Jan Lievens pasó a la historia como el artista “que no era Rembrandt”. Sus cuadros nos hacen preguntarnos si lo que vemos en el arte es la obra o el nombre del autor. Lo mismo sucede con Pieter de Hooch o Gabriël Metsu, cuyas pinturas han vivido a la sombra de Vermeer, reducidas en muchos casos por una Historia del Arte que ha querido encerrarlos bajo el título de arte de la burguesía. Para salir de los estereotipos, el escritor Benjamin Moser (Houston, 1976), conocido por sus biografías de Clarice Lispector y Susan Sontag, con la que obtuvo el Premio Pulitzer en 2020, ofrece en El mundo del revés. Encuentros con los maestros neerlandeses un viaje a través de algunos de los nombres que marcaron el siglo XVII. Una propuesta personal que invita al lector a mirar la complejidad de la vida de estos pintores, capaces de crear arte en un siglo marcado por las pandemias y las guerras.
La entrevista se desarrolla por videollamada, cuando Moser regresa de haber votado en las elecciones para la alcaldía de Nueva York. Moser, que en los últimos años no ha dudado en denunciar el silencio de una parte de la sociedad estadounidense ante el genocidio de Gaza, lleva una pegatina de Zohran Mamdani en la solapa de su chaqueta. “Es la primera vez en mi vida que he votado a alguien que no me causa reparos. Es una sensación un poco única, me ha dado mucho ánimo”, asegura en un perfecto español. Dice que Sontag, Lispector, pero también Reembrandt o Goya, algunos de sus artistas más admirados, se han convertido en sus ángeles de la guarda, un recordatorio cotidiano de que, ante el dolor de los demás, no hay permanecer callados.

El mundo del revés es una buena guía artística para llevar debajo del brazo si uno visita Holanda. Ha pasado 20 años escribiéndolo, como una forma de manifestar su amor por el país que lo acogió cuando tenía 25 años.
Escribir este libro ha sido una forma de convocar el asombro que a un extranjero le surge de forma natural, y luchar contra el exceso de familiaridad cuando te acostumbras a ver algo todos los días. Como en cualquier otro lugar, en Holanda hay cosas feas, modernas, pero yo vivo en una casa de 1600 que habría podido ser la casa de Vermeer, tiene las mismas ventanas, puedes imaginar que Vermeer está presente. En Holanda uno tiene la impresión de estar viviendo dentro de esas pinturas, es algo que no he vivido en otro país.
Puedes sentir cómo habría podido ser la vida de esa gente por todo lo que pintaron: una madre con un hijo, un perro, una casa, todo eso lo imaginamos con facilidad. Pero mientras más nos acercamos a esa pintura, más nos damos cuenta de que es algo completamente extraño en realidad. No podemos llegar a imaginar lo que tuvo que ser vivir pandemias regulares, como las que se dieron en cuatro ocasiones durante el siglo XVII en Amsterdam, que era entonces la ciudad más rica del mundo. Murió un cuarto de la población como consecuencia de las recurrentes pandemias. No podemos imaginar que era normal morirse a los 30 años. Me fascinaba esa mezcla de sentir que podemos tocar el pasado y a la vez estar ante un mundo totalmente ajeno a nosotros.
La selección de pintores que hace nos recuerda la obsesión de nuestra sociedad, y del arte contemporáneo en general, por buscar el héroe. Pero usted destaca en su libro toda una red de pintores. Sin las colaboraciones ni el intercambio de aprendizaje no se podría entender el trabajo de Rembrandt o Vermeer.
El culto al genio, que es un culto romántico, es algo que por principio excluye. Si ves un mapa de la ciudad, de donde vivían esos artistas, ves que vivían todos como en dos barrios. La gente se conocía y, por una casualidad, toda esa gente se agrupó en unas cuantas calles. Imagínate cómo habría sido eso. Es algo muy inspirador.
Gracias a estudios recientes hemos podido combatir los conocimientos sesgados que nos han llegado de esta época. Sabemos que a algunos de estos artistas se les trató de forma injusta, como los bodegones de Adriaen Coorte, tratados de arte menor, o las pinturas de Hendrick Avercamp, de quien dijeron que no merecía la pena disponer de ninguno de sus cuadros después de 1663. Tuvo que ser una archivista, sorda como él, quien descubriera en el siglo XX que Avercamp había muerto en 1664.
Por eso me parece un buen oficio el de biógrafo, crítico, profesor o el de periodista. Son gente que nos recuerda los bultos del pasado. Clara Welcker, que según decían en los años 1920 y 1930 era muy difícil, por obstinada y por trabajadora nos ha legado un gran pintor y nos ha descubierto la historia de su madre, que consiguió darle una educación con todas sus posibilidades a un niño sordo, lo que no era fácil en el siglo XVII, cuando no había ni lenguaje de signos.
Para mí ha sido muy relevante estudiar cómo vivía la gente y cómo representaban el mundo en que vivían. El arte holandés siempre ha estado asociado a un lujo, a una burguesía, pero es un equívoco total. Ellos vivían, como he dicho antes, en una sociedad totalmente diferente a la nuestra, por más que miremos a esa gente nunca podremos imaginar cómo era esa vida sin penicilina, sin teléfono, sin nada. Pero sí podemos hallar una relevancia muy actual y es que ellos también luchaban con las mismas dudas que nosotros: cómo vivieron la cuestión de la infancia, la vejez, la enfermedad… Si el arte todavía sigue siendo relevante para nosotros es porque nos habla justamente de lo eterno, cosas de las que no nos habla el teléfono o la actualidad. El resto, si era una pintura para el burgués fulano, no nos interesa. Un retrato nos interesa no por la persona que aparece en él, sino por lo que toca en nosotros.
¿Se habría animado a publicar este libro si el mundo no estuviera hoy del revés?
Yo creo que siempre ha estado del revés. Yo no tengo mucha calma, pero tengo algo mejor, que es la perspectiva. Y eso te permite entender que el mundo siempre ha estado al revés. El mundo nunca ha estado bien, por eso siempre hemos necesitado inventarnos un mundo mejor. Y por eso hacemos arte. Por eso sigue siendo tan vibrante y tan esencial.

En su trabajo, también en las biografías de Clarice Lispector y Susan Sontag, vuelve siempre a este cuestionamiento sobre el deber del artista en la sociedad. Después de tanto tiempo dándole vueltas, ¿ha encontrado una respuesta convincente?
Creo que sí. Te respondo de otra forma porque estamos en esa lucha. Mi próximo libro, que será sobre los judíos antisionistas, es un reflejo de que no pienso callarme ante, como diría Sontag, el dolor de los demás. Tú me das el espacio en tu periódico para hablar contigo. Yo tengo ese derecho que he conquistado, digamos, por haber escrito varios libros. Esa oportunidad no quiero aprovecharla para hablar de mis vanidades personales. No sé cómo ha sido en España, pero sé cómo ha sido en Francia, en Inglaterra, en Holanda, en Estados Unidos: todo el mundo calladito sobre Palestina, un 90% de los escritores, de los artistas se han callado. Y eso me produce un asco físico.
Los artistas que yo he escogido en este libro son todos y de formas diversísimas gente que ha tenido algo que enseñarnos, que transmitirnos. Las personas que nos interesan no son los que se callan porque si no fulanito de tal no me va a encargar un retrato por cuatro florines. Las personas que nos interesan como artistas tienen una voz y la utilizan. Mucha gente ha muerto para mí por haberse callado en medio de un genocidio. Personas que ya no me interesan. El artista es alguien que arriesga, que no se queda callado en el lado seguro.
¿Qué silencios le han dolido más?
Tantos… Es una vena abierta para mí. Una decepción tan honda con tanta gente… Por eso me suelto, no es por estar hablando en España, digo lo mismo en Estados Unidos. Le tengo absoluto desprecio a mucha gente que yo quería. Es una sensación muy amarga. Es una muerte, como una viudez de personas a las que ya no puedo ni hablar, que no puedo ni ver. Pero por más que haya perdido a mucha gente, también hay gente valiente que se ha rebelado, que ha denunciado y ha hablado. Desgraciadamente, todos los judíos tenemos el mismo pasado, la misma historia, y por más gente que haya perdido también hay otros que he descubierto, gente que denuncia y habla. Uno gana más de lo que pierde cuando se manifiesta porque hay gente que te ve y que se siente fortalecida con ese ejemplo de humanidad.
En el libro de Sontag escribí sobre el concepto gay de salir del armario. Tú lo haces porque tu vida es más fácil cuando sales del armario. Bueno, si vives en Arabia Saudita tal vez no, pero en Occidente, por lo menos, sí. Pero no lo haces solo por ti. Lo haces porque el que te ve, un niño gay que está en el colegio siendo abusado, por ejemplo, ve un ejemplo de alguien que tiene valor y se siente más fortalecido. Entonces, él sale del armario. Y después cuando lo haga él hay otro que también lo ve. Y así vamos construyendo. Aunque soy escéptico sobre si podemos construir un mundo mejor, los ejemplos de los gays, de las mujeres, de los negros en este país nos muestran que ha habido un avance espectacular. Por eso sigo luchando sin desesperarme. Por eso sigo hablando, porque es mi derecho. Si los palestinos todavía no se han desesperado y siguen luchando, ¿cómo voy yo a desistir?
¿Puede hablarnos de ese libro que publicará el año que viene?
Se llama Antisionismo, una historia judía. Es una historia totalmente suprimida, reprimida, censurada. La historia de los judíos en cinco continentes en cada manifestación religiosa, no religiosa, de derechas, de izquierdas, que por muchísimas razones han dicho que esta idea de colonizar Palestina es una idea terrible que va a llevar a un desastre para el pueblo judío y para los los habitantes de Palestina.
Es un libro que me ha gustado mucho hacer porque nadie sabe las cosas que estoy contando. Ni los especialistas. Fui dos veces a Egipto, por ejemplo, buscando a un judío egipcio que está al lado de Palestina. ¿Cómo afectó a esa gente la fundación de una colonia judía en Palestina? Resulta, por ejemplo, que a día de hoy hay dos judíos oficialmente registrados en la nación de Egipto. ¿Dónde vas a buscar a esa gente? ¿Cómo vas a encontrar a esa gente y esas historias olvidadas? Con mucho trabajo, he reconstruido 150 años de oposición al sionismo, y yo creo que eso va a dar a muchos ánimos para salir del armario. Ser judío y descubrirse antisionista es un poco como salir del armario. Muchos de nosotros tenemos familias sionistas, yo la tenía, como todo el mundo en Estados Unidos, todo el mundo era sionista, lo asumíamos porque no sabíamos que había otra historia, porque esa historia había sido ocultada.
Y lleva dos años escribiéndolo, en paralelo al genocidio.
Empecé a trabajar en él después del 7 de octubre. Estaba haciendo otra cosa y sentí que necesitaba hacerlo ahora.
En esa fecha, después de la matanza de Hamás en Israel, muchas personas tardaron en reaccionar a lo que pasaba en Gaza. En Francia, donde vivo, a muchos de los que lo denunciaron se les acusó de antisemitismo.
Los ortodoxos en el siglo XIX decían que el sionismo iba a reemplazar a nuestra religión. El sionismo es un nacionalismo que no tiene nada que ver con el judaísmo, es lo opuesto. El problema es que no tiene sentido discutir con un sionista, la gente se ofende o no te escucha o cree que le estás insultando a su fe. Con los convencidos no hay conversación posible. Pero hay muchísima gente, mucho más de la que se creía, que tiene preocupaciones, que tiene dudas, que dice que las cosas que me han dicho mis padres o en la sinagoga o en la comunidad, no encajan. Yo estoy dando una genealogía a esa gente para que no se sientan solos, para que puedan decir: «Ah, esa persona lo veía y esa otra y esa otra”. Y son lo mejor de nosotros: la gente más inteligente, la gente más valiente…
Lo cuenta usted en un artículo en Equator, donde habla sobre la educación religiosa que recibía en la congregación judía de Houston. Lo decía Philip Roth. En su educación religiosa no le enseñaron ninguna lengua, nada de Dios… solo una psicología que “podría traducirse en tres palabras: los judíos son mejores”.
Sí, es que era un mensaje muy suave. Yo conocía a gente sionista que vive en comunidades locas, pero para los demás, para nosotros, el mensaje que nos llegaba en las escuelas judías era un mensaje suave, no era una cosa agresiva. Pensábamos que Israel era un país más, como España o Portugal. Con cosas buenas, cosas malas, pero nadie nos dijo no es un país, es una colonia, una imposición extranjera a un pueblo que no tenía nada contra los judíos, que no había hecho nada malo contra nosotros. Y están pagando el precio de la criminalidad europea. Nadie quiso decirme eso, ¿sabes? Y bueno, ahora yo lo estoy diciendo.
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