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La auditoría de REAS concluye que las entidades cumplen con buena nota los principios de la economía social y solidaria

Por: La Marea

La presencia de mujeres en la economía social y solidaria es mayoritaria entre las personas trabajadoras (68%), voluntarias (64%) y las que realizan labores de representación (57%). Además, el 73% de las organizaciones mejoran los permisos establecidos por la ley de conciliación familiar y laboral. Y la brecha salarial con respecto a los hombres es mínima: del 0,79%. Son algunos de los resultados obtenidos en la última Auditoría Social de REAS RdR, la Red de Redes de Economía Alternativa y Solidaria. El informe incluye un análisis específico de género y otro del mercado social, y han participado 731 entidades.

Todas ellas, con un número medio de 26 personas trabajadoras y unos ingresos medios de cerca de 1,19 millones de euros, daban empleo en el año 2024 a más de 19.000 personas. En sus 30 años de andadura, desde su constitución en 1995, REAS RdR ha buscado el fortalecimiento del
movimiento de la economía social y solidaria en todo el Estado español, profundizando en su
capacidad como sujeto de transformación social a partir de los valores y prácticas recogidas
en su Carta de Principios.

Y, comenzando por la equidad, según los principales datos recogidos, las organizaciones auditadas cumplen con buena nota. Con respecto a la distribución justa de la riqueza, los datos también son positivos: el 59% dedica el reparto de beneficios a reservas, compensación de pérdidas o inversiones propias. El 19% lo destina a causas sociales y solidarias. Y el 7% a inversiones en entidades financieras de la economía social y solidaria.

Sus principales fuentes de ingresos provienen de la facturación y el 33% de subvenciones. En este capítulo, la forma jurídica con más dependencia de las subvenciones son las asociaciones (51%), mientras que las cooperativas de servicio y de trabajo asociado dependen de ellas un 12,32% y un 26%, respectivamente.

Entre las cuestiones relacionadas con el trabajo digno, el salario medio en estas entidades asciende a 25.795 euros. Por otro lado, un 68% cuenta con un reglamento interno que incluye medidas de mejora de las condiciones laborales establecidas en el convenio de aplicación. En los sectores más representativos de la muestra, la formación ocupa más del 60% de las entidades y en más del 80% la formación se contempla para personas trabajadoras.

Sobre la sostenibilidad ecológica, numerosas entidades afirman que hacen esfuerzos para mejorar sus prácticas de consumo. Un 95% de ellas señalan que tienen en cuenta que sean de proximidad y ecológicos a la hora de adquirir productos. En lo que se refiere a energía renovable, el 54% contrata el servicio eléctrico con una proveedora de energía de fuentes 100% renovables; un 19% lo hace de manera parcial y un 26,5% no contrata con servicio eléctrico renovable.

Sobre la movilidad, el 60% incorpora, ofrece o facilita alguna alternativa o ayuda relacionada con el transporte hacia el centro de trabajo, incluidos el teletrabajo, compartir coche, aparcamiento para bicis, etc. Por otro lado, el 46% facilita un transporte ambientalmente sostenible a las personas que necesitan desplazarse por necesidades de los proyectos de la propia organización.

Los datos también reflejan el alto compromiso con la cooperación. Así, el 95% de las entidades se articulan en intercooperación sectorial. Mayoritariamente comparten conocimiento y proyectos, pero menos de la mitad comparte local o gestión. Solo un 4% de las entidades no cooperan.

Además, un 75% de las entidades prevén acciones para fomentar la diversidad dentro de la organización, cifra que asciende al 81% en el caso de acciones positivas hacia fuera de la organización. “Los datos permiten comprobar la relevancia económica que alcanzan en España las entidades de la economía social y solidaria”, concluye REAS.

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Coceta homenajea “el poder transformador de las cooperativas” en una gala de premios

Por: La Marea

La Confederación Española de Cooperativas de Trabajo Asociado (Coceta) ha celebrado, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, la primera edición de los Premios Nacionales del Cooperativismo de Trabajo, un reconocimiento público a las empresas y personas que, desde el modelo cooperativo, impulsan la transformación económica y social de España.

“Una pequeña cooperativa puede salvar un pueblo, una cooperativa de cuidados puede mantener la vida en una comarca y una cooperativa de jóvenes puede devolver esperanza a un barrio que parecía condenado al silencio. Eso es el cooperativismo: una manera de emprender con propósito, de tejer comunidad y de construir futuro”, ha reflexionado el presidente de Coceta, Luis Miguel Jurado, en la inauguración del acto, en el que ha subrayado la relevancia de estos premios. La entrega de galardones ha contado con la asistencia de Jaime Iglesias, Comisionado Especial para la Economía Social.

Los galardones

El premio ‘Jóvenes Cooperativistas’ ha reconocido la labor comunicativa del equipo de Guapa, Lista y Cooperativista a través de nuevos canales y su compromiso con el cooperativismo, mostrando su «potencial de transformación y empleo digno a las nuevas generaciones».

En la categoría ‘Cooperativa Innovadora’, ha obtenido el galardón Givit Delivery Coop, una cooperativa de trabajo andaluza que realiza la prestación de servicios de mensajería, recadería, reparto, entrega de materiales y documentación in situ, «dignificando la figura de los riders«.

El premio a la ‘Cooperativa Impulsora de los ODS’ ha sido para Grupo Sorolla Educación, cooperativa valenciana con más de 40 años de trayectoria trabajando por la educación y la excelencia educativa, apostando por los modelos educativos innovadores y la sostenibilidad.

El galardón en la categoría de ‘Persona destacada en el desarrollo del Cooperativismo y la Economía Social en España’ ha sido para Juan Antonio Pedreño, presidente de la Confederación Empresarial Española de la Economía Social (CEPES), la Organización Europea de la Economía Social (SEE) y Ucomur. El premio reconoce su «incansable labor impulsando y defendiendo este modelo de hacer empresa con principios y valores, no solo a nivel nacional sino europeo».

Y en la categoría de ‘Mujer Cooperativista’, la premiada ha sido Maravillas Rojo, presidenta de Abacus cooperativa desde 2017, por su amplia trayectoria, «dedicando buena parte de su vida al progreso del cooperativismo y al servicio público».

«Esta gala de premios ha sido, también, un espacio de encuentro, inspiración y reconocimiento de este modelo de hacer empresa con principios y valores, donde se han compartido experiencias poniendo el valor el compromiso de quienes lideran, sostienen y promueven el ecosistema cooperativo en todos los territorios de España», indican desde Coceta. Según los últimos datos recabados, en 2024 se han creado 1.227 nuevas cooperativas y cerca de 3.000 empleos.

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IDEARIA Lab, el ‘think tank’ de la economía solidaria

Por: La Marea

Se suele decir que dos cabezas piensan mejor que una y, si esto lo aplicamos al entorno laboral, suele ser todavía más importante ampliar perspectivas y multiplicar opciones. En eso creen firmemente en REAS Red de Redes, desde donde insisten en la importancia de la economía solidaria como «un pilar estratégico» de la economía. Por eso, desde REAS Red de Redes lanzan el think tank con el nombre de IDEARIA Lab.

El objetivo de este «laboratorio de ideas», como lo definen, es que sea «un espacio permanente para el pensamiento estratégico» con el fin de «proyectar la incidencia de la economía solidaria». En su presentación han dado a conocer su primer trabajo: el dossier Ideologías transformadoras y economía solidaria. Intersecciones y retos, un compendio de artículos que se centra en la economía solidaria y las principales corrientes ideológicas transformadoras, como los feminismos, el ecologismo, el republicanismo, el ecosocialismo de mercado o las economías comunitarias, entre otras.

De esta forma, celebran el 30 aniversario de la red y esperan seguir consolidando su capacidad de generar propuestas teórico-prácticas para atender a los retos ecosociales del momento. Y son un referente para ello, ya que en su entidad aglutinan más de 1.000 organizaciones, 250.000 personas y 15 redes territoriales en el Estado español. La economía social y solidaria ya es una realidad sólida.

En su presentación, han contado con dos mesas, ocupadas por el ecologista y educador Luis González Reyes (Fuhem), el sociólogo José Luis Fernández Casadevante, Kois (Garúa), o la representante de Assemblea Catalana per la Transició Ecosocial, Eva Vilaseca, entre otros. En ellas ha participado como moderador el periodista Yago Álvarez, quien definía este proyecto como «necesario», no sólo en el fondo, sino también en la forma: «Tenemos que dejar de escribir tweets de solo 240 caracteres o hacer vídeos verticales de 1 minuto y tener una buena base en las ideas que queremos compartir».

Hablemos de capitalismo

¿Se puede vivir al margen del sistema capitalista? ¿Cuál es y puede ser el papel de las cooperativas? Estas son algunas de las preguntas que subyacen en la charla. «La economía solidaria es un esbozo de un sistema alternativo al capitalismo», opinaba el experto en cooperativismo Jordi García Jané, de l’Apòstrof, también ponente en el acto.

Por su parte, Luis González Reyes, autor de uno de los cuatros artículos que forman parte del dossier, subraya la falta de autonomía como consecuencia de la pertenencia a un sistema con el capital en el centro. «Recuperar (la autonomía) es un paso imprescindible para activar economías poscapitalistas. Y esa construcción de la autonomía no la podemos hacerla en solitario: necesitamos comunalismo», sostiene.

Sumó sus reflexiones al evento el sociólogo José Luis Fernández Casadevante, Kois, autor de otro de los artículos del dossier, donde desgrana el concepto de socialismo de mercado y hace un recorrido por la historia del cooperativismo. «Las cooperativas y los sindicatos surgieron a la vez; una intervenía sobre el espacio de trabajo y la otra, el cooperativismo, era un anteproyecto de un modelo alternativo de producción y consumo», recuerda. Actualmente, afirma que «luchar por la democracia, defender la igualdad y pensar en un escenario de transición ecológica son tres cuestiones inseparables. Y quizás el único camino para llegar a ellas es la economía social».

Si no pudiste asistir en persona, todavía puedes ver el evento de forma online:

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Debate, reflexión y aprendizaje conjunto: así fue la presentación de Altacoop

Por: La Marea

En España hay más de 11.500 cooperativas. En este amplio escenario conviven desde organizaciones con menos de media decena de empleados a otras que superan los 250. Sin embargo, las cooperativas más pequeñas, con entre 1 y 5 empleados, son mayoría: suponen el 62% de las cooperativas en nuestro país. Son, precisamente, las organizaciones más pequeñas, las que más sufren la falta de recursos —materiales y humanos— para hacer frente a un área clave: la comunicación.

Por ello, La Marea ha desarrollado en los últimos meses Altacoop, el altavoz de las cooperativas, un proyecto que se presentó el pasado martes, 23 de septiembre y que fue acogido por el Teatro del Barrio (Madrid). Una vez más, este espacio, referente cultural del escenario madrileño y nacional, fue el refugio de La Marea, propiciando un espacio de encuentro, reflexión y aprendizaje conjunto. Puedes escuchar todo el acto a continuación o a través de este enlace.

Altacoop nace con doble objetivo: por un lado, ofrecer herramientas para mejorar la comunicación de las organizaciones; por otro, y de forma complementaria, crear espacios de intercambio de experiencias y conocimientos en este área. Altacoop pretende ser un altavoz para dar voz y visibilizar la labor de las cooperativas.

Para tal fin, y como no podía ser de otra manera, el proyecto se compone de una vertiente periodística, compuesta por una serie de reportajes a diversas organizaciones de la economía social y solidaria de todo el territorio nacional (y también de algunas experiencias extranjeras).

Historia(s) del cooperativismo

Una vez más, La Marea ha vuelto a apostar por el formato sonoro. Gracias al trabajo de Rocío Gómez y Eloy de la Haza, cada uno de los reportajes cuenta con una píldora sonora asociada, de unos cinco minutos de duración cada uno. Estos pequeños episodios las palabras traspasan el papel -o las pantallas- y cobran vida a través de las voces de sus protagonistas.

La parte sonora de Altacoop va más allá de estas cápsulas: lamarea.com ha producido también el documental sonoro ‘Historia(s) del cooperativismo’. Con guión de Rocío Gómez y diseño sonoro de Eloy de la Haza, este documental recorre los orígenes del cooperativismo hasta 2025, Año Internacional de las cooperativas. Desde Rochdale a la Flor de Maig, revisa distintos ejemplos de transformación social protagonizados por el cooperativismo, desde la lucha de Bruguera hasta las claves de la experiencia Mondragón o la próxima cumbre en Doha.

El acto comenzó con un pequeño diálogo con Rocío Gómez y Eloy de la Haza, donde los autores avanzaron qué podrán escuchar los lectores -o, mas bien, los oyentes- en estas piezas. Reflexionaron también sobre sus aprendizajes durante el proceso de elaboración de este documental, y los aspectos o historias que más llamaron su atención.

Del pasado al futuro del cooperativismo

La investigadora Rocío Nogales-Muriel, de la red internacional de investigación EMES realizó un recorrido por la evolución del cooperativismo, aportando una visión histórica y de conjunto. Esta intervención sirvió como contexto para situar cómo y por qué ha llegado el cooperativismo hasta la actualidad.

De izda. a dcha.: Eloy de la Haza, Rocío Nogales-Muriel, Ana Ordaz, en el Teatro del Barrio | Cedida.

Tras el repaso histórico del cooperativismo tuvo lugar una mesa redonda en la que participaron Marta Rebeca de La Fuente Alonso, de Ecooo; Karla Molina Montalvo, de Coop57; y Sonia Martín Martín, de Agresta. La representación de estas cooperativas en la mesa fue muy enriquecedora, ya que todas ellas cuentan con trayectorias más que consolidadas.

De hecho, todas ellas están de aniversario: el pasado mes de abril, Ecooo celebró 20 años defendiendo la economía solidaria y la innovación energética; por su parte, también este 2025 Agresta celebra 25 años de trayectoria forestal y cooperativa; mientras que Coop57 celebra 30 años de compromiso solidario y crecimiento compartido.

De izda. a dcha.: Eloy de la Haza, Marta Rebeca de La Fuente, Karla Molina, Ana Ordaz, Sonia Martín, en el Teatro del Barrio | Cedida.

Durante unos 45 minutos de charla, se abordaron multitud de cuestiones: desde cuáles son las principales dificultades que afrontan estas cooperativas en su día a día (ya sean de tipo burocrático, económico, organizativo, etc.) a qué recetas aplican para superarlas. También se reflexionó sobre los aprendizajes del día a día y de décadas de trayectoria; sobre los cambios (a mejor y a peor) experimentados en el contexto del cooperativismo; y sobre hacia dónde evoluciona la economía social y solidaria en España.

El evento finalizó con un breve turno de preguntas y reflexiones por parte de algunas de las personas asistentes al acto, que tuvieron oportunidad de dialogar con las participantes de la mesa.

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Llevar la cooperación en el carro de la compra

Por: Fermín Grodira

Hacer la compra es un acto político cotidiano. Bajo esta premisa nacieron hace décadas los supermercados cooperativos, tiendas formadas por las y los propios consumidores y sin ánimo de lucro. En España se agrupan 11 cooperativas de consumidores en 12 municipios en la Red de Supermercados Cooperativos, superando los seis mil consumidores, según su web. Por su parte, la Asociación Española de Distribuidores, Autoservicios y Supermercados (Asedas) representa tres cuartos de la distribución alimentaria con 19.200 establecimientos minorista.

Entre los grandes del sector que conforman Asedas, también se cuelan cooperativas como la andaluza Coviran y la valenciana Consum. Se diferencia principalmente de los súpers cooperativos por su ánimo de lucro. «Pertenecer a un supermercado cooperativo es mucho más que tener el carnet de socio de una cadena de supermercados. Es convivir y crear una comunidad de personas, con vínculos y fines comunes: contar con una alimentación saludable, sostenible, de proximidad, que cuida del planeta y a unos precios adecuados», explican desde la Unión de Cooperativas de Consumidores y Usuarios de Madrid (Uncuma).

Cada supermercado cooperativo se organiza de manera distinta y con criterios propios, como permitir o no la venta a no socios, un sistema de reparto de horas de colaboración y diferentes niveles de implicación, explican desde Uncuma. Entre los socios de esta última hay dos supermercados cooperativos. «La legislación no facilita la creación de cooperativas de consumo. Es una figura desconocida, por lo que muchos grupos de consumidores, por desconocimiento, optan por crear asociaciones u otro tipo de entidad», indican desde la organización.

La primera cooperativa de consumo andaluza

En 1993 nació en Sevilla La Ortiga, una cooperativa de consumo ecológico que cuenta ya con dos tiendas. Aunque cualquiera pueda comprar en La Ortiga, las personas socias tienen un 10% de descuento tras pagar una cuota anual y una aportación inicial al capital social. También apuestan con un circuito corto, proveyéndose en lo posible de productos locales.

En 32 años en Sevilla, La Ortiga se ha encontrado con la dificultad de transmitir el proyecto tanto a la sociedad como a sus propios socios y el reto de la gestión de las tiendas. «Se requiere mucha formación y experiencia que hemos ido adquiriendo con los años», indican a La Marea. Lo han suplido gracias a ocho personas que trabajan en las dos tiendas, algunas de ellas socias. Destacan el «fuerte apoyo» en su «base social», incluyendo el de agricultores locales, y su profesionalización, «imprescindible» para mantener la fidelización de las personas que consumen en sus tiendas como elementos clave de la organización.

La venta de solo productos ecológicos, percibidos como caros por el gran público, es otro lastre para el súper cooperativo sevillano. Lo intentan suplir con ofertas como una cesta semanal de fruta y verdura fresca. Además, frente a la imposibilidad de invertir en publicidad, abogan por actividades como visitas a fincas de productores, charlas y catas de sus productos para darse a conocer.

Un caso gallego de éxito

Desde el 2001 lleva en marcha en Galicia Árbore. Desde Vigo, esta cooperativa apuesta por el «consumo consciente» de alimentos ecológicos y de comercio justo y por «promover un consumo responsable». Frente a las oscilaciones e inflación en los precios, «motivadas en muchos casos por la especulación o estrategias de control geopolíticas», Árbore optó por alejarse de los circuitos del mercado convencional, acortando al máximo los canales de distribución y optando «siempre que sea posible por el contacto directo con las productoras». Cuando no lo es, la Red de Supermercados Cooperativos les permite intercambiar productos entre sí y obtener elementos no disponibles en la zona, señalan desde la cooperativa de consumo.

Foto: Arbore

La participación, el control democrático de las personas socias en la toma de decisiones y la autonomía frente a cualquier injerencia son los valores principales de esta cooperativa, según declaran a La Marea. Además, colaboran con cooperativas de distribución energética como A nosa enerxía y entidades de finanzas éticas como Coop57 y Fiare.

Una experiencia cooperativa en el sur de Madrid

En Getafe (Madrid), junto al estadio de fútbol y lindando con el sur de la ciudad de Madrid, se encuentra Biolíbere en un local que alquilan a la empresa municipal. Nació en 2014 como asociación inspirada en las cooperativas obreras de consumo del siglo XIX. Tras mudarse en dos ocasiones por su expansión, en 2021 pasaron a ser cooperativa de consumo sin ánimo de lucro. «Levantar y sostener un proyecto así requiere mucho trabajo, organización y comunicación. Nuestro mayor error fue creer que la fuerza de la idea por sí sola bastaba«, destacan a La Marea.

Foto: Biolibere

La cooperativa de consumo madrileña explica que juegan con desventaja frente a las grandes cadenas por no tener ni el músculo económico ni la capacidad de influencia «de esos gigantes». Gracias a la «presión sobre los precios en origen, márgenes abusivos y un enorme impacto ambiental«, las grandes superficies cuentan con ventaja, señalan. Desde Uncoma añaden que apostar por la producción y consumo agroecológico «está penalizado» por «sostener costes que no se tienen en la alimentación industrial como certificados y trámites burocráticos». Pese a las trabas y al «entender que no se trata solo de vender productos, sino de construir relaciones», Biolíbere ha podido celebrar su décimo aniversario.

A través de convertir los restos orgánicos de la tienda en compostaje para sus productores, estrechan los lazos entre las granjas y el súper y reducen su impacto ambiental. Su apoyo a la proximidad se expresa también con la colaboración con otras asociaciones locales y el Ayuntamiento de Getafe en iniciativas de economía circular y sostenibilidad.

Los socios de Biolíbere no solo buscan comer mejor, más ecológico a un precio no abusivo sino «una transición hacia una sociedad sostenible, articulando la agroecología urbana y la economía rural para que más personas puedan acceder a alimentos sanos y sostenible». Además, indican que tratan que los proyectos rurales tengan un mercado estable que les permita consolidarse y fijar población.

Cooperativas en una economía de mercado

Entre las limitaciones comunes de todos estos proyectos cooperativos están el operar en una economía de mercado competitiva. Este reto les lleva a «una lógica productivista difícil de esquivar», indican desde Árbore. Con la crisis inflacionaria se vieron obligadas a ofrecer precios más competitivos y buscar una mayor productividad frente al riesgo de perder cuota de mercado y ver peligrar el futuro del proyecto. La Ortiga subraya que se traduce en una capacidad de inversión limitada a sus propios recursos y un menor acceso a recursos formativos.

Biolíbere destaca que implica ir más despacio y depender del trabajo voluntario de las socias, sin tener la gran variedad de los supermercados convencionales. Pero lo que parece una debilidad, para este súper madrileño en realidad es su «ventaja competitiva»: generar comunidad y transformar la manera de entender la alimentación.

Por su parte, Uncoma aconseja a quienes quieran lanzar su propio supermercado cooperativo tener un plan de negocio robusto, una amplia masa social que lo sustente y saber que van a tener que dedicarle muchas horas no remuneradas.

Más allá de estos tres casos, hay supermercados cooperativos en Madrid (La Osa), Barcelona (Foodccop), Valencia (Som Alimentació), Zaragoza (A Vecinal), Córdoba (Almocafre), Manresa (Super Coop Manresa), Alicante, San Vicent de Raspeig, Castalla y Yecla (bioTrèmol). Fuera de la fórmula legal de cooperativa de consumidores y usuarios, también están BioAlai en Vitoria/Gasteiz y Landare en Pamplona y Villava (Navarra) como asociaciones de consumo ecológico, y Mercatrèmol en Alicante en forma de asociación de consumidores.


Este reportaje pertenece a ‘Altacoop, el altavoz de las cooperativas’, un proyecto que cuenta con el apoyo del PERTE de la Economía Social y de los Cuidados del Gobierno de España.

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Cooperativismo: cuando la energía es un bien y no un negocio

Por: Eduardo Robaina

En un contexto marcado por la emergencia climática, la volatilidad de los precios y la necesidad urgente de democratizar el acceso a la energía, mucha más gente de la que se puede pensar ha dado el paso de ser consumidora pasiva a convertirse en protagonista activa gracias a las cooperativas energéticas, un modelo que parece moderno pero que arrastra más de un siglo de historia.

Ya a finales del siglo XIX y principios del XX surgieron las primeras experiencias cooperativas ligadas a la energía en distintas zonas rurales de Europa, donde no llegaban las compañías privadas, grandes dominadoras hoy día de un negocio con fines muy lucrativos para ellas.

Facturas incomprensibles, oligopolios con enorme poder de mercado o toma de decisiones poco transparente… Mientras que muchas de las grandes energéticas intentan que la transición energética arrastre los mismos males que hay en la actualidad, las cooperativas energéticas son la muestra de que hay una forma más ética y respetuosa de abandonar los combustibles fósiles.

Las cooperativas ofrecen un esquema basado en la participación democrática, la reinversión de beneficios en la propia comunidad y una apuesta decidida por las renovables. Se trata, en definitiva, de recuperar el control sobre un bien esencial que condiciona no solo la economía, sino también la vida cotidiana.

En España, este movimiento ha ido ganando fuerza en la última década. Aunque todavía representan una pequeña parte del mercado eléctrico, su crecimiento ha sido constante y se han convertido en referentes para quienes buscan alternativas más justas y sostenibles. Algunas se centran en la comercialización de energía verde, otras en la generación compartida a partir de proyectos fotovoltaicos o eólicos, y no faltan las que experimentan con modelos de autoconsumo colectivo. 

También estamos asistiendo recientemente al impulso de las comunidades energéticas, entidades constituidas legalmente que permiten que la ciudadanía produzca, consuma, almacene, comparta y venda energía renovable colectivamente.

Referentes de cooperativismo energético en España

En España existen hoy numerosas cooperativas energéticas repartidas por todo el territorio, desde pequeñas iniciativas locales hasta proyectos de alcance estatal. Todas ellas comparten un mismo propósito: devolver a la ciudadanía el control sobre la energía, fomentando la participación democrática y la transición hacia un modelo más limpio y justo.

La pionera en España es Som Energia. Se trata, además, de la mayor cooperativa de energía de Europa, sobrepasando las 86.000 socias este año, facturando más de 69 millones de euros en 2024. Como explican Nuri Palmada y Yaiza Blanch, la mayor dificultad es el reto de ser una cooperativa en un sector como el energético, altamente competitivo, regularizado y con actores transnacionales muy poderosos”. 

Al ser la primera cooperativa energética, no tenían tantas referentes como las que han ido llegando después. Aun así, algunos socios fundadores tenían conocimiento del movimiento cooperativo. “Algunos de ellos provenían de zonas de Catalunya como Mataró, Barcelona, entre otros, con un histórico cooperativo muy importante, ya de antes de la guerra civil”, cuentan las portavoces. Además, tuvieron acompañamiento del Departamento de Economía Social de la Generalitat de Catalunya a través del programa Aracoop.

Y si tuvieran que señalar la peor parte de ser una cooperativa, Palmada y Blanch bromean con que “ya no hay vuelta atrás”. “A medida que vas ganando consciencia, la coherencia se vuelve más ineludible”, señalan.

Otra muy extendida es Goiener. Nacida en 2012, es un proyecto cooperativo de generación y consumo de energía renovable con el que aspiran a recuperar la soberanía energética. Empezó con 32 socios fundadores y actualmente cuenta con 18.921 socios y socias y 23.401 contratos.

GoiEner es un proyecto cooperativo de generación y consumo de energía renovable con el que se quiere recuperar la soberanía energética. Foto: Pilu Cruz
GoiEner es un proyecto cooperativo de generación y consumo de energía renovable con el que se quiere recuperar la soberanía energética. Foto: Pilu Cruz

“Teníamos como referencia otras cooperativas a nivel europeo y estatal. Se trataba de adaptar sus modelos a nuestras necesidades y realidad territorial”, recuerdan desde Goiener. Hoy día, creen que las herramientas que facilita la legislación no son complejas: “establece claramente cuál es el camino para la constitución y gestión social de la cooperativa”, si bien “esto no quiere decir que no haya barreras que creemos podrían simplificarse”.

Precisamente, preguntados sobre la parte menos bonita de esta aventura, la cooperativa vasca apela al “contexto”: “La participación real requiere tiempos que muchas veces son incompatibles con el ritmo que el mercado nos impone y eso puede llegar a generar cierto estrés”, confiesan. “Tampoco se nos educa para dialogar, debatir y gestionar espacios comunes”, añaden desde Goiener.

Y otra de las grandes cooperativas energéticas implementadas en el territorio español es SOLABRIA Renovables. Precisamente, su nacimiento está muy ligado a las otras dos. En 2010, Som Energía puso en contacto a las pocas personas de Cantabria que ya tenían su contrato de la luz con ella, “puesto que entonces no había otra opción para contratar energía renovable”, explican. “Ese grupito fue creciendo y tuvo el impulso en unas jornadas de energías verdes que organizó Equo Cantabria en la universidad de Santander”. Tras eso, conocieron a Goiener y acabaron dando el salto definitivo para crear la primera cooperativa de energía renovable de Cantabria en 2013.

Con 773 socias, 868 consumidoras y 144 personas con autoconsumo a día de hoy, SOLABRIA surgió con la misión de promover un modelo energético democrático, social, distribuido y sostenible, una de sus máximas es la colaboración con otras cooperativas para alcanzar objetivos comunes.

Cuando recuerdan los inicios, la normativa no supuso ningún obstáculo. “Los trámites legales para constituir la cooperativa son sencillos, pero la elaboración de los estatutos y adaptarlos a las necesidades de la cooperativa ha sido lo más dificultoso”, detallan. Aun así, confiesan que lo que más costó al principio, explica, fue fortalecer el grupo inicial de personas. “Tomar la decisión como grupo de crear la cooperativa nos llevó, prácticamente, un año de encuentros y debates”, señala José Luis García, fundador de SOLABRIA.

En cuanto a la peor parte de ser una cooperativa energética en el contexto actual, en SOLABRIA no ven nada negativo. “Lo que sí limita el proyecto es la falta de compromiso de las administraciones públicas con la economía solidaria y las entidades de la misma”.

Recomendaciones para las cooperativas que están por venir

De cara al futuro, las tres cooperativas lanzan algunas recomendaciones para quien quiera seguir sus bases. Como Goiner, que aconseja dedicar “mucho tiempo a establecer una buena base”, “trabajar los valores cooperativos” y “contactar con otros proyectos que ya están en marcha”. Asimismo, señalan que el “sentimiento de pertenencia a la cooperativa es lo que nos ha hecho salir adelante en momentos complejos”.

Nuri Palmada y Yaiza Blanch, de Som Energia, transmiten “mucho ánimo y mucha paciencia” a los nuevos. “Construir colectivamente es un reto a muchos niveles, pues la dinámica del sistema no rema a favor de esto y también nos falta formación y pedagogía”, aseguran.

Desde Solabria, recuerdan que “la economía social y el cooperativismo están cogiendo fuerza actualmente, por ser alternativas viables y resilientes, como han demostrado en momentos de crisis”, por lo que esperan que los proyectos cooperativos aumenten en las próximas. Y también recomiendan echar mano de experiencias previas: “Ahora es mucho más fácil ir acompañado en el proceso una vez que se toma la decisión de iniciar el camino”.

Lo mejor del cooperativismo 

Y si aún algunas personas o grupos tienen dudas de si dar el paso, las cooperativas Som Energia, SOLABRIA y Goiner invitan a que den el paso: “Formar parte del movimiento cooperativo y de la economía solidaria, dedicando tiempo y esfuerzo a una actividad en beneficio de los demás, de la comunidad y del medioambiente es algo que llena de satisfacción”, cuenta José Luis, de SOLABRIA.

Para Goiner, “lo mejor de ser cooperativista es poder decidir; tener espacios sanos y seguros para debatir y tomar decisiones”. Además –añaden– “como socia trabajadora, trabajar en un proyecto en el crees y con el compartes valores es algo vital”.

En Som Energia tienen claro que lo más satisfactorio como cooperativa es “la dimensión colectiva”. “Entender que lo que te sucede a ti, le pasa a más gente y que hay una herramienta colectiva para vehicular esas necesidades, esos malestares y también, por supuesto, los triunfos y los grandes momentos”.

Por todo ello, las tres coinciden en que estos proyectos no tendrían sentido si no fuese una cooperativa. “Si luchamos por un sector energético y una economía más participativos, transparentes, democráticos y que pongan a las personas en el centro lo lógico es hacerlo desde un modelo que comparte esas características”, sostienen desde la cooperativa vasca. “También es cierto que no sólo hace falta ser cooperativa, sino creérselo”, añaden.

“Ser un proyecto sin lucro, que busca la cooperación, con autogestión democrática, que antepone las personas y el medioambiente a los beneficios; y que sigue los principios del cooperativismo y de la economía solidaria es lo que le da sentido”, detallan desde la cooperativa cántabra.

“Las cooperativas de consumo pretenden recuperar las soberanías sobre todas aquellas necesidades cotidianas. Y la energía, es una de ellas”, sentencian Nuri Palmada y Yaiza Blanch, de Som Energia.


Este reportaje pertenece a ‘Altacoop, el altavoz de las cooperativas’, un proyecto que cuenta con el apoyo del PERTE de la Economía Social y de los Cuidados del Gobierno de España.

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Ante el turismo de masas, el modelo cooperativo se abre camino para defender el territorio

Por: Aida Cuenca

El verano se despide y con él la estampa de playas abarrotadas, aeropuertos colapsados y ciudades transformadas en escenarios turísticos. España volvió a batir récords en 2024: 93,8 millones de turistas extranjeros, un 10,1% más que el año anterior, según el Instituto Nacional de Estadística (INE).

Solo entre abril y junio, antes de entrar en los «meses fuertes», el turismo dio trabajo a más de 3 millones de personas, casi 60.000 más que en el mismo trimestre del año previo, de acuerdo con los datos de Turespaña.

El turismo es uno de los grandes motores económicos del país, pero su brillo tiene un reverso. Con septiembre baja el volumen de viajes, pero los efectos del ir y venir de millones de personas permanecen durante todo el año.

«El turismo es lo que más provecho da a las empresas, pero los territorios están perdiendo su identidad paisajística, territorial, económica, local, humana…», advierte María Dolores Sánchez, investigadora del Instituto Pascual Madoz de la Universidad Carlos III de Madrid y coautora del capítulo «La cooperativa como motor de sostenibilidad en el ámbito del turismo» en el libro Turismo y Sostenibilidad. Frente a ello, defiende que las cooperativas turísticas pueden ofrecer «un modelo que no desgaste tanto el territorio» y que, además, contribuya a fijar población en zonas rurales.

De norte a sur, varias experiencias cooperativas muestran que otra forma de viajar es posible. Proyectos que no solo ofrecen servicios turísticos, sino que generan comunidad, protegen el entorno y crean empleo digno en áreas amenazadas por la despoblación o el turismo extractivo.

L’Olivera: vino, aceite y cohesión social

Fundada en 1974 en Vallbona de les Monges (Lleida), L’Olivera nació como un proyecto social vinculado al cultivo de la tierra en una zona marcada por la despoblación. Medio siglo después, sigue en pie, con actividades que combinan agricultura ecológica, producción de vino y aceite, e iniciativas turísticas que acercan su filosofía al público. «Lo que cabe destacar es la testarudez: en un pueblo de apenas 80 habitantes, seguimos cosechando la uva a mano», afirma Martí Monfort, socio y responsable de proyectos.

La cooperativa gestiona hoy 40 hectáreas. Sus productos se elaboran en dos polos: Vallbona, en pleno interior rural, y la finca de Can Calopa, en la sierra de Collserola (Barcelona). Allí también desarrollan la parte turística del proyecto, con visitas, catas, recorridos por los viñedos e incluso propuestas para los más pequeños. «En Barcelona formamos parte de la resistencia agrícola periurbana, manteniendo esta actividad en una zona donde la presión antrópica es muy fuerte», resume Monfort.

Además, la cooperativa integra laboralmente a personas con discapacidades varias, abriendo puertas en un mercado que suele cerrárselas. «Nunca hemos querido rentabilizar el proyecto social que llevamos a cabo. Queremos que la gente compre nuestro vino porque es de calidad y muy positivo para el entorno», insiste Monfort. Según el INE, la tasa de empleo de las personas con discapacidad es 40 puntos inferior a la de la población general, lo que hace más relevante la aportación de iniciativas como esta.

Para la cooperativa, sostenibilidad es un concepto integral, «no solo de forma ambiental, sino también social, generando oportunidades laborales, intentando retribuir nuestro trabajo de forma digna; y también sostenibilidad económica, que no es fácil en los tiempos que corren y en los sectores en los que hemos decidido llevar a cabo nuestro proyecto», explica Monfort. Y añade: «No vamos a competir a precio en las actividades turísticas, porque no se puede sostener y porque queremos promover actividades de calidad, experienciales, donde la gente pueda aprender cosas, vivir cosas y descubrir otras realidades de manera lenta, tranquila, organizada y en pequeños grupos. No nos sentimos cómodos con la vorágine clásica del turismo».

Vive Geoparque Granada o cómo divulgar el territorio desde dentro

El Geoparque de Granada, reconocido por la UNESCO en 2020, abarca 47 municipios y más de 4.700 km² de paisajes únicos: cárcavas, tierras baldías, yacimientos fósiles y pueblos rurales con siglos de historia. En este escenario nació Vive Geoparque Granada, cooperativa formada por guías locales que buscan divulgar el valor geológico, natural y cultural de la zona.

«Me apasiona tanto la naturaleza, mi territorio, mi pueblo, mi lugar en el mundo… Tengo mucha estima y pasión por mi zona», confiesa Guillermo Sánchez, presidente y socio fundador. Comenzó en solitario en 2018 y más tarde otros compañeros se sumaron al proyecto. Hoy, todos los socios son guías titulados que comparten la misma visión: hacer del turismo una herramienta para valorar y proteger el territorio.

La oferta es amplia: rutas de senderismo, experiencias en 4×4, talleres educativos, visitas a yacimientos y catas de vino y sabores de la zona. Todo con un mismo objetivo: «Intentamos mostrar la importancia y el valor que tiene nuestro patrimonio para que la gente lo comprenda, lo aprecie y lo respete», explica Sánchez.

Ante el turismo de masas, el modelo cooperativo se abre camino para defender el territorio
Guillermo Sánchez realizando sus labores de guía en Vive Geoparque.

Más allá del turismo, el proyecto busca fijar población en una zona castigada por la despoblación. «Si no hubiésemos abierto la cooperativa, no estaríamos en nuestro pueblo. Queremos que se conozca más este sitio y que mucha gente pueda venir a vivir aquí», señala. El propio Sánchez lo resume en una frase: «Yo no quiero tener que irme de mi pueblo. He vuelto a mis raíces y no quiero emigrar».

Con el apoyo de instituciones que empiezan a apostar por el territorio, Vive Geoparque demuestra que se puede generar empleo sin sacrificar el entorno. Pero Sánchez es claro: «Habría que fomentar más el emprendimiento en el territorio, que la juventud no tenga que irse. Los retos, si sabes cómo, se pueden convertir en oportunidades».

La Surera, un laboratorio rural de turismo y cultura

En Almedíjar (Castellón), en plena Sierra de Espadán, la cooperativa Canopia impulsa desde 2017 el proyecto La Surera, un albergue rural que combina turismo responsable, cultura y dinamización social. Sus impulsores, Grégory Damman y Raquel Guaita, regresaron a España tras años de trabajo en cooperación internacional con la idea de crear un espacio distinto. «Tanto tiempo fuera nos hizo reconectar con lo que sucedía en esta región, y decidimos intentar hacer las cosas de manera distinta», recuerda Damman.

El edificio acoge un albergue y talleres de cerámica, sonido o artes gráficas, además de actividades de bienestar como yoga. «La Surera es un híbrido entre una incubadora de iniciativas, un espacio de experimentación y un centro sociocultural», resume su fundador.

Más que un alojamiento, La Surera se concibe como un nodo de conexión entre visitantes y comunidad local. Se organizan talleres de sensibilización ambiental, experiencias de aprendizaje sobre la vida rural y actividades culturales que van desde conciertos hasta exposiciones. El espacio también acoge residencias de artistas, investigadores o colectivos sociales, lo que multiplica su impacto más allá del turismo convencional.

Ante el turismo de masas, el modelo cooperativo se abre camino para defender el territorio
Una de las actividades ofrecidas por La Surera.

Damman está convencido de que el modelo encaja con las transformaciones del sector: «Creo que el turismo masivo globalizado tiene los días contados; habrá un retorno al turismo más local, a la ruralidad, por convicción o por necesidad. Espacios así, que permiten encontrar redes de apoyo, mutualizar recursos e ir experimentando, son indispensables».

Los frutos comienzan a notarse. «Hemos contribuido a ampliar la oferta cultural en el ámbito rural. Ya nos están empezando a considerar como un ejemplo», asegura. Con esta fórmula, La Surera se ha convertido en un laboratorio de innovación rural, capaz de atraer talento y visitantes, y de situar a Almedíjar en el mapa de experiencias turísticas alternativas.

Una herramienta para el futuro

De las bodegas de Lleida a los paisajes geológicos de Granada, pasando por la Sierra de Espadán, estas experiencias muestran que el turismo cooperativo no es marginal. Se trata de un modelo que genera empleo, preserva el entorno y ofrece sentido económico a comunidades que luchan por no desaparecer.

El reto ahora es que las políticas públicas acompañen. «Hay que empezar a hablar de las formas jurídicas que nos permiten integrar a los jóvenes casi de inmediato en el territorio, favoreciendo este tipo de empresas», apunta la investigadora María Dolores Sánchez.


Este reportaje pertenece a ‘Altacoop, el altavoz de las cooperativas’, un proyecto que cuenta con el apoyo del PERTE de la Economía Social y de los Cuidados del Gobierno de España.

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Cuando se comparte algo más que el plato

Por: Ana Ordaz

Si algo hay en España, son bares. En concreto, más de 263.000 establecimientos de restauración en 2023, según las cifras del Anuario de la Hostelería en España 2024. De acuerdo con los últimos datos del Ministerio de Trabajo (a julio de 2025), el empleo en este sector rozó el 7% de la afiliación total a la Seguridad Social, con aproximadamente 1,5 millones de personas empleadas. Sin embargo, en tiempos de grandes cadenas, franquicias y deliveries a golpe de app, cada vez cuesta más encontrar restaurantes que resistan a la estandarización y a la precarización de la hostelería. Pero los hay.

En el sector donde a nadie sorprende el incumplimiento sistemático de los derechos laborales –quién no tiene un amigo camarero dado de alta cuatro horas al día que trabaja 12, con turnos agotadores y descansos que no se respetan–; el sector en el que las franquicias colonizan las terrazas de los centros de las ciudades, es posible encontrar alternativas, no sólo gastronómicas, sino también a la forma en la que se gestionan y se entienden los proyectos.

Como microaldeas galas, los restaurantes cooperativos ponen de manifiesto que otro tipo de establecimientos, de cocina y de condiciones laborales son posibles. Son los casos de La Cerería, en el Gótico barcelonés; de El Fogón Verde, en el céntrico barrio madrileño de Las Letras; o de Sabores del Mundo, también en Madrid, en Carabanchel.

La Cerería

En el corazón del barrio Gótico, el majestuoso Pasaje del Crèdit sumerge al viandante en pleno siglo XIX y le conduce hasta la puerta de La Cerería. Este mítico restaurante vegetariano ocupa desde finales de los noventa el lugar de la antigua fábrica de cera Lladó. A pesar de su ubicación y del avance de la gentrificación, este proyecto siempre tuvo claro que no se abocaría al turismo.

La Cerería nació como cooperativa en 1997. La elección del lugar fue «un poco como una okupación», recuerda Felipe, socio del proyecto desde hace 12 años. Aquel núcleo inicial estuvo formado por un variado grupo de personas, muchas de ellas procedentes de Latinoamérica, que aportaron sus experiencias en asambleas de barrio hasta que «de alguna manera, se consiguieron las licencias necesarias para poder trabajar».

Restaurantes cooperativos: Cuando se comparte algo más que el plato
Interior del restaurante La Cerería, en el Barrio Gótico de Barcelona. LA CERERÍA

Actualmente, el equipo de La Cerería está integrado por ocho personas, de las cuales seis son mujeres, y componen un buen mosaico internacional. En el proyecto confluyen nacionalidades de España, Argentina, Brasil, Camerún, México y Venezuela. La horizontalidad es otra de sus claves: «Aunque en los estatutos dice que el voto de los trabajadores no es vinculante, en la vida diaria sí que lo es», explica Felipe.

«Como cooperativa vivimos bastantes momentos complejos», confiesa este socio. «A veces por movimientos y políticas internas, incluso por distintos intereses de los propios trabajadores y socias». También están, claro, las dificultades económicas; agravadas por el mazazo de la pandemia.

Echando la vista atrás, Felipe va más allá en su análisis. «Creo que algo que se fue perdiendo fue una red de apoyo intercooperativa. Está bueno hacer el trabajo interno, pero si optas por la colectivización en vez de por una SL es porque estás interesado en el modelo cooperativo. Ahora, creo que la comunicación es nula», reflexiona.

Pero no todo son dificultades. Felipe destaca el vínculo que La Cerería logró generar entre los trabajadores y la clientela. La «familiaridad» del equipo con el proyecto «creó una base social hacia fuera, y la gente que viene, 27 años después, nos sigue reconociendo como tal», relata el socio. Un «afecto» que se mantiene también con los ex trabajadores y los ex socios: «La cooperativa nos ha ayudado a todos a encajar lo que queríamos con nuestro proyecto de vida, vinculando lo personal con un proyecto colectivo».

El Fogón Verde

Aunque este restaurante agroecológico, vegetariano y de cercanía está en trámites de ser formalmente una cooperativa, la realidad es que lleva funcionando como tal desde su nacimiento, en 2016.

El camino recorrido a lo largo de casi una década no ha sido fácil. Preguntada por cuál es la mayor dificultad a la que tienen que hacer frente, Lucía –una de las socias fundadoras–, no duda en responder: «La económica». «Nuestro producto no es barato. Es de calidad, de cercanía, intenta respetar los derechos de las personas que lo producen, y con precios muy ajustados para hacerlo accesible a todo el mundo», explica. Además, El Fogón se preocupa por ofrecer condiciones laborales «lo mejor posibles» al equipo –formado por tres trabajadoras y cuatro socias trabajadoras–.

Restaurantes cooperativos: Cuando se comparte algo más que el plato
La entrada del restaurante vegetariano El Fogón Verde, en Madrid. EL FOGÓN VERDE

A la pregunta de si considera que hay suficiente apoyo institucional a proyectos como El Fogón, Lucía no duda en responder: «No». «Hace años, lo puedo entender, porque no se hablaba del cambio climático. Pero ahora, que se supone que las instituciones están empezando a darle importancia, echo en falta un apoyo económico, porque hacer las cosas bien, a día de hoy, es mucho más caro», reclama la cooperativista. Y apunta que «las subvenciones a la economía social y solidaria están muy dirigidas a empresas del tercer sector, porque son la mayoría», y apenas llegan al sector de la restauración.

La supervivencia de El Fogón es una carrera de obstáculos que su equipo supera día a día gracias a la parte más bonita del proyecto. Para Lucía, su motivación se resume en «sentir que tienes un trabajo que tiene un sentido más allá de las ocho horas que te permiten pagar el alquiler, que está alineado con tu forma de pensar y que apoyas otros proyectos en los que también crees».

Sabores del Mundo

La población extranjera tiene un peso importante en el mercado laboral español –en mayo de 2025 se superó por primera vez la barrera de los 3 millones de afiliados extranjeros, el 14% del total–; y, concretamente, en el sector de la hostelería. Como indicaba un reciente análisis de El País, los trabajadores extranjeros representan el 28% de la afiliación en este sector. Con la particularidad de que destacan los inmigrantes de fuera de la Unión Europea, «que constituyen siete de cada diez empleados de nacionalidad extranjera en bares y restaurantes».

Precisamente, con la idea de «ayudar a mujeres migrantes desempleadas», Catalina Lescano, natural de Perú y afincada en Madrid, decidió en 2008 poner en marcha Sabores del Mundo, un restaurante cooperativo ubicado en el barrio de Carabanchel, especializado en comida peruana. No faltan en su carta el ceviche, la papa a la huancaína o el pachamanca a la olla. «Queríamos ayudar a los jubilados, a los estudiantes, dar un menú social», relata su fundadora.

Sabores del Mundo fue también una salida a la crisis de 2008. La necesidad agudiza el ingenio, y la frágil situación laboral en la que quedó Catalina aquel año la llevó a estudiar unos meses de administración y gestión de empresas, y dar el paso de abrir su propio restaurante. Lo que le hizo decantarse por el formato de cooperativa, cuenta, fueron las mayores facilidades tanto económicas como administrativas respecto a otro tipo de sociedades. En la actualidad, Sabores del Mundo cuenta con cinco empleados, de los cuales cuatro son socios trabajadores.

Restaurantes cooperativos: Cuando se comparte algo más que el plato
Uno de los trabajadores de Sabores del Mundo en la cocina del restaurante. ÁLVARO MINGUITO

El recorrido a lo largo de estos 16 años ha estado plagado de baches, algunos de los cuales llegaron a poner en jaque la supervivencia del proyecto. El primero de ellos fue descubrir que el primer local que alquilaron para albergar el restaurante no contaba con las licencias necesarias, lo que les llevó a perder la inversión inicial de 25.000 euros. Un duro golpe del que lograron recuperarse gracias a la insistencia de su clientela, que les animó a buscar un local más pequeño y empezar de cero. Luego, por supuesto, estuvo la pandemia.

A pesar de todo, Catalina anima a cualquiera que se plantee crear un nuevo proyecto a hacerlo como cooperativa, «por su forma democrática, por la responsabilidad, la honestidad, las facilidades que tenemos los trabajadores… te da más calidad de vida que estar en una empresa», enumera. Eso sí, insiste en poner especial atención e informarse bien sobre todo lo relativo a permisos, licencias, facturas y papeleo vario, algo que ella aprendió a base de ensayo y error.

En cuanto al futuro próximo de Sabores del Mundo, Catalina lo deja en manos de sus compañeros. Está a punto de jubilarse, y serán ellos quienes decidan cómo continuar este viaje. Eso sí, antes de retirarse el próximo año, Catalina, incombustible, está terminando los trámites para abrir una tienda de alimentación.


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De precariedad y libertad: cooperativismo en los medios de comunicación

Por: Ana Ordaz

La mítica agencia de fotografía Magnum, fundada por Robert Capa, Henri Cartier-Bresson, George Rodger y David Chim Seymour, nació tras la Segunda Guerra Mundial; casi ochenta años después, sigue siendo todo un referente internacional. En 2024, Magnum fue galardonada en España con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia. Y, sin embargo: «Si no fuésemos una cooperativa, ya habríamos cerrado». Quien se expresa así de contundente es Cristina de Middel (Alicante, 1975), presidenta de Magnum hasta el pasado julio.

A menudo, cuando se piensa en cooperativas, el imaginario colectivo suele trasladarse al sector agroalimentario o, también, en los últimos tiempos, al de la energía. Pero el cooperativismo llega a muchos otros ámbitos, como el de los medios de comunicación.

Un sector difícil (pero no imposible)

«[Magnum] es una cooperativa que se lleva por amor, por pasión, porque creemos en la misión que tiene y porque respetamos su legado, pero a nivel empresarial no tiene ningún sentido«, reconoce De Middel. A lo largo de su historia, la prestigiosa agencia ha tenido que enfrentarse –y adaptarse– a todo tipo de cambios: «Del blanco y negro al color, de lo analógico a lo digital, el nuevo frente de la inteligencia artificial…», como relataba la entonces presidenta en una entrevista con La Marea. No sin grandes dosis de esfuerzo, debate (confrontación, incluso) y responsabilidad, Magnum ha sabido amoldarse a las transformaciones del mundo sin renunciar a su esencia.

Pero no todos los proyectos cuentan con la trayectoria o el músculo de Magnum (con sedes en Nueva York, París, Londres y Tokio). El de la prensa es un sector complejo, donde cada medio ha de buscar el equilibrio entre sus principios y la viabilidad económica, al tiempo que hace frente a los constantes vaivenes del entorno. Sobrevivir en este contexto no es fácil, especialmente si se apuesta por hacerlo desde el cooperativismo, con equipos pequeños y sin ánimo de lucro. Aun así, hay quienes lo logran. Son los casos de Pikara, El Salto, Crític, Alternativas Económicas, o la propia La Marea.

El próximo noviembre, Pikara Magazine cumplirá 15 años. Si bien la revista feminista nació como asociación y no se constituyó como cooperativa hasta 2022, en la práctica ya funcionaba como tal. «Surgió simplemente como espacio en el que publicar cosas», relata Mª Ángeles Fernández, coordinadora y socia. Pero aquella semilla creció tanto y tan rápido que, «casi desde el primer año hubo un anhelo por transformarlo en cooperativa». El motivo, la propia naturaleza de Pikara: «Era la lógica del proyecto: pequeño, horizontal, autogestionado, anticapitalista». En la actualidad, la revista cuenta con dos socias trabajadoras (en proceso de volver a ser cuatro) y nueve socias colaboradoras.

Algo distintos fueron los orígenes de El Salto. En el año 2016, el periódico Diagonal publicó su último número y en 2017 nació Cooperativa Editorial «como estructura para dar cobijo al medio de comunicación El Salto«. Desde entonces, ha logrado consolidarse en el escenario del periodismo independiente en España: cuenta con una base de más de 10.000 socios y socias; seis nodos territoriales, además de su edición general; «70 socias colaboradoras, y una plantilla formada por unas 25 personas de las cuales 18 son socias trabajadoras», detallan desde el medio.

El Salto comparte generación con Crític, medio catalán centrado en periodismo de investigación, entrevistas en profundidad y análisis de la actualidad política, social y cultural. Constituido como cooperativa en 2014, Crític cuenta con diez trabajadores, de los cuales seis de ellos son socios de trabajo. En el momento de la realización de este reportaje, el medio se encontraba imbuido en un plan estratégico para garantizar su continuidad. Cuentan que sus próximos objetivos son «seguir creciendo de forma moderada» y «apostar por ser algo más que un medio de comunicación, ampliando el abanico de servicios de comunicación, editorial o formativos«. A través de lo que denominan Crític Lab.

FOTO: THE ARTISAN PHOTO STUDIO

También la revista Alternativas económicas es una cooperativa. Se constituyeron como tal en 2012 y, según detallan, en la actualidad cuentan con 102 socios, de los cuales siete son socios de trabajo y 95 socios colaboradores. «Para quienes trabajamos en la revista, el interés de la ciudadanía debe estar siempre por encima de cualquier interés político y económico«, explican en su página web.

Fiesta del 10º Aniversario de ‘Alternativas económicas’ en la sede de Ecoo en Madrid (29/09/2023) | Andrea Comas

Aquel 2012 surgió también la cooperativa MásPúblico, editora de La Marea y, desde 2019, también Climática, medio especializado en crisis climática y biodiversidad. Tras el cierre de la edición en papel del diario Público y el despido del 85% de la plantilla, los extrabajadores decidieron fundar esta cooperativa. El próximo diciembre La Marea soplará su decimotercera vela, con 108 revistas en papel a sus espaldas, una versión digital, un Aula Virtual con diversas formaciones, y una comunidad de más de 2.000 suscriptores y suscriptoras.

Una preocupación común: la económica

Además de apostar por el cooperativismo como figura jurídica y como forma de entender sus proyectos, los medios incluidos en este reportaje comparten un quebradero de cabeza: los ingresos. A la pregunta de cuáles son las mayores dificultades que afrontan, las respuestas son muy similares.

«La parte económica es la que más nos lastra», aseguran desde Pikara. «Nos gustaría contratar a más personas, pero con el presupuesto que manejamos es imposible», lamentan. Una estrechez que se traduce en «falta de tiempo, agobio, estrés y cansancio«: «Somos un equipo pequeño, sobrecargado, que tiene que estar buscando dinero debajo de las piedras… eso también afecta», resume Fernández.

También en El Salto tienen que hacer frente a las complicaciones «derivadas de la estrechez de los salarios«. Señalan que, aunque los sueldos «han ido creciendo», no lo han hecho al ritmo de la cesta de la compra o el acceso a la vivienda. Además, explican, la apuesta por ampliar plantilla lastra las posibilidades de aumentos sustanciosos de salarios: «En los últimos años hemos procurado reducir ese afán expansionista para consolidar a la plantilla a través de mejores condiciones de salario y de tiempo de trabajo».

Por su parte, Alternativas económicas subraya «la falta de recursos humanos y financieros para apuntalar el área comercial de la cooperativa»; y Crític relata que la parte más ardua es conseguir apoyo económico y proyectos conjuntos con las entidades y empresas de la economía social y solidaria, el mundo de la cultura y el ámbito social. «Ese es nuestro reto, y el sector económico del que queremos depender», añade.

Tirar p’alante

En este escenario, el día a día se puede llegar a hacer muy cuesta arriba. Pero como cantaba un crucificado Eric Idle en la mítica escena final de La vida de Brian, siempre hay que mirar el lado positivo de la vida. Y todos estos medios tienen una parte luminosa y enriquecedora que les hace no tirar la toalla.

«Soy precaria, pero es que es una maravilla trabajar en Pikara«, reflexiona Fernández. «Pikara va a hacer 15 años, es como una hija que has alimentado, cuidado, acompañado, con la que has crecido muchísimo…», relata esta socia. «Somos muy libres, escribimos lo que queremos, decidimos lo que queremos hacer y lo que no. No dependemos de ninguna empresa o publicidad. Y aprendemos cada día, tanto de la compañeras como de las colaboradoras. Es súper bonito».

«Creo que hay pocas cosas más emocionantes que ver cómo una empresa crece y cómo sus objetivos crecen», comentan en El Salto. «Al dedicarnos a la comunicación, eso se puede ver de muchas formas, pero la más objetiva es en número de socias. La parte mala de eso es que una mala racha hace que se tambaleen las convicciones, pero por lo general lo más bonito es mirar atrás y ver que ahora estamos mejor que entonces».

Para Alternativas económicas, la cara más amable de su proyecto la componen «las personas socias, el ámbito cooperativo y la esencia de la revista». Y, para Crític, «hacer periodismo transformador y que tenga resultados; conseguir que cambien las cosas o las mentes de las personas, incluso mejor si es de gente no convencida políticamente».


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Cooperativas culturales: otra forma de hacer arte y comunidad

Por: Aida Cuenca

El sector cultural en España vive en una paradoja constante: es uno de los motores de creatividad y dinamismo social más potentes del país, pero al mismo tiempo está marcado por una fragilidad estructural difícil de superar. Detrás de los focos, los escenarios o los museos, late una realidad cada vez más visible: contratos temporales, inestabilidad laboral y una fuerte dependencia tanto de la financiación pública como de las lógicas del mercado.

El sector cultural en España emplea actualmente a unas 771.000 personas, lo que supone cerca del 3,6% del empleo total y un crecimiento del 6,6% en 2024 respecto al año anterior, según los últimos datos del Ministerio de Cultura.

Aunque los contratos indefinidos han aumentado un 19% desde 2022 y los temporales han descendido un 9,1%, todavía predominan la inestabilidad y los bajos salarios. Aun así, el sector muestra dinamismo: respecto a 2019, antes de la pandemia, el empleo cultural ha crecido un 8,6%, con una mayor presencia de mujeres y jóvenes, lo que apunta a una transformación lenta pero sostenida.

Ante esto, las cooperativas se alzan como una alternativa posible, como un modelo que apuesta por el trabajo colectivo y por situar a las personas en el centro del proceso creativo. «Cuando falta protección desde arriba, por parte de las grandes instituciones públicas y privadas, es imprescindible que existan este tipo de organizaciones que protejan y fortalezcan a los creadores, que son el eslabón más débil de toda la cadena de producción de la cultura», defiende Marta Pérez, doctora en Historia y Artes, expresidenta del Instituto de Arte Contemporáneo (IAC) e investigadora especializada en mercado de arte contemporáneo.

Más allá de la protección, también está la dimensión social: «Las cooperativas, las asociaciones, los colectivos abren un diálogo entre las personas que participan y la sociedad que los acoge. No solamente para que la sociedad aprecie la cultura como lo que realmente tiene que ser –una herramienta de nuestro propio desarrollo social e histórico–, sino también para tonificar el músculo del diálogo social».

Tres proyectos muestran hoy cómo esta forma de organización se convierte en una herramienta para resistir la precariedad y hacer cultura de otra manera.

La Ciutat Invisible: memoria y transformación desde Sants

En el barrio obrero de Sants, en Barcelona, una fachada de hormigón da entrada a una librería que es mucho más que un negocio. La Ciutat Invisible, nacida en 2005, surgió de la inquietud de un grupo de jóvenes que buscaban «organizar el trabajo de otra manera» y huir de la lógica del mercado laboral tradicional «precario, con trabajos temporales y mal pagados», explica Irene Jaume, librera e integrante de la cooperativa.

«Queríamos recuperar la memoria obrera y cooperativa de la ciudad y montar un proyecto con valores enraizados en la economía solidaria, para poner en el centro la vida de las personas y no los beneficios económicos», continúa. La mayoría de sus socios venía de movimientos sociales y de experiencias de autogestión en el propio barrio, lo que marcó el ADN de la iniciativa.

Su arraigo territorial es parte de su identidad. «No podrías coger La Ciutat Invisible y llevártela a otro barrio; no tendría sentido», asegura Jaume. «La cooperativa tiene sentido aquí porque llevamos muchos años en el barrio, con la transformación social en el lugar donde hemos crecido y militado como objetivo».

En 2025 cumplen 20 años, consolidada como una referencia del cooperativismo cultural en Barcelona. Desde la librería hasta proyectos editoriales, formativos y comunitarios, su trabajo ha sido constante a la hora de demostrar que hay otra forma de crear economía y cultura.

Para Jaume, el modelo cooperativo es también una respuesta a un mercado cultural que empieza a mostrar síntomas de agotamiento: «Se está viendo que ciertos modelos, como los macrofestivales, son insostenibles. En cambio, el cooperativismo cultural ofrece propuestas pensadas para la población local, donde los beneficios recaen en el territorio y las personas pueden participar de forma más justa».

No obstante, advierte: «Para que este modelo siga funcionando y siga existiendo, las administraciones tienen que tener un compromiso. Si solo se fijan en los grandes eventos y destinan dinero a ellos, no hay manera de competir».

A Disonante: identidad y música gallega con voz propia

En Galicia, la cultura se entiende también como raíz. A Disonante, cooperativa creada en 2019, nació para preservar y difundir el patrimonio musical gallego al tiempo que acompañaba a artistas en un sector adverso. Su trabajo combina sello discográfico y promotora de conciertos, con un enfoque claro: dar espacio a propuestas que la industria convencional suele relegar.

«La música tradicional de raíz es compleja de exponer a otro público, es muy de nicho; pero ahora ya no lo parece tanto, y es una oportunidad que hay que aprovechar”, explica Paco Lamilla, responsable del proyecto. Ese auge, dice, se debe en parte a la democratización de la música y al impacto de fenómenos populares, como la visibilidad de las pandereteiras en Eurovisión.

El crecimiento de interés es también la medida del impacto de la cooperativa: «Nos hace pensar que estamos en el sitio correcto. En las carreras artísticas, se ve cuando alguien empieza, se consolida y siente la satisfacción de que su voz se escuche más allá de donde antes llegaba».

A Disonante se sitúa así como una plataforma de acompañamiento. Frente a la presión por vender rápido o viralizarse, su modelo da a los artistas margen para decidir sus propios tiempos. «Lo importante es que un artista vea que su obra puede llegar a más gente y que tenga un impacto en alguien», resume Lamilla. «Nos centramos en que tengan su carrera, que la lleven al ritmo que quieran y que vayan adonde decidan».

Teatro del Barrio: crítica y dignidad desde Madrid

En el corazón de Madrid, la cooperativa Teatro del Barrio abrió sus puertas en 2013 con la intención de repensar la cultura desde la colectividad. Su declaración de principios lo resume en pocas líneas: «Nos anclamos en la felicidad, la libertad, la horizontalidad, la igualdad y la búsqueda del bien común. Huimos del pensamiento único: cuestionamos, participamos, debatimos y nos formamos para replantearnos las viejas formas. Creemos que otros relatos son posibles».

La cooperativa combina su programación teatral con iniciativas vecinales, coloquios y espacios formativos como «La Uni del Barrio», pensada para generar pensamiento crítico. Esa vocación política, explica Ruth Sánchez, integrante del consejo rector, es inseparable de su estructura: «El hecho de que seamos una cooperativa y tan politizada nos permite ser una voz crítica y dar pinceladas diferentes en el mundo cultural».

Pero el cooperativismo no es solo una cuestión de discurso, también de práctica laboral. «Intentamos pagar sueldos dignos o más dignos a las trabajadoras del teatro. Esa es nuestra manera de mantener la dignidad en el día a día y en nuestras producciones propias», afirma Sánchez.

El camino no ha estado exento de dificultades. «Sin lugar a dudas, la sostenibilidad económica es el mayor reto. Y a nivel político también hemos vivido momentos duros, como amenazas», recuerda. Aun así, la experiencia de formar parte de la cooperativa tiene, para ella, un valor intrínseco: «El tiempo que empleas en hacer la cooperativa es en sí una satisfacción; el poder mostrar que las cosas se pueden hacer de otra manera».

En un sector dominado por la lógica de la rentabilidad inmediata, el Teatro del Barrio defiende otra visión: «Hacer las cosas bien es lo que nos motiva, no hacerlas de forma masiva por el éxito comercial», asegura Sánchez. De cara al futuro, la visión es clara: «Resistir. Como debería ser la de todo Madrid».

La Ciutat Invisible, A Disonante y Teatro del Barrio son solo tres ejemplos de un fenómeno más amplio. Todas son iniciativas que han nacido de contextos distintos –un barrio obrero en Barcelona, la identidad cultural gallega o el Madrid crítico y politizado–, pero que comparten un mismo horizonte: hacer arte desde lo colectivo, con dignidad y arraigo en el territorio.


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Banca cooperativa o el dinero que vuelve a la comunidad

Por: Aida Cuenca

El mapa bancario español se ha encogido en las últimas dos décadas. Según el Banco de España, en 2025 quedaban poco más de 17.300 sucursales, frente a las más de 45.000 antes de la crisis de 2008. En muchos pueblos ya no hay ventanilla a la que acudir, lo que ha abierto una brecha entre banca y ciudadanía: resolver un trámite en persona sigue siendo una odisea para miles de vecinos del medio rural.

En ese vacío, el cooperativismo financiero aparece como una alternativa que, aunque minoritaria en España, tiene un recorrido consolidado en Europa. Según Eloi Serrano, doctor en Economía Aplicada y director de la Cátedra de Economía Social del Tecnocampus-UPF, «en Europa, la banca cooperativa tiene una cuota de mercado de alrededor del 22%. En España está en el 10%». Para él, esto demuestra que la fórmula cooperativa no es marginal, sino un instrumento financiero válido para el desarrollo económico, «porque hay países de la UE con economías potentes donde tiene una relevancia significativa».

El carácter diferencial de este modelo está en su filosofía. «En la banca tradicional, el objetivo es maximizar beneficios para los accionistas. En una cooperativa de crédito, el dinero es un instrumento para satisfacer las necesidades de sus integrantes», apunta Serrano. Una visión que, como recuerda el economista citando a Aristóteles, distingue entre el uso del dinero como herramienta para la vida comunitaria (oikonomiké) y su acumulación por sí misma, la «crematística», considerada nociva para la sociedad.

En España, la presencia de la banca cooperativa se materializa en iniciativas como Coop57, Caja de Ingenieros o Laboral Kutxa. Todas ellas comparten una lógica común: reinvertir los beneficios en el fortalecimiento colectivo, promover la inclusión financiera y garantizar una gobernanza democrática de las finanzas.

Coop57, de la lucha obrera a una red financiera alternativa

El origen de Coop57 se remonta a la crisis de la editorial Bruguera en los años ochenta. Un grupo de trabajadores resistió hasta el final de la batalla legal y, tras obtener una indemnización, decidió destinar una parte a crear un fondo común. De aquel capital inicial nació en 1995 esta asociación, que se consolidó como una cooperativa de servicios financieros destinada a apoyar proyectos autogestionados.

Esa raíz explica su modelo actual. Coop57 no tiene clientes, sino socios. “El vínculo que establecemos no es comercial, es de prestación de un servicio. Parece un juego de palabras, pero no lo es. Cuando alguien viene a Coop57, le tratamos como socio o socia”, resume Raimon Gassiot, miembro de la coordinación colegiada.

Los criterios de admisión son estrictos: solo pueden asociarse entidades de economía social y solidaria, como cooperativas, asociaciones, fundaciones o empresas de inserción, salvo alguna excepción. «Excluimos por definición a sociedades mercantiles. El hecho de ser cooperativa es requisito imprescindible pero no suficiente; puede haber una cooperativa cuya actividad no cumpla con nuestros criterios porque perjudique al medioambiente o tenga a 20 personas sin dar de alta a las que no dejen participar como socias ni, por tanto, participar democráticamente en la gestión de la cooperativa”.

Actualmente, Coop57 agrupa a más de 5.600 ahorradores y 1.250 entidades socias, con siete secciones territoriales y tres grupos promotores. En los últimos cuatro años, ha concedido más de 1.300 préstamos por casi 100 millones de euros. «La mitad de la financiación histórica se ha dado en años recientes. No solo hay más proyectos de economía social y solidaria sino que cada vez son más ambiciosos y requieren necesidades de inversión más importantes, como las cooperativas de vivienda o las comunidades energéticas», apunta Gassiot.

El funcionamiento interno también es particular. «Los tipos de interés los decide la asamblea, no el mercado. Y son los mismos para todos: no penalizamos más a quien tiene más riesgo. Lo importante es garantizar que los proyectos puedan sostenerse y que los ahorros de nuestras socias estén seguros», explica.

Caja de Ingenieros y la innovación desde la mutualidad

«No vale obtener beneficios de cualquier manera: son la compensación razonable por realizar un servicio. Hay que buscar un equilibrio», afirmaba Joan Cavallé, director general de Caja de Ingenieros durante casi dos décadas, en una entrevista con Alternativas Económicas. Esa frase resume la filosofía de una cooperativa de crédito que nació en 1967 en Barcelona para dar servicio a profesionales técnicos y científicos, y que hoy cuenta con más de 216.000 socios.

La cooperativa ofrece todos los servicios de una banca tradicional, desde cuentas y seguros hasta inversiones e hipotecas, pero con una gobernanza cooperativa en la que cada socio es cliente y propietario. A través de su Fundación, impulsa proyectos de innovación social, educación financiera y apoyo a la investigación. Y en los últimos años ha hecho de la sostenibilidad el eje central de su estrategia, con fondos de inversión que aplican criterios ASG y herramientas para medir la huella de carbono de las carteras de los socios.

La entidad gestiona activos que superan los 8.000 millones de euros y ha reforzado sus herramientas digitales, aunque mantiene oficinas físicas en las principales ciudades. Su plan estratégico «Transforma 2026» está centrado en digitalización, eficiencia operativa y sostenibilidad. Un ejemplo es el servicio CEApropa, que acerca la atención bancaria a 313 municipios catalanes que no disponen de sucursales.

Laboral Kutxa, la gran cooperativa financiera vasca

Nacida en 1959 como Caja Laboral, Laboral Kutxa surgió de la iniciativa de un grupo de trabajadores de Mondragón que buscaban una herramienta financiera para apoyar la creación y consolidación de cooperativas industriales en la región. Desde sus inicios, la entidad se centró en cubrir las necesidades de quienes quedaban fuera del interés de la banca tradicional, consolidando un modelo basado en la solidaridad y la participación colectiva.

Hoy, Laboral Kutxa es la segunda cooperativa de crédito más grande de España, con más de un millón de socios y unas 300 oficinas, principalmente en el País Vasco y Navarra. Su actividad abarca todos los productos de banca minorista, pero siempre con un enfoque que prioriza la comunidad: cada socio tiene un voto, sin importar el capital aportado, garantizando una gobernanza democrática que refleja los principios cooperativos de origen.

Ese ecosistema sigue mostrando su peso en la economía. Según Cinco Días, la Corporación Mondragón alcanzó en 2024 más de 11.200 millones de euros en facturación y mantiene más de 70.000 empleos, consolidándose como el primer empleador de Euskadi y uno de los principales de España.

La entidad ha buscado además adaptarse a los retos de un sector bancario en transformación. Al igual que Caja Ingenieros, ha reforzado su apuesta por la digitalización sin abandonar la capilaridad territorial, consciente de que la proximidad sigue siendo un valor diferencial. Al mismo tiempo, promueve iniciativas de educación financiera y formación cooperativa, convencida de que la cultura de la cooperación es tan importante como los servicios financieros en sí mismos.

Como resume Txomin García, presidente de Laboral Kutxa, en una entrevista: «Nuestras cooperativas no son ONG. Desarrollan su actividad en una economía de mercado, predominantemente capitalista, sometidas a las fuerzas de la competencia y su futuro depende de su competitividad, del desempeño de sus organizaciones y del talento de sus personas, pero esta ha sido nuestra realidad histórica durante más de 70 años, demostrando que podemos hacerlo, adaptándonos a los retos y siendo muy conscientes de nuestras fortalezas y debilidades. Nuestro mayor reto es seguir siendo competitivos sin renunciar a nuestros principios y valores». Una declaración que refleja el equilibrio que Laboral Kutxa busca mantener: competir en un mercado global sin perder de vista su identidad cooperativa.


Este reportaje pertenece a ‘Altacoop, el altavoz de las cooperativas’, un proyecto que cuenta con el apoyo del PERTE de la Economía Social y de los Cuidados del Gobierno de España.

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Los cuidados, una cuestión de principios

Por: Olivia Carballar

Una puede pensar, imaginando mundos, que el nombre, Comala, viene de aquel pueblo literario de la primera novela de Juan Rulfo. “El juego semántico da para mucho”, bromea Cindy Norori, de Nicaragua, en una videoconferencia desde Madrid junto a su compañera Mercedes Rodríguez, originaria de Colombia. El caso es que La Comala viene del comal, el utensilio de barro en el que allá, en su tierra, sus abuelas hacían las tortillas. Se sienten seguras en esta metafórica cocina que definen como un espacio comunitario donde se cuecen las ideas, un proyecto que trata de reconocer y dignificar los cuidados, un sector esencial muy precarizado que aún rezuma altas dosis de colonialismo.

La Comala es una pequeña cooperativa de trabajo asociado nacida en 2017 en Madrid con cuatro socias fundadoras, todas ellas originarias de países latinoamericanos. “Todas las socias trabajadoras cotizan al régimen de la Seguridad Social, lo que permite acceso a mayor prestación y adaptarnos al volumen de horas trabajadas, acceso a formación profesional bonificada, cobertura ante accidentes profesionales y todas las demás prestaciones de una persona trabajadora”, avisan en su página web, bien destacado en letras negritas, a modo de declaración de principios. Porque –y ellas mismas lo recuerdan– vienen de donde vienen, de un sector discriminado históricamente que inició hace nada su procedimiento para el Convenio 189 de la OIT. Esto es: ser considerado y protegido como un trabajo decente.

“Tenemos un enfoque de servicios de atención centrada en la persona, que implica un cambio en la forma de atender y acompañar. Trabajamos con un enfoque estratégico de intervención comunitaria, tratando de complementar los servicios de otras estructuras que actualmente trabajan también prestando apoyo a personas, hogares y entidades”, explican. Y por eso mismo entienden que su proyecto solo cabía en los valores y principios que promueve el cooperativismo: “Tratamos de satisfacer necesidades de las personas frente al beneficio económico. Una alternativa de empleo propio en condiciones dignas en el marco de una economía social y solidaria”.

Mercedes lo traduce muy claramente y es algo que trata de hacer entender a quien llega por primera vez: “Esto no es una empresa al uso, no es la empresa de Florentino Pérez”. La Comala, de hecho, comenzó por la estructura: “Éramos inicialmente cuatro. Ya estábamos cerca o habíamos pasado los 50 años. Y alguien dijo que iba a haber un curso de cooperativismo. La más reacia era yo. Nos apuntamos. Era muy básico”, rememora Mercedes, que por entonces no tenía ni idea de las complicaciones y burocracia que puede conllevar su constitución, de la angustia por tener que dar de baja a compañeras por la irregularidad sobrevenida, o lo que supone una baja médica de larga duración en este tipo de empresa. Lidiaban –y lidian– con la Ley de Extranjería, con el asilo. Y no querían tampoco perder la mochila que traían: desde educación infantil hasta restauración; desde los cuidados a la formación y comunicación. Unos dos años después de aquel curso, el 10 de diciembre de 2017, fueron al notario y celebraron, por partida doble, el Día de los Derechos Humanos.

Compañeras de La Comala el día de la presentación de resultados de la evaluación 2024.
Compañeras de La Comala el día de la presentación de resultados de la evaluación 2024.

“Al principio, si teníamos un servicio de 4 horas, lo repartíamos entre dos. Luego llegó uno de media jornada. Y luego la jornada completa. Y así fuimos, poco a poco”, prosigue Mercedes. Hoy son 16 socias y 24 trabajadoras que dan servicio a unas 150 personas usuarias –“No las llamamos clientes para romper la lógica capitalista”– en cuidados, limpieza en el hogar y en entidades en barrios como Vallecas. “El boca a boca, la calidad y la calidez nos han permitido llegar a más instituciones. Ahora mismo estamos en un momento de consolidación, de fortalecimiento de áreas internas para una estructura de crecimiento más sólida de adentro hacia afuera«, analiza Cindy. 

Ambas insisten en otro eje fundamental en la cooperativa: la formación. La mayoría ha obtenido ya el certificado de socio-sanitarias. Y destacan también su compromiso ecológico: “No usamos productos abrasivos, hemos desterrado el amoníaco, y la lejía, lo justo”. En un chat, las comaleras comparten sus trucos de limpieza. Pero sobre todo, intercambian una forma de ver la vida: “Comalear los cuidados implica una forma de abordar el trabajo de cuidados de manera colectiva, solidaria y feminista”, concluyen.

Cuidados desde la intergeneracionalidad

Alicia Carrillo es la CEO de Macrosad. Pero ella misma se autocorrige y dice que no, que no es. Que tiene la suerte de ser la CEO de Macrosad, un grupo cooperativo dedicado a los cuidados –“del ciclo completo de la vida”, especifica– nacido hace 30 años en Jaén. “Trabajamos el sector de los cuidados fundamentalmente, pero también la infancia, la educación, la salud mental, la recuperación de menores, personas con diversidad funcional. Y lo hacemos para la administración pública, mayoritariamente. Tenemos una cooperativa matriz y después cooperativas por segmentos”, explica.

Desde sus inicios hasta ahora, Macrosad cuenta con 97 centros de trabajo repartidos por toda España y casi más de 23.000 familias atendidas. “Somos casi 9.000 los profesionales que formamos hoy la familia Macrosad. Y ya te digo, muy orgullosa de estar en el grupo al que pertenecemos”, insiste desde la sede central, en el parque tecnológico Geolit, en la misma provincia andaluza desde donde han ido creciendo todos estos años.

Entonces, volviendo hacia atrás, la palabra intergeneracional no estaba en las políticas, mucho menos en las conversaciones, en las casas, donde había que cuidar niños y personas mayores por separado, como si fuera un sacrilegio hacerlo junto, donde no había nadie para hacerlo. Pero fue ese término, ese concepto, desde ese primer momento, el motor que ha hecho de este proyecto su razón de ser.

“Para nosotros, las relaciones son únicas y hace mucho tiempo que nos dimos cuenta de que podíamos transformar o ayudar a mejorar la sociedad a través de la intergeneracionalidad. Cuando nadie todavía sabía pronunciar esta palabra –ahora hasta las pensiones son intergeneracionales, ¿no?– nosotros aplicábamos ya una política intergeneracional en nuestro servicio”, explica Carrillo. Es –resumen– una forma de entender el sistema de cuidados, de rehabilitación, de educación.

En su estructura, el CINTER (Centro Intergeneracional de Referencia), creado en 2018 en el municipio granadino de Albolote, ha sido pionero en España. “Une a menores de 0 a 3 años con personas mayores en un enclave especial, un centro de alojamientos para personas mayores que, a su vez, dispone de un centro de día y una escuela infantil”, afirma Carrillo, que anuncia la próxima apertura de otro centro intergeneracional, el CININ, en Dos Hermanas (Sevilla). El objetivo de este tipo de establecimientos es aunar la intervención educativa con la social para ayudar a construir comunidades más cohesionadas e inclusivas, según recoge el proyecto.

“Cuando una persona mayor está con un niño, siempre se le dibuja una sonrisa, esto está más que sabido. Pero al revés, hace 20 años, no se veía igual, no se entendía que una persona mayor pudiera enriquecer a un niño. Imagínate entrar con un bebé a una residencia. En aquel momento, nos costó romper muchas barreras”, rememora Carrillo, que considera que, aunque queda muchísmo por mejorar –y por hacer–, el sistema de cuidados ha avanzado en los últimos años.

No obstante –admite–, el sistema continúa siendo un laberinto para muchas familias que se enfrentan por primera vez a situaciones de dependencia. “Muchas veces no sabemos por dónde empezar y es el principal problema. Qué paso tenemos que seguir, cómo tengo que solicitar una ayuda, qué herramientas tengo en mi comunidad autónoma… Porque, al final, esto depende mucho de cada comunidad autónoma”, reflexiona la directiva.


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La lucha de las cooperativas de vehículos eléctricos compartidos por cambiar la movilidad en las ciudades

Por: Guillermo Martínez

La movilidad sostenible en las ciudades es una de las preocupaciones que, tanto a nivel político como social, más ha impregnado las políticas orientadas a disminuir los índices de contaminación. Más allá de las medidas impulsadas por la Administración pública, la ciudadanía ha tomado el impulso de organizarse en cooperativas que persiguen otro modelo de movilidad, en el que la posesión de un vehículo privado pasa a un segundo plano y en donde prevalece el llamado carsharing de vehículos totalmente eléctricos.

Diversos proyectos cooperativistas, en donde las personas asociadas son quienes deciden las medidas a tomar que a ellas mismas les afectarán, intentan que esta forma de moverse cale cada vez en más territorios.

Som Mobilitat es uno de los mayores ejemplos de cooperativas ligadas a la movilidad. Nació en 2016, en Mataró (Barcelona), de la mano de tres personas que en un coworking de un espacio autogestionado intentaron replicar en este sector lo que desde Som Energia ya se realizaba en el mercado energético. “Pensamos que el modelo en el que impera el coche privado y de combustión esta caducado y necesita un cambio”, explica Ricard Jornet, uno de los fundadores y actual coordinador de la cooperativa catalana.

Arrancaron el proyecto formalmente en 2017 con 800 personas asociadas y cuatro coches eléctricos. A día de hoy, más de 6.900 personas se han sumado a Son Mobilitat, que ha agrandado su parque de vehículos hasta los 170 coches repartidos por toda Catalunya, algunos de ellos destinados al uso exclusivo de fundaciones y entidades sociales.

La forma de utilizar estos vehículos compartidos es bastante sencilla. Cada persona asociada tiene acceso a una aplicación móvil, mediante la que se abre también el vehículo, desde la que puede ver qué coches están disponibles, y reservarlos el día y a la hora que le convenga. A través de la aplicación también puede realizar el pago del alquiler del coche. De esta manera, cada particular puede disfrutar de un vehículo siempre que lo necesite sin necesidad de tener un vehículo en propiedad.

Al igual que las demás cooperativas de este tipo, Som Mobilitat ofrece plaza de aparcamiento las 24 horas con punto de recarga, el pago por horas y kilómetros y una continua limpieza y mantenimiento del vehículo.

Una realidad a nivel europeo

Muchos países de nuestro entorno también disfrutan de iniciativas que impulsan el uso del coche compartido. Según una encuesta realizada por la patronal francesa del sector, este 2025 más de un millón de franceses están inscritos en un servicio de coche compartido en cualquiera de sus modalidades. En el país vecino existen más de 13.800 coches sujetos a este modelo, mientras que Alemania cuenta con 45.400 vehículos compartidos en propiedad de 297 proveedores, entre empresas, cooperativas y asociaciones, que dan servicio a casi 1.400 municipios.

El Osservatorio Nazionale Sharing Mobility italiano presentó algunos resultados en 2024. Una vez analizadas las diversas formas de movilidad compartida, confirmaron que el número de automóviles en este régimen disminuyó en 2021 y 2022, y aumentó en 2023 hasta superar los 2.500 vehículos. “Además, se ha registrado una sustitución progresiva de los vehículos de gasolina por modelos híbridos, lo que pone de manifiesto una tendencia hacia una mayor sostenibilidad medioambiental en la flota”, concluyeron en su informe.

La Asociación Vehículo Compartido España (AVCE), formada por seis empresas privadas del sector, también realizó un barómetro publicado este 2025. Según estas compañías, existen más de 1.800.000 usuarios registrados, aunque solo algo más de 385.000 de ellos están activos. Estas seis empresas cuentan con una flota de 3.891 vehículos que realizaron casi 3.900.00 viajes en 2024. El crecimiento global de su flota total en los últimos cuatro años ha sido del 30%, en la que el 66% de ellos son vehículos eléctricos.

Las cooperativas se expanden por España

Estas cifras proporcionadas por la patronal no analizan proyectos como el de Alterna Coop, en Valencia. Rafa Esteve, uno de sus fundadores, explica que nació en 2019 y actualmente alcanzan casi las 600 personas socias. Al igual que el proyecto catalán, sus primeros integrantes también se conocieron en Som Energia. “Somos gente con inquietud por electrificar el transporte y dejar atrás la movilidad privada”, enfatiza.

De aquellos dos primeros coches que compraron los impulsores han pasado a siete automóviles a día de hoy que dan cobertura a Valencia capital y dos pueblos de los alrededores. Aportar un capital social de 10 euros, tener más de dos años de antigüedad en el carnet de conducir y una edad mínima de 25 años suelen ser los únicos requisitos para entrar a formar parte de este tipo de proyectos.

Eso es lo que sucede también en eKiwi, otra de estas cooperativas que nació antes de la pandemia, en Valladolid, y actualmente ofrecen servicio también en Laguna de Duero y Burgos. David González, fundador y antiguo presidente de la misma, señala que poseen ocho coches y seis motos, todas ellas eléctricas, compradas con la financiación aportada por los 350 socios que forman la cooperativa.

Trabajar por el bien común

Organizarse de forma cooperativista granjea grandes ventajas para las personas asociadas. “Al ser una cooperativa de consumidores sin ánimo de lucro nos aseguramos la implicación de todo el mundo y el trabajo conjunto a favor de un bien común. La particularidad de estos proyectos es que no se persigue ningún interés personal de ninguno de los socios”, comenta Jornet. Además, considera que el ser una cooperativa hace que el proyecto se vea con “simpatía” por parte de ayuntamientos y Administración pública en general. “Si va a más nuestro éxito y facturamos miles de euros, nadie nos podría comprar, lo que aporta una solidez inigualable a la hora de crear una estructura de movilidad en el país”, añade.

Algo parecido piensan en Alterna Coop, donde tienen claro que lo mejor de ser cooperativista es “no tener que responder a intereses de una multinacional, sino a las necesidades propias de los integrantes”, en palabras de Esteve, algo que González ejemplifica en decisiones como “si se pone un coche en su barrio o se suben o bajan las tarifas del servicio”.

Repensar las políticas públicas

Vanessa Maxé y David Balbás, coordinadores de la Escuela de Movilidad Sostenible, recalcan que en estos proyectos se entrecruzan dos formas de entender la realidad: “Por un lado, tratan de poner el foco en el cambio de paradigma, pasando a vehículos eléctricos. Por otro, abordan el modelo económico predominante, dando alternativas más horizontales y democráticas”. Ambos expertos sostienen que en las últimas décadas se ha incrementado el número de cooperativas en general que “intentan subvertir, cambiar o transformar las lógicas en las que nos movemos por la ciudad”.

Desde su punto de vista, tildan de “bonito” pensar cómo en todas las dimensiones de la movilidad ha personas organizadas dentro de la economía social y solidaria intentando mejorar la situación. En el caso del vehículo eléctrico compartido en concreto, recalcan que la sociedad, y la clase política, debería pensar la manera en la que se regula el acceso de los coches al centro de las ciudades, qué se subvenciona y qué no.

“Tenemos que pensar si el Estado da prioridad al coche en propiedad o a iniciativas colectivas y qué quiere incentivar mediante la financiación con miles de millones de euros”, dice Balbás. Maxé, por su parte, apuntilla que las cooperativas poco a poco desarrollarán modelos cada vez más eficientes a la hora de explotar su flota, mejorar las aplicaciones tecnológicas y establecer alianzas con otras cooperativas, como con las del sector energético y de seguros.

Las dificultades asociadas a la cooperativa

Sin embargo, comenzar la ardua tarea de crear una cooperativa también supone un reto para sus integrantes. “La economía social necesita reinventarse y crear herramientas que permitan crear estos proyectos colectivos que quizá ahora no sean rentables pero sí lo consigan ser dentro de una década”, opina Jornet desde Som Mobilitat. En este sentido, su visión a medio plazo pasa por crear parkings de vehículos eléctricos compartidos en todos los barrios de Catalunya, “pero para eso tenemos que cuidar el proyecto entre todos y hacer mucha pedagogía hacia la ciudadanía”, apuntilla.

Para él, lo más difícil de organizarse en una cooperativa fueron los trámites legales que tuvieron que realizar. “Se podría mejorar mucho todo el aspecto del papeleo”, asevera. González, el fundador de eKiwi, defiende la opinión de su homólogo catalán, y agrega que “la parte tecnológica de la aplicación también tiene cierta complejidad”.

Esteve añade desde Valencia que, en su caso, lo más costoso fue hacer frente al desembolso inicial. “Otro gran obstáculo fue encontrar parkings con cargadores para los vehículos. Si no lo encontramos, la propia cooperativa instala su propio cargador”, indica.

Por otro lado, también enfrentan cierta “precariedad”, ya que todo el trabajo de gestión lo realizan personas que lo dedican a este “activismo voluntario”, tal y como lo denomina el fundador de Alterna Coop. Desde eKiwi secundan este postulado: “Unas personas lavamos los coches, otras se dedican a la facturación… No solo es usar el servicio, sino dedicarle una porción de tu tiempo para que todo funcione correctamente”.

Jornet, Esteve y González coinciden al afirmar que ninguno de los proyectos que fundaron tendría sentido si no fueran una cooperativa. El último de ellos resume su labor como “una alternativa para modificar los hábitos de movilidad con una pata de concienciación social que nunca tendrá una empresa cuyo objetivo es facturar cuanto más mejor”.

La unión entre cooperativas: esencial para avanzar

Por último, preguntados los integrantes de estas cooperativas por los consejos que le darían a otros grupos interesados en replicar sus proyectos, los tres responden que hermanarse entre iguales es crucial. Desde la Escuela de Movilidad Sostenible secundan esta opinión: “Aliarnos es fundamental entre empresas de la economía social para que estas medidas de transformación tengan mayor impacto y visibilidad”, desarrolla Maxé.

En este sentido, las cooperativas que han participado en este reportaje estarán presentes en el encuentro que tendrá lugar el viernes 26 de septiembre en Madrid. En él se darán cita todos los proyectos cooperativistas organizados en la RedMovilidad, entre los que se cuentan también KarKarCar de Pamplona, EhCoche de Zaragoza, eMocion de Granada y Energía bonita de La Palma, para pensar en común sobre los futuros retos que afrontarán. Lo llevan en su nombre: la cooperación es esencial para alcanzar cada vez una mayor influencia y un nuevo modo de entender la movilidad en la ciudad.


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Las cooperativas del mundo agro, un fenómeno inspirado en el cuidado del medio ambiente

Por: Guillermo Martínez

La unión hace la fuerza, pero también abarata costes. Desde hace décadas y con esa perspectiva, miles de trabajadores y trabajadoras del campo se organizan en cooperativas para sacar el mayor rendimiento a sus cultivos y animales. Con una gran raigambre a nivel histórico en España, este tipo de empresas permite a sus personas socias decidir los designios que guiarán los próximos pasos a tomar. Más allá de las habituales cooperativas agrarias, nuevos proyectos ponen el foco en el cuidado del entorno y en el cambio del modelo agroalimentario del país, favoreciendo los productos de calidad.

Es el caso de Ana Corredoira, directora desde 2014 de la Granxa A Cernada, una granja de producción lechera que fundaron sus padres a finales de los años 80 e integrada en la cooperativa Sen Mais – As Vacas da Ulloa, en Lugo. “Nuestra producción primaria está ligada a la tierra, es decir, una producción que realiza un aprovechamiento de los recursos pero tratando de hacerlo de una forma respetuosa y sostenible”, introduce esta ganadera de profesión y bióloga de formación.

La cooperativa, por otra parte, también intenta sumar la innovación, el desarrollo y la tecnología para ofrecer valor añadido, productos de consumo de calidad, tratando de promover un modelo de consumo distinto. Correidora describe la creación de As vacas da Ulloa como “un parto muy duro”. Si la fundaron en 2015, hasta 2021 no pudieron salir al mercado: “Los problemas de tipo burocrático nos han jugado muy malas pasadas en el acceso, por ejemplo, a ayudas e inversión”, comenta tras ser preguntada por el principal escollo que han pasado tras decidir constituirse como cooperativa.

En Sen Mais son cuatro personas fundadoras y, actualmente, tres empleadas. Para llegar a este número, primero han tenido que sortear diferentes retos, aunque no lo hicieron sin referentes. “Nos fijamos en nuestras vecinas y compañeras Milhulloa, productoras de aromáticas. Son mujeres emprendedoras que apostaron por la producción ecológica, con ese perfil de mujer formada que decide regresar para poner en valor los recursos propios del territorio”, señala Corredoira.

La misma Corredoira, también concejala del PSOE en Palas del Rey, añade que, asimismo, son importantes las redes, como la Federación de Mujeres Rurales: “Ahí no solo encuentras el apoyo y la logística para la maduración o desarrollo de proyectos, sino que te sientes dentro de un espacio en el que compartir y en el que te das cuenta que muchas veces nos pasa lo mismo a todas”.

Cada vez más mujeres en los órganos decisorios

Cooperativas Agro-alimentarias España es la asociación que representa a 3.669 de estas cooperativas en las que se organizan más de un millón de agricultores y ganadores. Según sus datos, dan empleo a 122.600 personas, principalmente en las zonas rurales. En su memoria de 2023, en donde aparecen los datos más actualizados en algunos aspectos del Observatorio Socioeconómico del Cooperativismo Agroalimentario Español, recogen que el 45% de estas cooperativas es empleo femenino, un porcentaje que se ha elevado en 29 puntos desde 2006.

En este sentido, las mujeres representan un 28,3% de la base social, un 10,1% de la composición de los consejos rectores, el 4,8% ostentan la presidencia y un 14,3% puestos de dirección. En cuanto a los jóvenes, representan un 9,8% de la base social, un 7,9% de la composición de los consejos rectores, el 4,1% ostentan la presidencia y un 7,1% puestos de dirección.

Por otro lado, sobre su actividad ecológica el informe del 2023 señala que “el valor de los productos ecológicos cooperativos representó el 39% del conjunto del valor de la producción ecológica española”. Y según la memoria de actividades de 2024, Castilla y León y Catalunya son de las comunidades autónomas cuyas cooperativas agroalimentarias más facturan. Sin embargo, ningún territorio supera a Andalucía, donde operan 639 de ellas.

Las cooperativas del campo necesitan ser escuchadas

Germán Cantalejo es el gerente de la Sociedad Cooperativa Andaluza Europeos, situada en Cádiz y que cuenta con más de 1.500 socios. “Antes lo hacíamos todo por nuestra cuenta, pero nos percatamos de que sería más fácil si nos organizábamos en cooperativa”, relata. Lo hicieron en 1986, por lo que su experiencia les precede. “Lo primero que hicimos fue conseguir un local para agrupar la cosecha de trigo, cebada y demás cereales de todos los socios”, rememora.

Este tipo de organización entre iguales siempre les ha insuflado un pequeño soplo de aire fresco a la hora de hacer frente a los costes asociados a la producción: “No es lo mismo que cada agricultor compre las semillas individualmente a que lo hagamos desde la cooperativa, al igual que sucede con los abonos y fertilizantes”, ilustra. De todas formas, no solo se trata de la compra de los insumos, sino también de la venta de los productos. Según explica Cantalejo, “los primeros beneficios los dedicamos a crear una almazara para tratar la aceituna y el aceite de oliva virgen extra”.

Por el momento, esta cooperativa gaditana con casi cuatro décadas de historia continúa su andadura. El gerente, en este sentido, reivindica que los legisladores deberían escuchar más a las cooperativas. Desde su punto de vista, “muchas buenas ideas nacen de aquellas personas que conocemos bien el campo, aunque nos veamos en manos de políticos que no tienen ni idea de agricultura, lo que es bastante triste”.

Cantalejo remarca desde Cádiz que Europeos no tendrían sentido si no fuera una cooperativa. Según opina, sería “inviable” crear un sistema agrícola local que no se organizara empresarialmente de esta manera. Y va más allá: “Ya no digo que nos agrupemos en cooperativas, sino que las cooperativas del mismo entorno deberían también agruparse entre sí para hacerse más fuertes”.

La unión entre cooperativas, el futuro

Esta forma de cooperación entre cooperativas es, precisamente, lo que han llevado a cabo en el Valle del Jerte. En una misma agrupación se organizan unas 15 cooperativas del lugar y la de Santa Catalina, en Rebollar, es una de ellas. Se fundó en 1961 y en la actualidad es el paraguas de 130 personas asociadas. Los abuelos de José Luis Serrano, ahora consejero en la cooperativa, fueron unos de los impulsores: “Nos dedicamos principalmente a la cereza, aunque también hay higos, aceitunas y ciruelas”, introduce.

Sin dudarlo, Serrano remarca que lo mejor de ser una cooperativa es poder sacar el máximo rendimiento al producto: “Gracias a eso hemos llegado a unos mercados que, si no, nos hubiera sido imposible”. Aunque para él organizarse de manera cooperativa granjea mucho más beneficios que pérdidas, también admite que mucha otra gente no ha dado el paso por aspectos ligados a la economía sumergida. “El que ha estado por libre ha funcionado como ha podido, aunque eso se está acabando”, apuntilla.

Los cooperativistas cacereños de Santa Catalina, gracias a su unión en la agrupación de Cooperativas Valle del Jerte, reparten mucho más las funciones que en otras organizaciones empresariales de este tipo. “Cada uno recolecta su fruto y lo lleva a la cooperativa, y de ahí pasa a la agrupación, donde se empaqueta a demanda del cliente”, explica el mismo Serrano. El retorno de las ganancias es similar. “Una vez que llega la liquidación, la agrupación paga a la cooperativa y la cooperativa a cada uno de los socios según la cantidad aportada”, completa.

Transformar el sistema alimentario

La larga tradición de cooperativismo en el campo español tiene su porqué en la economía de escala, según Pablo Saralegui. Él es técnico de investigación en Alimentta, una asociación científica centrada en la transición alimentaria, e incide en que cada vez aparecen más cooperativas en las que la innovación es su punta de lanza: “Existen muchas centradas en la gestión de los residuos, la materia orgánica que se puede convertir en compostaje, algo que hasta hace poco ni siquiera se concebía como tal”, ejemplifica. Para este experto, se trata de intentar comunalizar aquellas actividades necesarias para la producción que supondrían demasiada carga a nivel individual a cada agricultor.

A pesar de que este modelo empresarial se caracteriza por una horizontalidad y democracia, eso no es óbice para que la mayoría de cooperativas persigan un mayor rendimiento económico y ahorro de costes. Pero no todas son así: “Hoy cooperativas que intentan innovar a través de los diferentes eslabones de la cadena alimentaria para también relocalizar el comercio”, explica Saralegui.

La innovación ha llegado hasta las industrias artesanales, como los obradores compartidos. “Todo es mucho más fácil si me asocio con alguien y montamos un obrador gestionado de manera democrática, y así nos ahorramos muchos costes, como ya sucede en algunas experiencias en Euskadi”, ilustra el especialista. Tal y como determina, “estos proyectos también persiguen transformar el sistema alimentario y generar una oferta sostenible y saludable”.

De nuevo, la unión se torna esencial para poder cumplir esa meta. “Ya vemos productores locales asociados con cooperativas de consumo, por ejemplo, con una perspectiva muy política a la hora de intentar transformar la alimentación, que tienen la sostenibilidad económica y ecológica como prioridades”, desarrolla el integrante de Alimentta.

Ir más allá del discurso productivista, como consejo

Corredoira, integrante de As vacas da Ulloa en Lugo, es un buen ejemplo de estas iniciativas transformadoras. La ganadera admite que el proyecto lo siente como algo suyo, propio. “El nivel de compromiso y la entrega que tenemos hacia él es lo mejor de la cooperativa”, enfatiza. De todas formas, esa moneda también tiene una cruz: “Al mismo tiempo, las cosas nos duelen el doble y nos afectan de una manera muy distinta. No podemos romantizar los proyectos en exceso”.

Por último, esta gallega deja apuntado un consejo valioso para cualquier persona que quiera replicar un proyecto como el suyo. “Tenemos que prestar más atención a dónde queremos estar, más allá del discurso productivista. Para mí es tan importante dónde estoy que lo que hago aquí. Para poder hacer un buen trabajo, primero tenemos que estar donde queremos”, finaliza.

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Restokoop: la receta de un futuro más justo está en manos de los jóvenes

Por: María D. Valderrama

Quedan quince minutos para que empiece el servicio mientras Thibault Debierne, de 17 años, limpia las mesas y ultima la apertura de la caja de Restokoop, en La Rochelle, un caso singular en el mundo de la restauración en Francia. Desde su inauguración en 2023, este restaurante cooperativo liderado por jóvenes se ha convertido en un referente de las nuevas empresas cooperativas juveniles del país galo, un concepto emergente inspirado en Canadá con el que ya se experimenta en restaurantes y comercios del país.

Debierne dejó los estudios con 15 años y se lanzó a una formación profesional de hostelería, pero salió escaldado tras una semana trabajando como aprendiz en un restaurante convencional. «Mi jefe quería que hiciera al menos 47 horas semanales, y eso que no tenía ni 16 años. No era legal», denuncia. Después llegó a Restokoop, donde está a punto de terminar una experiencia de seis meses que le ha permitido reconectar con su gusto por la restauración. Ahora planea seguir sus estudios para trabajar en cocina. El joven relata que «la experiencia ha sido muy buena. Aquí nos dejan experimentar y no buscan solo regañarnos como en un restaurante clásico«.

Durante la misión, los jóvenes deberán tocar todos los palos de la gestión de un restaurante, de la cocina a la contabilidad | María D. Valderrama

‘Emancipación’ en vez de ‘inserción’

La confianza es una palabra clave para el equipo pedagógico que se encuentra detrás de Restokoop: Jean Mougenot, responsable del proyecto, el cocinero François Tirel, ambos trabajadores de la asociación Horizon Habitat Jeunes, y Maelle M’bengue, coordinadora de la asociación de educación popular KPA La Rochelle, quienes dieron forma a la idea. «No nos gusta hablar de inserción laboral sino de emancipación. Queremos que ganen confianza en sí mismos y un pensamiento crítico sobre el mundo laboral para que obtengan las herramientas y piensen ¿cómo puedo sentirme realizado y crear mi propio camino? ¿qué puedo aportar? No simplemente integrarse en una vía existente», explica M’bengue.

Situado en el barrio residencial de Mireuil, Restokoop se encuentra en la planta baja de una residencia para jóvenes trabajadores gestionada por Horizon Habitat Jeunes. Con el respaldo de las autoridades públicas, dan alojamiento temporal a menores de 30 años en ruptura con el mundo laboral o escolar. Les ofrecen la posibilidad de independizarse pagando un alquiler muy accesible mientras consolidan su proyecto profesional por un máximo de dos años.

Mustafa, Thibault, Lola y Emal son cuatro de los cooperantes que trabajan en Restokoop, una misión en la que deberán tocar todos los palos de la gestión de un restaurante, de la cocina a la contabilidad | María D. Valderrama

El restaurante cooperativo se ha instalado en lo que hace años era el comedor, y atrae a otros jóvenes ajenos al edificio. Cada seis meses, el equipo pedagógico inicia un proceso de selección para formar un nuevo equipo con cinco trabajadores que tocarán todas las áreas: elección del menú, cocina, servicio, contabilidad y hasta la apariencia del local. «Para nosotros era importante que el restaurante no fuera perfecto, que sean los propios cooperantes los que lo van transformando con sus ideas», dice Mougenot. Así ha sido. Esta temporada –como se refieren a cada período de seis meses–, los cooperantes se han decidido a preparar una terraza que pueda acoger a más comensales, en un establecimiento preparado ya para recibir a más de 50 personas.

Lucile Gledel, de 26 años, terminó su contrato de cooperación en abril. Suya fue la idea de un mapa en la entrada con el origen de los productos, para destacar otro pilar: alimentos y bebidas procedentes de circuitos de proximidad. A Gledel le resultó difícil encontrar trabajo en lo suyo después de terminar un master en idiomas y relaciones internacionales en La Rochelle. En esa búsqueda, decidió probar suerte en Restokoop donde ha encontrado una vocación inesperada: «Este restaurante intenta ser lo más ecorresponsable posible, por ejemplo avituallándose al máximo con productores locales en carnes, verduras y cereales. Más allá del impacto ecológico, eso crea un vínculo con las personas que nos traen la comida», dice la excooperante, que aspira ahora a trabajar en proyectos sobre cambio climático y su impacto en la alimentación. Pasar por Restokoop le ha ayudado además a gestionar el estrés laboral y a mejorar la comunicación con sus colegas en un marco cooperativo en el que no existen jerarquías.

La mayoría de los alimentos provienen de los alrededores de La Rochelle | María D. Valderrama

Un modelo en expansión

«El modelo cooperativo desafía lo que nos ha sido transmitido siempre: la jerarquía, la verticalidad, la idea de que siempre hay un ‘jefe’ que decide. Ser cooperante es aprender a trabajar de otra manera», explica Laure Ortiz, coordinadora de proyectos de Emprendimiento Cooperativo Juvenil dentro del Comité Bassin Emploi (CBE) de Seignanx, en las Landas. Esta organización anima un colectivo de empresas y actores de la economía social y solidaria en el sur de Aquitania que importó el concepto de Emprendimiento Cooperativo Juvenil desde Canadá al crear el chiringuito Metroloco, en la playa vasco-landesa de Tarnos.

Metroloco, activo entre mayo y octubre, trabaja únicamente con jóvenes de 18 a 26 años. Fue la semilla que inspiró a Restokoop, convertido en un modelo de éxito. No son los únicos: el CBE ha acompañado a otras asociaciones en Francia que han intentado replicar un modelo similar, y actualmente están respaldando la creación de varias cooperativas con este modelo en Tarnos, Pau y Bayona. Cada una tiene su propio formato y actúa en distintos sectores económicos, pero todas están atravesadas por esta misma preocupación: inscribirse en las necesidades del territorio y trabajar con los actores locales.

Los cinco cooperantes contratados reciben formación y seguimiento de un equipo pedagógico que les facilita las herramientas para la gestión del restaurante, en manos de los jóvenes | María D. Valderrama

«Hemos intentado escribir una especie de carta fundacional que reúna los principios comunes: ayudar a la emancipación de los jóvenes, desarrollar su poder actuar como individuo y como colectivo, obtener un salario mínimo que les permita estabilizarse y, esto es fundamental, servir como herramienta para el territorio», explica Mougenot.

De hecho, algunos de los agricultores y ganaderos que venden sus productos a Restokoop participan en su asamblea general y se han involucrado en otros proyectos, como la preparación de platos que se distribuyen en hoteles de la ciudad. Los vecinos son parte importante: a menudo se llena al mediodía con un público variado, atraído por los precios (menú completo a 14 euros) y por la convicción de contribuir a una buena causa. Hélène, una de las comensales, echaba en falta una oferta de restauración en el barrio. «Vivo al lado y vengo de vez en cuando. Me encanta el concepto: productos ecológicos, locales, cocinados cada mañana… A veces hay platos exóticos, siempre hay variedad entre carne, vegetales y pescados. Está muy bueno», dice esta vecina, que ha traído a una pareja de amigos que la visitaba.

Situado en el residencial barrio de Mireuil, el restaurante atrae a vecinos, trabajadores, estudiantes y jubilados, que pagan 14 euros por un menú completo | María D. Valderrama

Cofinanciado por la región de Aquitania y la Unión Europea, la facturación del restaurante debe alcanzar cada mes los 7.000 euros para garantizarse un mínimo de unos 1.000 euros, ampliables cuando el volumen aumenta. Entre los cooperantes están Emal (29), afgano que sueña con abrir un restaurante; Lola (19), que dejó psicología para probar hostelería; y Mustafa (21), que quiere aprender a gestionar una empresa. En octubre, un nuevo grupo les relevará, aprendiendo desde cero y aportando sus propias ideas.

A menudo, los jóvenes que llegan aquí vienen perdidos y desencantados con el mundo laboral, lo único que necesitan es un marco de acompañamiento estable y un poco de confianza en sí mismos. «Se critica mucho a los jóvenes, pero yo no veo a una generación frágil, veo a una generación fragilizada por la sociedad en la que vivimos. En el momento en el que les hablas de sentido, de valores, de lo que hacemos por la transición ecológica, los chavales se entregan a la causa, aportan ideas que nunca se nos hubieran ocurrido en términos de inclusión y sostenibilidad, y eso me reconforta. Decir que la juventud es de cristal no nos llevará a ninguna parte, porque además es mentira», dice Mougenot.

Lucile Gledel, de 26 años, terminó su experiencia en Restokoop en abril. Su paso por el restaurante la ha motivado a querer trabajar en proyectos asociativos de alimentación y cambio climático | María D. Valderrama

A finales de octubre, algunas de estas asociaciones y colectivos estarán presentes en el Foro Mundial de Economía Social y Solidaria, que tendrá lugar en Burdeos. Su objetivo es que el concepto de Emprendimiento Cooperativo Juvenil sea reconocido a nivel nacional e integrado en las políticas públicas para crear un marco jurídico adaptado a la juventud y las limitaciones de las empresas cooperativas

«Más allá de la inserción de los jóvenes y de permitirles vivir esta experiencia, también se trata de darles la oportunidad de darse cuenta de que hay una economía posible distinta de la capitalista; que, efectivamente, trabajar en el ámbito local tiene un impacto medioambiental”, reivindica Ortiz. Por encima de los menús y de los números, este modelo de empresa deja sobre la mesa una pregunta simple y poderosa: ¿y si fueran los jóvenes quienes tuvieran la receta de un futuro más justo?

El restaurante ofrece a diario tres opciones de entrante, plato principal y postre, con una opción de carne, otra de pescado y otra vegetariana. La mayoría de los productos provienen de los alrededores de La Rochelle | María D. Valderrama

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