estar operando en suelo español, aunque sea una de las clínicas más contratadas por las familias españolas que recurren a la maternidad subrogada en Ucrania.

Entrevistamos a Marina en un parque de Kiev, pocos días después de su regreso de Dinamarca, donde se refugió junto a su hija cuando comenzó la invasión rusa.

¿Cuándo y por qué decidió ser madre de vientre de alquiler?

Fue hace siete años. Mi hija tenía entonces dos años y necesitaba dinero para sacarla adelante.

¿Conocía a otras mujeres que lo hubiesen hecho?

No. Elegí BioTexCom porque es de las pocas empresas de maternidad subrogada que aceptan a gestantes que, como yo, tienen el grupo sanguíneo 0 negativo. Al principio, no se lo conté a casi nadie, pero cuando el embarazo se hizo visible tuve que hacerlo. Mi madre estaba de acuerdo, pero mi abuela se volvió loca.

¿Cómo fue el proceso?

Fue un poco difícil porque, aunque las enfermeras eran agradables, los médicos no me miraban ni me hablaban; y cuando lo hacían, me trataban como basura. Nadie me explicó nada sobre cómo sería el proceso.

El primer intento no funcionó. Nadie me dijo que tenía que pincharme hormonas durante los primeros meses. Así que en el segundo procedimiento compré las inyecciones y me las puse yo misma. El dinero que me dieron no daba para pagarlas.

No te dicen cuántos embriones te implantan ni te dan a elegir cuántos bebés vas a gestar. Todo lo decide la familia contratante. En mi caso, arraigaron cuatro embriones, por lo que a los dos meses de embarazo me hicieron una operación para quitarme dos y que gestara mellizos.

El primer intento de embarazo fue para una familia italiana y el segundo, para una portuguesa.

¿Qué tipo de seguimiento médico recibía?

Me hacían análisis mensuales para comprobar si bebía o fumaba. Si salía positivo, la primera vez te quitaban 20 euros del pago; la segunda, 40; la tercera, 60.

En una revisión, me movieron el bebé a través de la barriga y fue muy doloroso [práctica ginecológica conocida como versión externa]. A los doctores de la clínica no les importan las mujeres, solo los bebés que llevamos dentro. Para ellos somos solo una incubadora.

¿Qué perfil tenían las otras mujeres gestantes?

De todos los tipos. Veías a mujeres muy pobres, otras que parecían estar en una situación mejor, otras muy deportistas y bellas, y otras que no lo eran. No nos tomaban fotos a todas porque a los padres solo les muestran los retratos de las más guapas.

¿Cómo las conoció?

Las veía en la clínica durante las revisiones. Durante el último mes, además, tienes que quedarte en un apartamento en Kiev por si te pones de parto. En cada habitación vivíamos dos mujeres y había tres habitaciones por vivienda. Yo tuve que convivir con una mujer muy extraña que andaba todo el día desnuda por la casa. Solo te dan algo de dinero para comida y gastos durante esas semanas.

¿Cómo era la relación con las familias?

Las hay que quieren conocer a la gestante, como la mía. Otras que dan dinero extra, que regalan cosas e, incluso, algunas que invitan a las madres a visitarles en su país.

¿Cómo se hacen los pagos?

Por el primer intento, me pagaron los costes de los análisis y los viajes a la clínica. Unos 100 euros.

Cuando me quedé embarazada, me daban unos 200 euros mensuales hasta el cuarto mes, cuando me entregaron 1.200 euros. Si te hacen cesárea, como me hicieron a mí, añaden entre 200 y 300 euros. Por un bebé te pagan 8.000 euros y por dos, como fue mi caso, 10.000. La mayor parte del dinero te la dan cuando pares y entregas al bebé.

¿Cómo lo vivió?

Recuerdo que el doctor fue muy maleducado conmigo. Yo me convencí de que ese bebé no era para mí, así que no me sentí vinculada mentalmente. No me lo enseñaron, pero yo tampoco quería verlo. Pero, claro, hay mujeres que se ponían histéricas cuando daban a luz, que se quebraban emocionalmente. Pero hasta donde yo sé, nadie les ofreció asistencia psicológica. Y eso que BioTexCom decía que ofrecía apoyo psicológico.

¿Ha pensado en volver a hacerlo?

Cuando parí, me dije que nunca más. Pero luego pasa el tiempo y pienso que podría volver a hacerlo. A veces, cuando estoy en una situación muy precaria, valoro volver a ser madre subrogada. La mayoría de las mujeres ucranianas lo hacen porque no hay otra vía para ganar ese dinero en un periodo tan corto de tiempo.

¿Ha vuelto a ir a BioTexCom?

Sí, he donado óvulos tres veces y, en total, me pagaron 1.000 euros. Pero después he descubierto que no es bueno para mi salud, así que no lo he hecho más.

¿Se lo ha contado a su hija?

No, era muy pequeña cuando ocurrió y no necesita saberlo. Ahora acabo de volver de Dinamarca, donde me refugié cuando comenzó la guerra. Allí conseguí ahorrar algo de dinero, pero echaba de menos mi país. Además, tengo un novio ucraniano y estamos en una relación seria.

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Jornaleras en luCHA y novedades alrededor del mundo

Por: Radio Topo

Hoy hablamos con Ana Pinto, de Jornaleras de Huelva En Lucha, que nos contará la situación laboral en los campos de frutos rojos del Sur, y cómo se organizan las compañeras que trabajan en ellos. En la segunda parte del programa hablamos con nuestro reportero alrededor del mundo Alberto Cruz, que nos resumirá los entresijos […]

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Hablamos con Alberto Cruz

Por: Radio Topo

En el programa de hoy entrevistamos a Alberto Cruz. Trataremos temas como el ascenso del fascismo europeo y su participación en la guerra del Donbass. Sí los fascistas españoles también están yendo a combatir contra las repúblicas populares. Mientras tanto Europa mira para otro lado y hace resonar de nuevo los tambores de la creación […]

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Zelenski se niega a aceptar los cuerpos de sus caídos

Por: Caty R

La razón de esa macabra negativa puede ser que muchos caídos figuran en  la contabilidad  ucraniana como desertores o  extraviados, para no tener que pagar a sus familias la pensión que corresponde a los caídos en combate. Así hay más dinero para pagar vivos que vayan al matadero. Ese es uno de los puntos con los que tropieza la negociación y que muestra la mala fe con los propios ucranianos de su Gobierno.

Otro punto irracional es que Zelenski se niega a retirar en paz las tropas ucranianas que aún están  en las provincias que optaron por ser parte de Rusia y prefiere  verlas masacradas por  el incontenible avance de  las tropas rusas. Mientras tanto recurre a actos terroristas como volar puentes de ferrocarril mientras pasan trenes civiles como modo de demostrar que su Gobierno aún está en grado de  hacer algo para dañar a los rusos. Estos actos de terrorismo son preocupantes, porque es evidente el involucramiento de la colaboración de la OTAN (satélites radares, servicios de espionaje, etc.) para perpetrar estos actos de guerra sucia. En Rusia lo saben y no se sabe por cuanto tiempo lo tolerarán.

En Estambul  la delegación ucraniana para hacer teatro se presentó vestida  con uniformes militares y  se aceptó  efectuar como paso previo la proposición rusa de un intercambio de cadáveres y de prisioneros. Los rusos presentaron un listado de los cadáveres que habían logrado identificar y también un alista de los prisioneros ucranianos heridos o enfermos  atendidos en hospitales rusos y que deseaban entregar . Primero debía tener lugar la entrega de los seis mil cadáveres y se acordó una fecha, lugar y hora para le entrega, Pero cuando los rusos llegaron a la frontera  con sus camiones  refrigerados no encontraron a ningún representante del Gobierno ucraniano para hacerse cargo de los cadáveres y ya llevan dos días con los camiones refrigerados esperando en la frontera, Un comportamiento del Gobierno ucraniano muy desconsiderado con su propia gente.

Es bien sabido que Zelenski noes  más que un títere  de la OTAN al servicio de los planes de la Alianza para usar a Ucrania como ariete para debilitar a Rusia antes de la confrontación final OTAN vs. Rusia. Por lo  tanto cualquiera está libre de especular sobre ese extraño comportamiento de desprecio de Zelenski con los cuerpos  de sus propios soldados. Un comentador ucraniano dice que la causa es la desmoralización del ejército ucraniano porque esos seis mil cadáveres son todos de soldados que participaron en la invasión de  la provincia rusa de Kursk, recuperada completamente hace un mes. Por eso los cadáveres quedaron en manos rusas. Como esa invasión fue decidida por Zelenski en persona en el cuartel general de la OTAN, el propio Zelenski se jactó de eso cuando la invasión de Kursk comenzó.

Esos seis mil cadáveres son la prueba de la ignorancia militar  de Zelenski y la OTAN. Hay otro que dice que  para enterrarlos habría que ampliar cementerios en toda Ucrania. Otro comentarista ucraniano dice que  la aceptación de tantos cadáveres podría aumentar las deserciones en el ejército ucraniano argumentando que en lo que va del 2025 ya van 90.000 expedientes por deserción en el ejército ucraniano.

La delegación ucraniana en Estambul se negó a aceptar el memorándum ruso donde se proponía que aceptasen las realidades en el terreno militar y territorial para poder sobre esa base  redactar  un acuerdo de paz definitivo.

En mi opinión la verdad es que en la OTAN aún ha bastantes idiotas  que creen  en la posibilidad de ganar la guerra a una Rusia debilitada por una estéril guerra en Ucrania y las sanciones y luego repartirse el territorio entre ellos como hicieron Inglaterra, Francia  y el judaísmo internacional (Rothschild) con el Imperio Otomano después de la Primera Guerra Mundial que ellos mismos provocaron. El manual del anglosionismo es siempre el mismo. Pero  la Federación Rusa no es el decadente Imperio  Otomano.

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La población de la Unión Europea: ¿cañones o mantequilla?

Por: Miguel Arróniz

Fraguó la dicotomía como imagen de la elección de los gobernantes entre producir aquello que en tiempos de paz va envejeciendo y quedando obsoleto sin uso productivo alguno, representado por los cañones, y, en sus antípodas, la producción de bienes aprovechables por los habitantes, cuya imagen se resume en la mantequilla. Una sociedad amenazada puede inclinarse a aumentar la producción de los primeros a costa de desatender los segundos. El busilis estriba en que haya amenaza real y no un cuento inventado para amedrentar a la población y engañarla.

Sentemos las premisas objetivas, al margen de toda interpretación: 1) Ucrania no pertenece a la UE ni a la OTAN. 2) La UE no ha recibido ninguna amenaza manifiesta de Rusia ni de otro Estado, ninguno de los Estados de la UE, ni siquiera los fronterizos con Rusia, han sido amenazados por esta. 3) Salvo que se desvele lo contrario, la UE fue arrastrada por la administración Biden de los Estados Unidos a tomar partido contra Rusia; si bien, a la vista de los acontecimientos que se han ido conociendo, especialmente por la participación activa del Reino Unido en operaciones terroristas en territorio ruso, diseñadas y dirigidas por su personal militar y de los servicios de inteligencia, podemos pensar que ha habido connivencia desde el inicio.

Se puede opinar sobre si fue la población la que pidió a Rusia que interviniera en el Donbass para proteger a los ciudadanos rusoparlantes, y prorrusos mayoritariamente, o si fue una estructura de milicias autóctonas del Donbass quien lo solicitó para salvar a los ciudadanos bombardeados por el ejército de Ucrania, que se suponía creado para defender a sus ciudadanos de ataques externos y no para atacar a sus propios ciudadanos. La cuestión es que los famosos acuerdos de Minsk, que Rusia aceptó resultaron ser una estratagema para armar a Ucrania incumpliendo dichos acuerdos, como reconoció públicamente Ángela Merkel.

En ningún momento Rusia ha proferido amenazas a ningún país de la UE, y, a mayor abundamiento, tanto ésta como los EE. UU. Han considerado que el ejército de Rusia no tenía capacidad para vencer a Ucrania (con el apoyo de trastienda de países de la OTAN), ¿cómo, pues, considerar ahora que pudiera ser una amenaza contra la UE que obligue a ésta a armarse hasta los dientes? Y no habiendo amenaza objetiva ni subjetiva, ¿a qué gastar dinero en favor de un país, Ucrania, reputado por otras cosas que no por sus virtudes democráticas ni por una limpia ejecutoria anticorrupción, por decirlo suavemente.

En realidad, progresivamente hemos podido ir viendo desmoronarse la creencia en nuestras propias instituciones, pues se ha admitido que surjan decisiones en órganos no representativos de la voluntad popular, cual es la Comisión europea; y ahora nos vienen con la milonga del gasto en armamento y estructura militar imprescindible para enfrentarnos a amenaza (inexistente) de Rusia. El asunto se ha ido abriendo paso en la medida en que la población ha ido encajando los discursos orquestados desde los diversos poderes, silenciando las voces críticas en los medios de opinión, que parecen todos lo mismo y sólo uno (¿este es el cuarto poder? Sí, el poder de los gobernantes, no el de los ciudadanos). Mientras se han utilizado artimañas como recurrir a los beneficios de los activos rusos secuestrados para financiar una parte y se han arañado de otras partidas de los presupuestos públicos, la población se ha resignado. Veremos si reacciona o no a los planes que ya se están diseñando para el largo plazo, válganos de ejemplo el francés, que se ha mostrado a través de una Nota flash (N.º 2, mayo 2025) intitulada Comment financer le réarmement et nos autres priorités d’ici à 2030?, cuyo editorial firma Clément Beaune, Haut-commissaire au Plan-Commissaire général de France Stratégie. Él subraya que el esfuerzo a realizar se aproximaría al 3,5 % del PIB de ahora hasta 2030, lo que supondría doblar el presupuesto de defensa francés, crecimiento inédito desde la postguerra.

¿Cómo financiarlo? Y aquí la Nota flash revela las fuentes posibles, que, a buen entendedor, bastarán pocas palabras: 1.º) Reducción de otras partidas, particularmente en prestaciones sociales y en función pública; 2.º) Aumento de impuestos, de los que se reconoce consecuencias negativas para la actividad económica; 3.º) Crecimiento de la tasa de empleo, de la que se adelanta su dificultad a corto plazo y 4.º) Recurrir a financiación europea por la vía del endeudamiento común, con dificultades jurídicas y políticas pero que mutualizaría el esfuerzo con los miembros de la UE. El que bien entienda verá lo poco atractiva de la segunda, la dificultad de la tercera, quedando dos: o el mayor endeudamiento (esta vez compartido con otros miembros de la UE, a sabiendas de que hay países poco o nada dispuestos) o la reducción de ayudas sociales y de la función pública. Hemos de reconocer que el contexto es favorable a esta última, pues ya las clases medias están cansadas de pagar ayudas sociales no exentas de corrupción y que consideran a la función pública como un asidero que no se padece equitativamente el sufrimiento colectivo.

Lo que decimos de Francia, vale para el resto de países de la UE en buena medida. De la opción cañones o mantequilla, es fácil la decisión: mantequilla, y apartar a los actuales dirigentes políticos que defienden los cañones, que están entregados a los intereses de la industria armamentística. 

✇Red Antimilitarista y Noviolenta de Andalucía

Encuentro y Concentración: Por la Paz y la Desmilitarización de Andalucía

Por: Ecologistas en Acción Sevilla

Con el título: «¿Para qué sirve la Base de Morón? tendrá lugar un ENCUENTRO POR LA PAZ Y LA DESMILITARIZACIÓN DE ANDALUCÍA.

Día: Sábado, 10 de junio de 2023.

– 12:00 h. Mesa de debate y propuestas de alternativas al militarismo. ¿Cómo reactivamos la Marcha contra la Base de Morón?. Tendrá lugar en el Centro Social Julio Vélez-Morón.

– 19:30 h. Concentración ciudadana. Rotonda del Avión militar. Morón de la Fra.

Convocan: USTEA, ELAIA-MOC Pto. de Sta. María, Mujeres de Negro contra la Guerra. Ishbilya, CGT-Andalucía, Solidaridad Internacional Andalucía, Centro Social Julio Vélez-Módulo Azul y Ecologistas en Acción Sevilla.

redantimilitarista

✇Cruz Negra Anarquista / ABC

El antifascista ucraniano Maxim Butkevich, cautivo en Rusia

Por: cruznegraanarquista
Fuente: Pramen Bielorrusia En junio, el activista de derechos humanos y periodista Maxim Butkevich fue hecho prisionero cerca de Severodnonetsk. Era comandante de pelotón y, estando en una emboscada, decidió deponer las armas para salvar la vida de los soldados. … Sigue leyendo
✇Antimilitaristas Madrid

Entender el conflicto en Ucrania

Por: Asamblea
El próximo miércoles nuestra compañera Mar Rodríguez Gimena participará junto con Pablo Elorduy y Carlos Taibo en un coloquio para entender el conflicto en #Ucrania desde claves de una óptica emancipadora Leer más ...
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