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Libro El mundo no se acaba, de Hannah Ritchie (resumen)

Por: Pepe Galindo

Un libro escrito por una científica y divulgadora de la Universidad de Oxford que tiene por bandera el optimismo y los datos (Anagrama, 2025). Se aleja del catastrofismo ecologista casi tanto como del negacionismo climático; y afirma que «aceptar la derrota ante el cambio climático es una postura indefendiblemente egoísta».

Hannah Ritchie aclara que su optimismo es «condicional» (i.e., condicionado a actuar adecuadamente); que es diferente a un «optimismo ciego» que confía sin promover la acción organizada. Su objetivo es conseguir que seamos la primera generación que logre alcanzar la sostenibilidad completa en los dos sentidos que recoge la definición de la ONU: satisfacer las necesidades de las generaciones actuales; y hacerlo sin comprometer las capacidades de las generaciones futuras para satisfacer las suyas. Con respecto al primer aspecto, Ritchie opina que falta mucho por hacer aunque, al menos, se ha avanzado una barbaridad en aspectos tales como: la mortalidad infantil y materna, la esperanza de vida, el hambre y la malnutrición, el acceso a recursos básicos (agua, energía…), la educación y la pobreza extrema.

Por supuesto, estos avances en la calidad de vida global también «han tenido un enorme coste medioambiental», lo cual ha empeorado de forma colosal el segundo requisito de la sostenibilidad. Para equilibrar la situación, el libro examina en detalle siete problemas medioambientales y sus interconexiones entre sí.

Antes de examinar esos siete problemas, Ritchie se distancia de dos soluciones típicas del ecologismo: despoblación y decrecimiento. La primera consiste en reducir el tamaño de la población y Ritchie afirma que realmente esa no es una alternativa, primero porque la población ya se está frenando a nivel mundial y, segundo, porque es muy complicado hacerlo de forma ética. Apunta a que más impacto que la superpoblación lo generan los estilos de vida (especialmente de los millonarios), lo cual podría estar afectado por la segunda solución que Ritchie rechaza, el decrecimiento, entendido como un retroceso o empobrecimiento. Para ella, la pobreza no implica mayor sostenibilidad, por supuesto, si consideramos los dos pilares de la sostenibilidad anteriormente indicados. En el libro, ella matiza que es cuestionable el crecimiento en los países ricos, pero que para acabar con la pobreza se necesita un crecimiento económico global. Para ella, no vale cualquier crecimiento y afirma —igual que cualquier decrecentista— que sería necesario crecer en algunos sectores y tecnologías y decrecer en otras. Tal vez, la promesa más impactante del libro es que dice demostrar que podemos reducir el impacto ambiental y, a la vez, mejorar la situación económica.

1. Contaminación atmosférica

Aunque no se suela decir, la contaminación atmosférica es «una de las principales causas de mortalidad en el mundo». Las cifras de fallecidos por esta causa son similares a las muertes por tabaquismo; seis o siete veces mayores que los muertos en accidentes de tráfico; y superan en cientos de veces la cifra de vidas perdidas por terrorismo o por guerras. Cada año, la mala calidad del aire suele ser quinientas veces más mortífera que todas las catástrofes «naturales» juntas.

La buena noticia es que se está reduciendo este tipo de contaminación, especialmente en las ciudades, lo cual baja las tasas de mortalidad. Es preciso tomar medidas locales y globales. Usemos como inspiración el Protocolo de Montreal para eliminar las sustancias químicas que degradaban la capa de ozono, un problema de cuya gravedad advirtió incluso Carl Sagan. En 1987 fue firmado por 43 países; y en 2009 se convirtió en el primer convenio internacional que logró la ratificación universal de todos los países del mundo. Un ejemplo que demuestra que hacer caso a la ciencia tiene resultados positivos.

A escala global, la mayor fuente de contaminación es quemar madera o carbón, incluyendo aquí las quemas agrícolas. Luego está la polución por actividades agropecuarias, principalmente por culpa de la ganadería y por los fertilizantes. Después viene la quema de combustibles fósiles para producir electricidad. Luego, diversas industrias (textiles, químicas, metalúrgicas…), seguidas del transporte de personas y mercancías.

Resumen del libro "21 lecciones para el siglo XXI" de Harari. En nuestro blog también encontrarás el resumen de su libro "Sapiens"

Lee también un resumen de este libro de Yuval N. Harari.

♦ Las soluciones propuestas pueden parecer caras, pero son muy baratas si las comparamos con los cientos de millones en gastos por no solucionar el problema:

  1. Lo más urgente es «dejar de quemar cosas» y, cuando no sea posible, capturar las partículas de la combustión.
  2. Detener las quemas agrícolas por ser una inmensa fuente de contaminación estacional fácil de evitar haciendo compost, triturando, etc.
  3. Conseguir combustibles limpios para cocinar y calentarse. La leña puede ser muy natural, pero es la forma más contaminante de conseguir calor. Provoca múltiples enfermedades por respirar el humo.
  4. Eliminar el azufre de los combustibles fósiles. Es tan simple como poner filtros en las chimeneas.
  5. Transporte más limpio. Los vehículos eléctricos contaminan menos, pero no son parte de la solución porque siguen siendo origen de multitud de emisiones. Por supuesto, la aviación es muchísimo peor.
  6. Transporte sostenible: caminar, ir en bicicleta o en transporte público.
  7. Abandonar combustibles fósiles, en favor de las renovables y de la energía nuclear. Ritchie es contraria a debatir entre renovables y nuclear porque, para ella, lo importante es que son energías con bajas emisiones de CO2. No tiene en cuenta el problema de los residuos radiactivos, ni el riesgo de atentados terroristas, ni el hecho de que las nucleares no sean rentables sin subvenciones de dinero público.

2. Cambio Climático

«Un mundo 6 ºC más caliente que el actual sería devastador», nos advierte la autora. Tras comentar algunas de las consecuencias del calentamiento global, afirma que «si cada país cumpliera realmente sus compromisos climáticos, llegaríamos a los 2,1 ºC en 2100», lo cual sería una gran noticia, aunque podría ser mejor.

Hannah Ritchie asegura que «las tecnologías bajas en carbono resultan cada vez más competitivas» y «los líderes mundiales se han vuelto más optimistas». Ahora tenemos infraestructuras mejor preparadas, podemos predecir eventos climáticos extremos, organizar evacuaciones, existen redes internacionales de apoyo, etc. En definitiva, estamos mejor preparados que en el pasado y sabemos cómo reducir las emisiones de dióxido de carbono, porque hay solo dos fuentes principales: «la quema de combustibles fósiles y el cambio en el uso de la tierra» (deforestación).

La situación actual es que «las emisiones totales siguen aumentando, pero las emisiones per cápita han tocado techo». Ese dato es utilizado por la autora para ser optimista y esperar a que la contaminación empiece a declinar, al menos en los países ricos, porque dice que está demostrado que «los avances tecnológicos hacen que hoy consumamos mucha menos energía que en el pasado». Como ejemplo, afirma que en Suecia se vive con igual nivel que en Estados Unidos y, sin embargo, se emite solo una cuarta parte. Según sus datos, el crecimiento económico y la reducción de emisiones son compatibles. El problema es que mira datos de países ricos que ya son exageradamente insostenibles. En tales casos, ¿es correcto celebrar una pequeña reducción en su contaminación?

En su análisis, asegura que «las soluciones que pasan por reducir el consumo de energía a niveles muy bajos no son buenas», porque la energía es fundamental para mantener o aumentar la calidad de vida. Tampoco ve adecuado que se avergüencen los que viajan en avión, porque para ella volar es un gran invento y las ventajas son suficientes para olvidar sus serios inconvenientes. ¿Será una excusa para justificar su gusto por volar?

♦ Soluciones que propone:

  1. Transición hacia la energía renovable por todas sus ventajas. El inconveniente del espacio que requieren se resuelve buscando lugares adecuados: tejados, agrovoltaica, etc.
  2. Electrificar la demanda de energía donde sea posible y aumentar el almacenamiento (baterías…). Ritchie está convencida de que esta transición requerirá menos actividad minera que con combustibles fósiles.
  3. Replantear el transporte a larga distancia.
  4. Alimentación. Aunque sostiene que no es preciso ser veganos, deja claro que cualquier cambio a dietas más vegetales tiene una enorme influencia en el clima, como por ejemplo elegir hamburguesas de pollo en lugar de ternera (que es la carne con más huella de carbono). Con datos muy fiables confirma que «la carne con emisiones de carbono más bajas supera las de la proteína vegetal con emisiones más altas». Y no importa demasiado si son alimentos ecológicos, de proximidad o en extensivo. La autora afirma que adoptando las siguientes medidas se liberaría suficiente tierra como para compensar las emisiones del sistema alimentario resultante:
    • Comer menos carne.
    • Adoptar las mejores prácticas agrarias.
    • Reducir el consumo excesivo y el desperdicio alimentario.
  5. Reducir las emisiones por la construcción, básicamente eliminando el cemento, un material muy contaminante en su fabricación. Propone usar otros materiales y, aunque no lo cita, una opción es el cemento Sublime.
  6. Poner precio al carbono para que los productos de altas emisiones sean más caros y menos accesibles. Como todos sabemos, los precios no reflejan los costos de los productos, y mucho menos los costos ambientales. El peligro de esta medida —y Ritchie lo subraya— es que haga que las familias pobres sean aún más pobres. Para evitarlo se deben incluir ayudas y conseguir que sean los ricos los que más paguen, porque son, de hecho, los que más carbono emiten.
  7. Sacar a la población de la pobreza es otra medida para adaptarnos al cambio climático, porque son los pobres los más vulnerables.
  8. Mejorar la resiliencia de los cultivos ante los efectos del cambio climático.
  9. Adaptarnos ante el aumento de temperaturas.
  10. No caer en la trampa psicológica de la «autoconcesión moral». Esto ocurre cuando nos permitimos algo negativo porque creemos que lo compensamos con un sacrificio en otro aspecto. Por ejemplo, comernos un filete porque reciclamos el envoltorio de plástico; o caer en las trampas del greenwashing. Para ello, es importante tener muy presente qué cosas a nivel individual tienen más y menos impacto.

Un problema de la forma de comunicar de Ritchie es que quita importancia a aspectos que, aunque no sean principales, tienen suficiente peso como para no ser despreciados. Es como si olvidara el efecto sinérgico de juntar varias fuerzas. Sumar muchos pocos hace un mucho. A veces, este tipo de contradicción se hace patente en una misma explicación. Por ejemplo, cuando literalmente escribe: «Cambiar nuestra alimentación no va a resolver el cambio climático: para ello tenemos que dejar de quemar combustibles fósiles. Pero arreglar únicamente nuestros sistemas energéticos, ignorando la alimentación, tampoco nos llevará a esa meta».

3. Deforestación

La tierra ha perdido un tercio de todos sus bosques desde el final de la última glaciación. En el último siglo, también se ha perdido mucha superficie forestal, casi toda debida a la expansión de la agricultura. Las zonas incendiadas se regeneran si se las deja. Al perder bosques se emite carbono, pero Ritchie considera que eso es secundario en comparación con la pérdida de biodiversidad.

También resalta cómo la pérdida de hábitats se puede frenar con medidas políticas. Por ejemplo, «Brasil logró reducir la deforestación en un 80 % en solo siete años bajo la presidencia de Lula da Silva».

Con respecto al aceite de palma, no considera que su consumo sea preocupante, porque no se sabe con certeza la deforestación que causa de forma directa. Opina que no sería justo culpar a ciertos campos de palmeras de la deforestación de esas áreas si los bosques fueron talados con anterioridad. Es decir, no tiene en cuenta que esas zonas podrían volver a ser bosques. Además, sostiene que usar otros tipos de aceites podría ser incluso peor. Sin embargo, hay que tener en cuenta que evitar el aceite de palma no obliga a optar por otro aceite, sino que se puede optar por no consumir productos con aceite de palma (bollería, alimentos ultraprocesados, etc.) sin sustituirlos por nada con otros aceites. En cualquier caso, apoya el uso de aceite de palma certificado como sostenible (RSPO) y deja claro que «el biodiésel de aceite de palma produce más emisiones de carbono que la gasolina o el gasóleo».

«La tala de bosques para dejar espacio al ganado bovino es responsable de más del 40 % de la deforestación mundial». El siguiente factor de pérdida de bosques es la palma y la soja y, en tercer lugar, la silvicultura (papel/celulosa). Así, pues, la mejor forma de frenar la deforestación es reducir el consumo de carne de cordero y de vacuno. En tercer lugar, se situaría el queso y los lácteos de vaca. Ritchie apoya esta opción, incluso aunque sean productos de ganadería extensiva en tierras no aptas para la agricultura, porque en estos casos considera que la mejor opción sería dejar que esas tierras se conviertan en bosques u otros espacios naturales.

Otras opciones que propone son: que los países ricos paguen a los más pobres por conservar sus bosques; y que se compensen las emisiones mediante reforestaciones (aunque esto tiene un peligro muy evidente).

Para acabar este apartado, Ritchie sostiene que no es buena idea volver de la ciudad a zonas rurales (revitalizar pueblos), ya que la principal causa de deforestación es cómo producimos nuestros alimentos y no dónde vivimos. Y también alerta de los que piensan que la alimentación vegana contribuye a la deforestación por los cultivos de soja. Los datos son muy evidentes: el 76 % de la soja se utiliza para alimentar animales y «solo el 7 % se destina a los productos veganos» (tofu, tempeh y leche vegetal).

4. Alimentación para no comerse el planeta

«La demanda humana de alimentos representa la mayor amenaza para los animales del globo». Así de contundente se manifiesta Hannah Ritchie. Afortunadamente, no es cierto que haya una fecha límite en los suelos agrícolas del mundo. Unos se están degradando y otros están mejorando, aunque en general, el suelo agrícola está siendo maltratado (y no solo por la erosión).

Una persona necesita entre 2.000 y 2.500 calorías diarias. Si dividimos la producción mundial de alimentos a partes iguales entre todos, cada uno de nosotros podría consumir unas 5.000 calorías diarias (más del doble de lo necesario). El hambre en el mundo no es un problema de falta de alimentos, sino de mala distribución (también lo apuntaron Nebel y Wrigth). Este dato sirve a Ritchie para confirmar que, en realidad, no somos demasiados humanos. El problema es que los millones que habitamos el planeta Tierra no nos contentamos solo con comer, sino que aspiramos a un consumo cada vez mayor (casas, teléfonos, aviones, IA…).

La superproducción agraria se debe principalmente a dos inventos: el de Fritz Haber y Carl Bosch (para convertir el nitrógeno del aire en amoníaco, fertilizante); y el de Norman Borlaug (para mejorar el cultivo de trigo en México). Estos logros para aumentar la producción han evitado muchas muertes, pero también han hecho que no podamos volver atrás. Es decir, «el planeta no puede limitarse a consumir solo alimentos ecológicos» (porque hay demasiadas personas a las que alimentar). Por tanto, a nivel colectivo dependemos de los fertilizantes para sobrevivir, y fabricarlos requiere grandes cantidades de energía, lo cual explica por qué los países pobres los usan poco, aunque tengan que utilizar mayor superficie agraria.

Vivimos en un mundo con grandes desigualdades, en el que algunos sufren de obesidad y otros de desnutrición; el alimento que podría saciar el hambre de millones de personas se dedica a alimentar ganado o a producir agrocombustibles para nuestros coches. Menos de la mitad de los cereales que se producen se dedican a la alimentación humana directa. Todo un 41 % se lo come el ganado, lo cual nos hace ver que comer animales es una forma muy ineficiente de conseguir proteínas. «Los animales más pequeños son más eficientes en términos calóricos», aunque surge el «dilema moral» de que hay que matar una mayor cantidad de animales pequeños para conseguir la misma cantidad de carne.

Ritchie pone un ejemplo que sirve para visualizar bien lo que implica comer animales muertos: «¿Se imagina que comprara una barra de pan, cortara una rebanada y tirara el resto —más del 90 %— a la basura? Pues bien: en términos de calorías, eso es más o menos lo que hacemos con la carne». El ganado también es ineficiente convirtiendo proteínas. Lo bueno es que son proteínas «completas» (incorporan aminoácidos importantes), lo cual se puede conseguir con dietas vegetales comiendo legumbres y cereales. La carne también tiene otros nutrientes importantes, pero el único que no existe en los vegetales es la vitamina B12 (asunto que ya se zanjó aquí).

Para entender la magnitud del problema, afirma que tres cuartas partes de la superficie agraria tienen como fin último criar ganado, y todo eso solo sirve para producir el 18 % de las calorías y el 37 % de las proteínas que consumimos. Debemos «reducir al máximo la cantidad de tierra que destinamos a la actividad agraria», lo cual mejoraría también otros problemas: deforestación, contaminación atmosférica, de aguas, de tierras, maltrato animal, etc.

♦ Soluciones que propone:

  1. Mejorar los rendimientos agrícolas en todo el mundo, especialmente en África.
  2. Comer menos carne, sobre todo de vacuno y cordero, las carnes con mayor impacto (en emisiones, consumo y contaminación de agua, eutroficación, uso de tierra, etc.). Ritchie expone que no funciona instar a la ciudadanía a convertirse al veganismo, sino que es mejor invitar a hacer cambios paulatinos: poner un día a la semana sin carne, reducir las dosis, aumentar el consumo de legumbres, etc. Solo eliminando la carne de ternera y la de cordero se reduciría a la mitad nuestra necesidad de tierras de cultivo en todo el globo. Debemos entender que la dieta vegana es la más ecológica, pero no es necesario ser veganos estrictos: «El ahorro en comparación con una dieta con algo de pollo, o algo de pescado y huevos, no es tan significativo», aclara la autora del libro. Ella quiere derribar el mito de que si fuésemos veganos no habría tierra para cultivar porque, como ya se ha indicado, lo que ocurriría sería todo lo contrario: una dieta vegana requiere menos tierra de cultivo.
  3. Invertir en sustitutos de la carne. Para Ritchie, es importante que las carnes vegetales cumplan cuatro requisitos: ser sabrosas, baratas, fáciles de encontrar y fáciles de incorporar a las dietas habituales. Ella afirma que ha probado multitud de productos vegetales y que hay algunos realmente asombrosos que, incluso, pueden llegar a gustar tanto o más que los productos cárnicos que imitan. Optar por estos productos no solo reduce la huella de carbono, sino que contribuye a bajar el precio para el resto de la humanidad.
  4. Las hamburguesas híbridas también reducen la huella ecológica (usar carne de pollo total o parcialmente, introducir legumbres…).
  5. Sustituir los productos lácteos por alternativas vegetales. En la UE, los productos lácteos son la causa de un mínimo de una cuarta parte de la huella de carbono. Cualquier bebida vegetal tiene una huella ecológica menor que la leche animal. Ritchie recuerda aquí también la importancia de seguir una dieta variada, para evitar carencias nutricionales.
  6. Desperdiciar menos comida. Por ejemplo, resalta la importancia de cambiar los sacos de recogida de productos agrarios por cajas rígidas que protejan de golpes. También es importante saber que si un producto supera su fecha de «consumo preferente», no indica que no se pueda consumir.
  7. No depender de la agricultura de interior. Aunque minimiza el espacio ocupado (agricultura en vertical), sus necesidades energéticas son tan inmensas que no compensan las ventajas, ni empleando solo energía renovable.
  8. No centrarse en los alimentos de proximidad. Aunque el transporte es importante, supone solo el 5 % de las emisiones de GEI de la comida. El resto se debe a los procesos de producción, empaquetado y conservación. Lo más contaminante es el transporte aéreo (50 veces más que por barco), pero apenas se usa porque es caro. Por su parte, el transporte marítimo es barato, por lo que casi toda la contaminación del transporte de alimentos se produce en la carretera. En definitiva, Ritchie quiere dejar claro que está bien comer alimentos de proximidad, pero que las frutas y verduras producidas muy lejos tienen menos huella ecológica que la carne producida muy cerca.
  9. Los alimentos ecológicos tienen menos pesticidas, pero requieren más extensión. Abonar con estiércol también puede contaminar acuíferos. Respecto al clima, no hay consenso si es mejor o peor porque depende de múltiples factores. Ritchie dice que se fija más en el contenido de los envases que en las certificaciones ecológicas.
  10. Eliminar el plástico aumentaría el desperdicio alimentario. En la huella ecológica de los alimentos solo el 4 % de las emisiones procede de los envases. Nos advierte de que en ciertos alimentos es fácil de eliminar, pero en otros no. En todo caso, aquellos alimentos en los que el plástico es importante tal vez no sean esenciales en nuestra dieta y podemos prescindir totalmente del plástico y del alimento.

5. Pérdida de biodiversidad. Proteger la vida silvestre

«No cabe duda de que muchos animales están experimentando un preocupante y acelerado declive. Pero, si profundizamos un poco más, descubrimos que también hay algunos a los que les va bien». Lo que no debemos olvidar es que nuestra vida depende de la biodiversidad, aunque «no esté claro qué especies necesitemos y cuáles no». Recomendamos aquí leer el relato de La vida del doctor Biología. Lo cierto es que a veces prestamos más atención a ciertas especies, bonitas o más visibles, y olvidamos a las realmente importantes, como los gusanos y las bacterias.

El ser humano ha atacado a las demás especies desde sus orígenes, como bien explica Yuval N. Harari en su magnífico Sapiens. Ritchie declara que «antes de la aparición de la agricultura, hace unos diez mil años, la mayor amenaza para los animales era nuestra caza directa: una vez iniciada la actividad agraria, pasó a ser la destrucción de sus hábitats» y «en la última centuria, el ritmo de disminución ha sido aún más rápido». Un dato más: «Los vertebrados se han extinguido entre cien y mil veces más rápido de lo que cabría esperar».

Actualmente, los humanos y nuestro ganado constituimos la inmensa mayoría de los mamíferos del planeta. Estos son los datos del porcentaje de la biomasa actual y en 1900:

  1. Mamíferos salvajes: 2 % (17 % en 1900).
  2. Humanos: 35 % (23 %).
  3. Ganado: 63 % (60 %).

Esta desproporción también ocurre en las aves: «la biomasa de nuestros pollos duplica la de las aves silvestres». Hay multitud de datos que llevan a poder proclamar que «nos dirigimos hacia una sexta extinción masiva». La buena noticia es que podemos frenarla.

♦ Soluciones que propone:

  1. Reducir al mínimo la superficie cultivada.
  2. Utilizar fertilizantes y pesticidas de forma más prudente y eficaz.
  3. Emplear los métodos de la UE con los que ha conseguido frenar el declive de multitud de especies: reducir el uso de tierras agrícolas, recuperar hábitats naturales, prohibición total de la caza, implementación de cuotas cinegéticas, mecanismos para detener a los cazadores furtivos, proteger zonas por ley (incluyendo también el rewilding), sistemas de compensación para reproducir determinadas especies y programas de cría y reintroducción.
  4. Comer menos carne, porque esto reduciría la cantidad de tierra destinada a la agricultura, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la deforestación.
  5. Detener la deforestación, lo cual implicaría reducir la pérdida de hábitats y las emisiones de GEI.
  6. Proteger los parajes con mayor biodiversidad. El objetivo de la ONU de proteger para 2030 el 30 % de la superficie terrestre es poco ambicioso; y no son pocas las voces que piden proteger al menos el 50 % para 2050.
  7. Frenar el cambio climático.
  8. Detener los vertidos de plásticos en el mar.

6. Plásticos marinos

«El 44 % de todo el plástico del planeta se emplea en la fabricación de envases». Es ahí donde está el núcleo del problema de los plásticos. La autora critica el documental Seaspiracy por algunos de sus datos, pero está conforme con que el 80 % del plástico de las islas oceánicas procede de la industria pesquera. Solo el 20 % restante tiene su origen en tierra. Sin embargo, si miramos el plástico en zonas costeras, los datos podrían indicar justo lo contrario.

Ritchie dice que no hay aún evidencias de los auténticos peligros de los plásticos en el cuerpo humano, y que le parece más preocupante el daño que se causa a la fauna marina (enredos, atragantamientos…).

♦ Soluciones:

  1. Dejar de utilizar envases de plástico de un solo uso.
  2. Invertir más en gestión de residuos: sistemas de recogida, centros de reciclaje, vertederos adecuados (que capturen el metano de la materia orgánica), etc. Es importante reciclar todo lo que se pueda. El problema es que no siempre se puede. El reciclado mecánico permite que los plásticos se reciclen una o dos veces. El reciclado químico es mejor, pero es «tremendamente costoso» y no compensa hacerlo en ningún caso. Tal vez sería útil un SDDR para vidrio reutilizable y, en paralelo, imponer impuestos crecientes al plástico de un solo uso.
  3. Obligar a las industrias a un diseño más inteligente, que utilice solo plásticos reciclables y permita separarlos de forma cómoda.
  4. Prohibir el comercio de plástico usado para que los países ricos no usen a otros como sus vertederos. La proporción de plástico que circula por esta vía no es elevada, pero muchas veces acaba en el mar. Hablamos de 1,6 millones de toneladas en 2020.
  5. Trabajar con la industria pesquera para que no abandone su basura en el mar (redes, anzuelos, etc.). Podría castigarse a los barcos que no traigan de vuelta los aparejos con los que salieron y/o premiarse a quienes traigan basura encontrada en el mar.
  6. Poner interceptores en los ríos. Son aparatos o líneas de burbujas que sirven para capturar los plásticos evitando que lleguen al mar. Otra solución que no contempla es poner grandes bolsas de red a la salida de los desagües pluviales o residuales de las ciudades. Dado que esas aguas arrastran multitud de basura, esas redes la capturarían.
  7. Limpiar las playas es una forma mucho más barata de reducir el plástico en los océanos que recogerlo mar adentro.

7. Sobrepesca. Poner fin al expolio de los océanos

Esto está muy relacionado con la pérdida de biodiversidad. Según Ritchie, los animales marinos son discriminados con respecto a los terrestres. De alguna forma, su sufrimiento parece importar menos a los humanos, a pesar de las evidencias que existen de que los peces son capaces de sentir sufrimiento.

El incremento en potencia y tecnología aplicada al sector pesquero ha hecho que muchas pesquerías hayan entrado en declive o en grave colapso. Ante esto, hay dos formas de actuar. La primera es proponer «capturar muy pocos peces, por no decir ninguno». La segunda es «capturar tantos peces como sea posible, año tras año, pero sin mermar más sus poblaciones». Normalmente, se opta por la segunda opción, aunque sabemos que en demasiadas ocasiones no se cumple.

Una tercera vía (con un enorme crecimiento) ha sido la cría de pescados y mariscos: acuicultura o piscicultura. Actualmente, se crían más peces y mariscos de los que se pescan en estado salvaje. Para Ritchie es una buena noticia porque, según ella, esto reduce presión sobre los peces salvajes. No obstante, reconoce que parte de la comida de los peces de piscifactoría es, precisamente, peces salvajes, pero que, para algunas especies, se ha logrado una proporción de 0,3 (es decir, que hacen falta 0,3 peces salvajes para criar uno de forma artificial). El resto de comida lo forman, por ejemplo, piensos vegetales. La autora deja claro que «las normas de bienestar animal que rigen en las piscifactorías suelen ser bastante deficientes» (léase esto para más datos). Ella no habla de otros problemas presentes en las piscifactorías, como la contaminación que producen.

Con respecto a los atúnidos, Ritchie dice que su situación es mala, aunque algunas especies están mejorando sus poblaciones. Particularmente, alerta de la situación de los atunes en el océano Índico, donde se está sobrepescando sin control (España con la famosa operación Atalanta). El libro no habla de la amenaza del mercurio en los atúnidos.

Otro problema es la muerte generalizada de los corales. La autora demuestra ser una apasionada de estos animales y no le faltan motivos. La solución urgente a este problema es frenar el calentamiento global, evitando quemar combustibles fósiles. Si quieres enamorarte de los corales, te animamos a leer el relato de Lord Howe.

♦ Soluciones:

  1. Comer menos pescado, siempre que sea posible. Tal vez unos quieran no comer nada de pescado (lo cual evita el dilema del sufrimiento animal), mientras que otros opten por reducir este tipo de alimento.
  2. Elegir bien la especie a consumir. El problema de esta opción es que requiere el esfuerzo de investigar y puede variar en el tiempo y dependiendo de la región. Escogiendo bien, podemos comer pescado con poca huella de carbono (casi todos ellos son mejores que el pollo). Ella recomienda evitar los lenguados y mariscos caros, y optar por pescados pequeños y salvajes, como arenques o sardinas.
  3. Acabar con la sobrepesca aplicando cuotas de pesca estrictas. En la UE han mejorado algunas poblaciones de peces, pero otras siguen estando mal. En general, es preferible ser estrictos y que haya pesca suficiente, que ser demasiado permisivos y provocar la crisis de todo un sector.
  4. Reglamentos estrictos para capturas incidentales y descartes. El objetivo es reducir el número de peces que se pescan sin querer y que se tiran al mar (descartes), donde siempre mueren (si no lo están ya). Algunos países han prohibido los descartes y obligan a sus barcos de pesca a desembarcar todo lo que capturen, sea comercial o no.
  5. Prohibir la pesca de arrastre. Es el arte más perjudicial: normalmente se descarta entre el 30 y el 50 % de todo lo capturado (a veces es el 10 %), a lo que hay que sumar el destrozo del fondo marino que ocasionan, entre otros inconvenientes.
  6. Las áreas marinas protegidas evitan ciertas actuaciones humanas dentro de ellas. Son una buena solución, aunque a veces lo que provocan es que el impacto se traslade a otro lugar.

Propuestas finales de Hannah Ritchie

El libro de Ritchie es un canto de optimismo lleno de datos realistas. Algunas de sus opiniones pueden ser controvertidas, pero la mayoría están basadas en evidencias. Es cierto que estamos avanzando en muchos aspectos, aunque no sea tan rápido como nos gustaría. También es cierto que las opciones sostenibles se están volviendo más baratas. Y, en muchos casos, el pueblo está despertando.

Hannah se siente una traidora cuando no usa las opciones más ecológicas, aunque sí sean las opciones con menor huella de carbono, como usar el microondas o consumir alimentos que no sean de proximidad. Pero alerta que, aunque los cambios individuales sean importantes, es necesario un «cambio sistémico», es decir, una acción política que lleve a aprobar leyes que nos hagan avanzar en todas las soluciones que se han propuesto más arriba. Para ello, es necesario «votar a líderes que favorezcan medidas sostenibles» (partidos verdes y ecofeministas) y también sugiere importantes aportaciones individuales como estas:

  1. «Votar con la cartera», que quiere decir que cuando compramos estamos enviando una señal clara de nuestros intereses al mercado (a las empresas).
  2. Donar dinero a causas ecohumanistas (proyectos, organizaciones, etc.). Ritchie —conforme con lo que propuso Peter Singer— dice que dona al menos el 10 % de sus ingresos.
  3. Dedicar más tiempo a las cosas importantes (colaborar con ONG, por ejemplo) y menos a discusiones secundarias. Es decir, aunemos esfuerzos en la dirección correcta, aunque no opinemos todos exactamente lo mismo.
  4. También es muy importante elegir una trayectoria profesional que nos llene y en la que podamos empujar en la dirección que deseemos.

♦ Información relacionada:

  1. Otros libros resumidos para captar su esencia en poco tiempo:
  2. Quemar rastrojos o leña es tóxico para la salud, además de muy contaminante.
  3. La mejor solución a los incendios forestales: educar sí; quemar biomasa no.
  4. La agricultura de hoy debería ser como la de mañana.
  5. Los científicos vuelven a avisar del colapso que vendrá si seguimos sin reaccionar.
  6. Sin comer por el clima, las macrogranjas, los combustibles fósiles…
  7. Algunos libros del editor de Blogsostenible y de Historias Incontables.
  8. Una imagen del libro de Hannah Ritchie:

blogsostenible

Resumen del libro "21 lecciones para el siglo XXI" de Harari. En nuestro blog también encontrarás el resumen de su libro "Sapiens"

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Libro El mundo no se acaba, de Hannah Ritchie (resumen)

Por: Pepe Galindo

Un libro escrito por una científica y divulgadora de la Universidad de Oxford que tiene por bandera el optimismo y los datos (Anagrama, 2025). Se aleja del catastrofismo ecologista casi tanto como del negacionismo climático; y afirma que «aceptar la derrota ante el cambio climático es una postura indefendiblemente egoísta».

Hannah Ritchie aclara que su optimismo es «condicional» (i.e., condicionado a actuar adecuadamente); que es diferente a un «optimismo ciego» que confía sin promover la acción organizada. Su objetivo es conseguir que seamos la primera generación que logre alcanzar la sostenibilidad completa en los dos sentidos que recoge la definición de la ONU: satisfacer las necesidades de las generaciones actuales; y hacerlo sin comprometer las capacidades de las generaciones futuras para satisfacer las suyas. Con respecto al primer aspecto, Ritchie opina que falta mucho por hacer aunque, al menos, se ha avanzado una barbaridad en aspectos tales como: la mortalidad infantil y materna, la esperanza de vida, el hambre y la malnutrición, el acceso a recursos básicos (agua, energía…), la educación y la pobreza extrema.

Por supuesto, estos avances en la calidad de vida global también «han tenido un enorme coste medioambiental», lo cual ha empeorado de forma colosal el segundo requisito de la sostenibilidad. Para equilibrar la situación, el libro examina en detalle siete problemas medioambientales y sus interconexiones entre sí.

Antes de examinar esos siete problemas, Ritchie se distancia de dos soluciones típicas del ecologismo: despoblación y decrecimiento. La primera consiste en reducir el tamaño de la población y Ritchie afirma que realmente esa no es una alternativa, primero porque la población ya se está frenando a nivel mundial y, segundo, porque es muy complicado hacerlo de forma ética. Apunta a que más impacto que la superpoblación lo generan los estilos de vida (especialmente de los millonarios), lo cual podría estar afectado por la segunda solución que Ritchie rechaza, el decrecimiento, entendido como un retroceso o empobrecimiento. Para ella, la pobreza no implica mayor sostenibilidad, por supuesto, si consideramos los dos pilares de la sostenibilidad anteriormente indicados. En el libro, ella matiza que es cuestionable el crecimiento en los países ricos, pero que para acabar con la pobreza se necesita un crecimiento económico global. Para ella, no vale cualquier crecimiento y afirma —igual que cualquier decrecentista— que sería necesario crecer en algunos sectores y tecnologías y decrecer en otras. Tal vez, la promesa más impactante del libro es que dice demostrar que podemos reducir el impacto ambiental y, a la vez, mejorar la situación económica.

1. Contaminación atmosférica

Aunque no se suela decir, la contaminación atmosférica es «una de las principales causas de mortalidad en el mundo». Las cifras de fallecidos por esta causa son similares a las muertes por tabaquismo; seis o siete veces mayores que los muertos en accidentes de tráfico; y superan en cientos de veces la cifra de vidas perdidas por terrorismo o por guerras. Cada año, la mala calidad del aire suele ser quinientas veces más mortífera que todas las catástrofes «naturales» juntas.

La buena noticia es que se está reduciendo este tipo de contaminación, especialmente en las ciudades, lo cual baja las tasas de mortalidad. Es preciso tomar medidas locales y globales. Usemos como inspiración el Protocolo de Montreal para eliminar las sustancias químicas que degradaban la capa de ozono, un problema de cuya gravedad advirtió incluso Carl Sagan. En 1987 fue firmado por 43 países; y en 2009 se convirtió en el primer convenio internacional que logró la ratificación universal de todos los países del mundo. Un ejemplo que demuestra que hacer caso a la ciencia tiene resultados positivos.

A escala global, la mayor fuente de contaminación es quemar madera o carbón, incluyendo aquí las quemas agrícolas. Luego está la polución por actividades agropecuarias, principalmente por culpa de la ganadería y por los fertilizantes. Después viene la quema de combustibles fósiles para producir electricidad. Luego, diversas industrias (textiles, químicas, metalúrgicas…), seguidas del transporte de personas y mercancías.

Resumen del libro "21 lecciones para el siglo XXI" de Harari. En nuestro blog también encontrarás el resumen de su libro "Sapiens"
Lee también un resumen de este libro de Yuval N. Harari.

♦ Las soluciones propuestas pueden parecer caras, pero son muy baratas si las comparamos con los cientos de millones en gastos por no solucionar el problema:

  1. Lo más urgente es «dejar de quemar cosas» y, cuando no sea posible, capturar las partículas de la combustión.
  2. Detener las quemas agrícolas por ser una inmensa fuente de contaminación estacional fácil de evitar haciendo compost, triturando, etc.
  3. Conseguir combustibles limpios para cocinar y calentarse. La leña puede ser muy natural, pero es la forma más contaminante de conseguir calor. Provoca múltiples enfermedades por respirar el humo.
  4. Eliminar el azufre de los combustibles fósiles. Es tan simple como poner filtros en las chimeneas.
  5. Transporte más limpio. Los vehículos eléctricos contaminan menos, pero no son parte de la solución porque siguen siendo origen de multitud de emisiones. Por supuesto, la aviación es muchísimo peor.
  6. Transporte sostenible: caminar, ir en bicicleta o en transporte público.
  7. Abandonar combustibles fósiles, en favor de las renovables y de la energía nuclear. Ritchie es contraria a debatir entre renovables y nuclear porque, para ella, lo importante es que son energías con bajas emisiones de CO2. No tiene en cuenta el problema de los residuos radiactivos, ni el riesgo de atentados terroristas, ni el hecho de que las nucleares no sean rentables sin subvenciones de dinero público.

2. Cambio Climático

«Un mundo 6 ºC más caliente que el actual sería devastador», nos advierte la autora. Tras comentar algunas de las consecuencias del calentamiento global, afirma que «si cada país cumpliera realmente sus compromisos climáticos, llegaríamos a los 2,1 ºC en 2100», lo cual sería una gran noticia, aunque podría ser mejor.

Hannah Ritchie asegura que «las tecnologías bajas en carbono resultan cada vez más competitivas» y «los líderes mundiales se han vuelto más optimistas». Ahora tenemos infraestructuras mejor preparadas, podemos predecir eventos climáticos extremos, organizar evacuaciones, existen redes internacionales de apoyo, etc. En definitiva, estamos mejor preparados que en el pasado y sabemos cómo reducir las emisiones de dióxido de carbono, porque hay solo dos fuentes principales: «la quema de combustibles fósiles y el cambio en el uso de la tierra» (deforestación).

La situación actual es que «las emisiones totales siguen aumentando, pero las emisiones per cápita han tocado techo». Ese dato es utilizado por la autora para ser optimista y esperar a que la contaminación empiece a declinar, al menos en los países ricos, porque dice que está demostrado que «los avances tecnológicos hacen que hoy consumamos mucha menos energía que en el pasado». Como ejemplo, afirma que en Suecia se vive con igual nivel que en Estados Unidos y, sin embargo, se emite solo una cuarta parte. Según sus datos, el crecimiento económico y la reducción de emisiones son compatibles. El problema es que mira datos de países ricos que ya son exageradamente insostenibles. En tales casos, ¿es correcto celebrar una pequeña reducción en su contaminación?

En su análisis, asegura que «las soluciones que pasan por reducir el consumo de energía a niveles muy bajos no son buenas», porque la energía es fundamental para mantener o aumentar la calidad de vida. Tampoco ve adecuado que se avergüencen los que viajan en avión, porque para ella volar es un gran invento y las ventajas son suficientes para olvidar sus serios inconvenientes. ¿Será una excusa para justificar su gusto por volar?

♦ Soluciones que propone:

  1. Transición hacia la energía renovable por todas sus ventajas. El inconveniente del espacio que requieren se resuelve buscando lugares adecuados: tejados, agrovoltaica, etc.
  2. Electrificar la demanda de energía donde sea posible y aumentar el almacenamiento (baterías…). Ritchie está convencida de que esta transición requerirá menos actividad minera que con combustibles fósiles.
  3. Replantear el transporte a larga distancia.
  4. Alimentación. Aunque sostiene que no es preciso ser veganos, deja claro que cualquier cambio a dietas más vegetales tiene una enorme influencia en el clima, como por ejemplo elegir hamburguesas de pollo en lugar de ternera (que es la carne con más huella de carbono). Con datos muy fiables confirma que «la carne con emisiones de carbono más bajas supera las de la proteína vegetal con emisiones más altas». Y no importa demasiado si son alimentos ecológicos, de proximidad o en extensivo. La autora afirma que adoptando las siguientes medidas se liberaría suficiente tierra como para compensar las emisiones del sistema alimentario resultante:
    • Comer menos carne.
    • Adoptar las mejores prácticas agrarias.
    • Reducir el consumo excesivo y el desperdicio alimentario.
  5. Reducir las emisiones por la construcción, básicamente eliminando el cemento, un material muy contaminante en su fabricación. Propone usar otros materiales y, aunque no lo cita, una opción es el cemento Sublime.
  6. Poner precio al carbono para que los productos de altas emisiones sean más caros y menos accesibles. Como todos sabemos, los precios no reflejan los costos de los productos, y mucho menos los costos ambientales. El peligro de esta medida —y Ritchie lo subraya— es que haga que las familias pobres sean aún más pobres. Para evitarlo se deben incluir ayudas y conseguir que sean los ricos los que más paguen, porque son, de hecho, los que más carbono emiten.
  7. Sacar a la población de la pobreza es otra medida para adaptarnos al cambio climático, porque son los pobres los más vulnerables.
  8. Mejorar la resiliencia de los cultivos ante los efectos del cambio climático.
  9. Adaptarnos ante el aumento de temperaturas.
  10. No caer en la trampa psicológica de la «autoconcesión moral». Esto ocurre cuando nos permitimos algo negativo porque creemos que lo compensamos con un sacrificio en otro aspecto. Por ejemplo, comernos un filete porque reciclamos el envoltorio de plástico; o caer en las trampas del greenwashing. Para ello, es importante tener muy presente qué cosas a nivel individual tienen más y menos impacto.

Un problema de la forma de comunicar de Ritchie es que quita importancia a aspectos que, aunque no sean principales, tienen suficiente peso como para no ser despreciados. Es como si olvidara el efecto sinérgico de juntar varias fuerzas. Sumar muchos pocos hace un mucho. A veces, este tipo de contradicción se hace patente en una misma explicación. Por ejemplo, cuando literalmente escribe: «Cambiar nuestra alimentación no va a resolver el cambio climático: para ello tenemos que dejar de quemar combustibles fósiles. Pero arreglar únicamente nuestros sistemas energéticos, ignorando la alimentación, tampoco nos llevará a esa meta».

3. Deforestación

La tierra ha perdido un tercio de todos sus bosques desde el final de la última glaciación. En el último siglo, también se ha perdido mucha superficie forestal, casi toda debida a la expansión de la agricultura. Las zonas incendiadas se regeneran si se las deja. Al perder bosques se emite carbono, pero Ritchie considera que eso es secundario en comparación con la pérdida de biodiversidad.

También resalta cómo la pérdida de hábitats se puede frenar con medidas políticas. Por ejemplo, «Brasil logró reducir la deforestación en un 80 % en solo siete años bajo la presidencia de Lula da Silva».

Con respecto al aceite de palma, no considera que su consumo sea preocupante, porque no se sabe con certeza la deforestación que causa de forma directa. Opina que no sería justo culpar a ciertos campos de palmeras de la deforestación de esas áreas si los bosques fueron talados con anterioridad. Es decir, no tiene en cuenta que esas zonas podrían volver a ser bosques. Además, sostiene que usar otros tipos de aceites podría ser incluso peor. Sin embargo, hay que tener en cuenta que evitar el aceite de palma no obliga a optar por otro aceite, sino que se puede optar por no consumir productos con aceite de palma (bollería, alimentos ultraprocesados, etc.) sin sustituirlos por nada con otros aceites. En cualquier caso, apoya el uso de aceite de palma certificado como sostenible (RSPO) y deja claro que «el biodiésel de aceite de palma produce más emisiones de carbono que la gasolina o el gasóleo».

«La tala de bosques para dejar espacio al ganado bovino es responsable de más del 40 % de la deforestación mundial». El siguiente factor de pérdida de bosques es la palma y la soja y, en tercer lugar, la silvicultura (papel/celulosa). Así, pues, la mejor forma de frenar la deforestación es reducir el consumo de carne de cordero y de vacuno. En tercer lugar, se situaría el queso y los lácteos de vaca. Ritchie apoya esta opción, incluso aunque sean productos de ganadería extensiva en tierras no aptas para la agricultura, porque en estos casos considera que la mejor opción sería dejar que esas tierras se conviertan en bosques u otros espacios naturales.

Otras opciones que propone son: que los países ricos paguen a los más pobres por conservar sus bosques; y que se compensen las emisiones mediante reforestaciones (aunque esto tiene un peligro muy evidente).

Para acabar este apartado, Ritchie sostiene que no es buena idea volver de la ciudad a zonas rurales (revitalizar pueblos), ya que la principal causa de deforestación es cómo producimos nuestros alimentos y no dónde vivimos. Y también alerta de los que piensan que la alimentación vegana contribuye a la deforestación por los cultivos de soja. Los datos son muy evidentes: el 76 % de la soja se utiliza para alimentar animales y «solo el 7 % se destina a los productos veganos» (tofu, tempeh y leche vegetal).

4. Alimentación para no comerse el planeta

«La demanda humana de alimentos representa la mayor amenaza para los animales del globo». Así de contundente se manifiesta Hannah Ritchie. Afortunadamente, no es cierto que haya una fecha límite en los suelos agrícolas del mundo. Unos se están degradando y otros están mejorando, aunque en general, el suelo agrícola está siendo maltratado (y no solo por la erosión).

Una persona necesita entre 2.000 y 2.500 calorías diarias. Si dividimos la producción mundial de alimentos a partes iguales entre todos, cada uno de nosotros podría consumir unas 5.000 calorías diarias (más del doble de lo necesario). El hambre en el mundo no es un problema de falta de alimentos, sino de mala distribución (también lo apuntaron Nebel y Wrigth). Este dato sirve a Ritchie para confirmar que, en realidad, no somos demasiados humanos. El problema es que los millones que habitamos el planeta Tierra no nos contentamos solo con comer, sino que aspiramos a un consumo cada vez mayor (casas, teléfonos, aviones, IA…).

La superproducción agraria se debe principalmente a dos inventos: el de Fritz Haber y Carl Bosch (para convertir el nitrógeno del aire en amoníaco, fertilizante); y el de Norman Borlaug (para mejorar el cultivo de trigo en México). Estos logros para aumentar la producción han evitado muchas muertes, pero también han hecho que no podamos volver atrás. Es decir, «el planeta no puede limitarse a consumir solo alimentos ecológicos» (porque hay demasiadas personas a las que alimentar). Por tanto, a nivel colectivo dependemos de los fertilizantes para sobrevivir, y fabricarlos requiere grandes cantidades de energía, lo cual explica por qué los países pobres los usan poco, aunque tengan que utilizar mayor superficie agraria.

Vivimos en un mundo con grandes desigualdades, en el que algunos sufren de obesidad y otros de desnutrición; el alimento que podría saciar el hambre de millones de personas se dedica a alimentar ganado o a producir agrocombustibles para nuestros coches. Menos de la mitad de los cereales que se producen se dedican a la alimentación humana directa. Todo un 41 % se lo come el ganado, lo cual nos hace ver que comer animales es una forma muy ineficiente de conseguir proteínas. «Los animales más pequeños son más eficientes en términos calóricos», aunque surge el «dilema moral» de que hay que matar una mayor cantidad de animales pequeños para conseguir la misma cantidad de carne.

Ritchie pone un ejemplo que sirve para visualizar bien lo que implica comer animales muertos: «¿Se imagina que comprara una barra de pan, cortara una rebanada y tirara el resto —más del 90 %— a la basura? Pues bien: en términos de calorías, eso es más o menos lo que hacemos con la carne». El ganado también es ineficiente convirtiendo proteínas. Lo bueno es que son proteínas «completas» (incorporan aminoácidos importantes), lo cual se puede conseguir con dietas vegetales comiendo legumbres y cereales. La carne también tiene otros nutrientes importantes, pero el único que no existe en los vegetales es la vitamina B12 (asunto que ya se zanjó aquí).

Para entender la magnitud del problema, afirma que tres cuartas partes de la superficie agraria tienen como fin último criar ganado, y todo eso solo sirve para producir el 18 % de las calorías y el 37 % de las proteínas que consumimos. Debemos «reducir al máximo la cantidad de tierra que destinamos a la actividad agraria», lo cual mejoraría también otros problemas: deforestación, contaminación atmosférica, de aguas, de tierras, maltrato animal, etc.

♦ Soluciones que propone:

  1. Mejorar los rendimientos agrícolas en todo el mundo, especialmente en África.
  2. Comer menos carne, sobre todo de vacuno y cordero, las carnes con mayor impacto (en emisiones, consumo y contaminación de agua, eutroficación, uso de tierra, etc.). Ritchie expone que no funciona instar a la ciudadanía a convertirse al veganismo, sino que es mejor invitar a hacer cambios paulatinos: poner un día a la semana sin carne, reducir las dosis, aumentar el consumo de legumbres, etc. Solo eliminando la carne de ternera y la de cordero se reduciría a la mitad nuestra necesidad de tierras de cultivo en todo el globo. Debemos entender que la dieta vegana es la más ecológica, pero no es necesario ser veganos estrictos: «El ahorro en comparación con una dieta con algo de pollo, o algo de pescado y huevos, no es tan significativo», aclara la autora del libro. Ella quiere derribar el mito de que si fuésemos veganos no habría tierra para cultivar porque, como ya se ha indicado, lo que ocurriría sería todo lo contrario: una dieta vegana requiere menos tierra de cultivo.
  3. Invertir en sustitutos de la carne. Para Ritchie, es importante que las carnes vegetales cumplan cuatro requisitos: ser sabrosas, baratas, fáciles de encontrar y fáciles de incorporar a las dietas habituales. Ella afirma que ha probado multitud de productos vegetales y que hay algunos realmente asombrosos que, incluso, pueden llegar a gustar tanto o más que los productos cárnicos que imitan. Optar por estos productos no solo reduce la huella de carbono, sino que contribuye a bajar el precio para el resto de la humanidad.
  4. Las hamburguesas híbridas también reducen la huella ecológica (usar carne de pollo total o parcialmente, introducir legumbres…).
  5. Sustituir los productos lácteos por alternativas vegetales. En la UE, los productos lácteos son la causa de un mínimo de una cuarta parte de la huella de carbono. Cualquier bebida vegetal tiene una huella ecológica menor que la leche animal. Ritchie recuerda aquí también la importancia de seguir una dieta variada, para evitar carencias nutricionales.
  6. Desperdiciar menos comida. Por ejemplo, resalta la importancia de cambiar los sacos de recogida de productos agrarios por cajas rígidas que protejan de golpes. También es importante saber que si un producto supera su fecha de «consumo preferente», no indica que no se pueda consumir.
  7. No depender de la agricultura de interior. Aunque minimiza el espacio ocupado (agricultura en vertical), sus necesidades energéticas son tan inmensas que no compensan las ventajas, ni empleando solo energía renovable.
  8. No centrarse en los alimentos de proximidad. Aunque el transporte es importante, supone solo el 5 % de las emisiones de GEI de la comida. El resto se debe a los procesos de producción, empaquetado y conservación. Lo más contaminante es el transporte aéreo (50 veces más que por barco), pero apenas se usa porque es caro. Por su parte, el transporte marítimo es barato, por lo que casi toda la contaminación del transporte de alimentos se produce en la carretera. En definitiva, Ritchie quiere dejar claro que está bien comer alimentos de proximidad, pero que las frutas y verduras producidas muy lejos tienen menos huella ecológica que la carne producida muy cerca.
  9. Los alimentos ecológicos tienen menos pesticidas, pero requieren más extensión. Abonar con estiércol también puede contaminar acuíferos. Respecto al clima, no hay consenso si es mejor o peor porque depende de múltiples factores. Ritchie dice que se fija más en el contenido de los envases que en las certificaciones ecológicas.
  10. Eliminar el plástico aumentaría el desperdicio alimentario. En la huella ecológica de los alimentos solo el 4 % de las emisiones procede de los envases. Nos advierte de que en ciertos alimentos es fácil de eliminar, pero en otros no. En todo caso, aquellos alimentos en los que el plástico es importante tal vez no sean esenciales en nuestra dieta y podemos prescindir totalmente del plástico y del alimento.

5. Pérdida de biodiversidad. Proteger la vida silvestre

«No cabe duda de que muchos animales están experimentando un preocupante y acelerado declive. Pero, si profundizamos un poco más, descubrimos que también hay algunos a los que les va bien». Lo que no debemos olvidar es que nuestra vida depende de la biodiversidad, aunque «no esté claro qué especies necesitemos y cuáles no». Recomendamos aquí leer el relato de La vida del doctor Biología. Lo cierto es que a veces prestamos más atención a ciertas especies, bonitas o más visibles, y olvidamos a las realmente importantes, como los gusanos y las bacterias.

El ser humano ha atacado a las demás especies desde sus orígenes, como bien explica Yuval N. Harari en su magnífico Sapiens. Ritchie declara que «antes de la aparición de la agricultura, hace unos diez mil años, la mayor amenaza para los animales era nuestra caza directa: una vez iniciada la actividad agraria, pasó a ser la destrucción de sus hábitats» y «en la última centuria, el ritmo de disminución ha sido aún más rápido». Un dato más: «Los vertebrados se han extinguido entre cien y mil veces más rápido de lo que cabría esperar».

Actualmente, los humanos y nuestro ganado constituimos la inmensa mayoría de los mamíferos del planeta. Estos son los datos del porcentaje de la biomasa actual y en 1900:

  1. Mamíferos salvajes: 2 % (17 % en 1900).
  2. Humanos: 35 % (23 %).
  3. Ganado: 63 % (60 %).

Esta desproporción también ocurre en las aves: «la biomasa de nuestros pollos duplica la de las aves silvestres». Hay multitud de datos que llevan a poder proclamar que «nos dirigimos hacia una sexta extinción masiva». La buena noticia es que podemos frenarla.

♦ Soluciones que propone:

  1. Reducir al mínimo la superficie cultivada.
  2. Utilizar fertilizantes y pesticidas de forma más prudente y eficaz.
  3. Emplear los métodos de la UE con los que ha conseguido frenar el declive de multitud de especies: reducir el uso de tierras agrícolas, recuperar hábitats naturales, prohibición total de la caza, implementación de cuotas cinegéticas, mecanismos para detener a los cazadores furtivos, proteger zonas por ley (incluyendo también el rewilding), sistemas de compensación para reproducir determinadas especies y programas de cría y reintroducción.
  4. Comer menos carne, porque esto reduciría la cantidad de tierra destinada a la agricultura, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la deforestación.
  5. Detener la deforestación, lo cual implicaría reducir la pérdida de hábitats y las emisiones de GEI.
  6. Proteger los parajes con mayor biodiversidad. El objetivo de la ONU de proteger para 2030 el 30 % de la superficie terrestre es poco ambicioso; y no son pocas las voces que piden proteger al menos el 50 % para 2050.
  7. Frenar el cambio climático.
  8. Detener los vertidos de plásticos en el mar.

6. Plásticos marinos

«El 44 % de todo el plástico del planeta se emplea en la fabricación de envases». Es ahí donde está el núcleo del problema de los plásticos. La autora critica el documental Seaspiracy por algunos de sus datos, pero está conforme con que el 80 % del plástico de las islas oceánicas procede de la industria pesquera. Solo el 20 % restante tiene su origen en tierra. Sin embargo, si miramos el plástico en zonas costeras, los datos podrían indicar justo lo contrario.

Ritchie dice que no hay aún evidencias de los auténticos peligros de los plásticos en el cuerpo humano, y que le parece más preocupante el daño que se causa a la fauna marina (enredos, atragantamientos…).

♦ Soluciones:

  1. Dejar de utilizar envases de plástico de un solo uso.
  2. Invertir más en gestión de residuos: sistemas de recogida, centros de reciclaje, vertederos adecuados (que capturen el metano de la materia orgánica), etc. Es importante reciclar todo lo que se pueda. El problema es que no siempre se puede. El reciclado mecánico permite que los plásticos se reciclen una o dos veces. El reciclado químico es mejor, pero es «tremendamente costoso» y no compensa hacerlo en ningún caso. Tal vez sería útil un SDDR para vidrio reutilizable y, en paralelo, imponer impuestos crecientes al plástico de un solo uso.
  3. Obligar a las industrias a un diseño más inteligente, que utilice solo plásticos reciclables y permita separarlos de forma cómoda.
  4. Prohibir el comercio de plástico usado para que los países ricos no usen a otros como sus vertederos. La proporción de plástico que circula por esta vía no es elevada, pero muchas veces acaba en el mar. Hablamos de 1,6 millones de toneladas en 2020.
  5. Trabajar con la industria pesquera para que no abandone su basura en el mar (redes, anzuelos, etc.). Podría castigarse a los barcos que no traigan de vuelta los aparejos con los que salieron y/o premiarse a quienes traigan basura encontrada en el mar.
  6. Poner interceptores en los ríos. Son aparatos o líneas de burbujas que sirven para capturar los plásticos evitando que lleguen al mar. Otra solución que no contempla es poner grandes bolsas de red a la salida de los desagües pluviales o residuales de las ciudades. Dado que esas aguas arrastran multitud de basura, esas redes la capturarían.
  7. Limpiar las playas es una forma mucho más barata de reducir el plástico en los océanos que recogerlo mar adentro.

7. Sobrepesca. Poner fin al expolio de los océanos

Esto está muy relacionado con la pérdida de biodiversidad. Según Ritchie, los animales marinos son discriminados con respecto a los terrestres. De alguna forma, su sufrimiento parece importar menos a los humanos, a pesar de las evidencias que existen de que los peces son capaces de sentir sufrimiento.

El incremento en potencia y tecnología aplicada al sector pesquero ha hecho que muchas pesquerías hayan entrado en declive o en grave colapso. Ante esto, hay dos formas de actuar. La primera es proponer «capturar muy pocos peces, por no decir ninguno». La segunda es «capturar tantos peces como sea posible, año tras año, pero sin mermar más sus poblaciones». Normalmente, se opta por la segunda opción, aunque sabemos que en demasiadas ocasiones no se cumple.

Una tercera vía (con un enorme crecimiento) ha sido la cría de pescados y mariscos: acuicultura o piscicultura. Actualmente, se crían más peces y mariscos de los que se pescan en estado salvaje. Para Ritchie es una buena noticia porque, según ella, esto reduce presión sobre los peces salvajes. No obstante, reconoce que parte de la comida de los peces de piscifactoría es, precisamente, peces salvajes, pero que, para algunas especies, se ha logrado una proporción de 0,3 (es decir, que hacen falta 0,3 peces salvajes para criar uno de forma artificial). El resto de comida lo forman, por ejemplo, piensos vegetales. La autora deja claro que «las normas de bienestar animal que rigen en las piscifactorías suelen ser bastante deficientes» (léase esto para más datos). Ella no habla de otros problemas presentes en las piscifactorías, como la contaminación que producen.

Con respecto a los atúnidos, Ritchie dice que su situación es mala, aunque algunas especies están mejorando sus poblaciones. Particularmente, alerta de la situación de los atunes en el océano Índico, donde se está sobrepescando sin control (España con la famosa operación Atalanta). El libro no habla de la amenaza del mercurio en los atúnidos.

Otro problema es la muerte generalizada de los corales. La autora demuestra ser una apasionada de estos animales y no le faltan motivos. La solución urgente a este problema es frenar el calentamiento global, evitando quemar combustibles fósiles. Si quieres enamorarte de los corales, te animamos a leer el relato de Lord Howe.

♦ Soluciones:

  1. Comer menos pescado, siempre que sea posible. Tal vez unos quieran no comer nada de pescado (lo cual evita el dilema del sufrimiento animal), mientras que otros opten por reducir este tipo de alimento.
  2. Elegir bien la especie a consumir. El problema de esta opción es que requiere el esfuerzo de investigar y puede variar en el tiempo y dependiendo de la región. Escogiendo bien, podemos comer pescado con poca huella de carbono (casi todos ellos son mejores que el pollo). Ella recomienda evitar los lenguados y mariscos caros, y optar por pescados pequeños y salvajes, como arenques o sardinas.
  3. Acabar con la sobrepesca aplicando cuotas de pesca estrictas. En la UE han mejorado algunas poblaciones de peces, pero otras siguen estando mal. En general, es preferible ser estrictos y que haya pesca suficiente, que ser demasiado permisivos y provocar la crisis de todo un sector.
  4. Reglamentos estrictos para capturas incidentales y descartes. El objetivo es reducir el número de peces que se pescan sin querer y que se tiran al mar (descartes), donde siempre mueren (si no lo están ya). Algunos países han prohibido los descartes y obligan a sus barcos de pesca a desembarcar todo lo que capturen, sea comercial o no.
  5. Prohibir la pesca de arrastre. Es el arte más perjudicial: normalmente se descarta entre el 30 y el 50 % de todo lo capturado (a veces es el 10 %), a lo que hay que sumar el destrozo del fondo marino que ocasionan, entre otros inconvenientes.
  6. Las áreas marinas protegidas evitan ciertas actuaciones humanas dentro de ellas. Son una buena solución, aunque a veces lo que provocan es que el impacto se traslade a otro lugar.

Propuestas finales de Hannah Ritchie

El libro de Ritchie es un canto de optimismo lleno de datos realistas. Algunas de sus opiniones pueden ser controvertidas, pero la mayoría están basadas en evidencias. Es cierto que estamos avanzando en muchos aspectos, aunque no sea tan rápido como nos gustaría. También es cierto que las opciones sostenibles se están volviendo más baratas. Y, en muchos casos, el pueblo está despertando.

Hannah se siente una traidora cuando no usa las opciones más ecológicas, aunque sí sean las opciones con menor huella de carbono, como usar el microondas o consumir alimentos que no sean de proximidad. Pero alerta que, aunque los cambios individuales sean importantes, es necesario un «cambio sistémico», es decir, una acción política que lleve a aprobar leyes que nos hagan avanzar en todas las soluciones que se han propuesto más arriba. Para ello, es necesario «votar a líderes que favorezcan medidas sostenibles» (partidos verdes y ecofeministas) y también sugiere importantes aportaciones individuales como estas:

  1. «Votar con la cartera», que quiere decir que cuando compramos estamos enviando una señal clara de nuestros intereses al mercado (a las empresas).
  2. Donar dinero a causas ecohumanistas (proyectos, organizaciones, etc.). Ritchie —conforme con lo que propuso Peter Singer— dice que dona al menos el 10 % de sus ingresos.
  3. Dedicar más tiempo a las cosas importantes (colaborar con ONG, por ejemplo) y menos a discusiones secundarias. Es decir, aunemos esfuerzos en la dirección correcta, aunque no opinemos todos exactamente lo mismo.
  4. También es muy importante elegir una trayectoria profesional que nos llene y en la que podamos empujar en la dirección que deseemos.

♦ Información relacionada:

  1. Otros libros resumidos para captar su esencia en poco tiempo:
  2. Quemar rastrojos o leña es tóxico para la salud, además de muy contaminante.
  3. La mejor solución a los incendios forestales: educar sí; quemar biomasa no.
  4. La agricultura de hoy debería ser como la de mañana.
  5. Los científicos vuelven a avisar del colapso que vendrá si seguimos sin reaccionar.
  6. Sin comer por el clima, las macrogranjas, los combustibles fósiles…
  7. Algunos libros del editor de Blogsostenible y de Historias Incontables.
  8. Una imagen del libro de Hannah Ritchie:
✇BlogSOStenible··· – – – ··· – – – ··· – – – ··· – – – ··· «Otras» noticias, y «otra» forma de pensar…

Libro “Ecoanimal: Una estética plurisensorial, ecologista y animalista” de Marta Tafalla @TafallaMarta (Resumen)

Por: Pepe Galindo

Marta Tafalla, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha investigado sobre muchos aspectos tales como la estética, la ética, el medioambiente y los derechos de los animales. Ha colaborado con Blogsostenible y es una militante activa en las redes sociales defendiendo la justicia y denunciando el maltrato animal. Su cuenta de Twitter es @TafallaMarta.

La apreciación estética

La apreciación estética es sobre todo una actividad mental. “Más allá del placer biológico que nos genera la percepción, existe un placer intelectual”, que nos evoca o inspira hacia otros destinos (arte, filosofía, espiritualidad…). A pesar de las dificultades, hay consenso en que la apreciación estética ha de ser desinteresada, en el sentido de que su fin último es deleitarnos y no obtener otros resultados “prácticos”; no es un medio para conseguir un fin, sino que es un fin en sí misma. La vida moderna, acelerada y contaminada, puede dificultar la contemplación serena. ¿Cuántos observan hoy las estrellas por el placer de verlas, sin prisas y sin más objetivos?

Según Schopenhauer, el egoísmo que guía a todos los seres vivos es más peligroso en los humanos (algo que está bien demostrado). Toda su filosofía es un intento de limitar el ego, y una de las vías es la estética porque la contemplación estética actúa como una pacificación del ser. Se supone que mientras apreciamos la belleza de algo no somos empujados por el egoísmo, de forma que la estética es una vía para construir una relación más ética y pacífica con todo, incluyendo la naturaleza.

Para M. Horkheimer y T.W. Adorno el miedo a ser dominado por la naturaleza, lleva al humano a intentar dominarla, de tal forma que el humano no pretende conocer el mundo sino dominarlo. Cuando nos relacionamos con lo exterior, demasiadas veces solo se piensa en la utilidad de todo y nos dicen que todo lo inútil no merece la pena. Adorno sostiene, en cambio, que si los seres humanos no saben apreciar la naturaleza tampoco sabrán protegerla, lo cual parece evidenciarse con cada desastre ambiental.

“La belleza o la fealdad no existen realmente” en los objetos, sino que son percepciones subjetivas. “En la estética no vamos a encontrar verdades absolutas”, pero eso no implica que sea algo sin importancia. Por ejemplo, “es más probable que los ciudadanos de un país decidan proteger un entorno que les parece singular y espectacular que otro que consideran aburrido o feo”. En cambio, “preservar la biodiversidad exige proteger todas las especies, tanto las que nos parecen bellas como las que no”. Esto es importante tenerlo en cuenta dado que “nuestras apreciaciones estéticas tienden a influir en nuestras decisiones sobre la defensa de la naturaleza”.

Kant impulsó la autonomía de la estética respecto de la ética. Es decir, un objeto feo no tiene que ser moralmente malvado, ni debe ser combatido y eliminado. Por otra parte, un objeto bello no tiene que ser moralmente bueno. Un ejemplo es la tauromaquia: aunque algunos ven belleza en la tortura de un animal, esa supuesta belleza no justifica éticamente el sufrimiento que causa.

Vivimos en una sociedad que es muy superficial en algunos aspectos. La valoración estética es un buen ejemplo, pues se ponen en valor muy pocos aspectos, sin profundizar. Por ejemplo, la fruta es evaluada solo por unos cuantos aspectos concretos (color, tamaño, uniformidad, brillo…) y se olvidan aspectos que son muy importantes (uso de pesticidas, herbicidas, abonos artificiales, trabajadores mal pagados…). Si valoramos la estética con profundidad, unas manzanas irregulares o con alguna mancha, pero de productores locales y ecológicos saldrán ganando a otras manzanas, pues “lo importante es entender que la belleza de las manzanas no depende solo de su aspecto, sino también de su historia”. Otro ejemplo son las frutas y verduras envueltas en plástico o en bandejas de porexpán: se venden demasiado a pesar de que sabemos los problemas del plástico y que, aunque se reciclen, reciclar no es suficiente.

Estética superficial: animales y personas como objetos

“Estilos estéticos superficiales reducen el objeto a un mero instrumento cuya utilidad consiste en adornar”. Algunos casos muy graves son las peceras y los pájaros enjaulados, donde los animales son reducidos a “meros adornos” (prestigiosos museos incluyen obras de arte con animales vivos encerrados). No parece influir en ello que sepamos que “los animales sienten placer y dolor” y que “todos los vertebrados, e incluso algunos invertebrados como los cefalópodos, son más inteligentes y emocionales de lo que la ciencia más mecanicista nos venía repitiendo desde los tiempos de Descartes”. Por tanto, “encerrar animales en espacios reducidos y condiciones artificiales, impedirles vivir sus vidas, robarles su libertad y separarlos de sus familias simplemente porque nos parecen bonitos implica reducir a los animales a un mero valor ornamental, y eso es precisamente lo contrario de una apreciación estética profunda”. “Los animales no son objetos: son historias, son redes de relaciones (…). Por eso las jaulas no solo encierran, sino que rompen vidas“. Así lo demuestra Braitman en un su libro “La elefanta que no sabía que era una elefanta“.

Hoy, a veces, la experiencia estética es algo simple y barato, un producto low-cost, aunque los animales paguen con su vida y su libertad y aunque el medioambiente se deteriore. Para Tafalla, “las experiencias estéticas profundas están mucho más allá de lo que ninguna empresa nos podrá vender jamás”.

Mención aparte merece lo femenino. Según Tafalla, la prensa tiende a centrarse en cómo las mujeres van vestidas o peinadas, más que en lo que hacen o dicen, independientemente de su cargo político o de si son artistas, científicas o empresarias. “Se recuerda diariamente a las mujeres que deben mostrarse jóvenes, delgadas, con piel lisa y perfecta, maquilladas”… y muchas de ellas “invierten gran cantidad de tiempo, dinero y preocupación en acercarse al ideal que se les prescribe en vez de dedicarse a cosas más interesantes”. Tafalla explica el caso de las farmacias, donde “los conceptos de salud y estética se mezclan de una forma peligrosa”. “Se dice a veces de nuestra sociedad que es muy estética, pero eso no es cierto en absoluto: lo que reina en nuestra civilización es la superficialidad”. La valoración estética debe hacerse con mayor profundidad y ello requiere al menos un pequeño esfuerzo.

Tenemos más de 5 sentidos: aceptar la pluralidad facilita superar el egoísmo

Descartes calificó a los animales como máquinas carentes de conciencia, incapaces incluso de sentir dolor. El error ha sido demostrado en multitud de ocasiones, especialmente con los hallazgos de Darwin, que nos situó a los humanos dentro de los animales, como uno más con características propias. Por otra parte, los sentidos de los humanos también se han clasificado en dos grupos, los ligados a actividades intelectuales (vista y oído) y los que no fueron aceptados para la estética (olfato, gusto y tacto), por representar los placeres corporales y acercarnos a los demás animales. Esos tres sentidos han sido minusvalorados con argumentos tales como que no puede crearse arte para ellos.

En el fondo, ese debate plantea cómo nos concebimos y cómo nos relacionamos con la naturaleza. El libro explica que esa dualidad en los sentidos, plantea también una dualidad con la naturaleza, que nos sitúa fuera de ella y amenazados por ella. Por tanto, tenemos que dominarla y explotarla. Si en vez de ello nos propusiéramos comprenderla, nuestra relación con la naturaleza sería “infinitamente más sencilla y fluida y a la vez más apasionante”.

El ecofeminismo ha sido muy explícito al comparar las distintas formas de dominio: la explotación de las mujeres, de la naturaleza y de los animales tienen muchas similitudes. La idea básica subyacente es que hay una jerarquía y que lo superior puede someter a lo inferior. Por tanto, la naturaleza existe para servir a nuestra especie, y “un caballo debe renunciar a su propia vida para convertirse en el sistema de transporte de un ser humano”, o bien, que una mujer debe renunciar a sus proyectos para servir a los de un hombre. “El problema es un orden metafísico jerárquico que justifica relaciones de poder y opresión”.

Decía Harari que “los monoteístas han tendido a ser mucho más fanáticos y misioneros que los politeístas”, porque los monoteístas ven una dualidad (o crees en su dios o no), mientras que los politeístas están más abiertos a creer en nuevos dioses. Para Tafalla, aceptar la pluralidad sensorial puede facilitar entender mejor la diversidad, en general, y respetar todo aquello que no es como nosotros: “no es el cuerpo lo que necesitamos superar, sino nuestro egoísmo”.

“Los científicos discuten cuántos sentidos tenemos y analizan cómo cada uno de ellos influye en los demás”. En pocos años, la relación de sentidos podría cambiar, pero lo que es seguro es que no hay solo cinco sentidos. Para empezar, el olfato puede dividirse en dos: olfato ortonasal (para oler los objetos fuera del cuerpo) y olfato retronasal (para oler la comida y bebida de la boca). El gusto se complementa con el sistema trigeminal con sensores repartidos por la cara (boca, nariz, ojos…) y que perciben sensaciones como lo picante o el frescor de la menta.

Otros sentidos sin duda importantes son el equilibrio (se encuentra en el oído y es útil para desplazarse), la propiocepción (que percibe la posición de nuestro cuerpo), la kinestesia (percibe el movimiento del cuerpo y podría ser el mismo sentido que la propiocepción), la interocepción (percibe el estado interno del cuerpo: digestión, hambre, sed, y otras necesidades fisiológicas), termocepción (sentir la temperatura), la nocicepción (sentir el dolor) y la cronocepción (sentir el paso del tiempo). Por supuesto, unos sentidos se complementan con otros para tener una comprensión más completa de la realidad. Pero a veces, unos sentidos confunden a otros. Por ejemplo, se ha demostrado que la música influye en el sabor en general y del vino en particular. También se ha demostrado que el color de una taza influye en el sabor de una bebida caliente, por ejemplo. ¿Es el sentido de la orientación otro sentido? ¿Y la empatía?

Los sentidos que están enfocados hacia nuestro propio cuerpo nos ayudan a disfrutar más de ciertas experiencias: sentir cómo nos mueven las olas, disfrutar de una caminata o de un tobogán… La interocepción nos permite sentir si un lugar nos estresa o nos tranquiliza. Por otra parte, se ha demostrado que el olfato tiene la capacidad de evocar recuerdos con gran viveza.

El olfato ha sido un sentido altamente despreciado. La autora es anósmica de nacimiento (sin sentido del olfato totalmente) y refleja su sorpresa al ver que los humanos que huelen no consideran importante el olfato, hasta que lo pierden. Entre el 15 y el 20% de la población tiene alguna pérdida olfativa (hiposmia) y entre el 2.5 y el 5% padece anosmia. Tafalla afirma: “Creo que la anosmia es el único problema de salud ante el cual la gente se permite hacer chistes desagradables sin ningún pudor”. Ella se sorprende de “la ambigüedad de las personas que disfrutan con los olores y al mismo tiempo te aseguran que no son necesarios”. “Todas las personas que he conocido que habían perdido el olfato de adultas estaban profundamente afectadas; su calidad de vida había disminuido y en algunos casos también su vitalidad y alegría”, llegando incluso a la depresión. “Al desaparecer el olfato, desaparecen a la vez un estímulo para comer, una buena guía para cocinar y el principal responsable del sabor de la comida”. No tener olfato es un gran problema para algunas profesiones, como las de la alimentación (cocinar, enología…), la perfumería, bomberos, trabajar con sustancias peligrosas…

Según Tafalla, “la anosmia empobrece la apreciación de la belleza y la fealdad”, además de ser un problema de salud. No poder oler un bosque, el mar, o algo en descomposición resta información y genera distinta valoración. El olfato influye en la cronocepción y sin olfato los entornos parecen más estables, porque el olfato percibe algunos cambios que otros sentidos no pueden. Pero cuando un sentido nos falla, haremos bien en centrarnos en todos los demás.

Apreciar la naturaleza

“Los elementos naturales no han sido creados por nosotros ni para nosotros”, dice Tafalla. A veces se usan palabras que esconden preocupantes realidades. Por ejemplo, el concepto de Antropoceno puede alimentar el narcisismo humano de especie superior, ocultando que el impacto sobre el planeta es muy perjudicial. También se usa la expresión sexta extinción, que recalca que hubo antes otras, pero la actual es la primera causada por el hombre y podría bien llamarse exterminio global o ecocidio, igual que el cambio climático debería llamarse catástrofe climática.

Se están descubriendo grandes cosas sobre las capacidades cognitivas de los animales, pero para Tafalla lo más sorprendente es que hayamos tardado tanto en hacer ese tipo de estudios. Lo cual resalta el antropocentrismo del ser humano. Nos cuesta retirarnos a los márgenes y asumir una actitud humilde permitiendo que la vida se desarrolle y que la diversidad se abra paso. Tenemos que “dejar de concebir la naturaleza como una fuente de recursos y redescubrirla como una red de vida” y “entender que ningún ecosistema ni ninguna especie existen para servirnos a nosotros, sino para sí mismos”. Esa actitud no implica la inactividad sino tener una actitud activa para compensar los daños que recibe la naturaleza: instalar pasos de fauna en carreteras, cajas nido, hoteles para bichos, limpiar montes, recuperar ríos, atender a animales salvajes heridos, favorecer la biodiversidad urbana, renunciar a insecticidas y herbicidas…

Resulta sorprendente que la estética de la naturaleza tenga una historia tan breve. Nació en el siglo XVIII, pero no fue hasta el siglo XX cuando Adorno y Hepburn le dieron el estatus de disciplina académica. Esto es importante porque ayuda a dar valor a la naturaleza. Si no educamos en conocer la naturaleza en su entorno, difícilmente se comprenderá la catástrofe ecológica ni se luchará para evitarla. Para apreciar un entorno no basta el aspecto visual (eso está en una simple foto), sino que hay que aprender a valorar otras cualidades sensoriales, a sentirse dentro del entorno, a olerlo y recorrerlo, entendiendo que la naturaleza no está ahí para nosotros, sino que es un lugar donde viven muchos organismos y que nosotros solo somos uno más. Si nos desconectamos de la naturaleza “nos convertimos en animales de granja”. El concepto de estética ecoanimal resalta la necesidad de prestar atención a los animales de esos entornos. Por ejemplo, los cetáceos no usan mucho la vista porque bajo el mar la luz no profundiza mucho y el oído para ellos es esencial. Se ha constatado que los focos de ruido (sónar de barcos, prospecciones…) les afectan, llegando incluso a provocar que queden varados en las playas. “Si seres inteligentes de otro planeta observaran el nuestro con el sentido del oído, no quedarían maravillados por nuestra poesía y nuestra música, sino ensordecidos por nuestra contaminación acústica“. Tantos tipos de contaminación es lo que lleva a Tafalla a concluir que “estamos arrasando el paraíso”.

“La publicidad emplea sistemáticamente paisajes naturales como decorados y animales como ornamentos para vender cualquier tipo de producto”. Por ejemplo, “tal estética superficial es uno de los factores responsables del tremendo daño que causa el turismo masivo” que, tantas veces acaba “dañando la misma naturaleza cuya imagen idílica se ofrecía como reclamo”. Tallafa se pregunta ¿qué turista mirará detrás del decorado para ver si el viaje o la estancia daña la biosfera?

Por supuesto, el lenguaje humano es más rico que el de los animales pero nuestras conversaciones son demasiadas veces absurdas: la vulgaridad y la banalidad son frecuentes y para ello basta ver la televisión, YouTube o las redes sociales. Ciertamente, muchas de nuestras conversaciones son para expresar afecto o compañía, y lo de menos es el tema del que se hable. Ante esos casos, Tafalla se pregunta ¿qué cambiaría si sustituyéramos esas charlas por sonidos como los animales?

A grandes rasgos, la gente suele estar orgullosa de lo que la humanidad ha hecho gracias a la “inteligencia”. Se dice que somos violentos, generamos guerras y cometemos genocidios, pero que nos salvamos por gente como Shakespeare, Cervantes, Miguel Ángel, Mozart o Beethoven. “No importa cuánto daño causemos, seguimos enamorados de nosotros mismos”. Para Tafalla hay tres razones por las que podemos cuestionar la capacidad artística o estética del ser humano en general:

  1. Primero, la naturaleza es arrasada, y eso demuestra que solo apreciamos lo que nosotros creamos, o bien, que no valoramos la naturaleza.
  2. En segundo lugar, el ser humano también destruye su propio arte cuando no encaja con sus gustos o cuando el arte critica a los poderosos.
  3. Por último, buena parte del arte, al igual que la filosofía o la ciencia, “ha servido para legitimar una civilización radicalmente injusta”. En todas las épocas ha habido gente que ha luchado contra las injusticias de todo tipo (esclavitud, racismo, machismo, homofobia, especismo…), pero sus obras no tuvieron la misma repercusión que las obras de los más sumisos. “Un caso paradigmático es la manera como el mundo del arte ha vetado tradicionalmente la creación artística realizada por mujeres” o por artistas de culturas no occidentales. Para Tafalla, es necesario y urgente “dejar de mirarnos tanto el ombligo de nuestras creaciones” y “practicar la humildad”. “Apreciar la belleza natural exige precisamente renunciar a dominar y poseer”. Por eso, la caza es un acto principalmente destructivo, acaba con el placer de observar el animal, se roba una vida y se reduce “la riqueza estética de ese animal” y, de hecho, de todo el planeta.

Cuando se denuncian los desastres ambientales, la gente percibe que las soluciones empeorarían su calidad de vida (dejar de viajar en avión, comer menos carne u otras soluciones que proponen científicos y ecologistas). “No se trata de ser más infelices, sino de redefinir la felicidad”. La filósofa Carmen Velayos cree que sería más motivador hacer discursos más positivos que propongan estilos de vida y de felicidad alternativas a los dominantes.

Apreciar a los demás animales

No cabe duda de que los animales han fascinado a la humanidad desde siempre. Sin embargo, Tafalla opina que “dada la superficialidad que impregna la civilización en la que vivimos, su apreciación suele ser bastante banal”. Y ella justifica su afirmación porque “no se los aprecia como aquello que son, sino como aquello que nuestra civilización desearía que fueran”, y normalmente desearían que fueran menos complejos. O sea, se simplifica a los animales y se ignoran sus capacidades cognitivas, emocionales, comunicativas, así cómo la de sentir dolor y placer, y tener memoria y deseos. En síntesis, la humanidad hace sufrir a los animales para “ser obligados a entregarnos su cuerpo, su tiempo y sus energías para servir a nuestros fines”.

Los animales son “reducidos a un valor instrumental”, como comida, como diversión, como medio de transporte, como cosas para hacer experimentos… y como “instrumentalización estética”. Por ejemplo, se encarcela a los animales porque son bonitos. Es el caso de peces en los acuarios, de pájaros enjaulados o de animales en los zoológicos. Todo eso genera también comercio ilegal de especies y se les mata para convertir a los animales, o parte de ellos, en meros adornos (cabezas de ciervo disecadas para colgarlas en la pared, manos de gorilas como ceniceros…). Aquí también entran las colecciones de mariposas u otros insectos, los abrigos de piel y los zapatos de cuero. También se abusa de la imagen simplificada de los animales, “representaciones insustanciales, que no hacen más que justificar la opresión”. Otro ejemplo: “Los toreros llevan siglos matando toros, pero son incapaces de ver al toro como lo que realmente es”.

El caballo aparece en multitud de representaciones artísticas usado exclusivamente como pedestal de un humano, como seres doblegados a hacer lo que quiera el amo. Sin duda, “ese tipo de arte contribuye a normalizar su uso, como si cargar con humanos y sus mercancías fuera la razón de ser de esta especie”. Los caballos están en sus establos encerrados, hasta que el humano los necesita para su propio beneficio. ¿No deberíamos eliminar ya la equitación como deporte, olímpico o no?

A los humanos les gustan tanto los animales que les hacen daño. Como también decía Laurel Braitman, zoos, acuarios, circos, laboratorios y granjas son cárceles que enloquecen a los animales. Según Tafalla, “mutilan la identidad de los animales para convertirlos en objetos de exhibición”. Los zoos dicen que su tarea es la conservación pero es falso, porque “la única manera de conservar realmente a las especies es conservarlas en sus ecosistemas; y por ello los zoos no pueden cumplir una función real en la conservación”. En los zoos los animales no muestran su conducta natural, y una jaula o una zona enrejada no puede educar en el valor de la libertad. Tafalla se asombra de que la gente esté dispuesta a pagar su entrada del zoo, pero luego se quejan cuando hay fauna salvaje cerca de su casa, aunque no suponga ningún peligro.

“La misma especie humana que inunda los mares de plástico” y contaminación, se queja a menudo de que las deposiciones de los pájaros sobre el asfalto ensucian. La naturaleza no ensucia cuando el hombre no la agrede. “El problema es asfaltar. Eso no significa que debamos renunciar al asfalto (…). Pero sí significa que debemos tener en cuenta los pros y contras de emplearlo”. Otro ejemplo: tenemos que diseñar nuestras carreteras sabiendo los flujos de fauna y poniendo puentes para fauna para que las carreteras no corten el paso de los animales y se eviten así accidentes. Tafalla añade que “ni siquiera nos detenemos a averiguar el daño que provocamos” (véanse aquí unos datos muy preocupantes). Se culpa a los animales de esos accidentes cuando ellos son las víctimas que más sufren.

Otro caso son los ríos, que se encauzan con hormigón, cortando su acceso a otros animales y eliminando hábitats de gran biodiversidad. Aún hay mucha gente que piensa erróneamente que el agua de los ríos se tira al mar. Los ríos, como los animales, no nos pertenecen a nosotros, sino que “son la fuente de vida de la que dependen todos los habitantes de cada ecosistema”.

A veces, se acusa a la fauna salvaje de ser demasiado numerosa (demasiadas palomas, demasiados jabalíes que se meten en las ciudades…), pero la auténtica realidad es que hay “demasiados humanos” que hemos cazado en exceso a los depredadores naturales. Una de las cosas más sensatas que podemos hacer por el bien del planeta es reducir el número de humanos (lo dice la ciencia). “El arma fundamental para lograr reducir nuestra superpoblación sería, sencillamente, que todas las niñas y mujeres del planeta tuvieran acceso a una educación pública y gratuita de calidad”. Esa es la base del “ecofeminismo“.

Tafalla nos revela las contradicciones de nuestra sociedad. Nos gustan los delfines pero los encerramos en acuarios sin interesarnos en que “la existencia de un delfín en cautividad es absolutamente miserable”. También “resulta paradójico que tanta gente salga al campo a ver fauna y que al mismo tiempo se niegue a mirar a esos millones de animales maltratados que buscan desesperadamente nuestra respuesta”.

La sociedad favorece la explotación animal

Existen multitud de estudios científicos sobre los animales de granja: cómo engordarlos, qué hacer para disminuir costes en su penosa vida, etc. En cambio, hay muy pocos estudios sobre su inteligencia, sus emociones, su memoria o sus relaciones sociales. Conocer estos últimos aspectos de los animales “va contra los intereses de la industria”. “Lo que persiguen la mayoría de los estudios no es conocer a los cerdos por sí mismos, sino saber cómo explotarlos de la manera más eficaz”. Tafalla sugiere que en los estudios universitarios se incluya formación en ética filosófica.

Los seres humanos emplean la selección artificial para convertir a los animales en máquinas que satisfagan sus deseos (pollos que crezcan más rápido aunque se les partan las patas o vacas que produzcan más leche aunque sufran dolores). Lo mismo se aplica a las razas de perros, seleccionados durante miles de años para ser dóciles y dependientes, lo cual los hace muy vulnerables y, a veces, enfermizos (ciertas razas padecen enfermedades concretas por culpa de haber propiciado ciertos caracteres propios de esa raza). Los perros son animales sin libertad: tienen que adaptarse a nuestra comida, horarios y costumbres, teniendo que controlar hasta la orina y la caca para adaptarse a los deseos del “dueño”.

Tafalla se revela contra la creencia popular de que nuestra sociedad ama a los perros. Es cierto que no los maltrata sistemáticamente como a cerdos, pollos, toros o vacas, pero si nuestra sociedad amara a los perros no habría tantas perreras y refugios llenos de perros maltratados y abandonados. La diferencia con los demás animales domésticos, es que los perros tienen el rol de acompañarnos, de darnos afecto y de ayudarnos. Y para ello tienen que renunciar a sus propias familias biológicas, a pesar de ser animales sociales. Los criadores de perros tienen hembras dedicadas a parir una camada tras otra y les impiden cuidar y mimar a sus cachorros. “La mayoría de perros no pueden crecer con sus padres y hermanos”.

Tafalla se muestra partidaria de la esterilización de perros, ante el problema del abandono masivo de animales, pero “si tenemos que esterilizar a los perros es porque la forma de vida que les hemos impuesto es irracional”. Es evidente que la relación con los perros es asimétrica: “los perros nos dan mucho más de lo que les damos a ellos”, pues son animales subyugados y sin libertad. Si a nuestra sociedad le gustan los perros es porque “nos convierten en el centro de sus vidas. Son fieles incluso si los tratamos mal”. Algo similar puede decirse de otras especies, como los caballos: admirados por su belleza, pero relegados a ser tratados como esclavos. “La mayoría de caballos no pueden formar sus propias familias, criar a sus hijos a su modo, verlos crecer y hacerse adultos”.

La autora examina también la aberración de la caza por cuanto acaba con una vida e impide que se pueda seguir admirando en libertad: “Cazar es la renuncia al diálogo para imponer el monólogo”.

Por otra parte, nuestra sociedad es muy reacia a reconocer las capacidades estéticas de los animales, aunque las ballenas jorobadas o yubartas cantan bellas melodías con gran complejidad y variabilidad. También encontramos pájaros cantores, tejedores, bailarines o alfareros que crean arte o artesanía que otros miembros de su especie son capaces de apreciar.

Los humanos que representan animales en su arte suelen hacerlo de forma simplificada, ignorando su complejidad intrínseca. Marta Tafalla resalta el trabajo de algunos artistas por su labor de denuncia contra el maltrato animal: El Roto, Paco Catalán, Ruth Montiel Arias, Verónica Perales… En particular, esta última y otros artistas han denunciado el abuso de la imagen de los animales como marcas de empresas u otras instituciones, mientras los animales reales se extinguen. La denuncia resalta que no hay interés real en los animales, sino en la simplificación que nos gustaría que fueran.

Por otra parte, en el cine se usan animales salvajes que son amaestrados y obligados a actuar, lo cual es una forma de maltrato. El colmo es cuando se hace para una película que pretende denunciar el maltrato animal. El libro estudia varios casos negativos y positivos. Entre estos últimos destacan El faro de las orcas, que usa grabaciones de orcas salvajes, o bien, orcas virtuales, y White God, una película en la que se usan muchos perros procedentes de centros de acogida a los que se les buscó adopción tras el rodaje.

La conclusión es muy evidente: “esta civilización se sostiene sobre el sufrimiento sistemático de millones de animales” y “la ganadería es una de las principales causas del exterminio global de vida salvaje, además de ser altamente contaminante y una de las causas fundamentales de la catástrofe climática”. No basta con tratar mejor a los animales, sino que lo urgente es dejar de dominarlos, “reducir nuestra población, decrecer, dejar de ocupar tanto espacio y de malgastar tantos recursos“.

Land art respetando la naturaleza

Land art es un tipo de arte con obras que se crean en medio de un entorno natural con el objetivo de llevar el arte a la naturaleza. Son obras que no pueden ser mercantilizadas. Se crean en bosques o desiertos y luego se abandonan para que la naturaleza las haga suyas. Eso no significa que los artistas sean respetuosos con la naturaleza, pues hay artistas que siguen viendo a la naturaleza como algo que está a su disposición para su arte. En cambio, hay algunas obras humildes y austeras en las que está, para Tafalla, “el germen de una actitud que no concibe a la naturaleza como un instrumento estético, sino que invita a contemplarla por sí misma”.

Sun Tunnels de Nancy Holt, Land Art en el desierto de UtahLa autora enumera y explica unas cuantas obras artísticas que invitan a apreciar la naturaleza de manera profunda y que actúan como miradores multisensoriales. Algunas de estas obras son Sun Tunnels de Nancy Holt, o la serie Silueta de Ana Mendieta.

Richard Long. A line made by walking England 1967Mención especial merece el arte efímero de Richard Long. Sus obras de arte consisten simplemente en caminar y en las huellas que deja por los lugares que recorre. Son obras que se integran tan bien en el entorno que puede costar distinguirlas. No causan daño a la naturaleza sino que invitan a observarla. No le gusta revelar el lugar exacto para no convertirlas en atracciones turísticas. “Long nos invita a situarnos en los límites del cuerpo y hallar nuestra velocidad en la rapidez de nuestros pasos”.

La obra artística de bajo impacto ambiental de Hamish FultonPor su parte, Hamish Fulton es un artista aún más radical, más ecologista y con una actitud más reverencial hacia la naturaleza. Fulton no crea ninguna obra en los entornos que recorre. Su obras son fotografías del camino o pinturas murales simples que evocan sus viajes. A veces, se acompañan de textos breves que imaginamos que tienen más poder evocador sobre el artista que sobre el observador. Invitamos al lector a pasearse por la cuenta de Instagram de Blogsostenible, donde muchas fotos siguen el estilo de Fulton. Este artista también ha fotografiado perros atropellados como medio de denuncia de la ingente cantidad de animales que mueren sin sentido por culpa del ser humano. La contradicción de Fulton estriba en que para realizar sus caminatas en lugares remotos se desplaza en avión y él mismo ha reconocido lo contaminante que es este medio.

Jardines humanos y divinos

Un jardín es un trozo de naturaleza que consideramos más seguro. Nos convertimos en cuidadores de las plantas, a cambio de belleza, comida, plantas medicinales… Un jardín no es un cultivo industrial ni es para poner la naturaleza a nuestro servicio exclusivamente. Por eso un exceso de rigidez no es recomendable. La espontaneidad de la naturaleza también debe ser aceptada porque, además, eso es fuente de profundas experiencias estéticas. Por ejemplo, no deberíamos aislar los jardines del resto del entorno, pues la fragmentación es uno de los grandes problemas que causamos a la naturaleza. Por eso, Tafalla recomienda dejar huecos en los muros de los jardines, para que los animales puedan atravesarlos y visitarnos. Los jardines deben ser lugares accesibles para todas las personas y también para la fauna libre. Hay ideas básicas para hacer nuestros parques y jardines más ecológicos. Por otra parte, Tafalla ensalza los jardines y huertos comunitarios por su contribución al diálogo entre vecinos y a crear lazos de ayuda mutua, como se está demostrando cada vez en más ciudades.

En la Biblia se habla del Jardín del Edén, el cual puede tener múltiples interpretaciones, pero Tafalla comenta dos de ellas muy curiosas. Por una parte, ese jardín puede ser una evocación de la naturaleza salvaje como nuestro verdadero hogar. Lo que nos expulsó de esa naturaleza fue haber comenzado a dominarla con la agricultura y la ganadería. Algo similar opina Harari cuando dice que la agricultura supuso el mayor fraude de la Historia. Por otra parte, el Jardín del Edén podría ser un intento de explicar los orígenes de la violencia natural. Cuando Dios crea a Adán y Eva, les ofrece como alimentos hierbas y frutos, pero no animales. El Génesis dice que todos los animales tendrán por comida los vegetales que la tierra produce (Gen. 1, 28-31). Este mito parece indicar que todas las criaturas convivían pacíficamente hasta que el humano pecó. El profeta Isaías describe un futuro idílico donde la justicia y la paz gobernarán para los humanos y para toda la naturaleza (Isaías 11, 1-9). Todo esto nos recuerda las dos interpretaciones de otro jardín, El Jardín de las Delicias de El Bosco.

En todo caso, la Biblia no muestra respeto por la naturaleza, ni en el antiguo ni en el nuevo testamento (por ejemplo, se ensalza el sacrificio de animales para adorar a Dios, en el diluvio universal Dios mató a millones de animales inocentes por culpa del pecado del hombre, Jesús secó una higuera y ahogó a unos cerdos al introducir el demonio en ellos…). Finalmente, Tafalla resalta que en el cielo cristiano habrá poca biodiversidad pues solo estarán Dios, los ángeles y algunos humanos. Por eso, el relato bíblico puede servir perfectamente de justificación para la extinción de especies, ya que ellas no estarán en el cielo (aunque la visión de El Bosco podría ser diferente). Tafalla sentencia que “la promesa del cielo cristiano es una de las ideas que más daño han hecho en la historia de la humanidad”. Ese cielo sería como un monocultivo de la moderna agricultura intensiva: eficaz pero muy destructivo. Tafalla añade que, por fortuna, “hay cristianismos marginales y contestatarios que buscan reencuentros con el mundo natural”. La encíclica Laudato Si del Papa Francisco es un paso en esa dirección.

Tafalla también reflexiona sobre las mal llamadas “malas hierbas” (plantas ruderales). Se llaman así porque estorban para algunos humanos y se las elimina con herbicidas, pero esas plantas seguramente habitaban ese terreno antes que los humanos, están bien adaptadas y mantienen complejas relaciones con otros seres vivos. Por eso y por mucho más, Tafalla concluye que “ninguna planta merece ser llamada «mala hierba» (…). Si la dejamos crecer, descubriremos que la mayoría de esas plantas son tan interesantes como preciosas”, además de aportar ventajas a la fauna local. Ante tantas agresiones ambientales, Tafalla opina que una buena compensación sería favorecer los jardines de plantas autóctonas y empezar a ver las plantas con otros ojos. Por ejemplo, no viendo las hojas como basura. Quitar las hojas del suelo “priva a los árboles de su alimento, interrumpe los ciclos naturales y supone un gasto absurdo de energía”.

El libro aprovecha para criticar el negocio de los árboles de Navidad, que reduce seres vivos a meros adornos temporales, para luego tirarlos, lo cual “no es más que desprecio por la vida y la belleza”. Tafalla se pregunta: “¿No sería más razonable adornar como árbol de Navidad una planta que podamos cuidar?”.

Para el cuidado de los jardines se propone no usar pesticidas porque “lo que llamamos «plagas» son el resultado de los desequilibrios que nosotros mismos provocamos”. También propone renunciar al uso de aparatos a motor (por el ruido y por el gasto energético). Este libro es también una protesta del maltrato a los árboles en las ciudades (podas excesivas, mala elección de especies…). Para Marta Tafalla la belleza de los árboles está en todos sus matices, hasta cuando sus raíces rompen el asfalto, pero concluye que “protestar es más fácil que observar, aprender y apreciar”.

La ética y la estética de la comida

Al final del libro, la autora detalla cómo la percepción del sabor está influida por multitud de factores (colores de la comida y de los recipientes, olores, música, entorno… y también el gusto) y sugiere que hubiera sido imposible la creación de tantas tradiciones culinarias si no tuviéramos el sentido del olfato.

Pero para apreciar la comida de forma profunda hay que valorar aspectos que nuestra sociedad suele pasar por alto, desde el empaquetado hasta la publicidad o el origen y los procesos de los ingredientes. Con respecto al empaquetado, debemos resaltar el problema de los plásticos de usar y tirar o del tetrabrik (envase que no se recicla realmente), además de cómo los colores y los mensajes ocultan lo que hay en su interior. “¿Para qué van a invertir las empresas en producir alimentos de mayor calidad si basta con mejorar el aspecto del paquete?”.

La publicidad siempre muestra fiesta, juventud, salud… pero los alimentos y bebidas a veces suponen todo lo contrario y eso, la publicidad lo esconde. “De la misma manera en que el final de una novela no se entiende sin haber leído la novela completa, tampoco se entiende esa sopa sin conocer su historia. Una experiencia estética profunda exige conocimiento y necesitamos saber cómo se ha elaborado ese alimento que nos estamos llevando a la boca”. Como hemos resaltado en este blog, es muy importante conocer el origen y destino de todo lo que usamos (tanto de los productos como de sus envases).

“La mayoría de los alimentos precocinados llevan colorantes y aromas artificiales”, por no hablar de los excesivos transportes, que contaminan el planeta “para que podamos consumir frutas fuera de temporada”.

Vivimos en una sociedad en la que las empresas engañan a los consumidores y en la que estos últimos se dejan engañar con facilidad. Un ejemplo es el salmón de piscifactoría que debido a su alimentación artificial no posee el color salmón característico. En cambio, cada piscifactoría decide el tono exacto que desea añadiendo colorantes a la alimentación de los animales. Los clientes valoran el producto por el color, pero jamás preguntan por las condiciones en las que han vivido los peces o si hay antibióticos en los músculos. ¿Deja la gente de comprar salmón cuando se enteran que están comiendo antibióticos y colorantes en animales maltratados?

“Comer animales puede generar experiencias estéticas positivas tan solo si nos mantenemos a un nivel superficial”, porque “si las personas ven cómo son criados los animales, si observan su día a día, si averiguan cómo son maltratados (…) se les despertarán dudas que les pueden conducir finalmente a asumir una dieta vegana“. Las empresas cárnicas temen eso tanto que esconden todo lo posible las condiciones reales en las que viven los animales, para tranquilizar la conciencia del ingenuo comprador que, además, suele estar deseando ser engañado en este aspecto. “El cinismo de esos empresarios encaja a la perfección con la superficialidad de un público deseoso de que le eviten plantearse problemas”.

Tras investigar el problema con profundidad, Tafalla llega a una conclusión muy clara: “No es posible comer animales sin que haya dolor”. Esta investigadora se extraña de que haya gente que convive con su perro, que lo reconoce como un sujeto individual, pero en cambio, se comen otros mamíferos “que sufren igual que sufriría su perro”. Además, “aves y peces no son tan distintos” y hasta se sabe que los pulpos o las langostas sufren. De hecho, hay países que han prohibido hacer sufrir a las langostas. La producción de lácteos y de huevos también conlleva sufrimiento (incluso aunque sean productos ecológicos). Con respecto a los lácteos, el libro comenta el caso de una pareja que intentó crear una granja de vacas de producción ecológica, hasta que descubrió que “es imposible producir leche sin dolor”.

“Reducir un animal a sabor es un caso clarísimo de estética superficial y trivial”. Pero no es solo el sufrimiento lo único preocupante de comer carne: “Una dieta basada en productos animales es ecológicamente mucho más costosa, porque requiere más tierra, más agua y más energía, que una dieta vegana”. Por tanto, comer menos carne beneficia a los animales, al planeta y a todos los seres humanos, pero el camino hacia una alimentación vegetariana o vegana es un viaje personal y, ante cualquier problema es posible que haya algo que no estemos haciendo bien y lo recomendable es consultar con un nutricionista.

“Tenemos el deber moral de intentar reducir al mínimo el daño que causamos”, por lo que aunque se decida no ser vegetariano, “lo que resulta fundamental es alejarse por completo de la producción industrial, que es extremadamente cruel con los animales y devastadora para la naturaleza”. También ayuda el cultivar algunos de nuestros alimentos, lo cual es muy sencillo y forma parte de las cinco cosas muy sencillas que están mejorando mucho el mundo.

Concluyendo

Libro Filosofía ante la crisis ecológica, de Marta Tafalla (reseña)“La apreciación estética de la naturaleza se basa en admirar aquello que nosotros no somos ni tampoco podemos crear”. Esta estética ecoanimal “es un antídoto eficaz contra el antropocentrismo, contra nuestra creencia de que somos superiores y nuestros peligrosos proyectos de dominio”.

Tafalla se pregunta si podríamos reunir en un programa de estudios lo necesario para “comprender la naturaleza y los animales y aprender a convivir con ellos”. Harían falta unir ciencias y “humanidades” pero, a estas últimas sugiere cambiarles el nombre para que no sean tan antropocéntricas. Los problemas ambientales a los que nos enfrentamos requieren un cambio de rumbo urgente. “La estética ecoanimal puede ayudarnos en ese proceso, porque, al enseñarnos a apreciar la naturaleza y los animales, nos revelará la gravedad del ecocidio.

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Libro Siempre en pie, o cómo el estoicismo te hará feliz, de Pepe García @ElEstoicoEsp

Por: Pepe Galindo

Ser felices incluye saber afrontar nuestros proyectos, gestionar la incertidumbre, aceptar los fracasos… y, en definitiva, «vivir una vida que merezca la pena ser vivida». Este libro (Plataforma Editorial, 2022) es una gran ayuda para este propósito. Su lectura, agradable y fluida, nos convence y nos anima a ser mejores personas y aumentar la felicidad. Pepe García dice ser un «entrenador de estoicismo». ¿Quieres entrenarte? Como dijo Crisipo (otro estoico): la filosofía es una cura para el alma.

Por supuesto, hay otras filosofías útiles. Entre las antiguas, podemos encontrar el epicureísmo que busca el placer y elude el dolor, pero no a cualquier precio. De hecho, dado que no siempre esa es una buena estrategia, se recomienda «entrenarse en cómo superar el dolor». Más modernamente, hay terapias psicológicas basadas en el estoicismo, como la cognitivo-conductual o la racional emotivo-conductual.

Resumiendo, el estoicismo nos ayuda a ser mejores personas, a vivir mejor y a encajar los golpes de la vida, los cuales son inevitables. Los contratiempos, que no están bajo nuestro control, es mejor afrontarlos con serenidad, en vez de con enfado. Epicteto decía: «no son las cosas lo que nos perturba, sino los juicios que hacemos sobre esas cosas». Por supuesto, hay ocasiones en las que podemos decidir cómo actuar. En este caso, el estoicismo nos pide que nuestra intención sea virtuosa. Así, aunque el resultado no sea bueno, podemos estar tranquilos y satisfechos. Por eso, este filósofo mantenía que solo las cosas que dependen de nosotros pueden ser buenas o malas. El resto lo califica como indiferente (incluyendo la salud, la reputación, la fama, el dinero…). Puedes preferir una cosa a otra (la riqueza a la pobreza), pero no ligar tu felicidad a conseguirlo. El sabio estoico —sea rico o pobre— sabe vivir con austeridad y tiene presente que lo importante es no apegarse a lo material.

Como también proclamaba la filosofía india del karma yoga, debemos obrar para hacer del mundo un lugar mejor, pero sin esperar algo a cambio por comportarnos bien. Actuar con virtud es un fin en sí mismo. Marco Aurelio escribió: «Cuando hayas hecho un favor y otro lo haya recibido, ¿qué tercera cosa andas todavía buscando, como los necios?».

El autor explica muy bien la diferencia entre ataraxia y apatheia. Lo primero es algo parecido al nirvana o samâdhî del budismo y del hinduismo, un estado de serenidad, calma e imperturbabilidad, pase lo que pase a nuestro alrededor. Por su parte, apatheia significa estar libres de emociones negativas.

Al final de este artículo enumeramos 20 ideas clave
del estoicismo que aquí se explican.

El libro nos resume las vidas de tres estoicos famosos: Séneca, el cordobés millonario que predicó el desapego por encima del tener o no riquezas;  Epicteto, el esclavo liberado en su vejez que montó una academia de filosofía; y Marco Aurelio, «uno de los mejores líderes de toda la historia», famoso por sus Meditaciones. Puedes leer reflexiones de estos y de otros sabios en Mis citas preferidas.

Las cuatro virtudes estoicas

Pepe García nos explica de forma sencilla las virtudes estoicas que aquí resumimos:

  1. Sabiduría práctica. Consiste en distinguir lo que debemos hacer de lo que no y, sobre todo, en realizar lo primero. Esta es la virtud más importante y propone analizar nuestras situaciones personales, escribiendo lo que serían buenas y malas decisiones en cada una de ellas y cómo mejorar. Con ese ejercicio tomaremos conciencia de si avanzamos o no.
  2. Justicia. Se trata de pensar cómo cada acción afecta a los demás. Hoy, podríamos extenderlo a todo lo demás, incluyendo los animales y el medioambiente.
  3. Templanza. Es moderación en nuestros impulsos y placeres, así como disciplina para hacer lo que sabemos que debemos hacer. El mecanismo es «prestar atención» a lo que estamos viviendo en cada momento, ser conscientes de nuestros sentimientos e impulsos y, controlarlos. Epicteto nos propone el ejercicio de pensar cómo nos sentiremos después de tomar una buena decisión: pensar en el orgullo con uno mismo cuando hemos sido capaces de vencer una tentación, de haber sido capaz de rechazar algo negativo. ¿Cuándo nos hemos arrepentido de comer sano o de hacer algo que debíamos hacer?
  4. Coraje, valor, resistencia a lo incómodo. Esto nos permite superar las adversidades (resiliencia) y hacer lo correcto aunque los demás hagan otra cosa. Un ejercicio es empezar por cosas pequeñas. Ser valiente no consiste en no tener miedo, sino en controlarlo y vencerlo con acciones.

Una técnica estoica consiste en elaborar un manual (enquiridión) de máximas, frases breves, que nos permitan afrontar las adversidades recordando cómo actuar. Repitiendo y memorizando frases podemos cambiar nuestra forma de pensar y proceder. Esto ayuda a superar las creencias o enseñanzas erróneas. Te sugerimos que eches un vistazo a nuestra colección de citas donde, sin duda, encontrarás algo interesante.

Para los estoicos, «todo lo que ocurre es neutral» (ni bueno ni malo) y es nuestra interpretación —lo que nos decimos a nosotros mismos— lo que marca la diferencia. Para aprender a tomarnos bien la vida, Pepe García recomienda planificar momentos deliberados de quietud, para escuchar nuestra mente. En silencio y soledad, escucharemos todo el ruido que generamos nosotros mismos. Aunque es algo parecido, no se trata de una meditación al estilo oriental. Posteriormente, en cada situación que valoremos negativa debemos recordar las máximas, cambiar nuestra forma de pensar y afrontar los hechos como una oportunidad para entrenar nuestra paciencia y para aprender a ser mejores.

Autoevaluación y dicotomía del control

Los estoicos dedican tiempo cada día «a reflexionar sobre sus acciones». El famoso médico Galeno recomendaba, con Marco Aurelio, prepararnos mentalmente cada mañana sobre cómo serán nuestras acciones. Imaginar cómo queremos que sea nuestro día y anticiparnos a las adversidades que podamos prever es muy inteligente. Séneca recomendaba también reflexionar al final del día para evaluar nuestros aciertos y errores. Por otra parte, podemos copiar al emperador, el cual tenía un diario personal en el que apuntaba para sí mismo sus reflexiones.

García aclara: «El propósito de este ejercicio no es machacarnos ante cada error ni tampoco presumir demasiado por lo que hemos hecho bien. La finalidad, en cambio, es mejorar, estar cada día un paso más cerca del tipo de persona que queremos ser». Un ejercicio matutino que puede usarse para planificar el día es elaborar una lista con las cosas que queremos conseguir ese día, siendo realistas y sin excedernos, al menos al principio.

«Nuestra energía es limitada, y la mejor forma de administrarla no es poniendo atención en las cosas que no dependen de nosotros». Por eso, Epicteto recomendaba examinar las preocupaciones y centrarnos en lo que depende de nosotros. Pepe García nos advierte: si ponemos nuestra energía y nuestro foco en las cosas que no dependen de nosotros, estaremos garantizando nuestra falta de tranquilidad. Se llama dicotomía del control a centrarnos en diferenciar esto.

Memento mori (recuerda que morirás)

Séneca animaba a no tener miedo de la muerte. El estoicismo cree que tener presente la muerte puede ser la mejor forma de vivir una vida feliz (eudaimónica). El libro plantea varios ejercicios interesantes, como imaginar que hacemos algo por última vez.

No se trata de pensar en la muerte para angustiarnos, sino para valorar el estar vivos, para animarnos a cumplir nuestros sueños y para pensar en cómo queremos vivir y ser recordados. Otro interesante ejercicio es usar la muerte como consejera.

Atención, imaginación negativa y premeditatio malorum

«La vida ocurre en la mente. De hecho, cualquier pensamiento, idea, emoción y acción, ocurre en la mente». Por eso, si controlamos nuestra atención —nuestra mente— aumentaremos la calidad de vida. Esto es algo que sabían los estoicos (lo llamaban prosochê), pero también los místicos orientales (meditación) y los psicólogos actuales (que recomiendan hacer mindfulness). Cuesta entrenar la atención, porque los resultados no se ven de forma inmediata. Pepe García responde que meditar «sirve para entrenarnos en darnos cuenta de nuestros pensamientos y emociones». Además de meditar, cuando tengamos que hacer alguna tarea concreta, recomienda eliminar distracciones (p. ej. el teléfono) o contar las veces que nos distraemos. Epicteto tenía claro que prestando atención nada puede salir peor que estando distraídos.

No saber apreciar lo que tenemos es un problema generalizado. Además, también solemos caer en tener demasiados deseos que, cuando se satisfacen, dejamos de valorar y pasamos a desear otras cosas, una y otra vez (proceso llamado adaptación hedónica o avaricia, según en lo que nos centremos). Por último, también es frecuente tener miedo ante la incertidumbre del futuro.

El objetivo del budismo es detener los deseos. En cambio, el estoicismo pretende evitar que los deseos condicionen nuestra felicidad o integridad. Conseguir algo no depende exclusivamente de nosotros, pero actuar con virtud sí. Por eso, el estoicismo propone obrar bien, sin pretender algo a cambio (como el Karma yoga). «Si damos más importancia a lo que tenemos que a lo que deseamos, seremos más felices».

Una técnica es la imaginación negativa, que consiste en imaginar que perdemos algo que sintamos que es valioso. Esto nos hará sentir pensamientos incómodos de forma controlada, que nos harán valorar más lo que tenemos o nuestra situación actual. Por ejemplo, intenta vivir un tiempo como si fueras ciego, y verás el agradecimiento sincero al abrir los ojos.

El premeditatio malorum es un ejercicio similar. Recomendado por Séneca, consiste en imaginar que nos ocurre algo malo. El objetivo no es ser pesimistas y quejarnos, sino prepararnos mentalmente para futuras adversidades y superar nuestros miedos. Lo que nos parece un gravísimo problema, rara vez lo es realmente. Bien hecho, este ejercicio suele mostrarnos que tenemos bajo nuestro control mucho más de lo que pensamos y que, además, existen alternativas razonables ante ciertos problemas. Podemos pensar, sin duda, que ese mismo problema lo han tenido otras personas en el pasado y lo han superado sin dramatizar. Aparcar nuestro ego por un tiempo es sanador. Puede ayudar recordar algún problema del pasado y tomar conciencia de que lo superamos (una ruptura, un despido, una lesión o enfermedad, una pérdida importante, etc.).

El objetivo de estos últimos ejercicios no es ridiculizar nuestros problemas, sino evitar que nos paralicen y pasar de preocuparnos por ellos a ocuparnos de ellos. Además, tengamos en cuenta que las desgracias que más tememos rara vez ocurren. El filósofo y matemático René Descartes, ya mayor, escribió una carta en la que decía: «Mi vida estuvo llena de desgracias, muchas de las cuales jamás sucedieron».

Incomodidades voluntarias y ver los problemas como oportunidades

Este ejercicio es fundamental en el estoicismo. Se trata de privarnos voluntariamente de comodidades o lujos de los que disfrutamos o podríamos disfrutar. Ejemplos: quitarnos una comida, transportarnos andando o en bici, ducharnos con agua fría, no usar los ascensores, no usar el teléfono en varios días, dejar de comprar algo, etc. Esto «nos ayuda a comprender mejor que podemos prescindir de muchos privilegios a los que estamos acostumbrados». Otras ideas que propone el libro son: no gastar nada en varios días, hacer más ejercicio, caminar descalzo por la calle o vestir ropas ridículas, como hacía el político romano Catón el Joven para entrenarse en que le dieran igual las opiniones ajenas. Catón propiciaba burlas contra él para curtirse en ignorarlas. También fue muy desconcertante en su época, la defensa de Catón del bienestar de los pueblos conquistados. Una vez, se estaba celebrando la masacre que César había perpetrado contra una tribu gala, incluyendo mujeres y niños. Catón se levantó en el Senado para exigir que el general fuese juzgado como criminal de guerra. El estoicismo fue posiblemente la primera escuela en enseñar el respeto a todos los pueblos, una idea que después fue transmitida al cristianismo y su esencia.

En muchas ocasiones, en estos ejercicios lo que más cuesta es empezar. Superado ese trámite, hacer algo bien puede ser más fácil de lo que pensamos.

En la misma línea, los estoicos afrontaban sus problemas como una oportunidad para mejorarse: para cultivar su paciencia, para trabajar su resistencia… en definitiva, para ver las cosas de otra manera. Así, la gravedad de los problemas se diluye y nos preparamos para aguantar desgracias mayores.

Serenidad estoica

Repitamos: Epicteto decía que «no son las cosas lo que nos perturba, sino los juicios que hacemos sobre esas cosas». Por tanto, el estoico debe aprender a controlar los juicios que hacemos, a distinguir los hechos de las opiniones, a describir la realidad sin emitir juicios de valor. Las cosas no son buenas o malas, sino que depende de un montón de factores, muchos de ellos incontrolables por nosotros. Emitir valoraciones basándose en prejuicios, hacer suposiciones de cosas que no estamos seguros, solo contribuye a errores y a malgastar nuestra energía en cosas banales. Esto se parece al primero de los acuerdos que Miguel Ángel Ruiz Macías explicaba en su libro Los cuatro acuerdos (véase foto adjunta).

Ante sentimientos negativos, lo primero es detectarlos junto con los pensamientos inútiles que los acompañan y que no nos llevan a nada bueno. Notar los síntomas y ser conscientes es el primer paso para controlarlos. En segundo lugar, analizaremos por qué pensamos eso y si realmente exageramos o dramatizamos la gravedad de la situación. Retrasar la respuesta instintiva nos hace razonar y reaccionar mejor. Por último, debemos cambiar esos pensamientos por otros más objetivos y reales. En todo caso, es un proceso en el que podemos entrenarnos para mejorar día a día. Y si nos cuesta trabajo, el libro incluye ejercicios interesantes que podemos practicar.

Portada de La vida te enseña
Un libro con 101 relatos de la vida real aplicando la humildad y el estoicismo

En momentos de estrés o sentimientos negativos, Séneca nos recomienda respirar profundamente y pensar qué le diríamos a un amigo que estuviera en nuestra situación. También funciona hacer todo lentamente (movimientos lentos), hasta que la mente se calme.

Como dice Pepe García, «nuestro cerebro es presa de multitud de sesgos cognitivos y creencias». Por ejemplo, es muy típico suponer que alguien rico o elocuente es mejor persona. En cambio, es una suposición falsa. De ahí la importancia de «distanciar nuestras opiniones de los acontecimientos a los que se refieren», una técnica que la psicología moderna denomina «distanciamiento cognitivo».

En definitiva, el estoicismo invita a actuar correctamente, aunque nuestros intereses personales se vean perjudicados. No se trata de hacer lo correcto para quedar bien, sino porque es lo correcto. Para conseguirlo —sin caer en el perfeccionismo— Pepe nos propone el ejercicio de imaginar que un sabio nos está mirando cuando lo necesitemos. Este sabio puede ser alguien real o imaginado, y se puede usar para buscar consejo: «¿Qué haría él o ella si estuviera en esta situación?». También se puede pensar en genérico para ayudarnos a reflexionar: «¿Qué haría una persona calmada en esta situación?».

Por último, el libro nos da un consejo de parte de Marco Aurelio: cuando nos sintamos culpables por no haber hecho lo mejor, seamos benevolentes con nuestros errores puntuales y valoremos nuestra trayectoria general y nuestro compromiso por mejorar.

♥ Otras lecturas de interés:

  • A veces son las consecuencias las que generan las causas.
  • Marco Aurelio: pensamientos estoicos para el mundo de hoy.
  • Usar a los demás para mejorar[te/nos/los/lo].
  • Empatía hacia lo(s) demás.
  • Libros resumidos:
    1. Historia de la filosofía y de la ciencia, de Ludovico Geymonat.
    2. La vida te enseña, relatos para aprender de la vida.
    3. Filosofía ante la crisis ecológica, de Marta Tafalla.
    4. Filosofar entre rejas, de José Barrientos (ed.).
    5. Otros libros resumidos sobre ecologismo, animalismo, globalización, economía, psicología…
  • Enumeremos 20 ideas básicas del estoicismo:
    1. Epicteto decía: «no son las cosas lo que nos perturba, sino los juicios que hacemos sobre esas cosas».
    2. No hay nada bueno ni malo. Es nuestra interpretación lo que hace esa clasificación.
    3. No condicionar la felicidad a conseguir metas que no dependen de nosotros.
    4. El sabio estoico sabe vivir con austeridad y sin apegarse a lo material.
    5. Las cuatro virtudes estoicas: sabiduría práctica (distinguir lo que debemos hacer de lo que no), justicia (cada acción afecta a lo demás), templanza (moderación en nuestros impulsos y placeres) y coraje (resistencia a lo incómodo, superar las adversidades).
    6. Coleccionar frases útiles (enquiridión), como nuestras citas preferidas.
    7. Planificar momentos deliberados de quietud, en silencio y soledad. También es útil meditar.
    8. Afrontar los hechos negativos como una oportunidad para entrenar nuestra paciencia y para aprender a ser mejores.
    9. Reflexionar al principio y final de cada día. Por la mañana, prepararnos mentalmente e imaginar cómo queremos que sea nuestro día. Anticiparnos a las adversidades posibles, pensando cómo actuaremos si ocurren. Reflexionar al final del día para evaluar aciertos y errores.
    10. Dicotomía del control: pensar qué cosas dependen de nosotros y centrarnos en ellas.
    11. Memento mori.
    12. Controlar nuestra atención, nuestra mente (prosochê, meditación, mindfulness).
    13. Evitar la adaptación hedónica o avaricia.
    14. Que tus deseos no condicionen tu felicidad. Actuar para hacer del mundo un lugar mejor, sin esperar nada a cambio.
    15. Imaginación negativa, (suponer que perdemos algo valioso) y premeditatio malorum (imaginar que nos ocurre algo malo).
    16. No preocuparnos por los problemas, sino ocuparnos de ellos.
    17. Realizar incomodidades voluntarias.
    18. Ante sentimientos negativos: diferenciar hechos de opiniones, respirar y moverse despacio, pensar en qué le aconsejaríamos a un amigo.
    19. Ante una duda: imaginar lo que diría un sabio.
    20. Ante un error: seamos benevolentes con nuestros errores puntuales y valoremos nuestra trayectoria.
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Readmisión en Litera Meat y convocatoria antifascista

Por: Radio Topo

En el programa de hoy hablamos con Fernando, de CNT Huesca, con motivo de la campaña por la readmisión de un trabajador en Litera Meat, en binefar. En la segunda parte del programa, una compañera del colectivo Solidaridad Antifascista nos hablará de la convocatoria que han hecho en respuesta a la sentencia contra seis antifascistas […]

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Dorothy parker en la guerra civil española

Por: Radio Topo

En el programa de este domingo nos acercamos a la figura de Dorothy Parker, afamada libretista holywoodiense, reconocida escritora tras su fallecimiento y, quizá en una faceta menos conocida, activista antifascista en los años 30, una inquietud que le llevó a viajar a la España de la guerra civil, y a escribir algunos relatos sobre […]

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EL GANCHO Y LAS ARMAS, LA FALSA COOPERATIVA SERVICARNE Y EL XX SEMINARIO DE SOLIDARIDAD POLÍTICA

Por: Radio Topo

Hoy empezamos hablando con Eddy, presidente de la asociación de vecinos Lanuza-Casco Viejo, que nos explicará cómo la gestión privada del Centro de Música Las Armas y el recientemente remozado Mercado Central están afectando al barrio del Gancho. Seguiremos hablando con una trabajadora y con el asesor jurídico de CNT Valencia de la huelga de […]

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Libro “Viaje al centro de la mente” de D.J. Siegel (resumen) – Cómo la empatía y conexión con los demás seres influyen en tu salud y felicidad

Por: Pepe Galindo

Investigaciones recientes sobre la mente del neuropsiquiatra Daniel J. Siegel, en su libro Viaje al centro de la mente (2017), revelan que la mente es un término abstracto que incluye muchas cosas, desde la sensación de estar vivos, hasta la conexión con todo lo externo, junto con la conciencia, la manera en que somos conscientes y el procesamiento de información. La mente es tan poderosa que, para Siegel, “si queremos cambiar el curso del estado global del planeta deberemos transformar la mente humana”.

En este libro explora todas las características de la mente y ese camino lleva a descubrimientos asombrosos sobre lo que significa ser humano y sobre cómo vivir una vida sana y plena.

Empatía y presencia para mejorar la mente humana

Para Siegel, la mente no es solo actividad cerebral sino que en la mente influye todo el cuerpo y todas nuestras relaciones. Son muchas las cosas que desconocemos de la mente, pero sabemos que en ella hay energía e información que fluyen dentro de nosotros y entre nosotros. Este “entre nosotros” debe entenderse de una forma amplia, no solo entre individuos de nuestra especie sino “entre nosotros, los demás y el mundo”. A este complejo sistema debe unirse la interpretación subjetiva personal. Todo este cóctel influye en la salud mental y en el bienestar humano. Una de sus conclusiones es que “nos sentimos mejor, pensamos con más claridad y nuestro cuerpo funciona mejor cuando atendemos y respetamos la subjetividad” de los demás, es decir, cuando somos empáticos (intentando “sentir la vida interior” de los demás). Además, cuando nos sentimos respetados, las mentes se conectan y se producen efectos de crecimiento y curación. “Ser amables con los demás, respetar las diferencias y cultivar conexiones compasivas es vivir una vida integrada”.

Otra característica de una mente equilibrada es vivir plenamente en el presente, aceptar la realidad sin dejarse llevar por cómo nos gustaría que fueran las cosas y “aceptar que el ahora es todo lo que hay” (el pasado y el futuro no existen). Esto “exige que nos desprendamos de la necesidad de controlar” y que aceptemos las incertidumbres que siempre hay en la vida. Cuando no aceptamos algo, surge el conflicto o la enfermedad. Cuando sentimos que las cosas van mal es porque hay algo que no nos gusta. Siegel nos advierte de que “este conflicto entre lo que es y lo que esperamos que sea puede hacer que estar plenamente presentes nos resulte muy difícil”.

Einstein recomendó sentirnos conectados al Universo

En una carta publicada en un periódico en 1972, Einstein hablaba de que vivimos nuestras vidas como si estuviéramos separados del resto de seres, pero esto es una “alucinación óptica de la conciencia”, una prisión donde nos encerramos a nosotros mismos y de la que solo salimos, en palabras del propio Einstein, “ampliando nuestro círculo de compasión hasta abarcar a todos los seres vivos y a la totalidad de la naturaleza en su belleza”.

Lee también un resumen de este apasionante libro de Nazareth Castellanos: El puente donde habitan las mariposas.
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Para Siegel, este estado ilusorio de “separación” conlleva problemas tales como tratar la naturaleza como si fuera un vertedero. “Cuando abrimos nuestra mente con presencia experimentamos la naturaleza profundamente interconectada de nuestra vida. Sentimos que la Tierra forma parte de nosotros, que es un cuerpo mental extendido que forma parte de lo que somos tanto como el cuerpo físico en el que vivimos”. De esta forma, llegamos a donde han llegado muchas sabias tradiciones ancestrales (ascetas, filosofías orientales como el budismo, etc.): “cuando descendemos a la presencia experimentamos la profunda interdependencia e interconexión que hay entre todos en este mundo” (ver cita completa).

¿Implica lo anterior que las teorías de Darwin sobre la competencia son falsas? No, pero eso es solo una mínima parte de la verdad. La teoría de la evolución de Darwin dice que los seres vivos compiten entre sí provocando la supervivencia del más apto (que no del más fuerte). Sin embargo, la científica Margulis puso el foco en los procesos de cooperación que encontramos en la naturaleza y que son mucho más decisivos y más numerosos. En la naturaleza encontramos cooperación entre miembros de la misma especie y entre miembros de distintas especies (en simbiosis, por ejemplo), pero también a nivel celular. Millones y millones de células de distinto tipo están cooperando constantemente para que los organismos prosperen. Sin cooperación hubiera sido imposible la existencia de seres tan complejos como algunos primates que estudian hasta la mente.

Los estudios de Siegel, Darwin, Margulis e incluso de Félix Rodríguez de la Fuente sirven para entender que todos los seres humanos estamos conectados entre nosotros y con lo demás. Es posible que la cooperación produzca más armonía y la competencia más dolor, pero ambos son parte de la evolución.

Además de la empatía, de la conexión y de vivir el presente, Siegel propone “cultivar el asombro por el simple hecho de estar vivos”, teniendo en mente que “nuestra manera de vivir y de actuar puede inspirar a personas que nunca hemos conocido”.

♥ Nota: Sobre este libro recomendamos el relato Cómo superé la pérdida de un ser querido, en el que se explica la teoría de Siegel para la integración entre rigidez y caos, lo cual da lugar a una mente sana y tranquila.

♥ Si te ha gustado lo anterior, no dejes de leer lo siguiente:

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Libro La recivilización, de Fernando Valladares (resumen)

Por: Pepe Galindo

Los conflictos bélicos de las últimas décadas han acabado con la vida de unas 400.000 personas cada año. En cambio, solo la contaminación atmosférica mata —actualmente y cada año— unos 9 millones de personas (22.5 veces más). Por su parte, el cambio climático se estima que mata a decenas de millones de personas anualmente. A pesar de esos datos, los humanos gastan en armamento más de cinco veces más que en abordar la crisis ambiental. Con esos impactantes datos comienza el libro de Fernando Valladares La recivilización (Planeta, 2023), un prestigioso científico español del CSIC. También habla de otro tipo de guerras absurdas y evitables (las comerciales y las de clase), de la desigualdad creciente y de los conflictos de la superpoblación y cómo se resolverían con educación y ecofeminismo.

El objetivo del libro es desmontar nuestro modelo socioeconómico. Este científico afirma que «sabemos cómo hacerlo y que, si lo conseguimos, viviremos más y mejor». Además, «contamos con la alianza de la ciencia» (esa que desoímos en demasiadas ocasiones).

Fernando Valladares nos cuenta que en nuestros parientes próximos tenemos dos ejemplos interesantes: mientras los chimpancés suelen recurrir a la violencia para resolver sus conflictos, los bonobos son mucho más pacíficos (y recurren al sexo para resolver tensiones).

Salud y producción de comida

«Érase una vez un planeta en el que vivía una especie que, produciendo el doble de la comida que necesitaba, dejaba a la décima parte de sus miembros con hambre. Una especie que tiraba un tercio de la comida en lugar de repartirla bien, mientras que muchos de sus miembros que accedían a la que sobraba enfermaban gravemente por comer en exceso. Una especie que, al producir tanta comida, ponía en riesgo el funcionamiento de todo aquel planeta. El planeta es la Tierra y la especie se llama a sí misma hombre sabio».

Sinteticemos diez datos sobre este tema:

  1. «La producción de alimentos es la actividad con la que los humanos provocan el mayor impacto sobre el medio ambiente».
  2. «Se calcula que la contaminación de las aguas por los fertilizantes excedentes es responsable de 1,36 millones de muertes evitables o prematuras cada año en el mundo».
  3. La PAC emplea dinero público que acaba generando daños a los humanos y a la biodiversidad en un modelo en el que «sobra comida». De ahí que califique a la PAC como «la forma más destructiva de usar el dinero público»; y como «un sistema completamente corrupto (…) que impide la renaturalización y la convivencia de los sistemas agrarios y ganaderos con la biodiversidad más elemental». Y así, «los subsidios van para personas y entidades ricas de Europa y de fuera de Europa»: grandes fortunas compran tierras en la UE y reciben enormes subvenciones por ellas.
  4. «Si admitimos de una vez que no hay que producir más comida, entonces la prioridad no puede estar más clara: proteger los ecosistemas afinando mucho el sistema de producción de alimentos para que no se vean afectados por él».
  5. «Una cuarta parte de lo que desechamos serviría para neutralizar la malnutrición en el mundo».
  6. Hay sectores a los que «no se sanciona por contaminar y a los que no les preocupa la mala distribución y organización del sistema alimentario global».
  7. «Solo en Europa mueren cada año más de 300 mil personas por consumir demasiada carne roja».
  8. «La agricultura y la ganadería determinan la contaminación atmosférica global causando indirectamente millones de muertes por esa vía».
  9. «Lo que comemos afecta a nuestra capacidad de concentración», y aboga por dietas vegetarianas, veganas o flexitarianas.
  10. «Conocemos muy bien los factores que aumentan los riesgos de que aparezcan enfermedades infecciosas y, como con el cambio climático, no hacemos mucho al respecto», lamenta Valladares. De seguir así, la probabilidad de pandemias aumentará cada año. Degradar ecosistemas y producir carne de forma intensiva es, en sus propias palabras, «una bomba de relojería». El COVID-19 podría ser un poco importante al lado de una pandemia realmente grave.

George Monbiot también alertó del problema del sistema alimentario, una industria en la que unos pocos inversores están ganando muchos millones mientras, en palabras de Valladares, «nos dejan sin agua, sin suelo, sin biodiversidad y sin futuro».

El medioambiente influye en nuestra salud y en nuestra esperanza de vida y, según recientes estudios, ambas se están viendo afectadas negativamente. Por primera vez, la esperanza de vida se está reduciendo a nivel global.

El problema de la energía

Para este asunto, aporta soluciones concretas, como poner placas solares en suelos ya construidos e industriales, y nunca en zonas naturales. Sin embargo, el autor critica que, con el pretexto de una transición energética, las cortes españolas hayan aprobado leyes que reducen las exigencias ambientales de centrales eólicas y solares. Y para colmo de males, la UE ha calificado como «energías verdes» el gas y la nuclear, de forma que puedan beneficiarse de todas las ventajas económicas y fiscales, como si realmente fueran renovables y sostenibles. También advierte Valladares de las falsas soluciones —como apostar por la energía de fusión nuclear o por el hidrógeno—, y nos recuerda que «el hidrógeno no es una fuente de energía primaria, sino que es un vector energético» (una forma de almacenar energía). Y aclara que «puede tener un papel interesante allí donde no es posible la electrificación», por ejemplo en el transporte, pero siempre acompañada de medidas que eviten el despilfarro. Como ejemplos, de ese consumo desmedido y fácilmente evitable, pone los alumbrados navideños. Otra tecnología que califica como innecesaria es la captura de carbono.

Para este científico, la disminución en el consumo debiera ser estratégica y consolidada, y no meramente coyuntural. La ciencia nos advierte de que ya se han disparado o están a punto de hacerlo nueve de los quince puntos de inflexión identificados (tipping points), valores del sistema ecológico que, una vez alcanzados, se vuelven incontrolables e irreversibles. Como científico, conoce las múltiples consecuencias de la crisis climática y sabe que no todas son percibidas por la población general. De hecho, es frecuente que se tomen medidas contraproducentes. Como ejemplo, subraya la retirada de la madera muerta de los bosques con el absurdo pretexto de limpiarlos. Téngase en cuenta que la madera muerta es esencial en la fertilidad del suelo, para la biodiversidad y también como almacén de carbono (léanse aquí otras medidas para evitar los incendios forestales).

Otro consejo que nos regala en nombre de la ciencia es dejar los combustibles fósiles en el subsuelo, porque son más útiles como almacenes de carbono que como combustibles. Cada décima de grado que consigamos que deje de subir la temperatura global, supone ahorrar mucho sufrimiento y cuantiosas pérdidas económicas.

Política y economía

El libro sostiene que la política se ha subordinado a la economía. Es grave porque «la solución a la crisis no es científica ni tecnológica, sino social y política». Los pocos tratados internacionales (como el Acuerdo de París o de otras COP) nunca se cumplen, porque se anteponen los beneficios económicos a la vida de las personas y las decisiones políticas no se ajustan a los límites físicos del planeta ni a las leyes de la ecología. Y no olvidemos que: «sin ecología no hay economía» (véase este interesante gráfico) y que el PIB no mide el valor de la riqueza natural. Más aún, contaminar y dañar el medioambiente es barato o incluso está subvencionado.

Resumen del libro "21 lecciones para el siglo XXI" de Harari. En nuestro blog también encontrarás el resumen de su libro "Sapiens"

Lee también un resumen de este libro de Yuval N. Harari.

Cuando pone el foco en los problemas del neoliberalismo (magistralmente explicados también por Naomi Klein), indica que el sistema no favorece la distribución de la riqueza, sino la acumulación y el aumento de la desigualdad. Todo esto ya está provocando millones de refugiados ambientales que generan tensiones difíciles de solucionar. Y advierte: «el capitalismo se está quebrando», porque el ser humano ha estado demasiados años viviendo a costa de una tecnología que se basa principalmente en el uso de energía barata no renovable (es lo que llama, Homo tecnologicus, primo del Homo oeconomicus).

El capitalismo ha reventado varios límites planetarios y «la fiesta de la riqueza y el derroche (…) no nos deja dormir, descansar, reflexionar ni tener mucho tiempo para nosotros mismos». A poco que pensemos, llegamos una y otra vez a la misma conclusión que ya alcanzaron filósofos presocráticos: ni el sobreconsumo ni el trabajar en exceso nos hace más felices.

La agnotología es el estudio de la producción y diseminación de la ignorancia, el engaño y la duda, a menudo de forma deliberada, para servir a intereses específicos, como la industria o la política. El autor resalta cómo, usando el poder de las redes sociales o de personas influyentes, se niegan conclusiones científicas o la realidad más evidente. Cuando se investiga un poco, es fácil concluir que los interesados en generar dudas e ignorancia suelen tener intereses en ello. A veces, son personas que solo buscan ser aceptadas en su grupo social y que, para ello, renuncian a su espíritu crítico o a expresar su opinión sincera. Evitar esto es complejo, entre otros motivos, por el principio de la asimetría de la estupidez que reza que se necesita más energía y más palabras para refutar una estupidez que para producirla.

Por supuesto, hay espacio en estas páginas para criticar un sistema educativo, incluyendo universidades. Estamos más interesados en formar a trabajadores sumisos que a personas críticas. En la misma línea de economistas como Georgescu-Roegen, Valladares lamenta la mala educación científica y ecológica que se imparte en las facultades de economía. Pone como ejemplo la curva de Kuznets, que se usa para hacer creer que, a mayor renta, la población es más respetuosa con el medioambiente. O sea, se intenta hacer creer que con más tecnología, se disminuye el impacto ambiental. La realidad es que ocurre justo lo contrario, y está demostrado desde los años 80 del pasado siglo.

Por fortuna, tenemos ejemplos en los que la humanidad ha sido capaz de ponerse de acuerdo para avanzar, como son la Declaración Universal de Derechos Humanos, el Protocolo de Montreal o la Agenda 2030. Para Fernando Valladares, la Agenda 2030 es magnífica, pero no se está cumpliendo.

El caso de Andalucía

Para explicar lo que está pasando a nivel mundial, pone el ejemplo de Andalucía, una tierra rica y fértil, pero llena de focos de pobreza (extrema en no pocos casos). Andalucía produce multitud de materias primas que se llevan a las ciudades: a Madrid y a toda Europa. Esto supone exportar ingentes cantidades de agua desde una región seca a otras regiones con más abundancia de dinero y de agua. En resumen, la producción sucia de energía y alimentos de las regiones ricas, se realiza en regiones empobrecidas, generando problemas ambientales y sociales.

Andalucía produce alimentos con abusos e injusticia, desde Huelva a Almería. En Huelva se producen fresas y frutos rojos que dejan sin agua zonas tan valiosas como el Parque Nacional de Doñana. Esta aberración se explica por dos detalles muy sencillos: a) No se paga un precio justo por el agua ni por el desastre ecológico de su abuso. b) No se pagan salarios dignos. Las fresas de Huelva no serían rentables si los salarios fueran tan dignos como los de las personas que compran esas fresas en las metrópolis del mundo. Con este ejemplo de Andalucía, se muestra por qué y cómo los ricos siguen acumulando riqueza a costa de no pagar con justicia (ni salarios, ni daños ambientales, etc.).

Opciones posibles: decrecimiento con prosperidad

«Los científicos podemos ayudar», afirma Valladares, pero resalta que «la decisión está en manos de la gente», que el optimismo no está justificado y que hay que tomar decisiones. «Podemos apurar los recursos que aún quedan y reventar el clima planetario, o dejar el 60% del gas y el petróleo y el 90% del carbón en el subsuelo y no entrar en escenarios climáticos apocalípticos». Una vía necesaria es la que se ha llamado decrecimiento, pero aclara que debe hablarse más de prosperidad; y que esta vía es distinta a la recesión. Resumiendo, este decrecimiento debe basarse en crecer en sectores que produzcan bienestar real y general, y se basa en cinco claves (Hickel et al., Nature 2022):

  1. Reducir la producción menos necesaria: carne, lácteos, moda rápida, publicidad, automóviles, aviación
  2. Mejorar los servicios públicos.
  3. Apoyar los empleos verdes: renovables, regeneración de ecosistemas, servicios sociales…
  4. Reducir la jornada laboral y rebajar la edad de jubilación.
  5. Sociedad sostenible: cancelar deudas injustas en países pobres, frenar la desigualdad

Ante el colapso que parece inevitable, el libro aclara que hay varios tipos de colapsos (financiero, económico, político, social, ecológico, cultural) y explica las cinco fases de un gran colapso según Duane Elgin en el proyecto Choosing Earth. Podemos afirmar que, dependiendo de qué región evaluemos, la Tierra ya está en la primera o en la segunda fase. La última es la extinción de la humanidad, pero la tercera y la cuarta no son nada agradables para casi nadie. Para afrontar esto, tenemos básicamente tres opciones:

  1. No hacer nada, lo cual nos llevará a un colapso nada agradable.
  2. Aceptar gobiernos autoritarios, que podrían ser incluso peor que el colapso o parte del mismo. Algunos hablan del ecofascismo como un ecologismo muy radical que podría incluso controlar la reproducción humana para evitar la superpoblación.
  3. Transformar nuestra sociedad. Aquí tendrían cabida «comunidades modestas que buscan independencia energética, autoabastecimiento y cooperación».

Basura y propaganda

Fernando Valladares referencia al gran Félix Rodríguez de la Fuente cuando advertía —en 1972— sobre el problema de la basura: coches, bolsas, envases, venenos en la sangre… Y acababa diciendo: «No cabe duda de que la nuestra puede llamarse la civilización de la basura» (no se pierdan el vídeo).

También se destapan expresiones que esconden la realidad y que hemos denunciado múltiples veces desde Blogsostenible, tales como economía circular, desarrollo sostenible, crecimiento verde y el greenwashing

La maximización de beneficios en el ámbito empresarial tiene «graves déficits éticos» que, a pesar de ser también evidentes, no parecen importar a los culpables. La razón parece estar en que vemos como «objetos impersonales y sin derechos» a las plantas, los animales o los ecosistemas. De hecho, los comportamientos egoístas también se dan contra otros humanos. Algunos estudios arrojan que es «suficiente con no concretar mucho la identidad de los afectados». Es decir, cuando no se conoce a los que sufren es más fácil mentir y dañarlos, sin sentimiento de culpa. Y para facilitar este egoísmo, tenemos lo que Valladares califica como «la deshonestidad a escala industrial», la propaganda, una herramienta que consigue con eficacia justificar lo injustificable de cara a la opinión pública.

Desafíos

Ante la magnitud del problema, se declaran ocho familias de desafíos «que requieren hablar claro» y que resumimos a continuación:

1. Desafíos naturales: la letra pequeña del contrato con la naturaleza

En este punto se resalta la importancia de la prevención. Por ejemplo, «prevenir pandemias es mil veces más rentable que hacer frente a una sola». Sin embargo, la obsesión por las ganancias rápidas impide maximizar beneficios a largo plazo para la humanidad. Para evitar pandemias, propone tres medidas clave: 1) detener la deforestación en zonas tropicales, 2) limitar el comercio de especies, y 3) establecer una red de alerta y control temprana de pandemias. Y advierte: «Tendemos a pensar que conservar la naturaleza es un lujo costoso, un gasto superfluo propio de sociedades ricas. Deberíamos ir actualizando esta noción porque la realidad es muy diferente. De hecho, el presupuesto dedicado a conservar la naturaleza no debe ser considerado un coste, sino una inversión. Y de las más rentables: nos devuelve mil euros por cada euro que invertimos».

En el último medio siglo, la población se ha duplicado, pero la economía global se ha cuadriplicado y, como bien dijo De Jouvenel, todo crecimiento económico procede de explotar la naturaleza. Por eso, es preciso aplicar mecanismos de bioeconomía y de Soluciones Basadas en la Naturaleza (SBN), pero sin pecar de un exceso de optimismo, porque no podemos seguir despilfarrando como se ha hecho hasta ahora. El objetivo sería fabricar bienes renovables, reutilizables y reciclables para conservar los ecosistemas. Pensemos en que «las economías más grandes invierten más en biodiversidad, en magnitud bruta, pero que, si se corrigen los datos teniendo en cuenta el PIB, ¡los países más ricos invierten proporcionalmente menos que los menos ricos!». Y no olvidemos que el PIB mide el destrozo ambiental mejor que el bienestar de un país.

2. Desafíos sanitarios: sanidad pública, prevención y transparencia

En la facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid hay una asignatura titulada: O cambiamos de conducta o cambiamos de planeta. Su objetivo es la educación ambiental para que los futuros médicos entiendan la relación entre medioambiente y salud. Valladares hace hincapié en la importancia de este tipo de educación y en tres aspectos clave de las políticas sanitarias de un país, aportando escandalosos datos para el caso de España:

  1. Invertir en prevención es rentable. Algunos estudios sugieren que se ahorran 7 euros por cada euro que se invierte en prevenir. España invierte muy poco en prevención.
  2. La sanidad pública de calidad es esencial. La sanidad privada intenta maximizar sus beneficios y deja, inevitablemente, a muchos enfermos sin tratar. Los países en los que predomina la sanidad privada tienen peor salud media, porque la salud de unos influye en la de los demás, lección que debimos aprender en la pandemia de COVID-19.
  3. No hay transparencia en las políticas de salud ni en el gasto farmacéutico. Las empresas farmacéuticas controlan gran parte de las políticas y consiguen engañar a pacientes y a médicos para maximizar sus beneficios.

 3. Desafíos energéticos: reducir y reconducir

Aquí se pregunta: ¿Cuánta energía necesitamos para estar sanos y felices? La respuesta es terrible porque, por ejemplo, España podría ahorrar la mitad de la energía que consume. Por su parte, Estados Unidos solo necesitaría la quinta parte. Y eso, sin empeorar ninguna métrica relevante ni de salud ni de felicidad.

En este apartado, también propone retomar el debate sobre el pico del petróleo, y avisa que el sobreconsumo de energía nos lleva a graves amenazas medioambientales y a una escasez sin precedentes. Por tanto, es urgente unir la reducción energética a la transición energética.

4. Desafíos económicos: el caso de Ibiza

Valladares se lamenta de la falta de democracia que afecta a la economía: «Las decisiones económicas las toma el 1% de la humanidad» (pero nos afectan a todos). También recuerda aquí al gran Georgescu-Roegen, y sus palabras: «el verdadero producto del proceso económico es (o debería ser) un flujo inmaterial: el placer de vivir». En cambio, sabemos que la avalancha de materialismo no hace feliz a nadie y que nos lleva a sobrepasar los límites planetarios.

Tras eso, critica la llamada economía de escala, un proceso por el que las industrias pretenden bajar los costes aumentando la producción. Cuando se logra, los precios bajan y aumenta el consumo. A cambio, el impacto ambiental se dispara. «Empresas y consumidores están demasiado ocupados con producir y consumir». Por tanto, el control debe ser por parte de la clase política. Otro ejemplo de esta economía de escala lo pone en las macrogranjas: «En España y en muchos otros países crece el número de vacas y cerdos, pero disminuye el número de granjas». La producción industrial de carne conlleva graves problemas ambientales y un enorme sufrimiento animal.

El libro trata temas como la agroecología, la economía de los cuidados, y la agricultura regenerativa; y explica cómo las industrias alimentarias presionan a los agricultores que, en muchos casos, llegan a vender «a pérdidas», es decir, por debajo del valor de producción.

Con el ejemplo de la isla de Ibiza, explica los daños a nivel planetario de vivir con enormes lujos (jets privados, campos de golf, etc.): «el lujo (…) se apoya en una idea que en el fondo es muy simple: que las externalidades (esos impactos negativos en los bienes y servicios públicos, en los recursos naturales y en el medio ambiente) las paguemos entre todos». Y añade: «Si los costes ambientales de un crucero se repercutieran en el precio, muy poca gente podría subirse a uno de estos barcos».

Este científico alaba los trabajos de dos economistas muy especiales. La primera es Kate Raworth y su economía de rosquilla, la cual analizamos junto con las propuestas del documental HOPE! de Javier Peña (muy recomendable). Ella afirma que la economía actual no funciona y que es incapaz de predecir ni de impedir las crisis financieras, ni la pobreza extrema, ni la acumulación de riqueza, ni la degradación del medioambiente. En síntesis, sugiere abandonar el crecimiento y centrarse en una economía sostenible.

La segunda economista es Mariana Mazzucato que, con propuestas simples y sensatas, podría revolucionar el planeta. Mazzucato plantea acabar con esas inversiones del Estado que enriquecen a una minoría y dejan los riesgos y los costos para una mayoría. Por ejemplo, este es el caso de la energía nuclear. El objetivo sería exigir que, para que el Estado invierta en algo, los beneficios deben repercutir en las arcas públicas. Esto es contrario a las teorías de Milton Friedman, un economista neoliberal defensor del libre mercado que ha perjudicado enormemente a diversas sociedades, particularmente en Latinoamérica.

El autor también propone aumentar el compromiso y la ambición, inspirándose en el viaje a la Luna: si fuimos capaces de ese enorme logro, deberíamos ser capaces de transformar el capitalismo ahora.

5. Desafíos políticos y jurídicos: sobre corrupción, fraudes…

«La democracia representativa no funciona», sostiene Valladares: «Los representantes no representan, y los problemas importantes quedan postergados por cuestiones urgentes y cortoplacistas». Los políticos «solo escuchan a la ciencia cuando conviene a sus intereses electorales», lo cual se suma a la corrupción que siempre se mueve por el sistema. «No podemos esperar a que la política solucione los problemas ambientales sin el apoyo decidido y amplio de la sociedad». También denuncia lo que llama obsolescencia científica, según la cual los científicos y sus conclusiones son ignorados a pesar de la buena valoración social de su trabajo.

En no pocos casos, políticos y jueces se unen para provocar fraudes de ley: legalizar pozos ilegales, falsear datos, fraccionar proyectos para que su impacto ambiental parezca menor, etc. En España eso ha pasado en demasiados casos: Marina de Valdecañas, Algarrobico, Doñana, mar Menor

Los políticos, en general, está mal formados y desinformados y, además, «para desolación de analistas, los políticos (…) son tan incompetentes que toman decisiones que ni maximizan el bien común ni tampoco su propio bien».

6. Desafíos a la democracia: ideología y religiosidad

Entre las distintas ideologías y religiones hay enormes diferencias, pero ante los problemas que nos amenazan, esta obra concluye que «resulta más práctico a estas alturas repasar lo que nos une». A veces, se rechazan propuestas solo porque proceden de otro bando, o incluso porque no interesan o son incómodas. Un ejemplo que cita el libro es la encíclica Laudato Si del papa Francisco, un auténtico manual social y ecoanimalista que los católicos han ignorado con absoluta contundencia.

Daniel Innerarity afirma que la izquierda juega en desventaja, ya que se enfrenta a una derecha que reivindica una vida más despreocupada y espontánea. Ser negacionista es más fácil que actuar con responsabilidad. Valladares sugiere que el activismo ecologista utilice «una de las emociones más mundanas y mejor valoradas»: el placer. Puede no ser fácil, especialmente en las clases más adineradas que han hecho del despilfarro su seña de identidad.

Para Johann Hari, a menor capacidad de concentración más fácil es sentirse atraídos por soluciones autoritarias y simplistas (como las de la extrema derecha). Y algunas causas para este antecedente están en el abuso de las redes sociales y de las nuevas tecnologías (smartphones, videojuegos…). Y con eso, también perdemos salud y democracia.

7. y 8. Desafíos sociales y el fracaso del sistema educativo

Valladares coincide en lo que hemos repetido (quizás aún no demasiado): queremos una educación para formar personas, no meros trabajadores; una educación que sepa sacar partido del tipo de inteligencia que tenga cada uno, tipos como los que establece Howard Gardner: visual-espacial, lógico-matemático, naturalista, creativo, colaborativo, etc. El libro echa en falta una buena educación ambiental en todo el sistema educativo, particularmente en las escuelas de Empresariales y de Económicas (algo compartido con Georgescu-Roegen y De Jouvenel como se ha apuntado más arriba).

Escrito antes del apagón de España en 2025, el libro ya advierte de esa posibilidad y lo pone como ejemplo de los casos en los que los políticos prefieren no ahondar para no alarmar. Pero como ocurre siempre, mirar hacia otro lado no disminuye ningún riesgo y, más bien, suele aumentarlos. También se muestra partidario de la protesta pacífica y la desobediencia civil por parte de toda la sociedad, pero en particular de los científicos como él, los cuales son conscientes tanto del problema ambiental como de que los otros métodos no están alertando al nivel necesario. De hecho, el autor ha participado en protestas y ha sido arrestado por ello. Así, ensalza los casos en los que los fiscales han dicho ser conscientes del desastre ambiental y, por tanto, se han negado a procesar a los activistas climáticos.

Conocemos la solución. ¿Por qué no la aplicamos?

La primera de las zancadillas que describe el libro es el negacionismo, ese cerrar los ojos a la realidad científica por ser una verdad incómoda y que, de aceptarla, requeriría cambios importantes. Los negacionistas no suelen ser muy numerosos, pero su activismo les conduce a ser más influyentes de lo que cabría esperar. Recordemos que lanzar un bulo es más fácil que desmentirlo. En Estados Unidos, los negacionistas antivacunas hicieron que ese país tuviera grandes proporciones de contagios y de muertes, en comparación a otros similares. Algunos negacionistas tienen intereses (económicos) en que la verdad no se sepa. En ese caso, Valladares recomienda denunciar para que la ley actúe.

Un tipo de negacionistas son los colapsistas (que piensan que el colapso global es inevitable). También están los tecnoptimistas (que opinan que la tecnología nos salvará). Incluso hay científicos llamados mercaderes de la duda que se encargan sencillamente de plantear dudas, incluso donde el consenso científico es enorme. Valladares advierte que muchas universidades mantienen cátedras de pseudoinvestigación financiadas por petroleras, cementeras o industrias cárnicas.

En otro lugar están los que creen en los milagros o dicen creer en ellos. Abundan entre los políticos, por ejemplo cuando prometen agua para todos o cosas contradictorias (como bajar impuestos y aumentar las prestaciones sociales, o reducir las emisiones y bajar los precios de los combustibles). En demasiadas ocasiones, la sobreexplotación de recursos produce unos daños que pasan a los habitantes y a futuras generaciones. Las empresas no tienen problemas en mudarse a otro lugar cuando ya han sacado sus beneficios. En muchos casos, los delitos prescriben cuando se intentan perseguir.

Valladares advierte de la paradoja de que «es la propia producción industrial de comida la que ha provocado y provoca malnutrición y hambre global». Por tanto, habría que reducir la producción alimentaria y distribuir mejor, para evitar tanto la sobrealimentación como el tirar un tercio de la comida que se produce.

Otra zancadilla es el egoísmo. Por ejemplo, lo vemos en el turismo, a veces camuflado como ecoturismo. Valladares comenta los casos en los que los turistas contagian enfermedades mortales a la fauna que desean ver en libertad. También influye el egoísmo en la industria de la carne, la de pesticidas, la del plástico y la petrolera, que están aplicando las mismas prácticas que en su día utilizó la industria del tabaco: mentir, ocultar informes, desinformar, presionar, pagar a políticos y a científicos, etc. Por este motivo, se están poniendo denuncias a diversas empresas.

Otro problema está en el tecnoptimismo ya comentado y en el ecomodernismo (creer que es posible el desarrollo tecnológico indefinido y reducir el impacto ambiental basándose en mejoras en eficiencia y olvidando la paradoja de Jevons o efecto rebote). Ambas tendencias no son conscientes de que es la tecnología la que ha generado el problema y que es peligroso confiar las soluciones a inventos que aún no existen.

Valladares continúa criticando la hipocresía generalizada que usan desde gobiernos (véase el Pacto de París) o desde empresas, por ejemplo con las mentiras del greenwashing, tan naturalizadas que apenas escandalizan ni cuando usan lemas descarados. Entre los pecados de esta estrategia están la omisión de información, la falta de pruebas, las etiquetas falsas, la vaguedad, la mentira, crear falsas esperanzas, planes de compensación de emisiones dudosos y, sobre todo, poner el beneficio económico por encima de personas y medioambiente. Ante la alarma general de este tipo de abusos, la Comisión Europea está trabajando para acabar con ellas, lo cual demuestra que la presión social influye en los políticos.

El investigador ahonda en varios casos de hipocresía terribles para la Historia, de los que comentaremos aquí solo tres:

  1. En la Guerra de Vietnam y durante diez años, Estados Unidos roció de Agente Naranja grandes zonas de bosques y cultivos de Vietnam, Laos y Camboya. Resultaron afectados millones de ciudadanos por varias enfermedades y malformaciones al nacer (físicas e intelectuales). El gobierno de Estados Unidos ha indemnizado a sus soldados veteranos afectados, pero las víctimas en Asia siguen sin tener, ni siquiera, el reconocimiento por parte del culpable americano.
  2. El segundo caso de hipocresía brutal está en la Unión Europea que aprovechó la crisis energética por la invasión de Ucrania por parte del ejército ruso de Putin, para decir que a partir de entonces la energía nuclear y el gas serían consideradas energías limpias y poder, así, ser subvencionadas con dinero público (lo cual demuestra que no son energías muy rentables por sí mismas; y eso sin valorar los daños y costos completos de su contaminación).
  3. El tercer ejemplo de hipocresía es el caso de la empresa española Ecoembes, supuestamente dedicada al reciclaje de envases pero que, en la práctica, su tarea es blanquear las empresas que más contaminan con plásticos el planeta completo.

En el apartado de errores, Valladares incluye el hacer lo que siempre se ha hecho o la huida hacia adelante. Aquí, critica las quemas del monte que hacen los ganaderos (en Asturias en particular) o las ampliaciones de las estaciones de esquí en el contexto de crisis climática actual. En vez de prohibir el esquí alpino y otros deportes terriblemente nocivos, nuestra sociedad los fomenta. Otros ejemplos de esta huida son: regar cultivos de secano, ampliar los regadíos, construir embalses que destruyen nuestros ríos o que prestigiosos bancos, incluyendo el BCE, financien industrias tan sucias como los agronegocios que destruyen el Amazonas, por no hablar de la financiación del genocidio de Israel.

¿Qué podemos hacer?

«Debemos vivir con menos sin sentir que eso sea un retraso. Si lo sentimos como un retraso, no habremos entendido nada y, sobre todo, no avanzaremos más que a la fuerza». Fernando Valladares está conforme en esto con Linz, Riechmann y Sempere, autores del también recomendable libro Vivir (bien) con menos. Para avanzar en el cambio que se requiere, además de las ideas comentadas anteriormente y algunas que se incluyen en la Cadena Verde, nos alienta diciendo que: «es suficiente con que entre un 10 y un 20 % de la población muestre el conocimiento y la valentía necesarios para que los cambios se produzcan». Es decir, no hace falta concienciar y movilizar a una mayoría, sino que basta con una minoría bien activada. Es decir, si apenas un cuarto de la población tiene claro que hay que hacer algo, ese algo se hará. Ha sucedido con muchas cosas, tales como el matrimonio igualitario o la lucha contra el tabaco.

Ser activista, mantenerse activo, es importante porque reduce el riesgo de la ecoansiedad y de la solastalgia. También aboga por «recuperar el peso de las humanidades», dejar de instrumentalizar la naturaleza (lo cual deshumaniza a la humanidad), y por trabajar en los Objetivos de Desarrollo Interior (ODI), que son una recopilación de «cualidades basadas en la ciencia para vivir vidas con propósito, sostenibles y productivas», además de ser la base para conseguir los famosos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030. Resumiendo mucho, los ODI se apoyan en cinco dimensiones:

  1. SER (relación con uno mismo). Cultivar lo que uno es: autoconciencia, presencia, responsabilidad, integridad, autenticidad, etc.
  2. PENSAR (habilidades cognitivas). Incluye aspectos como el pensamiento crítico, perspectiva, visión a largo plazo, etc.
  3. RELACIONARSE (cuidar de lo demás). Entender la conexión con todo, incluyendo lo que aún no ha nacido: gratitud, alegría, humildad, empatía, amabilidad, compasión…
  4. COLABORAR (habilidades sociales). Es importante la capacidad de escuchar, de defender las opiniones propias, de gestionar conflictos de forma constructiva, de fomentar la colaboración, etc.
  5. ACTUAR (mover al cambio). Para transformar la realidad son útiles cuestiones como el optimismo, evaluar las decisiones, la creatividad, la esperanza, la perseverancia, el compromiso, la paciencia, etc.

Valladares no es ajeno a la dificultad de ser ecologista responsable, pues para ello pareciera que se necesita tener multitud de conocimientos. Sin embargo, él aboga por intentarlo, preferentemente en grupo, y sugiere unir dos movimientos que ahora están demasiado separados, ecologismo y sindicalismo, porque ninguno de los dos triunfará por separado. Las asambleas ciudadanas son también un mecanismo de acción que impulsa el cambio y mejora la propia democracia. Como curiosidad, indica que los premios Global Good Awards recompensan el ingenio para mejorar el medioambiente; y añade: «Si necesitamos inspiración aquí podemos encontrar bastante. Si ya tenemos inspiración, aquí podemos canalizarla».

Otra cualidad a tener en cuenta es la amabilidad, con uno mismo y con los demás, lo cual conlleva grandes beneficios según la ciencia: menos estrés, más felicidad y autoestima, mejor salud… La gente amable suele cuidar bien de sí misma y hacer tareas de voluntariado. Además, esta herramienta es tan contagiosa como un virus. Relacionado con esto, el libro comenta los conceptos del ikigai japonés, del ubuntu sudafricano, el trastorno por déficit de naturaleza y la revolución jurídica que supone otorgar derechos a la naturaleza (ya hecho en casos como el del mar Menor en España). También, resalta la necesidad de empatía, paciencia y humor.

El libro nos explica, con ejemplos, el enorme poder de recuperación de la naturaleza, cuando se la deja. De ahí que, una de las herramientas más poderosas para revertir la degradación ambiental sea la renaturalización, el dejar espacios para que la naturaleza se autogestione y tener la humildad de reconocer que ella lo hace mejor que cualquier ingeniero por muy forestal que pretenda ser. Uno de los casos que cita está en los efectos positivos del confinamiento por el COVID-19: avances en fauna y flora; y mejoras en la calidad del agua y del aire.

Por su profesión, Valladares defiende la ciencia y sus conclusiones (particularmente las ambientales) y, aunque la ciencia pueda equivocarse, tiene mecanismos de corrección. A la vez, lamenta la difusión de información falsa o fuera de contexto que, según la agnotología, provoca una polarización que no ayuda ni para aplicar soluciones efectivas ni para fomentar la necesaria conversación.

Del pasado al futuro: ideas para la transición

Este autor habla del llamado fraude del Neolítico que magistralmente explicó Harari en su obra Sapiens. La idea básica es que nos han engañado cuando nos inculcan que los avances del Neolítico —básicamente, la agricultura, la ganadería y algunas mejoras tecnológicas— fueron un avance para la humanidad. Según algunos intelectuales, en realidad fue un retroceso, al menos por estos factores:

  1. La sedentarización solo tuvo consecuencias negativas para la salud humana, pues nuestros cuerpos han evolucionado durante cientos de miles de años para estar en movimiento. Tampoco ayudó a la salud el recibir una dieta menos variada.
  2. La domesticación de los animales (ganadería) provocó infecciones (zoonosis).
  3. La agrupación en ciudades facilitó el crecimiento de parásitos (chinches, garrapatas, pulgas, mosquitos…).
  4. Se abrieron demasiadas puertas hacia graves impactos en los ecosistemas.
  5. Los problemas psicológicos (como la depresión) son mayores hoy en día. Se sabe cómo evitarlos: aumentar el contacto con la naturaleza, mejorar los vínculos sociales, tener una dieta saludable y una infancia menos competitiva.

En cualquier caso, aunque las sociedades antiguas tuvieran ciertas ventajas, hay que aceptar que también tenían inconvenientes y, sobre todo, que los cambios son irreversibles, por lo que lo más inteligente es aprender de la historia y de la ciencia.

El colapso y la extinción de nuestra propia especie son opciones posibles, pero la obsesión no ayuda; y el perderse lo bueno que tiene el presente tampoco. Valladares nos advierte que hay distintas formas de afrontar ese colapso y que, para hacerlo bien, es importante reducir el nivel de desigualdad, algo que considera tóxico y que «mina la confianza, resta credibilidad a la democracia, erosiona el bien común y nos aleja de un relato esperanzador». Como punto positivo, añade que el análisis de las catástrofes que llevó a cabo Rutger Bregman arroja que el ser humano tiende más a cooperar que a competir, especialmente en momentos difíciles.

En cualquier caso, la insostenibilidad ecológica genera inestabilidad geopolítica y, posiblemente, violencia (guerra). Esa es solo una de las consecuencias de la crisis climática. Por tanto, los esfuerzos para mitigar el cambio climático deben también verse como una inversión en seguridad internacional. Según esto, la austeridad ecológica sería, para toda la población, un sacrificio aceptable y deseado.

En línea con el magnífico libro En la espiral de la energía, otros científicos también proclaman la necesidad de simplificar nuestras sociedades (Ted Trainer, Murray Bookchin, Jason Hickel…). Hay que entender que, por ejemplo, «las energías renovables no pueden mantener una sociedad consumista» (por muchas ventajas que en verdad tengan) y que necesitamos una economía orientada a las necesidades (y no a los caprichos) para construir una sociedad en la que la gente encuentre recompensas por el hecho de vivir de manera sencilla. El objetivo sería pasar del «hacer más con menos» (que nos lleva al colapso) al «vivir mejor con menos» (que nos lleva a una felicidad asequible en la era del decrecimiento o poscrecimiento). Así, necesitamos fomentar valores como la cooperación, la empatía, escuchar a los demás, etc. Y con ello estaremos más abiertos a reducir la desigualdad (aquí dejamos siete medidas para ello) y a vivir dentro de los límites planetarios, entendiendo que el ser humano no puede vivir de espaldas a la naturaleza como si fuera algo externo y ajeno.

Para Valladares es importante recalcar que «el colapso ecológico y la desigualdad económica se encuentran entre nuestros mayores retos globales contemporáneos, y ambas cuestiones están completamente entrelazadas». Por eso, como se ha propuesto tantas veces, es importante establecer una «tasa a los megarricos» que él sugiere que sea de entre el 1,5 y el 3% solo para las 65 mil personas más ricas (con más de 100 millones de dólares). Por supuesto, también hay que tomar medidas contundentes, como prohibir los jets privados, y educar para ir «aboliendo el consumismo y la adoración de lo superfluo».

El libro termina diciendo algo obvio: dado que somos nosotros, los humanos, los que hemos generado el problema, también nosotros tenemos el poder de modificar nuestros actos para alcanzar un futuro mejor.

♦ Información relacionada:

  1. Otros libros ECO resumidos para captar su esencia en poco tiempo. Por ejemplo:
  2. Dos grandes errores de la humanidad (el segundo aún podemos remediarlo).
  3. La agricultura de hoy debería ser como la de mañana.
  4. Los científicos vuelven a avisar del colapso que vendrá si seguimos sin reaccionar.
  5. Sin comer por el clima, las macrogranjas, los combustibles fósiles…
  6. La lista más completa de problemas y soluciones del campo español.
  7. Algunos libros del editor de Blogsostenible y de Historias Incontables.

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Resumen del libro "21 lecciones para el siglo XXI" de Harari. En nuestro blog también encontrarás el resumen de su libro "Sapiens"

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Libro La recivilización, de Fernando Valladares (resumen)

Por: Pepe Galindo

Los conflictos bélicos de las últimas décadas han acabado con la vida de unas 400.000 personas cada año. En cambio, solo la contaminación atmosférica mata —actualmente y cada año— unos 9 millones de personas (22.5 veces más). Por su parte, el cambio climático se estima que mata a decenas de millones de personas anualmente. A pesar de esos datos, los humanos gastan en armamento más de cinco veces más que en abordar la crisis ambiental. Con esos impactantes datos comienza el libro de Fernando Valladares La recivilización (Planeta, 2023), un prestigioso científico español del CSIC. También habla de otro tipo de guerras absurdas y evitables (las comerciales y las de clase), de la desigualdad creciente y de los conflictos de la superpoblación y cómo se resolverían con educación y ecofeminismo.

El objetivo del libro es desmontar nuestro modelo socioeconómico. Este científico afirma que «sabemos cómo hacerlo y que, si lo conseguimos, viviremos más y mejor». Además, «contamos con la alianza de la ciencia» (esa que desoímos en demasiadas ocasiones).

Fernando Valladares nos cuenta que en nuestros parientes próximos tenemos dos ejemplos interesantes: mientras los chimpancés suelen recurrir a la violencia para resolver sus conflictos, los bonobos son mucho más pacíficos (y recurren al sexo para resolver tensiones).

Salud y producción de comida

«Érase una vez un planeta en el que vivía una especie que, produciendo el doble de la comida que necesitaba, dejaba a la décima parte de sus miembros con hambre. Una especie que tiraba un tercio de la comida en lugar de repartirla bien, mientras que muchos de sus miembros que accedían a la que sobraba enfermaban gravemente por comer en exceso. Una especie que, al producir tanta comida, ponía en riesgo el funcionamiento de todo aquel planeta. El planeta es la Tierra y la especie se llama a sí misma hombre sabio».

Sinteticemos diez datos sobre este tema:

  1. «La producción de alimentos es la actividad con la que los humanos provocan el mayor impacto sobre el medio ambiente».
  2. «Se calcula que la contaminación de las aguas por los fertilizantes excedentes es responsable de 1,36 millones de muertes evitables o prematuras cada año en el mundo».
  3. La PAC emplea dinero público que acaba generando daños a los humanos y a la biodiversidad en un modelo en el que «sobra comida». De ahí que califique a la PAC como «la forma más destructiva de usar el dinero público»; y como «un sistema completamente corrupto (…) que impide la renaturalización y la convivencia de los sistemas agrarios y ganaderos con la biodiversidad más elemental». Y así, «los subsidios van para personas y entidades ricas de Europa y de fuera de Europa»: grandes fortunas compran tierras en la UE y reciben enormes subvenciones por ellas.
  4. «Si admitimos de una vez que no hay que producir más comida, entonces la prioridad no puede estar más clara: proteger los ecosistemas afinando mucho el sistema de producción de alimentos para que no se vean afectados por él».
  5. «Una cuarta parte de lo que desechamos serviría para neutralizar la malnutrición en el mundo».
  6. Hay sectores a los que «no se sanciona por contaminar y a los que no les preocupa la mala distribución y organización del sistema alimentario global».
  7. «Solo en Europa mueren cada año más de 300 mil personas por consumir demasiada carne roja».
  8. «La agricultura y la ganadería determinan la contaminación atmosférica global causando indirectamente millones de muertes por esa vía».
  9. «Lo que comemos afecta a nuestra capacidad de concentración», y aboga por dietas vegetarianas, veganas o flexitarianas.
  10. «Conocemos muy bien los factores que aumentan los riesgos de que aparezcan enfermedades infecciosas y, como con el cambio climático, no hacemos mucho al respecto», lamenta Valladares. De seguir así, la probabilidad de pandemias aumentará cada año. Degradar ecosistemas y producir carne de forma intensiva es, en sus propias palabras, «una bomba de relojería». El COVID-19 podría ser un poco importante al lado de una pandemia realmente grave.

George Monbiot también alertó del problema del sistema alimentario, una industria en la que unos pocos inversores están ganando muchos millones mientras, en palabras de Valladares, «nos dejan sin agua, sin suelo, sin biodiversidad y sin futuro».

El medioambiente influye en nuestra salud y en nuestra esperanza de vida y, según recientes estudios, ambas se están viendo afectadas negativamente. Por primera vez, la esperanza de vida se está reduciendo a nivel global.

El problema de la energía

Para este asunto, aporta soluciones concretas, como poner placas solares en suelos ya construidos e industriales, y nunca en zonas naturales. Sin embargo, el autor critica que, con el pretexto de una transición energética, las cortes españolas hayan aprobado leyes que reducen las exigencias ambientales de centrales eólicas y solares. Y para colmo de males, la UE ha calificado como «energías verdes» el gas y la nuclear, de forma que puedan beneficiarse de todas las ventajas económicas y fiscales, como si realmente fueran renovables y sostenibles. También advierte Valladares de las falsas soluciones —como apostar por la energía de fusión nuclear o por el hidrógeno—, y nos recuerda que «el hidrógeno no es una fuente de energía primaria, sino que es un vector energético» (una forma de almacenar energía). Y aclara que «puede tener un papel interesante allí donde no es posible la electrificación», por ejemplo en el transporte, pero siempre acompañada de medidas que eviten el despilfarro. Como ejemplos, de ese consumo desmedido y fácilmente evitable, pone los alumbrados navideños. Otra tecnología que califica como innecesaria es la captura de carbono.

Para este científico, la disminución en el consumo debiera ser estratégica y consolidada, y no meramente coyuntural. La ciencia nos advierte de que ya se han disparado o están a punto de hacerlo nueve de los quince puntos de inflexión identificados (tipping points), valores del sistema ecológico que, una vez alcanzados, se vuelven incontrolables e irreversibles. Como científico, conoce las múltiples consecuencias de la crisis climática y sabe que no todas son percibidas por la población general. De hecho, es frecuente que se tomen medidas contraproducentes. Como ejemplo, subraya la retirada de la madera muerta de los bosques con el absurdo pretexto de limpiarlos. Téngase en cuenta que la madera muerta es esencial en la fertilidad del suelo, para la biodiversidad y también como almacén de carbono (léanse aquí otras medidas para evitar los incendios forestales).

Otro consejo que nos regala en nombre de la ciencia es dejar los combustibles fósiles en el subsuelo, porque son más útiles como almacenes de carbono que como combustibles. Cada décima de grado que consigamos que deje de subir la temperatura global, supone ahorrar mucho sufrimiento y cuantiosas pérdidas económicas.

Política y economía

El libro sostiene que la política se ha subordinado a la economía. Es grave porque «la solución a la crisis no es científica ni tecnológica, sino social y política». Los pocos tratados internacionales (como el Acuerdo de París o de otras COP) nunca se cumplen, porque se anteponen los beneficios económicos a la vida de las personas y las decisiones políticas no se ajustan a los límites físicos del planeta ni a las leyes de la ecología. Y no olvidemos que: «sin ecología no hay economía» (véase este interesante gráfico) y que el PIB no mide el valor de la riqueza natural. Más aún, contaminar y dañar el medioambiente es barato o incluso está subvencionado.

Resumen del libro "21 lecciones para el siglo XXI" de Harari. En nuestro blog también encontrarás el resumen de su libro "Sapiens"
Lee también un resumen de este libro de Yuval N. Harari.

Cuando pone el foco en los problemas del neoliberalismo (magistralmente explicados también por Naomi Klein), indica que el sistema no favorece la distribución de la riqueza, sino la acumulación y el aumento de la desigualdad. Todo esto ya está provocando millones de refugiados ambientales que generan tensiones difíciles de solucionar. Y advierte: «el capitalismo se está quebrando», porque el ser humano ha estado demasiados años viviendo a costa de una tecnología que se basa principalmente en el uso de energía barata no renovable (es lo que llama, Homo tecnologicus, primo del Homo oeconomicus).

El capitalismo ha reventado varios límites planetarios y «la fiesta de la riqueza y el derroche (…) no nos deja dormir, descansar, reflexionar ni tener mucho tiempo para nosotros mismos». A poco que pensemos, llegamos una y otra vez a la misma conclusión que ya alcanzaron filósofos presocráticos: ni el sobreconsumo ni el trabajar en exceso nos hace más felices.

La agnotología es el estudio de la producción y diseminación de la ignorancia, el engaño y la duda, a menudo de forma deliberada, para servir a intereses específicos, como la industria o la política. El autor resalta cómo, usando el poder de las redes sociales o de personas influyentes, se niegan conclusiones científicas o la realidad más evidente. Cuando se investiga un poco, es fácil concluir que los interesados en generar dudas e ignorancia suelen tener intereses en ello. A veces, son personas que solo buscan ser aceptadas en su grupo social y que, para ello, renuncian a su espíritu crítico o a expresar su opinión sincera. Evitar esto es complejo, entre otros motivos, por el principio de la asimetría de la estupidez que reza que se necesita más energía y más palabras para refutar una estupidez que para producirla.

Por supuesto, hay espacio en estas páginas para criticar un sistema educativo, incluyendo universidades. Estamos más interesados en formar a trabajadores sumisos que a personas críticas. En la misma línea de economistas como Georgescu-Roegen, Valladares lamenta la mala educación científica y ecológica que se imparte en las facultades de economía. Pone como ejemplo la curva de Kuznets, que se usa para hacer creer que, a mayor renta, la población es más respetuosa con el medioambiente. O sea, se intenta hacer creer que con más tecnología, se disminuye el impacto ambiental. La realidad es que ocurre justo lo contrario, y está demostrado desde los años 80 del pasado siglo.

Por fortuna, tenemos ejemplos en los que la humanidad ha sido capaz de ponerse de acuerdo para avanzar, como son la Declaración Universal de Derechos Humanos, el Protocolo de Montreal o la Agenda 2030. Para Fernando Valladares, la Agenda 2030 es magnífica, pero no se está cumpliendo.

El caso de Andalucía

Para explicar lo que está pasando a nivel mundial, pone el ejemplo de Andalucía, una tierra rica y fértil, pero llena de focos de pobreza (extrema en no pocos casos). Andalucía produce multitud de materias primas que se llevan a las ciudades: a Madrid y a toda Europa. Esto supone exportar ingentes cantidades de agua desde una región seca a otras regiones con más abundancia de dinero y de agua. En resumen, la producción sucia de energía y alimentos de las regiones ricas, se realiza en regiones empobrecidas, generando problemas ambientales y sociales.

Andalucía produce alimentos con abusos e injusticia, desde Huelva a Almería. En Huelva se producen fresas y frutos rojos que dejan sin agua zonas tan valiosas como el Parque Nacional de Doñana. Esta aberración se explica por dos detalles muy sencillos: a) No se paga un precio justo por el agua ni por el desastre ecológico de su abuso. b) No se pagan salarios dignos. Las fresas de Huelva no serían rentables si los salarios fueran tan dignos como los de las personas que compran esas fresas en las metrópolis del mundo. Con este ejemplo de Andalucía, se muestra por qué y cómo los ricos siguen acumulando riqueza a costa de no pagar con justicia (ni salarios, ni daños ambientales, etc.).

Opciones posibles: decrecimiento con prosperidad

«Los científicos podemos ayudar», afirma Valladares, pero resalta que «la decisión está en manos de la gente», que el optimismo no está justificado y que hay que tomar decisiones. «Podemos apurar los recursos que aún quedan y reventar el clima planetario, o dejar el 60% del gas y el petróleo y el 90% del carbón en el subsuelo y no entrar en escenarios climáticos apocalípticos». Una vía necesaria es la que se ha llamado decrecimiento, pero aclara que debe hablarse más de prosperidad; y que esta vía es distinta a la recesión. Resumiendo, este decrecimiento debe basarse en crecer en sectores que produzcan bienestar real y general, y se basa en cinco claves (Hickel et al., Nature 2022):

  1. Reducir la producción menos necesaria: carne, lácteos, moda rápida, publicidad, automóviles, aviación
  2. Mejorar los servicios públicos.
  3. Apoyar los empleos verdes: renovables, regeneración de ecosistemas, servicios sociales…
  4. Reducir la jornada laboral y rebajar la edad de jubilación.
  5. Sociedad sostenible: cancelar deudas injustas en países pobres, frenar la desigualdad

Ante el colapso que parece inevitable, el libro aclara que hay varios tipos de colapsos (financiero, económico, político, social, ecológico, cultural) y explica las cinco fases de un gran colapso según Duane Elgin en el proyecto Choosing Earth. Podemos afirmar que, dependiendo de qué región evaluemos, la Tierra ya está en la primera o en la segunda fase. La última es la extinción de la humanidad, pero la tercera y la cuarta no son nada agradables para casi nadie. Para afrontar esto, tenemos básicamente tres opciones:

  1. No hacer nada, lo cual nos llevará a un colapso nada agradable.
  2. Aceptar gobiernos autoritarios, que podrían ser incluso peor que el colapso o parte del mismo. Algunos hablan del ecofascismo como un ecologismo muy radical que podría incluso controlar la reproducción humana para evitar la superpoblación.
  3. Transformar nuestra sociedad. Aquí tendrían cabida «comunidades modestas que buscan independencia energética, autoabastecimiento y cooperación».

Basura y propaganda

Fernando Valladares referencia al gran Félix Rodríguez de la Fuente cuando advertía —en 1972— sobre el problema de la basura: coches, bolsas, envases, venenos en la sangre… Y acababa diciendo: «No cabe duda de que la nuestra puede llamarse la civilización de la basura» (no se pierdan el vídeo).

También se destapan expresiones que esconden la realidad y que hemos denunciado múltiples veces desde Blogsostenible, tales como economía circular, desarrollo sostenible, crecimiento verde y el greenwashing

La maximización de beneficios en el ámbito empresarial tiene «graves déficits éticos» que, a pesar de ser también evidentes, no parecen importar a los culpables. La razón parece estar en que vemos como «objetos impersonales y sin derechos» a las plantas, los animales o los ecosistemas. De hecho, los comportamientos egoístas también se dan contra otros humanos. Algunos estudios arrojan que es «suficiente con no concretar mucho la identidad de los afectados». Es decir, cuando no se conoce a los que sufren es más fácil mentir y dañarlos, sin sentimiento de culpa. Y para facilitar este egoísmo, tenemos lo que Valladares califica como «la deshonestidad a escala industrial», la propaganda, una herramienta que consigue con eficacia justificar lo injustificable de cara a la opinión pública.

Desafíos

Ante la magnitud del problema, se declaran ocho familias de desafíos «que requieren hablar claro» y que resumimos a continuación:

1. Desafíos naturales: la letra pequeña del contrato con la naturaleza

En este punto se resalta la importancia de la prevención. Por ejemplo, «prevenir pandemias es mil veces más rentable que hacer frente a una sola». Sin embargo, la obsesión por las ganancias rápidas impide maximizar beneficios a largo plazo para la humanidad. Para evitar pandemias, propone tres medidas clave: 1) detener la deforestación en zonas tropicales, 2) limitar el comercio de especies, y 3) establecer una red de alerta y control temprana de pandemias. Y advierte: «Tendemos a pensar que conservar la naturaleza es un lujo costoso, un gasto superfluo propio de sociedades ricas. Deberíamos ir actualizando esta noción porque la realidad es muy diferente. De hecho, el presupuesto dedicado a conservar la naturaleza no debe ser considerado un coste, sino una inversión. Y de las más rentables: nos devuelve mil euros por cada euro que invertimos».

En el último medio siglo, la población se ha duplicado, pero la economía global se ha cuadriplicado y, como bien dijo De Jouvenel, todo crecimiento económico procede de explotar la naturaleza. Por eso, es preciso aplicar mecanismos de bioeconomía y de Soluciones Basadas en la Naturaleza (SBN), pero sin pecar de un exceso de optimismo, porque no podemos seguir despilfarrando como se ha hecho hasta ahora. El objetivo sería fabricar bienes renovables, reutilizables y reciclables para conservar los ecosistemas. Pensemos en que «las economías más grandes invierten más en biodiversidad, en magnitud bruta, pero que, si se corrigen los datos teniendo en cuenta el PIB, ¡los países más ricos invierten proporcionalmente menos que los menos ricos!». Y no olvidemos que el PIB mide el destrozo ambiental mejor que el bienestar de un país.

2. Desafíos sanitarios: sanidad pública, prevención y transparencia

En la facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid hay una asignatura titulada: O cambiamos de conducta o cambiamos de planeta. Su objetivo es la educación ambiental para que los futuros médicos entiendan la relación entre medioambiente y salud. Valladares hace hincapié en la importancia de este tipo de educación y en tres aspectos clave de las políticas sanitarias de un país, aportando escandalosos datos para el caso de España:

  1. Invertir en prevención es rentable. Algunos estudios sugieren que se ahorran 7 euros por cada euro que se invierte en prevenir. España invierte muy poco en prevención.
  2. La sanidad pública de calidad es esencial. La sanidad privada intenta maximizar sus beneficios y deja, inevitablemente, a muchos enfermos sin tratar. Los países en los que predomina la sanidad privada tienen peor salud media, porque la salud de unos influye en la de los demás, lección que debimos aprender en la pandemia de COVID-19.
  3. No hay transparencia en las políticas de salud ni en el gasto farmacéutico. Las empresas farmacéuticas controlan gran parte de las políticas y consiguen engañar a pacientes y a médicos para maximizar sus beneficios.

 3. Desafíos energéticos: reducir y reconducir

Aquí se pregunta: ¿Cuánta energía necesitamos para estar sanos y felices? La respuesta es terrible porque, por ejemplo, España podría ahorrar la mitad de la energía que consume. Por su parte, Estados Unidos solo necesitaría la quinta parte. Y eso, sin empeorar ninguna métrica relevante ni de salud ni de felicidad.

En este apartado, también propone retomar el debate sobre el pico del petróleo, y avisa que el sobreconsumo de energía nos lleva a graves amenazas medioambientales y a una escasez sin precedentes. Por tanto, es urgente unir la reducción energética a la transición energética.

4. Desafíos económicos: el caso de Ibiza

Valladares se lamenta de la falta de democracia que afecta a la economía: «Las decisiones económicas las toma el 1% de la humanidad» (pero nos afectan a todos). También recuerda aquí al gran Georgescu-Roegen, y sus palabras: «el verdadero producto del proceso económico es (o debería ser) un flujo inmaterial: el placer de vivir». En cambio, sabemos que la avalancha de materialismo no hace feliz a nadie y que nos lleva a sobrepasar los límites planetarios.

Tras eso, critica la llamada economía de escala, un proceso por el que las industrias pretenden bajar los costes aumentando la producción. Cuando se logra, los precios bajan y aumenta el consumo. A cambio, el impacto ambiental se dispara. «Empresas y consumidores están demasiado ocupados con producir y consumir». Por tanto, el control debe ser por parte de la clase política. Otro ejemplo de esta economía de escala lo pone en las macrogranjas: «En España y en muchos otros países crece el número de vacas y cerdos, pero disminuye el número de granjas». La producción industrial de carne conlleva graves problemas ambientales y un enorme sufrimiento animal.

El libro trata temas como la agroecología, la economía de los cuidados, y la agricultura regenerativa; y explica cómo las industrias alimentarias presionan a los agricultores que, en muchos casos, llegan a vender «a pérdidas», es decir, por debajo del valor de producción.

Con el ejemplo de la isla de Ibiza, explica los daños a nivel planetario de vivir con enormes lujos (jets privados, campos de golf, etc.): «el lujo (…) se apoya en una idea que en el fondo es muy simple: que las externalidades (esos impactos negativos en los bienes y servicios públicos, en los recursos naturales y en el medio ambiente) las paguemos entre todos». Y añade: «Si los costes ambientales de un crucero se repercutieran en el precio, muy poca gente podría subirse a uno de estos barcos».

Este científico alaba los trabajos de dos economistas muy especiales. La primera es Kate Raworth y su economía de rosquilla, la cual analizamos junto con las propuestas del documental HOPE! de Javier Peña (muy recomendable). Ella afirma que la economía actual no funciona y que es incapaz de predecir ni de impedir las crisis financieras, ni la pobreza extrema, ni la acumulación de riqueza, ni la degradación del medioambiente. En síntesis, sugiere abandonar el crecimiento y centrarse en una economía sostenible.

La segunda economista es Mariana Mazzucato que, con propuestas simples y sensatas, podría revolucionar el planeta. Mazzucato plantea acabar con esas inversiones del Estado que enriquecen a una minoría y dejan los riesgos y los costos para una mayoría. Por ejemplo, este es el caso de la energía nuclear. El objetivo sería exigir que, para que el Estado invierta en algo, los beneficios deben repercutir en las arcas públicas. Esto es contrario a las teorías de Milton Friedman, un economista neoliberal defensor del libre mercado que ha perjudicado enormemente a diversas sociedades, particularmente en Latinoamérica.

El autor también propone aumentar el compromiso y la ambición, inspirándose en el viaje a la Luna: si fuimos capaces de ese enorme logro, deberíamos ser capaces de transformar el capitalismo ahora.

5. Desafíos políticos y jurídicos: sobre corrupción, fraudes…

«La democracia representativa no funciona», sostiene Valladares: «Los representantes no representan, y los problemas importantes quedan postergados por cuestiones urgentes y cortoplacistas». Los políticos «solo escuchan a la ciencia cuando conviene a sus intereses electorales», lo cual se suma a la corrupción que siempre se mueve por el sistema. «No podemos esperar a que la política solucione los problemas ambientales sin el apoyo decidido y amplio de la sociedad». También denuncia lo que llama obsolescencia científica, según la cual los científicos y sus conclusiones son ignorados a pesar de la buena valoración social de su trabajo.

En no pocos casos, políticos y jueces se unen para provocar fraudes de ley: legalizar pozos ilegales, falsear datos, fraccionar proyectos para que su impacto ambiental parezca menor, etc. En España eso ha pasado en demasiados casos: Marina de Valdecañas, Algarrobico, Doñana, mar Menor

Los políticos, en general, está mal formados y desinformados y, además, «para desolación de analistas, los políticos (…) son tan incompetentes que toman decisiones que ni maximizan el bien común ni tampoco su propio bien».

6. Desafíos a la democracia: ideología y religiosidad

Entre las distintas ideologías y religiones hay enormes diferencias, pero ante los problemas que nos amenazan, esta obra concluye que «resulta más práctico a estas alturas repasar lo que nos une». A veces, se rechazan propuestas solo porque proceden de otro bando, o incluso porque no interesan o son incómodas. Un ejemplo que cita el libro es la encíclica Laudato Si del papa Francisco, un auténtico manual social y ecoanimalista que los católicos han ignorado con absoluta contundencia.

Daniel Innerarity afirma que la izquierda juega en desventaja, ya que se enfrenta a una derecha que reivindica una vida más despreocupada y espontánea. Ser negacionista es más fácil que actuar con responsabilidad. Valladares sugiere que el activismo ecologista utilice «una de las emociones más mundanas y mejor valoradas»: el placer. Puede no ser fácil, especialmente en las clases más adineradas que han hecho del despilfarro su seña de identidad.

Para Johann Hari, a menor capacidad de concentración más fácil es sentirse atraídos por soluciones autoritarias y simplistas (como las de la extrema derecha). Y algunas causas para este antecedente están en el abuso de las redes sociales y de las nuevas tecnologías (smartphones, videojuegos…). Y con eso, también perdemos salud y democracia.

7. y 8. Desafíos sociales y el fracaso del sistema educativo

Valladares coincide en lo que hemos repetido (quizás aún no demasiado): queremos una educación para formar personas, no meros trabajadores; una educación que sepa sacar partido del tipo de inteligencia que tenga cada uno, tipos como los que establece Howard Gardner: visual-espacial, lógico-matemático, naturalista, creativo, colaborativo, etc. El libro echa en falta una buena educación ambiental en todo el sistema educativo, particularmente en las escuelas de Empresariales y de Económicas (algo compartido con Georgescu-Roegen y De Jouvenel como se ha apuntado más arriba).

Escrito antes del apagón de España en 2025, el libro ya advierte de esa posibilidad y lo pone como ejemplo de los casos en los que los políticos prefieren no ahondar para no alarmar. Pero como ocurre siempre, mirar hacia otro lado no disminuye ningún riesgo y, más bien, suele aumentarlos. También se muestra partidario de la protesta pacífica y la desobediencia civil por parte de toda la sociedad, pero en particular de los científicos como él, los cuales son conscientes tanto del problema ambiental como de que los otros métodos no están alertando al nivel necesario. De hecho, el autor ha participado en protestas y ha sido arrestado por ello. Así, ensalza los casos en los que los fiscales han dicho ser conscientes del desastre ambiental y, por tanto, se han negado a procesar a los activistas climáticos.

Conocemos la solución. ¿Por qué no la aplicamos?

La primera de las zancadillas que describe el libro es el negacionismo, ese cerrar los ojos a la realidad científica por ser una verdad incómoda y que, de aceptarla, requeriría cambios importantes. Los negacionistas no suelen ser muy numerosos, pero su activismo les conduce a ser más influyentes de lo que cabría esperar. Recordemos que lanzar un bulo es más fácil que desmentirlo. En Estados Unidos, los negacionistas antivacunas hicieron que ese país tuviera grandes proporciones de contagios y de muertes, en comparación a otros similares. Algunos negacionistas tienen intereses (económicos) en que la verdad no se sepa. En ese caso, Valladares recomienda denunciar para que la ley actúe.

Un tipo de negacionistas son los colapsistas (que piensan que el colapso global es inevitable). También están los tecnoptimistas (que opinan que la tecnología nos salvará). Incluso hay científicos llamados mercaderes de la duda que se encargan sencillamente de plantear dudas, incluso donde el consenso científico es enorme. Valladares advierte que muchas universidades mantienen cátedras de pseudoinvestigación financiadas por petroleras, cementeras o industrias cárnicas.

En otro lugar están los que creen en los milagros o dicen creer en ellos. Abundan entre los políticos, por ejemplo cuando prometen agua para todos o cosas contradictorias (como bajar impuestos y aumentar las prestaciones sociales, o reducir las emisiones y bajar los precios de los combustibles). En demasiadas ocasiones, la sobreexplotación de recursos produce unos daños que pasan a los habitantes y a futuras generaciones. Las empresas no tienen problemas en mudarse a otro lugar cuando ya han sacado sus beneficios. En muchos casos, los delitos prescriben cuando se intentan perseguir.

Valladares advierte de la paradoja de que «es la propia producción industrial de comida la que ha provocado y provoca malnutrición y hambre global». Por tanto, habría que reducir la producción alimentaria y distribuir mejor, para evitar tanto la sobrealimentación como el tirar un tercio de la comida que se produce.

Otra zancadilla es el egoísmo. Por ejemplo, lo vemos en el turismo, a veces camuflado como ecoturismo. Valladares comenta los casos en los que los turistas contagian enfermedades mortales a la fauna que desean ver en libertad. También influye el egoísmo en la industria de la carne, la de pesticidas, la del plástico y la petrolera, que están aplicando las mismas prácticas que en su día utilizó la industria del tabaco: mentir, ocultar informes, desinformar, presionar, pagar a políticos y a científicos, etc. Por este motivo, se están poniendo denuncias a diversas empresas.

Otro problema está en el tecnoptimismo ya comentado y en el ecomodernismo (creer que es posible el desarrollo tecnológico indefinido y reducir el impacto ambiental basándose en mejoras en eficiencia y olvidando la paradoja de Jevons o efecto rebote). Ambas tendencias no son conscientes de que es la tecnología la que ha generado el problema y que es peligroso confiar las soluciones a inventos que aún no existen.

Valladares continúa criticando la hipocresía generalizada que usan desde gobiernos (véase el Pacto de París) o desde empresas, por ejemplo con las mentiras del greenwashing, tan naturalizadas que apenas escandalizan ni cuando usan lemas descarados. Entre los pecados de esta estrategia están la omisión de información, la falta de pruebas, las etiquetas falsas, la vaguedad, la mentira, crear falsas esperanzas, planes de compensación de emisiones dudosos y, sobre todo, poner el beneficio económico por encima de personas y medioambiente. Ante la alarma general de este tipo de abusos, la Comisión Europea está trabajando para acabar con ellas, lo cual demuestra que la presión social influye en los políticos.

El investigador ahonda en varios casos de hipocresía terribles para la Historia, de los que comentaremos aquí solo tres:

  1. En la Guerra de Vietnam y durante diez años, Estados Unidos roció de Agente Naranja grandes zonas de bosques y cultivos de Vietnam, Laos y Camboya. Resultaron afectados millones de ciudadanos por varias enfermedades y malformaciones al nacer (físicas e intelectuales). El gobierno de Estados Unidos ha indemnizado a sus soldados veteranos afectados, pero las víctimas en Asia siguen sin tener, ni siquiera, el reconocimiento por parte del culpable americano.
  2. El segundo caso de hipocresía brutal está en la Unión Europea que aprovechó la crisis energética por la invasión de Ucrania por parte del ejército ruso de Putin, para decir que a partir de entonces la energía nuclear y el gas serían consideradas energías limpias y poder, así, ser subvencionadas con dinero público (lo cual demuestra que no son energías muy rentables por sí mismas; y eso sin valorar los daños y costos completos de su contaminación).
  3. El tercer ejemplo de hipocresía es el caso de la empresa española Ecoembes, supuestamente dedicada al reciclaje de envases pero que, en la práctica, su tarea es blanquear las empresas que más contaminan con plásticos el planeta completo.

En el apartado de errores, Valladares incluye el hacer lo que siempre se ha hecho o la huida hacia adelante. Aquí, critica las quemas del monte que hacen los ganaderos (en Asturias en particular) o las ampliaciones de las estaciones de esquí en el contexto de crisis climática actual. En vez de prohibir el esquí alpino y otros deportes terriblemente nocivos, nuestra sociedad los fomenta. Otros ejemplos de esta huida son: regar cultivos de secano, ampliar los regadíos, construir embalses que destruyen nuestros ríos o que prestigiosos bancos, incluyendo el BCE, financien industrias tan sucias como los agronegocios que destruyen el Amazonas, por no hablar de la financiación del genocidio de Israel.

¿Qué podemos hacer?

«Debemos vivir con menos sin sentir que eso sea un retraso. Si lo sentimos como un retraso, no habremos entendido nada y, sobre todo, no avanzaremos más que a la fuerza». Fernando Valladares está conforme en esto con Linz, Riechmann y Sempere, autores del también recomendable libro Vivir (bien) con menos. Para avanzar en el cambio que se requiere, además de las ideas comentadas anteriormente y algunas que se incluyen en la Cadena Verde, nos alienta diciendo que: «es suficiente con que entre un 10 y un 20 % de la población muestre el conocimiento y la valentía necesarios para que los cambios se produzcan». Es decir, no hace falta concienciar y movilizar a una mayoría, sino que basta con una minoría bien activada. Es decir, si apenas un cuarto de la población tiene claro que hay que hacer algo, ese algo se hará. Ha sucedido con muchas cosas, tales como el matrimonio igualitario o la lucha contra el tabaco.

Ser activista, mantenerse activo, es importante porque reduce el riesgo de la ecoansiedad y de la solastalgia. También aboga por «recuperar el peso de las humanidades», dejar de instrumentalizar la naturaleza (lo cual deshumaniza a la humanidad), y por trabajar en los Objetivos de Desarrollo Interior (ODI), que son una recopilación de «cualidades basadas en la ciencia para vivir vidas con propósito, sostenibles y productivas», además de ser la base para conseguir los famosos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030. Resumiendo mucho, los ODI se apoyan en cinco dimensiones:

  1. SER (relación con uno mismo). Cultivar lo que uno es: autoconciencia, presencia, responsabilidad, integridad, autenticidad, etc.
  2. PENSAR (habilidades cognitivas). Incluye aspectos como el pensamiento crítico, perspectiva, visión a largo plazo, etc.
  3. RELACIONARSE (cuidar de lo demás). Entender la conexión con todo, incluyendo lo que aún no ha nacido: gratitud, alegría, humildad, empatía, amabilidad, compasión…
  4. COLABORAR (habilidades sociales). Es importante la capacidad de escuchar, de defender las opiniones propias, de gestionar conflictos de forma constructiva, de fomentar la colaboración, etc.
  5. ACTUAR (mover al cambio). Para transformar la realidad son útiles cuestiones como el optimismo, evaluar las decisiones, la creatividad, la esperanza, la perseverancia, el compromiso, la paciencia, etc.

Valladares no es ajeno a la dificultad de ser ecologista responsable, pues para ello pareciera que se necesita tener multitud de conocimientos. Sin embargo, él aboga por intentarlo, preferentemente en grupo, y sugiere unir dos movimientos que ahora están demasiado separados, ecologismo y sindicalismo, porque ninguno de los dos triunfará por separado. Las asambleas ciudadanas son también un mecanismo de acción que impulsa el cambio y mejora la propia democracia. Como curiosidad, indica que los premios Global Good Awards recompensan el ingenio para mejorar el medioambiente; y añade: «Si necesitamos inspiración aquí podemos encontrar bastante. Si ya tenemos inspiración, aquí podemos canalizarla».

Otra cualidad a tener en cuenta es la amabilidad, con uno mismo y con los demás, lo cual conlleva grandes beneficios según la ciencia: menos estrés, más felicidad y autoestima, mejor salud… La gente amable suele cuidar bien de sí misma y hacer tareas de voluntariado. Además, esta herramienta es tan contagiosa como un virus. Relacionado con esto, el libro comenta los conceptos del ikigai japonés, del ubuntu sudafricano, el trastorno por déficit de naturaleza y la revolución jurídica que supone otorgar derechos a la naturaleza (ya hecho en casos como el del mar Menor en España). También, resalta la necesidad de empatía, paciencia y humor.

El libro nos explica, con ejemplos, el enorme poder de recuperación de la naturaleza, cuando se la deja. De ahí que, una de las herramientas más poderosas para revertir la degradación ambiental sea la renaturalización, el dejar espacios para que la naturaleza se autogestione y tener la humildad de reconocer que ella lo hace mejor que cualquier ingeniero por muy forestal que pretenda ser. Uno de los casos que cita está en los efectos positivos del confinamiento por el COVID-19: avances en fauna y flora; y mejoras en la calidad del agua y del aire.

Por su profesión, Valladares defiende la ciencia y sus conclusiones (particularmente las ambientales) y, aunque la ciencia pueda equivocarse, tiene mecanismos de corrección. A la vez, lamenta la difusión de información falsa o fuera de contexto que, según la agnotología, provoca una polarización que no ayuda ni para aplicar soluciones efectivas ni para fomentar la necesaria conversación.

Del pasado al futuro: ideas para la transición

Este autor habla del llamado fraude del Neolítico que magistralmente explicó Harari en su obra Sapiens. La idea básica es que nos han engañado cuando nos inculcan que los avances del Neolítico —básicamente, la agricultura, la ganadería y algunas mejoras tecnológicas— fueron un avance para la humanidad. Según algunos intelectuales, en realidad fue un retroceso, al menos por estos factores:

  1. La sedentarización solo tuvo consecuencias negativas para la salud humana, pues nuestros cuerpos han evolucionado durante cientos de miles de años para estar en movimiento. Tampoco ayudó a la salud el recibir una dieta menos variada.
  2. La domesticación de los animales (ganadería) provocó infecciones (zoonosis).
  3. La agrupación en ciudades facilitó el crecimiento de parásitos (chinches, garrapatas, pulgas, mosquitos…).
  4. Se abrieron demasiadas puertas hacia graves impactos en los ecosistemas.
  5. Los problemas psicológicos (como la depresión) son mayores hoy en día. Se sabe cómo evitarlos: aumentar el contacto con la naturaleza, mejorar los vínculos sociales, tener una dieta saludable y una infancia menos competitiva.

En cualquier caso, aunque las sociedades antiguas tuvieran ciertas ventajas, hay que aceptar que también tenían inconvenientes y, sobre todo, que los cambios son irreversibles, por lo que lo más inteligente es aprender de la historia y de la ciencia.

El colapso y la extinción de nuestra propia especie son opciones posibles, pero la obsesión no ayuda; y el perderse lo bueno que tiene el presente tampoco. Valladares nos advierte que hay distintas formas de afrontar ese colapso y que, para hacerlo bien, es importante reducir el nivel de desigualdad, algo que considera tóxico y que «mina la confianza, resta credibilidad a la democracia, erosiona el bien común y nos aleja de un relato esperanzador». Como punto positivo, añade que el análisis de las catástrofes que llevó a cabo Rutger Bregman arroja que el ser humano tiende más a cooperar que a competir, especialmente en momentos difíciles.

En cualquier caso, la insostenibilidad ecológica genera inestabilidad geopolítica y, posiblemente, violencia (guerra). Esa es solo una de las consecuencias de la crisis climática. Por tanto, los esfuerzos para mitigar el cambio climático deben también verse como una inversión en seguridad internacional. Según esto, la austeridad ecológica sería, para toda la población, un sacrificio aceptable y deseado.

En línea con el magnífico libro En la espiral de la energía, otros científicos también proclaman la necesidad de simplificar nuestras sociedades (Ted Trainer, Murray Bookchin, Jason Hickel…). Hay que entender que, por ejemplo, «las energías renovables no pueden mantener una sociedad consumista» (por muchas ventajas que en verdad tengan) y que necesitamos una economía orientada a las necesidades (y no a los caprichos) para construir una sociedad en la que la gente encuentre recompensas por el hecho de vivir de manera sencilla. El objetivo sería pasar del «hacer más con menos» (que nos lleva al colapso) al «vivir mejor con menos» (que nos lleva a una felicidad asequible en la era del decrecimiento o poscrecimiento). Así, necesitamos fomentar valores como la cooperación, la empatía, escuchar a los demás, etc. Y con ello estaremos más abiertos a reducir la desigualdad (aquí dejamos siete medidas para ello) y a vivir dentro de los límites planetarios, entendiendo que el ser humano no puede vivir de espaldas a la naturaleza como si fuera algo externo y ajeno.

Para Valladares es importante recalcar que «el colapso ecológico y la desigualdad económica se encuentran entre nuestros mayores retos globales contemporáneos, y ambas cuestiones están completamente entrelazadas». Por eso, como se ha propuesto tantas veces, es importante establecer una «tasa a los megarricos» que él sugiere que sea de entre el 1,5 y el 3% solo para las 65 mil personas más ricas (con más de 100 millones de dólares). Por supuesto, también hay que tomar medidas contundentes, como prohibir los jets privados, y educar para ir «aboliendo el consumismo y la adoración de lo superfluo».

El libro termina diciendo algo obvio: dado que somos nosotros, los humanos, los que hemos generado el problema, también nosotros tenemos el poder de modificar nuestros actos para alcanzar un futuro mejor.

♦ Información relacionada:

  1. Otros libros ECO resumidos para captar su esencia en poco tiempo. Por ejemplo:
  2. Dos grandes errores de la humanidad (el segundo aún podemos remediarlo).
  3. La agricultura de hoy debería ser como la de mañana.
  4. Los científicos vuelven a avisar del colapso que vendrá si seguimos sin reaccionar.
  5. Sin comer por el clima, las macrogranjas, los combustibles fósiles…
  6. La lista más completa de problemas y soluciones del campo español.
  7. Algunos libros del editor de Blogsostenible y de Historias Incontables.
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¿Por qué me asocié a Open Arms?

Por: Pepe Galindo

Imaginen un barco patrullando el Mediterráneo para garantizar el salvamento en caso de que un crucero se hunda o sufra un incidente. ¿Quién podría oponerse a que haya personas dedicadas a salvar a estos cruceristas?

La ONG Open Arms está dedicada a salvar náufragos en el mar. Su objetivo principal no es salvar a ricos turistas despreocupados por la contaminación con la que su crucero de lujo desgarra las bases de la vida. Los socorristas de Open Arms pretenden salvar a los inmigrantes que se lanzan desesperados al mar en botes tan precarios que solo tiene sentido navegar en ellos si en tierra firme no tienes nada; nada de nada; ni siquiera un futuro. Ahora, repitamos la misma pregunta del párrafo anterior: ¿Quién podría oponerse a que haya socorristas dedicados a salvar a estas personas?

Es la misma pregunta, pero con respuestas distintas para algunos Sapiens. Un líder político en España ha llegado a pedir que se hunda el barco de Open Arms; que no se salve a los náufragos; que se incumpla la ley del mar; que dejemos que se ahoguen miles de personas cada año solo en el Mediterráneo, posiblemente el mayor cementerio de la humanidad.

En cuanto supe de esas declaraciones tan repugnantes, me fui a la web de Open Arms y me hice socio (www.openarms.es/es). Un pequeño grano de arena puede evitar que el fondo del mar siga llenándose de muertos. Y luego pensé: si un líder político siembra odio, seguro que ese odio germina en algún lugar. Pero a veces, plantar odio provoca tal rechazo que solo brota amor. No siempre se recoge lo que se siembra.

Ante esa realidad, nos surgen unas dudas. En este blog pretendemos sembrar respeto a la naturaleza, a los paisajes y especialmente a todos los seres sintientes. ¿Estamos avanzando? ¿O estamos provocando ese tipo de rechazo que desencadena lo contrario de lo que pretendemos?

El mismo personaje que pide que se hunda un barco de socorro, sería el primero en esperar auxilio si su yate naufragara. Y no tengo duda ninguna de que los socorristas del Open Arms le ayudarían.

Por cierto, si quieres conocer la historia del nacimiento de Open Arms, te recomendamos ver la magnífica película de Marcel Barrena: Mediterráneo (2021) con Eduard Fernández, Dani Rovira y Anna Castillo. La tienes gratis para España en RTVE Play.

Rescatar vidas en el mar no debe ser una opción política, sino un deber humano; para que el Mediterráneo deje de ser un cementerio y se convierta en un puente de esperanza que nos recuerde que siempre podemos elegir entre la indiferencia y la compasión.

♦ Sobre amor, odio y migrantes:

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¿Por qué me asocié a Open Arms?

Por: Pepe Galindo

Imaginen un barco patrullando el Mediterráneo para garantizar el salvamento en caso de que un crucero se hunda o sufra un incidente. ¿Quién podría oponerse a que haya personas dedicadas a salvar a estos cruceristas?

La ONG Open Arms está dedicada a salvar náufragos en el mar. Su objetivo principal no es salvar a ricos turistas despreocupados por la contaminación con la que su crucero de lujo desgarra las bases de la vida. Los socorristas de Open Arms pretenden salvar a los inmigrantes que se lanzan desesperados al mar en botes tan precarios que solo tiene sentido navegar en ellos si en tierra firme no tienes nada; nada de nada; ni siquiera un futuro. Ahora, repitamos la misma pregunta del párrafo anterior: ¿Quién podría oponerse a que haya socorristas dedicados a salvar a estas personas?

Es la misma pregunta, pero con respuestas distintas para algunos Sapiens. Un líder político en España ha llegado a pedir que se hunda el barco de Open Arms; que no se salve a los náufragos; que se incumpla la ley del mar; que dejemos que se ahoguen miles de personas cada año solo en el Mediterráneo, posiblemente el mayor cementerio de la humanidad.

En cuanto supe de esas declaraciones tan repugnantes, me fui a la web de Open Arms y me hice socio (www.openarms.es/es). Un pequeño grano de arena puede evitar que el fondo del mar siga llenándose de muertos. Y luego pensé: si un líder político siembra odio, seguro que ese odio germina en algún lugar. Pero a veces, plantar odio provoca tal rechazo que solo brota amor. No siempre se recoge lo que se siembra.

Ante esa realidad, nos surgen unas dudas. En este blog pretendemos sembrar respeto a la naturaleza, a los paisajes y especialmente a todos los seres sintientes. ¿Estamos avanzando? ¿O estamos provocando ese tipo de rechazo que desencadena lo contrario de lo que pretendemos?

El mismo personaje que pide que se hunda un barco de socorro, sería el primero en esperar auxilio si su yate naufragara. Y no tengo duda ninguna de que los socorristas del Open Arms le ayudarían.

Por cierto, si quieres conocer la historia del nacimiento de Open Arms, te recomendamos ver la magnífica película de Marcel Barrena: Mediterráneo (2021) con Eduard Fernández, Dani Rovira y Anna Castillo. La tienes gratis para España en RTVE Play.

Rescatar vidas en el mar no debe ser una opción política, sino un deber humano; para que el Mediterráneo deje de ser un cementerio y se convierta en un puente de esperanza que nos recuerde que siempre podemos elegir entre la indiferencia y la compasión.

♦ Sobre amor, odio y migrantes:

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Personas o cosas

Por: Pepe Galindo

En Ébano, Ryszard Kapuściński relata sus viajes por África con una mirada lúcida y empática. La historia de Madame Diuf en un tren arranca sonrisas, pero pronto el tono cambia cuando el convoy atraviesa el barrio pobre de una ciudad, con grandes similitudes respecto a cualquier otra urbe del mundo, africana o no.

La guerra, la sequía, la pobreza o la verde esperanza en una vida mejor hacen que la gente emigre: del campo a la ciudad, de un país a otro… Lo ha hecho el ser humano desde que existe y no va a dejar de hacerlo. Y ahora se añade un factor que lo cambia todo. Podría ser la desbocada desigualdad, pero nos referimos a la crisis climática y sus inquietantes efectos.

Kapuściński se deja sorprender por los barrios apretados con personas desamparadas que dependen del azar y de la solidaridad, que solo tienen lo puesto y, a veces, es prestado. Estas personas no se quejan porque no tienen dónde hacerlo. Su única posesión de valor es su cuerpo. Entonces, este periodista y escritor reflexiona:

«Se vuelve cada vez más importante para el mundo la pregunta no de cómo alimentar a la humanidad —hay comida suficiente, a menudo solo se trata de organización y transporte—, sino de qué hacer con la gente. Qué hacer con la presencia en la Tierra de millones y millones de personas. Con su energía sin emplear. Con el potencial que llevan dentro y que nadie parece necesitar. ¿Qué lugar ocupa esa gente en la familia humana? ¿El de miembros de pleno derecho? ¿El de prójimos maltratados? ¿El de intrusos molestos?»

Estas preguntas resuenan con fuerza en un mundo marcado aún hoy por la exclusión. Hubo un tiempo en el que defendíamos limitar la población mundial. Ahora comprendemos que es mejor actuar de forma indirecta. Centrémonos en proteger los derechos de las personas más pobres, con especial atención a niñas y mujeres. Es esencial mejorar la educación, eliminar la discriminación y reducir la desigualdad.

Uno de los problemas más graves de la humanidad —la desigualdad explosiva— tiene, a la vez, mecanismos fáciles de solución. Se trata de limitar los enormes beneficios de unas élites económicas que son las principales responsables de los mayores desastres ambientales, amén de otras injusticias. No se trata solo de subir los impuestos a los mega-ricos y de eliminar sus paraísos fiscales. También hay que prohibir ciertas actividades de altísimo impacto ambiental que simbolizan el despilfarro extremo, tales como los jets privados, los megayates, las motos de agua, el turismo espacial y el antártico, los trofeos de caza exóticos, usar helicópteros para comprar el pan, o practicar deportes que deberían estar prohibidos.

Además, debemos asegurar que los beneficios del avance humano lo sean para la humanidad en general, y no solo —como ocurre a menudo— para quienes menos los necesitan. Algunos ejemplos de lo que deberíamos ir haciendo antes de que sea demasiado tarde son:

  • Reducir la jornada laboral y evitar las horas extras.
  • Aprobar una Renta Básica para mayores de edad
  • Aplicar una fiscalidad justa y verde con impuestos a robots y ordenadores industriales.
  • Valorar tareas ahora no remuneradas (como voluntariado, cuidado de niños o de mayores, etc.).
  • Controlar la deslocalización y el abuso de las multinacionales exigiendo el mismo comportamiento en todos los países en los que operen.
  • Adoptar prácticas agrícolas basadas en la agroecología
  • Reducir el consumo de carne y pescado, así como el presupuesto militar.

En todos estos asuntos, o bien avanzamos poco, o bien retrocedemos. Y mientras tanto, debemos recordar que emigrar es un derecho humano fundamental que debe ser respetado. Tener miedo a perder lo que tenemos es algo natural, pero no debemos permitir que ese temor derrote a nuestra empatía y solidaridad. Sin duda, todos podemos imaginar una situación en la que nosotros mismos querríamos hacer uso de ese derecho a emigrar para buscar un futuro mejor.

No hay soluciones simples, pero sí caminos adecuados. Actuemos con responsabilidad y coherencia, aunque el resultado no sea inmediato ni perfecto. Lo imperfecto siempre será mejor que lo inhumano.

♦ Sobre solidaridad y emigración:

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Personas o cosas

Por: Pepe Galindo

En Ébano, Ryszard Kapuściński relata sus viajes por África con una mirada lúcida y empática. La historia de Madame Diuf en un tren arranca sonrisas, pero pronto el tono cambia cuando el convoy atraviesa el barrio pobre de una ciudad, con grandes similitudes respecto a cualquier otra urbe del mundo, africana o no.

La guerra, la sequía, la pobreza o la verde esperanza en una vida mejor hacen que la gente emigre: del campo a la ciudad, de un país a otro… Lo ha hecho el ser humano desde que existe y no va a dejar de hacerlo. Y ahora se añade un factor que lo cambia todo. Podría ser la desbocada desigualdad, pero nos referimos a la crisis climática y sus inquietantes efectos.

Kapuściński se deja sorprender por los barrios apretados con personas desamparadas que dependen del azar y de la solidaridad, que solo tienen lo puesto y, a veces, es prestado. Estas personas no se quejan porque no tienen dónde hacerlo. Su única posesión de valor es su cuerpo. Entonces, este periodista y escritor reflexiona:

«Se vuelve cada vez más importante para el mundo la pregunta no de cómo alimentar a la humanidad —hay comida suficiente, a menudo solo se trata de organización y transporte—, sino de qué hacer con la gente. Qué hacer con la presencia en la Tierra de millones y millones de personas. Con su energía sin emplear. Con el potencial que llevan dentro y que nadie parece necesitar. ¿Qué lugar ocupa esa gente en la familia humana? ¿El de miembros de pleno derecho? ¿El de prójimos maltratados? ¿El de intrusos molestos?»

Estas preguntas resuenan con fuerza en un mundo marcado aún hoy por la exclusión. Hubo un tiempo en el que defendíamos limitar la población mundial. Ahora comprendemos que es mejor actuar de forma indirecta. Centrémonos en proteger los derechos de las personas más pobres, con especial atención a niñas y mujeres. Es esencial mejorar la educación, eliminar la discriminación y reducir la desigualdad.

Uno de los problemas más graves de la humanidad —la desigualdad explosiva— tiene, a la vez, mecanismos fáciles de solución. Se trata de limitar los enormes beneficios de unas élites económicas que son las principales responsables de los mayores desastres ambientales, amén de otras injusticias. No se trata solo de subir los impuestos a los mega-ricos y de eliminar sus paraísos fiscales. También hay que prohibir ciertas actividades de altísimo impacto ambiental que simbolizan el despilfarro extremo, tales como los jets privados, los megayates, las motos de agua, el turismo espacial y el antártico, los trofeos de caza exóticos, usar helicópteros para comprar el pan, o practicar deportes que deberían estar prohibidos.

Además, debemos asegurar que los beneficios del avance humano lo sean para la humanidad en general, y no solo —como ocurre a menudo— para quienes menos los necesitan. Algunos ejemplos de lo que deberíamos ir haciendo antes de que sea demasiado tarde son:

  • Reducir la jornada laboral y evitar las horas extras.
  • Aprobar una Renta Básica para mayores de edad
  • Aplicar una fiscalidad justa y verde con impuestos a robots y ordenadores industriales.
  • Valorar tareas ahora no remuneradas (como voluntariado, cuidado de niños o de mayores, etc.).
  • Controlar la deslocalización y el abuso de las multinacionales exigiendo el mismo comportamiento en todos los países en los que operen.
  • Adoptar prácticas agrícolas basadas en la agroecología
  • Reducir el consumo de carne y pescado, así como el presupuesto militar.

En todos estos asuntos, o bien avanzamos poco, o bien retrocedemos. Y mientras tanto, debemos recordar que emigrar es un derecho humano fundamental que debe ser respetado. Tener miedo a perder lo que tenemos es algo natural, pero no debemos permitir que ese temor derrote a nuestra empatía y solidaridad. Sin duda, todos podemos imaginar una situación en la que nosotros mismos querríamos hacer uso de ese derecho a emigrar para buscar un futuro mejor.

No hay soluciones simples, pero sí caminos adecuados. Actuemos con responsabilidad y coherencia, aunque el resultado no sea inmediato ni perfecto. Lo imperfecto siempre será mejor que lo inhumano.

♦ Sobre solidaridad y emigración:

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El final del camino

Por: Pepe Galindo

Cuando sabes a dónde lleva un camino y lo recorres con conciencia y voluntad, no puedes quejarte del lugar al que llegas.

Esta afirmación viene a cuento porque la humanidad sabe —científicamente— el desastre ecoclimático al que nos enfrentamos. Y aun así, seguimos transitando por el camino equivocado, con bastante conciencia y con unánime voluntad colectiva. Les contaré una historia real por si pudiera servir para aprender de nuestros errores y evitar nuestra condena.

En 1923, el genocida Adolf Hitler fue encarcelado por intentar derrocar al gobierno alemán. Su intento de golpe de Estado le otorgó fama y seguidores. Fue condenado a cinco años de prisión, de los que solo cumplió nueve meses. Lo más aterrador es que aprovechó ese tiempo para escribir sus ideas políticas en un libro, en el que contaba todo lo que quería conseguir. En resumen: pretendía conquistar nuevos territorios, acabar con la democracia y exterminar a los judíos. Tenía envidia de la grandeza física de Rusia. Con esa ideología abiertamente publicada por escrito, diez años más tarde ganó las elecciones y puso en marcha su plan. Es bien sabido que el plan acabó bastante mal para casi todo el mundo, incluyendo a él mismo.

La personalidad de este dictador —tal vez demasiado similar en todos los sátrapas y en los que desearían serlo— se resume en: egolatría, complejo de Mesías, sentimiento de inferioridad (por ejemplo, Hitler carecía de las características que alababa de la raza aria), desprecio hacia los débiles, poca o nula empatía, carisma, capacidad de manipulación y obsesión por el poder. Con esto, Hitler consiguió manipular a la sociedad alemana, implicando a buena parte de sus intelectuales. Nadie puede alegar que mintió sobre sus objetivos básicos. Por extraño que parezca, convenció a suficientes personas.

Theodor Adorno en 1964, un filósofo alemán que escribió sobre sociología, comunicología, psicología y musicología.Los que se atrevieron a oponerse al nazismo, tuvieron que exiliarse. Es el caso de Walter Benjamin y de Theodor Adorno. Tras el fin de la guerra, Adorno volvió de su exilio y escribió: «Lo que nos habíamos propuesto era nada menos que comprender por qué la humanidad, en lugar de entrar en un estado verdaderamente humano, se hunde en un nuevo género de barbarie» (Dialéctica de la Ilustración, 1947).

A pesar de todos los avances de la humanidad, aún no hemos aprendido lo más básico: a vivir en armonía. Seguimos permitiendo genocidios y se siguen escogiendo a gobernantes que no superarían ni el más burdo test de empatía, honestidad o ética.

Miren a Netanyahu y su odio hacia Palestina; y no se pierdan el detalle de que Alemania sea uno de los países que más armas vende a Israel (junto con EEUU e Italia). Sorpréndanse por la megalomanía de Trump, un delincuente en la Casa Blanca. Y no se pierdan al presidente argentino Milei que ganó las elecciones a pesar de asegurar que habla con su perro muerto.

Estos políticos son tres ejemplos extremos, pero atención: los más moderados tampoco nos están llevando hacia un futuro en armonía y sostenible. Ahora que lo sabemos: ¿Seguiremos permitiéndolo?

♦ Sobre ideologías:

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Theodor Adorno en 1964, un filósofo alemán que escribió sobre sociología, comunicología, psicología y musicología.

✇Cruz Negra Anarquista / ABC

Italia: Vista preliminar de la operación Sibilla que pretende condenar a 12 anarquistas

Por: cruznegraanarquista
Alfredo 41 bis. Manos fuera de las publicaciones anarquistas. Concentración de solidaridad con motivo de la vista preliminar de la operación Sibilla (Perugia, Italia, 10 de octubre de 2024) (Comunicado recibido por correo) El 10 de octubre está fijada la … Sigue leyendo
✇Cruz Negra Anarquista / ABC

La Hoguera (Colombia) entrevista a Gabriel Pombo y Elisa di Bernardo

Por: cruznegraanarquista
En el marco de la Semana Internacional de Solidaridad con Prisionerxs Anarquistas del 23 al 30 de Agosto, desde la caja de resistencia Tejido Anticarcelario ‘La Hoguera’ de Colombia extendemos la invitación a esta conversación a distancia con lxs compañerxs … Sigue leyendo
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