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✇Rebelion

Que se callen los cañones

Por: JDF

Un mundo sin compromisos

Desde principios de año, el mundo ha estado dos veces al borde del uso de armas nucleares. Si el conflicto entre India y Pakistán se desató rápidamente y ambos países se separaron para celebrar su propia victoria, la guerra en Ucrania está cobrando cada vez más fuerza.

Europa se está armando y preparando para suministrar sistemas cada vez más mortíferos, empujando a Kiev a utilizarlos. Moscú reacciona mostrando su determinación y capacidad, recordando constantemente su disposición a pasar de los ataques con armas convencionales al uso de armas estratégicas.

Lo más alarmante es que el papel de la diplomacia como medio para resolver conflictos y mitigar contradicciones se ha reducido al mínimo. El trabajo diplomático está devaluado. Los canales diplomáticos para el mantenimiento de contactos entre adversarios (para lo que surgió la diplomacia) han perdido su valor. Ya nadie les cree, las redes sociales han ganado su confianza.

Las partes en conflicto utilizan las capacidades de sus propios Ministerios de Asuntos Exteriores, en su mayor parte, para hacer sonar en voz alta sus demandas ultimativas entre ellos sin siquiera ocultarlas en aras de la cortesía política.

De hecho, se ha perdido el arte del compromiso. Ha sido sustituido por la creación de informes convenientes, muy solicitados en las cancillerías, y por tuits de comisionado en la X.

La crisis de los intermediarios respetables

La época actual ha puesto de manifiesto la ausencia de intermediarios en las negociaciones entre las partes en conflicto.

Se puede discutir mucho sobre el papel de la ONU en el siglo XXI; sin embargo, es evidente que su influencia en la resolución de conflictos mundiales ha disminuido notablemente en comparación con el período anterior. Pero evitar grandes enfrentamientos militares fue uno de los motivos y objetivos de su creación después de la Segunda Guerra Mundial.

De hecho, hoy en día no hay ningún político en el mundo capaz de actuar como un mediador eficaz y respetuoso con todas las partes en conflicto.

Ha llegado el momento de reconocer lo obvio. Los actuales líderes mundiales no quieren escucharse unos a otros. Se basan en el antiguo principio de «entonces que hablen las armas».

Desafíos globales

Lamentablemente, todo esto ocurre en un momento en que la humanidad se enfrenta a desafíos y amenazas globales.

La pandemia de COVID-19 ha demostrado claramente que ya nos enfrentamos a un enemigo común que no tiene piedad y no distingue entre razas, nacionalidades o creencias (https://www.un.org/sg/en/).

La victoria sobre el coronavirus, si es que se puede llamarla así, ha demostrado que los países no están preparados para hacer frente rápidamente y de manera efectiva a este tipo de desastres.

Las rutas comerciales y logísticas internacionales no están suficientemente protegidas. La economía mundial es vulnerable. No existe un sistema de respuesta médica unificado para este tipo de amenazas.

La OMS está constantemente vigilando la posibilidad de que aparezcan nuevas pandemias. Si una enfermedad más letal que el COVID-19 nos atacara de nuevo, sería difícil estimar el tipo de destrucción irreversible que supondría para el mundo.

La comunidad internacional necesita unirse y redoblar sus esfuerzos para combatir estos desafíos, pero los principales líderes mundiales están ocupados en la guerra y prefieren verse a sí mismos a través del visor de las armas.

La tecnología avanza sin cesar. La humanidad está a punto de crear una inteligencia artificial con gran alcance, capaz de superar el potencial intelectual de los seres humanos en el menor tiempo posible.

Los beneficios pueden ser enormes, pero también lo son los desafíos. Un error cometido ahora puede hacer realidad rápidamente los horrores más terribles de la guerra de los hombres contra las máquinas que vemos en las películas de Hollywood. Sin embargo, la gente sigue infectada con la epidemia de la guerra entre sí y no ve nada más.

La Guerra

Cualquier guerra no solo es una catástrofe humanitaria, sino también un freno para el desarrollo de la humanidad, especialmente en la era de la globalización. Quema recursos tan valiosos como el tiempo y los materiales. En cambio, solo trae decepción y desilusión, y no hay nada que se pueda hacer para remediarlo.

En todo el mundo, los conflictos armados están en aumento y son los ejércitos enfrentados los que intentan corregir los errores de los diplomáticos (https://www.picturequotes.).

Pero solo aumentan el dolor, la sangre y la destrucción. Muchos ciudadanos, mujeres y niños se ven obligados a abandonar sus hogares y convertirse en refugiados en su propio país.

Naciones y estados enteros se encuentran al margen de la historia y sin futuro. En un mundo que debería estar marcado por la prosperidad y el bienestar, el miedo y el odio se han vuelto cada vez más comunes.

Europa y el mundo entero están al borde de la Tercera Guerra Mundial, que tendría consecuencias globales para toda la humanidad. Sin embargo, el conflicto en Ucrania se agrava. El país ha perdido varios millones de habitantes, que han muerto o se fueron a otros estados.

La región de Oriente Medio está llena de sangre. El pueblo palestino está viviendo una verdadera tragedia, pues está perdiendo a su gente, su tierra y, con ello, la esperanza de crear un Estado palestino independiente.

Israel no está a salvo de los atentados terroristas.

La guerra civil en Siria ha mostrado al mundo la magnitud de la terrible catástrofe que sufre su pueblo, cuyas consecuencias se han dejado sentir en Europa, que se ha convertido en un foco de atracción para decenas de miles de migrantes.

Todavía no se han recuperado de las consecuencias de las recientes guerras de Irak y Yemen.

El continente africano sigue estancado por conflictos locales, ahogado por ataques terroristas, lleno de injusticias y dispuesto a tomar las armas para dar una vez más a sus naciones y pueblos la oportunidad de defender su Verdad última.

¿Podrán estos países recuperar su solidez política, lograr un crecimiento económico sostenible y prosperidad para sus ciudadanos? Esto requerirá muchos recursos, esfuerzo y tiempo. Y lo más importante es la sabiduría política, que es ahora el bien más escaso en las relaciones internacionales.

Demanda de cambios

La historia de la humanidad se desarrolla en espiral. Estamos, como en el siglo pasado, acercándonos de nuevo a un abismo en el que nos esperan guerras globales y una muerte humana a gran escala. No caer en ella, encontrar en ti la fuerza para renunciar a las ofensas momentáneas y a las adquisiciones egoístas no es una tarea trivial. La humanidad aún no puede presumir de haber aprendido a resolverla de manera estable.

Sin embargo, eso no significa que no podamos hacerlo ahora. Es necesario hacer todos los esfuerzos posibles para alcanzar la reconciliación y el compromiso. La paz debe ser la máxima prioridad y el objetivo número uno para todos los países, o nuestra civilización no tendrá futuro.

¡Hay que hacer callar a los cañones!

✇Rebelion

Es necesario luchar contra la digitalización de la vida

Por: JDF

Ninguna argumentación teórica, en sí misma, será suficiente para abolir el capitalismo. No se puede decretar por decisión asamblearia su fin. Pero, ello no significa que no sean importantes, necesarias y esenciales las discusiones y los argumentos que abonen en la consolidación de una postura crítica, de oposición y resistencia frente a la desastrosa realidad que el capitalismo comprende para las inmensas mayorías. Y soy plenamente consciente que los argumentos por sí solos no bastan para que esas enormes mayorías que hoy experimentamos, como parte del dominio opresivo y explotador del capital, el exacerbado avance de la digitalización de nuestras existencias, optemos voluntaria y masivamente por cambiar el rumbo que significaría cerrar nuestras redes, desechar los smartphones o dedicar menos tiempo a los distintos pasatiempos virtualizados que hoy saturan nuestra existencia. Sin embargo, saber que las palabras no son suficientes no significa renunciar a la certeza del carácter imprescindible y urgente de construir un posicionamiento crítico, acompañado de medidas de oposición y resistencia activa frente a la amenaza de la digitalización omnipresente que avanza sobre nuestras vidas.

Hablar del profundo impacto que hoy (no en un futuro por llegar) tiene la mencionada digitalización, parte de reconocer la modificación que está operando en nuestros hábitos de conducta, en las pautas de socialización imperantes y en el modelo de concentración de riqueza que hoy se asienta a nivel global. No es solo la captación de nuestro tiempo de ocio, las alteraciones a nuestros esquemas mentales de atención o la fragmentación social que llegó con el encierro pandémico y parece no querer abandonarnos; es una transformación de nuestra existencia tal cual la conocíamos hasta ahora, y que pasa por la profundización de la dependencia de los dispositivos informáticos para cada vez más actividades cotidianas (ya no solo las laborales), el hecho de convertir las pantallas en casi la única manera de tener contacto con el mundo, tener que interactuar cada vez más con algoritmos y menos con personas para resolver dudas o necesidades del día a día, acentuar los consumos de tecnologías que pasan rápidamente del internet de las cosas al internet de los cuerpos, e identificar, ocasionalmente, la alteración de nuestros usos del tiempo por el desfasaje que produce la captación de nuestra atención por los dispositivos digitales, entre muchos otros aspectos.

Detallar las formas en que ocurre y las consecuencias que produce la digitalización es tan complejo como veloz es la profundización de su avance continuo. Por eso, una de las vías para identificar su impacto es analizar la manera en la que se moldea el sentido común dominante, que termina legitimando esa avanzada, y que va desde la defensa acérrima a las innovaciones de las tecnologías informáticas, hasta la negación absoluta de la posibilidad de un freno o alteración a dicha realidad, suponiéndola un hecho irreversible. En otras palabras, dicho sentido común se construye con los extremos del optimismo ingenuo (o tecnofilia despolitizada) y la resignación pesimista (o apatía derrotista); llamo a esto sentido común digitalizado. Para desentrañar tal idea, intentaré ahora dar cuenta brevemente de algunos de los elementos en que se despliega ese sentido común legitimador de la digitalización que nos acecha.

1. Aún persiste en algunas mentes la identificación de la tecnología con aquella añeja creencia del progreso humano como proceso lineal y, prácticamente, natural; una suerte de evolucionismo en su versión contemporánea. Frases como toda invención es una mejora, o el progreso humano no se detiene, no solo no son ciertas, sino que formulan un absolutismo del pensamiento que tiende a imposibilitar la crítica. No obstante, resulta evidente que cada vez son más las personas que ven el futuro como algo incierto, y para quienes es muy difícil construir argumentos que justifiquen su entendimiento del estado actual de nuestra civilización como una época de florecimiento de la humanidad, caracterizada por el bienestar general y la armonía social. Pues todo lo contrario; la actualidad no solo nos demuestra con hechos contundentes que no estamos encaminados hacia el florecimiento de la dignidad humana, la justicia o armonía social. El capitalismo que vivimos no es para nada el mejor de los mundos posibles, sino que es justamente el modelo que con más certeza nos aproxima al colapso civilizatorio. Los avances de las nuevas tecnologías digitales de la información y la comunicación (NTIC) difícilmente puedan revertir esta senda de decadencia pues han sido, en gran parte, artífices de su desencadenamiento.

2. Otra variante del sentido común que legitima acríticamente la digitalización de nuestras vidas es aquella que entiende las tecnologías como herramientas, esto es, como objetos neutrales cuyo impacto en nuestras vidas depende del uso que les demos. Tal argumento podría llegar a ser cierto si se tratara, tal como en el ejemplo que suelen usar quienes expresan esta idea, de un martillo. Pero, parece paradójico tener que aclarar que existen abismales diferencias entre los dispositivos propios de la digitalización y los martillos (o cualquier otra herramienta). Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (NTIC) configuran un sistema de relacionamiento con nosotros mismos, con quienes nos rodean y con el entorno. Dichas tecnologías no son solo objetos (aunque algunas de ellas tengan esa expresión material, y otras no). Por el contrario, constituyen mecanismos, métodos o formas de ordenar tanto nuestro trabajo cognitivo como nuestro quehacer material. Están diseñadas para intervenir y alterar los procesos mentales y sociales en vías de obtener la mayor cantidad de información posible de los mismos, con el objetivo de parametrizar, reordenar y mercantilizar la mayor cantidad de aspectos posibles de la vida humana. Si tuviéramos que encontrar un ejemplo, tal vez el más cercano sería comparar el proceso de digitalización con el proceso histórico que llevo a los seres humanos a la invención del reloj. Por un lado, ese dispositivo es la manifestación material: el objeto reloj es la herramienta. Pero, por otra parte, el sistema que le subyace implica la organización humana en torno a medir, mantener e indicar el tiempo en unidades convencionales, con lo cual se alteró profundamente la experiencia de vida en todos los ámbitos. Eso sería el equivalente a la digitalización actual: una maquinación para realizar en forma eficiente y automática las acciones vitales, permitiendo tanto su medición como su mercantilización. La digitalización es un sistema, que no se agota en los objetos de los que se vale.

2.1. Una variante del argumento de la herramienta desencadena el no menos simplista dicho de la necesidad de apropiarse de la herramienta para fines nobles; esto es, para darle un uso distinto al que le dan las grandes corporaciones que las manejan. Parte de la respuesta a este argumento ya se ha esbozado al cuestionar la idea misma de la herramienta. Ahora solo resta enfatizar que el sistema (ya no la herramienta) muy difícilmente podría ser usado para otro fin, ya que se encuentra estructurado justamente en atención al interés especifico de quienes lo manejan; porque han sido o sus creadores o sus moldeadores. Este argumento es el equivalente exacto al de pretender usar el capitalismo para el beneficio de toda la humanidad, o usar el Estado para generar la igualdad social: ambas cosas imposibles, pues se trata de sistema estructurados para el fin opuesto: la acumulación egoísta y la opresión jerarquizada. El mayor peligro de esta falacia no es solo que pasma en una acción inofensiva a quienes pretenden oponerse al sistema, sino que los hace involuntariamente sus cómplices.

3. El tercer argumento, que en este caso no se identifica tanto ligado al sentido común sino más bien a la retórica de cierta parte de las personas de ideología de izquierda, aduce que la cuestión de la intensificación del uso de las NTIC no sería una problemática central o principal en relación a la cuestión del capitalismo, pues, supuestamente, no comprendería como su eje la cuestión de clase; siendo ese el problema principal frente al cual luchar. Pues bien, esa lectura sesgada de las contradicciones generadas por el sistema capitalista pierde de vista que la digitalización de la vida está causando, por un lado, el reemplazo de puestos de trabajo humano por maquinas (desempleo) y, por otro, una mayor precarización de las relaciones de trabajo que se disfrazan de distintas formas de vinculación comercial (emprendedurismo, trabajo freelance, trabajo ocasional, entre otros), en los que se desdibuja la relación contractual y se vulneran los derechos laborales y las garantías sociales que le son correspondientes. Además, estas tecnologías han favorecido la desregulación laboral tras la supuesta ventaja del teletrabajo o trabajo en casa, que tiende a difuminar y a ampliar la jornada laboral o, cuando esto no sucede, se aplica para una mayor vigilancia de las y los trabajadores, efectivizando un seguimiento y control de sus rutinas de trabajo, auspiciando la rutinización, mecanización y automatización de tareas, en aras de la mayor productividad o, en otras palabras, el uso de la tecnología para hacer más eficiente la explotación de la fuerza de trabajo en términos tanto individuales como colectivos. Así, las NTIC se convierten en una pieza clave fundamental para la acumulación de capital en la actualidad. Y esto sin mencionar la generación de nuevos empleos en el rubro específicamente tecnológico en los que se podrá vincular a la clase obrera; trabajos que van desde operario en línea de ensamblaje de artefactos tecnológicos, etiquetador de imágenes para entrenar inteligencia artificial o repartidor de mercancías en bicicleta; nuevos y numerosos gremios de la clase trabajadora del siglo XXI (que lejos, cada vez más lejos, está de la promesa del programador de videojuegos, el youtuber/influencer o el criptoinversionista; todas ilusorias fantasías para captar incautos).

4. También resulta un argumento de legitimación aquel que, sin esbozar idea alguna en favor de la digitalización de la vida, se esmera por negar cualquier posicionamiento critico desde la base de cuestionar a las personas que ensayan tales criticas; cuestionamiento que se funda en el uso de algunas de estas tecnologías: para poder criticar, primero tienes que dejar de usarlas, dicen. Aducen que hay un contrasentido entre el uso y la crítica simultáneos, y terminan proponiendo un absoluto insensato de todo o nada. Pero, será cierto que las únicas dos opciones frente al avance de las tecnologías sean las de incorporar cada una de ellas y aceptar acriticamente su intensificación y la digitalización de la vida, por un lado, o no hacer uso de absolutamente ninguna de estas tecnologías, por el otro? Tampoco se trata de prohijar un punto medio pusilánime e incoherente sino, justamente, de asumir un compromiso por la desdigitalización de la vida, es decir, abonar colectivamente a la construcción de un marco de acción crítico frente a la problemática. No es lo mismo hacer uso de un grupo de whatsapp para organizar la participación en una jornada de lucha, o para difundir la búsqueda de una persona desaparecida o ilegalmente capturada por la policía, que hacerlo para reenviar noticias falsas, bromas de contenido racista o misógino, o publicidad que fomente el consumo. No es lo mismo acceder a plataformas informativas alternativas para leer noticias que no circulan por medios hegemónicos que scrollear por horas en Instagram o Tik Tok. La lista de ejemplos es extensa, pero no apunto con ella a proponer un listado de lo que está bien y lo que está mal. Más bien, creo relevante reconocer que, en el estado de situación en el que nos encontramos, la desdigitalización puede empezar ahora por una acción consciente que busque boicotear la intensificación de la digitalización, con lo cual fomentemos usos de las NTIC que activen la critica desde adentro, al tiempo que fortalecemos los vínculos y encuentros entre quienes estemos dispuestos a seguir cuestionando el orden imperante, a seguir reconociendo que la mayor parte de los mensajes que ayudamos a hacer circular por internet no son necesarios, que nos cansamos de aquellos que se vanaglorian de cambiar de celular cada año o de hacer de su intimidad un show lastimoso y muy poco original. Así, de a poco, podremos darnos cuenta de los beneficios de desdigitalizarnos, y veremos que somos cientos o miles quienes estamos levantando la cabeza y despegando los ojos…eso aumentará nuestra capacidad para inventar nuevas acciones del boicot. En resumen, no hay que empezar por dejarlas para poder criticarlas; más bien funciona al revés.

5. Por último, pero no menos relevante dada su capacidad de inmovilización, un argumento que ayuda a que la digitalización de nuestras vidas siga su rumbo es aquel que indica que es imposible pensar otra cosa; que ya todo está perdido y, además, que la tecnología ya ha creado una ventaja que resulta insuperable; pues sus dispositivos nos tienen totalmente cooptados. Así de amplio es tanto el alcance del argumento como la capacidad que le atribuye a la acción de opresión. Desde luego, ante la grandilocuencia del ya todo está perdido y no hay nada que podamos hacer, mal haríamos en oponer un contraargumento pomposo como basta con que nos unamos para derrotarlo porque simplemente querer es poder. Pues no, así no va a funcionar. Es un hecho que el avance del capitalismo digital encontrará su limite en el agotamiento de los recursos del planeta. La acelerada expoliación del planeta por el extractivismo que requieren las NTIC es insostenible en el mediano plazo. No es verdad que la digitalización de la vida nos pueda seguir oprimiendo eternamente. Por ello, creemos necesario impulsar con paciencia un llamado a la acción perseverante, que parta en lo inmediato del análisis realista de la situación actual, y no pretenda iniciar la lucha por el final. Por lo mismo, creemos imperativo proyectar acciones que busquen modificar las condiciones actuales del avance opresivo, en este caso, del espectro de digitalización de la vida, sabiendo que la efectiva materialización del cambio total no hace parte de lo previsible en el corto plazo; pero que eso, precisamente, hace más urgente la acción organizada. En otras palabras, no podemos pensar en empezar por discutir cómo hacemos para que todo el mundo deje de mirar por horas y horas su celular, o las medidas para derribar en el corto plazo la capacidad disciplinadora y fragmentadora de las NTIC, ni mucho menos cómo serán las NTIC que se circunscriban a un modo de vida postcapitalista. Hoy el objetivo es más pequeño, pero no por ello menos significativo. Hoy el primer paso consiste en moldear y difundir el abordaje crítico ante la digitalización y en promover y fortalecer la acción del boicot frente a su intensificación desmesurada.

Nada de esto se completa con un escrito, ni mucho menos puede basarse en pensamientos individuales. Por ello, abono a este andar, necesariamente colectivo, algunas de las ideas que he podido madurar entre las conversaciones con quienes venimos pensando y masticando esta angustia, contemplando algunos de los comportamientos naturalizados por la digitalización de la vida que vemos o realizamos, con la esperanza de imaginar formas de revertirlos, partiendo por cuestionarlos. El propósito apunta a construir acciones a implementar, ejemplos a seguir o ideas a discutir, para seguir forjando la lucha contra el destino de alienación digital que nos plantea el capital.

1. Definir espacios y/o momentos libres de conectividad. No hace falta iniciar por grandes objetivos, simplemente algunos horarios o actividades, especialmente las relacionadas con la alimentación y aquellas que implican el encuentro con otras personas.

2. Cuestionar la convergencia digital que hace que usemos el celular para cada vez mas cosas; ver televisión o cine, escuchar música, leer, tomar fotografías, grabar audios o videos, programar el reloj despertador, etc. Retomar algunos dispositivos específicos para estas actividades, como la cámara fotográfica o la radio ayuda a descentrar la presencia del celular en nuestra cotidianidad.

3. Hacer llamadas telefónicas cuando se requiera, evitando la despersonalización del intercambio social a través de monólogos en audios de whatsapp, favoreciendo la concentración en una sola actividad a la vez y prestando real atención a quien nos habla.

4. Leer libros. El formato papel no solo ayuda a la concentración, sino que favorece la introspección. No solo se trata de informase o incorporar datos (lo que alcanzamos con el formato digital) sino de habilitar las pausas necesarias para pensar (relacionar, contrastar, contextualizar) y construir conocimiento (lo que lleva tiempo y esfuerzo).

5. Eliminar las apps de organización o gestión de las actividades cotidianas. La vida no es una empresa guiada por la productividad o la eficiencia.

6. Usar dinero físico y preferir comprar, especialmente los alimentos, en los comercios cercanos. Para esto, ayuda caminar las calles del barrio, conocer lugares y direcciones y, de paso, fortalecer el sentido de ubicación, atrofiado por el uso excesivo y naturalizado de las aplicaciones de geolocalización que nos indican cómo ir de un lugar a otro, pero nos impiden ser conscientes de los trayectos, obstaculizando relacionarnos con nuestro entorno.

7. Desactivar la opción de IA prefigurada en aplicaciones y motores de búsqueda. Si vas a usarla, que sea una elección consciente. Recuerda que no siempre “lo más fácil” o lo más rápido es lo mejor; que en el capitalismo nada es “gratis” y que no es real el mito de la “nube de datos”. El uso cotidiano de la IA implica un impacto profundo en nuestro ambiente, abona al extractivismo, al uso indiscriminado de agua y al calentamiento global. Infórmate.

En síntesis, es imposible definir con certeza una guía del qué hacer. Se trata simplemente de sumar una voz más a quienes piensan que algo hay que hacer; porque es tan necesario como posible. El punto de llegada no está definido ni hay un solo camino; pero intuimos que tomar el control de nuestra atención y consciencia es un gran primer paso. El segundo, es levantar la vista para reencontranos; cara a cara y cuerpo a cuerpo, porque las tecnologías que prometen comunicarnos, al tiempo nos separan y aíslan; prometen informarnos y no hacen más que envilecernos y distraernos. Solo siendo más, compartiendo pareceres, podremos dar luz a los siguientes pasos. Vamos a disputar el sentido común, a sembrar desdigitalización y a boicotear todo lo que podamos. Que no pasen por benefactoras las corporaciones del entretenimiento que lucran con nuestra alienación, que no se confunda consumismo con bienestar, que no se pueda decir impunemente que el progreso es la virtualidad, que no pase por normal que los programadores de IA piensen por nosotres, que nadie se conforme con mantener relaciones sociales solo a través de las redes, o que se aplauda la manipulación programada (ni que siga ganando elecciones). El presente es de lucha, el futuro es nuestro.

✇Rebelion

Cooperación Sur-Sur: ¿es posible? ¿cómo?

Por: JDF

Nuestro norte es el Sur”.

Joaquín Torres García

No entiendo por qué nos matan a nosotros, destruyen nuestros bosques y sacan petróleo para alimentar carros y más carros en una ciudad ya atestada de carros como Nueva York”.

Dirigente indígena ecuatoriano.

África no es el patio trasero del mundo, no es un campo de batalla, no es un laboratorio de pruebas ni su depósito de materias primas. () África no se arrodillará”.

Ibrahim Traoré

Cooperación (¿capitalista o socialista?)

Partamos de una pregunta fundamental: ¿existe la cooperación desinteresada entre países? Radicalmente: no. Los Estados –que son siempre el mecanismo de dominación de una clase sobre otra– no tienen “amigos”; tienen intereses. Si se unen, lo hacen en función de desarrollar programas que los beneficien, y siempre ese beneficio –que será el de los capitales– se logrará a partir de la explotación/marginación/aplastamiento de las grandes mayorías. La Unión Europea, o la OTAN, por ejemplo, como muestra de esas uniones, dejan más que claro que benefician solo y exclusivamente a muy pequeñas élites poderosas. La población de a pie mira pasivamente sin ser invitada al festín.

Ampliando la pregunta: ¿puede haber cooperación desde el Norte próspero –Estados Unidos y Canadá, Europa Occidental, Japón– con los empobrecidos Estados del Sur? Absoluta y radicalmente: no. El vínculo allí establecido, aunque disfrazado de altruismo, es la más abyecta y repulsiva explotación, siempre a favor de esas pequeñas minorías detentadoras del poder (léase: megacapitales), todo lo cual no es sino otro mecanismo de control y dominación de una clase (cúpula económica global) sobre otra (la gran mayoría de la humanidad).

Por tanto, dentro del modelo capitalista, la cooperación genuina, solidaria y desinteresada, no es posible. Siempre hay agendas, muchas veces ocultas: el Plan Marshall de Estados Unidos del final de la Segunda Guerra Mundial no fue hecho por generosidad y filantropía, sino que consistió en un mecanismo para convertir a la devastada Europa en socia menor y rehén de los capitales estadounidenses, evitando así la expansión del comunismo soviético. La OTAN no defiende la “libertad” en el planeta, sino que es una instancia de fuerza militar de esos megacapitales para enfrentarse a la amenaza soviética en su momento, y ahora para poder intervenir en cualquier punto, incluso contrariando su mandato. La Unión Europea es el proyecto del Viejo Mundo para volver a ser potencia hegemónica, destronada por Washington de ese sitial, unión que –además de no estar sirviendo para ese fin– solo está favoreciendo a los capitales europeos en detrimento de su población.

En otros términos, en el marco del capitalismo está más que comprobado que no hay cooperación, colaboración, hermandad. Solo viles intereses (recuérdese aquello de “el capital no tiene patria”, ni valores, ni moral, ni humanidad). Con planteos socialistas –es lo que intentaremos mostrar con este opúsculo– sí puede haber cooperación solidaria, de igual a igual, respetuosa. En definitiva, eso busca el socialismo: la igualdad, la equidad.

El mundo que generó el desarrollo del sistema capitalista es francamente desastroso. Pese a las posibilidades reales que la revolución científico-técnica vigente ha abierto para terminar con problemas ancestrales de la humanidad (hambre, inseguridad, miedo, desamparo), las relaciones sociales vigentes hacen de la sociedad global un lugar monumentalmente injusto: mientras en algunos lugares se desperdicia comida (40% en Estados Unidos), en otros muere de hambre una persona cada 7 segundos. Mientras se habla de libertad y democracia, las potencias saquean sin descaro a muchas regiones del globo. Mientras se habla de paz, un Norte cada vez más agresivo e inhumano hace la guerra contra un Sur que comparativamente se empobrece día a día, enriqueciendo así a los fabricantes de armamentos, que se frotan las manos con cada nuevo conflicto bélico que se abre –muchas veces, fomentado por ellos mismos–. Pese a que nuestro grado actual de desarrollo permitiría otro mundo, alrededor del 40% de la población planetaria –según datos del Banco Mundial, para nada sospechoso de “comunista” –, es pobre y carece de los recursos mínimos para llevar una vida digna (faltan alimentos y se sobrevive con malnutrición o desnutrición crónica, carece de saneamiento básico, vive sin acceso a energía eléctrica, casi 15% de la humanidad es analfabeta –dos tercios de ese total son mujeres–, y pese a que el discurso dominante nos dice hasta el hartazgo que vivimos la era de la comunicación y la super informatización, 35% de la población mundial no tiene acceso a internet. La tecnología de punta nos lleva al espacio sideral, pero no puede terminar con la miseria, la desnutrición, los niños de la calle. “Las bombas podrán terminar con los hambrientos, con los enfermos y con los ignorantes, pero no con el hambre, con las enfermedades y con la ignorancia”, expresó acertadamente Fidel Castro. Sin la menor duda, este mundo no va bien para las grandes mayorías populares.

Mientras en algunos países se realiza agricultura de precisión con big data, asistencia de inteligencia artificial, robótica de última generación y apoyo satelital –para producir más comida de la necesaria, mucha de la cual se desperdicia–, en otros aún se utilizan arados de bueyes, o se cultiva a mano. Y mientras algunos están buscando agua en el planeta Marte, alrededor de 10.000 personas por día mueren en la Tierra por falta del vital líquido, niños menores fundamentalmente. Las religiones hablan de amor entre los seres humanos. ¿Se les podrá creer, o son parte también del discurso de dominación? “Las religiones no son más que un conjunto de supersticiones útiles para mantener bajo control a los pueblos ignorantes”, había dicho Giordano Bruno –lo que le valió la hoguera–. Parece que no se equivocó.

Los ideales de igualdad social, de equidad y justicia que se divulgaron por todo el orbe décadas atrás –y con el que muchos pueblos comenzaran a construir sociedades distintas: el socialismo real– han sufrido un retroceso. Pero no están muertos. El socialismo como ideología sigue vigente, aunque golpeado y desacreditado por la cultura del capital. De todos modos, si bien el retroceso sufrido estas últimas cuatro décadas en la lucha por un mundo más equitativo fue grande, esa lucha no ha terminado. Por el contrario, hoy pareciera necesario su resurgimiento más que nunca, con nuevos bríos, ante esta avanzada fabulosa que están teniendo las propuestas de ultraderecha, que vienen ganando terreno en forma acelerada. El socialismo no está muerto, sino que ahora, más que nunca, debe oponérsele a este neofascismo que empieza a barrer la superficie del planeta, difundiendo un intolerable supremacismo peligrosísimo.

El Sur, tal como la experiencia lo ha demostrado por muy largos años, no puede esperar de ese Norte, de los poderes que comandan ese Norte –que dirigen, en definitiva, buena parte del curso del planeta en su conjunto– sino más de lo mismo. Desde que el mundo moderno, en los albores del capitalismo incipiente hace ya cinco siglos, globalizó la sociedad planetaria, desde el momento en que la industria naciente empezó a difundirse por todo el orbe, el Norte no ha traído sino desgracias para los pueblos de lo que imprecisamente se llamaba Tercer Mundo, ahora nombrado Sur global. El saqueo de América Latina, de África, de Asia, la consecuente pobreza y represión que eso significó, la dependencia –y por supuesto la humillación aparejada–, todo eso no ha terminado. Los invasores blancos, sus saqueos sangrientos con sus armas de fuego, sus barcos negreros y la imposición violenta del cristianismo como broche de oro de la dominación, no han terminado. Esa dominación hoy sigue presente con la figura de “inversiones extranjeras”, créditos de organismos financieros internacionales –en realidad, pesada e impagable carga para el Sur: cada niño que nace en Latinoamérica ya debe 2.500 dólares a esas instituciones– y la cultura que se impone desde la corporación mediática global, que domina nuestras vidas tanto como ayer las espadas y trabucos y luego los golpes militares pergeñados por las potencias imperiales, con militares torturadores preparados por esas potencias. En síntesis, la historia no ha cambiado gran cosa. Como siempre, si la situación se recalienta demasiado, ahí están las herramientas necesarias para poner en vereda a los “primitivos” descarriados. Ayer, militares golpistas formados en la represión interna y Doctrina de Seguridad Nacional; hoy: guerra jurídica y “revoluciones ciudadanas” disfrazadas de democráticas: las cosas cambian superficialmente, pero en esencia, siguen siendo lo mismo: el Norte sigue explotando al Sur sin la más mínima clemencia.

¿Es posible la integración?

En medio de ese panorama, va surgiendo una nueva idea: integración desde el Sur como alternativa, para oponerse a esa dominación avasalladora del Norte. Pero ¿qué integración? ¿De derecha o de izquierda? ¿De los capitales o de los pueblos oprimidos?

Proyectos de integración dentro de América Latina ha habido muchos, desde los primeros de los líderes independentistas a principios del siglo XIX (Bolívar, San Martín, Sucre, Morazán) hasta los más recientes del siglo XX y XXI: la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio –ALALC–, la Comunidad Andina de Naciones, el Mercado Común Centroamericano, la Comunidad del Caribe –CARICOM–. Recientemente, y como el proyecto quizá más ambicioso: el Mercado Común del Sur –MERCOSUR–, creado por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia en 1996, al que se han unido posteriormente Chile, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. Sin contar, obviamente, con el intento de recolonización del ALCA, que en realidad es más una sumatoria de países bajo la égida de Washington que una genuina integración. Dicho proyecto como tal no prosperó, por la reacción de los gobiernos progresistas de inicio del siglo en la región, lo que no impidió que el imperialismo norteamericano estableciera de inmediato tratados de “libre” comercio –que de libres no tienen absolutamente nada– entre la potencia y los empobrecidos países del Sur, poniendo Washington las condiciones, leoninas, por cierto. Por supuesto, ninguna de estas iniciativas es una integración que beneficie a las grandes mayorías. Los únicos beneficiados con estos proyectos son los capitales, nacionales o transnacionales, básicamente los de Estados Unidos. Allí, definitivamente, sería ridículo hablar de “cooperación”, aunque en algún pomposo documento oficial se utilice esa expresión. El papel aguanta todo, sin dudas.

El punto máximo en el planteo de integración de esas aristocracias es el actual proyecto de MERCOSUR. Hay que destacar que ese mecanismo se centra en la integración capitalista, siempre ajena a los intereses populares. Para los sectores explotados en verdad no hay diferencias sustanciales entre el MERCOSUR y el ALCA. Como correctamente analiza Claudio Katz: “Las clases dominantes de la región se asocian, pero al mismo tiempo rivalizan con el capital externo. Propician el MERCOSUR porque no se han disuelto en el proceso de transnacionalización. Estos sectores buscan adecuar el MERCOSUR a sus prioridades. Promueven un desarrollo hacia afuera que jerarquiza la especialización en materias primas e insumos industriales, porque pretenden compensar con exportaciones la contracción de los mercados internos. El problema de la deuda está omitido en la agenda del MERCOSUR. Los gobiernos no encaran conjuntamente el tema, ni discuten medidas colectivas para atenuar esta carga financiera. Han naturalizado el pasivo, como un dato de la realidad que cada país debe afrontar individualmente”. En otros términos: con estos modelos de integración por arriba para las mayorías populares no hay, también, sino más de lo mismo.

Por su lado, en África igualmente existen intentos integracionistas. Sucede, igual que en Latinoamérica, que esos procesos en general están realizados desde una óptica capitalista. Web Du Bois y George Padmore impulsaron originalmente las reivindicaciones de la población negra del continente, aunque con un contenido tibio, sin tocar las raíces económico-sociales de la situación de África; es decir: sin abordar el proceso en clave de explotación capitalista. Como se ha dicho en alguna oportunidad, representan la “cara amable” del panafricanismo. Estas propuestas denunciaron la dependencia colonial, pero una vez obtenidas las independencias formales en las décadas de los 50 y 60 del siglo XX, no tomaron una radical distancia de los ex invasores, sino que plantearon una suerte de acomodación neocolonial. Para ello estuvieron abiertos a las inversiones privadas de capitales multinacionales, fomentando el libre comercio en los marcos del capitalismo. En otros términos, reclaman una suerte de nuevo Plan Marshall para compensar los daños ocasionados por las metrópolis colonialistas, a cambio de no fomentar propuestas muy “osadas” que lleven hacia planteos socialistas. Igual que en Latinoamérica, esas iniciativas de integración son “más de lo mismo” para las paupérrimas mayorías populares.

En la actualidad existen diversos mecanismos de integración del continente, tales como la Unión Africana (UA), el Área de Libre Comercio Continental Africano (AfCFTA, por su sigla en inglés), las Comunidades Económicas Regionales (CER), que actúan como apoyo a la UA (CEDEAO –para el África Occidental–, SADC –para el África Austral–, COMESA –para África Oriental y Austral–, y otras). Todas ellas se mueven en la dimensión de la libre empresa, avalando la existencia de burguesías nacionales y el acomodo con los capitales transnacionales. Si bien representan intereses supuestamente propios, de países africanos formalmente libres, todas estas iniciativas guardan estrechos lazos con el capitalismo occidental, del que pueden terminar siendo, sabiéndolo o no, sus defensores.

Es preciso reconocer que en el anárquico desarrollo del capitalismo a nivel mundial, los países más desfavorecidos del Sur también han visto nacer en su propio seno sociedades capitalistas que no dejan de repetir las diferencias constatables a nivel internacional. Las formaciones económico-sociales precapitalistas de todas las sociedades del Sur no significan modelos de justicia; los regímenes monárquicos y las sociedades preindustriales previas a la llegada de los “hombres blancos” en cualquier parte del Sur no constituyen por fuerza situaciones de equidad. En África, por ejemplo, era una tradición el esclavismo, donde tribus de población negra esclavizaban, y en algunos casos vendían al “invasor blanco”, hermanos de color. El “buen salvaje” viviendo en un mundo paradisíaco no pasa de mito, de grotesco mito incluso, que encierra un profundo racismo. Sin dudas el capitalismo que irrumpió por todo el planeta no hizo sino perpetuar esas injusticias, cubriéndolas en muchos casos con un manto de falsa modernidad. De hecho hoy, pueblos originarios de los países del Sur, también han ido entrando de manera deformada/forzada en moldes capitalistas, y hay burguesías locales explotadoras tanto en el África subsahariana como en los pueblos americanos prehispánicos. Ello se articula con las burguesías de origen “blanco” que se impusieron en el Sur, más la expoliación imperialista de los grandes centros colonialistas: Estados Unidos y algunas potencias euro-occidentales, como Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Países Bajos.

Hoy, ya entrado el siglo XXI, es rigurosamente imprescindible plantearnos pasos superadores de esta situación. Es casi necesidad imperiosa para evitar el desastre de la especie como un todo, por el colapso medioambiental en que nos encontramos, por la posibilidad de la guerra que encuentra el sistema como válvula de escape, siempre a costa del pobrerío. El modelo consumista y guerrerista que el Norte ha impuesto no es sostenible, y el Sur debe encaminarse hacia nuevas alternativas. El socialismo –aunque hoy la ideología de derecha lo demonice– es la única alternativa realmente válida. Valen las palabras de Rosa Luxemburgo: “Socialismo o barbarie”. Del Norte no se puede esperar sino más de lo mismo: saqueo y dependencia, insoportable arrogancia y violencia. Va surgiendo así la idea de una integración novedosa del Sur con el Sur. Pero hay que ser muy cuidadosos en esto: ¿integración por arriba o por abajo? ¿Integración de las élites o de los pueblos siempre sufridos? ¿Qué hay con la cooperación internacional?

Hay cooperaciones y cooperaciones

La llamada “cooperación internacional” que desde hace ya largas décadas los países capitalistas más poderosos (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón, Canadá) le otorgan al Sur global (Latinoamérica, África, regiones del Asia) no es precisamente solidaria. Es una “estrategia contrainsurgente no armada”, tal como la concibieron los ideólogos estadounidenses en su inicio, concepción que no ha cambiado en el transcurso del tiempo. La primera iniciativa de “cooperación” la realizó Estados Unidos: la Alianza para el Progreso, puesta en marcha en los 60 del siglo pasado, bajo la administración del presidente John Kennedy. Dicha estrategia surgió inmediatamente después de la Revolución Cubana de 1959, como un mecanismo de protección contra “recalentamientos sociales”. Es decir, un colchón para aminorar malestares en los países más empobrecidos, para intentar evitar ollas de presión que, como Cuba, en cualquier momento podrían salirse de la órbita capitalista pasándose al socialismo. En otros términos: una fabulosa arma de control social. No se trata, en absoluto, de una “devolución” al Sur global por un supuesto arrepentimiento moral, una forma de “lavar culpas”. Es, lisa y llanamente, otro mecanismo de sujeción más, tanto como los créditos del FMI y el Banco Mundial, o las tropas siempre listas para invadir.

Después de la potencia norteamericana otros países capitalistas se sumaron a ese tipo de acciones, eso de “brindar ayuda”; fue así que en 1971 las naciones más prósperas, las que están en condiciones de ofrecer cooperación con el Sur siempre explotado y empobrecido, fijaron, en el marco de las Naciones Unidas, el compromiso de contribuir anualmente con el 0.7% de su Producto Interno Bruto a la ayuda internacional al desarrollo. Hoy, más de 50 años después, son muy pocos los que cumplen esa meta. Por supuesto, ningún país del Sur global salió de su estado de exclusión y postración gracias a esas “ayudas”, ni podrá salir nunca, porque no se dan para eso, sino para terminar creando más dependencia. La USAID, la agencia de cooperación más grande del mundo, ahora temporalmente cerrada por el gobierno de Trump a partir de problemas internos en su administración –luchas entre demócratas y republicanos– es la cara amable de la CIA, el injerencismo que prepara las intervenciones de Washington en los territorios que tiene bajo su control. El Norte da migajas con una mano –la llamada “cooperación”, imponiendo las agendas a los países que la reciben– pero solo a título de paños de agua fría, mientras quita sin misericordia con la otra, robando, explotando, sacando lo mejor de los recursos, endeudando sin piedad a los países empobrecidos. No hay la más mínima cooperación real. Muy claramente lo expresó un funcionario italiano ligado a estos temas, Luciano Carrino: “La cooperación representa la voluntad de una parte de las poblaciones de los países ricos de luchar contra racismos, la pobreza, la injusticia social y mejorar la calidad de vida y las relaciones internacionales. Una voluntad que los grupos en el poder tratan de voltear en su provecho pues la cooperación para el desarrollo humano persigue objetivos oficialmente declarados, pero sistemáticamente traicionados (…) Los datos sobre el uso global de los financiamientos de la cooperación parecen demostrar que menos del 7% total de las sumas disponibles es orientado hacia la ayuda a dominios prioritarios del desarrollo humano. El resto sirve para objetivos comerciales y políticos que van en el sentido contrario.” Más claro, imposible.

Eduardo Galeano resumió genialmente los contrastes entre esa “ayuda” del Norte y una auténtica relación solidaria: “A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba-abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder.

Por supuesto que existe otra forma de brindar cooperación distinta a esta suerte de limosna condicionada; por supuesto que se pueden y deben buscar reales mecanismos solidarios Sur-Sur; una cooperación auténtica, de hermanamiento, que busca la solidaridad, la horizontalidad. Todo ello recuerda lo sucedido en la histórica Conferencia de Bandung, Indonesia, en 1955, que propició la creación del Movimiento de Países No Alineados –NOAL–, que tendría un papel de suma importancia durante la Guerra Fría, sentando bases para una integración de los países que iban saliendo del colonialismo con un criterio más social, antiimperialista. Se buscaba allí propiciar mecanismos de igualdad, no que perpetúen las diferencias. Por lo pronto, aunque en la actualidad ya prácticamente no hay colonias mantenidas a punta de bayoneta, la dependencia de las que fueran colonias con respecto a las metrópolis sigue siendo enorme. Francia, por ejemplo, no podría mantener su estatus de potencia económica si no fuera por el robo descarado que continúa perpetrando en África. Hoy, tercera década del siglo XXI, el neocolonialismo no ha terminado. La Conferencia de Berlín de 1884/5 sigue vigente en su esencia, cuando unas pocas potencias capitalistas europeas se dividieron el continente africano sobre un mapa. Al igual que el pacto silencioso de esas mismas metrópolis imperialistas que pesó y sigue pesando sobre Haití, que tuvo la mortal osadía de proclamarse independiente en 1804, declaración llevada adelante por esclavos negros, lo que le valió la determinación imperial de nunca más permitirle levantar cabeza (hoy Haití está entre los países más pobres del planeta). El mundo sigue dividido entre “hombres blancos civilizados”, ¡y muy poderosos!, y “razas inferiores, salvajes”. ¿Hasta cuándo?

En estas últimas décadas han surgido nuevas opciones, intentos de unir el Sur, pero no sus clases dirigentes, sino a los países pobres, a los pueblos siempre oprimidos. Eso es algo aún en construcción, pero ya hay interesantes experiencias. Por ejemplo, el ALBA-TCP –Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos–, vigente en América Latina, o la Alianza de Estados del Sahel –Malí, Burkina Faso y Níger–, una unión panafricana de Estados que se considera el primer paso hacia una África unificada y antiimperialista, surgida a partir del movimiento militar acaecido en Burkina Faso en 2022 liderado por Ibrahim Traoré, retomando las banderas de las propuestas socialistas de Thomas Sankara, el histórico luchador burkinés, revolucionario marxista conocido como “el Che Guevara africano”, asesinado por el gobierno francés en una maniobra encubierta. O, como ejemplo que ennoblece, las brigadas cubanas (médicas, de alfabetización, deportivas) que brindan apoyo solidario en tantos países.

El ALBA, surgido a partir de la Revolución Bolivariana en Venezuela comandada por Hugo Chávez, se fundamenta en la creación de mecanismos para crear ventajas cooperativas entre las naciones, que permitan compensar las asimetrías existentes entre los países del hemisferio. Se basa en la creación de Fondos Compensatorios para corregir las disparidades que colocan en desventaja a las naciones débiles frente a las principales potencias; otorga prioridad a la integración latinoamericana y a la negociación en bloques subregionales, buscando identificar no solo espacios de interés comercial sino también fortalezas y debilidades para construir alianzas sociales y culturales. En palabras de Milos Alcalay, anterior representante de la República Bolivariana de Venezuela ante Naciones Unidas: “Cuando la cooperación Sur-Sur ha sido instrumentalizada de manera sistemática y continua, ha demostrado ser un mecanismo útil para enfrentar la realidad mundial y reducir la vulnerabilidad de nuestros países frente a los factores internacionales adversos. Ha logrado maximizar la complementariedad entre nuestros países. Sin embargo, y así debemos reconocerlo, sus potencialidades yacen allí, a la espera de su explotación y uso eficiente. Hasta ahora se ha subutilizado. Se ha desaprovechado como instrumento que ofrece oportunidades viables para procurar, individual y colectivamente, mayor crecimiento económico, desarrollo sostenible y para asegurarnos una participación más efectiva en el sistema económico mundial”. Estas iniciativas –por ejemplo, la petrolera Petrocaribe, o el canal televisivo Telesur–, con un talante social, buscando distanciarse de Washington, chocan con todo lo que implementa el imperialismo estadounidense, secundado por la Unión Europea muchas veces, para entorpecerlas y/o frenarlas.

Los movimientos panafricanistas que hoy se están dando en el Sahel africano, con un claro contenido antiimperialista y socialista, están ayudando a varios países de África occidental – que anteriormente eran colonias francesas– a comenzar la construcción de algo nuevo, un bloque que mira con buenos ojos a Rusia –heredera de la Unión Soviética, la que ayudó mucho al sufrido continente africano– y a China, hablando con un lenguaje marxista y anticolonialista. Producto de esas dinámicas Mali, Chad, Senegal, Níger y Costa de Marfil expulsaron de sus territorios a las tropas francesas que allí permanecían como fuerzas neocolonialistas, lo cual provocó la airada protesta del presidente Emmanuel Macron –hablando siempre desde su arrogancia imperial– acusando a Burkina Faso –e indirectamente a Traoré (¿ya estará sentenciado a muerte, tal como hicieron con Sankara?)– de “ingratitud”, pues esas naciones habrían “olvidado agradecerle” a Francia todo el esfuerzo por “civilizarlos”. Eso trae a colación la abominable expresión del ministro francés decimonónico Jules Ferry, quien sin la más mínima vergüenza pudo decir: “Las razas superiores tienen el derecho porque también tienen un deber: el de civilizar a las razas inferiores” (hiper mega sic). Esa ideología, totalmente repugnante, está vigente hoy, y un primermundista –como Macron– puede ejercerla sin preocuparse, normalizándola.

A esto es imprescindible oponer lo dicho por el referido Ibrahim Traoré, actualmente mandatario de Burkina Faso –uno de los países más empobrecido del mundo, pero muy rico en minas de oro (quinto productor en África), litio y uranio–, quien intenta inaugurar un nuevo tipo de integración regional, no con intereses capitalistas, sino desde el ideario socialista: “¿Por qué África, rica en recursos, sigue siendo la región más pobre del mundo? Los jefes de Estado africanos no deberían comportarse como marionetas en manos de los imperialistas”, afirmó Traoré.

En el orden de establecer una nueva modalidad de relación Sur-Sur, es imprescindible hablar de las ayudas que presta Cuba socialista a otros países, incluso habiéndosela ofrecido a Estados Unidos luego del huracán Katrina que golpeó inclemente en Nueva Orleans, no aceptada por el imperio. La revolución cubana no regala lo que le sobra, no hace caridad: comparte solidariamente con sus hermanos del continente y de otras latitudes. Pese al embargo criminal del que viene siendo objeto desde el momento de su nacimiento, su cooperación genuina con otros pueblos del Sur es un hecho paradigmático. En la actualidad cerca de 40.000 profesionales y técnicos cubanos prestan sus servicios en alrededor de 100 países. Además de brigadistas voluntarios que trabajan en cooperativas agrícolas y proyectos sociales en distintas partes del Sur global, la isla apoya solidariamente a más de 15 países a través del método de alfabetización “Yo sí puedo”, desarrollado en Cuba, el cual contribuyó a que casi dos millones de personas aprendieran a leer y escribir en varios pueblos latinoamericanos. Pero la ayuda más emblemática está dada por las brigadas médicas. Ellas están en la actualidad en 56 países con 24.000 personas trabajando (médicos, estomatólogos, enfermeros, técnicos sanitarios), dando consulta en las diferentes especialidades médicas (muchas veces en zonas inhóspitas, donde profesionales locales no van), atendiendo también en catástrofes naturales y crisis sanitarias –epidemias, por ejemplo–, a lo que hay que agregar 1) la Operación Milagro, destinada a la atención de patologías oculares, con 3 millones de personas atendidas, y 2) la Escuela Latinoamericana de Medicina de La Habana –-ELAM–, de amplio reconocimiento internacional, dedicada a la formación de personal de salud con un enfoque en solidaridad, atención primaria (preventiva) y servicio a comunidades vulnerables, que hoy forma, de manera totalmente gratuita, a jóvenes de 120 países. O igualmente el apoyo solidario que dio la isla a Angola en términos militares –377.000 soldados y 56.000 oficiales en rotaciones durante 16 años, con un pico de 50.000 efectivos en 1988– para lograr su independencia y su triunfo en la guerra civil apoyando las fuerzas de izquierda del Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA).

¿Es posible la cooperación Sur-Sur?

La construcción de espacios de cooperación Sur-Sur, articulados a partir de los problemas y las dificultades comunes, ofrece una perspectiva diferente en la que el elemento central no está dado por el afán de acumulación capitalista ni por las aspiraciones hegemónicas, sino que se manifiesta a lo largo de un eje más humano basado en otra ética, no solo la del individualismo feroz: buscar soluciones para los problemas de la pobreza y el hambre, diseñar nuevos caminos hacia el desarrollo, defender las autonomías nacionales y las potestades soberanas, alejándose así de la presión dominante de los países del Norte próspero, que lo único que buscan, más allá de retorcidos discursos altruistas que nadie puede creer, es continuar con el saqueo del Sur. El conjunto de problemas no resueltos por el capitalismo (hambre, atraso, inseguridad, enfermedad, analfabetismo, dependencia técnica, financiera y cultural) requiere de soluciones distintas y, sobre todo, reclama el valor de la solidaridad entre los pobres como factor común y compartido. Tal vez pueda ser éste un motor hasta ahora poco explorado, capaz de conducir a acuerdos de nuevo tipo, con otra inspiración y con otras finalidades.

Una nueva cooperación Sur-Sur debe ir más allá de un acuerdo económico ventajoso, el cual une por un tiempo, sólo mientras dura el interés concreto en juego, pero que no trasciende. Esta nueva cooperación debe servir para generar desarrollo social sostenible, para todas y todos por igual, sin condicionamientos. Si no, no es cooperación. Lo que queda claro, a partir de los ejemplos vistos más arriba, es que solo se puede lograr eso desde una ética socialista.

Blog del autor: https://mcolussi.blogspot.com/

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El mundo, las amenazas y la ONU

Por: Martina Neyra

Recientemente el vicepresidente estadounidense, J. D. Vance, señaló en Maryland ante los graduados de la Academia Naval de Estados Unidos, que la época del dominio absoluto del mundo había llegado a su fin.

“Tras la Guerra Fría, Estados Unidos disfrutó de un dominio casi indiscutible de los bienes comunes: el espacio aéreo, el mar, el espacio y el ciberespacio. Pero la era del dominio incontestable de Estados Unidos ha terminado. Hoy nos enfrentamos a graves amenazas en China, Rusia y otras naciones decididas a vencernos en todos y cada uno de los dominios”, dijo Vance; agregando, que “tenemos que ser, todos nosotros, no sólo más inteligentes», pero ahora «tenemos que asegurarnos de que [cuando] enviamos a nuestras tropas a la guerra, lo hacemos con las herramientas adecuadas», según reporta Yahoo News. Lo anterior, avecina que continuará aumentando el gasto militar estadounidense.

En Europa también la clase dirigente en los últimos tiempos ha continuado alimentando la retórica belicista bajo el argumento de que existen, según la inteligencia de Dinamarca y Alemania, “amenazas” de que Rusia los atacará en los próximos años y que la población debe estar preparada para el “peor escenario posible” incluido un ataque nuclear.

Cualquier analista serio rechazaría esta afirmación ya que Rusia no tiene la capacidad de sostener una guerra convencional exitosa con un país europeo amén también porque el Tratado de la OTAN obliga, de acuerdo al artículo 5, a que se desate una guerra de respuesta de los 42 países de la alianza atlántica contra Rusia.

En cifras reales, mientras Rusia alcanzó un estimado de 149.000 millones de dólares de gasto militar en 2024, de acuerdo a los datos de SIPRI, Europa, excluida Rusia, gastó casi cuatro veces más llegando a la cifra de 544.000 millones de dólares. Y si sumamos los 997.309 y los 29.346 millones de dólares que gastó Estados Unidos y Canadá, el 2024, estamos hablando de más de 10 veces el gasto militar de Europa, EEUU y Canadá con respecto a Rusia.

La opción nuclear también no es recomendable ya que esto representaría una muerte conjunta “asegurada” entre los países de la OTAN y Rusia y las consecuencias para el mundo serían inimaginables. La misma Federación Rusia, en todo caso, sí ha dicho que en caso de un peligro “existencial” a su seguridad podría usar sus armas estratégicas, armas nucleares, contra cualquier Estado que ponga en peligro su propia existencia. Sin embargo, esto también lo podrían hacer todas las potencias nucleares en caso de un peligro existencial definitivo. El único precedente al respecto es que sólo Estados Unidos ha sido capaz de utilizar bombas nucleares en la historia de la humanidad contra las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en 1945.

Por lo mismo, seguir alimentando la retórica de la guerra y seguir los mismos pasos de siempre, una y otra vez, es completamente irracional y es urgente que todos los líderes mundiales retomen el sentido de la responsabilidad política que tienen sus cargos y que no es otra que lograr convivir y preservar la paz, tanto dentro de sus propios países como fuera de ellos, por lo cual deben lograr resolver sus diferencias internas como con otros países mediante el diálogo y la diplomacia.

Es cierto que Estados Unidos y la Unión Europea hoy no pueden “disfrutar”, como señala Vance, de todas las regalías y ventajas que tenían antes para imponer su voluntad a las naciones más pequeñas. Hoy, efectivamente, tienen competencia en muchos frentes. Entre ellos, en el ámbito comercial y militar. 

Es cierto, y en hora buena, que ya no gozan del dominio unipolar para seguir imponiendo por la fuerza sus deseos y su voluntad a destajo. Por eso mismo, es urgente que hayan nuevas reglas del juego en el mundo actual donde los nuevos actores como Brasil, China, Rusia, India, Sudáfrica, los BRICS, y tantos más, abogan por un mundo multipolar donde todas las naciones importen, donde haya justicia e igualdad en las relaciones internacionales y se termine definitivamente con la política del garrote y del más fuerte. 

En ese nuevo mundo que emerge se necesita un tratado de seguridad común que tenga por fin regular las relaciones internacionales para poner fin a las guerras y alentar una agenda de desarme. Si las naciones del mundo, especialmente las más poderosas, se ponen de acuerdo y se crean las condiciones para el respeto común de todas las naciones de la tierra podremos convivir en paz y será posible la desmilitarización del planeta y poner fin al derroche del gasto militar. 

La ONU en este nuevo escenario

Son muchos los conflictos en curso y otros que en cualquier momento pueden estallar. Entre ellos, Ucrania-Rusia, Yemen, Sudán, la guerra contra Palestina, contra el Líbano, la amenaza latente de Israel contra Irán, la tensión con Corea del Norte, por Taiwán, los enfrentamientos aislados en el mar de China meridional. Los tiempos que vive la humanidad son muy peligrosos.

La Organización de Naciones Unidas debería jugar un rol fundamental para resolver estas guerras y tensiones mundiales pero, lamentablemente, no ha tenido la fuerza necesaria para hacerlo y está cada vez más debilitada. No ha podido desactivar los conflictos en curso y el alto peligro que estos representan para la seguridad mundial. Es más, Israel ha desafiado abiertamente a la ONU violando reiteradamente los mínimos diplomáticos y las leyes de guerra incluso atacando instalaciones y personal de las mismas Naciones Unidas quienes han resultado heridos o  muertos por las fuerzas armadas de Israel.

Para empeorar la misma situación de debilidad de la ONU la prensa ha señalado que el 2 de junio próximo será elegida como presidenta de la Asamblea General de la ONU la ex ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, quien sustituirá al presidente actual, el camerunés Philémon Yang. 

Analenna Baerbock, de 44 años, del Partido Verde alemán, nieta de Waldemar Baerbock, un nazi ferviente defensor del nacionalsocialismo como reporto la revista alemana Bild, señaló el 2023 ante el Consejo de Europa, en Estrasburgo, que “Estamos librando una guerra contra Rusia, no entre nosotros”. Palabras, en todo caso, concordantes con la actitud de Alemania de participar indirectamente en la guerra que libran Ucrania y Rusia, enviando armamento, municiones, y tanques a la parte ucrania. 

Por lo mismo, resulta controversial y negativo que Baerbock asuma un cargo de tan alta responsabilidad en la ONU como presidenta de la Asamblea General de la ONU lo que indica que la organización internacional no tiene estándares mínimos y no le importa que se elija a una persona que tenga en su hoja de vida la participación directa o indirecta en cualquier guerra.

En un mundo en donde todas y todos estamos en peligro la Organización de Naciones Unidas debería cumplir un papel destacado y es importante que sus líderes y voceros sean intachables, para cumplir su misión de trabajar por el respeto de los derechos humanos y para asegurar el derecho de todas y todos a vivir en paz.


Pablo Ruiz es integrante del Observatorio por el Cierre de la Escuela de las Américas en Chile y editor de la Revista El Derecho de Vivir en Paz www.derechoalapaz.org

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Un mundo donde confluyan luchas y sueños

Por: Caty R

El jueves 29 de mayo comienza en Montreal, Canadá, el Foro Social Mundial de las Intersecciones (FSMI), evento que se perfila como de confluencia y con acento juvenil. Este encuentro apuesta a desafíos muy concretos. En particular, dar esperanza, multiplicar energías y renovar certezas con respecto a la necesidad de cambiar el actual sistema. “Por eso definimos nuestra convocatoria como un aporte a la promoción de cambios sistémicos”, sostiene en esta entrevista exclusiva Carminda Mac Lorin, directora de la Organización no Gubernamental (ONG) Katalizo y una de las organizadoras del foro (https://www.katalizo.org/).

El FSMI cuenta con el apoyo de unas 400 organizaciones muy diversas –desde Organismos no Gubernamentales Internacionales hasta asociaciones locales de diversos continentes– y se realizará entre el 29 de mayo y el 1 de junio. Su escenario central es Tiohtià:ke, apelación indígena de la ciudad de Montreal, y concentrará durante esos cuatro días decenas de actividades conectadas con otras promovidas en diferentes lugares del planeta. Un ejemplo concreto de esta tela de araña global en construcción será el Agora, o “Kiosko-Feria” de las intersecciones del domingo 1 de junio, que tendrá como epicentro el parque del populoso barrio de Saint-Michel. Desde allí los participantes al foro interactuarán a través de conexiones digitales con grupos que se reunirán fuera de Canadá, explica Mac Lorin (https://intersectionsglobal.net/).

Sinergias sin fronteras

El grupo organizador del encuentro de Montreal, esencialmente jóvenes canadienses con muy diversas militancias sociales y organizados con otros actores en la Red Global de las Intersecciones, define un objetivo principal: contribuir a cambios sistémicos a partir de confluencias de perspectivas, conocimientos y esperanzas, que ellos denominan intersecciones. Escapan de las formas tradicionales de concebir la práctica y la retórica políticas y proponen romper las múltiples barreras (como el sectarismo, la competencia, el autoritarismo interno y el sexismo) que muchas veces siguen presentes en las propias organizaciones progresistas.

Las conexiones intergeneracionales y geográficas deben jugar un papel esencial, partiendo de lo local hacia lo global. “No son jóvenes que quieran borrar a los adultos y sus imprescindibles aportes, sino, por el contrario, buscan integrarlos y proponen crear puentes generacionales activos.  Para ellos, además, el concepto de mundial, transnacional y global tiene una importancia vital”, explica Mac Lorin, quien cuenta con una amplia práctica de compromiso social y altermundialista, fue co-organizadora del Foro Social Mundial (FSM) realizado también en Montreal en 2016 y participa activamente en el Consejo Internacional del FSM, así como en su Comisión de Metodología.

Para Mac Lorin, la actual convocatoria de Montreal se inscribe en el ya largo proceso de decena de foros sociales -mundiales, regionales, temáticos etc.- que nació en 2001 en Porto Alegre, Brasil y que pasando por muchos sitios del planeta tiene previsto reunirse en Benín en 2026 (https://www.facebook.com/fsm2026cotonou/?locale=fr_FR). “Nos alimentamos en toda esta magnífica experiencia y nos apropiamos de los enunciados de la Carta de Principios del FSM que reconoce la necesidad de construir una sociedad planetaria justa, igualitaria, sin discriminaciones y en armonía con la madre Tierra”.

Al mismo tiempo, explica Mac Lorin, se percibe que a 25 años del inicio de este camino “el mundo ha cambiado mucho, por lo que necesitamos ser creativos, innovar en cuanto a formas, buscar nuevas pedagogías y metodologías de participación; es decir, pensamos que es imprescindible experimentar con libertad. Y para ello buscamos empujar al movimiento de abajo hacia arriba, a partir de experiencias y colectivos locales”. Y recuerda los pilares conceptuales de esta convocatoria en Montreal. Fundamentalmente, reconocer que la discriminación, la inequidad y la violencia afectan las vidas de millones de personas en todo el mundo. Todo esto, agravado por lo que se podría describir como la intersección del sufrimiento humano, es decir, múltiples padecimientos y formas de violencia simultáneas (por ejemplo: racistas, sexistas y sociales).

Para poder hacer frente a esta realidad, explica Mac Lorin, es esencial multiplicar las intersecciones de conocimientos, generaciones, culturas, esperanzas y acciones. Y así avanzar hacia los cambios sistémicos, siempre partiendo de lo local hacia lo global. Para esto es imprescindible desarrollar una cultura política creativa, de aprendizaje y respetuosa, basada en la complementariedad de las sociedades civiles y los ecosistemas del mundo.

Visión que, obviamente, reconoce y encarna el diagnóstico que diseñan los sectores progresistas de la cada día más compleja realidad mundial, atravesada por guerras crecientes, discriminaciones cotidianas, crecimiento explosivo de las ultraderechas, desigualdades indignantes y disparidades sociales y geográficas. Los doce ejes temáticos del programa del Foro de Montreal integran, uno por uno, los grandes temas que animaron hasta ahora a los foros precedentes (https://intersectionsglobal.net/fsmi/themes-intersections).

Las coincidencias

Punto de encuentro de dos o más elementos, la intersección es también la confluencia de acciones y la unión complementaria de, y en la diversidad. Una concepción que abre, en lugar de cerrar; una reflexión que oxigena y que puede enamorar a nuevos actores sociales, explica Mac Lorin.

¿Demasiado intelectual lo que busca construir el FSMI de Montreal? “En absoluto”, responde, y recuerda la construcción histórica de la “interseccionalidad”. Cita, por ejemplo, a la jurista, intelectual y militante estadounidense Kimberlé Crenshaw, quien estará en Montreal. Ya en los años 90 Crenshaw había comenzado a hablar de la interseccionalidad como “una herramienta para identificar mejor la discriminación sexista y racista, que, entrelazada e invisible, aumenta la injusticia social”. En la visión de Crenshaw, no se trata de “una herramienta de identidad, sino un medio para revelar vulnerabilidades” (https://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/libros/Kimberle%20W%20Crenshaw%20-%20Interseccionalidad.pdf).

La voluntad que prima entre los organizadores del encuentro de Montreal consiste en experimentar metodologías para aportar al Foro Social Mundial en su conjunto: “Vamos a sistematizar todo lo que aprendimos en este proceso, incluyendo los dos años de preparación desde 2023 hasta ahora y lo llevaremos al próximo FSM de Cotonú, Benín. Hemos vivido experiencias muy ricas e importantes. Lo vamos a compartir, incluidos nuestros aciertos y errores. Con la certeza de que hemos intentado vivir este proceso a fondo, con autonomía y libertad”.

Ausentes

Entre las organizaciones, colectivos y grupos que apoyan la iniciativa de Montreal hay nombres grandes, medianos y pequeños de América, Europa, África y Asia. Sin embargo, faltan importantes movimientos sociales, como La Vía Campesina o la Marcha Mundial de Mujeres.

Realidad que pareciera darle razón a quienes desde algunos años cuestionan la trascendencia del Foro Social Mundial y sus iniciativas por la creciente “onegeización” (predominio de las ONG) en el proceso. Mac Lorin explica: “es cierto que no logramos integrar en nuestra iniciativa a esos movimientos importantes. No es fácil llegar a ellos dadas sus dimensiones, sus dinámicas y sus propias prioridades. Es una constatación, y trataremos en iniciativas futuras de integrarlos, enriqueciendo así las intersecciones”. Sin embargo, reflexiona Mac Lorin, “no le resta valor a lo que hemos venido construyendo. En el grupo de organización que trabajó activamente para preparar el FSMI hay decenas de personas, muchas de ellas jóvenes activas en movimientos feministas, por el clima, culturales alternativos, entre otros. Y esto nos produce satisfacción y nos da argumentos para entenderla como una construcción importante”. Y aclara: “Adicionalmente, si bien nuestra ONG, como una de las promotoras de la Red Global de Intersecciones juega un papel significativo en la convocatoria de Montreal, no asume un rol de dirección. Estamos al servicio del movimiento, somos un actor más, convencidos de que esto se construye entre todas y todos, de abajo hacia arriba”.

Hace algo más de un año, a inicios de 2024, el Foro Social Mundial anterior, en Nepal, reunió a casi 50 mil participantes. En un próximo momento, África –Benín, específicamente– tomará la posta. Entre estos dos encuentros en diferentes continentes, Montreal propone un espacio de reflexión intermedia, lanza nuevas ideas e invita a encontrar pistas de nuevas metodologías, conceptos y contenidos. Un momento importante donde el “antiguo” movimiento altermundialista se mirará en un espejo muy particular, el del futuro.

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