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El primer cristianismo era completamente hostil al Estado

Por: Kiko Pavonic
Capítulo "El Acocalipsis" del libro "Anarquía y cristianismo" de Jacques Ellul (1991).

Tratemos de determinar cuál podía ser la actitud de los cristianos de las dos primeras generaciones hacia el poder. Tomemos el Apocalipsis porque es uno de los textos (escrito entre 100 y 130 después de Cristo) más violentos, que se inscribe en la línea de las palabras de Jesús, pero más duro [32]. Es un texto que se dirige evidentemente a Roma (pero no sólo a la presencia de los romanos en Judea: se trata del poder central, imperial, de Roma misma). En todo el conjunto del libro hay una oposición radical entre la Majestad de Dios y todas las potencias y poderes de la tierra (de ahí el considerable error de quienes dicen que hay continuidad entre el poder divino y los poderes terrestres o, también, como sucedió bajo la monarquía, que a un Dios único, todo poderoso, que reina en el cielo, debe corresponder en la tierra un Rey único, igualmente todo poderoso; el Apocalipsis dice exactamente lo contrario).

En todo el conjunto de ese libro hay un cuestionamiento del poder político. Sólo retendré de él dos grandes imágenes: la primera es la de las “dos bestias” –que retoma una imagen de los últimos profetas– que, en efecto, representa los poderes políticos de su tiempo como bestias. La primera es “la bestia que sube del mar” (probablemente Roma, cuyas tropas llegaban por mar). Ella tiene un “trono” que le es dado por el Dragón (caps. 12 y 13) (el Dragón representa al anti-Dios), quien le atribuyó “toda autoridad a la Bestia”. Los hombres la adoran y declaran: “¿Quién puede combatir contra ella?” Le fue dada “toda autoridad y poder sobre toda tribu, todo pueblo, toda lengua y toda nación”. Creo que no se puede ser más explícito para designar al poder político que tiene autoridad, fuerza militar y que exige la adoración (en consecuencia, la obediencia absoluta). A esta Bestia la crea el Dragón (misma relación que ya encontramos entre el poder político y el diabolos). Lo que confirma la idea de que la Bestia es el Estado, que al final del Apocalipsis aparece como la Gran Babilonia (Roma) que es destruida (cap. 28).

Luego viene el combate en donde la Bestia reúne a todos los reyes de la tierra para hacer la guerra contra Dios, y a la Bestia se le aplasta y se le condena después del aplastamiento y condenación de su principal representante. En cuanto a la segunda Bestia, que sube de la tierra, mi interpretación pareció completamente absurda a los especialistas, pero la sostengo: cómo se caracteriza a esta Bestia, “hace que todos los habitantes de la tierra adoren a la primera bestia”; “seduce a los habitantes de la tierra”, “les pide hacer una estatua a la primera bestia”. “Anima la imagen de la bestia y habla en su nombre”. “Hace que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, reciban una señal sobre la mano derecha o sobre la frente, y que nadie pueda comprar ni vender sin que tenga la señal de la bestia”. En lo que a mí respecta veo la descripción muy exacta de la Propaganda asociada con la Policía. Ella, efectivamente, tiene discursos que llevan a la gente a obedecer al Estado, a adorarlo; da “señales” que permiten vivir en esta sociedad. Por último, a quienes no obedecen a la primera Bestia se les matará. Creo que la designación es clara, sobre todo si se toma en cuenta que uno de los principales medios de la propaganda era el establecimiento de un culto de Roma y del Emperador con altares, templos, etcétera, y que los reyes judíos de la época obedecían a ello perfectamente. Por ello, el texto habla de una Bestia que sube de la tierra, pues las autoridades locales de las provincias de Oriente eran las más entusiastas para que se desarrollara el culto de Roma. Es, por lo tanto, un poder que actúa sobre la inteligencia o la credulidad y que obtenía la obediencia voluntaria de la primera Bestia. Pero, recordemos que para los judíos que escribían ese texto, el Estado y su propaganda son dos poderes que vienen del Mal.

Finalmente, el último texto a considerar es el famoso capítulo 18 sobre la caída de la Gran Babilonia. Todo el mundo está de acuerdo en considerar que bajo ese nombre se visualiza a Roma. Pero es muy claro que en ese texto Roma se identifica con el poder político supremo. Todas las naciones han bebido el vino del furor de sus vicios (primer carácter interesante, el del furor, el de la violencia en el mal). Todos los reyes de la tierra se han abandonado con ella al adulterio (se trata del poder político en su cumbre, pues todos los reyes se han acostado con ella). Los mercaderes de la tierra se han enriquecido por el poder de su lujo (esto no tiene comentario: el Estado es un medio de concentración de la riqueza, enriquece a sus clientes. Hoy en día sucede lo mismo con las empresas “de grandes trabajos” y la fabricación de armamento. Conjugación del poder político y del poder del dinero). Cuando se hunda, “todos los reyes de la tierra se lamentarán, se desesperarán. Los capitalistas lloran…” Sigue una larga enumeración de todo lo que se vendió y se compró en Roma, pero lo más interesante es que al final de esta enumeración encontramos lo siguiente: la Gran Babilonia compra y vende “cuerpos y almas de hombres”. Si hubiera solamente cuerpos se podría pensar que se trata de esclavos. Pero está también la palabra alma. No es el comercio de esclavos lo que se cuestiona. Es el hecho de que el poder político detenta todo el poder sobre el hombre. Y lo que se promete es la pura y simple destrucción de ese régimen político. Sin duda alguna, Roma, pero no solamente ella, sino también todo lo que es el poder y cualquier supremacía que se muestran específicamente como enemigos de Dios. Dios juzga este poder político que es llamado la gran Prostituta. No hay ninguna justicia, ninguna verdad, ningún bien que podamos esperar de él; el único resultado es la destrucción. Estamos muy lejos de la eventual rebelión de Jesús contra la colonización romana. Dicho de otra manera, conforme los cristianos se volvían más numerosos y su pensamiento evolucionaba, se endurecía contra el poder político.

Sólo un pensamiento reduccionista puede pretender limitar exclusivamente ese texto a Roma. Quizás ese endurecimiento se debe a que las persecuciones comenzaban, cosa que el texto deja ver, ya que dice que la Gran Prostituta estaba “ebria de sangre de los santos y de la sangre de los testigos de Jesús”. “Encontramos en la gran ciudad la sangre de los profetas, y de todos los que han sido degollados sobre la tierra” (se trata no sólo de la masacre de los primeros cristianos, sino de todos los hombres justos).

Se nos enseña en ese texto que a quienes asesinaron a causa de su pertenencia cristiana eran decapitados (cap. 20, 4). No se trata todavía del espectáculo del circo, de los leones, etcétera. De esa manera el Poder no sólo mata a los cristianos, sino a todos los “justos”. Es verdad que esta experiencia aumentó la certeza de la condena al poder político. Creo que no hay en las primeras generaciones cristianas ninguna otra posición global. El cristianismo es en ese momento completamente hostil al Estado.

Jacques Ellul
Fuente: https://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/libros/Jacques%20Ellul%20-%20Anarquia%20y%20cristianismo.pdf

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Sobre el federalismo histórico en la Península Ibérica (Félix Carrasquer)

Por: Kiko Pavonic
Fragmentos de «Federalismo. Estructura y dinámica federal», texto de Félix Carrasquer Launed, pedagogo y escritor libertario, escrito en 1979. Publicado en 2018 por Editorial Descontrol. El libro se puede descargar aquí.

(…) en Asturias, León, Aragón y Castilla esencialmente, los municipios conservaron extensos montes comunales y que muchos poblados pudieron federarse libremente para la ayuda recíproca. Fue así como en las comarcas campesinas se conservaron prácticas federalistas durante siglos: se reunía la gente del municipio en el atrio de la iglesia, o en la plaza de la ciudad, y se distribuían las tierras cultivables en lotes equitativos todos los años, al objeto de que cada familia tuviera la parte correspondiente de acuerdo con los brazos hábiles de que disponía para cultivarla. Y de ese modo, los jóvenes al casarse podían emanciparse de sus familias de origen y, con su trabajo, organizar libremente su vida.

«Y no sólo distribuían el terreno en parcelas sino que daban a cada uno la oportunidad de llevar sus animales a las dehesas del común, y cuando algún padre de familia se encontraba enfermo, los demás cultivaban su pegujal o recogían su cosecha en un gesto de solidaridad realmente admirable que aún perdura en algunos pequeños pueblos» [36].

Todo esto, que la Iglesia y los nobles fueron recortando incesantemente mediante robos abusivos [37], y los reyes con dádivas inicuas, desapareció finalmente con la tristemente famosa ley de Desamortización de Mendizábal, y otras que le precedieron, y en virtud de las cuales muchas de aquellas tierras municipales, o de montes blancos, fueron vendidos con otras del clero. Pretendían que las compraran los braceros del agro que no tenían para mal comer. ¿Con qué dinero? No se les concedió ningún crédito y los ricos terratenientes, con otros de la nueva burguesía, se apoderaron de los campos. Entonces, los campesinos, desposeídos de sus predios y campos del Común, quedaron en la más espantosa miseria. De este elocuente pasado federalista de nuestro agro, se encuentran retazos admirables en la obra de Joaquín Costa ya citada.

(…)

Las comunas aldeanas, que comenzaron siendo libres, aunque luego fueron sometidas por los señores feudales o el rey, se desenvolvieron según normas federales de autogestión y apoyo mutuo, ya que aún cuando no hubiera un igualitarismo total había muchas riquezas en común y todo se resolvía en la asamblea del pueblo, Vicens Vives, refiriéndose a una aldea castellana nos dice entre otras cosas [72]: «El término se dedicaba a los siguientes usos: la defesa, o sea la dehesa, donde pastaban los bovinos; el cotus, bosque donde se cazaba; la mesta, –nombre que alcanzó importancia en la vida económica castellana–, donde se llevaba a apacentar los rebaños de corderos y, finalmente, la piscaria, o sea lagos o ríos, donde el aprovechamiento de la pesca era colectivo». Todo ello, lo mismo que las parcelas de cultivo, se redistribuían periódicamente a fin de que cada família tuviera las tierras que pudiera cultivar para satisfacer las necesidades con su propio esfuerzo; aunque lo más importante que los municipios han de reconquistar es su autonomía para poder gestionar libremente la vida cívica y económica de cada población.

Pero a partir de mediados del siglo XIV, los antiguos concejos de Castilla y otras regiones, nombrados por el pueblo, fueron sustituidos por otros designados por el rey o sus representantes mediante órdenes reales. Fue así como la autoridad central acabó con la autonomía de los pueblos y cómo éstos quedaron subordinados y regidos por decretos que venían de lejos y que nada sabían de las necesidades y aspiraciones de tales municipios. Esto queda corroborado con las apreciaciones de Zancada [73] cuando escribe: «Entre los varios factores que contribuyeron poderosamente a la dignificación y mejora del municipio, figura un elemento común que favoreció intensamente el desarrollo de estas organizaciones populares. Este elemento que disponía de grandes energías, fue la asociación professional de la población artesana, que actuaba a modo de contrapeso contra la tiranía de los barones feudales y bajo cuyo amparo el artesano logró hacer respetar sus derechos».

Esta intencionalidad de sometimiento y tiranía se ve diáfanamente en el Decreto de Felipe V, cuando sometió a Cataluña y le quitó sus Fueros. Así dictaminó para el nombramiento de los nuevos ayuntamientos [74]: «Quedan extintos y abolidos todos aquellos congresos, Juntas, consejos o ayuntamientos que en los lugares de Cataluña en numeroso concurso de personas solían congregarse al toque de campana, trompeta o voz o bien en otra cualquier forma refundiéndose en ellos toda la representación de aquel pueblo, y siendo estos numerosos concursos de gente regularmente perniciosos al estado, quedan totalmente abolidos y extintos y refundido todo el poder que ellos antes ejercían en las personas del bayle y regidores; cuyo nombramiento pertenece a nos y real audiencia». El tono despótico del decreto nos exime de todo comentario.

NOTAS:

[36] Costa, Joaquín. «Colectivismo agrario en España».

[37] Tales robos por parte de los señores, los reyes y la Iglesia, se hicieron a espaldas del «Fuero de León» que establecía: «Quien vendiera raíz de concejo, pierda tanta a tal raíz al concejo; a quien la comprare, pierda el precio y deje la heredat».

[72] Vives, Vicens. Óp. cit.

[73] Zancada, Práxedes: El Obrero en España. Barcelona: Maucci, 1902. Pág. 44.

[74] «L’Onze de Setembre i Catalunya». Barcelona: Undarius, 1976

Félix Carrasquer Launed
Fuente: https://reconstruirelcomunal.suportmutu.org/federalisme-felix-carrasquer

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[Libro] Crónicas del Movimiento Obrero Esperantista

Por: pegasus

Autor: Antonio Marco Botella

Introducción

“Palabra esencial en el tiempo”. Así definió el poeta a la poesía. La literatura y, en general, la palabra escrita parecen surgir de ese impulso tendente a que la expresión verbal se prolongue más allá del olvido y de la muerte.

Este libro quiere ser testimonio de personas que hicieron su camino con el ideal esperantista en pro de un mundo mejor. Está escrito con el deseo de dejar huella de esas “estelas en la mar” de las que también habló Antonio Machado.

Mi generación, los nacidos a principio de los años veinte del pasado siglo, que aún vivimos y hasta luchamos en la Guerra Civil Española, sufrimos los horrores de un execrable exilio e incluso una más que terrible dictadura de posguerra, nos encontramos ya a punto de desaparecer completamente…

Yo soy uno de esos raros especímenes de esa generación próxima a la extinción, que todavía vive y que ha debido superar, de forma análoga a alguno de mis compañeros, innumerables dificultades. Y créanme, amigos míos, digo esto sin ningún tipo de desaliento, ni tampoco con orgullo o arrogancia de cualquier género… Esa densa vida, producto de complejas circunstancias políticas que más de una vez comentábamos, fue motivo más que suficiente para que no pocos de mis amigos me preguntaran, por qué no escribía sobre ese periodo de la historia del Movimiento Obrero. Esto, y mis experiencias como esperantista antes, durante y después de la Guerra Civil Española, pertenecen y están en íntima relación con la historia de nuestro Movimiento, y fue quizás por esa insistencia, que escribí estas Crónicas Obreras que fueron editadas en Beauville (Francia) y presentadas en un Congreso en Orly, París. Esa edición, realizada en Esperanto, ya está completamente agotada. Ahora, veinte años más tarde, me preguntan: ¿por qué no una edición en español?

Existe una casi obligación para los que vivimos esos eventos de testificar, si es posible por escrito, sobre esos temas, y a tenor de ello ha nacido esa llamada “memoria histórica” que hoy se ha hecho actualidad y ha impulsado a muchas personas a dar su versión más o menos dramática de esos sucesos. A mi me asalta constantemente la duda sobre mi capacidad memorística para hacerlo tan dignamente como se merece el tema y como yo deseo, pero como veterano esperantista, que siempre hemos considerado al Esperanto más que como un idioma un ideal de paz e intercomprensión entre los hombres, tuve el impulso, hace ya unos años, de dar mi versión en Esperanto, y ahora estoy suficientemente motivado como para superar todas esas vacilaciones y dar una versión en castellano.

Por añadidura debo decir, que evocar esas vivencias dramáticas del pasado no me puede resultar agradable, puesto que, evidentemente, algunas de ellas van aparejadas con el dolor y la muerte, y la culpa de ese sentimiento la tiene ese millón largo de muertos, uno por cada hogar español, entre los cuales, ciertamente, se pueden calcular algunos de nuestros más queridos amigos y compañeros, y entre ellos puede encontrarse, como es mi caso, mi hermano más querido. Herida que en verdad, nunca se cerró. Que nunca se cerrará …/…

Fuente: https://granada.cntait.org/content/cr%C3%B3nicas-del-movimiento-obrero-esperantista

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El rock en su contexto

Por: Kiko Pavonic
música

Hoy en día, cuando han pasado más de cuarenta años desde la creación del Salón de la Fama del Rock en Cleveland (“Hall of Fame”) y del canal MTV, resulta trivial decir que el rock ha muerto. Sus despojos son a lo sumo objeto de arqueólogos musicales, piezas de museo o material para la fusión con otros estilos mejor adaptados al consumo juvenil. No representa en absoluto la música de las generaciones actuales; no es un elemento significativo de su cotidianidad, ni menos un arma de su inexistente rebeldía. De hecho, el pop contemporáneo no lo hacen los jóvenes, lo fabrican otros para los jóvenes. Quienes eligen la música que desean escuchar no son ellos, sino los directivos de la industria musical. En fin, si nos ceñimos exclusivamente a los países de capitalismo tecnológico de masas, tampoco existe ya una cultura o subcultura específicamente juvenil opuesta a la cultura dominante, fuera del espectáculo, como en los sesenta, ni puede hablarse en puridad de una verdadera brecha generacional representada por la música pop, llámese esta tecno, hip hop, house, dance, k-pop, trap o reguetón. En la actualidad, la juventud es un factor universal objeto de un inmenso mercado: en la sociedad plenamente espectacular la cultura denominada “joven” es la que domina. Los contornos en el tiempo de la lozanía son cada vez más imprecisos. Conforme su capacidad consumidora se ha multiplicado, la duración del periodo juvenil se ha prolongado y la frontera con la edad adulta ha retrocedido mucho más allá de los 24 años fijados por la ONU. Al fin y al cabo, el sistema dominante se reconfiguró ideológicamente integrando los hábitos, valores y actitudes de la juventud a su acervo cultural. Gracias a internet y a las redes sociales, la adolescencia se eternizó en el mercado y la vida adulta se desvalorizó seriamente. Si la experiencia ya no estaba de moda, la edad dejó de vender. En un mismo proceso de alienación, las diferencias edadistas se borraron. La brecha entre generaciones ha sido colmada, pero no debido al intercambio mutuo y al establecimiento de objetivos comunes, sino al pánico al envejecimiento: los adultos quieren conservarse jóvenes cueste lo que cueste y los jóvenes pasan de ellos tanto como del pasado.

El texto “Rock para principiantes” tiene por objeto el rock en sus inicios y su culminación, poniéndolo en relación con las circunstancias históricas -sociales y culturales- que determinaron su desarrollo, expansión y universalización. El rock es un fenómeno cultural que pertenece a su época, aquella en la que la diversión era subversiva y el sexo, tabú, y su ser naufraga fuera de ella, perdiendo su significado verdadero en los vanos intentos de rehabilitación. Los años de posguerra -los treinta gloriosos- fueron años de prosperidad que posibilitaron el nacimiento en las urbes de un espacio juvenil autónomo, libre de constricciones laborales y pecuniarias. Paradójicamente, y en el caso concreto de los Estados Unidos, allá donde empezó todo, fue una época en la que la insatisfaccción, el aburrimiento y la decadencia política calaron hondo entre los jóvenes de todas las clases, situación que les llevó a buscar refugio en el mundo de las emociones, el erotismo, el canabis y la música negra. Fruto de todo ello fue el rock. Era una expresión musical que al echar raíces, desplegarse en compañía del soul y del folk, y oponerse a la guerra y la segregación racial, facilitó el camino de la conciencia y la utopía. «Los tiempos están cambiando», cantará Dylan. La separación entre generaciones puesta al descubierto por la música y la moda, no era más que el comienzo de un conflicto de clases de nuevo tipo, donde lo poético, lo lúdico y lo gratuito adquirían una importancia mayor. Divertirse era transgresor, como también llevar el pelo largo, vestirse de forma llamativa, hacer el amor o fumar maría, formas irreverentes de ejercer la libertad y enfrentarse con el puritanismo hipócrita del sistema. Según este insólito e innovador punto de vista, la revolución en el “primer mundo” sería una fiesta, un juego comunitario pacifista, un inacabable baile ceremonial. Jerry García, el guitarrista de Grateful Dead, apuntaría que, más que de una protesta, se trataba de una celebración.

Una serie constante de invenciones y mejoras técnicas -el tocadiscos, los amplificadores, el micro, el bajo eléctrico Fender, el transistor, el disco de siete pulgadas, el “Hit Parade”, etc., – favorecieron la penetración de la música pop en la vida cotidiana, y despertaron el interés por la música negra, donde el ritmo era la parte dominante. La acentuación rítmica la volvía más bailable y de eso se trataba. Las primeras huellas de lo que sería mucho después el rock podemos hallarlas en el fraseo pianístico superpuesto a un ritmo cuatro por cuatro marcado por el saxo de la pieza “R.M. Blues”, compuesta en 1945 por Roy Milton. A esa clase de música se la acabó llamando “Rhythm & Blues” como rechazo a su denominación corriente de “música de raza” y fue la base sobre la que se construyó el rock & roll a lo largo de los primeros años cincuenta del siglo XX. El r’n’b no era una música homogénea y podemos decir que cada gran ciudad tenía su estilo propio. En consecuencia, el rock’n’roll apareció simultáneamente en varios lugares -New Orleans, Chicago, Memphis, Los Ángeles- con características distintas, prestadas del rhythm’n’blues más o menos mezclado con el boogie, el hillbilly, el country, el swing o el blues eléctrico, dando preponderancia tanto al piano y al saxo tenor, como a la guitarra, el bajo acústico y la batería, o a las armonías vocales y la coreografía. Se acabaron las grandes orquestas y las bandas de jazz. El éxito de esa “música brutal, fea, degenerada y viciosa que jamás me haya disgustado escuchar”, según opinión de Frank Sinatra, revolucionó el “Show Bussiness”, borró las fronteras entre la música “blanca” y la de los afroamericanos. Sin embargo, al mismo tiempo, propició la expansión del negocio musical, algo que trajo consecuencias negativas para la rebelión juvenil. Elvis Presley fue quien mejor representó las dos caras del rock’n’roll, la provocadora y revoltosa del principio y la comercial y vulgar del final. La distracción, el placer –como después las flores en el cabello o la sexualidad desinhibida- no eran signos de desobediencia si entraban en el engranaje industrial del entretenimiento, caso del twist y la moda de los bailes. El apelotonamiento evasivo de los conciertos y festivales podía significar la mayor señal de acuerdo con la dominación.

Pocos años después, un estado de ánimo similar al americano, aunque menos radicalizado, se adueñaba de la juventud británica: Dave Davies, de los Kinks, cuenta en sus memorias que “cualquier cosa era posible en aquellos tiempos despreocupados (…) nos sentíamos invulnerables y la música lo significaba todo”. Tales circunstancias permitieron que el rock se rehiciera de nuevo en Inglaterra y desde allí, gracias sobre todo a los Beatles y los Rolling Stones, “invadiera” los Estados Unidos para proyectarse después mundialmente a través de los discos y la televisión. Millones de jóvenes sintieron que “su alma se había psicodelizado” como dijeron los Chambers Brothers en “Time has come today.” Un fenómeno de masas de tal calibre fue inmediatamente aprovechado, en tanto que productor de beneficios, por el capital, y en tanto que nueva cultura permisiva de orden, por la política. Fuera de control podía convertirse en una amenaza para el orden, y, bien encauzado, en un factor renovador imponente. Una vez depuesto Nixon y aparcada la vía represiva estadounidense que dejó tras de sí un reguero de muertos y buenas canciones, los ministerios de la cultura y la industria del espectáculo apostaron por la modernización (la suspensión de la amenaza de deportación de John Lennon podía servir de fecha.) Las emisoras y los platós televisivos le consagraron grandes espacios. Sofisticados equipos de alta fidelidad se pusieron al servicio de los nuevos melómanos. De alguna forma, el rock se instalaba en el sofá. A lo largo de los setenta se hizo cada vez más teatral, más sinfónico, más narcisista y mucho menos subversivo. Más Queen, más Bowie, más Pink Floyd y más New Wave. Hubo reacciones: El punk, el heavy metal, el rap de los primeros tiempos y el reggae lo fueron, pero no llegaron a desbordar los guetos que les contenían sin ser recuperados, aunque esa es otra historia.

La pérdida de autenticidad del rock ocurrió primero al entrar en los estudios de grabación. Era una música para ser oída en la radio y en los juke-box, dentro de los coches, en los bailes y en los guateques (“parties”), pero sobre todo, para escucharse en directo en espacios no demasiado grandes. Las sesiones de grabación solían durar poco. Los Animals grabaron “The House of the Rising Sun” en una sola toma. Led Zeppelin realizó su primer álbum en un solo día. No obstante, el “muro de sonido” de Phil Spector y la grabadora de cuatro pistas de los estudios Abbey Road cambiaron el panorama. Después, la ingeniería sonora introdujo múltiples modificaciones y efectos especiales incapaces de reproducirse en vivo. Salvo excepciones como Jimmi Hendrix, los artistas sonaban peor en directo. De hecho, muchas canciones grabadas jamás se interpretaron en público. El negocio de la venta de discos y la televisión estaban ninguneando las actuaciones en clubes y salas, favoreciendo en una misma jugada la conversión de la música en mercancía y de los intérpretes en ídolos. Las actuaciones en playback de la tele, prologaron el tratamiento espectacular de los videoclips promocionales, que con ayuda post festum del YouTube se convertirían en la herramienta más eficaz a la hora de insuflar en los jóvenes los objetivos, deseos y valores más acordes con la dominación. Los conciertos multitudinarios en campos de fútbol o grandes espacios vallados, con sus potentes equipos de sonido y pantallas, más propicios al vedetismo y a la pasividad, acentuaron el declive. El rock podía concentrar con facilidad a decenas de miles de personas, pero no para amotinarlas, sino para adormecerlas. No es de extrañar que la verdadera creatividad transitara por caminos de autodestrucción: Lou Reed, Syd Barrett, Sly Stone, Brian Wilson… Finalmente, la juventud fue confinada en un espacio acotado de macrodiscotecas y estadios, donde los pinchadiscos -DJ’s- facturaron una música sin músicos a partir de mezclas, cajas de ritmos y sampleos de vinilos. Con la tecnología digital llamando a las puertas, el rock, incluso en las formaciones más conservadoras “orientadas” a los adultos, tipo Status Quo, Dire Straits o Foreigner, estaba sentenciado. Otra época se inauguraba donde la música saltaba de los microsurcos analógicos a la codificación en lenguaje binario de los CD y todo se volvía más matemático, más regular, más previsible y más aburrido. En la actualidad, cualquier sonido instrumental es procesado por máquinas y reconstituido por “arquitectos” en un corta y pega capaz de simular una banda tocando en directo. Dado lo cual, la interpretación -parafernalia visual de luces y bailarines aparte- es puro karaoke.

La derrota de las revueltas anticapitalistas en el mundo se reflejó culturalmente en la posmodernidad, etapa caracterizada por la decadencia de las ideologías progresistas, la pérdida de valor del pasado, el escapismo espiritualista tipo Santana, la desconfianza en el futuro, la música disco, la reducción de la vida a imagen y el individualismo extremo. En ella, la categoría “juventud” no explicaba nada. La fiesta, el entretenimiento, la marcha, eran maneras universales, para todos los públicos, perfectamente integradas en la sociedad y fomentadas por las instituciones. Al aprobarse sus actitudes y ensalzarse sus gustos, la juventud dejó de servir como referencia identitaria aparte. Dejó de ser un peligro. Pero no solo por su supuesta perennidad, por la vulgarización de los tópicos juvenilistas en la vida adulta, sino por la inclusión de los jóvenes en el mercado laboral, por su sometimiento forzoso a las leyes económicas en las condiciones más precarias que se podían esperar. O sea, por su proletarización. La dureza de las crisis económicas redujo a cero sus posibilidades de autonomía, y por consiguiente, su imprevisibilidad y su especificidad. La juventud ya no era más que parte neutra de un mercado, donde todo, y por supuesto la música, seguía las reglas marcadas por la lógica espectacular del dinero. Un mercado importante que la atrapaba, la sometía y le ofrecía productos etiquetados como suyos. La música, por ejemplo, todo tipo de música, porque cada cual tiene sus preferencias y toda canción está disponible online. Ni siquiera la música tecno de los amontonamientos espontáneos e ilegales, ajenos al negocio, iba más alla del aturdimiento en compañía. Decididamente, ni las raves ni los “botellones” cambiarían el mundo.

Los años ochenta del siglo pasado marcaron el inicio de la globalización, etapa donde el comercio y las finanzas correrían a amalgamarse con la cultura, la diversión gregaria, la misma nostalgia y la música pop. El trabajo de los productores en cuadrilla se impuso sobre la personalidad aislada de los intérpretes; triunfó el arreglo normativo sobre la improvisación, el collage sobre la originalidad, lo seguro sobre lo creativo… Ningún detalle quedó al margen de lo que llaman “la producción”. Los sintetizadores, secuenciadores y vídeos serán los instrumentos de legitimación mayor del espectáculo. Al final, las gustos, modas y estilos juveniles se regirán en exclusiva a través de canales y plataformas de streaming. Sin embargo, en plena proletarización del mundo, el público juvenil no podrá evitar ser una reserva de mano de obra en situación apurada, cuyas perspectivas laborales y vitales serán más que problemáticas, y, musicalmente hablando, poco formulables. El enorme contraste entre el modo de vida frívolo, fetichista y acelerado del mensaje mercantil y la pobreza real de quienes no pueden subirse al carro hedonista, proporciona un buen baño de realidad y -esperemos- un mejor gusto musical. El desencanto abrirá nuevas brechas y generará nuevos conflictos que -deseamos- intentarán que la dominación, tal como ahora es, se vaya con su música a otra parte. Que así sea.

Miguel Amorós

Presentación del libro “Breve histoire sociale du rock” el 6 de septiembre de 2025 en el Petit Festival de Puylaurens, Occitania.

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Terrorismo de Estado durante el Trienio Liberal («Aquí fue Castellfollit. Pueblos, tomad ejemplo»)

Por: Kiko Pavonic

La política del terror del liberalismo perpetró en Cataluña la destrucción de Castellfollit de Riubregós (Anoia) y Sant Llorenç de Morunys (Solsonès). A pesar de toda la retórica de liberación, el nuevo régimen «tomaba partido por los terratenientes», fue tremendamente represivo y reforzó las estructuras de poder concentrado (político, económico, militar…). Con la desamortización civil de Madoz, de 1855, robaría millones de hectáreas de bienes comunales y de propios a los pueblos, muchos de estas incluyendo bienes productivos industriales e inmuebles.

Vídeo hecho con fragmentos del libro «El común catalán. La historia de los que no salen en la historia» de David Algarra Bascón:

El trienio liberal [1820-1823] fue tremendamente expeditivo para hacer frente al desacuerdo Aprendieron bien de los revolucionarios franceses, quienes, por ejemplo durante la guerra de la Vendée (1793-1796) acabaron con la sublevación campesina mediante un genocidio: «¡La Vendée ya no existe, ciudadanos republicanos! Ha muerto bajo nuestra libre espada, con sus mujeres y niños. Acabo de enterrar un pueblo entero en los pantanos y los bosques de Savenay. Ejecutando las órdenes que me habéis dado, he aplastado a los niños bajo los cascos de los caballos y masacrado a las mujeres, que así no parirán más bandoleros. No tengo que lamentar un solo prisionero. Los he exterminado a todos» [3], escribió en París el general jacobino Westermann.

Como muestra de esta imitación en Cataluña del estilo «revolucionario francés» tenemos la destrucción de dos pueblos catalanes, Castellfollit de Riubregós y Sant Llorenç de Morunys, que se habían rebelado contra el régimen liberal.

El incendio de pueblos, las multas por la negación de cualquier ayuda o los fusilamientos inmediatos fueron los métodos brutales de actuación del ejército liberal para que los pueblos desistieran de la rebeldía. En octubre de 1822, Castellfollit de Riubregós fue demolido del todo: las casas, los torreones y el castillo, incendiados y los aldeanos muertos. El general Mina mandó levantar una piedra con una inscripción que decía «Aquí fue Castellfollit. Pueblos, tomad ejemplo. No abriguéis a los enemigos de la Patria» [3] y publicó un bando donde ordenaba que si algún pueblo aliado con los facciosos tocara a somatén, sería saqueado e incendiado (ESPOZ, 1962).

Esta política de terror daría resultados contrarios a los esperados por los liberales: el odio hacia el ejército regular y el Estado liberal creció entre las clases populares catalanas. Además del ejército regular, con la Constitución de Cádiz de 1812 se había dado reconocimiento legal a las llamadas milicias nacionales, un cuerpo de policía que tenía la tarea de mantener el orden en el interior del país, y dentro del orden del nuevo régimen se encontraba la propiedad privada absoluta que topaba con las servidumbres comunitarias del Antiguo Régimen. (…)

En cuanto a la privatización del comunal durante el trienio liberal, la desamortización del patrimonio municipal (…) se reguló con el decreto del 8 de noviembre de 1820 (…). Pero posteriormente, en el decreto del 29 de junio de 1822, se dictaminaba que los terrenos del patrimonio real, así como el comunal y los de propios, se redujeran a propiedad privada dificultando todavía más el acceso a los payeses con menos recursos. (…)

Muchos vecinos –que se encontraban en una grave crisis de subsistencia– habían puesto sus esperanzas en el nuevo orden liberal, con la creencia que pondría fin a las usurpaciones de tierras comunales por parte de algunos particulares que se habían convertido en terratenientes. Esperaban que entonces se hiciera un reparto más justo, pero se encontraron con un nuevo régimen que tomaba partido por los terratenientes, de forma que la lucha «pacífica» por la propiedad de la tierra estalló en un conflicto abierto en algunos municipios, donde los vecinos abandonaron la vía legal y empezaron a ocupar las tierras que consideraban comunales [6].

David Algarra
Fuente: https://reconstruirelcomunal.suportmutu.org/terrorisme-estat-trienni-liberal

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