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Cómo ser judío y “no ignorar los gritos”

Por: Manuel Ligero

La gente cambia, eso es un hecho. Cambia para bien o para mal. El caso de Peter Beinart es paradigmático de eso que Kant llamó «giro copernicano». Este profesor de periodismo, exdirector de la revista liberal The New Republic, fue un decidido defensor de la política intervencionista de Estados Unidos. Por ejemplo, apoyó de forma entusiasta las invasiones de Irak, Afganistán y Libia, un hecho que luego calificaría como su peor error intelectual y moral. «Yo mismo me consideré un ‘halcón liberal’ hasta que aquellas guerras me forzaron a cambiar mi visión del mundo», escribió en The Guardian. Judío practicante, asiste todos los sábados a la sinagoga y sigue las leyes dietéticas kosher. También fue un enérgico sionista en su juventud, pero su opinión sobre el Estado de Israel ha cambiado radicalmente. Lo explica en Ser judío tras la destrucción de Gaza (publicado en español por Capitán Swing), un libro concebido para convencer a otros judíos del error del proyecto nacional israelí y de las trampas argumentales, los mitos y el victimismo en que se fundamenta. «Este libro va del cuento que los judíos nos contamos a nosotros mismos a fin de ignorar los gritos», escribe en el prólogo. Los gritos palestinos.

«Beinart cuenta que él llegó a esa postura tras conocer a palestinos reales», explica su traductor, Pablo Batalla Cueto, durante la presentación del libro en Madrid. «Esos seres humanos, en el discurso de su familia, eran el Otro, el enemigo que te determina». Beinart compara esta visión excluyente de los palestinos con la Sudáfrica en la que nacieron sus padres y en la que él vivió parte de su infancia. «Recuerda cómo era aquello y por eso nos dice: ‘Israel es un apartheid y la gente justifica el apartheid israelí exactamente igual que mi familia justificaba el apartheid sudafricano, con los mismos argumentos, con las mismas mentiras, con los mismos cuentos’». Incluso recurriendo al principio del «supremacismo», un término que Beinart menciona literalmente respecto a la política del Estado de Israel.

Cómo ser judío y «no ignorar los gritos»
Portada de Ser judío tras la destrucción de Gaza, de Peter Beinart. CAPITÁN SWING

Esta comprensión de la realidad palestina le ha llevado a una postura que muchos calificarían de extremista. Por supuesto, abomina de Hamás, un movimiento violento y reaccionario, pero comprende sus razones. «La mayoría de los líderes de Hamás y de la Yihad Islámica son hijos o familiares de víctimas de Israel. Han visto morir a sus padres, a sus hermanos, a sus primos. Y la violencia sólo engendra violencia. ¿Qué podría esperar Israel tras el genocidio de Gaza sino más violencia?», dice Batalla recogiendo el testimonio de Beinart para ilustrar la salvaje y contraproducente posición de Tel Aviv. «A la mayoría de la gente no le gusta matar. Lo hacen cuando no ven otra vía». Así es como Beinart analiza la resistencia palestina.

«Este es un libro diferente, novedoso, extrañamente esperanzador», indica su traductor. «Conocemos otros libros escritos por judíos antisionistas y críticos con Israel, como los de Ilan Pappé, Noam Chomsky o Norman Finkelstein, y son muy valiosos, pero a menudo tienen un punto de exaltación y de rabia. Beinart se muestra como una persona increíblemente cabal, sensata, tranquila». Aboga por un Estado laico, para todos los que vivan allí, judíos y árabes, compartiendo los mismos derechos y que ni siquiera se llame Israel. En este sentido, fue muy sonado el artículo que publicó en The New York Times en 2020 bajo el título «Ya no creo en un Estado judío». En él explicaba la diferencia entre un Estado y «un hogar judío en la tierra de Israel», que es a su juicio la verdadera (y tergiversada) esencia del sionismo. «Israel-Palestina –escribía– puede ser un hogar judío y, en igualdad de condiciones, un hogar palestino. Construir ese hogar puede traer la liberación no solo para los palestinos, sino también para nosotros».

Suena ingenuo. Utópico quizás. Pero cosas más raras se han visto. Sudáfrica vuelve a servirle de ejemplo: cuando acabó el apartheid, muchos blancos pensaban que llegaba la hora de la venganza de las personas negras y que se produciría un baño de sangre. No fue así. Y lo mismo ocurrió en Irlanda del Norte. «Allí estuvieron 50 años pegándose tiros y poniendo coches bomba –ilustra Pablo Batalla–, pero de repente llegaron los Acuerdos de Viernes Santo e incluso se formó un gobierno de coalición entre el DUP y el Sinn Fein. Es como si aquí gobernaran juntos Vox y Bildu». Beinart insiste en que el pueblo judío no es diferente, no es ni mejor ni peor que cualquier otro pueblo. Si ellos pudieron hacerlo, Israel también.

Pero una de las primeras cosas que debe hacer, a juicio de Beinart, es abandonar de una vez por todas el victimismo. Lo abrazó tras la Guerra de los Seis Días, «cuando pasó de ser un Estado débil, precario, que contaba con las simpatías de la izquierda internacional, a ser un matón. A partir de entonces empieza lo que Finkelstein llama ‘la industria del Holocausto’, que sirve para contrarrestar cualquier crítica», explica Batalla. «Señalar cualquier disfunción del Estado de Israel se responde con acusaciones de antisemita y de complicidad con el Holocausto».

Estas consideraciones han llevado a Beinart a ser repudiado por buena parte de su comunidad. Lo insultan en la sinagoga, se niegan a darle la paz e increpan a sus hijos en la universidad. Pero no va a dejar de defender la versión más humanista de su religión. Como explica Pablo Batalla, los primeros internacionalistas fueron los judíos. No les quedó otro remedio: «Han solido ser los mejores humanistas precisamente porque han sido perseguidos en todas partes. Los encerraban en guetos o los expulsaban o les negaban la nacionalidad en los países en los que se encontraban, por eso se vieron obligados a volverse internacionalistas y a pensar en la humanidad. En la izquierda, gran parte de nuestros héroes intelectuales, como Rosa Luxemburgo o Walter Benjamin, forman parte de una bella tradición judía que pensó en el ser humano de forma universal. No eran nacionalistas porque no podían serlo, porque no les dejaban tener patria. Y según explica Beinart, la condición de pueblo elegido no se basa en que Yavé les diera privilegios especiales sino deberes especiales para con toda la humanidad. Ese mensaje contempla la dignidad intrínseca de todo ser humano y es fundamentalmente universalista».

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Radio Coctelera: Cómo detener el Genocidio en Gaza – BDS Granada en el Octubre Rojinegro de CNT-AIT Granada

Por: Radio Almaina
Esta semana te traemos la charla titulada Cómo detener el genocidio en Gaza que corrió a cargo de BDS Granada y  fue organizada por CNT-AIT Granada durante el pasado Octubre Rojinegro. Y es que el Octubre Rojinegro debía tratar la… Leer más

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266º Hoy desde Aquí. Boicot Teva, boicot israel.

Por: Radio Almaina
Hola salud, bienvenidos y bienvenidas a Hoy desde Aquí, en este programa vamos a hablar con Pablo Simón, médico de familia que ha sido acusado de antisemitismo por una organización pro- israelí. Empezaremos explicando cuál es la actitud del ejército Leer más

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Patricia Simón: “El concepto ‘paz’ ya no está en el imaginario colectivo, ni siquiera como aspiración”

Por: Manuel Ligero

En el periodismo no todo vale. A menudo, en situaciones comprometidas, prevalece el sentido ético de los profesionales y estos apartan la cámara o apagan la grabadora. Renuncian al impacto, a los clics, incluso a dinero. Cualquier cosa antes de hacer más daño a quien ya está muy dañado. Hay que tener estas cosas muy claras para reportear desde zonas de conflicto, como lleva haciendo Patricia Simón desde hace 20 años. En el ensayo Narrar el abismo (publicado por Debate) cuenta sus experiencias y propugna un tipo de periodismo respetuoso con la dignidad del otro. «Cuando estas personas se acercan y cuentan sus experiencias, confían en la valía humana de quien las escucha», relata. «No hay mejor periodista que el que sabe, sobre todo, ser oyente». Trasladar sus historias, dice, tiene una función social. Documentar delitos de guerra, además, es un deber. Y hay que hacerlo buscando la palabra exacta, escribiendo con una perspectiva que defienda los derechos humanos y que desafíe esa «ideología colonial dominante» que tiende a adherirse como una lapa a nuestras crónicas. Narrar el abismo es una reivindicación del periodismo como un oficio humanista comprometido con la construcción de un mundo mejor.

Su libro se puede leer como un manual de periodismo en zonas de conflicto. ¿Cómo ha sido su aprendizaje? ¿A base de ensayo-error? O dicho de otro modo: ¿se ha equivocado muchas veces?

Seguro que sí. Pero he tenido la suerte de formarme prioritariamente con defensores y defensoras de derechos humanos, así que siempre he sabido que lo importante era el cuidado de la persona que ha sufrido alguna vulneración. Esa prevención, que mi foco estuviera puesto no tanto en el resultado periodístico como en esa relación personal, probablemente me haya protegido del peor error que se puede cometer: aumentar el daño que han sufrido estas personas. Pero todo esto vino a través de la formación. Recuerdo que una vez, siendo muy jovencita, me invitaron a moderar una mesa redonda con defensores y defensoras de los derechos humanos en Colombia. Eran personas que habían sufrido tantos tipos de violencia que necesariamente necesitaban tiempo para explayarse, pero yo no les dejaba. Los organizadores me dijeron: «Si ves que se van por las ramas, les cortas y que vayan al grano». Desgraciadamente, les hice caso. Fui una buena mandada. Y me convertí en una maltratadora. Fue el público el que me hizo notar que lo estaba haciendo mal. Hoy lo recuerdo con mucha vergüenza, pero aprendí qué es lo que no se debe hacer. Y, sobre todo, aprendí que no hay que delegar nunca la responsabilidad en otras personas.

Pero, a veces, inevitablemente, se hace daño sin querer. ¿Cómo reacciona si, a pesar de poner todo el cuidado, se da cuenta en mitad de una entrevista de que está tocando una tecla sensible que no debería tocar?

Parando en seco. Si de repente intuyes que se pueden estar removiendo cosas o que estás reabriendo una herida especialmente dolorosa, lo primero es parar en seco y revaluar qué sentido tiene esa entrevista. Para mí, la clave está en volver a situar la conversación, volver a la base, a la razón principal por la que esa persona ha accedido a hablar: qué persigue con esa entrevista, qué necesita contar, de forma que su testimonio, de alguna manera, le genere un cierto alivio. Tengo presente que es mejor que me quede corta, que se me queden preguntas en el tintero, si no estoy segura de que la persona está preparada, es consciente y quiere hablar de esos asuntos.

Los periodistas que cubren conflictos también se exponen a salir tocados. Decía Susan Sontag en uno de sus libros: «Toda persona que tenga la temeridad de pasar una temporada en el infierno se arriesga a no salir con vida o a volver psíquicamente dañada». ¿Cómo ha lidiado usted con ese peligro?

Primero, sintiéndome muy afortunada de poder desarrollar mi profesión en esos contextos. Como dice Noelia Ramírez en su libro, «nadie nos esperaba aquí». Mi origen, en ningún caso, hacía prever que pudiera dedicarme al periodismo, y mucho menos a ese tipo de periodismo. Así que soy consciente de que esto es algo excepcional, porque la mayoría de mis compañeras, de amigos y amigas mucho más talentosos y muy buenos periodistas, lo tuvieron que dejar por la precariedad. Y luego, además, me protege la idea de que «estoy haciendo mi parte». O por lo menos lo estoy intentando. Tengo una convicción muy fuerte, seguramente por mi apego a la defensa de los derechos humanos, de que este trabajo es importante. Y de que es una suerte poder hacerlo.

Cuando el circuito, llamémosle así, está bien engrasado, a mí me hace bien. Ese circuito empieza con la recogida de testimonios que te atraviesan, que te interpelan, y finaliza cuando los transformas en información periodística. Con «bien engrasado» me refiero a no pasar muchísimo tiempo reporteando sobre el terreno, sino a volver a casa para digerirlo y trabajar con calma… Cuando se dan todas esas circunstancias, el trabajo es emocionalmente bueno. De hecho, cuando empezó el genocidio de Gaza y las autoridades israelíes nos prohibieron la entrada a la Franja, sentí muchísima impotencia. Empecé a consumir imágenes de las redes sociales en bucle. Me hizo cuestionarme qué sentido tenía el periodismo, qué capacidad teníamos los periodistas. Fue muy duro.

Y por último, para protegerte emocionalmente del impacto que tiene tu trabajo, están los cuidados, claro. Aunque suene banal, hay que alimentarse bien, dormir bien, hacer deporte y, por encima de todo, trabajar los afectos, cuidar las redes de amigos y amigas, dedicarles tiempo.

En su libro, sobre todo en el capítulo dedicado a Ucrania, habla de reportear tanto desde el frente de guerra como desde la retaguardia. Tengo la impresión de que usted prefiere la retaguardia. ¿Por qué?

En el frente ves gente que es carne de cañón y es más difícil extraer aprendizajes humanos. Prevalece la parte bélica, pero hay una excepción: cuando puedes estar a solas con los combatientes. Ahí aflora realmente el desastre de la guerra. En la retaguardia, en cambio, se preserva la vida, se construye vida cuando alrededor sólo hay destrucción. Eso es complejísimo. Es posible por conocimientos atávicos que no sabíamos que teníamos y que aparecen en esos contextos. Y quienes lo hacen posible, fundamentalmente, somos las mujeres. Las mujeres seguimos siendo vistas como actrices secundarias en las guerras. La invasión rusa evidenció que las narrativas en torno a la guerra siguen siendo muy machistas y muy reaccionarias. Por ejemplo, ¿cómo se contó el éxodo? Pues se entendió que el destino natural de las mujeres era huir para cuidar, y el de los hombres quedarse para combatir. En la retaguardia todo eso se subvierte y se ve el verdadero valor de la supervivencia y quién la hace posible.

Cuenta la historia de una anciana de Kramatorsk que les invitó a Maria Volkova y a usted a tomar un té en su casa. Allí les habló de sus dificultades, conocieron a su hija esquizofrénica, entendieron por qué decidió no huir. Desde el punto de vista humano, esa historia revela más sobre la guerra que una crónica desde las trincheras.

Sí, aquella historia se me quedó atravesada. Y pensé que, en realidad, esa historia está en todos los contextos dominados por la violencia que llevo cubriendo 20 años, desde Ucrania hasta Colombia. Son las guerras que las mujeres libran diariamente en todas partes. Las han sufrido nuestras abuelas, las sufren nuestras madres y siguen marcando nuestras vidas.

¿Cómo definiría el concepto «periodismo de paz» y en qué se diferencia de lo que entendemos normalmente por periodismo?

La diferencia está en la intencionalidad. Como periodista, se trata de no olvidar nunca que la guerra debe evitarse por todos los medios y, si ya ha empezado, que debe pararse cuanto antes. El periodismo no puede legitimar que la violencia sea una forma de resolver los conflictos. Eso debería aparecer en todas las crónicas. Debemos recordar continuamente que la mayoría de las guerras no terminan con el aplastamiento del enemigo sino por medio de negociaciones. Cuanto antes empiecen, más vidas se salvarán. Si no lo contamos así, corremos el riesgo de presentar la guerra como algo natural o inevitable o como un conflicto irresoluble. Y si nos resignamos a eso, nuestro periodismo se convierte en una arma propagandística dentro de esa guerra.

Cuando estábamos en la facultad, todos expresábamos nuestra admiración por los «corresponsales de guerra». A nadie se le ocurrió nunca llamarlos «corresponsales de paz».

Es que ese concepto es mucho más complicado de normalizar, pero el concepto «paz» sí que debería estar más presente en nuestras vidas. Nosotros crecimos celebrando la paz en el cole. La lucha contra el hambre y la defensa de la paz eran pilares de nuestra educación. Eso se ha diluido totalmente en estos últimos años. Ya no está en el imaginario colectivo, ni siquiera como una aspiración o un ideal. Pero debemos reivindicarlo desde el periodismo, entendiendo que la paz no es solamente la ausencia de bombardeos, es una cosa mucho más compleja. Respecto a la expresión «corresponsales de paz», tengo que decir que es un lema que está utilizando la Fundación Vicente Ferrer, que nos ha invitado a varios periodistas que cubrimos conflictos a visitar lugares donde se está intentando construir la paz frente a otros tipos de violencia.

Su libro contiene frases realmente desafiantes, como que «el periodismo es lo contrario a la neutralidad». Esto choca con la idea que mucha gente tiene de la imparcialidad periodística. ¿Qué quiere decir exactamente con eso?

Creo que el periodismo tiene que aspirar a construir sociedades más justas para todos y todas, y eso es exactamente lo contrario de la neutralidad. Tendemos a contar las cosas desde lo establecido, desde lo hegemónico, y eso perpetúa el statu quo. Así nada cambia. Pero si aplicas una mirada crítica y desentrañas las dinámicas y los intereses que operan sobre la realidad, si identificas cuáles son las razones para que eso ocurra y quiénes son los responsables, entonces la cosa cambia. Cuando el periodismo evidencia cuáles son los engranajes, rompe con lo que se ha entendido como neutralidad. Y eso debería hacerse enfocándonos en los afectados de ese marco de interpretación, en los afectados por «la norma» o por lo que entendemos como «normal». En mi adolescencia fue muy importante la lectura de Eduardo Galeano. Él nos enseñó por qué el mundo se interpretaba al revés y lo puso «patas arriba». Así se llama uno de sus libros, en el que señala esas cosas que damos por sentadas, que entendemos por lógicas, como si esa fuera la única mirada posible. Yo impugno esa neutralidad. Me parece que es injusta, que está al servicio de una minoría privilegiada y que produce muchísimo dolor. Por eso creo que hay que posicionarse.

En Narrar el abismo también impugna los eufemismos. Hace hincapié en usar las palabras justas, exactas. Pero las palabras justas y exactas son polémicas. A veces ni siquiera nos dejan publicarlas. ¿Qué hacemos ante eso?

El periodismo siempre fue un oficio rebelde y debería seguir siéndolo. A veces se nos desacredita cuando, por ejemplo, hablamos de paz, tachándonos de ilusos o de ingenuos. Otras veces se nos acusa de ser radicales. Otras, de ser activistas en lugar de periodistas. Esto me pasa mucho. Tenemos que tener muy claras nuestras convicciones para defender por qué utilizamos una palabra y no otra. Quienes usábamos la palabra «genocidio» para hablar de lo que estaba ocurriendo en Gaza, al principio se nos acusó de falta de rigor, de antisemitismo, de fomentar un relato propalestino y, por lo tanto, antiperiodístico. Pero cuando lo hicimos ya había evidencias suficientes para hablar de genocidio, y de hecho, poco después, el informe de la relatora especial de la ONU nos dio la razón.

Pero mientras hay que aguantar el chaparrón…

Yo sé que hago un periodismo pequeñito, minoritario. Sé que su capacidad de incidencia es muy limitada, pero haciéndolo aspiro a sentirme… Iba a decir orgullosa, pero esa no es la palabra. Tranquila, esa es la palabra. Tranquila con el resultado. Que pueda defenderlo ante quien lo cuestione. En el reportaje «El mundo según Trump» usé conscientemente un vocabulario muy directo. Para describir su forma de concebir las relaciones internacionales digo que se maneja igual que los cárteles: plata o plomo. Y es que es así. Y no temo las críticas porque sé que quienes las hacen están defendiendo un orden injusto, al servicio de unos pocos y que se ha demostrado fallido, corrupto y éticamente degenerado.

Assaig Abubakar, un abogado sudanés que vive como refugiado en Chad, le dijo: «Nunca más volveré a creer en el sistema internacional de derechos humanos». Y cuando entrevistó a Youssef Mahmoud también fue muy crítico con la ONU. Después de todo lo que ha visto, ¿usted sigue creyendo en estos organismos internacionales?

En lo relativo al marco legislativo, sí. Por eso sigo defendiendo el derecho internacional y los derechos humanos, pero ya no creo en las grandes organizaciones. La puntilla ha sido la validación por parte del Consejo de Seguridad del mal llamado «plan de paz» de Donald Trump para Gaza. Me parece que supone el hundimiento absoluto del Consejo de Seguridad, y creo que también ha arrastrado a las Naciones Unidas. A pesar de todo, la ofensiva actual contra el multilateralismo, contra la ONU, contra la Corte Penal Internacional es tan dura, que creo que debemos salir en su defensa. Siendo muy consciente, eso sí, de que muchas veces estas organizaciones se muestran fallidas e incluso son cómplices de la perpetuación de los conflictos. Pero soy más partidaria de su reforma o de su refundación que de darlas por perdidas. Creo que siguen siendo el único espacio en el que muchos Estados tienen al menos un asiento, una voz, y desde donde se puede reconstruir otro orden internacional.

Siempre se ha dicho que la foto de la niña del napalm contribuyó a la retirada estadounidense de Vietnam. Los periodistas palestinos también han hecho un trabajo extraordinario documentando el genocidio de Gaza, un trabajo que ha tenido un enorme impacto en la opinión pública. No hay más que ver las manifestaciones que se han producido en todo el mundo. Pero el genocidio continúa. ¿Lo que ha cambiado en este tiempo, básicamente, es la capacidad del periodismo para influir en los gobiernos?

El puente que existía entre la información, la gente y los gobiernos se ha roto. Es el producto de muchas décadas de desoír a la ciudadanía. Se ha roto hasta el punto de que muchas personas renuncian a informarse porque la información sólo les provoca dolor, no pueden hacer nada con ella, dan por hecho que no servirá para cambiar nada. Pero la reacción global ante el genocidio de Gaza nos da esperanzas de que esta situación se pueda revertir. Ha sido muy curioso ver cómo el movimiento contra el genocidio ha tomado más fuerza a partir del pasado verano, cuando empezaron a publicarse imágenes de la hambruna. Los medios occidentales consideraron que esas imágenes de los niños famélicos eran más publicables o digeribles que las de los dos años anteriores, las de los niños en las morgues o bajo los escombros. Los medios tenemos que preguntarnos por qué. Por qué las fotos de los niños mutilados no se publicaron, cuando fueron sus propios padres los que tomaron esas fotos o llamaron a los periodistas para documentar el delito. Por qué se usó la excusa de la «fatiga de la empatía» de los lectores. Por qué se habló de que herían la sensibilidad e incluso la dignidad de las víctimas. Si hemos visto esas imágenes ha sido gracias a las redes sociales. Cuando salieron las fotos de la hambruna, realmente hubo un despertar de la respuesta ciudadana. Eso demuestra dos cosas: primero, que la capacidad de incidencia del periodismo sigue siendo altísima; y segundo, que fueron los propios medios los que apaciguaron durante dos años esa respuesta ciudadana amparándose en razones insostenibles que tienen más que ver con sus propias sensibilidades y con sus propios sentidos estéticos de cómo representar el dolor.

Usted dice que la información se ha convertido en «una retahíla de hechos caóticos, catastróficos, incomprensibles».

Por eso hay casi un 40% de españoles que ha renunciado a informarse. Y el resto lo hace a través del móvil, donde estamos perdiendo muchísima capacidad de concentración, de comprensión y de profundidad. Eso es una ruptura, no sólo en el acto ciudadano de informarse sino en las propias democracias. Creo que ahora toca generar discursos acerca de la importancia de recuperar la soberanía sobre el acto de informarse, sobre cómo nos informamos, a través de qué dispositivos y en qué contextos. Nos estamos estupidizando y me parece peligrosísimo cómo estamos aceptando que cuatro señores tecnomultimillonarios, cuyo su sueño húmedo es irse a Marte, sean los que, con sus algoritmos, dominen el acto de informarse de la mayoría de la población. Esa avalancha de hechos caóticos, sin contexto, nos está enfermando. Emocionalmente nos tiene paralizados, y políticamente absolutamente desconcertados. Da alas a esa sensación de incertidumbre que tanto se ha señalado como una de las causas del auge reaccionario. Lo que hace el periodismo es justo lo contrario: explica las causas y el contexto, arraiga a las personas con la realidad que le rodea y así disipa la incertidumbre.

Usted también suele decir que nunca se ha hecho mejor periodismo que hoy. ¿Por qué cree que nunca ha estado peor considerado y peor pagado que hoy?

Pues porque mucho de lo que se presenta como periodismo en realidad no lo es. Ojalá fuese info-entretenimiento, pero ni eso. Esa etapa ya pasó. Lo que tenemos ahora es propaganda política disfrazada de entretenimiento, propaganda de valores muy reaccionarios al servicio de los grupos políticos de ultraderecha. Ese aluvión de desinformación, de odio y de propaganda ha generado desconfianza y desconsideración hacia la profesión. A eso se suma que los medios tradicionales, además de buen periodismo, publican también muchísima basura para tener visitas. Eso contribuye al descrédito. Y también porque nos hemos regalado como periodistas. En sociedades tan precarizadas como la nuestra cuesta mucho que la gente pague por el periodismo. Y al tenerlo gratis pues no se le da valor. Pero tampoco podemos exigir que se suscriban a cinco medios cuando tienen salarios paupérrimos y muy poco tiempo para informarse. Gran parte de nuestra comunidad lectora, de hecho, se suscribe por militancia, no porque luego vaya a tener tiempo de leer la revista.

En cualquier caso, yo sostengo, efectivamente, que nunca se ha hecho tanto buen periodismo, pero tampoco se ha hecho nunca tanta desinformación. Y esto último, en cantidad, es inmensamente superior. Esa es la tragedia. Pero, sí, nunca ha habido tantos periodistas tan bien formados, con un compromiso ético tan sólido, hasta el punto de anteponer su profesión al hecho de tener vidas mínimamente saludables. Tenemos que defender públicamente la importancia del periodismo y intentar volver a sellar pactos éticos con la ciudadanía. De hecho, el libro yo no lo concibo como un manual de buenas prácticas sino básicamente como un manifiesto sobre la importancia de seguir informándonos.

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Júlia Nueno: “Igual que el nazismo es constitutivo del crimen del Holocausto, el sionismo lo es de la Nakba”

Por: Patricia Simón

Júlia Nueno Guitart es ingeniera e investigadora de Forensic Architecture, una organización multidisciplinar dependiente de la Universidad de Londres, en la que profesionales de la ingeniería, periodistas, abogadas, informáticos y otros perfiles profesionales investigan crímenes de guerra a partir de imágenes de satélite, modelado 3D, análisis forense de vídeos, fotografías y sonidos, datos geoespaciales, información publicada por los medios y las redes sociales, así como de declaraciones y testimonios directos.

Con su trabajo de cruce de datos y verificación, Forensic Architecture ha demostrado delitos de guerra y de lesa humanidad como los bombardeos rusos contra instalaciones civiles en Siria, las desapariciones de civiles en el conflicto colombiano, la vigilancia y la represión con el programa israelí Pegasus, el ecocidio que Israel ha cometido en la Franja o los patrones en los ataques contra los hospitales que el Ejército sionista ha llevado a cabo en Gaza desde octubre de 2023. Este último informe ha sido incorporado como prueba por Sudáfrica en la causa abierta ante el Tribunal Internacional Penal contra Israel.

Nueno acaba de publicar Genocidios. Una lectura forense (Galaxia Gutenberg), una compilación de ocho investigaciones para entender los mecanismos de esta forma de exterminio planificado de colectivos y pueblos y sus consecuencias a largo plazo. El libro, que pertenece a la colección ‘Interespecies’, dirigida por Jorge Carrión, sorprende por los horizontes legales, metodológicos, históricos y epistemológicos que abre. Conversamos con ella por videoconferencia.

Comencemos por su trabajo en Forensic Architecture. ¿Cómo lo describiría? 

Nos dedicamos a una forma de arquitectura que no se dedica a construir edificios, sino que estudia el territorio como testigo de las distintas formas de violencia. Mi trabajo consiste en pensar cómo podemos relacionar la gran cantidad de datos, imágenes y vídeos que hay en Internet con las imágenes de satélite, para entender lo que está ocurriendo en Gaza o desentrañar una conducta concreta del Ejército israelí. 

Nuestro trabajo tiene dos pilares: uno dedicado a investigar declaraciones del Ejército para desmentir sus falsedades y combatir así la desinformación. Y el otro, como hicimos con la demanda de Sudáfrica, a entender patrones de conducta repetidos por parte del Ejército de Israel que indican que hay una estrategia militar dirigida a destruir las condiciones de vida en Gaza. 

Sus publicaciones se difunden en medios de comunicación, en causas judiciales, en comisiones de la verdad… ¿Cómo deciden en qué ámbito van a tener más eficacia?

Depende de cuál sea el objetivo. La investigación de Gaza la iniciamos nosotros, algo inusual, porque solemos trabajar por encargo de comisiones de la verdad, de grupos de víctimas, de activistas… Forensic Architecture ya había investigado la ocupación de Palestina y la Nakba como estructura social de desplazamiento y de negación de la autodeterminación. Cuando vimos la dimensión que estaba adquiriendo la crisis humanitaria que comenzó tras octubre de 2023, nos organizamos para empezar a trabajar de manera autónoma. La primera investigación que hicimos fue sobre la destrucción sistemática del sistema médico que llevó a cabo el Ejército israelí a partir de enero de 2024. Sudáfrica citó nuestro trabajo en la causa que presentó contra Israel ante el Tribunal Internacional Penal. Entonces, empezamos a colaborar con su equipo de abogados, pero manteniendo nuestra autonomía e independencia. Nosotros analizamos el territorio para entender los patrones de la violencia y ellos usan el resultado de nuestras investigaciones para demostrar que hay una voluntad política de destruir las condiciones que sostienen la vida en Gaza. 

¿Cómo ha sido el proceso de elegir los temas y autores que quería que recogiese el libro?

Planteé el libro como una caja de herramientas para entender el genocidio en el siglo XXI, que supone el exterminio de un pueblo pero, también, la destrucción de las condiciones que hacen posible la vida en común. También establece el vínculo existente entre genocidio y colonialismo, puesto que muchos de los exterminios cometidos por proyectos coloniales bajo la interpretación actual serían considerados genocidios. Y también tenía que recoger cómo se está usando la inteligencia artificial para reestructurar el valor que se le da a las vidas y para cometer genocidios. 

“La arquitectura forense es capaz de poner en relación distintos medios para componer nuevas formas de credibilidad, de autoridad y de verdad”.

¿Qué aporta la arquitectura forense a la investigación de crímenes de lesa humanidad y a la lucha contra la impunidad?

En un momento en el que la imagen y los hechos están perdiendo credibilidad, la arquitectura forense intenta reconstruirla con nuevas herramientas. La arquitectura forense es capaz de poner en relación distintos medios para componer nuevas formas de credibilidad, de autoridad y de verdad. 

Cuando Lemkin conceptualizó el delito de genocidio en 1944, lo definió de una manera mucho más amplia que como se suele interpretar. De hecho, distintiguió dos fases: la destrucción  del patrón nacional del grupo oprimido y la imposición del patrón del opresor. Y estableció un vínculo entre el crimen de genocidio y la violencia colonial, que incluye opresión y desplazamiento forzado. ¿Cómo cree que ha afectado la versión reducida que nos ha llegado del genocidio? 

En el territorio que ahora conocemos como Namibia, Alemania cometió el primer genocidio del siglo XX. El ejército colonial alemán se lanzó al exterminio de sus pueblos originarios, los ovahereros y los namas. Aunque Alemania ha reconocido este genocidio, no ha habido ninguna acción política de reparación ni de restitución. De hecho, el genocidio sigue operando en Namibia porque el 70% de sus tierras agrícolas sigue estando en manos de los descendientes de los colonos, que representan el 4% de la población. Por eso, estamos trabajando en otras formas de reparación y restitución que contribuyan a la igualdad.

Otro de los textos es una entrevista a Rabea Eghbariah, un jurista palestino que sostiene que hay que expandir el derecho internacional a partir de la experiencia palestina. Para ello, propone tipificar el delito de la Nakba que comenzó con el desplazamiento masivo y la limpieza étnica del pueblo palestino sobre los que se fundó en 1948 el Estado sionista, pero que según Eghbariah se extendería hasta hoy como un régimen político y jurídico del que el genocidio es una de sus manifestaciones. La Universidad de Harvard le pidió que escribiera un artículo para su revista sobre esta propuesta y, después de publicarla, la censuró. Lo mismo ocurrió después con la Universidad de Columbia.  ¿Por qué es importante tipificar el delito de la Nakba?

En 1948, las milicias israelíes desplazaron a 750.000 palestinos, destruyeron 500 aldeas, y acabaron con la estructura social y política que organizaba la vida en Palestina. Con esta violencia fundacional vino también una fragmentación del pueblo palestino en múltiples categorías legales y geográficas que establecen distintos derechos incluso en cuanto a la movilidad. 

La propuesta de Eghbariah tiene mucho sentido porque igual que la segregación racial en Sudáfrica tipificó el delito de apartheid, y que el nazismo es constitutivo del crimen del Holocausto, el sionismo lo es de la Nakba. La colonización es el instrumento con el que el sionismo ha construido su identidad nacional sionista. Por eso, él entiende que la ocupación, el genocidio, el apartheid son crímenes dentro de la lógica de la Nakba, que tiene como finalidad desplazar y negar la autodeterminación del pueblo palestino.   

En el capítulo que firma usted, titulado La fábrica de objetivos, evidencia cómo Israel ha usado la inteligencia artificial no para minimizar el número de víctimas civiles, sino para convertir al máximo número posible en potenciales enemigos y eludir así la responsabilidad de sus crímenes. Y explica que lo hace manipulando el derecho internacional. 

El derecho internacional distingue entre civiles y combatientes, y establece el criterio de la necesidad de un ataque, lo que se interpreta como que si un objetivo militar tiene mucho valor, se acepta cierto número de muertes de civiles. 

La legislación internacional no prohíbe la violencia, sino que la racionaliza y establece así una economía de la violencia. Cuando se incorpora esa economía de la violencia en la inteligencia artificial, que es una forma de cálculo estadístico a través de los datos disponibles, se aceleran las injusticias que se cometen en base a esa supuesta racionalidad.

Israel ha generado un sistema de inteligencia artificial que acelera la interpretación de los civiles como combatientes, generando una gran base de datos en la que personas que, muy probablemente, tengan muy poca o ninguna relación con cualquier forma de resistencia armada, van a ser relacionadas con esta.

Y además, como hemos comprobado, el Ejército israelí suele bombardear zonas residenciales y especialmente durante la noche –que es cuando sus programas determinan que el objetivo está en casa con su familia–. Y siguiendo el principio de proporcionalidad, su inteligencia artificial maximiza el número de muertes que se pueden llevar a cabo para matar a ese objetivo. Entonces, Israel dice: “Lo que hacemos nosotros está amparado por los principios de distinción y proporcionalidad de la ley internacional humanitaria”. Pero lo que está haciendo es tergiversarlos y llevarlos a nociones extremistas que les permiten maximizar el número de muertes de civiles. Es una lógica muy perversa.

Para investigar estos crímenes, ven miles de imágenes a diario de los bombardeos, de las morgues, de los hospitales… Imágenes grabadas por los propios familiares de las víctimas para denunciar lo que están sufriendo o por periodistas gazatíes que son asesinados por Israel para impedir que sigan documentando el genocidio. Está demostrado que el visionado de este tipo de imágenes de manera masiva durante meses puede afectar a la salud mental. ¿Han establecido algún tipo de protocolo para protegerse?

Sí, contamos con grupos de apoyo de unas cuatro o cinco personas que nos reunimos cada cierto tiempo para hablar sobre qué nos está costando en el trabajo o cómo lidiar con esas imágenes. Y también podemos pedir asistencia psicológica para evitar o tratar el trauma secundario. A veces, cuando comento con algún amigo o un nueva compañera esta cuestión, suelen decirme: “Ah, como quienes monitorean los contenidos de Facebook o Instagram, que están expuestos a imágenes de mucha violencia de forma repetida”. Y yo suelo responderles que es muy diferente porque hay una finalidad política en el trabajo que nosotros hacemos y que, precisamente, esa finalidad sana un poco la sobreexposición a esos contenidos. 

Usted escribe en el prólogo del libro que las tecnologías que usamos organizan qué memorias se preservan o cuáles se pierden, y que nos imponen ritmos, jerarquías y prioridades que condicionan nuestra respuesta ética y política. Por ello, reivindica la importancia de ocupar esa banda ancha con una sensibilidad crítica que desarrolle respuestas colectivas. ¿Qué lecciones podemos extraer de los dos años de movimiento global de solidaridad con Palestina para crear nuevas propuestas en defensa de los derechos humanos, de la democracia..?

En un momento de crisis en las izquierdas y de auge de las fuerzas reaccionarias, la campaña de solidaridad con Palestina es esperanzadora porque mucha gente se ha movilizado y lo ha hecho porque hay muchas maneras de participar: el boicot a los productos israelíes, las manifestaciones, las acampadas en las universidades, los piquetes en las fábricas de armas, las huelgas en Italia, el seguir hablando para que el genocidio termine… Y tenemos que seguir movilizándonos porque mientras Israel permanezca en Gaza, las armas del genocidio, de la destrucción de la población y de las condiciones que sostienen la vida van a seguir allí.

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El mundo según Trump

Por: Patricia Simón

Este reportaje forma parte del dossier dedicado a Donald Trump en #LaMarea109. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para recibirla y apoyar el periodismo independiente.


«Primero, el miedo. Después, si no estás atento, la crueldad lo invade todo».
Isabel Bono


«Estados Unidos volverá a considerarse una nación en crecimiento, una que aumenta su riqueza, expande su territorio, construye sus ciudades, eleva sus expectativas y lleva su bandera hacia nuevos y hermosos horizontes». Con esta sola frase del discurso con el que inauguró su segunda legislatura, Donald Trump pisoteaba el artículo 2 de la Carta de las Naciones Unidas que recoge uno de los principios que ha guiado las relaciones internacionales desde la Segunda Guerra Mundial: la inviolabilidad de las fronteras. El presidente se aliaba así con los líderes que han provocado los dos conflictos que están alumbrando una nueva era: el genocidio de Gaza y la invasión de Ucrania. El magnate había ganado sus primeras elecciones prometiendo acabar con las guerras estadounidenses en el extranjero y comenzó el segundo anunciando la vuelta a las guerras imperialistas y a las anexiones territoriales ilegales. Y lo hizo de manera explícita, sin eufemismos ni falsas justificaciones. Porque Trump está imponiendo un nuevo orden global en el que la única norma es el dominio del más fuerte, es decir, el de Estados Unidos sobre el resto de los países. Y para asentarlo, tanto él como el resto de miembros de su administración emplean un lenguaje que normaliza los pilares y el funcionamiento de un nuevo mundo regido por un desprecio declarado y absoluto por los principios democráticos, por las reglas universales, por la moralidad, por la negociación, por la diplomacia y por el multilateralismo. Un presidente que pilota un gobierno al modo de los cárteles: plata o plomo. O lo que es lo mismo: dinero o fuerza bruta.

Y para normalizar esta ideología neofascista en el imaginario global, el gabinete estadounidense se esfuerza por evidenciarlo en todos los lenguajes: el verbal, como cuando gritó en el homenaje a Charlie Kirk que a sus enemigos les deseaba lo peor, o cuando humilló al presidente Zelensky en su primera visita a la Casa Blanca; el audiovisual, con sus vídeos creados con IA que mostraban la construcción de un resort encima de las fosas del genocidio de Gaza o aquellos en los que él mismo pilota un helicóptero desde el que vierte excrementos sobre quienes se manifiestan contra su presidencia y con el que secuestra a sus opositores políticos para deportarlos; y el gestual, como cuando se hace rodear de líderes europeos en una escenografía que los presenta como súbditos en la Casa Blanca.

Y si Trump se puede permitir estos delirios autocráticos es porque su segunda victoria, tras haber ostentado ya la presidencia entre 2016 y 2020, evidencia que no se trata de un fenómeno aislado o disruptivo, sino de la manifestación de una corriente reaccionaria que recorre el mundo y que en Estados Unidos se ha solidificado en una parte de la sociedad que desprecia la democracia, reclama modos y políticas autoritarias, reivindica la hegemonía del supremacismo blanco, aplaude el insulto, la zafiedad, la ignorancia y la soberbia. La ya frágil democracia norteamericana vive un cambio de régimen y en él Trump está dando una nueva vuelta de tuerca al imperialismo que Estados Unidos ha ejercido de manera tan despiadada como desprejuiciada desde la Segunda Guerra Mundial.

El líder autocrático ha alumbrado una forma de ejercer el poder en la que verbaliza y combina la amenaza, la coerción y el chantaje comercial, económico, político y militar. Con una diferencia sustancial respecto a sus antecesores: no se molesta en justificarlo ni en crear falsas excusas o motivaciones como hizo, por ejemplo, la Administración Bush con las armas de destrucción para invadir Irak. El mundo según Trump debe regirse solo por su orden y mando, como demuestra en la propaganda en la que porta una corona y que difunde en su propia red social (a la que ha llamado Truth, porque en su mundo, él decide qué es verdad, un procedimiento que su entorno ha dado en llamar «hechos alternativos»).

Lo más preocupante es que durante este primer año de la era Trump 2.0, hemos visto cómo la mayoría de los líderes políticos mundiales no han opuesto resistencia a interpretar su rol de vasallos ante el rey, emperador o líder supremo –dependiendo de la tradición de la que procedan–, como han demostrado Ursula von der Leyen, el rey Carlos de Inglaterra o Nayib Bukele.

Cómprese (y si no, invádase)

«Obtendremos Groenlandia. Sí, al cien por cien. Existe una buena posibilidad de que podamos hacerlo sin fuerza militar, pero no voy a descartar nada», anunció el presidente Trump poco después de tomar posesión en una entrevista para la cadena NBC.

El líder republicano combina un lenguaje simplista y directo con una ambigüedad que le permite mantener uno de los rasgos distintivos de los sistemas autocráticos: la arbitrariedad.

A la vez, Trump ha roto con la percepción habitual del tiempo al hacer añicos los conceptos de imprevisibilidad e irracionalidad. Por eso, resulta conveniente repasar algunos de los hitos de la presidencia estadounidense del último año y cómo los ha comunicado para entender la doctrina del shock que está empleando. Como aquel primer sobresalto con el que inició su mandato: la amenaza contra la soberanía de Groenlandia, un territorio semiautónomo de Dinamarca. Lo cierto es que ya durante su primera legislatura, Trump intentó negociar la compra de la isla. Ante la negativa del Ejecutivo de Copenhague, el presidente estadounidense canceló su visita oficial. Y de nuevo, cinco días antes de volver a convertirse en inquilino de la Casa Blanca, llamó personalmente al primer ministro danés para advertirle de que si no se la vendía, se la quedaría por la fuerza.

El mundo según Trump
Marcando el territorio: el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, realiza una visita a la base militar de Pituffik, en Groenlandia, el 28 de marzo de 2025. JIM WATSON / REUTERS

El chantaje económico empleado por Trump bajo la amenaza de intervención militar rompe con los ya difusos límites existentes entre la coerción y la diplomacia y está dibujando nuevas formas de ejercer el poder fuera de cualquier norma. Algo que de seguir en esta senda militarista, veremos agravarse ante la lucha por unos recursos cada vez más escasos. Las áreas costeras de Groenlandia cuentan con unos 17.500 millones de barriles de petróleo y 148.000 millones de pies cúbicos de gas natural, según el Servicio Geológico de Estados Unidos. Y posee, igualmente, cantidades significativas de metales de tierras raras, imprescindibles para las tecnologías de energía verde. Además, se trata de un enclave con un valor estratégico creciente para el comercio marítimo con Asia a medida que la crisis climática acelera el descongelamiento del Ártico. El periodista Mario G. Mian, uno de los mayores expertos en Groenlandia, recuerda en su último libro que en esta isla China, Rusia y la OTAN están librando la llamada «Guerra Blanca» por el control geopolítico de la zona. En cualquier caso, Estados Unidos ya cuenta con una base militar allí después de que Truman también intentase comprarla por 100 millones de dólares tras la Segunda Guerra Mundial.

Amagando el golpe

Tras el primer genocidio televisado, el de Gaza, podemos estar asistiendo al primer anuncio televisado de un golpe de Estado. De hecho, si hay un caso de estudio sobre cómo Trump está empleando el lenguaje para crear un escenario en el que sus actuaciones ilegales se presenten como necesarias, lógicas e, incluso, inevitables es, sin duda, el de Venezuela.

Desde que Trump anunciase la primera ejecución extrajudicial de tripulantes de una embarcación procedente de Venezuela, tanto él como todos los miembros de su gabinete han pasado a referirse al gobierno de Nicolás Maduro como régimen «narcoterrorista». Con ese concepto, fusionan la lucha contra las drogas –con la que Washington justifica, desde hace décadas, la intervención militar de sus tropas en Latinoamérica– con el terrorismo, asemejando así al Ejecutivo de Caracas con los talibanes, Al Qaeda y el Estado Islámico. La guerra contra el terrorismo sigue siendo uno de los pilares de las políticas colonialistas estadounidenses y, al vincularla con Venezuela, reviste de seguridad lo que en realidad responde a un choque ideológico contra la izquierda bolivariana y, sobre todo, a la pugna por los recursos naturales –especialmente, el petróleo–.

El mundo según Trump
Captura del vídeo facilitado por las autoridades estadounidenses del ataque militar a una lancha en el mar Caribe.

Además de los bombardeos contra embarcaciones en el Caribe –pese a que más del 70% de la droga entra en Estados Unidos por el Pacífico–, Trump ha autorizado a la CIA a «realizar operaciones encubiertas», el eufemismo bajo el que la Casa Blanca ha impulsado golpes de Estado, instaurado dictaduras y asediado revoluciones durante décadas. Desde la llegada de Hugo Chávez al poder, el Gobierno estadounidense ha respaldado a la oposición política y ha impuesto severas sanciones económicas al país latinoamericano. Tras su vuelta al poder, Trump ha ofrecido 50 millones de dólares por la entrega de Maduro y ha desplegado en las inmediaciones de Venezuela su mayor operación naval desde la primera guerra del Golfo. Por tanto, la actuación de la CIA debe tener un objetivo que vaya aún más allá.

‘Supremacist First’

En su toma de posesión, Trump recuperó el concepto de «destino manifiesto», creado por el columnista conservador John O’Sullivan en 1845 para defender que, siguiendo los dictados de Dios, Estados Unidos debía ocupar Texas y expandirse por toda Norteamérica. De hecho, Trump se ha declarado seguidor de William McKinley, su homólogo entre 1897 y 1901, y quien, como él, fusionó un proteccionismo arancelario con un colonialismo que le llevó a ocupar Filipinas, Puerto Rico, Hawái y Cuba. Se estableció entonces la Doctrina Monroe, según la cual Estados Unidos tenía el deber de controlar Latinoamérica para proteger sus intereses económicos y de seguridad. Esta visión teocrática, conocida como «excepcionalismo», sostiene que se trata de un país superior al resto, un canon al que todos deben aspirar y que, por tanto, tiene la legitimidad y el deber de guiar e imponer su modelo en todo el mundo, instaurando incluso presuntas democracias mediante bombardeos, invasiones y guerras.

La diferencia de Trump con respecto a los anteriores presidentes es que no sólo no lo oculta, sino que hace ostentación de ello. El «America First» enarbolado por el magnate es la expresión más sincera de esta concepción del mundo que tiene parte de la sociedad estadounidense y también del norte global. Un mundo en el que el sur es, si acaso, el fondo de sus postales de vacaciones o lugares en los que hacer negocio desde una posición ventajista, como escribió Zadie Smith. Por ello, el vídeo difundido por Trump sobre la construcción de un resort en Gaza es solo la expresión más descarnada de la identidad fascista estadounidense, como la define la periodista Suzy Hansen en Notas desde un país extranjero, un libro por el que fue finalista del premio Pulitzer en 2018. La actual administración está derruyendo los pocos contrapesos internos con los que contaba la democracia estadounidense y los mecanismos multilaterales internacionales en los que, sobre todo, se teatralizaba la aspiración a un futuro orden global democrático.

Nombrar para dominar

En los primeros días de vuelta al Despacho Oval, Trump ordenó a la prensa estadounidense que llamase Golfo de América al Golfo de México. Associated Press, la agencia de noticias más importante del mundo, siguió usando el nombre oficial, por lo que fue expulsada de las ruedas de prensa de la Casa Blanca. Cuando Trump se postuló como ganador irrebatible del premio Nobel de la Paz, llamó «acuerdo de paz» a lo que no era más una tregua dirigida a consolidar la ocupación de los territorios palestinos y a garantizar la impunidad de Israel por sus crímenes, incluido el genocidio. Y durante las primeras horas del anuncio, numerosos medios reprodujeron acríticamente ese concepto de «acuerdo de paz», convirtiéndose en correa de transmisión de su propaganda y legitimándolo ante la opinión pública internacional, pese a que violaba cualquier derecho de los palestinos. Sin embargo, ante la persistencia de los bombardeos israelíes sobre la Franja, muchos se vieron obligados a rectificar y emplear términos como «el plan de Trump». Pero ya había quedado en evidencia su capacidad para imponer marcos de interpretación sin apenas encontrar resistencia entre medios de comunicación y periodistas, quienes tenemos el deber de fiscalizar el lenguaje del poder para descifrar y transmitir su verdadero significado.

Fue, además, durante la presentación de este acuerdo ante la Knéset israelí donde hizo gala de su determinación para hacer de la injerencia explícita un rasgo de su política. Lo hizo al insistirle al presidente israelí, Isaac Herzog, que indultase a Benjamín Netanyahu: «Concédale el indulto. Vamos (…) nos guste o no, es uno de los mejores presidentes en tiempos de guerra. Y unos cuantos cigarros y champán, ¿a quién le importan?». Se refería a los juicios por corrupción que tiene pendientes; para evitarlos, según infinidad de expertos, Netanyahu ha impulsado un genocidio en Gaza que le permite suspenderlos mediante el estado de excepción.

Celebración del genocidio

Y, como culmen de la pedagogía de la crueldad que define todas sus políticas, convirtió su intervención parlamentaria en la celebración del genocidio: «Bibi me llamaba muy a menudo. ¿Puedes conseguirme esta arma? ¿Esta otra? ¿Y esta otra? De algunas de ellas nunca había oído hablar. Bibi y yo las fabricamos. Pero las conseguimos, ¿no? Y son las mejores. Son las mejores. Pero tú las has usado bien. También se necesitan personas que sepan usarlas, y tú claramente las has usado muy bien».

El mundo según Trump
Ciudad de Gaza vista desde un puesto militar israelí en el barrio de Shujaiya. NIR ELIAS / REUTERS

También aprovechó para ahondar en su particular doctrina del shock, basada en el desprecio por la moralidad y en la destrucción, como persiguen todos los líderes fundamentalistas, del consenso sobre los valores éticos mínimos que deben regir nuestras sociedades. Para ello, alabó a los firmantes de los Acuerdos de Abraham, a los que ensalzó por ser «hombres muy ricos», los dos elementos que, según la cosmovisión trumpista, deben regir el mundo: los hombres y el dinero. De hecho, apenas unas horas después, en la cumbre que celebró en Egipto con el mismo motivo, entre los mandatarios asistentes sólo había una mujer, Georgia Meloni, a la que enalteció señalando que era «guapa», justo después de decir que referirse a una mujer con este concepto «acabaría con la carrera de cualquier político», pero que él se iba a «atrever». Es decir, apología del machismo disfrazada de la valentía con la que se abanderan los ultras para defender la libertad de expresión que, precisamente, ellos mismos restringen en cuanto llegan al poder.

Apenas un mes después, tras la incontestable victoria de Zohran Mamdani en las elecciones para la alcaldía de Nueva York, varios medios internacionales publicaron que los republicanos habían comenzado a reformar los distritos electorales para garantizarse la victoria en las elecciones legislativas de 2026. Además, alertaban de que es más que posible que el Tribunal Supremo, con mayoría absoluta conservadora, falle en junio a favor de una reforma de la Ley del Derecho al Voto que dejaría fuera a las minorías.

Nos encontramos, pues, ante un escenario en el que incluso los analistas más conservadores y prudentes no descartan que Trump consiga sumir a Estados Unidos en una autocracia. Y lo está haciendo sin ocultar sus aspiraciones, todo lo contrario: verbaliza sus planes para normalizarlos ante la opinión pública, se reivindica como un líder al que le gustaría gozar de un poder absolutista mundial para implantar un régimen dominado por hombres blancos y ricos, de ideología neofascista, ultramachista y con el objetivo declarado de acabar con el sistema democrático, pluralista y multilateral tanto a nivel interno como internacional. Ivo Daalder, exembajador estadounidense ante la OTAN, lo resume así: «Con Trump en el cargo, el orden basado en reglas ya no existe».


El Ministerio de la Guerra

Como a cualquier buen cryptobro, a Trump no le gustaba el nombre de Departamento de Defensa. Le parecía que sonaba «demasiado a la defensiva», que los que lo nombraron así después de 1945 se habían dejado arrastrar por «lo woke». Por eso ordenó que volviese a su denominación original, Departamento de la Guerra, porque «a todo el mundo le gusta la increíble historia victoriosa» de cuando se llamaba así. Pero no se trata, o al menos no solo, de una manifestación testosterónica del presidente estadounidense, sino de un nuevo capítulo en su estrategia para legitimar lo reprobable, normalizar el oprobio nombrándolo para reivindicarlo. Incluso, o especialmente, cuando se trata de la peor actuación de la que es capaz el ser humano: la guerra. Durante el anuncio en el Despacho Oval del cambio de nomenclatura, el nuevo secretario de Defensa, Pete Segeth, resumió así su directriz: «Máxima letalidad, no una tibia legalidad».

Según medios especializados como The Diplomat, asistimos a un aumento de las posibilidades de una guerra nuclear después de que Trump anunciase la reanudación de los ensayos con armamento nuclear y de que Putin se jactase de contar con un dron submarino nuclear con capacidad para destruir ciudades enteras. Hablando de nombres: Trump ha puesto el suyo a un nuevo caza con capacidad nuclear, el F-47, llamado así en honor al 47º presidente: él.

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Israel estudia aprobar la pena de muerte para “terroristas” palestinos

Por: EFE / La Marea

La última persona ejecutada por Israel fue el jerarca nazi Adolf Eichmann en 1962, pero el gobierno de Benjamín Netanyahu quiere ampliar los supuestos y volver a aplicar la pena de muerte con más asiduidad. Una comisión parlamentaria aprobó ayer un proyecto de ley para ejecutar a los «terroristas». El texto, impulsado por el ministro de Seguridad Nacional, el ultraderechista Itamar Ben Gvir, aún debe ser sometido a lectura por la Knéset.

Poder Judío, el partido de Ben Gvir, es famoso por sus reivindicaciones radicales. Entre ellas se encuentra la anexión de Cisjordania y la defensa a ultranza de los extremistas judíos, aun cuando estos hayan cometido delitos de sangre (de hecho, acostumbra a exaltar a figuras como Baruch Goldstein, autor de una masacre en Hebrón en 1994). Ampara, además, a las milicias de autodefensa judías violentas en los territorios ocupados. Esta protección a los elementos más radicales del sionismo contrasta con la pena de muerte que quiere aplicar a los llamados «terroristas» palestinos. Las autoridades israelíes utilizan la palabra «terrorista» para referirse a cualquier palestino que ataca a sus soldados o a los colonos que residen ilegalmente en Cisjordania, además de a aquellos que perpetran auténticos atentados en territorio israelí. Ben Gvir afirma que la aprobación preliminar de su texto supone «otro paso hacia la justicia histórica».

«El proyecto establece que un terrorista que asesinó a un ciudadano israelí por un motivo de racismo u hostilidad hacia el público, con la intención de dañar al Estado de Israel y la resurrección del pueblo judío en esta tierra, sea sentenciado a muerte y sólo a esta pena», dice el comunicado de Poder Judío.

Así, por ejemplo, un palestino que defienda su casa en Cisjordania de los ataques de soldados o colonos israelíes podría ser detenido en su propio país (el Estado de Palestina) por una potencia extranjera (Israel) y además ésta le podría aplicar la pena de muerte.

El coordinador israelí para rehenes y personas desaparecidas, Gal Hirsch, ha declarado que está de acuerdo con el proyecto y que el propio Netanyahu también lo apoya. Además, Ben Gvir ha amenazado con abandonar la coalición de gobierno (lo que equivale prácticamente a dejar caer a Netanyahu) si el proyecto no sale adelante.

El texto excluye, de entrada, cualquier posibilidad de enmendar un error al aplicar la sentencia: un tribunal militar podría también imponer por mayoría simple, y no por unanimidad, la pena capital, que además no podrá ser conmutada.

El diario progresista Hareetz afirma en su editorial que el «proyecto de ley deshonra a la Knéset y al Estado de Israel». La cabecera expone varias razones por las cuales volver a aplicar la pena de muerte «es un error» y destaca entre ellas que la pena capital «ha sido abolida en casi todas las democracias occidentales (con la notable excepción de ciertos estados de Estados Unidos)». Recuerda que diversos estudios han demostrado que no contribuye «en absoluto a la disuasión, y mucho menos contra terroristas cuyas acciones ya implican un riesgo significativo para sus vidas». Y añade: «El daño causado a una sociedad que ejecuta a criminales, por muy terribles que sean sus delitos, es incalculable».

Según el diario israelí Yedioth Ahronoth, el pleno de la Knéset votará el proyecto de ley a lo largo de esta semana.

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Genocidios (de lo terrible a lo banal)

Por: José Ovejero

20 de octubre

En la entrega anterior de lo que publico de este diario en La Marea, decía que me parecía obvio que Israel continuaría sus acciones militares tras el llamado alto el fuego. ¿Por qué no iba a hacerlo si ha transgredido todos los límites de respeto a los derechos de los civiles, no solo en Gaza? ¿Por qué va a renunciar a sus objetivos si cuenta con el apoyo de Estados Unidos y con la actitud cuando menos tibia de otras potencias, y también en parte de los países árabes? Pues bien, Israel sigue asesinando en Gaza. La gran operación de lavado de cara orquestada por Trump tiene beneficios obvios a corto plazo –¿cómo no nos vamos a alegrar de que se haya reducido la intensidad de los bombardeos o de que más personas accedan a servicios médicos y a alimentos?–, pero no creo que cambie nada en los objetivos geopolíticos que están dispuestos a obtener a cualquier precio… a cualquier precio que paga sobre todo la población civil de los vecinos de Israel.


Estoy leyendo Genocidios, editado por Júlia Nueno Guitart (Galaxia Gutenberg, traducción de Teresa Bailach). Es el sexto libro de la colección que dirige Jorge Carrión en esta editorial. Y me llama enseguida la atención por el capítulo que dedica a Namibia, país que me interesa desde que estuve allí y por eso he seguido leyendo sobre lo que fue un laboratorio de pruebas de las políticas de exterminio alemanas, que culminarían en el Holocausto. En Namibia, obviamente, no se utilizó el gas, pero se forzó a los nativos a adentrarse sin alimentos ni agua en el desierto, convertido en enorme campo de concentración; y, por las dudas, envenenaban los pozos para acabar –tras sufrir dolorosas intoxicaciones– con quienes se atrevieran a acercarse a ellos.

Ya en el prólogo escrito por Júlia Nueno al libro se nos explica cómo los ataques a hospitales en Gaza seguían un patrón determinado que excluía cualquier posibilidad de considerar su destrucción como daño colateral: la secuencia repetida en cada uno de ellos era la misma. A través de la arquitectura forense pueden no solo examinarse las estrategias de destrucción sistemática de una población, también sus consecuencias a largo plazo.

Aunque hayamos sido testigos lejanos de los horrores cometidos por el ser humano en todas partes del mundo, a menudo por puros intereses económicos, hay algo en mí que se resiste a creerlo: me cuesta imaginar a ese grupo de personas que acuerda acabar con todos los enfermos, niños y adultos de un hospital; o a todos los judíos; o a todos los herero. Quiero decir que me cuesta imaginar en detalle cómo será tocar a esas personas, hablar con ellas y descubrir que están hechas como yo, que, si no supiese quiénes son, podría tomarme una cerveza con ellas, ver juntos un partido de fútbol, comentar lo caros que se han puesto los tomates.

Lo malo es que ese tipo de personas y sus cómplices son quienes están dominando el discurso público y transformando los valores ideales de nuestras sociedades. Son quienes empiezan a contraponer la libertad a la democracia o a justificar las ejecuciones sin juicio de sospechosos de un delito. Son quienes han decidido que la compasión y la solidaridad son para perdedores.


21 de octubre

Pasando de lo terrible a lo banal –como sucede siempre en los diarios íntimos y en los periódicos–, ha ganado el Planeta Nosequién, que ha escrito Nosequé. La cuestión no es si es una persona conocida o no –que yo no lo conociera no tiene ningún valor indicativo–. La cuestión es que suele tratarse de personas absolutamente irrelevantes desde un punto de vista literario.

¿Por qué sigue yendo la prensa cultural al acto de entrega? ¿Porque les pagan el viaje y la cena? Deberían dejar la prebenda a la sección de «Gente y estilo de vida» o equivalente.


Cuando Feijóo afirma en un congreso ante representantes de la Banca March y de Barceló, entre otras empresas, que en España debe merecer la pena trabajar, ¿está animándoles a pagar mejor a sus empleados?


Hoy, para las tres de la tarde ya he recibido nueve correos de editoriales anunciándome la publicación de un libro –siempre imprescindible–, en algún caso proponiéndome enviármelo. Si yo, que hace tiempo que no escribo reseñas y que como influencer dejo mucho que desear, por lo que mi único atractivo es que coordino El Periscopio, recibo tantas propuestas, ¿cuántas recibirán al día los críticos literarios y los directores de secciones culturales?

Podría pensarse que es lógico, pero también debería pensarse que casi nadie hace caso a esos correos masivos, cuya mayoría se quedan sin abrir. Otra cosa es que alguien desde el departamento de comunicación de una editorial tenga idea de qué tipo de libros pueden interesarme y me pregunta si me apetece que me lo envíen. Pero no es infrecuente que me anuncien en tono elogioso libros de autoayuda o para que mejore el rendimiento de mis inversiones. O novelotas de amor y pasión que no tocaría ni con un palo.


Una de las pocas cosas que simplifican el aprendizaje del euskera es que no tiene géneros. Ni los artículos, ni los demostrativos, ni los nombres comunes –perro es siempre txakur, da igual si es hembra o macho–. Supongo que eso evita muchas discusiones idiotas sobre el uso de los plurales genéricos. La única excepción que he encontrado por ahora está en los nombres que marcan parentesco: aunque no puedo saber si el amigo o el vecino que viene a mi casa en los ejercicios de gramática es hombre o mujer, sí sé si viene mi abuela o mi abuelo, mi padre o mi madre, o, más interesante, si el hermano del que se habla lo es de una chica o de un chico, distinción a la que aún no he encontrado utilidad, pero seguro que tiene una justificación… que ya descubriré.

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Hope Palestina, una plataforma para acompañar emocionalmente a supervivientes del genocidio

Por: Fermín Grodira

«Como profesional del duelo nunca me he encontrado con un contexto como el de Gaza. Son maestros de la resiliencia». Quien habla es Amaya Ferrer, una asturiana residente en Andorra. Esta experta en duelo y tanatología, la disciplina que aborda lo relacionado con la muerte en el ser humano, decidió actuar tras soportar lo insoportable viendo lo que ocurría en Palestina. «Me preguntaba cómo estaban las mentes de esas personas con tantas pérdidas y traumas acumulados», indica por teléfono. Una vez contactó por videollamada con una familia gazatí que pedía ayuda por redes sociales y, en su tiempo libre, la ayudó en su proceso de pérdida. Y a esa familia le siguieron otras.

Así nació Hope Palestina, una iniciativa lanzada por profesionales de la salud mental que funciona a través de «un sistema de apadrinamiento». Este acompañamiento en la distancia, «un soporte psicoemocional más allá de lo económico», surge porque «cada vez más voluntarios quieren establecer relación más allá de una donación», indica la fundadora de Hope Palestina. El colectivo también manda dinero directamente a familias en Gaza «sin pasar por una ONG o intermediario» tras verificar, con su ubicación en tiempo real y videollamadas, que son realmente habitantes del territorio sometido a la campaña devastadora de Israel.

Tras orientarles y ofrecerles un protocolo de apadrinamiento para informarles del contexto y diferencias idiomáticas y culturales, los voluntarios se ponen en contacto con habitantes de Gaza utilizando traductores automáticos. «Damos la oportunidad de que reconduzcas tus emociones como ayuda efectiva. Es una manera de pasar a la acción», destaca Ferrer, que deja en un segundo plano cómo se siente ella al escuchar las historias personales de pérdidas y oír bombas y disparos en sus videollamadas diarias: «A mí me cuidan ellos. Creas un vínculo con personas con una enorme resiliencia y sus historias. Es increíble la solidaridad y gratitud que te muestran».

En apenas cuatro meses, Hope Palestina reúne ya a 80 voluntarios. El equipo se ubica principalmente en España y Andorra, donde se están constituyendo actualmente como una asociación, pero también en América y otros países de Europa. Estas personas tratan de disminuir el dolor en Gaza. «Es inimaginable para cualquier mente lo que están sufriendo. Los palestinos llevan ocho décadas de ocupación y forma parte de su idiosincrasia esa resiliencia y crecimiento postraumático, pero hay un agotamiento extremo y están desbordados emocionalmente”, remacha. «Los niños de dos años han vivido siempre en trauma. No conocen otra realidad», señala la experta en duelo.

Hasta el momento, ofrecen acompañamiento emocional a 27 familias. A falta de más voluntarios, hay una lista de residentes en Gaza que esperan unirse al programa. «Necesitan enseñarnos lo que viven porque no entienden que esté ocurriendo y el mundo no lo frene. Piensan que no lo sabemos porque no hay prensa internacional. Necesitan mostrar lo que pasa sin filtro. Hemos visto cosas muy muy duras», destaca Amaya.

Preguntada por el impacto que tiene en la población de Gaza las muestras de solidaridad internacional, como la reciente huelga general en España, Ferrer señala que les alegra y les da esperanza, pero no les cambia la situación. «Se preguntan sobre todo por qué les hacen esto y los odian tanto. Me dicen ‘mi bebé no es terrorista’. Sienten alivio por el alto el fuego, pero mucha incertidumbre». Las personas en Gaza con las que ha hablado la experta en duelo le cuentan, según explica, que quieren salir de la franja. «Ciudad de Gaza es un cementerio de ruinas. Es imposible recuperar la vida que tenían antes», remacha.

Para la creadora de esta propuesta de solidaridad humanitaria, Gaza es un espejo: «Si cuando miro a Gaza veo seres humanos sufriendo lo inimaginable, conecto con mi humanidad. Si veo terroristas, conecto con mis prejuicios. Gaza es la prueba del algodón de la humanidad». Una humanidad que no puede dejar de mirar a la franja pese al alto el fuego que entró en vigor el 10 de octubre. Desde entonces, y en solo diez días, Israel lo ha violado 80 veces, matando a 97 personas e hiriendo a otras 230, según la Oficina de Comunicación de Gaza, recoge Al Jazeera. «La ayuda humanitaria que está entrando es la mitad de la acordada –concluye la voluntaria– y no es gratuita porque acaba en el mercado humanitario. No hay paz».

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Israel mató el domingo a 45 palestinos e hirió a 158, según el recuento del Ministerio de Sanidad

Por: EFE / La Marea

Israel mató el domingo a 45 palestinos e hirió a otros 158 en bombardeos que lanzó de norte a sur de la Franja de Gaza tras acusar a Hamás de haber violado el alto el fuego, según informó el Ministerio de Sanidad del enclave este lunes en su boletín diario, que recoge las víctimas del día anterior.

En su nota, Sanidad también informa de que durante la jornada de ayer los equipos de defensa recuperaron a 12 cuerpos de entre las toneladas de escombros que ha causado la ofensiva israelí en la franja.

Así, en total la cifra de personas asesinadas desde el 7 de octubre de 2023 sube a 68.216 y la de heridos a 170.361, la mayoría con lesiones de por vida y amputaciones.

Israel sostiene que durante la mañana del domingo milicianos de Hamás lanzaron un misil antitanque y varios disparos contra soldados apostados en la ciudad sureña de Rafah, que resultaron en la muerte de dos soldados israelíes.

El grupo palestino, por su parte, desmintió haber participado en una operación lanzada contra soldados israelíes, además de asegurar que no tiene contacto con ningún miliciano en esa zona, que controla totalmente Israel.

Asimismo, acusó a Israel de haber violado hasta en 80 ocasiones el alto el fuego, que entró en vigor el pasado 10 de octubre.

Desde entonces, según Sanidad los ataques israelíes han matado a 80 personas y han dejado a más de 300 personas heridas; también informó de que se han recuperado 436 cadáveres de entre los escombros.

La Oficina de medios del Gobierno de Hamás, sin embargo, esta mañana en un comunicado elevó la cifra total de muertos desde la entrada en vigor del alto el fuego a 97 y la de heridos a 230.

Más asesinatos y más ocupación

Además de los bombardeos sobre Gaza, Israel sigue con su política de apropiación ilegal del territorio palestino. Según un informe de la Comisión de Colonización y Resistencia al Muro, con sede en Ramala, el Estado hebreo se ha apoderado de más de 70.000 metros cuadrados de terreno en la gobernación de Nablus, en Cisjordania.

La excusa para el robo de esta tierra, ocupada ilegalmente según el derecho internacional, es de orden militar: Israel arguye que se trata de establecer una «zona de amortiguación» ante posibles ataques.

En la usurpación usaron una artimaña legal: daban un plazo de una semana para plantear objeciones, pero no hicieron público su plan hasta que el plazo ya estaba vencido.

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Lorca, el símbolo de nuestro propio genocidio

Por: Guillermo Martínez

Desentrañarle letra por letra y gesto por gesto es a lo que se dedican desde hace décadas multitud de historiadores, artistas, filólogos y científicos. Si Federico García Lorca es infinito, más inconmensurables son los esfuerzos por acercarse a su vida y obra. “Lorca es, radicalmente, un hombre en contra”, escribió Francisco Umbral. Esa cita podría resumir y también ligar las dos propuestas escénicas que actualmente se ofrecen en Madrid. De un lado, su viaje repleto de autoconocimiento a Nueva York, la creación de una nueva persona. Del otro, cómo sus últimos días aportan la fuerza necesaria para sacar a la palestra conceptos como desaparición forzosa, asesinato e, incluso, genocidio.

Jesús Torres dirige Poeta [perdido] en Nueva York, una creación teatral interpretada por él mismo que, con todas las entradas vendidas, ocupa hasta este fin de semana la misma sala del Teatro Fernando Fernán Gómez que en 2022 dio cobijo a Vicenta, Lorca, la obra que reencontró a la madre del gran poeta. Este gaditano de 41 años descubrió muy pronto al autor de obras como Bodas de sangre y Yerma. “Con 11 años representé La zapatera prodigiosa en el colegio y ahí empecé a entender que se podía amar de diferentes formas, incluso hacer arte con ello”, comienza a explicar el mismo Torres.

Durante el proceso de creación del texto de la obra, también a su cargo, se dio la libertad suficiente para crear un relato entretejido con los versos neoyorquinos del poeta granadino y su correspondencia de aquellos días. Su investigación previa lo llevó a acercarse a Lorca de otra manera: “Le tenemos mucho cariño pero, como todas las personas, tiene sus grises. Hay cartas que escribe realmente duras que he decidido suavizar. Es bonito también unirnos a él en sus diferencias. No nos podemos comparar con el genio, pero sí con esa persona que teme, que se equivoca y miente para vernos reconocidos en ella”, ilustra el dramaturgo.

Preconizar su asesinato

La obra es todo un alegato a la contradicción, la desesperanza y la tristeza que ese primer Lorca que desembarca en Nueva York el 25 de junio de 1929 siente por todo su cuerpo, desgarrado por su desamor con Emilio Aladrén, con quien mantenía un idilio. “Se ve en un país en el que nadie habla su idioma, en el que siente muy lejano a sus seres queridos”, comenta Torres. Estados emocionales que de manera majestuosa transmite a lo largo de su interpretación gracias también a la labor de un numeroso equipo que siempre lo acompaña.

El actor no esquiva lo enigmático de Lorca, la superstición andaluza que siempre corrió por su sangre. “En Nueva York llegó a ver su muerte, algo muy apocalíptico pero también extremadamente profético”, dice al respecto. Se refiere a los versos de Lorca en su Fábula y rueda de los tres amigos: “Cuando se hundieron las formas puras / bajo el cri cri de las margaritas, / comprendí que me habían asesinado. / Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, / abrieron los toneles y los armarios, / destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. / Ya no me encontraron. / ¿No me encontraron? / No. No me encontraron”.

Cuando la tierra habla

Ese podría ser el punto de partida de otra obra que estos días –y hasta el próximo 21 de diciembre– ocupa las tablas del Teatro del Barrio, también en Madrid. Con María San Miguel al frente de la dramaturgia y la dirección, Federico. No hay olvido ni sueño: carne viva supone un viaje al interior de esa España todavía enterrada en cunetas, cementerios y ciudades que pisamos cada día. Un profuso trabajo de investigación, que ha llevado a la creadora de la dramaturgia a visitar y entrevistar a decenas de personas y especialistas en la figura de Lorca, toma cuerpo en esta obra como si de un reportaje periodístico y teatral que cuenta qué es y cómo se lleva a cabo una exhumación se tratara.

Representación de 'Federico. No hay olvido ni sueño: carne viva', en el Teatro del Barrio.
Representación de ‘Federico. No hay olvido ni sueño: carne viva’, en el Teatro del Barrio.

La figura del desaparecido más universal de España se utiliza aquí como una forma de contrarrestar los relatos que cada vez más empujan a la desmemoria. “Al inicio, cuando hablamos de La casa de Bernarda Alba, dejamos entrever que en la historia más reciente de España hay acontecimientos que ocurrieron y se borraron, y otros que se han reconstruido mal, al servicio de ciertos intereses”, dice San Miguel. 

Porque lo que no se nombra no existe, pero también lo que se nombra crea imaginarios. “Mucha gente todavía no se refiere a Lorca como víctima de una desaparición forzada, ni siquiera habla de asesinato, solo dicen que murió. Así se evita que se sepa que lo que verdaderamente ocurrió en España fue un genocidio, y no una guerra entre hermanos”, reflexiona la dramaturga vallisoletana siguiendo la tesis esgrimida por Paul Preston en El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después.

Figuras clave en la historiografía lorquiana como Ian Gibson acompañan continuamente al espectador en esta trama en la que los documentos bibliográficos son desempaquetados de bolsas como si de huesos a punto de ser examinados por un forense se trataran. Una y otra vez, sobre el escenario, se repiten mensajes como “aquí los huesos hablan” y  “aquí la tierra habla, solo hay que saber escucharla”. ¿Y qué dicen los huesos y la tierra? “Que esto no fue una guerra fratricida. Que cada vez que se abre una fosa se ve cómo aparecen cadáveres con hasta dos tiros en la cabeza, que sus cuerpos fueron arrojados con violencia y que todavía guardan marcas que indican que fueron torturados antes de morir asesinados”, responde tajante la directora.

La identidad española, enterrada en cunetas

San Miguel, como ya ha hecho en tantas ocasiones anteriores, no quería representar algo pasado. “Federico nos abre una puerta hacia lo invisible, un camino que nos lleva siempre a hablar no solo sobre lo que nos pasó, sino sobre lo que nos sigue pasando”, explica. Y añade: “Me parece aterrador que en España, con miles de cuerpos enterrados en fosas comunes, esto no sea algo que se intente solucionar de inmediato ni constantemente esté en el debate público”. Según las estimaciones, existen 114.000 cuerpos no identificados enterrados por toda España, 45.000 de ellos únicamente en Andalucía. “Hay que hablar de esto, porque forma parte de nuestra identidad”, subraya.

En este gran lugar de especulación poética que la compañía Proyecto 43-2 crea durante hora y media todo está medido al milímetro. Balas, gafas, un lápiz y una goma, almendras. Son apenas unos cuantos elementos del atrezzo que el elenco utiliza para contar todo lo que se puede encontrar a la hora de exhumar los cuerpos. “Todo esto lo hemos conocido gracias al equipo multidisciplinar de investigación de la Universidad de Granada. La gente debe conocer que tras los desenterramientos hay un trabajo riguroso y científico por parte de profesionales que se han preparado para ello durante años”, reivindica la directora de la obra, que girará por diversas ciudades en los próximos meses.

El simbolismo juega un papel preponderante. Los ojos más avezados se podrán percatar de cómo las cajas de plástico transparentes de almacenaje que tantas personas guardan en sus casas son similares a las utilizadas por los arqueólogos. San Miguel le ha querido dar una vuelta y, en cada una de ellas, simula la inscripción que los investigadores utilizan: “Si ellos escriben datos científicos que identifican al individuo, nosotras lo hemos imitado escribiendo F-18, si es la función 18, el número del orden en que esa caja aparece en escena y las siglas del título de la obra”, comenta sobre esta particular nomenclatura.

Contra el negacionismo, conocimiento

El negacionismo oscurece España. “La tierra habla, y hay algunos que todavía la quieren acallar. Por eso, lo primero que hace la derecha y extrema derecha cuando llega al poder es derogar las leyes de memoria, o dejarlas sin financiación”, destaca San Miguel. Asimismo, asevera que “la tierra sigue contando algo muy doloroso, que es el relato de la verdad frente al oficial”, que durante tantos años se inculcó a base de miedo, represión y nacional-catolicismo.

Lorca sigue hablando desde la tierra. Grita y se revuelve. Tanto sus obras, como Poeta en Nueva York, como su fatal desenlace, el asesinato a manos de las fuerzas sublevadas, continúan creando una atmósfera de denuncia y consciencia en cada creación teatral que las aborda. “Nuestros hijos nacerán con el puño levantado”, cantan al inicio de Federico. No hay olvido ni sueño: carne viva. Aunque hay muchas formas de levantar el puño, una de ellas quizá sí que la puedan hacer nuestros hijos cuando respondan y reescriban al poeta visionario neoyorquino, para poder decir: “Ya me encontraron. / ¿Me encontraron? / Sí. Sí me encontraron”.

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¿Quiénes son los palestinos liberados por Israel tras el acuerdo de alto el fuego?

Por: Fermín Grodira

La firma del plan Trump en Egipto ha permitido el intercambio de rehenes israelíes en Gaza por palestinos prisioneros en Israel. Durante los dos últimos años, los transcurridos tras los atentados de Hamás, que se saldaron con 766 civiles israelíes asesinados, 251 personas secuestradas, más de 3.000 heridas, y 373 soldados y policías muertos, el foco mediático se ha centrado en los rehenes israelíes.

Los atentados del 7 de octubre de 2023 también provocaron una realidad en la que apenas se ha reparado, la de los miles de palestinos que fueron encarcelados por el gobierno de Benjamin Netanyahu (y muchos de ellos continúan en esa situación) sin juicio ni cargos en su contra, bajo la figura conocida como «detención administrativa».

Por esa vulneración de derechos fundamentales, diversas organizaciones de derechos humanos han equiparado su situación a la de rehenes, al estar privados de libertad sin juicio. Además, recuerdan que el Estado de Israel retiene al menos 730 cadáveres palestinos, algunos desde hace decenios, «para utilizarlos como moneda de cambio en negociaciones», según Amnistía Internacional, que cita datos del Centro de Derechos Humanos y Asistencia Jurídica de Jerusalén (JLAC).

A continuación, analizamos cuántos y quiénes son los palestinos encarcelados que ahora quedan en libertad.

¿Cuántos son?

Por un lado, los 1.718 palestinos que fueron arrestados por Israel tras los atentados terroristas de Hamás del 7 de octubre de 2023. El intercambio pactado también incluía a 250 prisioneros, muchos de los cuales entraron en prisión durante la Segunda Intifada (de 2000 a 2004); la mayoría de ellos fueron condenados a cadena perpetua. El total de liberados en los últimos días asciende a 1.968 personas. Desde octubre de 2023, y tras dos acuerdos previos, el número de palestinos y palestinas liberados es 3.985.

¿Podrán volver a Palestina?

154 de los 250 condenados han sido deportados a Egipto. De los 96 restantes, ocho volvieron a Gaza y el resto a Cisjordania y Jerusalén, de donde son oriundos.

¿Cuánto tiempo llevaban encarcelados?

Samir Ibrahim Mahmoud Abu Nimah es el preso más longevo. Este militante de Fatah llevaba preso desde octubre de 1986, casi 40 años. 18 de los 250 presos entraron en las cárceles israelíes en el siglo pasado.

¿Qué edad tienen?

De los 1.718 detenidos sin juicio en Gaza desde el ataque terrorista de Hamás, el más joven tiene 16 años y cinco aún son menores de edad a la hora de salir de prisión. 387 nacieron en este siglo. La persona más mayor tiene 76 años y doce de los liberados tienen 65 años o más. Solo dos son mujeres.

¿A qué organizaciones pertenecían?

De los 250 condenados, la mayoría (157) son militantes de Fatah, la organización fundada por Yasser Arafat y que gobierna la Autoridad Palestina. Sesenta y cinco son de Hamás (acrónimo árabe de Movimiento de Resistencia Islámica) cuya rama política gobierna Gaza. Otros 16 son de la Yihad Islámica, de corte islamista. Del resto, 11 son del Frente Popular para la Liberación de Palestina y uno del Frente Democrático por la Liberación de Palestina, ambas organizaciones laicas marxistas-leninistas.

¿En qué estado han salido?

«Muchos prisioneros, en particular los de la Franja de Gaza, presentaban claros signos de tortura física y psicológica, y se documentaron casos de abuso hasta los momentos previos a su liberación», según un comunicado de la Comisión de Asuntos de los Prisioneros y el Club de Prisioneros Palestinos. Los prisioneros, según esta organización palestina, se han enfrentado en las cárceles a una serie de delitos «que constituyen crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad, como la tortura física y psicológica, la inanición sistemática, la negación de tratamiento y de atención médica. La imposición de estas condiciones han propiciado la propagación de enfermedades y epidemias, aislamiento y políticas de privación».

La asociación Addameer de Apoyo a los Presos y Derechos Humanos con sede en Ramala (capital administrativa del Estado de Palestina, situada en Cisjordania) ha indicado que los presos liberados «parecían agotados y frágiles, lo que confirma que durante los cuatro días previos a su liberación fueron sometidos a diversas formas de abuso y maltrato, incluyendo palizas severas, humillaciones, encadenamientos prolongados y amenazas para que no hablaran con ningún medio de comunicación sobre las condiciones de su encarcelamiento».

«El prolongado sufrimiento dentro de las prisiones de la ocupación –prosigue la asociación– era evidente en sus rostros y cuerpos. Muchos habían perdido decenas de kilos y estaban visiblemente débiles y fatigados».

¿Quiénes siguen presos en Israel?

Entre los no liberados se encuentra Hussam Abu Safiya, pediatra y director del hospital Kamal Adwan de Gaza, que fue arrestado sin cargos en diciembre de 2024 por el Ejército israelí, y el médico Marwan al-Hams, capturado este pasado mes de julio. No han salido pese a estar en la lista de personas que presentó Hamás a Israel como parte del alto el fuego tras el genocidio en la Franja.

Safiya y Al-Hams son dos de los al menos 19 médicos que continúan en cárceles israelíes sin que se hayan presentados cargos contra ellos, según declaró a Democracy Now! Naji Abbas, el director del Departamento de Prisioneros de Médicos por los Derechos Humanos Israel. A estos sanitarios hay que añadir a docenas de enfermeros, enfermeras y paramédicos que se encuentran en la misma situación.

Marwan Barghouti, de 66 años, también estaba en las listas de propuestas para ser liberado en los tres acuerdos de intercambio de prisioneros y rehenes desde octubre de 2023; no lo consiguió en ninguna de las ocasiones. Conocido como Abu Qassam, es miembro del partido Fatah y líder de Tanzim, su brazo armado. Está encarcelado en Israel desde 2002 y suma varias condenas perpetuas por cinco asesinatos y un intento de asesinato. Su liberación es una línea roja para Israel ya que se trata de un líder carismático que podría reunificar la resistencia palestina.

El secretario general del Frente Popular para la Liberación de Palestina, Ahmad Saadat, también está entre rejas desde 2002. Israel tampoco ha accedido a su liberación. Cumple una condena de prisión de 30 años por el asesinato de un ministro israelí en 2001.

Actualmente, hay más de 9.100 personas palestinas en las cárceles israelíes. Entre ellas hay 52 mujeres, 400 menores y más de 3.544 «detenidos administrativos», además de 115 presos que cumplen cadena perpetua. Nueve de estos últimos están encarcelados desde antes de la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993, indica Addameer.

¿Cuántos cadáveres palestinos ha entregado Israel?

90 cuerpos palestinos se han recuperado como parte del acuerdo amparado por Estados Unidos. “Unas grabaciones filmadas por un periodista freelance que trabajaba para la BBC en la morgue de Nasser parecían mostrar el cuerpo de un hombre con los ojos vendados. Otro cuerpo parecía tener marcas en las muñecas y los tobillos”, explica el medio británico. Fuentes médicas en Gaza citadas por Al Jazeera han declarado que a varios de estos cadáveres le faltaban miembros y algunos estaban maniatados y vendados, lo que indicaría violencia y posibles ejecuciones.

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Israel incumple el alto el fuego que firmó hace 48 horas

Por: EFE / La Marea

A pesar del «acuerdo de paz» firmado hace apenas 48 horas en Egipto, el Ejército de Israel ha seguido disparando contra la población palestina. Ocurrió ayer y también a primera hora de hoy, miércoles, en diferentes puntos del norte de la Franja y en la ciudad sureña de Rafah, según informa EFE.

Durante más de 30 minutos tanques y drones israelíes estuvieron abriendo fuego hoy contra los puntos designados por Israel como «zona militarizada» del barrio de Shujaiya, en la Ciudad de Gaza. EFE atestiguó asimismo ataques de la armada naval israelí contra pescadores al oeste del campamento de Al Shati, también en la Ciudad de Gaza, y contra la ciudad sureña de Rafah, cuyos disparos alcanzaron algunas de las tiendas de campaña de familias desplazadas en la zona de Mawasi, punto designado por Israel como «humanitario».

Este es el segundo día en el que se reportan ataques israelíes contra el enclave palestino, después de que ayer Israel matara al menos a seis personas también en el barrio de Shujaiya, en un incidente en el que el Ejército hebreo afirmó que se trataba de gazatíes que habían traspasado la «línea amarilla» del acuerdo de alto el fuego. Según el Ministerio de Sanidad gazatí, se trataba de personas que estaban intentando llegar a sus casas para verificar su estado, tras ser desplazadas de allí por los ataques israelíes para tomar la Ciudad de Gaza.

Además, Israel sigue limitando la llegada de ayuda humanitaria a la zona, contradiciendo lo firmado en el acuerdo patrocinado por Donald Trump: Israel dice que sólo permitirá la entrada de 300 camiones al día, la mitad de lo pactado inicialmente. La razón que esgrimen desde Tel Aviv para que continúen los ataques y se limite la entrada de comida, medicinas y combustible es que Hamás no ha entregado aún los 20 cadáveres de los rehenes israelíes que permanecen en la Franja. El grupo islamista ha iniciado efectivamente esta entrega (ya han sido transferidos ocho cuerpos a la Cruz Roja), pero todavía quedan varios cadáveres bajo los escombros y no es probable que los puedan encontrar en un corto espacio de tiempo.

De hecho, en el acuerdo de alto el fuego no se incluyó un plazo para la devolución de los cuerpos por la dificultad de hallarlos en una zona devastada (se calcula que los bombardeos israelíes han producido 55 millones de toneladas de escombros en Gaza). Además, Hamás no puede moverse libremente por la Franja para hallar los cadáveres, ya que el Ejército israelí mantiene el control sobre más de la mitad del territorio.

El alto el fuego entre Israel y Hamás entró en vigor el mediodía del pasado viernes, 10 de octubre, tras la aprobación por ambas partes del acuerdo de 20 puntos impulsado por Estados Unidos, aunque de momento solo se ha implementado su primera fase, que implica el intercambio de rehenes por presos palestinos y el cese de las hostilidades. Israel no ha respetado esta última cuestión.

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15-O: Huelga y paros contra el genocidio en Gaza

Por: La Marea

Desde una huelga general –convocada por CGT, Solidaridad Obrera, Co.bas y ASC, entre otras organizaciones– hasta paros y movilizaciones –convocadas por CCOO y UGT–. Los sindicatos han mantenido para este 15 de octubre su jornada de protestas contra el genocidio perpetrado por Israel en Gaza. Se acaban de cumplir dos años de la masacre y dos días del alto el fuego firmado por Hamás y el gobierno de Netanyahu tras la bendición del presidente estadounidense, Donald Trump.

«Dicha convocatoria se hace más necesaria que nunca dada la situación por la que atraviesa la clase trabajadora, y entre cuyas causas está la escalada bélica que a nivel internacional dirige las prioridades de los gobiernos y sus representantes a un nuevo e importante rearme de sus ejércitos», argumenta CGT. Trump, de hecho, ha vuelto a mostrar su «descontento» con España por no subir el gasto de Defensa al 5% del PIB y ha amenazado con sus ya famosos aranceles.

La organización anarcosindicalista fundamenta, así, la convocatoria de esta jornada de huelga en «la lucha por una redistribución del gasto público en favor de los trabajadores y de las trabajadoras, y contra el auge de la inversión pública en partidas destinadas a la defensa y a la militarización». Su lema: Contra el genocidio y el ‘apartheid’ del pueblo palestino. Invirtamos en vida y no en armas.

En un comunicado, CGT considera que tanto la comunidad internacional como el Estado español vienen siendo cómplices del genocidio en Palestina «a través del mantenimiento de relaciones diplomáticas y comerciales» con Israel. «Desde octubre de 2023, apenas ha cambiado algo en este sentido, y las leyes o manifestaciones que se han anunciado por parte del gobierno de PSOE-Sumar han sido más simbólicas que otra cosa», denuncia.

Paros parciales: Stop genocidio

Con el lema Stop Genocidio, las movilizaciones convocadas por CCOO y UGT han ido recabando apoyos desde su anuncio, el pasado 19 de septiembre. Más de 500 secciones sindicales y comités de empresa y medio centenar de organizaciones sociales y sindicales se han sumado a este «llamamiento por la paz, la justicia y el respeto a los derechos del pueblo palestino», según informan. En este caso, la convocatoria recoge paros parciales de dos horas, entre las 10 y las 12 del mediodía, las 17h y las 19h y las 2 y las 4 de la madrugada: «Esto permitirá a las personas trabajadoras tener garantías de participación sin ningún tipo de limitación». 

CCOO y UGT han convocado paros y movilizaciones contra el genocidio en Gaza este 15 de octubre. Foto: UGT
CCOO y UGT han convocado paros y movilizaciones contra el genocidio en Gaza este 15 de octubre. Foto: UGT

En un manifiesto conjunto que será leído en los actos de este 15 de octubre, los sindicatos convocantes denuncian la ocupación ilegal de territorios palestinos en la Franja de Gaza y Cisjordania, la usurpación de bienes palestinos y reivindican la necesidad de que la paz se imponga en un Estado palestino viable, soberano y reconocido internacionalmente. «Hay que exigir a la comunidad internacional y a los gobiernos europeos que el alto el fuego anunciado sea permanente y verificable», dice el texto.

Se pide, igualmente, que se garantice el acceso inmediato de ayuda humanitaria a la población palestina; que la reconstrucción de Gaza se oriente a los intereses y necesidades de su pueblo, sin permitir la especulación extranjera; que el control de Gaza por parte del Estado palestino se establezca en un marco temporal concreto; y la retirada inmediata de las tropas israelíes de todos los territorios palestinos, incluidos los asentamientos ilegales.

Además, los sindicatos insisten en la suspensión y posterior revisión del Acuerdo de Asociación entre la Unión Europea e Israel; la aplicación de medidas contra las empresas que se lucran de los asentamientos ilegales en Cisjordania; la prohibición efectiva del comercio de armas con Israel; la puesta en marcha de planes urgentes de cooperación para Palestina por parte de todas las administraciones públicas; y, por supuesto, la investigación y enjuiciamiento de las personas y organizaciones responsables de crímenes de guerra y de lesa humanidad, que garantice procesos de justicia y reparación para las víctimas. Este mismo martes, el presidente del Gobierno dijo en una entrevista en la Cadena SER que la paz no podía significar impunidad.

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El Gobierno insiste en el genocidio: “La paz no puede significar impunidad”

Por: La Marea

«Las responsabilidades están ahí y eso no va a variar». Aunque celebra el acuerdo de paz en Gaza, el Gobierno español considera que deben continuar las investigaciones por genocidio contra el primer ministro israelí, Benjamín Netenyahu. Así lo expresó el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, el mismo día de la firma en la ciudad egipcia de Sharm el Sheij.

«Hay un caso ante el Tribunal Internacional de Justicia, precisamente basado en la Convención para la prevención y sanción del delito de genocidio, y también hay una investigación de la Corte Penal Internacional», recordó. Además, la Fiscalía española ha abierto una investigación al respecto.

Este mismo martes, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha insistido en ello en una entrevista en la Cadena SER: «La paz no puede significar el olvido ni la impunidad. Las personas que hayan sido actores principales del genocidio perpetrado en Gaza tendrán que responder ante la justicia».

Según ha dicho, «se mantiene el embargo de armas» a Israel hasta que se consolide la paz en Gaza y no ha descartado que España envíe tropas de paz a Gaza. «Tenemos que consolidar el alto el fuego».

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Trump se confirma como “el mejor aliado de Israel”

Por: EFE / La Marea

Con la liberación esta mañana de los 20 rehenes israelíes vivos y el inicio de la liberación de los 1.718 palestinos, se pone en marcha el plan llamado «de paz» por su principal artífice, Donald Trump. El presidente estadounidense aterrizó hoy en Israel para dar un discurso en su parlamento y dirigirse posteriormente a Sharm el Sheij, en Egipto, donde participó en la cumbre sobre Gaza. Trump presidió las reuniones junto al presidente egipcio Abdelfatah Al Sisi.

Su recepción en la Knéset se produjo entre aplausos que duraron alrededor de 20 minutos. Netanyahu lo saludó como «el mejor aliado que Israel ha tenido nunca en la Casa Blanca». El primer ministro israelí pronunció un discurso revanchista y triunfalista, justificando la matanza que desató en Gaza. A pesar del orgullo indisimulado que mostró ante los suyos, no viajó a Egipto para acudir a la cumbre. Con su ausencia elimina cualquier posibilidad (remotísima en cualquier caso) de ser detenido y trasladado a La Haya, donde tiene abierta una causa como presunto criminal de guerra.

Israel confirma la liberación de todos rehenes vivos secuestrados por Hamás
Numerosas personas reciben a los palestinos liberados de una cárcel israelí como parte del acuerdo entre Israel y Hamás, en la ciudad de Ramala, el 13 de octubre de 2025. ALAA BADARNEH/EPA/EFE

Trump, por su parte, habló ante la asamblea israelí de forma inconexa e improvisada. En su alocución dio cabida a anécdotas personales que él consideró graciosas sobre las negociaciones de Steven Witkoff con Putin, sobre su yerno (Jared Kushner) y sobre su secretario de Estado (Marco Rubio), entre muchos otros. Tras cada persona mencionada, su audiencia prorrumpía en aplausos, como si se tratara de una entrega de premios. En medio de sus erráticas divagaciones, se presentó a sí mismo (crípticamente) como la persona que ha sido capaz de conseguir la paz «en ocho guerras y en ocho meses». Y verbalizó el secreto de su éxito: «La paz a través de la fuerza. De eso se trata todo, ¿verdad, Bibi?», dijo dirigiéndose al primer ministro israelí. Dos diputados de la oposición (Ayman Odeh y Ofer Cassif) trataron de interrumpir su desatinado y larguísimo discurso (de más de una hora) en la Knéset, pero fueron desalojados rápidamente del recinto por los agentes de seguridad.

Por la tarde, en Sharm el Sheij se procedió a la firma oficial del plan elaborado por el presidente estadounidense para detener «la guerra», según sus palabras. El genocidio, como lo llama una amplia mayoría de la comunidad internacional, ha dejado más de 67.000 gazatíes asesinados a manos de Israel, 20.000 de ellos niños y niñas. Según diversos analistas, el controvertido plan de Trump, que consta de 20 puntos, es poco más que un alto el fuego y no constituye un marco duradero para la paz en Oriente Próximo. En él no hay ninguna mención a la progresiva ocupación ilegal de Cisjordania ni tampoco a la forma en la que Israel se retiraría de Gaza.

Reencuentro de los rehenes con sus familias

Según el protocolo establecido, los rehenes israelíes fueron entregados a la Cruz Roja dentro de la Franja, que los transfirió al Ejército israelí. Posteriormente, recibieron una primera evaluación médica antes de reencontrarse con sus familiares.

Más tarde serán evacuados en helicóptero hacia hospitales en las afueras de Tel Aviv: diez serán trasladados al Hospital Sheba, cinco al Beilinson y otros cinco al Ichilov.

También se espera la entrega de los cuerpos de 28 rehenes fallecidos que aún permanecen en Gaza, aunque por el momento se desconoce si esta será simultánea al regreso de los sobrevivientes o se llevará a cabo posteriormente.

Actualización: 13 de octubre de 2025 a las 20 horas.

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El Congreso convalida el embargo de armas a Israel

Por: La Marea

Tras los retrasos durante dos semanas consecutivas en el Consejo de Ministros, el aplazamiento por un día en el Congreso y el amago de Podemos de votar en contra, la Cámara Baja ha aprobado finalmente el Real decreto-ley sobre el embargo de armas a Israel. El texto ha sido convalidado con el apoyo de todos los partidos salvo el rechazo de PP, Vox y la abstención de UPN.

Entre otras medidas, el Real decreto-ley establece la “prohibición de transferencias de material de defensa” a Israel además de la denegación “de las solicitudes de autorización de tránsito de dicho material”. También queda “prohibida la importación en España de los productos originarios de asentamientos israelíes en el Territorio Palestino Ocupado”. 

«Es un embargo fake que no acaba con las dos principales contribuciones de España al genocidio en Palestina: por un lado, la compraventa de armas, y por otro, el tránsito de material militar con destino a Israel», había insistido la líder de Podemos, Ione Belarra, en un vídeo por la mañana, en el que anunció la decisión final del partido: votar a favor.

«Hoy vamos a permitir la convalidación de este real decreto precisamente porque pensamos que es la mejor forma de que todo el mundo pueda ver que España sigue manteniendo relaciones militares con Israel y que esto no es por ningún voto de ningún grupo en el Parlamento, sino porque el Gobierno ha hecho un embargo fake«, dijo Belarra, recoge Efe.

El voto de Podemos, que hasta el mismo día de la votación había sido una incógnita, era clave para que el Real decreto-ley fuera convalidado, al bastar con una abstención de los cuatro diputados morados. El partido también mantuvo en vilo el resultado de la Ley de Movilidad Sostenible hasta el último momento, finalmente aprobada.

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Bloqueo a Gaza, mar común y jurisdicción desde abajo

Por: Graciela Rock

Claves jurídicas anticoloniales y feministas sobre el bloqueo a Gaza y la Global Sumud Flotilla.

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“Lo que llaman el conflicto palestino-israelí es claramente un caso colonial”

Por: Danele Sarriugarte Mochales

La periodista Teresa Aranguren presenta el libro 'Palestina, la existencia negada'. Entre otros bulos desmiente que el sionismo naciera para compensar al pueblo judío por el Holocausto.

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