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Patricia Simón: “El concepto ‘paz’ ya no está en el imaginario colectivo, ni siquiera como aspiración”

Por: Manuel Ligero

En el periodismo no todo vale. A menudo, en situaciones comprometidas, prevalece el sentido ético de los profesionales y estos apartan la cámara o apagan la grabadora. Renuncian al impacto, a los clics, incluso a dinero. Cualquier cosa antes de hacer más daño a quien ya está muy dañado. Hay que tener estas cosas muy claras para reportear desde zonas de conflicto, como lleva haciendo Patricia Simón desde hace 20 años. En el ensayo Narrar el abismo (publicado por Debate) cuenta sus experiencias y propugna un tipo de periodismo respetuoso con la dignidad del otro. «Cuando estas personas se acercan y cuentan sus experiencias, confían en la valía humana de quien las escucha», relata. «No hay mejor periodista que el que sabe, sobre todo, ser oyente». Trasladar sus historias, dice, tiene una función social. Documentar delitos de guerra, además, es un deber. Y hay que hacerlo buscando la palabra exacta, escribiendo con una perspectiva que defienda los derechos humanos y que desafíe esa «ideología colonial dominante» que tiende a adherirse como una lapa a nuestras crónicas. Narrar el abismo es una reivindicación del periodismo como un oficio humanista comprometido con la construcción de un mundo mejor.

Su libro se puede leer como un manual de periodismo en zonas de conflicto. ¿Cómo ha sido su aprendizaje? ¿A base de ensayo-error? O dicho de otro modo: ¿se ha equivocado muchas veces?

Seguro que sí. Pero he tenido la suerte de formarme prioritariamente con defensores y defensoras de derechos humanos, así que siempre he sabido que lo importante era el cuidado de la persona que ha sufrido alguna vulneración. Esa prevención, que mi foco estuviera puesto no tanto en el resultado periodístico como en esa relación personal, probablemente me haya protegido del peor error que se puede cometer: aumentar el daño que han sufrido estas personas. Pero todo esto vino a través de la formación. Recuerdo que una vez, siendo muy jovencita, me invitaron a moderar una mesa redonda con defensores y defensoras de los derechos humanos en Colombia. Eran personas que habían sufrido tantos tipos de violencia que necesariamente necesitaban tiempo para explayarse, pero yo no les dejaba. Los organizadores me dijeron: «Si ves que se van por las ramas, les cortas y que vayan al grano». Desgraciadamente, les hice caso. Fui una buena mandada. Y me convertí en una maltratadora. Fue el público el que me hizo notar que lo estaba haciendo mal. Hoy lo recuerdo con mucha vergüenza, pero aprendí qué es lo que no se debe hacer. Y, sobre todo, aprendí que no hay que delegar nunca la responsabilidad en otras personas.

Pero, a veces, inevitablemente, se hace daño sin querer. ¿Cómo reacciona si, a pesar de poner todo el cuidado, se da cuenta en mitad de una entrevista de que está tocando una tecla sensible que no debería tocar?

Parando en seco. Si de repente intuyes que se pueden estar removiendo cosas o que estás reabriendo una herida especialmente dolorosa, lo primero es parar en seco y revaluar qué sentido tiene esa entrevista. Para mí, la clave está en volver a situar la conversación, volver a la base, a la razón principal por la que esa persona ha accedido a hablar: qué persigue con esa entrevista, qué necesita contar, de forma que su testimonio, de alguna manera, le genere un cierto alivio. Tengo presente que es mejor que me quede corta, que se me queden preguntas en el tintero, si no estoy segura de que la persona está preparada, es consciente y quiere hablar de esos asuntos.

Los periodistas que cubren conflictos también se exponen a salir tocados. Decía Susan Sontag en uno de sus libros: «Toda persona que tenga la temeridad de pasar una temporada en el infierno se arriesga a no salir con vida o a volver psíquicamente dañada». ¿Cómo ha lidiado usted con ese peligro?

Primero, sintiéndome muy afortunada de poder desarrollar mi profesión en esos contextos. Como dice Noelia Ramírez en su libro, «nadie nos esperaba aquí». Mi origen, en ningún caso, hacía prever que pudiera dedicarme al periodismo, y mucho menos a ese tipo de periodismo. Así que soy consciente de que esto es algo excepcional, porque la mayoría de mis compañeras, de amigos y amigas mucho más talentosos y muy buenos periodistas, lo tuvieron que dejar por la precariedad. Y luego, además, me protege la idea de que «estoy haciendo mi parte». O por lo menos lo estoy intentando. Tengo una convicción muy fuerte, seguramente por mi apego a la defensa de los derechos humanos, de que este trabajo es importante. Y de que es una suerte poder hacerlo.

Cuando el circuito, llamémosle así, está bien engrasado, a mí me hace bien. Ese circuito empieza con la recogida de testimonios que te atraviesan, que te interpelan, y finaliza cuando los transformas en información periodística. Con «bien engrasado» me refiero a no pasar muchísimo tiempo reporteando sobre el terreno, sino a volver a casa para digerirlo y trabajar con calma… Cuando se dan todas esas circunstancias, el trabajo es emocionalmente bueno. De hecho, cuando empezó el genocidio de Gaza y las autoridades israelíes nos prohibieron la entrada a la Franja, sentí muchísima impotencia. Empecé a consumir imágenes de las redes sociales en bucle. Me hizo cuestionarme qué sentido tenía el periodismo, qué capacidad teníamos los periodistas. Fue muy duro.

Y por último, para protegerte emocionalmente del impacto que tiene tu trabajo, están los cuidados, claro. Aunque suene banal, hay que alimentarse bien, dormir bien, hacer deporte y, por encima de todo, trabajar los afectos, cuidar las redes de amigos y amigas, dedicarles tiempo.

En su libro, sobre todo en el capítulo dedicado a Ucrania, habla de reportear tanto desde el frente de guerra como desde la retaguardia. Tengo la impresión de que usted prefiere la retaguardia. ¿Por qué?

En el frente ves gente que es carne de cañón y es más difícil extraer aprendizajes humanos. Prevalece la parte bélica, pero hay una excepción: cuando puedes estar a solas con los combatientes. Ahí aflora realmente el desastre de la guerra. En la retaguardia, en cambio, se preserva la vida, se construye vida cuando alrededor sólo hay destrucción. Eso es complejísimo. Es posible por conocimientos atávicos que no sabíamos que teníamos y que aparecen en esos contextos. Y quienes lo hacen posible, fundamentalmente, somos las mujeres. Las mujeres seguimos siendo vistas como actrices secundarias en las guerras. La invasión rusa evidenció que las narrativas en torno a la guerra siguen siendo muy machistas y muy reaccionarias. Por ejemplo, ¿cómo se contó el éxodo? Pues se entendió que el destino natural de las mujeres era huir para cuidar, y el de los hombres quedarse para combatir. En la retaguardia todo eso se subvierte y se ve el verdadero valor de la supervivencia y quién la hace posible.

Cuenta la historia de una anciana de Kramatorsk que les invitó a Maria Volkova y a usted a tomar un té en su casa. Allí les habló de sus dificultades, conocieron a su hija esquizofrénica, entendieron por qué decidió no huir. Desde el punto de vista humano, esa historia revela más sobre la guerra que una crónica desde las trincheras.

Sí, aquella historia se me quedó atravesada. Y pensé que, en realidad, esa historia está en todos los contextos dominados por la violencia que llevo cubriendo 20 años, desde Ucrania hasta Colombia. Son las guerras que las mujeres libran diariamente en todas partes. Las han sufrido nuestras abuelas, las sufren nuestras madres y siguen marcando nuestras vidas.

¿Cómo definiría el concepto «periodismo de paz» y en qué se diferencia de lo que entendemos normalmente por periodismo?

La diferencia está en la intencionalidad. Como periodista, se trata de no olvidar nunca que la guerra debe evitarse por todos los medios y, si ya ha empezado, que debe pararse cuanto antes. El periodismo no puede legitimar que la violencia sea una forma de resolver los conflictos. Eso debería aparecer en todas las crónicas. Debemos recordar continuamente que la mayoría de las guerras no terminan con el aplastamiento del enemigo sino por medio de negociaciones. Cuanto antes empiecen, más vidas se salvarán. Si no lo contamos así, corremos el riesgo de presentar la guerra como algo natural o inevitable o como un conflicto irresoluble. Y si nos resignamos a eso, nuestro periodismo se convierte en una arma propagandística dentro de esa guerra.

Cuando estábamos en la facultad, todos expresábamos nuestra admiración por los «corresponsales de guerra». A nadie se le ocurrió nunca llamarlos «corresponsales de paz».

Es que ese concepto es mucho más complicado de normalizar, pero el concepto «paz» sí que debería estar más presente en nuestras vidas. Nosotros crecimos celebrando la paz en el cole. La lucha contra el hambre y la defensa de la paz eran pilares de nuestra educación. Eso se ha diluido totalmente en estos últimos años. Ya no está en el imaginario colectivo, ni siquiera como una aspiración o un ideal. Pero debemos reivindicarlo desde el periodismo, entendiendo que la paz no es solamente la ausencia de bombardeos, es una cosa mucho más compleja. Respecto a la expresión «corresponsales de paz», tengo que decir que es un lema que está utilizando la Fundación Vicente Ferrer, que nos ha invitado a varios periodistas que cubrimos conflictos a visitar lugares donde se está intentando construir la paz frente a otros tipos de violencia.

Su libro contiene frases realmente desafiantes, como que «el periodismo es lo contrario a la neutralidad». Esto choca con la idea que mucha gente tiene de la imparcialidad periodística. ¿Qué quiere decir exactamente con eso?

Creo que el periodismo tiene que aspirar a construir sociedades más justas para todos y todas, y eso es exactamente lo contrario de la neutralidad. Tendemos a contar las cosas desde lo establecido, desde lo hegemónico, y eso perpetúa el statu quo. Así nada cambia. Pero si aplicas una mirada crítica y desentrañas las dinámicas y los intereses que operan sobre la realidad, si identificas cuáles son las razones para que eso ocurra y quiénes son los responsables, entonces la cosa cambia. Cuando el periodismo evidencia cuáles son los engranajes, rompe con lo que se ha entendido como neutralidad. Y eso debería hacerse enfocándonos en los afectados de ese marco de interpretación, en los afectados por «la norma» o por lo que entendemos como «normal». En mi adolescencia fue muy importante la lectura de Eduardo Galeano. Él nos enseñó por qué el mundo se interpretaba al revés y lo puso «patas arriba». Así se llama uno de sus libros, en el que señala esas cosas que damos por sentadas, que entendemos por lógicas, como si esa fuera la única mirada posible. Yo impugno esa neutralidad. Me parece que es injusta, que está al servicio de una minoría privilegiada y que produce muchísimo dolor. Por eso creo que hay que posicionarse.

En Narrar el abismo también impugna los eufemismos. Hace hincapié en usar las palabras justas, exactas. Pero las palabras justas y exactas son polémicas. A veces ni siquiera nos dejan publicarlas. ¿Qué hacemos ante eso?

El periodismo siempre fue un oficio rebelde y debería seguir siéndolo. A veces se nos desacredita cuando, por ejemplo, hablamos de paz, tachándonos de ilusos o de ingenuos. Otras veces se nos acusa de ser radicales. Otras, de ser activistas en lugar de periodistas. Esto me pasa mucho. Tenemos que tener muy claras nuestras convicciones para defender por qué utilizamos una palabra y no otra. Quienes usábamos la palabra «genocidio» para hablar de lo que estaba ocurriendo en Gaza, al principio se nos acusó de falta de rigor, de antisemitismo, de fomentar un relato propalestino y, por lo tanto, antiperiodístico. Pero cuando lo hicimos ya había evidencias suficientes para hablar de genocidio, y de hecho, poco después, el informe de la relatora especial de la ONU nos dio la razón.

Pero mientras hay que aguantar el chaparrón…

Yo sé que hago un periodismo pequeñito, minoritario. Sé que su capacidad de incidencia es muy limitada, pero haciéndolo aspiro a sentirme… Iba a decir orgullosa, pero esa no es la palabra. Tranquila, esa es la palabra. Tranquila con el resultado. Que pueda defenderlo ante quien lo cuestione. En el reportaje «El mundo según Trump» usé conscientemente un vocabulario muy directo. Para describir su forma de concebir las relaciones internacionales digo que se maneja igual que los cárteles: plata o plomo. Y es que es así. Y no temo las críticas porque sé que quienes las hacen están defendiendo un orden injusto, al servicio de unos pocos y que se ha demostrado fallido, corrupto y éticamente degenerado.

Assaig Abubakar, un abogado sudanés que vive como refugiado en Chad, le dijo: «Nunca más volveré a creer en el sistema internacional de derechos humanos». Y cuando entrevistó a Youssef Mahmoud también fue muy crítico con la ONU. Después de todo lo que ha visto, ¿usted sigue creyendo en estos organismos internacionales?

En lo relativo al marco legislativo, sí. Por eso sigo defendiendo el derecho internacional y los derechos humanos, pero ya no creo en las grandes organizaciones. La puntilla ha sido la validación por parte del Consejo de Seguridad del mal llamado «plan de paz» de Donald Trump para Gaza. Me parece que supone el hundimiento absoluto del Consejo de Seguridad, y creo que también ha arrastrado a las Naciones Unidas. A pesar de todo, la ofensiva actual contra el multilateralismo, contra la ONU, contra la Corte Penal Internacional es tan dura, que creo que debemos salir en su defensa. Siendo muy consciente, eso sí, de que muchas veces estas organizaciones se muestran fallidas e incluso son cómplices de la perpetuación de los conflictos. Pero soy más partidaria de su reforma o de su refundación que de darlas por perdidas. Creo que siguen siendo el único espacio en el que muchos Estados tienen al menos un asiento, una voz, y desde donde se puede reconstruir otro orden internacional.

Siempre se ha dicho que la foto de la niña del napalm contribuyó a la retirada estadounidense de Vietnam. Los periodistas palestinos también han hecho un trabajo extraordinario documentando el genocidio de Gaza, un trabajo que ha tenido un enorme impacto en la opinión pública. No hay más que ver las manifestaciones que se han producido en todo el mundo. Pero el genocidio continúa. ¿Lo que ha cambiado en este tiempo, básicamente, es la capacidad del periodismo para influir en los gobiernos?

El puente que existía entre la información, la gente y los gobiernos se ha roto. Es el producto de muchas décadas de desoír a la ciudadanía. Se ha roto hasta el punto de que muchas personas renuncian a informarse porque la información sólo les provoca dolor, no pueden hacer nada con ella, dan por hecho que no servirá para cambiar nada. Pero la reacción global ante el genocidio de Gaza nos da esperanzas de que esta situación se pueda revertir. Ha sido muy curioso ver cómo el movimiento contra el genocidio ha tomado más fuerza a partir del pasado verano, cuando empezaron a publicarse imágenes de la hambruna. Los medios occidentales consideraron que esas imágenes de los niños famélicos eran más publicables o digeribles que las de los dos años anteriores, las de los niños en las morgues o bajo los escombros. Los medios tenemos que preguntarnos por qué. Por qué las fotos de los niños mutilados no se publicaron, cuando fueron sus propios padres los que tomaron esas fotos o llamaron a los periodistas para documentar el delito. Por qué se usó la excusa de la «fatiga de la empatía» de los lectores. Por qué se habló de que herían la sensibilidad e incluso la dignidad de las víctimas. Si hemos visto esas imágenes ha sido gracias a las redes sociales. Cuando salieron las fotos de la hambruna, realmente hubo un despertar de la respuesta ciudadana. Eso demuestra dos cosas: primero, que la capacidad de incidencia del periodismo sigue siendo altísima; y segundo, que fueron los propios medios los que apaciguaron durante dos años esa respuesta ciudadana amparándose en razones insostenibles que tienen más que ver con sus propias sensibilidades y con sus propios sentidos estéticos de cómo representar el dolor.

Usted dice que la información se ha convertido en «una retahíla de hechos caóticos, catastróficos, incomprensibles».

Por eso hay casi un 40% de españoles que ha renunciado a informarse. Y el resto lo hace a través del móvil, donde estamos perdiendo muchísima capacidad de concentración, de comprensión y de profundidad. Eso es una ruptura, no sólo en el acto ciudadano de informarse sino en las propias democracias. Creo que ahora toca generar discursos acerca de la importancia de recuperar la soberanía sobre el acto de informarse, sobre cómo nos informamos, a través de qué dispositivos y en qué contextos. Nos estamos estupidizando y me parece peligrosísimo cómo estamos aceptando que cuatro señores tecnomultimillonarios, cuyo su sueño húmedo es irse a Marte, sean los que, con sus algoritmos, dominen el acto de informarse de la mayoría de la población. Esa avalancha de hechos caóticos, sin contexto, nos está enfermando. Emocionalmente nos tiene paralizados, y políticamente absolutamente desconcertados. Da alas a esa sensación de incertidumbre que tanto se ha señalado como una de las causas del auge reaccionario. Lo que hace el periodismo es justo lo contrario: explica las causas y el contexto, arraiga a las personas con la realidad que le rodea y así disipa la incertidumbre.

Usted también suele decir que nunca se ha hecho mejor periodismo que hoy. ¿Por qué cree que nunca ha estado peor considerado y peor pagado que hoy?

Pues porque mucho de lo que se presenta como periodismo en realidad no lo es. Ojalá fuese info-entretenimiento, pero ni eso. Esa etapa ya pasó. Lo que tenemos ahora es propaganda política disfrazada de entretenimiento, propaganda de valores muy reaccionarios al servicio de los grupos políticos de ultraderecha. Ese aluvión de desinformación, de odio y de propaganda ha generado desconfianza y desconsideración hacia la profesión. A eso se suma que los medios tradicionales, además de buen periodismo, publican también muchísima basura para tener visitas. Eso contribuye al descrédito. Y también porque nos hemos regalado como periodistas. En sociedades tan precarizadas como la nuestra cuesta mucho que la gente pague por el periodismo. Y al tenerlo gratis pues no se le da valor. Pero tampoco podemos exigir que se suscriban a cinco medios cuando tienen salarios paupérrimos y muy poco tiempo para informarse. Gran parte de nuestra comunidad lectora, de hecho, se suscribe por militancia, no porque luego vaya a tener tiempo de leer la revista.

En cualquier caso, yo sostengo, efectivamente, que nunca se ha hecho tanto buen periodismo, pero tampoco se ha hecho nunca tanta desinformación. Y esto último, en cantidad, es inmensamente superior. Esa es la tragedia. Pero, sí, nunca ha habido tantos periodistas tan bien formados, con un compromiso ético tan sólido, hasta el punto de anteponer su profesión al hecho de tener vidas mínimamente saludables. Tenemos que defender públicamente la importancia del periodismo y intentar volver a sellar pactos éticos con la ciudadanía. De hecho, el libro yo no lo concibo como un manual de buenas prácticas sino básicamente como un manifiesto sobre la importancia de seguir informándonos.

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El Consejo de Seguridad de la ONU respalda el plan de Trump para Gaza

Por: La Marea

El Consejo de Seguridad de la ONU ha adoptado una resolución redactada por Estados Unidos que respalda el plan de Trump para Gaza, con un gobierno transitorio y el despliegue de una fuerza internacional. El texto, aprobado con 13 votos a favor y las abstenciones de Rusia y China, apoya la segunda fase del plan de 20 puntos del presidente estadounidense, con la que se inició un alto el fuego –violado a cada momento– tras dos años de genocidio.

Según informa la ONU, la última versión del documento plantea la creación de una Fuerza Internacional de Estabilización (ISF por sus siglas en inglés) y un gobierno transitorio para Gaza. La resolución pide “el establecimiento de la Junta de Paz, como «una administración de transición con personalidad jurídica internacional».

La Junta, que estará dirigida por el presidente Trump, «coordinará la entrega de asistencia humanitaria, facilitará el desarrollo de Gaza y apoyará a un comité tecnocrático de palestinos responsable de las operaciones cotidianas de Gaza, del servicio civil y de la administración», dijo el embajador estaounidense, Mike Waltz. Transferiría esos poderes al Gobierno Autónomo Palestino, cuando «haya haya completado satisfactoriamente su programa de reformas». El borrador no detalla cuáles deberían ser esas reformas.

A diferencia de los borradores anteriores, la última versión menciona la creación de un futuro Estado palestino reconocido globalmente. Una vez que la Autoridad Palestina haya llevado a cabo las reformas solicitadas y la reconstrucción de Gaza esté en marcha, “se podrán dar por fin las condiciones necesarias para una vía factible hacia la libre determinación y la condición de Estado de Palestina. Estados Unidos establecerán un diálogo entre Israel y la población palestina para acordar un horizonte político que permita alcanzar una coexistencia pacífica y próspera”.

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La ONU no apoya la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental: entre ‘fakes’, propaganda y trampantojos

Por: Ander Gutiérrez-Solana

El pasado 31 de Octubre, el Consejo de Seguridad (CS) de la ONU, aprobó la Resolución 2797 (2025) sobre la situación del Sáhara Occidental. Una nueva resolución, como cada año, que si bien incluye alguna novedad, no es un cambio de rumbo y debe ser analizada tanto jurídica, como política y diplomáticamente.

Este texto ha generado una ola de titulares y editoriales de los medios españoles conservadores y los cercanos a la dictadura marroquí, repleto de falsedades y equivocaciones.

Desde un punto de vista jurídico, es preciso señalar varias cuestiones:

1º.- El CS no representa a la ONU, eso sólo lo hace la Asamblea General, donde tienen voz y voto todos los Estados miembros. El Consejo, sin embargo, son sólo 15 Estados. Ninguna Resolución del CS resume la postura jurídica, o política, de la ONU. Véanse las diferencias entre la postura de la Asamblea General condenando el genocidio en Gaza o el bloqueo de Cuba y la inacción del CS. La ONU, si es algo, es la Asamblea, el lugar en el que la creciente soledad de Estados Unidos aparece más destacada.

2º.- La Resolución 2797 (2025) es necesaria porque cada año hay que renovar, o no, la Misión de Paz (los conocidos como Cascos Azules) en el Sáhara Occidental, la denominada MINURSO. La “R” en el nombre de esta misión se refiere a que su objetivo es organizar el “R”eferéndum de libre determinación del Sáhara. Su renovación en esta resolución implica, necesariamente, que la MINURSO debe seguir intentando lograr esta consulta.

3º.- La resolución no niega el derecho a la libre determinación del pueblo saharaui. Al contrario, el tercer párrafo del preámbulo menciona los principios de la Carta ONU, en general, y el de libre determinación, en particular. En la parte dispositiva, la más importante, este derecho del Sáhara Occidental como pueblo ocupado por Marruecos y bajo administración colonial (ausente) de España, es subrayado en su tercer apartado cuando plantea “el objetivo de alcanzar una solución política final y mutuamente aceptable que garantice el derecho a la autodeterminación del pueblo del Sáhara Occidental”.

4º.-La obligatoriedad de las Resoluciones del Consejo de Seguridad. Suele decirse que las resoluciones del consejo son obligatorias. No lo son siempre. Sólo aquellas que así lo indiquen, que sean conformes a la Carta ONU y que no violen ninguna norma imperativa del Derecho Internacional. El derecho a la libre determinación de los pueblos colonizados es una norma de obligado cumplimiento que no admite norma, incluidas las resoluciones del CS, en sentido contrario. Que el pueblo saharaui debe ejercer el mismo, mediante referéndum, ya lo certificó la Corte Internacional de Justicia en 1975 y todas las resoluciones hasta ahora, incluida la última. Si alguna vez una resolución del CS negara este derecho al Sáhara Occidental sería nula de pleno derecho.

5º.- El plan de autonomía de Marruecos aparece en esta resolución, en su segundo apartado, como “base” para unas negociaciones, que deben realizarse “sin condiciones previas” y que puede recibir otras “aportaciones constructivas” de las partes. Desde un punto de vista jurídico, nunca se ha negado que, cuando el pueblo saharaui (no los colonizadores marroquíes) vote en referéndum, una posible opción, libre, sería integrarse voluntariamente en Marruecos. O en Argelia. O en Mauritania. O ser un estado independiente. Esta resolución deja claro que, pese las presiones, sólo el Frente Polisario representa diplomáticamente al pueblo saharaui; que debe haber un referéndum, y que únicamente decidirá el pueblo (el que vive bajo ocupación militar en los territorios ocupados y el que está en los campos de refugiadas en Argelia).

Desde un punto de vista político y diplomático:

1º.- La resolución aprobada demuestra la fuerza de EE.UU, Francia y España como grandes enemigos de la causa saharaui por su alianza con la dictadura marroquí. Que el gobierno de Sánchez haya aceptado la soberanía, inexistente, de Marruecos sobre el Sáhara no es sólo la tradicional traición del PSOE al pueblo saharaui. Es una violación de las normas imperativas de derecho internacional por parte de España. Con consecuencias jurídicas y diplomáticas para todo el país.

2º.- La inclusión en el texto del plan marroquí, aunque sin otorgarle derechos soberanos sobre el Sáhara, es un éxito diplomático de Marruecos porque sus altavoces mediáticos han transformado el contenido de la misma afirmando falsamente que la ONU asume su plan. Es otro trampantojo de Trump, impulsar algo ruidoso y vacío de contenido para contentar a sus estados satélites.

3º.- La negativa de Argelia incluso a participar en la votación y la mención expresa de Rusia y otros Estados del Consejo de Seguridad sobre la necesidad de celebrar el referéndum aclara mejor el fracaso de Trump. Este texto solo se ha aprobado porque en el último borrador se han incluido las demandas del pueblo saharaui junto a las de Marruecos. La idea inicial era incluir sólo las de Marruecos.

De esta manera, es urgente explicar a la ciudadanía española que la ONU sigue defendiendo el referéndum de libre determinación del Sahara Occidental, que España sigue siendo la potencia colonial que debería administrar el territorio y organizar la consulta, que el Frente Polisario es el único representante legítimo de este pueblo y que la propaganda marroquí, y del Gobierno español, sólo pretende acabar con las esperanzas de un pueblo por la vía de los hechos. En nuestra mano, también, está impedirlo.

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Farah Dih: “Muchas mujeres saharauis vivimos entre dos mundos”

Por: La Marea

Cuando Farah Dih habló en la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York, en 2019, recordó que hay 17 territorios no autónomos en el mundo a los que «se les ha negado la oportunidad de decidir su propio destino». Uno de ellos, el suyo: el Sáhara Occidental. Ya entonces se mostró preocupada por que este organismo hubiera «olvidado los principios originales sobre los que se fundó». Uno de esos principios era el de la desconolonización. El tiempo le ha dado la razón a Dih: hace sólo unos días el Consejo de Seguridad de la ONU votó a favor de una resolución en la que afirmaba que la autonomía bajo soberanía de Marruecos «podría constituir la solución más viable» para superar el conflicto. E instaba a las partes (Marruecos y el Frente Polisario) a negociar sobre esa base. La invasión, los bombardeos con napalm sobre la población civil, la ocupación ilegal de un territorio, la imposición de un régimen represivo que viola sistemáticamente los derechos humanos ha pasado a ser, en el lenguaje diplomático y 50 años después, un conflicto entre dos partes. «Si la erradicación del colonialismo sigue siendo una prioridad en la agenda de la ONU, como proclama el señor Guterres, ¿cuándo van a estar dispuestos a cumplir sus palabras», objetaba Dih en su intervención.

Farah Dih nació en 1991 –el año del alto el fuego y de la creación de la Minurso– en los campamentos de población saharaui refugiada en Tinduf (Argelia). Después de formarse en filología en las universidades de Valladolid, Nebraska-Lincoln y Nueva York, actualmente es profesora de esta última institución en su campus de Madrid. Combina su labor docente con la escritura de ficción y es una de las voces saharauis con las que hemos contado en La Marea para hacer nuestro dossier especial en el último número.

Para Dih, 50 años después de la traición española y la invasión marroquí, es «fundamental hablar de la amnesia histórica y el olvido selectivo del Estado español respecto a su pasado colonial en África, concretamente en el Sáhara Occidental y en Guinea Ecuatorial».

«Necesitamos que se hagan reparaciones de manera oficial, empezando por revertir el reciente reconocimiento del Gobierno español de la soberanía marroquí sobre el Sáhara, pero también dando una mayor visibilidad a la cuestión colonial desde las instituciones», añade. «Necesitamos que se estudie, que se enseñe y que se reconozca el problema para poder sanar unas heridas que no solo siguen abiertas, sino que se han infectado».

Como todas las personas saharauis consultadas para componer nuestro dossier, Dih resalta el papel de las mujeres en la resistencia de su pueblo, pero señala una particularidad que le atañe personalmente: «A día de hoy, muchas mujeres saharauis vivimos entre dos mundos. Y no me refiero a la dualidad cultural de sentirnos saharauis y españolas (que también), sino a la paradoja de estar luchando juntas por la libertad colectiva de nuestro pueblo mientras este, irónicamente, tiende a rechazar nuestro propio derecho a la libertad individual».

Dih, como muchas otras saharauis de su edad, se desmarca cultural y generacionalmente de ciertos modos y costumbres. «Hablo de las que hemos decidido no encajar (o quizá nunca lo hemos hecho) en los moldes tradicionales: las que no llevamos velo, las que vestimos como queremos, las que hemos tomado de la cultura saharaui (y de la española) lo que nos ha convenido para crear una identidad propia, mestiza y diversa», explica.

Para ellas, el camino de la emancipación ha sido muy diferente al de las mujeres occidentales: «Es curioso ver que mientras las feministas blancas españolas luchan por cambiar los cánones de belleza —el de las cirugías estéticas, la delgadez extrema, los filtros de Instagram, etc.—, nosotras libramos otra lucha casi inversa. La de poder arreglarnos y vestir con libertad, de elegir con quién relacionarnos afectivamente y de desafiar unas normas sociales ancladas en el pasado, que se siguen reproduciendo de generación en generación».


Testimonios: Laura Casielles | Edición: Manuel Ligero

Esta entrevista con la profesora Farah Dih forma parte del trabajo realizado para elaborar el dossier que ‘La Marea’ le ha dedicado al Sáhara Occidental en su último número. Puedes comprar la revista aquí o suscribirte para seguir apoyando el periodismo independiente.

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La ONU apoya el plan de autonomía de Marruecos para el Sáhara Occidental

Por: EFE / La Marea

El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas votó ayer viernes, a propuesta de Estados Unidos, tomar el plan de autonomía redactado por Marruecos en 2007 para el Sáhara Occidental como base para futuras negociaciones sobre el territorio. Lo ha hecho por 11 votos a favor, tres abstenciones –entre las que destacan las de Rusia y China–, y sin la participación de Argelia, que ha alegado que «una solución justa y duradera solo puede llegar con el respeto al derecho inalienable del pueblo del Sáhara Occidental a decidir sobre su propio futuro».

La decisión de ayer supone el mayor apoyo hasta el momento de la comunidad internacional a Marruecos. España ya se había adelantado: el presidente español, Pedro Sánchez, se mostró partidario de apoyar el plan de autonomía marroquí. Así se lo hizo saber al rey de Marruecos en una carta enviada en 2022. España, según el derecho internacional, sigue siendo la potencia administradora del Sáhara Occidental hasta que culmine su proceso de descolonización, interrumpido hace ahora 50 años.

La población saharaui llevaba varios días protestando contra esta iniciativa. El jueves se produjo la cuarta manifestación masiva. Miles de saharauis refugiados en los campamentos de Tinduf (Argelia) se sumaron a ella. Los manifestantes aseguraban que «prefieren seguir siendo refugiados a marroquíes».

El voto de la ONU atañe también al futuro de la Minurso, una misión de pacificación creada en 1991 para organizar un referéndum de independencia en el Sáhara Occidental. La misión se ha venido renovando anualmente, pero el gobierno de Donald Trump quería que esta vez durara sólo tres meses. Finalmente, se ha aprobado prolongarla durante un año más.

¿Qué ocurrirá después? Podrían darse varios escenarios: otra renovación, la extinción de la misión (lo que eliminaría la referencia al referéndum y dificultaría el proceso de autodeterminación saharaui) o el inicio de una época totalmente nueva de negociaciones sobre la base del plan de autonomía preparado por Rabat y con la entrada de Trump como mediador.

No parecía probable que Rusia o China, miembros del Consejo de Seguridad con derecho a veto, avalaran esta iniciativa que, en esencia, busca excluir a los y las saharauis de su propio proceso de autodeterminación. Pero finalmente lo hicieron con sus respectivas abstenciones. El diplomático Sidi Omar, portavoz del Frente Polisario en la ONU, declaró que «el destino del pueblo saharaui no está en manos de Estados Unidos ni de Francia, sino en manos del propio pueblo saharaui».

Miles de compatriotas coinciden con esta máxima y así lo expresaron en la manifestación del pasado jueves en Tinduf. Entre ellos, el rechazo al plan norteamericano parecía total. «Ahora más que nunca queremos la dignidad, ser refugiados en Argelia (más que ser marroquíes), queremos la libertad como todos los pueblos», declaró a EFE Ali, un manifestante indignado como muchos de los asistentes a la protesta.

«Antes refugiado que marroquí», claman en los campamentos saharauis
Miles de saharauis acudieron ayer a la cuarta convocatoria de protestas contra la iniciativa estadounidense que propone una autonomía en Marruecos para el Sáhara Occidental. LAURA FERNÁNDEZ PALOMO / EFE

Durante la manifestación, que terminó con una multitudinaria marcha por una de las carreteras que atraviesan el desierto argelino, los saharauis cargaron contra Trump, a quien culpan de intentar «cambiar la ley internacional».

El Frente Polisario envió hace una semana una carta a Rusia, que ostenta la presidencia de turno del Consejo de Seguridad, en la que advirtió de que «no participará en ningún proceso político ni de negociación basados en el contenido del proyecto de resolución» presentado.

Días antes había abierto la puerta –mediante una carta enviada al secretario general de la ONU, António Gueterres– a negociar directamente con Marruecos para alcanzar una solución «justa y duradera», en la que la autonomía marroquí constara entre las opciones de un referéndum, pero que no fuera la «única» solución y una condición «impuesta».

En 2020, el primer gobierno de Donald Trump ya reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, que la ONU hasta ahora no ha validado y mantiene esta zona como «territorio no autónomo» pendiente de descolonización.

Marruecos celebra en las calles el respaldo de la ONU al plan de autonomía para el Sáhara
Marruecos celebra en las calles el respaldo de la ONU al plan de autonomía para el Sáhara. En la imagen, la gente ondea banderas en Rabat, la capital marroquí, el 31 de octubre de 2025. JALAL MORCHIDI / EPA / EFE

Actualización: 1 de noviembre, 8h

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Corea del norte

Por: Radio Topo

¿Qué hay detras de las ultimas sanciones impuestas por la ONU a Corea del Norte? ¿Qué pintan China y Rusia en todo esto? ¿Cederá Corea del Norte ante las presiones de EEUU y sus acólitos? Hablamos con Alberto Cruz, que nos da un punto de vista que dificilmente podremos encontrar en los mass media.  

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El buque español que dará apoyo a la flotilla Global Sumud parte hoy hacia Gaza

Por: EFE / La Marea

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció ayer en Nueva York el envío de un buque militar de apoyo a la Global Sumud Flotilla, que lleva ayuda a la Franja de Gaza, tras los ataques sufridos por varios de sus componentes. Se trata de un buque de acción marítima, el Furor, y partirá hoy hacia el enclave palestino desde el puerto de Cartagena. Italia también ha enviado una fragata para asistir a los activistas de la misión humanitaria.

El Furor es una embarcación de más de 90 metros de eslora y su envío, según el presidente del Gobierno, no supone la ruptura de relaciones diplomáticas con Israel, que el Ejecutivo no se plantea por el momento. Aunque no se conocen los detalles concretos de su misión, parece claro que se dedicará a tareas de rescate y no estrictamente de defensa. «Vamos a enviar un buque para poder garantizar que, en caso de necesidad, podamos rescatarlos y que puedan volver a su país, a España», se limitó a decir el presidente en Nueva York, donde participa en las reuniones de la Asamblea General de Naciones Unidas. Sánchez insistió en que los españoles presentes en esa flotilla «expresan la solidaridad de millones y millones de personas en el mundo».

Israel, por su parte, ya ha dicho que no permitirá el desembarco de la Global Sumud Flotilla en Gaza. En Tel Aviv consideran ese acto como una amenaza a su seguridad nacional. Sin dejar pasar la oportunidad de vincular a los miembros de la flotilla con el terrorismo yihadista, el Ministerio de Asuntos Exteriores israelí les ofreció desembarcar en otra parte: «Si el deseo genuino de los participantes es entregar ayuda humanitaria en lugar de servir a Hamás, Israel insta a los barcos a atracar en el puerto deportivo de Ashkelon y descargar allí la ayuda, desde donde será transferida rápidamente y de manera coordinada a la Franja de Gaza», afirmó la cancillería. En esa «manera coordinada» de entregar la ayuda podría volver a entrar en escena la denominada Fundación Humanitaria de Gaza (GHF, por sus siglas en inglés), cuyos puntos de entrega de alimentos se han convertido en trampas mortales para los gazatíes.

Italia, que también realiza tareas de apoyo marítimo a la Global Sumud Flotilla, ya ha advertido de que no podrá garantizar la seguridad de sus integrantes si se adentran en aguas jurisdiccionales israelíes. «No es nuestra intención enviar buques militares para declarar la guerra a un país amigo. Estamos allí para proteger a los ciudadanos italianos», ha declarado el ministro de Asuntos Exteriores, Guido Crosetto.

La partida del Furor hacia Gaza cambia la programación de la Armada para la próxima semana: para entonces (entre el 29 de septiembre y el 3 de octubre ) estaba previsto que este barco participara en el ejercicio Cartago25, unas maniobras recurrentes en las que se ensaya el rescate de un submarino.

El rey ante la ONU

Sánchez anunció la nueva misión del Furor en la ONU, donde acompañó al rey, que también se dirigió desde la tribuna al pleno de la Asamblea General. Su discurso se redactó al alimón entre las oficinas de Moncloa y las de Zarzuela. Ambas instituciones llegaron a un término medio en cuanto a las expresiones que podía utilizar el monarca: condena firme de la masacre en Gaza sí, pero sin utilizar el término «genocidio», ya habitual en las intervenciones del presidente.

«No podemos guardar silencio ni mirar hacia otro lado ante la devastación y los bombardeos, incluso de hospitales, escuelas o lugares de refugio; ante tantas muertes entre la población civil, o ante la hambruna y el desplazamiento forzoso de cientos de miles de personas. ¿Con qué destino? Son actos aberrantes», dijo Felipe VI en Nueva York.

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Diez nuevos países reconocen oficialmente el Estado de Palestina

Por: EFE / La Marea

Desde el pasado domingo, diez nuevos países se sumaron al reconocimiento del Estado palestino, lo que eleva a 157 el número de naciones que ya reconocen a este estado árabe, una amplia mayoría dentro de los 193 países con asiento en la ONU.

Ayer concretaron el paso Francia, Bélgica, Luxemburgo, Malta, Andorra y San Marino, todos ellos durante la conferencia para la solución de los dos Estados (Israel y Palestina) en Oriente Medio, celebrada en el edificio de la Asamblea General de la ONU y organizada conjuntamente por Francia y Arabia Saudí. Un día antes lo hicieron Reino Unido, Canadá, Australia y Portugal, con anuncios desde sus respectivas capitales.

Muchos de estos países habían dado incluso a Israel una oportunidad para retrasar el reconocimiento si cumplía ciertas condiciones: frenar su ofensiva sobre la ciudad de Gaza y permitir la entrada de ayuda humanitaria, pero el Gobierno de Benjamín Netanyahu no cedió, sino que intensificó la guerra.

El gran protagonista de la jornada fue el presidente francés, Emmanuel Macron. En el momento en que declaró el reconocimiento, la sala de la Asamblea General prorrumpió en aplausos.

«Este reconocimiento de los derechos legítimos del pueblo palestino no quita nada a los derechos del pueblo de Israel, que Francia apoyó desde el día uno», recordó Macron. «Este reconocimiento es una derrota para Hamás, al igual que para todos aquellos que fomentan el antisemitismo y alimentan las obsesiones antisionistas y que quieren la destrucción del Estado de Israel», subrayó.

Sus palabras no encontraron eco entre la derecha política de su país, quienes criticaron duramente el posicionamiento oficial de Francia. La ultraderechista Marine Le Pen, por ejemplo, afirmó que lo que su país reconoció ayer no fue el Estado palestino sino «Hamastán». A juicio de la líder de Reagrupamiento Nacional, la «solución de dos Estados debe seguir siendo una posibilidad, pero nunca será posible hasta que los bárbaros de Hamás sean reducidos a la nada».

En en extremo opuesto del espectro político, el Partido Socialista francés calificó el día de ayer como «una jornada histórica» y Jean-Luc Mélenchon, de La Francia Insumisa, habló de «una victoria irreversible». Para celebrar este reconocimiento, más de 80 ayuntamientos de todo el país izaron la bandera palestina.

El paso dado por el Estado francés es muy importante por varias razones: Francia tiene la mayor comunidad judía de Europa, ha sido uno de los más fieles aliados de Israel históricamente y cuenta con asiento permanente (y por consiguiente con derecho de veto) en el Consejo de Seguridad de la ONU, además de ser una de las principales economías del planeta.

Macron dijo que su país está listo para abrir una embajada como tal en Palestina, pero la condicionó a que Hamás libere al medio centenar de rehenes que aún tiene en su poder (de los que se sospecha que la mitad están muertos).

El Estado palestino es ya una realidad política para una gran mayoría de los países del mundo, pero hay tres potencias que rechazan ese estatus: Estados Unidos, Alemania y Japón. Los tres, cada uno a su manera, fueron grandes protagonistas de la Segunda Guerra Mundial.

Israel, por su parte, niega cualquier posibilidad de buscar un final al conflicto mediante la solución de los dos Estados. Su embajador ante la ONU, Danny Danon, convocó a los periodistas justo antes del arranque de la conferencia para descalificarla como «un teatro» y afirmar que los nuevos reconocimientos «no van a cambiar la vida de los palestinos sobre el terreno».

«Es muy fácil venir aquí, hacerse unas fotos y dar un discurso, pero esto no cambiará nada», recalcó Danon, consciente de la impunidad que le otorga la protección de Estados Unidos. Este amparo permite a Israel ejecutar un genocidio (así lo ha catalogado Naciones Unidas) como el de la Franja de Gaza.

Abás intervino por videoconferencia

Mahmud Abás, el presidente de la Autoridad Palestina, habló ante la Asamblea General de Naciones Unidas mediante videoconferencia, ya que Estados Unidos se negó a concederle el visado para viajar a Nueva York. Pidió «un alto el fuego permanente» para «garantizar la liberación de los rehenes, de todos los rehenes y prisioneros», dijo en referencia tanto a Hamás como al Gobierno de Israel. Abás, además, condenó expresamente los atentados del 7 de octubre de 2023 y exigió que Hamás entregara las armas. También prometió la celebración de elecciones presidenciales en su país «un año después de que acabe la guerra».

Durante su intervención, el presidente de la Autoridad Palestina se dirigió directamente «al pueblo judío»: «Nuestro futuro y el de ustedes reside en la paz. Ya basta de dolor. Que cese el derramamiento de sangre. Es derecho de nuestras generaciones vivir en libertad y seguridad».

«Rechazamos cualquier confusión –repito, cualquier confusión– entre la solidaridad con la causa palestina y la cuestión del antisemitismo. Rechazamos este último, basándonos en nuestros valores y principios», añadió Abás.

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Reconocer a Palestina como Estado: qué se espera de la Asamblea General de la ONU

Por: La Marea

Reino Unido, Canadá, Australia y Portugal. Son los últimos países que se han unido al reconocimiento oficial del Estado palestino. Y se espera que Francia también lo haga –España lo hizo el 28 de mayo de 2024–.

“El creciente e incesante bombardeo de Gaza, la reciente ofensiva, la hambruna y la devastación son absolutamente intolerables. Decenas de miles de personas han sido asesinadas, incluidas miles que solo intentaban obtener agua y comida. Esta muerte y destrucción nos horroriza todos y debe parar”, ha afirmado el primer ministro británico, Keir Starmer, en una declaración grabada en vídeo.

En estos últimos meses de recrudecimiento de la ofensiva israelí, calificada como genocidio por una comisión de la ONU la semana pasada, Reino Unido también expresó su rotunda condena al plan de expansión de asentamientos junto a Jerusalén Este, en la zona conocida como E1, que en la práctica acabaría con la viabilidad de un futuro Estado palestino.

El anuncio de Starmer llega apenas unos días después de la visita de Estado del presidente estadounidense, Donald Trump, que ya expresó su «desacuerdo» con la posición del líder laborista sobre el reconocimiento del Estado palestino.

Algunas claves de la conferencia mundial

La solución de dos Estados está recuperando impulso diplomático. El 12 de septiembre, la Asamblea General adoptó por amplio margen la Declaración de Nueva York, que pide una «paz justa y duradera basada en el derecho internacional y en la solución de dos Estados». Este mismo lunes, en la sede de la ONU en Nueva York, arranca la conferencia mundial de jefes de Estado y de Gobierno, que intentará revivir la estancada «solución de dos Estados»: uno israelí y otro palestino, coexistiendo dentro de fronteras seguras y reconocidas.

En un discurso de abril ante el Consejo de Seguridad, el secretario general de la ONU, António Guterres, advirtió de que el proceso «corre el riesgo de desaparecer por completo». La voluntad política para lograr el objetivo, dijo, «se siente más distante que nunca».

La idea de establecer una nación para las poblaciones judía y palestina, viviendo en paz una al lado de la otra, es anterior a la fundación de la ONU en 1945. Redactada y revisada desde entonces, el concepto aparece en docenas de resoluciones del Consejo de Seguridad, múltiples conversaciones de paz y en la décima sesión especial de emergencia reanudada recientemente por la Asamblea General.

En 1947, Gran Bretaña renunció a su mandato sobre Palestina y llevó la Cuestión Palestina a las Naciones Unidas, que aceptó la responsabilidad de encontrar una solución justa. La ONU propuso la partición de Palestina en dos Estados independientes, uno árabe palestino y otro judío, con Jerusalén internacionalizada, actuando como marco para la solución de dos Estados.

En 1993, el primer ministro israelí Yitzhak Rabin y el presidente de la Organización para la Liberación de Palestina Yasser Arafat firmaron los Acuerdos de Oslo, que delinearon principios para negociaciones futuras y sentaron las bases de un autogobierno interino palestino en Cisjordania y Gaza.

Tres décadas después, «el objetivo principal de la ONU sigue siendo apoyar a palestinos e israelíes para resolver el conflicto y poner fin a la ocupación«, logrando la visión de dos Estados que coexistan en paz y seguridad dentro de fronteras seguras y reconocidas, sobre la base de las líneas anteriores a 1967, con Jerusalén como capital de ambos Estados, informa Naciones Unidas.

La Asamblea General de Naciones Unidas llega en un contexto regional desolador: operaciones militares israelíes que han matado a más de 60.000 personas en Gaza desde octubre de 2023; la declaración de que Israel está cometiendo un genocidio, según la Comisión de Investigación; la determinación de hambruna en el norte de Gaza; los ataques de Israel contra funcionarios de Hamás en Qatar; y la acelerada expansión de asentamientos en Cisjordania.

A pesar de ello, el presidente de Palestina, Mahmud Abbas, no podrá estar presente físicamente en la reunión, tras la tras el negativa de Washington a concederle la visa diplomática prevista en los acuerdos de sede de la ONU. Para remediarlo, la Asamblea General autorizó este viernes, con 145 votos a favor y solo 5 en contra y 6 abstenciones, que Palestina participe por videoconferencia en la 80ª sesión del organismo.

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