Este artículo ha sido publicado originalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo en catalán aquí.
Durante décadas, la relación entre Estados Unidos y Europa se sostuvo sobre una premisa casi incuestionable: la alianza transatlántica era el eje central del orden político y de seguridad occidental, un marco hoy cuestionado por el giro de Trump y por la deriva hacia una Europa fortaleza.
Desde la Segunda Guerra Mundial y a lo largo de la Guerra Fría, Europa fue presentada como el socio natural de Washington. Un espacio político afín, basado –al menos en el relato– en valores compartidos como la democracia liberal, el multilateralismo y el Estado de derecho. Esa narrativa empieza hoy a resquebrajarse.
En diciembre de 2025, la administración Trump hizo explícito ese cambio de rumbo al publicar su nueva Estrategia de Seguridad Nacional. El documento introduce una ruptura significativa con la tradición diplomática estadounidense. Europa deja de aparecer como un aliado estratégico central y pasa a ser descrita como una región que debe asumir por sí misma su defensa y resolver sus “crisis internas”. El texto, además, incorpora una retórica cargada de referencias culturales y civilizatorias. Alerta sobre una supuesta “erosión” del proyecto europeo y cuestiona su rumbo político.
La ruptura transatlántica: cuando Europa deja de ser aliada
Las fricciones entre Washington y Bruselas no se explican solo en términos retóricos. En las últimas semanas, la tensión se ha visto agravada por las actuaciones de la Comisión Europea contra grandes plataformas tecnológicas estadounidenses, en aplicación de la nueva legislación digital europea. En abril de 2025, la Comisión impuso a Meta una multa de 200 millones de euros por incumplir el Reglamento de Mercados Digitales (DMA). Bruselas consideró que su modelo de consentimiento para la publicidad personalizada no ofrecía a los usuarios una alternativa real con menor uso de datos personales.
Más recientemente, la Comisión sancionó a X —la antigua Twitter, propiedad de Elon Musk— con una multa de 120 millones de euros por vulneraciones del Reglamento de Servicios Digitales (DSA). Las infracciones estaban relacionadas con la falta de transparencia publicitaria, el acceso limitado a datos para investigadores y un sistema de verificación considerado potencialmente engañoso. El caso de X ha adquirido, además, una dimensión política añadida. La cercanía pública de Musk al entorno de Donald Trump ha llevado a interpretar estas sanciones como parte de una ofensiva regulatoria europea contra empresas estadounidenses y, por extensión, contra su agenda política.
Una Europa ideológicamente compatible, pero estratégicamente incómoda
Sin embargo, la paradoja es más profunda de lo que parece. Desde un punto de vista ideológico, muchos de los valores que hoy está adoptando la Unión Europea –securitización, cierre de fronteras, énfasis en el orden, la defensa y el control– podrían encajar sin demasiadas fricciones con el imaginario político de Trump. Y, sin embargo, esta no es la Europa que Trump desea.
Lo que el trumpismo rechaza no es tanto la deriva autoritaria o securitaria de la Unión Europea, sino su unidad. Una Europa que actúa como bloque y coordina políticas migratorias, militares y regulatorias proyecta poder de forma conjunta. Eso la convierte en un potencial competidor económico, político y estratégico. Trump no quiere una Europa fuerte y cohesionada, aunque sea conservadora o autoritaria. Preferiría una Europa fragmentada, atomizada en Estados nación, incapaz de disputar hegemonías y más fácil de presionar bilateralmente.
Migración y control: cómo la UE consolida la Europa fortaleza
Es precisamente aquí donde la evolución reciente de la Unión Europea resulta clave. Recientemente (Diciembre 2025), los Veintisiete aprobaron un nuevo paquete de reformas en materia de migración y asilo que consolida el llamado Pacto Europeo de Migración. El acuerdo supone un salto cualitativo en la lógica de la Europa fortaleza. Representa, además, uno de los procesos de securitización más ambiciosos del proyecto europeo desde su fundación.
La nueva normativa introduce varios elementos centrales. En primer lugar, la creación de centros de retorno en países terceros, fuera del territorio comunitario. Allí serán trasladadas las personas cuyas solicitudes de asilo hayan sido rechazadas. Estos centros no se ubicarán en suelo europeo, sino en Estados que firmen acuerdos específicos con la UE. Es el caso de Albania o de países africanos que actúan como socios migratorios. Se trata de una externalización explícita del control fronterizo y del sistema de asilo.
En segundo lugar, la Unión ha aprobado una lista común de países de origen considerados “seguros”. Entre ellos figuran Marruecos, Túnez, Egipto, Bangladesh o Colombia, además de los países candidatos a la adhesión. Las solicitudes de asilo procedentes de estos Estados podrán ser tramitadas de forma acelerada y con menores garantías. La presunción es clara: no existiría persecución estructural. En la práctica, esto reduce de forma significativa las posibilidades de protección internacional.
El tercer eje del acuerdo es la ampliación del mandato de Frontex, la agencia europea de control de fronteras. Frontex refuerza su capacidad operativa dentro de la UE, pero también gana margen para actuar fuera de las fronteras comunitarias. Coordina devoluciones, apoya a autoridades de terceros países y participa en operaciones conjuntas. La frontera europea deja así de ser una línea geográfica fija. Se convierte en un espacio móvil, proyectado hacia el exterior.
El problema para Trump no es Europa, sino su unidad
Este conjunto de medidas no puede entenderse únicamente como una respuesta técnica a la gestión migratoria. Forma parte de una transformación más amplia del proyecto europeo. Recupera una lógica históricamente conocida: la de una potencia que se concibe a sí misma como moralmente superior. Una potencia legitimada para actuar más allá de sus límites territoriales en nombre del orden, la estabilidad o la seguridad. Es una lógica profundamente vinculada al pasado colonial europeo.
Mientras Trump se distancia y cuestiona la utilidad estratégica de Europa, la Unión avanza hacia una mayor integración en ámbitos clave como las fronteras, la seguridad y la defensa. Pero lo hace sacrificando parte del relato democrático que había sostenido su legitimidad política. La cohesión se construye ahora sobre el control, la exclusión y la militarización. No sobre derechos, ciudadanía o solidaridad.
La paradoja es, por tanto, doble. Por un lado, Europa adopta políticas que ideológicamente podrían encajar con el trumpismo. Por otro, lo hace desde la unidad y refuerza su capacidad de actuar como bloque. Es justamente esa combinación —autoritarismo más integración— la que incomoda a Trump. No porque contradiga sus valores, sino porque contradice sus intereses.
El resultado es un escenario inquietante: una Unión Europea que se consolida como fortaleza, que actúa cada vez más como un actor imperial y que, al mismo tiempo, pierde el respaldo político de su histórico aliado. Una Europa más fuerte, sí, pero también más cerrada, más militarizada y cada vez menos distinta del proyecto económico y racial que la historia europea ha sabido reinventar bajo nuevos nombres.
La entrada ¿Por qué la Europa fortaleza incomoda a Trump? se publicó primero en lamarea.com.















