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Lo irracional y los nuevos totalitarismos

Por: José Ovejero

3 de noviembre

Aquí estoy, un lunes por la mañana en un bus de camino a Madrid mientras asisto al espectáculo penoso de Mazón mintiendo sin parar. Si un político puede mentir no ya sobre asuntos dudosos o que no se conocen lo suficiente sino sobre datos que son dominio público, y echando la culpa a inocentes, es porque una parte considerable de la prensa reproducirá su discurso sin cuestionarlo. El partidismo y la desvergüenza de muchos directores de medios es una de las razones principales de la baja calidad de la democracia. Pero estoy diciendo una obviedad, así que para qué seguir.


Pero sigo: en un mundo ideal, ni siquiera debería importar que un juez o un periodista tenga una ideología determinada si al mismo tiempo tuviera la honestidad profesional de desear esclarecer los hechos, y no de influir en la vida política, obteniendo con ello recompensas y poder.


4 de noviembre

Ahora en otro bus de camino al pueblo de mi madre. Nunca he querido ir en coche a todas partes, no solo por razones medioambientales, sino porque me parece que ya vivo en un burbuja demasiado sólida; está bien montar en metro y en autobús, me saca de mi vida de escritor que no tiene que ir a trabajar a las nueve cada día. Aunque a juzgar por el tráfico que entraba en Madrid esta mañana buena parte de esos trabajadores tampoco se encuentra en los autobuses y el metro. En este autobús interurbano viajan sobre todo gente mayor e inmigrantes.

Hace años me hicieron una pregunta absurda en una entrevista: «¿Qué haces cuando vas en metro?». «Eso –respondí–, ir en metro». «Ya, pero al mismo tiempo, ¿vas mirando el móvil?». No, la verdad es que procuro no mirar mucho el móvil, salvo por alguna razón concreta, como dar una respuesta rápida a un correo, porque si lo hago me olvido de la gente que va a mi alrededor, que es en principio más interesante que hacer scroll en una red social. Aunque a mi alrededor la inmensa mayoría no hace nada interesante. Mira el móvil.


Pensando en lo que escribía la semana pasada sobre el ascenso del irracionalismo y la similitud con las primeras décadas del siglo pasado. En Alemania hubo en los años veinte y treinta un auge de todo tipo de doctrinas esotéricas que contagiaron a no pocos dirigentes nazis. También de teorías médicas con poco o ningún fundamento científico (helioterapia, curas hipnóticas, homeopatía…). Si una sociedad basada en el racionalismo capitalista había llevado a la Gran Guerra y a la descomposición social –que se manifestaría en las revoluciones marxistas y la crisis del 29–, quizá había que buscar la verdad fuera de la ciencia tradicional y el sentido común burgués. Lo irracional siempre ha sido el refugio de quienes se sienten perdidos en su mundo, a menudo con razones para ello.

Ahora también asistimos a un incremento de adeptos a teorías irracionalistas; terraplanistas a los que se da voz en programas televisivos –porque sus guionistas suponen que hay un público para ellos–; también programas que chapotean en la poco apetitosa sopa cocinada con ideas de extrema derecha, noticias falsas, extraterrestres y fenómenos paranormales; movimientos antivacunas que llegan a instalarse en los más altos niveles de la política estadounidense; conspiranoias de todo tipo… y no es que las incluya aquí porque no crea en conspiraciones de gran alcance, pero que poco tienen que ver con chemtrails y con la inyección de microchips y mucho con alianzas internacionales para defender intereses antidemocráticos. No me parece casual que todo esto vaya de la mano de la fe ciega y, por definición, irracional de millones de votantes en líderes que se presentan como salvadores y se acompañan del gesto y la parafernalia de dictadores en ciernes, mientras afirman las cosas más descabelladas. Da igual además que cumplan o no sus promesas, que sus políticas sean o no nocivas para la mayoría; la fe en ese ser especial –llámalo Trump, llámalo Milei– es independiente de lo que hagan. La recompensa no es el milagro, sino el consuelo de creer con entusiasmo en algo compartido.

Leo en un periódico que muchos migrantes que votaron a Trump están decepcionados con él… pero lo volverían a votar. Igual que otros votan a un político que habla con su perro muerto.


5 de noviembre

Sin embargo, los demócratas han vencido en Virginia y Nueva Jersey y Mamdani va a ser alcalde de Nueva York. Cualquier derrota de la deriva autoritaria y sin corazón de Trump es como para celebrar. Esperemos, por el bien del mundo, que haya más. Y lo que más me alegra es que los jóvenes hayan sido un factor fundamental en la victoria de Mamdani. Ante el mantra de que los jóvenes son cada vez más de (extrema) derecha resulta refrescante ver que no todo es como nos lo cuentan.

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